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Número 12 - Diciembre 2017
Identificación primaria
La deuda materna con el Padre Muerto (1)

Silvia Amigo

En el primer capítulo  afirmábamos que nada asegura que el soma de un chico se case con el lenguaje a pesar de que está probado que el aparato neurológico de un humano sano es potencialmente capaz de comprender el lenguaje. Incluso en los casos impactantes que ha trabajado Héctor Yankelevich (2),  los chicos autistas de los que se ocupó comprendían lo que se les decía y hasta indicaban con un índice en alto u otro gesto algo que quisieran hacer comprender a los humanos de su entorno. Esto indica que el cerebro humano normal cuenta con la capacidad de comprender el lenguaje, lo que no quiere decir, en absoluto, que el lenguaje se haya inscripto, como traza, en el soma y lo haya hecho devenir un cuerpo. Y sólo un cuerpo libidinal es capaz de investir el vacío laríngeo para lanzar el hecho fundacional de la fonación..

Para que el lenguaje produzca un sujeto hablante ahí donde había un infans tiene que pasar a ser incorporado, lo que –como veremos- implica un pasaje por el escrito. La prueba de ello la ofrecen los autistas, quienes no hablan pero comprenden las indicaciones de los padres,  las del terapeuta. Esta comprensión evoca la efectividad cibernética y no la capacidad poiética de la que es capaz, desde muy temprano, un niño “normal”.La consecuencia en el soma se ve a simple vista: el aspecto físico de estos niños no escapa al formato bizarro, cibernético, maquinal.

¿Qué tiene que suceder para que lo que era soma devenga cuerpo y lo que era lenguaje devenga simbólico y por ende escriturable?

Nuestra hipótesis –que, de resultar cierta cava una distancia no reductible con la psicolingüística, lo que no implica que algunas observaciones de esta corriente no sean utilizables por el psicoanalista- es que la posibilidad de que se opere este verdadero cambio fundacional depende de la transmisión o no, por parte de la madre, de la deuda que en principio ha contraído con el Padre que opera en ella.  Una mujer deviene madre cuando el pasaje por su propio Edipo ha estabilizado en ella una relación con la falta fálica. No se trata de que tener un niño sea el único destino posible de salida del Edipo femenino. Pero si una mujer hace venir un niño al mundo, si elige dar curso a ese acto que podría evitar, entonces resultará propicio para su bebe que lo haga equivaler con la falta fálica. Si un niño fuera sólo la afirmación del pleno del ser de una mujer, y no de su falta de ser, que sólo el falo es capaz de escriturar, el desenlace trágico no se haría esperar (3).

 Uno de los personajes del grupo de amigos de la inefable Mafalda, Susanita, personaje antipático, rubia tonta y ambiciosa, muestra sin embargo, estructuralmente, que mucho antes de que una niña comprenda qué significa casarse ni mucho menos qué es el coito, ya desea tener “hijitos”. Dada esa meta, la belleza servirá de anzuelo para conseguir el marido que se los provea.

Si bien de un modo un tanto estólido y voraz, Susanita muestra una cara “normal” del deseo femenino de maternidad, devaluado en los bulliciosos años ‘60 en los que el genial comic de Quino viera la luz. Susanita se aseguraba a futuro la tenencia de pequeños niños-falo y desestimaba todo otro destino posible para ella. La intelectual Mafalda, de ambiciones que no iban por menos que el cambio del orden del mundo, consideraba sin interés el destino maternal. Quino oponía a ambas protagonistas, aunque en la vida suele suceder que una mujer sea ambas, en algún mix de proporciones singulares para cada historia (4).

Si pudiéramos reconciliarnos un poco con Susanita, admitiríamos que ella expone de movida “estar en falta” de “hijitos”. Más tarde veremos que su voracidad excesiva promete para ellos algunos inconvenientes. Pero quisiéramos subrayar que el apetito que deja oír esa voracidad es indispensable para poder hacer venir al mundo a un niño. El vacío de donde proviene el apetito se lo debe una mujer a la operatoria, vigente en ella, del Nombre-del-Padre. Sólo el amor al padre castra, hasta donde eso es posible, a una mujer, cuya relación con esta figura de la falta tiende a resultar indecidible (5).

El Padre que pone en falta a la madre no es el padre edípico del niño, sino que –siempre que consideremos la entrada en la estructura desde el punto de vista del pequeño- es un padre que está antes de toda entrada posible en el juego edípico. Por ello Freud no vacilará en introducir el concepto de Padre Muerto, concepto tan central como enigmático, como un eje de la teoría psicoanalítica. Nos permitiremos intentar despejar un tanto ese enigma.

Sólo si la madre le habla a su chico haciendo resonar en su voz el vacío de su falta fálica su decir resultará nominante. También es posible hablarle a un chico sin poner en juego nominación alguna. Cuando una madre le habla a su hijo solamente pasándole consignas de crianza, como una enfermera en un hospital, o una eficiente nurse, no se  hace pasadora de  la voz del padre. En el capítulo precedente Héctor Yankelevich mostraba de modo impresionante cómo Jérôme no representaba falta alguna para su madre, quien, por ende, no le donaba el vacío desde donde el pequeño pudiera formar su falta de objeto.

