Volver a la página principal
Número 10 - Noviembre 2008
Algunas aportaciones sobre la clínica de la fobia
Raúl A. Yafar

Imprimir página

Las razones de mi dedicación al tema de las fobias están orientadas por dos consideraciones distintas, pero complementarias, ya que ambas atañen al tema de la constitución del sujeto. Por un lado, comencé mi práctica psicoanalítica trabajando con niños, donde el cuadro sintomático --- especialmente las llamadas "zoofobias" ---- es harto frecuente; por otro lado, porque creo que la presentación clínica de la fobia en los analizantes adultos es bastante más importante de lo que se refleja en las diversas publicaciones sobre clínica psicoanalítica. De hecho, podemos constatar que hay mucha más bibliografía sobre las neurosis histérica y obsesiva que sobre el posicionamiento fóbico, es decir, sobre la estrategia prevenida del deseo.

Son muy diversos los matices que este cuadro clínico pone en juego que no están lo suficientemente elaborados. Para empezar la fobia no es universalmente considerada ---- Lacan fue contradictorio al respecto ----- como una estructura neurótica en sí misma. No obstante, en este punto hay que destacar que, si bien hay 1) una importante movilidad dentro sus formas de presentación; así como 2) una fugacidad palpable en la instalación de su posicionamiento subjetivo; también es cierto que 3) la fobia se destaca por peculiaridades clínicas muy específicas.

El posicionamiento fóbico es totalmente distinto al de las otras neurosis, y es muy riesgoso llegar a orientar la dirección de la cura de un analizante, confundiéndolo, en este sentido, con un obsesivo o con un histérico. La relación al lenguaje, la presentación de su fantasmática, la implicación al síntoma, el modo de vivenciar la angustia son distintos, y por lo tanto el modo de leer su subjetividad también debiera serlo.

Veremos ahora algunos aspectos del problema que intentarán enriquecer su conceptualización.

El Deseo del Otro en la fobia

Mencioné recién el tema de si se debe considerar la fobia como una estructura o meramente como un síntoma, incluso si debiera ser pensada como una "placa giratoria", como gustaba decir Lacan, de la que se puede "virar" hacia otros cuadros clínicos. Quisiera, previamente, discutir un hecho que nos muestra la práctica con frecuencia: existe una especificidad muy característica del deseo materno en el sujeto fóbico, en la modalidad en que ha operado el deseo del Otro en su constitución de sujeto del deseo.

Se ha repetido que no hay perversión en la mujer. Si bien esto puede ser cierto ----es difícil encontrar un claro cuadro perverso en la clínica----, hay ciertos aspectos relacionables con la perversión que pueden vehiculizarse a través de la maternidad. En los pacientes fóbicos graves ---- me refiero a las agora-claustrofobias, así como lo que actualmente se ha bautizado como "ataque de pánico" o, asimismo, en las neurosis (actuales) de angustia ---- se puede escuchar a nivel del Otro del sujeto una intensidad siempre descarnada, a veces injuriosa, muy frecuentemente explotadora. Digamos, en síntesis, "sadiforme" en sus imperiosas solicitudes. Y allí, aunque no podamos hablar exactamente de perversión, operan mecanismos llamativos, que podríamos llegar a definir como "perversidad". Esto se complementa con la frecuencia en que el fuerte egocentrismo del sujeto materno lo hace insensible al reconocimiento del dolor --- imaginemos en este punto al sujeto en plena constitución subjetiva ---- que provoca con sus exigencias insaciables.

Es decir, alguna direccionalidad de la demanda del Otro, ferozmente dirigida hacia el "uso" del sujeto en formación, operando sin los velos de la ternura, sin los velos fálicos, sin aquello que podría servir de pantalla ante un deseo tan "purificado", tan poco encubierto. Esto hace que ese supuesto "deseo del Otro" termine por hacer juntura con alguna dimensión de lo me merecería calificarse mejor como "Goce del Otro" --- al modo de lo que ocurre, por ejemplo, en las pesadillas, tan asociables al espectro de la clínica de la fobia ----.

