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Número 11 - Agosto 2014
Abordaje psicoterapéutico a
padres de niños con discapacidad
María de los Angeles Abraham y Gloria Hebe Sosa

RESUMEN

El presente trabajo intenta realizar algunas consideraciones sobre las modalidades que va adquiriendo el vínculo de las madres con los bebés que nacen con algún tipo de discapacidad. Las consultas se han realizado a través del Programa de Atención Temprana del Servicio de Psicología de la Facultad de Ciencias Humanas (UNSL), El Programa consideraba como requisito indispensable, el tratamiento de los padres paralelo a la atención de los niños.
Este abordaje incluye un periodo de atención individual a la pareja de padres, para luego pasar a una instancia grupal.  Esta instancia se plantea como técnica psicoterapéutica con ambos padres, o en su defecto con uno de ellos. En este momento haremos referencia al primer periodo de tratamiento haciendo hincapié en el análisis de casos donde hemos observado sentimientos diversos que van desde el distanciamiento emocional, a la necesidad de sobreprotección, culpa, soledad, y en un nivel más profundo el disgusto, enojo, y otras sensaciones que la situación les provoca. Asimismo incluimos en esta presentación las características que presenta el vínculo terapéutico, los sentimientos contratransferenciales, y las dificultades que se suscitan en él.

Palabras clave: Discapacidad, Abordaje temprano, Vínculo terapéutico,

Abstract

This work examines how the bond between mothers and their handicapped children develops. They are part of the Early Consultation Program of the Psychology Service from the Faculty of Human Sciences of National University of San Luis. This Program has as mandatory requirement parents’ treatment in parallel with their children. This work deals specifically with the first period of treatment focusing on the analysis of cases where different feelings such as emotial detachment, overprotection needs, guilt, loneliness, as well as upset and anger at a deeper level, the situation arouses in them. Furthermore, the characteristics of the therapeutic bond, counter-transferential feelings and the difficulties this bond causes are put forward.

Key Words: handicap, early treatment, therapeutic bond 

“Me dijeron que es Down, pero solo un poquito”

Mariela

Atender a padres de niños que han nacido con una discapacidad, enfrenta al psicólogo con una situación de tal contenido emocional, que deberá apelar a todos los recursos posibles para  poder convertirse en un continente adecuado para tanta angustia. Estos recursos incluyen el propio análisis, la capacitación, estudio, supervisión, y el trabajo en un equipo interdisciplinario que proporciona a sus  miembros el sostén que deviene de sentirse acompañado ante la complejidad de estos cuadros y ante la fuerte repercusión emocional que conmociona a quienes rodean al bebé.
No solo es necesario plantearnos la necesidad de enfrentar el dolor del otro y buscar las técnicas más adecuadas para abordarlo, sino también reconocernos en nuestras propias resistencias y temores. Solo a partir de haber recorrido este camino podremos aventurarnos en la difícil tarea de trabajar con la discapacidad.
En esta oportunidad nos referiremos al trabajo con padres de niños entre cero y tres años, que han nacido con algún tipo de trastorno en el desarrollo. Debimos  enfrentarnos con situaciones de un fuerte impacto emocional que en un primer momento les resultaba difícil de comunicar y de pensar: podríamos decir que se habían quedado sin palabras. Cuando pudieron comenzar a hablar, aparecieron frases como: “me quedé sin piso”, “no entendía nada”, “no creía en lo que veía, ni en lo que me decían”. Solo después de transitar los primeros momentos fue posible que empezaran a dar forma a estos sentimientos que daban cuenta del desconcierto, turbación, y caos en el que se encontraban inmersos.
Desde nuestro rol se hacia necesario proporcionar un continente emocional acorde para esos padres que en los primeros momentos se paralizan y quedan desorientados, angustiados, enojados y por sobre todo intensamente agobiados por el dolor.

