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Número 12 - Diciembre 2017
¿Trastorno de identidad de género en la infancia? (1)
Maríela Weskamp

Creo necesario poner en cuestión el diagnóstico de Trastorno de la identidad de género en la infancia porque ha tenido importantes consecuencias en nuestra realidad. De hecho, desde el año 2012, en la Argentina, la ley de identidad de género (2) permite a los niños cambiar su identidad sexual. En el año 2013 a un niño de seis años que era varón se le cambió su documento, ubicándolo en el sexo femenino y dándole un nombre de mujer.

Esta fue una decisión amparada en la Ley de Género , sostenida en la Convención Internacional de los Derechos del Niño, y aplaudida por muchos, por suponerla progresista y a favor de la libertad de elección.
Planteo la pregunta ¿un niño puede decidir ubicarse en un sexo diferente al biológico? ¿Puede elegir cambiarse el nombre?

Quiero reflexionar sobre los supuestos que sostienen este diagnóstico para centrarme en dos cuestiones: las operaciones, que el psicoanálisis sostiene son necesarias para que un sujeto se ubique con relación a un sexo y además, la posibilidad que tiene el niño de hablar en nombre propio.

Todos sabemos que este diagnóstico proviene del DSM y que su campo conceptual es opuesto al del psicoanálisis. Pero es importante estar advertidos de que los conceptos que sostiene y produce crean realidades en las cuales estamos inmersos. Porque el mundo no está para ser descubierto, sino que la realidad se construye, es un efecto de discurso. Se inventa una enfermedad y luego muchos la padecerán.
En principio, el concepto de trastorno es extraño al psicoanálisis. Parte de un supuesto de normalidad al cual tenemos que dirigirnos, de que hay un sentido, un orden y que este se ha modificado.
El concepto de trastorno es, además, moralista porque supone que hay un modo correcto e ideal de comportarse y lo que se aleja de esa norma es errado. Además, se sostiene en una lógica para la cual todo podría ser posible. Los analistas no escuchamos trastornos sino que apuntamos al síntoma que se ubica dentro de la lógica de lo imposible y orienta hacia lo real.

El concepto de diferencia sexual es complejo y puede ser abordado a partir de la biología, las ciencias sociales y el psicoanálisis.

Para la biología, el sexo depende de cinco áreas fisiológicas (genes, hormonas, gónadas, órganos reproductivos internos y externos) que, combinadas, dan por lo menos cinco posibilidades. Por ese motivo algunos biólogos plantean la noción de intersexos.
Las Ciencias Sociales introdujeron el término género para distinguir la biología de las construcciones sociales y culturales. De esa manera, el sexo, que es biológico, pasó a género que, es lingüístico.
John Money tomó el término género (masculino, femenino) de la lingüística para dar una ubicación a la situación compleja de los individuos intersexuados o que al nacer los médicos se ven imposibilitados de asignarles un sexo por la ambigüedad morfológica de sus genitales. Sostuvo que el problema se encontraba en la construcción sociocultural de lo femenino y lo masculino que se corresponde con el sexo al nacer: hembra o macho. En el idioma inglés, el término gender indica el sexo, mientras que en español, indica la clase a la que pertenecen las cosas, y desde los años setenta ha deslizado a género femenino.

La identidad genérica se construye históricamente con lo que se ha ido ubicando como masculino y femenino, se refiere al orden simbólico con que las sociedades elaboran la diferencia sexual, mientras que la identidad sexual es la ubicación individual respecto de la diferencia. Dado que casi todas las sociedades hablan y piensan binariamente, sobre este principio de oposición se organiza la diferencia genérica.

Levi Strauss sostuvo que las culturas son básicamente sistemas de clasificación y que las producciones culturales se construyen sobre esos sistemas clasificatorios. Las unidades del discurso cultural son creadas por el principio de oposición binaria y unos cuantos principios subyacen en las reglas de acuerdo con las cuales se combinan esas unidades para dar lugar a los productos culturales existentes: mitos, leyendas, reglas de matrimonio... Desde una perspectiva antropológica podemos decir que, se cuenta con un sexo biológico y la cultura ofrece los atributos, ya que ubica lo que corresponde nominar, en ese momento y en ese lugar, como masculino o femenino.

Este trastorno, también denominado transexualismo (3), se caracteriza por tener la certeza de pertenecer al sexo opuesto, sentirse atrapado en el cuerpo equivocado. Parte del supuesto cartesiano que nos habita y sostienen la mayoría de las religiones. La concepción de que el cuerpo tiene extensión y la mente o alma no y por lo tanto pueden separarse. Se propone, entonces, ajustar el cuerpo al alma.