En cambio, si una madre le habla a su chico y en su voz vibra la falta fálica adeudada al padre, el chico recibe, con la voz, una nominación. Desde el inicio el modo en que la madre se dirige al niño porta, o no, el eco de la voz del padre que resuena en la de la madre.

Por lo tanto no basta con hablar para nominar. La voz, alteridad profunda de todo lo que se dice, de la madre es nominante si y sólo si resuena en su voz la voz del Padre Muerto. Para resultar nominante la voz de la madre pasa esta falta fálica en Nombre–del–Padre. Aquí sí encuentra sustento una crítica posible a Susanita. Podríamos reprocharle que ella quiere asegurar la sutura de este tipo de falta sin recordar en Nombre de quién pudo alcanzar la posición de estar falta. El falo y el Nombre requieren una conjunción de proporciones variables para cada madre. Pero de existir disyunción, va a tambalear seriamente la mera posibilidad de nominar.
Este padre en nombre de quien se nomina no está en posición de triangulación sexual,  no está en posición de ser el varón de la madre, este padre pasa la falta sin necesidad de refrendamiento en el coito. Inicialmente, la función del Padre –desde el costado del niño-  no pasa por la diferencia sexual.

Más adelante se verá que, por supuesto, se va a necesitar otra figura del padre, el padre que va a entrar en carácter de hombre, de varón de la madre. Pero para comenzar a hablar, si es que se logra hablar, debe de haberse incorporado el Padre Muerto, previamente al juego de la diferencia genital.

Si la madre habla sin que resuene esta voz, va a pasar consignas, que el chico va a entender, como las entiende el autista, pero que no le van a hacer traza, no van a dejar como residuo una escritura. En ese caso aciago el chico va a ingresar en un uso operacional, casi cibernético del lenguaje. De hecho hay experiencias  terapéuticas con autistas que se basan en el trabajo con computadoras. Estos chicos logran realizar operaciones increíblemente complejas con las máquinas. Esto indica que pueden hacer un uso operativo del lenguaje. Pero jamás hablan. Es así como estos chicos tienden a dar el perfil de aquello que el argot adolescente llama “aparatos”.

Si en la madre resuena la voz del padre, la madre nomina a ese chico cuando se dirige a él, aunque no lo llame por su nombre. Convocando a su hijo como mera sutura de la falta fálica, la madre–cocodrilo lo apetece para tragarlo. Pero como recordatorio de que esa convocatoria se hace en Nombre–del–Padre el apetito materno se detiene y se produce una viraje decisivo. No será la madre quien trague al niño, sino que será el niño quien quede habilitado para tragar al Padre Muerto. Ese engullimiento cambia radicalmente, en su esencia misma, al niño, quien adopta de ahí en más el carácter de ser él mismo un muerto. El niño se ecuaciona recién allí con el falo, significante puro, muerto a la pura vida. Ahora el lenguaje es interior al niño, lo marca desde dentro, le hace traza.

 Lo que era soma del chico, carne que tendería al goce de la vida –si es que se puede hablar de goce antes del ingreso de la traza- se cadaveriza. Esta corpsificación del soma hace aparecer, de modo fundante para el chico, la dimensión del cuerpo.  Ese cuerpo se adquiere si y sólo si hay una madre nominante.

Jérôme, trabajado en el capítulo anterior, es hijo de una madre que no puede imaginar –como sí pudo con su primera hija- que ese chico saliera de ella, no podía imaginar el parto. Cuando logra hablarle por primera vez en su vida al analista (dado que jamás había podido hablar de esto con su marido, no había podido dirigirle a nadie el relato del terror de no poder afrontar el parto, de no tener recursos para sostener el costo de esa separación), estando Jérôme presente, este niño carente a los tres años de tono muscular, súbitamente,  logra apoyarse en la mesita de juego y, por primera vez en su vida, logra pararse, poniendo erecto al conjunto de su cuerpo. Jérôme logra por vez primera ecuacionarse con el falo.
Si hay palabra nominante algo de la muerte se produce, de entrada, sobre el soma, cadaverizándolo y haciendo ingresar el cuerpo bajo la ecuación fálica. Dentro de la lógica de esa ecuación el niño tiende –subrayemos que no debiera haber encaje perfecto- a equivaler a la falta fálica. A esta ecuación le da cabida la deuda de la madre con el Padre Muerto. El triángulo que enfrentamos es de la madre, el niño y el falo.

Es claro que el chico no sabe que está inmerso en la lógica del falo. En este tiempo la vive de hecho y no de derecho. Va a costarle mucho tiempo comprender y traducir, en términos de falicidad este ingreso en la estructura. Para ello necesitará contar con otras caras del padre.

El auxilio del esquema del jarrón invertido

El esquema óptico que introdujera Jacques Lacan en su célebre “Comentario al informe de Daniel Lagache”  puede servirnos de auxilio para comprender las operaciones que intentamos descifrar.
Fijemos algunos conceptos. En principio, hay una diferencia entre un objeto del mundo y cualquier clase de imágenes que de él se puedan obtener. Si la imagen está en el fondo de un espejo, a esa imagen se la llama imagen virtual.
Por mecanismos ópticos con espejos esféricos pueden obtenerse imágenes que aparezcan en el espacio real, es decir, no proyectadas en el fondo del espejo. A éstas se las llama imágenes reales.
Una imagen real, a su vez, puede ser reflejada en el fondo de un espejo plano como imagen virtual. Tenemos pues: imágenes virtuales de objetos materiales, imágenes reales de objetos materiales y también imágenes virtuales de imágenes reales. Será útil para seguir los desarrollos que siguen el hecho de recordar que las imágenes siempre son captables desde determinado punto de vista, y no de otro.