El vínculo temprano como estructurante del psiquismo

El deseo de tener un hijo se comienza a gestar desde los primeros años de la vida, y al llegar el momento del embarazo se concretan muchos de esos sentimientos y anhelos, apareciendo la posibilidad de recrear antiguos vínculos y de proyectarse en el niño que viene. La historia personal de los padres, sus experiencias como hijos, sus deseos y sus frustraciones irán forjando la imagen de lo que esperan de su futuro bebé. Todos esos sentimientos y actitudes frente a la maternidad y a la paternidad marcarán los comienzos de un vínculo que se expresará con mayor o menor conflicto, y que irá definiendo la calidad del apego entre padres e hijos.
Por otra parte, esa relación temprana que al momento del embarazo enfrentará la posibilidad concreta de verse realizada, tendrá un efecto altamente estructurante para el psiquismo del ser en gestación. Más allá de las manifestaciones conscientes de alegría o de rechazo, de omnipotencia o de duda, el futuro bebé recibirá toda aquella historia con la fuerza que le provee el afecto que la acompaña.
Brazelton y Cramer, en su libro "La relación más temprana" (1993) analizan con cuidadoso detalle estos sentimientos y fantasías que se vienen acumulando en la vida de los futuros padres, desde lo que ellos llaman la "prehistoria del vínculo", hasta los que acompañan al periodo mismo del embarazo, en los "albores del vínculo". Aurora Perez (1998) plantea que se produce una configuración mental en los miembros de la pareja, un diseño armado a pura propuesta desiderativa, de cómo será física y emocionalmente el bebé, a quién se parecerá y a quien no, como así también el nombre que lo designará. Esa prehistoria tiene que ver con aquellas fuerzas tanto naturales como sociales o ambientales que llevan a los seres humanos en general, hombres y mujeres, a desear tener un hijo. El embarazo marca el comienzo de una etapa diferente: se cristaliza un sueño, una fantasía comienza a transformarse en realidad. Estos padres inician una relación con un nuevo ser que ya goza de una identidad, una relación temprana, la relación "más temprana".
Haciendo una recorrida desde aquella prehistoria, veremos que se fueron conjugando experiencias variadas en los progenitores, hasta el momento mismo del nacimiento, cuando, al decir de Brazelton y Cramer (op.cit), se combinan tres bebés: el fantaseado, el feto real y no conocido, y este niño concreto y real. Es una situación cargada de fuertes expectativas y emociones, que plantea un acomodamiento ante un niño que nunca es el fantaseado por sus padres, por lo que deberán elaborar la pérdida de aquel bebé idealizado para poder habilitar un lugar al hijo concreto y real.
La maternidad suele ser definida como la capacidad de hacerse cargo de los cuidados físicos y emocionales del hijo, creando un ambiente de ternura y bienestar entre ambos. Aunque los sentimientos maternos han sido enaltecidos de diversas maneras, ya Winnicott (1984, 1996) señalaba que éstos no son tan puros ni tan simples, puesto que conllevan conflictos, ambigüedades y ambivalencias. Son ambiguos en la medida que el bebé es considerado por su madre como parte de sí misma y como un ser separado al mismo tiempo. “Es una realidad propia y una fantasía materializada” (Oiberman 2001).
Por otra parte, del mismo modo que ahora se habla de la ambivalencia materna, con sus sentimientos contradictorios de amor/odio, se considera al bebé, no ya como un sujeto receptivo pasivo, sino como un individuo activo, con capacidad para responder y comunicarse con el mundo. Brazelton (op.cit) considera que el equipamiento innato del bebé juega un rol fundamental en el establecimiento de la relación madre-hijo. Con esto queremos decir que consideramos que esta relación tiene una doble dirección, en tanto ambas partes se influyen y modifican mutuamente. Kaye (citado por Oiberman 2001), se refiere a la “extraordinaria transformación del organismo humano del recién nacido en una persona…. y esto depende tanto del comportamiento del adulto como de la capacidad cognitiva intrínseca del bebé”.
Las investigaciones actuales proponen un replanteo respecto a las creencias de que el bebé al nacer no ve, no escucha, ni puede distinguir los elementos de la realidad. Por el contrario, ahora se sabe que el recién nacido percibe el rostro materno y ve con nitidez a una distancia de 30cm. Algo similar ocurre con la capacidad  auditiva, desde el sexto mes de gestación escuchan las voces de sus padres y los ruidos internos y externos. A pocas horas del nacimiento el bebé reconoce y prefiere la voz materna que ya escucho dentro del útero.(Casper & Fifer, citados por Mathelin, 2001, pag.41)
Brazelton (op.cit) señala que los lactantes están programados para establecer contacto con los que los rodean y necesitan de las respuestas de los otros para evolucionar adecuadamente.
Estos conceptos son ampliados por las investigaciones realizadas por Meltzoff, Trevarthen y Stern, a partir de las  observaciones de bebés. Si bien cada uno marca su postura personal respecto a la intersubjetividad en la infancia, los tres advierten sobre la capacidad del niño pequeño para captar el estado emocional del otro. Meltzoff (1985, 1990) observa intentos de imitación de algunos gestos, como abrir la boca, sacar la lengua, en bebés de sólo 42 minutos de vida, siendo esta imitación claramente intencional. Trevarthen, por su parte, considera que el infante demuestra una consciencia crucial de los sentimientos y propósitos de sus compañeros, previos a la palabra y al lenguaje. Stern (1997), investiga sobre las relaciones interpersonales que se establecen entre el recién nacido y su madre. Postula que los primeros momentos son cruciales en la formación de experiencias y que es a partir de éstas que el lactante aprende a relacionarse con los demás.

