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Número 10 - Noviembre 2008
Algunas distinciones entre
fobias en la infancia
y fobias en los adultos
Alba Flesler

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"Las fobias de los niños más pequeños se disipan a poco que ellos crecen"1, dijo Freud en Síntoma, Inhibición y Angustia, su clásico texto de 1926.

Sin embargo, a mi modo de ver, si esto ocurre " las más de las veces", si efectivamente, como agrega un año más tarde, "la mayoría de estas neurosis de la infancia se superan espontáneamente en el curso del crecimiento"2, en numerosas ocasiones el analista debe tomar al niño en análisis. Claro que, para decidir su intervención o su abstinencia, ha de contar con elementos válidos en los cuales apoyar la opción escogida.

¿Cuándo una fobia es expresión de un tiempo constituyente del sujeto, uno de los ‘episodios regulares del desarrollo’ y cuándo síntoma de un tiempo que no alcanza a constituirse, un indicador de que los niños "no pueden recorrer bien su camino de desarrollo hacia la cultura"?

Hace un tiempo me preguntaba3: ¿Cuándo habremos de considerarla una fobia de esas <casi normales>, que se disipan o <pasan>? ¿Cuándo es un síntoma que merece atención? La fobia, ¿es síntoma o estructura? ¿Qué es la fobia? ¿Un tiempo instituyente o un producto, precipitado estructural?

Para arribar a algunas conclusiones partamos del principio, y en el principio de la fobia está la angustia. La angustia, cuyas variadas expresiones han sido rebautizadas, con cierta liviandad en los últimos tiempos, como <trastornos de ansiedad>.

Si bien Freud y Lacan divergen al conceptualizar la angustia, ellos acuerdan en definirla como una señal en el yo (moi), y también coinciden en aceptar que la angustia es siempre angustia de castración. La diferencia esencial es que, para Freud, ella remite a la castración en el tener (se trata de tener o no tener el falo), en tanto que, para Lacan, la angustia apunta al ser. En esa dirección, la castración en juego es la del Otro. La ecuación es lógica: la madre sólo será fálica si es la madre con el niño como falo. Para Freud, en cambio, el acento de la angustia recae en el padre como agente temido de la castración en el tener.

También para Lacan, la angustia es anuncio, posibilidad de existencia, libertad como diría Kierkegaard4, pero libertad no asegurada. Si bien ella es posibilidad de un nuevo lugar, apertura a un nuevo espacio, su conquista impone un precio: la castración del Otro primordial que conlleva la pérdida del paraíso de la infancia y el encuentro para el parlêtre con la falta que el lenguaje le imprime a su ser: manque a être, falta en ser. Por este sesgo, la angustia acentúa no sólo un lugar, también una vertiente temporal, un tiempo de descubrimiento que como tal es tiempo de corte. Es que, hasta ese momento, el niño jugaba a engañar el deseo del Otro y, a partir de cierto instante, él descubre el juego. La puntualidad que se desencadena en esa percepción develadora no admite retorno: la angustia es la señal de ese tiempo estructural que no tiene vuelta atrás. Las observaciones sobre sus modos de presentación, en el octavo mes, demuestran claramente su procedencia. El niño llora y se angustia ante los extraños, dice Spitz5. Pero, ¿qué representan los extraños? El bebito llora porque reconoce que lo familiar, lo <heimlich>, vacila; lo que el niño descubre es que está lo familiar y lo no familiar, lo <unheimlich>. Ese octavo mes se caracteriza ya por alcanzar un estadío estructural conformado de ambos espacios, el de lo conocido y el de lo desconocido. Lo familiar será reconocido, lo no familiar será extraño.

Cuando Jacques Lacan lo describió como estadio del espejo, subrayó que el infans, en franca prematuración, se enfrenta en ese tiempo a un estadio inaugural. Identifica una imagen que le presenta su cuerpo integrado y esa percepción le genera algarabía, pero al mismo tempo, lo aliena a esa imagen bien conformada de su cuerpo que ha precipitado anticipadamente un dominio corporal que resulta para él sumamente jubiloso. Ha ocurrido que lo real de su cuerpo se ha enlazado a una virtualidad imaginaria, formando a su vez, entre ambos, una tensión inevitable e irremediable. Es que ese enlace, de por sí precipitado, deja para siempre las cosas pendientes de un hilo. De un hilo simbólico, entramado para siempre de modo incompleto. Vislumbrando, en cada paso de la vida, el desamparo estructural, la <Hilflosigkeit>, sus laberintos se deslizan fácilmente a lo Gefahr, al riesgo o peligro siempre amenazante.

