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Número 12 - Diciembre 2017
"No te olvides de mi"
Sobre intervenciones en el juego

Paula de Gainza

Juan tenía cuatro años cuando los padres  me consultaron. El pequeño se negaba  a sentarse en el inodoro, no accedía  a depositar  y dejar ir su producto donde ellos le indicaban. Desafiaba  y se oponía a satisfacer todo tipo de  demanda educativa. En la escuela tampoco se adaptaba, empujaba, mordía y pegaba a los otros niños.

Al momento de la consulta, encarnaba un personaje  tiránico y omnipotente, que reaccionaba con berrinches y enojos incontrolables ante cualquier respuesta que no confirmara su dominio.   
La fijeza con que Juan reiteraba ese ¡no! angustiaba sobremanera a los padres,  quienes se mostraban desconcertados y lo interrogaban, sin entender el por qué de dicho rechazo a la insistencia pedagógica.
La vida familiar giraba alrededor de su crianza, siendo Juan convocado a decidir cuál de sus progenitores era el elegido en cada una de las tareas dedicadas a él y cuál quedaba excluido. El vínculo imaginario y narcisista entre el niño y la madre se encontraba duplicado en tanto ambos se ofrecían como iguales ante el niño, quedando exacerbada la dimensión de los cuidados y la vigilancia, de acuerdo a los dictámenes del sentido común.
Durante la primera etapa del tratamiento, conocí en el consultorio a un niñito sumamente inquieto, que desparramaba plasticola, arrojaba con fuerza los objetos de la caja de juguetes, rompía papeles y  destrozaba todo lo que iba agarrando. Desplegaba esa actividad con gran tensión, poniendo el cuerpo en riesgo, mientras me escrutaba, como esperando una sanción correctiva. 

La actividad de romper papeles tomó valor de juego cuando comencé a nombrar esos   restos como “regalitos “,   para luego invitarlo a pegarlos sobre una superficie de cartón. Se trató de una operación consistente en construir algo nuevo con lo destruido y destinado a perderse, con lo que el niño había designado como “nada” y como “caca”. A partir de la invención de esa suerte de collage,  esa nada, equivalente a la ausencia, a la negación repetitiva,  quedaba así representada,  en tanto esos restos quedaban perdidos en la nueva producción lúdica.

A  continuación comenzó a repetir  dos juegos: uno consistente en  “cargar y descargar”  objetos en un camión  y  el otro, relacionado con “hacer regalitos y pegar”.  Estos juegos inaugurales permitieron  la entrada en la serie significante  de  la carga que soportaba el niño, de los  regalitos (es decir, sus  producciones)    y del acto de pegar , significantes  que articulados en una serie lúdica iban quedando descargados  del cuerpo.
Al poco tiempo, el niño me dirigió una pregunta: “¿Adónde haces caca vos? Yo hago en el pantalón.”. Sesiones después pidió hacer caca en el baño del consultorio e  inmediatamente  los padres  lo retiraron del tratamiento.
Meses después, se comunicaron nuevamente  y concurrieron a algunas entrevistas. El padre se oponía a traerlo a Juan, porque había descubierto su participación en las manifestaciones sintomáticas del niño. Acepté la demanda del padre y durante ese  tiempo pudo hablar de  historias atesoradas, algunas silenciadas y escondidas, ligadas a su infancia y adolescencia.   

Mientras tanto, se  intensificaron las dificultades del niño con sus pares.  Ya no mordía ni pegaba, pero asustaba a los nenes del jardín con alaridos que los hacía alejarse despavoridos  y taparse las orejas. Parecían gritos lanzados al vacío, que retumbaban en los oídos como resonancia traumática, ya que no configuraban un mensaje que los adultos próximos pudieran  descifrar ni tampoco sonidos que armaran juego con los otros niños.
Durante esos días  Juan pidió a los padres “ir a jugar a lo de Paula”. La demanda de apertura lúdica señalaba que la transferencia al juego con la analista había sido interrumpida en forma abrupta,  sin trabajo de despedida ni duelo.  
Entonces, el padre escuchó el llamado y el niño  retornó  a sus sesiones.