Un encuentro que es un desencuentro

El encuentro entre la mamá y su bebé  en el momento del nacimiento viene signado tanto por la historia de ella, como por el bagaje genético y las experiencias intrauterinas del infante. A esto se suma lo señalado anteriormente en cuanto a la capacidad del bebé para captar las señales, afectos e intenciones de la mamá o de quien cumpla ese rol, lo cual permite afirmar que entre ambos van construyendo una forma de intersubjetividad, en la que cada uno va organizando al otro.
Estamos de acuerdo en que nunca el bebe es igual al esperado y fantaseado por los padres, lo cual exige un re-acomodamiento para establecer un nuevo tipo de vínculo. En la medida que ese proceso ocurra con menos conflicto, los intercambios también se plantearan en forma más saludable.
Pero cuando una marca o una discapacidad se hacen presentes en el hijo real, y la distancia entre éste y el bebé esperado e idealizado es muy grande, la diferencia provoca una verdadera ruptura en el vínculo. Sara Amores (2004) plantea que en la medida en que es mayor la diferencia entre el niño ideal y su presencia en la realidad, mayor será el esfuerzo psíquico que demandará a los padres su aceptación. El nacimiento de un hijo discapacitado marca un punto de inconsistencia, una ruptura en la organización familiar vincular programada, produciendo de alguna manera, un “no-encuentro” con ese hijo real que por otra parte busca un encuentro, un acercamiento, busca a una madre.
Si tenemos en cuenta que la mirada materna, como lo plantea Winnicott (op.cit), es el primer espejo en el que el niño se mira, es a través de ella que el bebé con una marca empieza a captar y a sentir que no todo está bien. Este encuentro/no encuentro con un hijo que no satisface las expectativas de sus padres, que no va a poder cumplir con lo que ellos habían deseado para su desarrollo, conlleva un sentimiento de frustración, acompañado de estados de fuerte angustia, confusión y ambivalencia; estamos ante lo que Piera Aulagnier denominó “traumatismo del encuentro”.
El impacto que produce el niño discapacitado se puede equiparar a la vivencia de una situación traumática que sobrepasa la capacidad del psiquismo para procesarla. En lo real este niño no es como los otros, es, parafraseando a Jerusalinsky, (1998) como “encontrarse con el pregonero de la muerte al doblar la esquina”. Equivale al impacto que produce lo siniestro.
La pareja parental, en un intento de mitigar la realidad vivenciada con esas características, pone en funcionamiento mecanismos de defensa tales como: la desmentida o la desestimación. La desmentida conlleva un sentimiento de extrañamiento: "No me puede estar pasando a mi", "No lo puedo creer", “lo estoy viendo y no lo puedo creer”. Estas son algunas manifestaciones de este sentimiento y expresan un desesperado intento de alejarse, de negar, de no tomar contacto con una realidad que les resulta muy dura. Pero también es un indicador de un profundo rechazo, de la no-aceptación de este nuevo niño con todas sus particularidades. "Mi niño no mío" dijo una mamá en una de sus primeras entrevistas, y de esa manera expresó gráficamente lo que venimos diciendo: la aceptación de una realidad, y al mismo tiempo su rechazo.
La desestimación está relacionada con la indiferencia, sería el no ha lugar, para registrar algo de la realidad. No hay representación, como si el hijo discapacitado no hubiese nacido o como si tal discapacidad no existiese y fuera una equivocación de los médicos. Cuando esta situación es la que prevalece en la pareja parental o en la familia, se bloquea la posibilidad de contener, de proteger, de investir a ese hijo con el amor, y de dar lugar a que surja el deseo, dejándolo fuera de toda probabilidad de narcisización.
Si estos sentimientos logran ser elaborados, sufridos, y resueltos, permitirán disponer de la energía psíquica necesaria para ser empleada en habilitar un lugar  de encuentro donde hasta ahora solo había desencuentros.