La causa de esa percepción se hallará sin duda en que la angustia parte de lo Real, señalando la naturaleza del goce en cuestión: su álgebra es estricta; para sumar un nuevo goce, el sujeto ha de restar, sin atenuantes, otro goce. El acceso al nuevo goce por parte del sujeto no puede no incomodar el goce del Otro. De tal modo, la angustia no emerge porque el niño teme perder las caricias de la madre. Los padecimientos del pequeño Hans así lo acreditan. Aunque la madre acompaña a Juanito, la angustia continúa. La angustia de Juanito aparece en el momento en que percibe en su cuerpo el goce fálico, la angustia emerge con la percepción de ese goce alcanzado con la manipulación del pene, goce que trastorna el intento de alcanzar el goce del Otro. Para el niño, su pene y el goce que le acarrea no tienen cabida en el universo materno donde todo él, como <el pequeño> falo, vale en su unicidad. No hay espacio para la parte en el todo falo, sitio que él tiene para su madre. Es entonces que aparece la señal en el yo. Señal de angustia que, a pesar de ser recibida por el yo, está sin embargo dirigida al sujeto. El mensaje señala que tiempo y espacio deben redimensionarse. La angustia indica que se introduce el tiempo del corte, revelando que el espacio no se reduce a una geografía para el sujeto, se extiende en una topología. En ella, el sujeto sólo existe en la exterioridad del Otro sin desdeñar la necesaria y primera alienación.

Pero si la angustia es un señalador, lo que señala de modo acuciante es cuán desgarrante puede tornarse la representación del mundo cuando no encuentra cabida para un nuevo elemento; resulta vano intentar curarla con psicofármacos, porque ella es inherente a la dialéctica del deseo. Tal vez a raíz de ello Lacan aconseja, en su seminario homónimo6, localizar el punto de angustia en cada etapa de estructuración del deseo. Está claro que no se cura completamente, dada su procedencia estructural. Sin embargo, hay angustias y angustias. También, diversas <soluciones>. La angustia puede llevar a la inhibición de los desplazamientos, de todos los movimientos y funciones que podrían generarla, y también puede ser ocasión de síntomas como la fobia. La fobia se ofrece en cierta medida como solución al sustituir el objeto de la angustia por un significante que provoca temor. En la vastedad temida, el objeto fóbico, al ser un elemento del lenguaje, designa, da nombre, torna ubicable lo indefinido e introduce un miedo localizable, lo cual es muy diferente a una pura angustia.

Los primeros tiempos de la infancia, netamente carentes en recursos simbólicos, son ilustrativos de la solución fóbica. Es de entender hasta qué punto puede ser disruptivo y despertador de críticos montos de angustia para el sujeto cada vez que una redistribución de goce lo impulsa a redimensionar su lugar.

El destino de la solución a tamaña crisis diverge fundamentalmente si, en el tránsito de una posición a otra, el sujeto encuentra en el Otro soporte para el cambio; si halla un agente mediador, posibilitador un goce, si funciona un operador confiable en ese proceso de transformación casi siempre brusco y duro. Trágicos desencadenantes muestran cómo el afán por abrir paso a lo nuevo corre el riesgo de desintegrar al sujeto en el esfuerzo. O también, en cuánto difiere el destino de la angustia si encuentra o no allí al padre, la versión del padre respetado y amado. Pues no va de suyo que un padre sea respetado ¿Cuándo un padre merece respeto y amor? Lacan dice que esto ocurre cuando él hace <de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo>7.