El soma del niño viene al mundo sin ningún agujero libidinal que el niño sienta como tal. Por supuesto, los chicos nacen con boca, orejas, ano, orificio palpebral, pero no con zonas erógenas. El soma no tiene, por así decirlo, la estructura princeps de la vasija del alfarero. Por ende, a diferencia de la gran analista Melanie Klein, afirmamos que no hay pulsión “natural” (dado que en el orden “natural” no se cuenta con agujeros erógenos donde la pulsión pudiera tomar su fuente), sino que ésta es el resultado de la erogeneización dependiente de la primera identificación.

Vale la pena  detenerse, como contraprueba,  el rocking del autista. Más de una vez se ha afirmado que este rocking es pulsional. No lo creemos así. Ese movimiento no hace girar la libido sobre ningún orificio corporal. La pulsión da la vuelta por un orificio corporal (corporal, no somático); boca, ano, orificio palpebral, orificio auricular. El rocking, en cambio, hace nacer una sensación cenestésica  provocada por los movimientos de los otolitos dentro del circuito laberíntico y no pone en juego ningún agujero.
En los momentos en que, los que tuvimos más suerte que Jérôme, los “normales”, nos sentimos muy mal, podemos acudir momentáneamente al rocking.  Cuandono nos queda recurso para disfrutar del borde, todos podemos hacer un seudorocking. Pero el verdadero rocking del autista implica un cierre del soma sobre sí mismo.

 Este soma que, en el sentido analítico, no está agujereado, va a transformarse en cuerpo “vasijado”si la madre puede, con su voz, hacer pasar la voz del  padre; lo que equivale a afirmar que en ese caso la madre es nominante con su chico, dirigiéndose  más allá del chico, al falo que le debe al Nombre–del–padre. En ese caso ya hay desprendimiento de un objeto, la voz, que puede hacer, cual las flores del esquema de Lacan, las veces de organizador de la “acomodación” de los agujeros del cuerpo. De ahí en más el soma del chico va a ser perdido para el psiquismo, se cadaveriza. La muerte, insistimos una vez más, ingresa de movida en la estructuración humana.

Perdido el soma, la primera aparición del cuerpo corresponde, mucho antes del espejo,  a la  imagen real, no especular,  imagen real en forma de vasija a la que le falta el objeto. Esta falta otorga a la vasija su núcleo, el agujero central. Este vasijamiento depende de aquello que en el esquema de Lacan es el espejo esférico, que corresponde entonces, si aceptamos los desarrollos que hasta aquí se hilvanan, a la nominación materna creadora del agujero libidinal.
El cuerpo va a adquirir una forma de vasija, una forma envolvente que bordea agujeros. Y el goce de la vida, ese que nunca conoceremos, del que está exilado todo aquél que, ingresando en la estructura lo mortificó, va a ser pasado, transferido al goce de los bordes del cuerpo. Ese goce perdido va a insistir en el intento de recuperarse en los bordes del cuerpo.

Tal como planteaba Héctor Yankelevich en el capítulo anterior, por dos anillos separados o trivialmente superpuestos, soma y lenguaje, sin ninguna relación de trenzado en principio, la madre -endeudada con el padre- hace pasar una recta al infinito, que hace el primer trenzado, cuando otorga a su niño la significación fálica.

Por el poder agujereante de la recta al infinito –que porta el agujero a su alrededor- que constituye el falo, se cadaveriza el soma y deviene corpse. Se gana asíel primer modo de cuerpo, imagen real  a la que el niño no tiene aun acceso, pero que  siente como cuerpo pulsional. El primer sentimiento infantil del cuerpo se asienta en el goce de los orificios que implica la pulsión. Si se  acordara con lo que se afirma, habría que aceptar que la pulsión no viene pegada con la vida biológica, sino que se adquiere por este primer “vasijamiento” formador del cuerpo.

En el momento de este primer trenzado,  cae el objeto a en tanto tal. No se trata del a oral, el a anal, el a escópico o el a invocante, no una forma particular del objeto a sino que cae el a como concepto, se crea el a como falta. Sobre este agujero es que se van a colocar, luego, cada una de las especies distintas del objeto a. El objeto a en tanto tal es el hueco alrededor del cual va a girar la pulsión (6).
Una diferencia radical con la riquísima corriente del análisis kleiniano, el punto duro que  diferencia la lectura que Lacan hace de Freud respecto de la que Klein hace de Freud es la noción de pulsión. Para Klein la pulsión está dada desde el inicio; nacemos con determinado montante de pulsión de vida o de muerte. Esto realmente difiere de fondo con la lectura que Lacan hace de Freud porque en la teoría de Lacan, que sigue aquí muy de cerca al Freud del “Proyecto...”  no hay pulsión sin el logro del inicio de la primera identificación.