Este goce consigue ---- y en esto nos recuerda al fantasma perverso ---- que la división subjetiva quede depositada, aplastada fuertemente del lado del sujeto. Es decir, la madre no queda ubicada como quien entrega su falta, sino que es sobre el sujeto donde se "deposita" la división. Lo que lo deja, por lo tanto, en un estado donde casi constante, precoz y radicalmente se siente arrojado hacia el afecto de la angustia, es decir, como un objeto sin recursos y separado del campo del Otro.

El fantasma en la fobia

Barrado y excluido, entonces, del campo del significante, y representando por lo tanto la diferencia absoluta, la división subjetiva pura, es como encontramos a estos analizantes. Esto se ve en la práctica cotidiana, donde podemos detectar una posición fantasmática muy típica, que me gusta llamar "titilante". Así como las estrellas titilan, el fantasma en el fóbico está todo el tiempo prendiéndose y apagándose, se moviliza desparejamente, se sostiene con tal fugacidad que le impide reencontrarse sólidamente con su deseo en cada situación. No es que "dude" de su deseo, sino que no sabe "dónde está" cuando precisamente se encuentra en una escena desiderativa. Este lo acomete, lo inunda, lo desplaza sin aportarle una localización de sujeto. El sujeto "se comporta", pero no puede significar su acto.1 Por ello en la fobia predomina, ora la angustia, ora los miedos proyectados, pero siempre existe una inhibición en cuanto al deseo entendido como acto.

Esta peculiaridad se refleja en la construcción del yo en la fobia. Es lo que en algunos textos ya he denominado "instancia narcisista desenfocada"2. Así como hay fotos donde la silueta queda desdibujada porque hay un error en alguna de las mediciones, el contorno del yo, en la fobia, está difuminado, mal delineado, como si se vibrase y perdiese la nitidez. En síntesis, hay una pérdida de la transparencia en los bordes del Yo en la constitución del narcisismo.

Esto altera, obviamente, el lazo correspondiente con el semejante. Por lo cual se producen fenómenos de permeabilidad oralizada exagerada, como en los enamoramientos, donde el fóbico siente muy fácilmente que es invadido, penetrado, tomado, y esto genera un efecto de rechazo en relación al pequeño otro: una necesidad de mantener las distancias, sea como sea, con respecto a él.

La subjetividad fóbica

El posicionamiento de la fobia muestra con brutal pureza la inminencia de la constitución del sujeto: es una posición de umbral, donde el sujeto se manifiesta petrificado o golpeado por la proximidad de la barradura que lo tiene como efecto. Y clavado en ese instante donde la subjetividad entra en "fading", donde queda acotada entre dos significantes, habitando el intervalo entre los mismos, el fóbico se siente un objeto pasivo, zarandeado, vaciado, ajeno a toda escenografía imaginaria, desprovisto de cualquier forma posible de imaginar el mundo. Ésta es la cuestión arquetípica de la fobia.

En ese instante de constitución del sujeto, instante que normalmente debiera durar, precisamente, un "mero " instante, el tiempo se eterniza en la fobia, se extiende y no es un momento subjetivable para el yo, donde éste podría aprehender o apropiarse de lo que le está ocurriendo, con lo que podría decir en primera persona, "yo-soy-el-sujeto-que-quiere-esto". El fóbico permanece en un momento de vacilación anterior al que le permitiría decir ---- en primera persona del singular ----: "yo deseo.... tal cosa".

En efecto, ese proceso que desataría en el yo una apropiación de las pulsiones, no termina de acontecer, queda detenido, eternizado en su primer instante de constitución.

Un amplio campo clínico

El de la fobia es un campo más extendido que el de otras neurosis. No me refiero a las vicisitudes sociales --- que son inmensas también en la histeria y la obsesión ----, sino a la amplitud de su clínica desde el punto de vista de los matices de la subjetividad. Podemos abrir un arco que se tiende desde la neurosis de angustia, donde casi no hay posibilidades de sintomatología significante pasible de ser descifrada. Luego destacar las fobias a predominio espacial, las agorafobias, por ejemplo, o las fobias a las alturas, todas de objeto indeterminado, muy pegadas a la neurosis de angustia. Y recién después ubicar las fobias puntuales, síntomas en el sentido clásico, donde existe el cristal arborescente de algún significante, llamado "fobígeno"; donde se transmuta la angustia en esa forma de defensa que nombramos usualmente como miedo. Aquí podemos, por supuesto, citar la fobia del "pequeño Hans", protagonista del historial freudiano, a los caballos3.