¿Cómo debe entenderse esta proposición? Solo como deseante ofrece, en acto, la transmisión de su condición. Dicho de otro modo, solo el deseante confiesa de hecho una falta, sin falta no hay deseo. De manera que, cuando así lo hace, él dona su castración. Desde esa posición está verdaderamente autorizado a ejercer su función nominante. Así, su hacer de una mujer causa de su deseo, alude a la suspensión de un goce. No hay deseo que no surja de una pérdida de goce. Solo con ello logra ofertar la transmisión del deseo y está en condiciones de crear un velo que despierte el ansia de saber.

La complejidad no concluye ahí: su función, a pesar de ser necesaria, es de realización contingente y, aún realizándose, es imposible de realizar sin resto. La falla que recae sobre la función del padre llevó a Lacan a afinar la lógica del término a lo largo de los años; puede recorrerse esta preocupación, de punta a punta, en sus seminarios y escritos. De la formulación de la metáfora paterna, en sus primeros textos sobre la psicosis, hasta la proposición de los nombres del padre, con su acento colocado en los tres registros, Real, Simbólico e Imaginario, hasta llegar, al final de su enseñanza, al concepto de los nombres del padre anudados. El plural, que introduce la serie de tres, no solo gana especificidad para determinar lo que le cabe a la operación nominante en cada una de las tres cuerdas, también agrega variables según los enlaces y desenlaces en los que se manifiesta el anudamiento de ellos.

Con su presencia, el padre da lugar a una transición difícil. Al tomar a la madre como no toda madre, al desearla y reclamarla como mujer, su intervención tiene valor de salida, pues reclama una restricción de goce. A cambio, da legitimidad al niño en su posición de falóforo, otorgándole crédito a un goce futuro. El padre será pues respetado y amado si asegura estar calificado, es decir, si adjunta a sus enunciados el don de castración cuya expresión se muestra al ser él deseante de su mujer. Al mostrarse dependiente del significante, él realiza la versión al padre que le está dirigida.

El padre de Juanito, padre teórico, escribía con la mano los preceptos del psicoanálisis y borraba con el codo el valor performativo8 que la palabra de un padre requiere para investirse de autoridad. Tal vez su ubicación proviene de su posición de hijo, ligado a su madre, <la abuela de Lainz>, posición que Juanito agudamente subraya como versión de su impotencia a la hora de hendir el bisturí y operar un corte9.

Los primeros años de vida del pequeño Hans transcurrieron como un dulce sueño. Pero en el tiempo del primer despertar sexual Juanito se ve confrontado con angustia al binarismo que le presenta el significante entre ser o tener el falo. Ante la caída de las vestimentas fálicas que cubrían su lugar para el Otro materno, él encuentra allí la angustia con que el sexo real despierta la representación imaginaria del cuerpo habida hasta entonces.

En la fobia que restringe pero también delimita el espacio del sujeto, Juanito halla una puerta de salida. Deberá producirse sin embargo el encuentro con las chanzas10 del profesor Freud, que le transmiten un saber entramador de la falta, para evidenciar la primera mejoría: Juanito logra permanecer ante la puerta de calle, cuando antes trotaba hacia adentro de su casa con terror.

Juanito será neurótico, sujeto dividido en su sujeción al lenguaje, pero su destino de elección sexual quedará sellado por ese tiempo del primer despertar sexual, donde el cheque extendido por el padre tenía sus fondos restringidos.

En tales circunstancias, la fobia aporta al sujeto, ante el problema suscitado, un principio de solución a la carencia de la función paterna. Pero también adjunta un hecho de interés, referido a la constitución misma del sujeto de la estructura. Las fobias en la infancia suelen indicar un valor instituyente cuando se están cursando los tiempos de construcción del fantasma para articular y sostener la orientación del deseo.

Que esas fobias de la infancia sean <episodios regulares del desarrollo> prueba que la estructura se conforma en tiempos sincopados e inestables de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. Tiempos de incorporación de lo Real del Otro real, de introyección simbólica del Otro real y de proyección imaginaria del Otro real. Tiempos de precipitación de la estructura que tiene tiempos, destiempos, entretiempos, y también contratiempos.