Para que haya insistencia del goce en el borde del cuerpo, tienen que constituirse los bordes de un cuerpo ya vigente. Para lo cual tiene que haber caído el a en general, el a en tanto tal. Esta caída del a sucede, por ejemplo, en el momento en que la madre de Jérôme le habla transferencialmente al analista de su  hijo. Claro que al producirse esta caída fuera de los tiempos normativos, el niño logrará entrar en la estructura, pero devendrá psicótico, lo cual, aunque a primera vista pueda no parecerlo, resulta una ganancia inapreciable para el futuro del sujeto. Es interesante también constatar cómo, en el caso de Jérôme, la madre pudo reconocer su deuda con el analista, pero ese amor del nombre – primero que su hijo pronunció, el de su analista- no pudo devenir para esa mujer algo articulable con el deseo erótico por el falo. El mix del falo y el nombre fracasó entonces. Pero al menos Jérôme pudo pasar a un esbozo de movimiento pulsional. Más adelante se aclarará que, para que se trate de pulsión bien anudada se ha de precisar del “sellado” de la primera identificación en el espejo, al que Jérôme no ingresó.

La pulsión se constituye en el límite, según Freud, entre lo somático y lo anímico. Se arma pasando el límite de lo somático, ingresando al flamante cuerpo al orden de algo que empieza lentamente a ser representación psíquica.

Dos momentos cruciales de la primera identificación:

Primer tramo: ingreso de la traza fálica

Moustapha Safouan nos colocó sobre la pista de la importancia de volver a leer a Spitz (7). Este había dicho que cuando un chiquito sigue las pautas de crecimiento y desarrollo normales, sonríe al tercer mes, y llamó a esto sonrisa social. No todos los bebes sonríen al tercer mes. Un bebe adecuadamente estimulado sonríe bastante antes. Otros no lo hacen nunca.
El bebe que sonríe siente que pertenece a la especie humana como algo que le falta a la madre, ya no es un mero trozo de carne. El niño que sonríe ya coloca la boca de modo erotizado, más allá de la alimentación, en un acto social que es la sonrisa. Cosa que no sucede en un bebe que no sienta que significa algo para alguien.
En el inicio de la primera identificación, que puede fallar, que no está asegurada ni mucho menos y que la integridad orgánica no garantiza, el niño inicia, con esta sonrisa social, su entrada en el lenguaje por el bies del signo, significando algo para alguien.
Saussure había dicho que el signo es la juntura de dos elementos disímiles: un concepto, que pone arriba, y una imagen acústica - volvemos a la voz- encerradas en una elipse. Así lo presentaron los discípulos de Saussure:


                                         
El concepto está arriba, la imagen acústica está debajo y al conjunto Saussure lo llama relación de significación.
Ese “algo” para “alguien” es válido únicamente en el caso en que el bebe puede equivaler a ese falo que significa para la madre. Para el niño es fundamental que sea tomado conceptualmente como falo de la madre. Desarrollamos más arriba cuánto depende para lograr esta entrada en la ecuación fálica que la “imagen acústica” de la voz de la madre  porte la voz del padre muerto, sellándose, para el chico, un ingreso en el orden del signo, que implica el ahuecamiento del soma, haciéndolo cuerpo, y un inicio de actividad pulsional. Este ingreso en el orden del signo introduce el primer “incorporal” de la estructura (8).

Gracias a este incorporal, los bebes son capaces, en esta etapa, de algunas cosas más. Es aproximadamente en este tercer mes que los bebes comienzan a investir libidinalmente el agujero de la laringe, libidinizable sólo gracias a la estructura de vasija humana. El bebe comienza a jugar con la voz rápidamente si esta entrada el orden signo funcionó. Si no, se limita a llorar y a producir sonidos guturales. Los bebes que pueden,  juegan con la voz emitiendo los sonidos de todas las lenguas. El bebe tiene  ya una actividad lúdica con la columna de aire que recorre el vacío de su laringe. Este “juego” indica que el pequeño ha investido eróticamente el vacío laríngeo. Una vez más el autismo nos dará la ocasión de hallar una contraprueba: el chico que se encamina al autismo solamente emite ruidos guturales,  no juega con la voz. En el ruido gutural no hay función oclusal, la columna de aire no se escande con la función de las oclusivas, que dependen entonces del ingreso de la traza fálica.
El primer inicio de fonación, de emisión de la voz por parte del bebe, es muy precoz e implica ya un uso del objeto invocante. La columna de aire, soplo vital, es usada como juguete en el hueco, investido, de la laringe. Para ello una laringe tiene que participar de la estructura de vasija, no basta con la integridad anatómica.

También se constata en este tiempo fundacional el seguimiento de la voz por la mirada. Si se le habla a un bebe que está dentro de un moisés, obstruido por ende su campo visual, la mirada del niño se dirige a la voz del adulto que le habla mientras camina por la habitación. He aquí  la primera aparición de lo invisible como objeto escópico. La mirada se dirige al punto invisible desde donde la madre le habla. Esta invisibilidad es pragmática. Pero no es eficaz por este recurso a los hechos.  Lo invisible fáctico toma relevancia, al revés, por evocar lo invisible del Padre Muerto, punto de origen en el más allá de lo sensible perceptual.