En la infancia son muy frecuentes las fobias, y cuando no son demasiado graves, desaparecen solas. En general, los análisis de niños, salvo excepciones, son exitosos y no son muy extensos, pues los síntomas se disuelven rápidamente. Esto es porque en la infancia tenemos esa facilitación que implica el juego, ese enmascaramiento, esa forma de velo, de pantalla, esa escenografía lúdica que siempre permite y llama a la movilidad de los contenidos: una forma de empezar a "apantallar" un poco la angustia. Winnicott decía que el juego es "aterrador", porque detrás de su telón no hay "nada", pero por eso mismo su valor de marco fantasmático lo hace más eficaz en la cura de un niño.

De todos modos debemos aclarar que si bien muchos de esos "miedos" inocentes suelen remitir en la mismísima infancia sin necesitar siquiera tratamiento, muchas veces terminan extendiéndose toda la vida y acoplándose a la existencia normal del sujeto como rasgos de carácter.

Volviendo al significante de la fobia, Lacan lo define diciendo que sirve "para todo uso", pivote desde donde se abre la posibilidad de una apertura descongelante del síntoma en el análisis. Sobre este significante girará toda la resolución de la misma crisis de angustia que desencadenó el síntoma fóbico. El significante fobígeno es polarizante de la significación, es un catalizador del desarrollo historico-mítico que permitirá la "literalización" de la novela de cada sujeto que se oculta en su síntoma.

"Significante engrosado", como lo llama también, condensa y delimita un mundo suplementario cuando el significante del Nombre-del-Padre ha, al menos parcialmente, fracasado en definir la sexuación del sujeto.

La fobia, la perversión y el acting-out

Un tema crucial es el de la estrategia del deseo en relación con la fobia. Lacan definió las estrategias deseantes: insatisfacción en la histeria, imposibilidad en la obsesión y prevención en la fobia. Tenemos entonces chances de describir una posición en cuanto al deseo, sin que exista un síntoma concreto. El sujeto se ubica siempre en una continua anticipación: no suscitando el deseo del Otro, aunque éste de continuo parezca estar "asomándose".

Dijimos que Lacan consideró a la fobia como una "placa giratoria", a partir de la cual se podría derivar hacia otras neurosis o, incluso, hacia la perversión. Realmente, no estoy tan convencido de ello, pues me parece constatar que los sujetos que tienen un posicionamiento fóbico se mantienen así durante todo el análisis; incluso los que han tenido importantes mejorías siguen experimentando peculiaridades de la fobia siempre sobre sus espaldas. Nadie abandona fácilmente una estrategia deseante. Por otro lado, no he apreciado nunca encauzamientos hacia el lado de la perversión en mi clínica.

Aquí también habría que tener en consideración los modos del acting-out, pues un fóbico muy angustiado puede precipitarse constantemente hacia todo tipo de actuaciones --- tanto las peligrosas y contrafóbicas, como aquéllas donde la escenografía puede recordar ciertos temas "perversoides"-----. Pero esto no implica que se haya "instalado" una estructura perversa a partir de la fobia.

Como sea, no encontramos en la literatura analítica una diferenciación siempre clara entre la estructura perversa y el acting out, siendo cosas clínicamente muy distintas. Se suelen confundir muchísimo, por el predominio escenográfico y por ser respuestas ante la angustia en ambos casos. Aunque en una escena se detecten aspectos que se asemejen al contenido del acto perverso, y uno pueda suponer que el neurótico habitualmente no se entromete en esos terrenos más que en la fantasía, el aspecto transgresivo del acting out no es perverso en sí mismo, es un "artefacto transitorio", como gustaba llamarlo Lacan.