Esta noción de cuerpo, también es ajena al psicoanálisis, para el cual el cuerpo no es el organismo y la diferencia sexual no es la anatomía ni el género.

Freud, desde 1900 distinguió sexualidad de genitalidad y planteó que la ubicación respecto de un sexo y la elección de objeto sexual son resultado del tránsito por el drama edípico, las identificaciones resultantes y el posicionamiento ante la castración. Sostuvo que en la infancia el genital privilegiado es el masculino y por lo tanto el primado es del falo. Su genial tesis de 1923 es actual, los niños del 2015 que tienen libre y fácil acceso a información sexual de todo tipo, en algún momento suponen que todos tienen pene. Porque esta creencia de nuestra cultura, se sustenta en que donde no hay debería haber y así el pene imaginariamente ocupa el lugar del falo.

En la primera infancia, aunque los niños se nombren: nena o varón, no podrán todavía apropiarse de la diferencia a la que la castración confronta. Cuando me refiero a la castración, no estoy hablando de la amenaza que los adultos puedan dirigir al niño. Éstas son situaciones anecdóticas. La estructura es lógica (4) y la castración opera en la estructura, pero otra cosa es soportar que todo es imposible. En tiempos de anudamiento no se puede acceder a lo imposible, el niño no puede ir más allá de la lógica fálica.
Recorridos los tiempos lógicos del Edipo, se cuenta con los “títulos provisorios” a la espera de otras operaciones necesarias para que puedan ponerse a prueba en la escena sexual.

Como señalé anteriormente, no hay nada natural ni innato en el parlante que indique lo que hay que hacer ni como hombre ni como mujer. La realidad sexual se construye, lo sexual entra con el lenguaje. Lo cual determina que nunca habrá complementariedad entre los sexos, en el sentido de tal para cual y que el desencuentro es inevitable porque es efecto de estructura. A falta de instinto el acto sexual se sostiene en el fantasma y, cuando este organiza la relación al objeto, la sexualidad encontrará alguna orientación. Esto todavía no acontece durante la infancia. Los niños tienen juegos sexuales con otros, pero aunque sean de diferente sexo biológico, para ellos son pares. Por eso en este tiempo no hay elección de objeto: homosexual o heterosexual.
Desde nuestra teoría no podríamos decir que un niño es gay, ni determinar que se ubique como varón ni como mujer porque investigue con niños de su mismo sexo biológico o diferente.
Sostenidos en la misma lógica, tampoco podemos afirmar el transexualismo en la infancia.

Recuerdo que este diagnóstico se hace antes de la pubertad y si los fenómenos se manifestaron durante los años pre-escolares. Esto quiere decir, antes de la latencia.
La ley permite que se modifique el documento de identidad en ese tiempo en que el mismo documento antes decía: no firma aún. Esto no se debía a una cuestión caprichosa ni a dificultades en la capacidad motora. El no firma aún, responde a un saber sobre la infancia, porque la firma implica extraer un rasgo. Hay un recorrido desde el monigote -primeros recortes que hace un infans en la hoja donde da cuenta de sí mismo- a esa abstracción que es la firma, trazo que representa al sujeto e implica una sustracción del campo del Otro.

¿Cómo suponer una ubicación diferente respecto del sexo biológico y del género que fue asignado, antes del segundo despertar sexual?

En la pubertad, un nuevo goce irrumpe en lo genital. Este goce, articulado al goce fálico, inaugura un nuevo tiempo. Luego, en el largo período de la adolescencia se escribe la historia infantil, y se organiza la gramática del fantasma sosteniendo un modo particular de goce.

Antes de la conclusión de la infancia. ¿Cómo plantear que un niño puede elegir cambiar su sexo y su nombre? En todo caso permitiríamos desplegar la subjetividad si interrogáramos: ¿Quién está eligiendo allí?
El sujeto por venir es ubicado, desde el momento en que sus progenitores se enteran de su existencia, en un lugar que será determinante para su posición como varón o mujer. Luego, la inscripción en la estructura permite la apropiación de los significantes que vienen del Otro y esto derivará en una posición sexuada.

Le pregunto a una niñita de tres años en una reunión social “¿Tenés muchos amigos en el jardín?” “Sí -contesta- Male, yo y Cata”. Otro invitado interroga a la mamá: “¿Tiene novio?”. “No, -contesta- porque dice que le gustan las chicas, mira a chicas en la tele y dice que son sus chicas. Le dije que no hay drama, si le gustan las chicas yo voy a respetar su decisión”.