Si el niño anda bien, resulta muy precoz la conexión voz-mirada. La alucinación auditiva de las psicosis esquizofrénica y paranoica muestra el horror de una palabra  que no viene de ningún humano situable entre lo visible y lo invisible. Normalmente, en cambio, el chico se ha acostumbrado, desde pequeñito, antes aun del espejo, a conectar la voz con la mirada que emite un Nebenmensch. Esa conexión está rota, desligada, en la alucinación auditiva.
Cuando el bebe gorjea, jugando con la voz, toma a su cargo la voz del padre, del muerto. ¡No por nada se constatan tantas inhibiciones para tomar la palabra!

Es claro que también el chico, si anda bien, si tiene esta suerte, chupetea cuando le hablan  o lo miran. El bebe liga las pulsiones entre sí muy precozmente. En cuanto se desata la erotización de un circuito, se erotiza el conjunto.
En el vasijamiento esencial de la formación pulsional del cuerpo, dependiente la caída de a en tanto tal, los diferentes objetos van a combinarse en lo que Freud llama ligazón de las pulsiones.
La ligazón de las pulsiones de vida y de muerte implica que una pulsión no se autonomice por su lado, que las pulsiones se articulen entre sí.  El goce de una pulsión le pone límite al goce de la otra. Este encuadramiento de una pulsión por otra se genera ya en la primera identificación (9).

 Por el momento podríamos afirmar que la entrada en el orden del signo  ingresa al niño en el esbozo de la primera identificación. Se crea el cuerpo por corpsificación del soma. Se inicia la erotización de los bordes del cuerpo, puntapié inicial del lanzamiento de la pulsión.

Pero para que al movimiento libidinal alrededor del “rien” ,que inicia la entrada en juego de la pulsión, le puedan seguir los pasos de las defensas pre–represivas que completan el circuito pulsional, deberemos intentar formalizar otro trecho de la primera identificación.

Para ello hay que intentar comprender qué movimientos estructurales implican la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo. Se necesita, pues,  la constitución de un “sí mismo”,  adonde dirigir la carga de la pulsión y desde donde amar u odiar.

Segundo tramo de la identificación primaria

a) Identificación con el Padre Muerto

Es muy importante para el chico, aunque no todo chico puede, llegar al puerto de la sonrisa social. Más arriba se desarrolló cómo este fenómeno deja leer el complejo movimiento de entrada en la pulsión
Pero Freud va a incluir,  para aceptar que un circuito libidinal sobre un borde del cuerpo sea nombrado, de derecho y plenamente, pulsión, que exista la posibilidad para esa libido pulsional de operar la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo.
Para contar con los elementos de formalización necesarios para desentrañar qué implican estas “defensas pre–represivas” deberemos detenernos antes para aclarar algunos conceptos centrales sobre el Padre Muerto.

Freud, quien en principio había señalizado la importancia del padre edípico, se ve obligado a llevar la función del padre más atrás, hacia el tiempo del inicio mismo de la adquisición de la condición humana. Sea esto en el terreno individual como en el transindividual, filogenético. El padre edípico es pacificador y normativo, su poder metafórico es balsámico y tranquilizador del potencialmente caótico mundo de la dupla madre niño. Al honesto clínico que fue toda su vida Freud no le “cerraban las cuentas” con la mera figura de este padre. La clínica le mostraba, tozudamente, otra cara del padre. Esta, que aparecía en la clínica bajo una faz menos bucólica, obligó al maestro a introducir la figura mítica del padre terrible, ur, amo del goce y operador irrestricto de la castración de los hijos.

Se ha teorizado bastante el mito del padre primordial, justamente llamado prehistórico. Este padre de la horda, gozador irrestricto de todas las mujeres, este container absoluto del todo del goce, hubo de ser asesinado y comido en un solemne ritual. Asesinado, su goce absoluto se puso fuera de juego. Tragado, el fragmento de su fuerte cuerpo devino ley sobre la distribución de goce. Este último mito moderno, tal como afirmara Lacan, escenifica el fin de la lógica de la horda y pone a la luz la condición estructural de la entrada en la cultura. En tanto se trata de una escena mítica, resulta indatable (10).

Creemos sin embargo, siguiendo el hilo de Freud, quien afirmaba que la ontogenia repite la filogenia, que en la vida de un niño singular se puede llegar a intentar datar el momento en se produce la incorporación del Padre Muerto. Los desarrollos que siguen pueden suscitar el resquemor de recordar la psicogénesis. Resulta muy costoso para una investigación dar lugar a los prejuicios e intentar conformar a aquello que Lacan llamara discours-courant, esa repetición vacua de consignas que circulan sin ya decir nada. Nos arriesgaremos, pues, a contravenir este ronroneo e intentar localizar el momento conclusivo de la primera identificación. Como en toda investigación, podrán descartarse los resultados que se consideren inservibles. Lo que no debiera descartarse es la libertad fundamental de investigar sin ataduras a los prejuicios.

Volveremos, pues, a tomar auxilio en las observaciones de Spitz. En el octavo mes el bebe vira bruscamente su conducta. Deja de sonreír ante cualquier figura humana y sonríe exclusivamente a la madre. Las madres conocen bien este período de los llantos por la noche con los cuales el niño exige que sea la madre y no otra persona del entorno que se dirija a la cuna.