EL TRATAMIENTO DE LOS PADRES

Ariel Pernicone (1999) señala que el psicólogo no sale igual después de la experiencia de tratar con padres de niños con alguna discapacidad. Observa además que hay por lo menos cuatro aspectos que deberán atenderse en estos casos: la herida narcisística producida al sentir que han engendrado un  hijo con una falla; la depresión materna, que generalmente tiene características singulares y que se transforma en el más importante obstáculo en el proceso de humanización de ese bebé, en tanto más de una vez lo deja en situación de abandono emocional; el lugar que ocupa el hijo en la fantasía de los padres, y por lo tanto la resolución del duelo por el hijo perfecto soñado; y finalmente, la ambivalencia materna y paterna, que se puede observar en los sentimientos de amor/odio, los deseos de muerte y la consiguiente culpa.
Atender a las madres que consultaron en el Servicio de Atención Temprana que habíamos inaugurado hace unos años en el Centro Interdisciplinario de Servicios de la UNSL, nos confirmó en gran medida lo planteado por Perniconi (op.cit). (1)
En el Servicio recibíamos las consultas de niños entre 0 y 3 años con diferentes tipos de problemas, tratando de dar una respuesta que considerara tanto al niño como a sus padres, poniendo en primer plano la necesidad de cuidar, re-establecer y a veces establecer el vínculo madre-hijo. Los pacientes eran recibidos por uno de los profesionales del equipo, generalmente un psicólogo, que realizaba una entrevista abierta, y luego una historia clínica detallada. A partir de este primer encuentro, y luego de la discusión en reunión del equipo interdisciplinario, se proponía o resolvía la dinámica a seguir, donde siempre estuvo incluida la intervención del médico pediatra y de la especialista en Atención Temprana. En situaciones particulares cuando el caso así lo requería el niño era evaluado por la fonoaudióloga, la fisioterapeuta, el neurólogo o la psicóloga.
Aquí haremos referencia al tratamiento psicológico de los padres, que se planteó como condición necesaria para atender al niño. Es importante hacer la salvedad de que solamente un padre asistió a algunas pocas entrevistas, y el resto de las consultas se realizaron sólo con las madres. Las edades de las mismas oscilaron entre los 15 y 36 años.
La propuesta de tratamiento se podría sistematizar en tres momentos: 1) entrevistas iniciales; 2) atención individual y 3) atención grupal.