Freud insiste - y Lacan lo retoma - en que la mayoría de las fobias de la infancia <pasan> - como se dice - <a poco que ellos [los niños] crezcan>, y Lacan agrega que éstas <no ocupan mucho más tiempo en curarse espontáneamente que con una investigación tal como aquella de la que se trata en la ocasión, la del padre, alumno de Freud, o de Freud mismo>11.

A lo largo de los años he recibido muchas consultas por fobias diversas. Mi experiencia me lleva a acordar; sí, las fobias en la infancia son episodios regulares, forman parte de la estructuración de la estructura, pero ellas pasan si es que pasan. Lejos de ser natural, no siempre ocurre que una fobia pase. En muchas ocasiones he tenido que intervenir apostando a estructurar el síntoma fóbico cuando sólo se producían desbordes de angustia, llanto inespecífico y desorientado, sobresalto inesperado, desvelos nocturnos y despertares inmotivados.

Tal fue el caso de una nena que nació en el momento en que su madre perdía simultáneamente a su progenitora. Ante aquel suceso, sólo había atinado, entre angustia, duelo y miedos, a aferrarla a ella, atisbando apenas que su nena lloraba y lloraba ante la presencia de cualquier extraño. El padre, que tenía hijos de un matrimonio anterior, aceptaba <sin intervenir> que la beba calmara el dolor de la madre. La empecé a atender a los cinco años, y sólo meses más tarde comenzó a temer puntualmente a los ladrones y a los payasos. Es decir, empezó a anotar un nombre con el cual cifrar algún equívoco al lugar inequívoco que tenía para su madre.

A veces también las fobias pasan, como le ocurrió al niño Serguei Pankejeff, conocido más tarde como un hombre que era un nombre, el Hombre de los Lobos. Las fobias pueden pasar de una zoofobia a su definición en neurosis obsesiva; otras veces, pasan a definirse en histeria según respondan a un tiempo anterior o posterior al corte con el Otro12.

En otras ocasiones los síntomas fóbicos no pasan hasta la segunda vuelta o tiempo del despertar sexual. En tales situaciones es posible apreciar el recurso efectivo que brindan al sujeto cuando le ofertan una puntuación, una delimitación funcional para desplegar algunos movimientos, impidiendo que se bloquee toda acción. En esos casos, el síntoma sustituye, en lo real, a la instancia paterna carente, desempeñando un rol estructurante, mediador de lo Imaginario a lo Simbólico.

En ese sentido, y aunque conlleva un precio, el síntoma fóbico suele paliar la carencia del padre real y funcionar como baliza orientadora al dividir los espacios que ocasionan angustia de los otros espacios libres de ella. No se trata, claro está, de un simple espacio físico, pues la realidad es la prolongación imaginaria del fantasma, sino de diseñar un lineamiento que haga diferir el sitio amenazante del de resguardo.

Una nena, que atendí hace tiempo continuó a lo largo de su infancia, hasta la pubertad, con un síntoma fóbico localizador de espacios prohibidos dentro de su casa. Es que su padre consideraba natural pasear su desnudez en el ámbito hogareño. Con la crisis puberal empezó a tener sus primeros contactos sexuales con varones, los síntomas fóbicos cedieron al abrirse un goce exogámico y se volvió obsesiva con el estudio.

La fobia: precipitado estructural

Finalmente, quiero puntuar un par de cuestiones relativas a la fobia no sólo como tiempo instituyente, síntoma de una infancia en curso, sino como producto, precipitado estructural.

Me he ocupado de acentuar la importancia de atender cada uno de los tiempos del sujeto en la infancia porque considero que se muestran reveladores de puntos de falla en la estructuración de la neurosis infantil, como producto posterior de la infancia. Por ejemplo, Freud relata que el Hombre de los Lobos lo instaba, insistentemente, a escribir la historia completa de la contracción de su enfermedad, su tratamiento y curación. ¿Qué le demandaba Serguei Pankejeff13 a Freud sino escribir la historia para dar lugar a la neurosis infantil?

Es que al narrar la historia, se crea el pasado. Se hace entrar lo actual del presente en el tiempo de la sucesión, dando posibilidad al futuro. La historización se coloca del lado de lo infantil fantasmático de un adulto, dejando en el pasado los tiempos de la infancia en tanto actual.