¿Qué significa que el bebe solo sonría a su madre? Quiere decir que, además de reconocerse miembro de la especie humana, cosa que aparece en el vasijamiento del cuerpo dependiente del primer tramo de la primera identificación, el bebe ha identificado a su madre. De entre todas las personas que le hablan y le dan a ver su Gestalt, el bebe ha identificado quién es su madre.

¿Cómo logró esta hazaña el pequeño bebe? Si es que puede, dado que hay chicos que ingresan en la sonrisa social y vasijan el cuerpo y no pueden avanzar hasta este reconocimiento identificatorio de su madre.
El niño, a esa edad, logra identificar quién es su madre en la medida en capta una paradoja sólo atribuible a ésta. Se trata de la localización de un apetito que por el niño sólo sabría experimentar su madre, acompañada esta conducta apetente de un desistimiento de engullir.

Para Freud la madre cumple, apeteciendo, - lo cual a primera vista cae bastante mal y es piedra de toque de la “mala prensa” de la madre en el ambiente “psi”- un rol importante en la civilización. Si recurriéramos al célebre apólogo de la madre cocodrilo –e insistimos una vez más en denunciar como injusta la mala fama que padecen las madres- podríamos preguntarnos: si no hubiera apetito cocodrilesco ¿cómo haría un chico para sentirse apetecible,  importante para alguien?

El niño necesita matrizarse (11)en las fauces del cocodrilo, tiene que tomar la forma de objeto apetitoso para la madre. La matriz humana es fundamentalmente libidinal, y no  meramente uterina.
Volvamos entonces a la pregunta dejada en suspenso: ¿cómo identifica el chico a la madre?  Ella  es la única que le ofrece el acomodamiento en sus fauces, permite que allí se matrice el valor de objeto del niño pero, aun apeteciéndolo, no lo consume, al menos no a perpetuidad. Y esa paradoja es exclusivamente atribuible a su madre, ninguna otra persona de su entorno lo apetece así.

 El niño que ha identificado a su madre se identificó con la causa del ausentamiento del apetito. Ese ausentamiento, ese poder decir que no al engullimiento, se debe a la deuda que una madre ha contraído con el Nombre-del-Padre, que opera en ella como residuo edípico pero que se transmite al niño preedípicamente, como figura enigmática pero decisiva de Padre Muerto. Recién en el momento en que se haya concluido esta identificación con el Padre Muerto el niño  habrá “superado” el orden del signo, ingresando a regir su vida la paradoja significante de la desigualdad consigo mismo.

 En ese momento el niño, por primera vez, establece una relación con el  orden del ser. Es el Padre, el Eterno. Pero ese ser está tocado ya por la muerte, está teñido de no ser. El niño  es, pero ese ingreso en el ser lo paga al costo de ser el Muerto, el Eterno. La entrada en la pasión de ser estará de movida regida por la negativización del propio ser que entraña la muerte.

En este momento en que el niño identifica a la madre, porque se identifica con el padre muerto, el niño “cierra” la laringe y comienza a fonar exclusivamente los fonemas de la lengua materna, pierde la ductilidad que le permitía emitir los sonidos de las lenguas extranjeras y comienza a ejecutar la lalación propiamente dicha, que es fonación de fonemas reconocibles de la lalengua  aún antes de la adquisición de la palabra. El chico no habla a los ocho meses pero los fonemas que emite ya son los fonemas de su lengua. Y la voz, entonces, empieza a cerrar como objeto pleno de juego.

A este cierre a todos los sonidos de las lenguas de la tierra, a esta finalización de una relación “holística” con las lenguas y la especie humanas, para pasar a la filiación singular y al enraizamiento en la lengua materna, Lacan lo denomina forclusión del sentido, forclusión estructural fundante coetánea de la primera identificación.

b) Identificación con la imagen especular

El momento en que el niño pudo identificar a la madre, por haber logrado identificarse con el Padre Muerto, permite al niño identificarse también imaginariamente, por vez primera, a la imagen “imaginaria” (recordemos las diferencias puntuadas más arriba con la imagen real) que se forma en el fondo del espejo plano.

Esta entrada en el archiconocido “estadío del espejo” merece una investigación que logre establecer bajo qué condiciones estructurales un bebe puede ( no todos pueden) acceder a este punto de “cierre” de la primera identificación.
La madre, de por sí, por su mera existencia, no asegura que pueda estar en condiciones, para un niño determinado, de cumplir con las dos funciones de espejo que acaban de ser puntuadas.

Puede no jugar el rol de espejo esférico, ése que separa para siempre al soma del niño de  un mundo meramente biológico al formar la imagen real del cuerpo, aquélla donde se dibujarán los agujeros de las zonas erógenas donde inicialmente circulará el primer esbozo de pulsión. He aquí la primera captación preespecular del cuerpo. Este cuerpo donde circula el embrión de  trayecto pulsional y que implica la corpsificación del soma, es sede del narcisismo primario, previo a toda carga de objeto. Afirmábamos más arriba que es este ingreso en la pulsión y el narcisismo primario el que fracasa en el autismo y desde luego en el marasmo.