En el tiempo en el que el niño es contado por el Otro, todavía no puede restarse de la escena. No sabemos qué le significa a esta nena que le gusten las chicas. En todo caso, los neuróticos ahí presentes, suponían que podía tener novio y a su madre el que le gusten las chicas le sugiere pensar que puede elegirlas como objeto sexual en el futuro y ya le avisa que está dispuesta a que ocurra.
Cuando se es siendo hablado, intentamos ubicar al sujeto en estos decires, situar dónde se juega su verdad, ya que ésta, no sólo se escucha por la boca del niño, sino en los otros que hablan por él.
Por eso considero que no hay niños transexuales, sino padres que dijeron que lo son. Porque son ellos quienes los distinguen, para que luego los niños puedan hacerlo. A partir de esa pequeña diferencia, y en función de criterios formados, bajo la dependencia del lenguaje (5) los reconocen como distintos. Luego, serán diferentes.

“El ser sexuado no pasa por el cuerpo sino por lo que resulta de una exigencia en la palabra, de una exigencia lógica” (6), indica Lacan en Encore, al comienzo que haya el hombre y la mujer es asunto de lenguaje. El lenguaje es tal que para todo sujeto hablante, o es él o es ella (7). Éste es el binarismo de nuestra lengua y el principio del funcionamiento del género, femenino o masculino.
La diferencia sexual es efecto de cómo golpea el lenguaje en el cuerpo y este se somete al discurso en el que habita. El lenguaje turba al cuerpo de un modo lógico y ese modo implica que se establezca como ser sexuado. La partición entre hombre y mujer son los dos modos en que se puede conjugar lógicamente el significante fálico.

Alejada de los conceptos del psicoanálisis, la teoría de la identidad de género, propone una especie de ontología, la búsqueda de un núcleo de ser. Supone que hay un ser hombre y un ser mujer, que se trata de algo natural, innato que se muestra en la conducta. Luego, el DSM define al hombre y a la mujer a partir del comportamiento. En esto se basan los criterios para afirmar que un niño es transexual: prefieren las vestimenta los juegos y compañeros del otro sexo. Tienen malestar con el propio sexo o sentimiento de inadecuación con su rol, sienten que sus genitales son horribles y quieren sacárselos.

¿Acaso no es frecuente en los varoncitos, cuando enfrentan la privación, el esconder el pito, afirmar que se lo van a sacar y otras tantas maniobras?
Si un niño se angustia cuando le sacan el vestido, porque con él es mujer y si se lo quitan ya no es más, ¿eso debería significar, para nosotros que es mujer? Hay que ubicar ese decir en un discurso que apunte a la emergencia del sujeto, contrariamente a identificar en un género afirmando “¡eres eso!”.

El problema es hacer diagnósticos basados en los comportamientos, en lo fenomenológico. En una época en la cual la moda tiene a ser unisex, los varones se depilan, las mujeres se rapan la cabeza y usan corbatas…. Es anacrónico horrorizarse porque los niños jueguen a vestirse con ropas que se supone no les corresponden, ni que elijan juegos que no son los que se esperan para ese género.

El juego virtual Sims 4 eliminó las barreras de género en su última actualización de 2016. Proponiendo “la creatividad para crear personajes” en los cuales: la forma del cuerpo, el movimiento, el tipo de voz y la vestimenta es independiente de que sea varón o mujer. Es decir, propone (entiendo que siguiendo el planteamiento de Beatriz-Paul, Preciado) que se elimine la distinción de género: masculino-femenino. El binarismo que define nuestro lenguaje.
Tenemos que esperar los efectos, pero en todo caso, estar muy atentos para no hacer diagnósticos en los niños a partir de fenómenos que son consecuencia del discurso de la época.

Si alguien define su ser a partir de la vestimenta, convendría interrogar qué ocurrió con la identificación. Podría estar identificado a un rasgo de la madre, lo cual no lo ubica como mujer. También podría ser que se identifique con la madre fálica al modo del travestismo. Los vestidos no sólo esconden lo que se tiene sino también lo que no se tiene, esconden la falta de objeto. Sabemos que en el travestismo la vestimenta es una forma de protección en la que el sujeto se identifica con lo que está detrás del velo, con el objeto al que le falta algo, en ese sentido, la madre fálica vela la falta de falo (8). El niño se identificaría al falo, ese objeto que está oculto bajo los vestidos de la madre.
Pero no siempre para un niño el usar vestidos cumple esta función. Si regresamos a Freud, nos enteramos que, en el 1900, tenía un pensamiento bastante más abierto que quienes hacen estos diagnósticos. Los niños son, por estructura, perversos polimorfos, y en los hablantes se pone en juego la bisexualidad.

Si un nene se angustia cuando le quitan el vestido como si se tratara de su propia piel, nos lleva a interrogar si hay una falla o se trata de la ausencia de la identificación simbólica. Como aquel que se lanza de la terraza porque el vestirse de Hombre Araña, lo hace serlo, y no puede jugar el personaje. Porque cuando se cuenta con la identificación simbólica, se podrá jugar a ser como…, sabiendo que no se es… de lo contrario, no hay posibilidad de equívoco y los atributos definen al ser.
El lenguaje introduce el equívoco, pero son los padres quienes sancionan la actividad del niño como juego, permitiendo que éste se inicie. Cuando ellos no escuchan equívocos sino certezas, la actividad del niño les hace signo y el sentido queda coagulado. Entonces, si el niño dice ser una princesa, son ellos quienes deciden que esto quiere decir ser mujer.

En mi experiencia de trabajo con niños nunca hice la lectura que alguno fuese transexual, pero sí me topé con estas situaciones. De hecho, he escuchado a niñas afirmar ser varones o viceversa. En muchas ocasiones escuché la inquietud de padres respecto de la orientación sexual de sus niños pequeños. ¡Cuántos hombres han hablado de sus hijos con ansiedad, desprecio, o rechazo porque usaban la ropa de la hermana, se pintaban las uñas, jugaban con la cocinita o decían que se iban a cortar el pito. En cada caso estas preocupaciones encontraban algún lugar en la fantasmática de la pareja de padres, o de alguno de ellos, o se armaba luego como síntoma en el niño o simplemente se disolvía en el juego.
Lo que encontramos, en los casos de niñas que pasan a ser niños o viceversa, es la ausencia de juego, la imposibilidad de los adultos para soportar que los niños puedan desplegar sus fantasías.
El niño tiene palabra y llena de sentido, pero ésta, tal como nos advierte Lacan, no lo compromete a nada (9), el niño no es ingenuo pero sí inocente ya que no puede dar testimonio porque todavía su única posibilidad es ser hablado. Son necesarios tiempos de lectura y escritura de las marcas para armar la historia que podrá ser contada como propia.

Que un transexual de cuarenta años afirme que en la tierna infancia ya se sentía mujer no habilita para afirmar que un niño de cinco es transexual porque diga serlo, ya que es una decisión que todavía no puede tomarse. En ese caso estaríamos haciendo futurología y por ende, este diagnóstico, nos enfrenta a un problema ético.
Se indica la importancia de la detección precoz para no perder tiempo en el tratamiento, pero cómo detectar lo que todavía, por estructura, no puede decidirse. Es necesario transitar por operaciones que concluyen en la asunción de un sexo, recorrido desde ser hablado, tomar la palabra y poder elegir.

Las identificaciones cristalizan en identidades y para que una identidad se modifique es preciso conmover las identificaciones, pero ese trabajo no puede hacerse en la primera infancia porque requiere poner al Otro en cuestión.
Si un varoncito se dice mujer, antes de haber sido hombre, es indudable que un tiempo fue salteado. ¿De quién es la urgencia por definir la identidad?

Esto es el efecto de un discurso que sostiene que todo es posible, no soporta la espera y forcluye el tiempo. Se sostiene en una lógica para la cual hay adecuación al objeto, para la cual hay relación sexual.
En esta urgencia considero que se trata de una actuación de quienes ubicaron al niño en ese lugar. Se trata aquí de algo bien diferente a la función de la prisa que precipita en una conclusión, se trata del acting, del apuro por encontrar una solución a algo que resulta insoportable. ¿Para quién?, insisto, sería la pregunta que podría orientarnos en un trabajo clínico. Es una falsa decisión que no logra subjetivarse como acto, ya que la implicación subjetiva conlleva el poder dar cuenta de los motivos que conducen a tomar una resolución. Cuando se trata de un acto, el sujeto que estuvo allí comprometido puede dar testimonio de ello.

Afirmar que un niño de seis años tiene derecho a su identidad es una afirmación simplista que libera de responsabilidad (concepto que nada tiene que ver con culpabilidad) a los padres. En eso se basa el éxito del DSM, en definir al malestar. En este caso, todo se explica por haber nacido en un cuerpo inadecuado para la psiquis y la solución es cambiar el nombre y la posibilidad de construir otro cuerpo anatómico. Se cambia el género y se reasigna la anatomía en función del género porque se identifica al género con el genital.

En ese sentido, “la transexualidad no es una transgeneridad en el sentido de transcender el género, es una transversalidad de género; a secas, un juego con los polos definidos por el orden de género vigente. Éste no sólo no es puesto en cuestión, sino que incluso, a diferencia de lo que podría ocurrir con el travestismo o con otras formas de transgeneridad tendientes a la anulación de las diferencias de género, se ve reforzado” (10).
Dado que en Argentina los menores de edad pueden acceder a tratamientos hormonales y cirugías, a partir del diagnóstico el problema pasa a estar en manos de la ley y la medicina. Acuerdo con Judith Butler cuando plantea que el definir a este fenómeno como un trastorno y ubicarlo dentro de lo patológico, es el precio a pagar para asegurar de que el estado se haga cargo de todo el proceso de cambio de sexo, lo cual incluye el punto esencial de su financiamiento.

Cuando la ecuación fálica no opera en el discurso, fálico y genital se confunden, quedan ubicados en el mismo plano.

“Freud ha distinguido fálico y genital y eso se impone, yo tardé en darme cuenta. Si se parte de un óvulo y un espermatozoide, se llega a la inseminación artificial, pero no a una relación que tiene que ver con el sexo” (11).

Hombre y mujer son posiciones que resultan de habitar el lenguaje y para cualquier ser hablante está permitido, más allá de sus atributos, inscribirse en la otra parte (12). Por eso, el ser sexuado está limitado por su clasificación como varón o mujer, pero esto no impide que pueda elegir.

Me resulta interesante la afirmación de Lacan en el Seminario 21 cuando enuncia que el ser sexuado se autoriza por sí mismo [….] y por algunos otros y enlaza esta posición con el autorizarse analista (13). Porque dicha autorización, va más allá del deseo del Otro, depende de la modalidad de goce en la relación al otro sexo y, entiendo, pone en juego la reinvención, ya que el nombre propio precipita con las letras que se escriben, luego de un recorrido por la lectura y escritura de las marcas.
En este punto se distingue: la diferencia biológica, el discurso en el cual fue inscripto el viviente, de la sexuación.

Identificarse, por elección, en un sexo diferente al biológico y/o al asignado -el cual no necesariamente coincide con el biológico-, implica un recorrido por las marcas que pone al Otro en cuestión. Ésta en una posición inalcanzable en la primera infancia cuando los niños creen en Dios, en la magia y en los padres porque necesitan un saber que dé garantías, precisan servirse del padre para luego ir más allá de él.
Esta conclusión en una identidad, anticipa un destino, salteando tiempos ineludibles en la infancia. Me parece fundamental abrir el tema desde el psicoanálisis ya que comparto la afirmación de Lacan: “mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”.

Notas

  1. A partir del trabajo “¿Trastorno de identidad de género en la infancia?”, presentado en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis de Montevideo, octubre 2015. Publicado en “Lecturas de niños en análisis”. Mariela Weskamp, Ed. EFBA.
  2. Ley 26.743, promulgada el 23 de Mayo de 2012 para establecer el derecho a la identidad de género de las personas.
  3. Término que  introdujo el endocrinólogo Harry Benjamín.
  4. Cf. Jacques Lacan, Seminario 19: “O Peor”, clase del 12 de enero de 1972. 
  5. Jacques Lacan, Seminario 19: Ou Pire, clase del 8 diciembre 1971, trad. R. Rodríguez Ponte, inédito.
  6. Jacques Lacan, Seminario 20: Encore, clase 21 noviembre 1972, trad. R. Rodríguez Ponte, inédito.
  7. Cf. Jacques Lacan, Seminario 19: Ou Pire.
  8. Cf. Jacques Lacan, El Seminario, Libro 4. La identificación con el falo.
  9. Cf. Jacques Lacan, El Seminario, Libro 1.
  10. Joan Vendrel Ferré, “Sobre lo trans: aportaciones desde la antropología”, Cuicuilco, Escuela Nacional de Antropología e Historia,
 vol. 19, núm. 54, 2012, México DF. pp. 117-138
  11. Jacques Lacan. Conferencia en Londres, 1975, inédito.
  12. Jacques Lacan, Seminario 20: Encore, clase del 13 de marzo de 1973, inédito.
  13. Cf. Jacques Lacan, Seminario 21: Los incautos no yerran, clase del 9 de abril de 1974, inédito.
  14. Jacques Lacan, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, en Escritos 1.

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