Llega excitado, inquieto, desplegando un juego muy agresivo: “Te maté, te corté, te aplasté”, repite. Chilla, salta y gira descontrolado. En medio de ese juego exaltado, se resbala y se golpea muy fuertemente la cabeza. No me permite que me acerque y resiste el dolor. Luego de un rato, retoma la actividad, lanzando con fuerza una pelota contra las paredes.

Intervengo  gritando, golpeando  y retando a la pelota de manera imperativa: “¡Quedate quieta, quedate tranquila, dejá de golpear, portate bien!”
Inmediatamente frena el juego agresivo,  ríe, agarra la pelota y la  esconde  detrás de sí.

Se produce un viraje que  funda una serie de juegos de escondidas en los que oculta primero a la pelota y luego se oculta él, pidiéndome que lo busque.
Que me dirigiera a la pelota como un representante del niño, permitió la reubicación de éste en una escena lúdica, conllevando un efecto de chiste, revelado por su sonrisa y el alivio que  mostró de manera inmediata.

¿Quién había llegado al consultorio? Un niño peloteado entre los padres -“Tomalo vos, dámelo a mí”- , que denunciaba con su encopresis su lugar de objeto en las demandas parentales.

Ahora, el niño objeto podía faltar, en tanto había un juguete que lo relevaba: era la pelota la que rebotaba contra las paredes, pegaba, recibía los gritos y retos, ya no era todo su cuerpo el que soportaba ese lugar.  
A partir de la singular respuesta de Juan pude leer retroactivamente cómo desde el marco que había posibilitado el juego, la mirada superyoica, omnipotente y temible, quedó marcada. Es decir, que la ubicación de una falta delimitó a su vez un borde y éste  se constituyó como el marco dentro del cual  se desplegó  un nuevo juego repetitivo: aparecer y desaparecer de la mirada del Otro , experiencia de invisibilidad que habilitó la construcción de nuevos juegos.
Juan toma un cocodrilo de goma  y anuncia:El cocodrilo te va comer los ojos”. Grito asustada: “¡¡¡Papá, papá”!!!  

El niño se pone anteojos de juguete  y  acude a mi  llamado. Imposta la voz  y muy dulcemente me tranquiliza: “Soy tu papá, estaba de viaje”. Saca una espada  para defenderme y mata al cocodrilo.
De este modo  apareció en la escena la imagen de un padre, estableciéndose e inscribiéndose una identificación viril, base de la normatividad edípica. Se trataba de  un  padre  pacificante, que portaba un emblema- la espada- que podría simbolizar la fuerza y la valentía y además vestía un par de anteojos que trazaban un marco velando  una mirada.   

Se sucedieron sesiones en las que pidió jugar a que él era un papá que acudía cuando el cocodrilo me mordía. Y de ese modo se puso en marcha el ¿“Dale que yo era…”?.

En la repetición de esta serie lúdica se configuraban tres lugares: por un lado, el cocodrilo, que representaba al  personaje amenazante, que podía pegar, devorar, gritar y matar (modo de representación de la omnipotencia materna, escenificada y reflejada por el niño de la  consulta inicial). Por otro lado, la víctima que pedía socorro: lugar que en el juego era soportado por mí y  del que a su vez descargaba al niño. El lugar tercero venían a ocuparlo los personajes que él representaba y que acudían al llamado: el padre con anteojos y sus sustitutos , el policía, el bombero y otros héroes que intervenían cortándole la cola, la boca y los ojos al cocodrilo.

Me parece interesante destacar  aquí la representación del acto de recorte, de agujereamiento del cuerpo de la bestia entrecruzado con la función de quien encarna la ley en el Otro.