Puede suceder también que, habiendo permitido la formación del yo dependiente de la imagen real (aquél del narcisismo primario, donde el cuerpo es percibido “feteado” por el trayecto pulsional),  la madre no pueda prestarse a sostener la función de espejo plano. Cuando así sucede el bebe, que se ha asegurado no estar en riesgo de padecer de autismo, puede quedar en la estacada, varado e el orden del signo, sin poder quebrarlo para pasar a la paradoja significante, a la conclusión de los movimientos defensivos pulsionales (dependientes éstos de la formación del yo especular) ni al logro del estadío del espejo. En ese caso tendremos dadas las condiciones de estructura de adquisición de las grandes psicosis (esquizofrenia y paranoia).
Si la madre puede estar a la altura de prestarse a ambas funciones: la de espejo esférico y la de espejo plano, entonces podrá sostener la entrada del niño en el reconocimiento de sí en el espejo.

¿Qué significa, pues, que la madre se preste a la función de espejo plano? Creemos que sólo la juntura , para la madre, de la falta fálica y del Nombre a quien la debe, puede ponerla en posición de espejo plano. Mientras que falo o Nombre disjuntos sólo ofrecen la función de espejo esférico. Si la madre puede, conectando estas dos variables, ponerse en posición de espejo plano, en su fondo el niño “todo” (ya no el cuerpo feteado y discontinuo de las diversas derivas pulsionales)  se ofrecerá como sutura de ese agujero del Otro, numerificado, cifrado cero, con el uno único que será su yo ideal. Por supuesto, como ya veremos más adelante, no debe ni puede suturarlo sin resto. Ese resto que no entra en el espejo es justamente el a que había caído por el trenzado cuerpo–simbólico y que ahora se integrará a la imagen especular como aquello de lo que ésta carece. Ese a pasará en este estadío a ser lo que falta en la imagen.

La falta en la madre localizada gracias a la eficacia de la identificación primaria constituye el cero fundacional de la función paterna, cero que sólo demuestra su eficacia cuando logra intentar ser suturado por el uno: en principio, y gracias al estadío del espejo, por el uno único, fuera de serie, del narcisismo especular, secundario. El lector encontrará estas reflexiones como parti pris en la polémica, tan antigua como el psicoanálisis mismo, acerca de la difícil diferenciación del narcisismo primario y el secundario. Si hemos tomado este partido, es porque creemos seguir a Freud al pie de la letra: éste llamaba secundario al narcisismo regresivo desde la carga de objeto. Siguiendo el hilo de las reflexiones que venimos desgranando, queda claro que el narcisismo especular intenta suturar la falta de objeto que en el Otro localizó la primera identificación.

 Diríamos así, permitiéndonos pergeñar una suerte de aforismo: el narcisismo primario, preespecular, permite tener cuerpo; mientras que el narcisismo secundario, especular, permite contar con un cuerpo.
Si el narcisismo especular tiende a lo sublime, aspira a la perfección sin mácula de la eternidad, si no se conforma con menos que lo excepcional, lo maravilloso y lo fálico  en el pleno del ser, es porque la imagen especular del niño toma, de movida, en el espejo, los rasgos de aquél que puso en falta a la madre. En el espejo, el niño adora la imagen de sí en la medida en que asume allí la plenitud de la eterna perfección del Padre Muerto. Lo que equivale a afirmar que el niño se constituye en el pequeño Dios de eterna perfección que garantiza la sutura de la falta materna.

No repetiremos aquí las profundas paradojas de este amor de la imagen perfecta de sí. Sólo volveremos a subrayar que se trata de un tenue velo de belleza que envuelve lo real de la muerte, sustento real de la pasión narcisista de eternidad.
Constituido este sublime yo ideal, las pulsiones, tendrán dónde realizar las necesarias defensas pre-represivas. La vuelta contra sí mismo necesita ese sí mismo situado en el fondo del espejo, y que en el álgebra lacaniana es nombrado i’ (a), unificación especular de la imagen real.

El niño que llega al puerto de esta culminación de la primera identificación no sólo ha logrado hacer de su cuerpo, vasija, escala para la que le basta el primer tramo de este proceso. La pulsión en pleno derecho estará en funciones en la medida en que pueda gozarse de la fuente pero también dirigir la libido a la imagen de sí, al entero del cuerpo, proyectado en el Otro según la medida del Padre Muerto en la madre. No hay ninguna objetividad de lo que aparece en el fondo del espejo.
El amor y el odio, reversiones pulsionales también prerepresivas, dependen igualmente del éxito en la entrada en el espejo. En efecto, el odio, “más antiguo que el amor” según Freud, se dirigirá de movida a todo aquello que, extranjero, inasimilable a la perfecta imagen divina de sí, aparezca como objeción de la sutura. “El objeto exterior, lo ajeno y lo odiado son en principio idénticos” (12). Así nos advierte Freud que debemos considerar al objeto a mientras no sucedan otros acontecimientos psíquicos que permitan, tal como desarrollaremos más tarde, integrarlo como causa de deseo.

El amor pasión aparecerá también en este tiempo. Esta pasión del amor, solidaria a la pasión de ser, porta sobre las imágenes perfectas de sutura, ésas que nos dejan imaginar por un instante que ningún molesto objeto viene a perturbar el pleno del ser, que ninguna mancha ensucia nuestros sueños totalitarios de pureza.