Y en el recorrido de la fobia, siendo muy fugaces, no instituyen "estructura". Más bien cabría la pregunta de si, aconteciendo en un análisis, no habría que revisar la dirección con que se está conduciendo esa cura en particular.

La identificación en la fobia

Esta evanescencia, este desenfoque del yo produce ---- además de peculiaridades en el fantasma, en la relación con el ideal del yo, etc. ---- formas de identificación muy específicas, que son de una permeabilidad insoportable. Cuando se aproximan a sus semejantes, los fóbicos se sienten absorbidos de un modo feroz, y aclaremos que absorbidos, pero también absorbentes del otro. Al sujeto en cuestión se lo describe usualmente como alguien incapaz de vincularse, pero es también cierto que cuando entabla una transferencia es un adherente fiel, alguien que cronifica los lazos más allá de su propio deseo. Es decir, establece una transferencia sin corte.

Continuamente estos analizantes se refieren al sentimiento de que algún progenitor los "habita", sea la madre o el padre, sea vivo o muerto: ellos tienen a los padres "dentro" de su ser. Y recíprocamente se sienten objetos pertenecientes a la esfera de sus padres, que los poseen por entero. Hay un modo de transitivismo muy específico en la fobia, que no encontramos en otras neurosis. El "mundo" del fóbico, en su conjunto, lo "quiere" invadir, lo "quiere" contrariar, lo "quiere" usar y maltratar... etc. Por ello, para hacer algo bien hecho y en su beneficio --- ambas cosas ----, él siente que lo tiene que hacer solo. Y esto porque el otro, en realidad, está para ensañarse con su fantasma personal y abolirlo.

Hay que reparar cuidadosamente, entonces, en los aspectos paranoides del fóbico, porque angustiado y descompensado, se siente fácilmente perseguido por todo y por todos, y no hay por qué pensar que es un pre-psicótico que se está descompensando. Si él quiere estar seguro, aislado, lejano, apartado de toda escena de deseo, es porque está combatiendo su propia disposición "pegajosa", adhesiva, aquélla que lo dejaría inmerso, permeabilizado casi osmótica y obscenamente en el otro con excesiva facilidad. De hecho mantiene, cuando se enamora, una gran atención dirigida al control de los movimientos del semejante. Un fóbico puede llegar a ser extremadamente egocéntrico en sus solicitudes.

Este transitivismo tan pleno de fenómenos de intrusión de un yo dentro del otro, no tiene la concretud que se observa en la paranoia psicótica, donde se finaliza objetivando algún enemigo concreto --- y a veces tratándolo como tal ----. El otro del fóbico consigue tan sólo entrar dentro de su ser, desarticulándolo, evaporándolo, poseyéndolo, pero a nivel de sus vivencias. Esto desata escenas dolorosas, de tipo oral canibalístico, al modo de sentirse "devorado", engullido, desmembrado, estallado. O escenas ligadas a la envidia, por el odio "voraz" de los otros.

Toda esta intrusión nos obliga a pensar si no existe una mala constitución, no solo del yo, sino de los aspectos más arcaicos del cuerpo, aquellos que se instituyen y establecen en las etapas pre-yoicas, es decir, cuando el estatuto del cuerpo se vive en una indiscriminación interno-externa, cuando el cuerpo y el medio exterior son topológicamente una banda de moebius.

La figura paterna en la fobia

Para terminar, no quiero dejar de mencionar los matices que caracterizan al padre de un analizante fóbico. En términos generales, se trata de un padre cariñoso, un compañero fiel, bondadoso, aunque algo "asimilado" a su hijo. Y esto es muy claro en el historial freudiano4 .

Veamos algunas anécdotas curiosas, pues tenemos afortunadamente bastantes datos históricos del historial freudiano del "pequeño Hans". El verdadero nombre del muchacho era Herbert Graf y el de su padre Max. En el año 1972 le realizan un largo reportaje para la revista Ópera News ---- él, ahora, tiene setenta años y es un famoso director de escena de ópera ----. Allí se le revela al mundo quién había llegado a ser nuestro querido "Juanito".