Siguiente sorpresa: mientras repetimos el juego  de  “anotar lo faltante en el cuerpo del cocodrilo”, a la bestia se le corta la cola de verdad, por un tironeo. Entonces , Juan pide: “Dibujá un cocodrilo nena”.
La imagen  de ese cocodrilo de juguete no portaba ningún rasgo que permitiera designarlo como macho o hembra, hasta que perdió la cola. Hasta ese momento, la premisa universal del falo para este niño podía enunciarse así: “Todo el mundo tiene cola “, en tanto esa cola desprendida a esa altura del devenir lúdico, tomó el valor de falo imaginario.

Escuché ahí su primera mención a la curiosidad por la diferencia  anatómica de los sexos, cuestión que se inauguró acompañada de un período breve en que  tuvo  enuresis nocturna.
Para la misma época la madre  me refirió que su hijo había comenzado a hacerle comentarios de este tipo: “Vos no tenés fuerza porque sos nena. Yo soy grande y fuerte como papá”.  
Estos dichos daban cuenta de que a partir del reconocimiento de ese término imaginario relacionado con la diferencia sexual, el falo, se produjo una articulación  como objeto faltante en la madre. Y esto quedó expresado por el niño como la  pérdida de potencia en la madre:”Vos no tenés fuerza”

 Juan continuó haciendo jugar sus  teorías sexuales infantiles, poniendo en juego un rasgo denegatorio:

- “El Hombre Araña no tiene papá”.
-“ Y  ¿cómo nació?”.
-“Solito, de la panza de la mamá”
-“Pero se necesita un papá para nacer”
-“¿Por qué? En las películas salen solo de la mamá”.
-“La mamá necesita un papá.”
-“¿Por qué?”
- (Silencio…¡analista asombrada!)

Esta sesión condujo al niño a preguntarle a su mamá: ¿“Cómo entran los bebés a la panza”? .De este modo interrogaba el lugar del padre real, agente de la castración, aquel  que se hace preferir por la madre, haciendo jugar la exclusión del niño.
Las sesiones transcurrieron hasta el año siguiente, momento en que los padres decidieron emigrar a otro país donde Juan comenzaría su primer grado escolar.

Comenzaron una serie de sesiones de despedida en la cual Juan fue rememorando juegos anteriores:” ¿Te acordás?, este dibujo lo hice yo ¿Te acordás? Acá escribí mi nombre”.

Por mi parte, escuchaba sorprendida a Juan posicionado como relator de la historia que el juego le había permitido escribir y del cual daba cuenta refiriéndose a  un imaginario tiempo pasado:¿”Te acordás”?.
Enuncia: “Este dibujo quiero que quede acá para que te acuerdes de mi”: se dibuja a sí mismo, poniendo de un lado: “una regla para medirme”,   y del otro lado: “una pelota para jugar con mis amigos”.
Y así se  fue del consultorio,  dejando a la analista  un dibujo de regalo y un pedido: “No te olvides de mí”.

En su dibujo, la función fálica quedó representada por la regla, patrón simbólico, razón y la medida que organizaba lo precedente.  El “niño pelota” estaba perdido  en tanto dibujaba, jugaba y se representaba separado de su pelota, objeto cortable que para aquella época era una bola vestida de pelota de fútbol. Por otra parte, no se trataba de cualquier pelota, sino de una que podía circular entre pares y cuya regulación e intercambio requería reglas de juego, a las que el niño  ya se encontraba  dispuesto a decir “sí”.

La práctica clínica con niños me convoca a tratar  de trasmitir algo a través del caso y a confrontar la teoría con la experiencia y el recorrido singular.

En las consulta es habitual encontrarnos con niños  que ponen en escena un padecimiento que da cuenta de algo de un real que irrumpe y  desgarra  la escena infantil . Aunque alguno de ellos  pudiera expresarse verbalmente al modo de una reivindicación,  pareciendo adueñarse de sus manifestaciones sintomáticas,  es preciso mantener abierto el campo de  interrogación respecto de quién habla allí y qué deseo parental se satisface de ese modo, encarnando el cuerpo del niño y excediendo sus posibilidades de escenificación en el juego.