Sin embargo, nada de esto <pasa espontáneamente>. Al abordar el conflictivo tema de la joven homosexual, Freud hace una reflexión sobre el factor temporal y dice:

"Los desplazamientos de la libido aquí descritos son, sin duda, notorios para todo analista por la exploración de las anamnesis de neuróticos. Sólo que en estos últimos se producen en la primera infancia, en la época del florecimiento de la vida amorosa; en cambio, en nuestra muchacha, que en modo alguno era neurótica, se consuman en los primeros años que siguen a la pubertad, aunque por lo demás, como en aquellos, de manera totalmente inconsciente. ¿Acaso este factor temporal se revelará un día como muy sustancial?"14

A mí entender, este factor temporal se revela sustancial en la fobia.

Una mujer de unos 50 años me consultó luego de haber superado con tratamientos anteriores verdaderos ataques de pánico. En ese momento le preocupaba su empobrecimiento económico. Casi no lograba trabajar. Su mundo se limitaba a los espacios familiares. Rehusaba presentarse en público. Tampoco conducía el automóvil. Basaba su estabilidad en la evitación de deseos, decía conformarse con aquello que vivía, y se sostenía entre el amor al padre idealizado que su marido representaba, y su tendencia a responder a la demanda de hijos y amigos. Ella era considerada por los demás esencialmente <buena>. Sin duda pagaba un alto costo por ello, un verdadero empobrecimiento de su economía libidinal que la aniñaba y detenía su camino en una queja: <siempre empiezo y no termino nada>.

La redistribución de goce, necesaria para crecer en cada tiempo de la infancia, se muestra a veces fija en el tiempo mismo del corte y perdura irresuelta comportándose como oscilación entre neurosis obsesiva e histeria. Su definición, sin embrago, es la radicalidad fóbica. Debido a eso, por edad se trata de adultos, pero a pesar de sus años mantienen rasgos de niños, cierta infantilidad propia de su lazo social evitativo y empobrecido.

Notas

1 Freud, Sigmund: "Inhibición, Síntoma y Angustia" (1926 [1925]), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, Tomo XX, Pág. 139

2 Freud, Sigmund: "El porvenir de una ilusión" (1927-1931), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, Tomo XXI, Pág. 42.

3 Fragmento extractado del libro "El Niño en Análisis y el Lugar de los Padres", Editorial Paidós, 2007.

4 Kierkegaard, Sören: "El concepto de la angustia", Madrid, Espasa-Calpe, 1979.

5 Spitz, Rene A.: "El primer año de vida del niño", ediciones Aguilar, Madrid, 1979.

6 Lacan, Jacques: El Seminario. Libro 10, "La Angustia", Buenos Aires, Paidós, 2006.

7 Lacan, Jacques : Seminario XXII R.S.I., clase del 21 de enero de 1975. Versión inédita.
"Un père n’a droit au respect, sinon à l’amour, que si ledit, ledit amour, ledit respect est –vous n’allez pas en croire vos oreilles –"père-versement" orienté, c’est-à-dire fait d’une femme objet petit a qui cause son désir."

8 Flesler, Alba: "El padre: Saber y creencia", Cuadernos Sigmund Freud Nº 25 "El psicoanálisis y la escena pública. Poder – Política – Perversión – Creencia.", Marzo 2006.

9 Flesler, Alba: "Tres versiones de la impotencia del padre". Trabajo presentado en la Reunión Fundacional para una Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis "Los Fundamentos del Psicoanálisis en el Fin de Siglo", Barcelona, octubre de 1998

10 Freud, Sigmund: "Análisis de la fobia de un niño de cinco años" (1909), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, Tomo X.

11 Lacan, Jacques: Seminario XVI: "De un Otro al otro", clase del 7 de mayo de 1969 (inédito)

12 Vegh, Isidoro: "Estructura y transferencia en la serie de las neurosis", Seminario dictado en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1987 (inédito)

13 Freud, Sigmund: "De la historia de una neurosis infantil (el <Hombre de los Lobos>), (1918 [1914]), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, Tomo XVII.

14 Freud, Sigmund: "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina", 1920, Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, Tomo XVIII, Págs. 151-152.

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