1) Las entrevistas iniciales

Estas primeras entrevistas tenían la finalidad de conocer e investigar las características diagnósticas de los padres, y permitirnos plantear las estrategias terapéuticas más adecuadas.
Las madres generalmente iniciaban su discurso abocándose a la descripción detallada de la historia clínica de sus hijos, como si su modo de presentación fuera a través de los problemas de aquellos. En los casos de las adolescentes, sin embargo, podían comenzar a hablar de sí mismas mas fácilmente, pero refiriéndose a las problemáticas de relación con sus padres o con sus parejas. Era necesario un fuerte reaseguramiento por parte del terapeuta para que se animaran a mostrarse y presentarse con sus dolores. El hablar de la patología les servía a algunas de ellas como forma de mantenerse alejadas de sus propias angustias. En general se habían asesorado sobre las características de los trastornos que presentaban sus hijos, y podían explayarse largamente sobre ello. Con las más jóvenes, dos de las cuales contaban solo con 15 y 16 años, la temática giró principalmente alrededor de la culpa: culpa por haber tenido relaciones sexuales con parejas no aceptadas por sus padres, por haber sido desobedientes o malas con sus madres, entre otras.
Si bien en ocasiones el niño nacido con una marca, física o intelectual, suele ser considerado como un regalo divino e investido con un manto de bienaventuranza religioso, es aún más común, como en las situaciones planteadas, que sea vivenciado como la presentificación permanente del castigo por pecados cometidos.
“...mi mamá siempre me dijo que Dios me iba a castigar por todo lo que yo le había hecho a ella .... y Francisco nació ciego...”
“ ...mi padre estaba tan enojado que me decía que iba a tener problemas (el bebé) por tener relaciones con el hermano mas chico de él...”
Durante las entrevistas los niños eran sostenidos fuertemente contra el propio cuerpo, dando la impresión de estar fusionados, adheridos. Sin embargo, podían hablar muy poco del hijo. Esta modalidad de estar con el bebé, que más que un vínculo es una fusión entre ambos, se repetía con variaciones en todos los casos. Cuando los niños ya habían adquirido la marcha las madres mostraban mucha reticencia a separarse de ellos, y para dejarlos a cargo de otros, aún del mismo padre. Esto tenía como consecuencia que más de una vez venían a la entrevista psicológica con los niños, lo cual era un verdadero obstáculo para el establecimiento del vínculo terapéutico.