Resulta fundamental tomar en cuenta esta dimensión, en tiempos en que el requerimiento  adaptativo sobre los niños se torna  más exigente, a la vez que desde  el campo de la ciencia y los desarrollos tecnológicos se  multiplican las propuestas que apuntan de manera generalizada a anular lo repetitivo, lo molesto y angustiante.

Con frecuencia se escucha una demanda dirigida a priori al campo de la ciencia, invocante de una verdad absoluta, por parte de adultos dispuestos a adherir rápidamente a ciertas ofertas terapéuticas de control de los comportamientos infantiles.
 Tiempo atrás tuve la oportunidad de escuchar, como parte del motivo de consulta, el relato de los padres de una niña de un año y medio de edad que manifestaba dificultades para dormir relacionadas con severos conflictos vinculares entre ellos.  Se le habían realizado una  batería de estudios del sueño y de imágenes  en un centro de prestigioso centro médico y luego se le habían indicado para aplacarla, en forma permanente , antipsicóticos atípicos tras diagnosticarse el problema como una parasomnia.
Se escuchaba una especie de complicidad entre padres tentados de ahorrarse el esfuerzo psíquico de asumir la propia responsabilidad  en juego y un sistema de saber tecno científico que  respondiendo al imperativo de “curar”, aborda el cuerpo del niño como si se tratara de un objeto  del mundo natural.

La apuesta del psicoanalista apunta a sostener el vacío del que pueda surgir  una posibilidad,  apostando al juego como discurso  pasible de ser escuchado y leído en su dimensión de ficción.
De las múltiples acepciones del término ficción, me interesa rescatar la que vehiculiza la posibilidad de que la verdad hable: “ La ficción es un operador abstracto que produce existencia lógica y que señala un lugar en un razonamiento, sin por ello ocuparlo “ (*) .
El psicoanálisis opera allí, en reconstrucción de la ficción lúdica, manera privilegiada de hacer jugar los deseos infantiles, permitiendo la inscripción simbólica de  lo que se ha vuelto traumático, violento, hasta llegar a  fragmentar las coordenadas que ubican al niño  en la escena infantil.

Cuando crean sus ficciones en el análisis, los niños se constituyen como sujetos  entregándose al libre fluir de las palabras - imágenes, cual escenógrafos que no se dejan censurar  por el sentido común. Así lo escribe Walter Benjamin en “Panorama del libro infantil:“ …  Las palabras se disfrazan de un solo golpe, y en un abrir y cerrar de ojos quedan envueltas en combates, escenas amorosas o trifulcas. Así escriben los niños sus textos, pero también los leen así”. Niños escritores y lectores que definidos, protegidos y ubicados en el marco que el juego les provee, pueden dar  inscripción a lo quedaba fuera de lectura  o  se intentaba leer desde la imagen  corporal .   

BIBLIOGRAFIA

Benjamin Walter: “Escritos. La literatura infantil,los niños y los jóvenes”. Ediciones Nueva Visión, Bs. As., 1989.

Dumézil, C: ”la marca del caso o el psicoanalista por su rastro”.Ediciones Nueva Visión,Bs.As    

de Gainza Paula M., Lares Miguel J.. “Conversaciones   con Jorge Fukelman . Psicoanálisis, juego e infancia”. Lumen,2011.    

“Ponerse en Juego: seminario de Jorge Fukeman en el Círculo Psicoanalísito del Caribe(1996)”  . Lumen, 2014.

Lares Miguel Jorge, “Juego e Infancia”. Lumen, 2014.

Lebrun Jean- Pierre ” Un mundo sin límite. Ensayo para una clínica psicoanalítica de lo social”.  Ediciones del Serbal,2003.

 

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