Para que el objeto a pueda integrarse al amor faltan aún varias complejas operaciones dependientes de otras caras de la eficacia de la figura paterna.
En este estadío de la pasión de ser, el objeto, ineliminable, presente siempre como objetor del “todo” de la identificación, impedido de ingresar en una faz creadora de amor y de deseo, tendrá las mayores oportunidades de tomar el perfil superyoico. Abrumador y acusador, el objeto se torna enemigo del yo, se sitúa en oposición a éste y lo atormenta recordándole cuán lejos de la perfección se encuentra, se burla y se complace en señalarle lo vano de sus sueños de divinidad, le muestra con saña qué poco acuerda con la medida de la excepción sobre la se había forjado. Pero mientras tiene a raya al objeto, mientras puede prevalecer la ilusión de éxito de la sutura, el niño que se identifica a la falta en la madre en su yo ideal, puede enunciar el célebre “yo soy tu falta”.

Pero recordemos que desde el inicio a esa declaración la matiza, o, tal como se suele afirmar en matemática, la “debilita” el paradojal objeto a. Vivificante y atormentador a la vez. Pues si hubiera una identificación del ciento por ciento, el chico sería sólo una imagen ( el yo ideal) y un símbolo (el falo en el orden del ser) , lo que equivaldría afirmar que estaría muerto. No está de más evocar una vez más el “Angelus” de Millet.

Un resto, afortunadamente, permanece inidentificable al significante e imposible de ser pasado al espejo. Se trata de un resto de voz y una brizna de invisibilidad; de algo no tragable y de un resto caído como escíbalo; que queda fuera de la operación identificatoria. Algo permanece extranjero, tanto a la incorporación significante como a la formación de imagen yoica. Ese residuo no identificable va a colocarse, de movida, en oposición al yo para generar así, desde los albores de la estructuración, la raíz del superyó. Este es pues producto de la identificación primaria y  resulta incomprensible sin la entrada en juego de su dialéctica.

Esta identificación, con sus complejos avatares, pone en marcha la primordial figura de la falta que es la privación, lógicamente la primera en poner en marcha la estructura.

Notas

(1) Texto correspondiente al Capítulo III del Libro : PARADOJAS CLINICAS DE LA VIDA Y LA MUERTE - Cuya tercera edición, corregida y aumentada fue presentada en Noviembre del 2017

Reescritura y reelaboración de la clase N° 3del Seminario “Clínica de la articulación pulsión-narcisismo” del 04/09/01. Dictado en la E.F.B.A.

(2) Yankelevich, Héctor Ensayos sobre autismo y psicosis. Ed. Kliné Buenos Aires 1997.

(3) Vegh, Isidoro El prójimo. Ed. Paidos. Buenos Aires 2001. Puede seguirse allí la consecuencia trágica de esta valencia del hijo como “carne de su carne” para la madre en el interesante comentario llevado a cabo sobre la tragedia de Medea.

(4) Quino Todo Mafalda  Ed. De la Flor Buenos Aires 1993.

(5) Puede seguirse el hilo de esta argumentación en los capítulos “Las fórmulas de la sexuación 1. Fundamentos lógicos” y “Las fórmulas de la sexuación 2” presentes  en el libro De la práctica analítica. Escrituras. Ed Vergara. Buenos Aires 1994. Y en “La feminidad” en el libro Clínica de los fracasos del fantasma .Ed. Homo Sapiens Rosario 1999. Ambos escritos por Silvia Amigo.

(6) Lacan llama también a este a fundacional el rien. No debiera olvidarse que la lengua francesa posee dos términos, rien y néant, que en español traducimos del mismo modo. Pero en francés rien es muy diferente de néant. Rien proviene etimológicamente de la palabra latina res (cosa) y es usado de hecho acompañado de la proposición de. Rien implica nada de algo, por ejemplo: no quiero nada de usted. Néant implica la nada absoluta y no es ése el sentido que Lacan le da a la primera formación del objeto a. Estas reflexiones pueden hallarse también en el capítulo “Comer rien”.

(7) Safouan, Moustapha. L’échec du principe du plaisir Ed. du Seuil. Paris 1979. En particular su artículo “L’amour comme pulsion de mort”.

(8) Paola, Daniel Lo incorpóreo. Ed. Homo Sapiens. Buenos Aires. 2001.

(9) Yankelevich, Héctor. Lógicas del goce. Homo Sapiens Rosario 2002. Capítulo N° 5. “La Todestrieb, el Otro Goce, la función paterna”.

(10) Este último “mito moderno”, tal como lo llama Lacan, es desarrollado por Freud en su notable ensayo “Tótem y Tabú” Obras Completas. Biblioteca Nueva. Buenos Aires 1972. Clara Cruglak retoma el concepto de incorporación de la fuerza del padre. El lector reencontrará estos conceptos en el capítulo N° 10 “Comer rien” en el presente volumen.

(11) Esta afortunada forma verbal es un hallazgo de Analía Meghdessian de Nanclares. Puede consultarse su artículo “Clínica del sujeto en la adolescencia”. Cuadernos Sigmund Ferud N°22. Buenos Aires.2001. También “Adolescencia: estructura tiempo y acto”. Leído durante la Convergencia lacaniana en1998.

(12) Freud, Sigmund « Las pulsiones y sus destinos”.Obras Completas Ed. Biblioteca Nueva. Madrid. 1972.

 

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