2) Tratamiento individual

 Se planteaba como condición necesaria para el abordaje terapéutico del niño. Sin embargo, en todos los casos el proceso perdía continuidad por las frecuentes inasistencias, que tenían como justificación común, la dificultad para dejar al niño al cuidado de otros. La concurrencia a las sesiones de estimulación temprana con la especialista, en cambio, era la esperada.
Esta actitud producía diferentes reacciones en el equipo de trabajo. Por una parte, sentíamos que nos dejaban el niño para que nos hiciéramos cargo de él. Por otra, como las sesiones con el bebé se realizaban con la presencia de la madre, éstas solían usar ese espacio para plantear sus propias preocupaciones, complicando el quehacer de la profesional y dispersando su atención. Esto da cuenta de las características ambivalentes del vínculo, por lo que llevaban al niño a consulta y a su vez boicoteaban el tratamiento, intentando ocupar ellas la atención de la especialista. En los pocos casos en que el tratamiento psicológico de las madres se desarrollaba de acuerdo a lo propuesto, el del niño evolucionaba con mayor efectividad.
Una conducta muy común en las madres, era que asistieran en momentos en que se sentían muy invadidas por la angustia, utilizando la sesión como una catarsis. En esas oportunidades no lograban escuchar mucho y lo único que podíamos era ofrecer nuestro sostén y contención. Las intervenciones que permitían eran escasas y se dirigían a trabajar en la elaboración del duelo por la discapacidad del hijo. Sin embargo pasados estos momentos, se repetían las ausencias y por lo tanto el proceso terapéutico se revertía sufriendo retrocesos o detenciones importantes. Mas allá de estas manifestaciones, subyacen inconscientemente sentimientos ambivalentes que van desde los deseos de muerte al afán por cuidar y sacar adelante este niño que ha llegado al mundo con un menor equipaje que otros. Estos deseos de muerte hacia el hijo se manifestaron de diferentes maneras en todos los casos: en descuidos que los llevaban a frecuentes internaciones, en lapsus, en expresiones verbales conscientes siempre referidas a situaciones pasadas: “pensaba si no hubiera sido mejor... “  Dejaban la frase inconclusa. ¿Qué  querían decir?; “¿que hubiera muerto? O que no hubiera nacido?”. O referían anhelos de regresar a épocas pasadas en que el niño aún no había llegado. La culpa que acompañaba a estos sentimientos tenía como consecuencia una necesidad imperiosa de reaseguramiento permanente del bienestar del bebé, por lo que no soportaban separarse aún por intervalos muy pequeños.
Esa misma ambivalencia los llevaba a acercarse y alejarse de la ayuda psicológica asumiendo y tratando de enfrentarse con su realidad o acudiendo a la denegación y hacer como si no existiese. “Es down, pero solo un poquito”; “sentía necesidad de saber cuanto veía y lo ponía a prueba todo el tiempo”. De una manera u otra mostraban la necesidad de que esta realidad se hubiese modificado, que no fuera tal. En ese afán ponían en riesgo el vínculo con el bebé, que solo se percibía por la falta, por lo que puede o no puede. En otros términos, es la manera en que se debaten entre la aceptación y el rechazo del niño fallado.
Contratransferencialmente estas madres provocaban una sensación de fragilidad y de temor a dañarlas. El peligro en caer en cotraidentificación proyectiva era claro y en más de una oportunidad delegábamos nuestra función terapéutica cayendo en la compasión o el deseo de ayudar a resolver los obstáculos concretos que se les presentaban.
Si bien había diferencias entre las madres en cuanto a la edad de sus hijos y el tiempo transcurrido desde el diagnóstico, en general todas se encontraban en proceso de elaboración del duelo.
Como podría esperarse, las madres que tenían un bebé de uno o dos meses se encontraban en las primeras etapas del mismo variando entre la negación y la desesperación. Consideramos que sólo algunas se encontraban en una etapa más evolucionada del duelo, aunque mantenían conductas de apego inseguro.

3) Etapa de atención grupal

La propuesta terapéutica incluye la inserción de las madres en un grupo psicoterapéutico, posterior o paralelo a la atención individual. La tendencia al aislamiento común a los padres y familias de niños con necesidades educativas especiales, nos llevó a proponer la modalidad grupal de tratamiento, que además de las posibilidades terapéuticas que proporciona, brinda un espacio para expresarse con libertad y compartir sus experiencias con otros que están en situación similar, es decir, para no sentirse solos ante una situación tan difícil de elaborar.
El tratamiento individual previo, ponía su acento, en la generalidad de los casos, en la elaboración del duelo que enfrentan los padres cuando se encuentran con un hijo que ostenta una marca orgánica. Solo cuando la situación de crisis, con el alto nivel de angustia y confusión que conlleva, ha dado paso a la posibilidad de pensar en el hijo y de pensarse a sí mismas, estarían en condiciones de pasar a esta 3ª etapa. La decisión tenía su fundamento en que las situaciones de duelo reciente se convierten en un obstáculo para ingresar a un grupo psicoterapéutico, en tanto las fuertes necesidades de continencia y sostén solo pueden resolverse en la relación dual terapeuta-paciente.
Este proceso individual inicial, en algunos casos, y por las condiciones ya mencionadas, se prolongó por un tiempo mayor que en otros, lo cual  dificultó la iniciación del trabajo grupal en los términos que habíamos previsto. Solo dos madres llegaron a estar en condiciones para ingresar a grupo luego de un año de haber comenzado con el Servicio, y otra unos meses después, por lo cual aún no fue posible la implementación de esta instancia.

CONCLUSIONES 

La experiencia nos permitió observar con claros detalles las dificultades que se presentan en los primeros momentos de la relación con el bebé, quien a su vez va respondiendo de acuerdo a sus propias características, y en función de las posibilidades de sus madres o de quienes ocupen ese lugar.

Hemos considerado cuatro aspectos principales para analizar esta experiencia:

A) El impacto ante la marca del hijo. Buena parte del trabajo con los padres consistió en la elaboración de la situación traumática ante la cual se resguardaron con defensas tales como la negación, la desmentida o con la racionalización. Si bien en uno de los casos los padres conocían previamente que existía la posibilidad de alguna malformación en su bebé, esta situación no planteó diferencias respecto a los demás. El choque que se produce ante la presencia del hijo fallado, los paraliza y es como que el tiempo se suspende, quedando solo en la conciencia ese pedazo de carne, que debe ser atendido, sometido a cirugía o a tratamientos violentos o agresivos, y que en algunas ocasiones significó además la separación de la madre para ser colocado en una incubadora, o llevado a terapia intensiva. Nuestra acción en este momento tendió por sobre todo a proporcionar un sostén, que luego permitiera enfrentar el trabajo de duelo por el hijo imaginado y la posterior aceptación del hijo real.

B) El vínculo con el niño. En todos los casos observamos dificultades importantes, aunque con características diferentes:

C) La falta del padre: La fantasía de autoengendramiento que aparece en general en las madres de niños con discapacidad (Amores, op. cit) las conduce a sentirse únicas responsables de lo que han procreado. Por ello, aún cuando hay un padre presente, éste queda a un costado y ellas se encuentran en una angustiante soledad.  Uno de los ejes sobre el cual debimos dirigir permanentemente la atención tenía que ver con la necesidad de ayudarlas a que pudieran dar y darse el permiso para introducir al padre. Este proceso apuntaba a:

  1. resolver la culpa ligada a aquella fantasía de haber engendrado solas este niño “mal-hecho”;
  2. resolver sus propios conflictos relacionados con la figura paterna, lo que posibilitará ceder al niño, y confiar en la capacidad del padre para asumir su rol;
  3. en los casos en que los padres efectivamente no están se hace necesario trabajar con ese otro duelo que tiene que elaborar la madre, y que muchas veces impregna totalmente el vínculo con el hijo.

D) Características del vínculo terapéutico: El mayor obstáculo aparece en las diferentes formas que toma la resistencia que se manifiesta  en: dificultades para asistir a su propia terapia; ocupar las sesiones con la estimuladora temprana para plantear sus conflictos y  sus angustias; no escuchar; o utilizar ese tiempo solo para realizar  una catarsis y luego ausentarse por dos o tres semanas. En todos los casos la resistencia tenía como origen la dificultad para pensar en este hijo, en esta realidad que se les presenta, y para pensarse a si mismos como padres de un bebé con una marca. En tanto no se habla de ello, se alberga la ilusión fantaseada de que nada sucede.

Sin embargo, cuando la alianza se establece y los padres pueden hablar de todos aquellos innombrables, de sus miedos y sus dolores, como de su frustración, su odio y deseos de muerte, cuando pueden permitirse ser sostenidos y cuidados por el terapeuta, salen con una perspectiva distinta, pueden empezar a crear nuevamente. Pueden crear ese bebé y dejarse crear como padres por él. 

Nota:

(1) El trabajo lo llevamos a cabo en el Centro Interdisciplinario de Servicios de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad  Nacional de San Luis, donde funciona un Programa de Atención Temprana. Este Servicio atiende la consulta de niños desde los 0 a los 3 años que presenten problemas en el desarrollo que acuden espontáneamente al Centro o por derivación pediátrica.

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