Hans tenía una relación con su padre muy hermosa, sentía una admiración profunda que lo acompañó toda su vida. De hecho, en el historial se ve el vínculo de confianza sólida que hay entre ellos. El padre de Hans era un erudito musicólogo. Además, como ensayista, escribía sobre muy diversos temas: era un intelectual generoso en todas las ramas del saber, que se relacionó con grandes científicos, artistas y pensadores de su tiempo. Pero es notable cómo mantuvo con su hijo una relación tan admirable, pese a su inoperancia deseante con respecto a la madre. Hans, todavía a los setenta años, poco antes de morir, seguía hablando con mucha emoción de su padre y sus relatos nos trasmiten una gran calidez5.

Si recapitulamos sobre el historial, este padre aparece como un discípulo siempre fiel a Freud, "donándole" a su hijo en tanto que portador de un síntoma. Esto le sirve a Freud a los fines de comprobar sus teorías psicoanalíticas. Es cierto, además, que aún antes de que se desencadene el síntoma de la fobia a los caballos él ya había aportado una gran cantidad de material, sobre todo cuestiones pre-sintomáticas de tono lúdico ligadas a la fase genital infantil. Además, Freud no sólo recibía datos sobre este niño, sino que lo conocía muy bien, lo veía en su propia casa, así como le hacía regalos de cumpleaños6.

Recordemos asimismo que en el historial también se detalla una consulta concreta a Freud, donde se despliega un triángulo muy interesante entre los tres hombres. En otros fragmentos el padre intempestivamente pide asociaciones al niño y éste lo limita sabiamente, pues está jugando. En última instancia, de lo que se trataba es de anotar todo lo que él "decía" y "hacía", para mandárselo al inteligente "profesor". El niño detiene a ese padre, que es demasiado preguntón y le advierte sobre su mera función de "secretario de actas", por decirlo así, al servicio del Sujeto-supuesto-Saber. Expresa de este modo su clarísima inteligencia e intuición de lo que es un análisis.

Este historial es legítimamente uno de esos casos maravillosos donde el dolor del existir se hizo presente para todos nosotros a través de la pluma de Freud. Resulta una patentización real, entonces, de un dolor universal: el de nuestro propio sufrimiento neurótico.

Notas

1 No es lo mismo que un analizante subjetive un acto nombrándolo como "estoy llorando", que meramente diga "sentir que unas lágrimas ruedan por las mejillas".

2 Ver la reunión dos de mi libro "Amor y Perversión".

3 Y volviendo al tema de la infancia podemos recordar que, en general, todos los pacientes famosos del psicoanálisis de niños fueron fóbicos: Richard, Hans, "The piggle", etc., etc.

4 Se pueden discernir los antecedentes en el Seminario Cuatro de un eje fundamental en la teorización de Lacan de la función paterna. Este no pasa sólo por el tema del significante del Nombre-del-Padre, como en el seminario anterior sobre la psicosis, sino por las nuevas categorías de Padre Simbólico, Real e Imaginario. En mi último libro, "Fobia en la enseñanza de Lacan", éstas reciben un amplio desarrollo.

5 También me he dedicado a reunir todos los datos y anécdotas disponibles sobre esta relación en un capítulo del libro recién citado.

6 ¡Recordemos que a los cuatro años Freud le regala al niño un caballo de madera para su cumpleaños!

Bibliografía:

Freud, S.: "Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)" (1909, Amorrortu Editores).

Lacan, J.: "Libro Cuatro del Seminario: Las relaciones de objeto" (1956-7, Editorial Paidós).

Yafar, R.: "Amor y Perversión" (1989, Vergara Ediciones)

"El Caso Hans. Lectura de Freud" (1991, Nueva Visión)

"Fobia en la enseñanza de Lacan" (2004, Letra Viva).

Revista "Opera News": "Memorias de un hombre invisible. Herbert Graf recuerda medio siglo de vida en el teatro" (cuatro números de Febrero de 1972).

Volver al sumario de Fort-Da 10

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet