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Número 2 - Octubre 2000
"Reverendas madres de todos los cantares"
Cecilia Heredia - Virginia Rodriguez Lamas

 

"Señoras y señores: En esta conferencia no pretendo, como en las anteriores, definir, sino subrayar; no quiero dibujar, sino sugerir. Animar, en su exacto sentido. Herir pájaros soñolientos. Donde haya un rincón oscuro, poner un reflejo de nube alargada y regalar unos cuantos espejos de bolsillo a las señoras que asisten.

He querido bajar a la ribera de los juncos, por debajo de las tejas amarillas. A la salida de las aldeas, donde el tigre se come a los niños. Estoy en este momento lejos del poeta que mira el reloj, lejos del poeta que lucha con la estatua, que lucha con el sueño, que lucha con la anatomía; he huido de todos mis amigos y me voy con aquel muchacho que se come la fruta verde y mira cómo las hormigas devoran el pájaro aplastado por el automóvil".

(Federico García Lorca: Las "nanas" infantiles)

Allí estamos situadas: en la frontera en la que, si es atravesada, los niños pueden ser comidos.

Había una vez un niño en el hospital, que no podía dormir. Los adultos --padres, médicos, enfermeros – escuchaban el "escándalo" que el niño producía. Entonces llaman. La terapeuta le dice "la noche es para dormir" y le muestra cómo todos duermen en la sala. Pero el sabio niño responde: ¿por qué justo hay que dormir a la noche, cuando los tigres salen a cazar?

¿Quién es el cazador? ¿Quién el cazado? ¿Por qué habría que dormir en el justo momento en que un niño podría ser cazado?

Un único orden natural en la noche para dormir no existe. Los patrones animales de comportamiento nocturno no se condicen con dormir en la paz de la noche. Los pequeños insectos se adueñan de la noche por su posibilidad de pasar desapercibidos. Los enormes carnívoros lo hacen con sus actividades depredadoras. Los ciegos murciélagos con la captación de ondas que ubican los objetos de su realidad y permiten su vuelo y su cacería. Las aves rapaces de la noche (búhos, mochuelos, lechuzas) desarrollan su visión nocturna y se ubican en el mismo territorio de caza que las diurnas, aunque en distinto momento; sin embargo, aunque algunas nocturnas pueden cazar de día, ninguna diurna puede hacerlo de noche.

¿Cómo ubicar en la selvática y peligrosa noche una guarida para los niños? Podríamos suponer un mito. En aquellos tiempos el hombre dormía. ¿Empezó a despertar por hambre o por un ruido? Despabilado, durante el día se mantenía con su visión, pero en las tinieblas no distinguía ni a su presa ni a su predador. La noche se hizo temible: costaba conseguir alimento y era fácil ser tomado como tal. Había que buscar refugio. Refugiarse para dormir y dormir para refugiarse. Empujado a dormir de noche, la oposición día-noche queda instaurada, oposición simbólica que da su armado, organiza, hace que, en efecto, haya una realidad y que el hombre no se pierda en ella. Oposición que también se escribe despierto-dormido, como una de las tantas que quedaron inscriptas y que produjeron un ordenamiento. Mandamientos actualizados en la nana que dice: "Duérmete niño, duérmete ya, que viene el cuco y te comerá"... y en la canción andaluza que canta: "Despierta, niño, despierta, despierta si estás dormido".

Lacan afirma: "La vida de la que estamos cautivos, vida esencialmente alienada, ex-sistente, vida en el otro, está como tal unida a la muerte, retorna siempre a la muerte, y sólo es llevada hacia circuitos más amplios y apartados, por eso que Freud llama elementos del mundo exterior.

La vida sólo piensa en descansar lo más posible mientras espera la muerte. Es lo que come el tiempo del lactante al comienzo de su existencia, por sectores horarios que no le dejan abrir sino apenas un ojo cada tanto. Traicioneramente hay que sacarlo de ahí para que alcance ese ritmo por el cual nos ponemos en concordancia con el mundo." (Seminario 2)

Lacan habla de tiempos inaugurales. Las costumbres y la clínica relatan en esos tiempos un "hacer-dormir". "¿Duerme? ¿te deja dormir?": qué padres no han sido objeto de esas preguntas insoslayables ante el reciente nacimiento de su hijo.

Por lo prematuro del infans su organismo está mejor preparado para el dormir. Sin embargo, la insistencia es porque no duerme y porque hay que hacerlos dormir. Un ser prematuro como "planicie con los centros nerviosos al aire, de horror y de belleza aguda" (García Lorca), el aparato neurológico del bebé carece de las vainas protectoras y conductoras de mielina. A medida que lo neuronal va envolviéndose de aquellas, cuenta con la base de sustentación que permite la madurez psicomotriz desde el punto de vista biológico correlativa a una disminución de la necesidad del dormir. Desde el punto de vista estructural la maduración estrictamente sensoriomotriz y las funciones del dominio imaginario caminan entrelazadas. Lacan no deja de vincular directamente la atipia del dormir con el retraso situado en el plano de lo imaginario, en el plano del yo como función imaginaria. El niño nace desprotegido neurológicamente, la mielina irá recubriendo la fibra nerviosa así como la madre permitirá el recubrimiento del viviente con un manto imaginario protector.

Si bien la operación del narcisismo que sostiene al niño en el mundo humano se produce de una sola vez, como una "nueva operación" en la constitución subjetiva, la traición materna hacia el niño transforma a la madre misma en traicionada. El bebé entonces debe despertar al mundo humano de a poco y, además, se debe dormir. De lo contrario se tornaría insoportable para el Otro materno.

En el hospital, durante las noches, es frecuente para los pediatras recibir las consultas de padres y madres agotados, que llegan con un bebé en brazos a quien no pueden hacer dormir. Ellos dicen: "no sé qué hacer, déle algo, lo único que queremos es que nos deje dormir, si pudiera se lo dejaría". Viraje del "no duerme", "no durmió en todo el día", al "no me deja dormir", significando una otra cosa que no logran acallar. Buen síntoma: padres dirigiendo una demanda al lugar donde Otro sabe sobre los niños. El "trastornar" del dormir del niño es un trastorno del Otro.

 

Hacer dormir al tirano

Dice Freud en El porvenir de una ilusión: "Sólo un único individuo puede llegar a ser ilimitadamente feliz con esta supresión de las restricciones de la civilización, un tirano, un dictador, que se haya apoderado de todos los medios de poder; y aun para este individuo será muy deseable que los demás observen, por lo menos, uno de los mandamientos culturales, el de no matar".

¿Cómo hacer entonces para dormir al tirano?

El bebé está allí naciendo al odio y al amor, haciendo revivir en el otro las experiencias más arcaicas, más innombrables, más inasibles. Un bebé que en un más allá originario, en su indiferencia, odia. Indiferencia que Freud localizó en lo tanático constitutivo previo al amor.

El psicoanálisis llama "maravilloso" y "terrorífico" a ese niño en tanto la mirada materna lo ensalza esplendorosamente y también lo deja en un desamparo, abandonado al terror y a la muerte, aunque parezca indiferente. Niño que permitió despertar en la madre esas formas más primitivas del amor y del odio pulsionales. No se trata de amor y odio como sentimientos del yo. Dualidad pulsional: atisbo de odio manifiesto en rechazo y amor como movimiento de apertura y expansión.

Sólo en la experiencia de la imposibilidad de la completud, en la no realización armónica, allí donde la madre no obtiene lo que la hace completa, ni el niño aquello que demanda, es posible que se pueda quedar dormido. El niño dormido, satisfecho en su goce ilusorio y transitorio, que ya no es goce pulsional. Es aplastamiento de la demanda como ruptura de promesas, traición por supuesta satisfacción de la necesidad. El niño es enviado a dormir y así poder soñar su deseo.

Si este es el caso, tenemos una madre que tiene paciencia, que sabe esperar: "no es lo que espero, ¡lástima!, otra vez será" –podría decirse a ella misma. Mientras tanto, lo deja ir, aunque lo volverá a buscar. O, como dice Leclaire: "renacer siempre a la palabra y al deseo haciendo permanentemente el duelo del infans fascinante". La madre no deberá confundir la muerte necesaria de la "representación narcisista primaria" (el niño fascinante o terrible a los ojos de quienes lo hicieron o vieron nacer) con la muerte orgánica. Si el niño pudo dormirse es por ese poco –o mucho– de odio que permitió proteger su campo yoico.

La angustia materna ante el no dormir de su niño, que no la deja dormir a ella ¿no resulta la aparición angustiosa sobre el niño de ese odio primordial que no ha sido reprimido o que, si lo fue, regresa? Si lo primario de la pulsión es el odio ¿cómo hace la madre para hacerle lugar al amor?

Dice García Lorca: "Hace unos años, paseando por las inmediaciones de Granada, oí cantar a una mujer del pueblo mientras dormía a su niño. Siempre había notado la aguda tristeza de las canciones de cuna de nuestro país, pero nunca como entonces sentí esta verdad tan concreta. Al acercarme a la cantora para anotar la canción, observé que era una andaluza guapa, alegre, sin el menor tic de melancolía; pero una tradición viva obraba en ella y ejecutaba el mandato fielmente, como si escuchara las viejas voces imperiosas que patinaban por su sangre".

El mismo poeta nos recuerda: "No olvidemos que el objeto fundamental de la nana es dormir al niño que no tiene sueño". ¿Por qué un niño no quiere dormir? ¿Por qué no tiene sueño? ¿Por qué suponer que ese niño tendría que querer dormir? Si la madre no lo puede hacer dormir será porque su deseo no está allí. Seguirá gozando de su niño despierto, despierto y cazado en su omnipotencia. Para dormir a un niño se requiere que la madre lo traicione, ahora para que se duerma y no para que despierte. Si puede colocar allí su deseo, quizás con arrullos o nanas, su niño conciliará el sueño.

El hacer dormir implica abrir la hiancia a la sustitución del objeto, no quedar encantada, rechazarlo situando ese atisbo de odio.

.....

Duérmete, mi niño,

que tengo que hacer,

lavarte la ropa,

ponerme a coser.

.....

Por aquella calle larga

hay un gavilán perdío

que dicen que va a llevarse

la paloma de su nío.

.....

La loba, la loba,

vendrá por aquí

si esta niña mía

no quiere dormir.

.....

Imaginemos una tribu conocedora ignorante de las dualidades, de la ineficacia del amor oblativo, marcada por las tentaciones gozosas, angustiada por la proximidad de las pulsiones, que recurriendo a la melodía, a las oposiciones y a las palabras, inventó las canciones de cuna. Relato de amenazas posibles de concretar que envía al niño a la muerte del dormir, donde si la vida persiste es en el deseo del sueño. Y en el sueño el cuco devora, el diablo fragmenta, el hombre de la bolsa secuestra, el arenero sangra los ojos –pero de mentira.

El mensaje de la nana no sólo acota al niño, también le recuerda a la mujer que canta que la prohibición del incesto, de reintegrar su propio producto, está en el inicio de la cultura. Y esto será trasmitido de generación en generación.

Estas nanas, como todas, plantean una melodía y un texto que arma la canción. Una arrulla y el otro hiere. Sin embargo, podríamos escuchar la diferencia entre aquello enunciado por la palabra dicha y lo que en la enunciación trae a un sujeto allí planteado. Esa mujer que es madre ¿puede tener poder "adivinatorio" para poner al niño a tono con ella? Dice Lorca: "la madre traba estos dos ritmos para el cuerpo y para el oído con distintos compases y silencios, los va combinando hasta conseguir el tono justo que encanta al niño. (...) Pero la madre no quiere ser fascinadora de serpientes, aunque en el fondo emplee la misma técnica". En este acto íntimo de la madre su voz no es sino arrullo, velo a lo insoportable. Amar y odiar a su niño; aunque a ella le sea difícil la asunción subjetiva del odio, la posibilidad de matar a ese niño "maravilloso" le permitirá reconocerse también en el odio. Y entonces que transcurra su vida –y su sueño– entre las dos muertes.

 

Encarnando una canción de cuna

‘‘–Psicopatóloga de guardia, la necesitan en la Unidad...’’

Somos llamadas. Es de noche. Al concurrir a la sala nos encontramos con una situación de la que sus actores no pueden salir, estática en su resolución, cristalizada en su angustia. Como en el cine, como en el teatro, una escena participa de un espacio y de un tiempo. Lo escópico y lo auditivo convergiendo en movimiento. Pero aquí hay algo congelado aunque lo fenomenológico describa mucha inquietud y poco silencio.

Lo que desvela en esa noche descorre un velo y destapa un llanto, un grito o un sonido mudo, develando lo que horroriza, puesto que debería permancer invisible e inaudible. La ausencia de silencio no es palabra encarnada sino grito, llanto o lamento, expresiones de dolor que nos hacen dar un vuelco interno, rompen un imaginario, la superficie amorosa del espejo que sostenía al sujeto.‘‘Del grito, ya sabemos qué esperar: el dolor (físico o metafísico: poco importa, puesto que se trata del sujeto)...’’ (E. Grüner).

Son las dos de la madrugada en el hospital. La madre trae a Esteban. Ella dice: ‘‘Es autista... Está así desde las cinco de la tarde... No lo soporto más’’. ¿Es que alguna vez lo hizo? Sus palabras no lo acarician, lo amortajan. Cinco años en la vida de un niño que hoy lleva golpes en la cara, que aparece vocalizando autoeróticamente y muy despierto a la hora en que los niños duermen y los gnomos están despabilados. Claro que este pequeño ser no tiene gnomos en su vida y tampoco él lo es. Y que su mano aleteando delante de su boca sonora no lo transforma en un indio que pelea con un cowboy. Sólo es un despojo que ni habla ni juega y que cuando nadie hay que lo limite, más aun, cuando nadie sostiene su cuerpo, se golpeará desafiando los límites del dolor y del espanto. La madre insiste: ‘‘¡Medicar a este niño!’’ –pedido que significa que lo acallemos para sacárselo de sus espinosas manos, que no permitamos que un pequeño cuerpo sea destrozado por uno grande, que este cuerpito sea su objeto para devorar.

Hay dos maneras de matar: una, provocando la muerte física, organismo que encuentra su final en el golpe último de la muerte a la vida; una segunda, muerte subjetiva por no acceder a la muerte que el significante unario produjo al sujeto. Ingreso a la humanidad significante, a la simbolización primordial. También es Lorca quien nos recuerda que " la canción de cuna perfecta sería la repetición de dos notas entre sí alargando sus duraciones y efectos", así como la oposición del Fort con el Da.

Escuchar el pedido de la madre, tardío en relación con el sujeto, pertinente pero sumamente inestable en relación al cuerpo del hijo, pedido de que algo le impidiera matarlo físicamente cuando ya estaba muerto para el deseo. Allí no había a quién cantarle, pero nos quedaba un compromiso: seguir enunciando el No Matarás, el No Lo Comerás. Entonces lo medicamos.

Leyendo el cuento ‘‘El Hombre de la Arena’’ de Hoffman (maravillosamente presentado por Freud en Lo siniestro), que forma parte de los Cuentos nocturnos, encontramos tres versiones de este fantasmagórico personaje:

1. ‘‘No existe el Hombre de la Arena (...) Cuando digo que viene, quiero significar solamente que necesitas dormir y que tus párpados se cierran involuntariamente, como si te hubieran echado arena a los ojos.’’

2. ‘‘El Hombre de la Arena es un hombre malo que va a buscar a los niños cuando no quieren acostarse y les echa arena a los ojos hasta hacerlos llorar sangre. Después los mete en una bolsa y se los lleva a la luna para que jueguen sus hijitos que tienen picos torcidos como los búhos y que les pican los ojos hasta que los matan.’’

3. ‘‘... pero el Hombre de la Arena (...) era más bien una odiosa y fantástica criatura que, donde quiera que fuese llevaba consigo el pesar, el tormento y la necesidad, y que ocasionaba males positivos, males duraderos.’’

¿Cuántas nuevas versiones de ‘‘hombres de la arena’’ aparecen por las noches y en las camas hospitalarias sangran a los niños que allí duermen? Revisan sus cuerpos, pinchan sus brazos, desvelan su intimidad. Aunque hay que dormir, ellos (los mismos, quizás, que de día son médicos o enfermeros) también pueden aparecer. O tomando las llorosas e insomnes palabras de Alejandro, un muchacho de trece años con la válvula de su hidroencefalia infectada: ‘‘Las enfermeras no me dejan dormir... entran, me molestan, me tocan...’’.

Al ser internado un niño se vuelve a encontrar, como en sus tiempos más originales, en estado de indefensión, a merced del Otro omnipotente. Sea cual fuere la ética de la práctica médica, ante este acto la oposición del niño, sus pataleos, sus gritos, resultan escasos para evitarlo. En pos de su curación, la legalidad científica de la práctica médica autoriza a que el paciente sea un objeto de ella.

Los niños internados no son sólo infantes y también hablan. Pero una historia ha quedado recortada y caída en el devenir de su vida singular. No sólo se tratará de cantarles una canción que los adormezca; también se tratará de retomar un relato, relato de la historia de su vida y de su enfermedad, que tomado desde esta historización, permitirá adormecer lo traumático que los inmoviliza. Palabras que apacigüen y permitan el soñar, pudiendo también ser un soñar despiertos.

"Actuar en consecuencia, conforme a lo dicho o mandado"

Cuando la noche ha caído en el hospital comenzamos a ser convocadas en relación a niños que hacen llamar, y a los cuales habrá que prepararlos para dormir: arroparlos, interdictar a médicos, interdictar a las madres, armar rompezabezas, dibujar, ir a buscar los pedazos a los quirófanos, rearmar, y sacar provecho de "esta prodigiosa permeabilidad del niño frente a todo lo que sea mito, leyenda, cuento de hadas, historia, esa facilidad para dejarse invadir por los relatos" (J. Lacan).

Recordamos a Roberto, paciente de Rocine Lefort, quien por efecto de su análisis "... en la vida cotidiana, le era más fácil desvestirse, pero a continuación sufría una gran depresión. Se ponía a lloriquear por la noche sin razón, bajaba a hacerse consolar por la celadora y se dormía en sus brazos". Por supuesto que había razones, se dormía en brazos. A los niños se los arropa, se los acuna, se los mece, dándoles de esa forma una apaciguadora ilusión de integración yoica. Eso buscaba Roberto y a eso respondía la celadora, produciéndose una maravilllosa adecuación-inadecuación que le permitía el dormir.

Son todos actos atravesados por un eje: no gozarás del niño, actos que toman como melodías de fondo a las nanas que desde la tradición cultural nos dicen: el camino es por allí.

 

A modo de epílogo

También un niño enfermo o muriente tiene el inalienable derecho a dormir, dormir y soñar.

Madrugada del 13 de setiembre de 1997. Gabriela, 17 años, paciente terminal que los médicos querían que se durmiera a través de alguna medicación inductora del sueño.

Gabriela– No sé por qué los médicos dicen que tengo algo en la cabeza, yo no tengo nada –(Tenía la calota llena de masas tumorales.) – No quiero que se me caiga el pelo. –(Ya no tenía cabellos)– Yo soy otra, no soy la que está en el protocolo, se equivocaron, andá a fijarte el nombre. Me están arruinando la vida.

La conducimos a recordar su viaje de egresados, su ropa, cómo se peinaba, sus amigas. Fueron tres horas desgarradoras y, al mismo tiempo, integradoras. Pudo dormirse. Antes pidió que le cantásemos "Plegaria para un niño dormido".

"Aquel que no hace y rehace el duelo del niño maravilloso que habría sido, permanece en los limbos y la claridad lechosa de una espera sin sombra ni ilusiones; pero aquel que cree haber saldado de una vez para siempre su cuenta para con la figura del tirano, se exilia de las fuentes de su genio y se cree un espíritu versado frente al reino del goce."

(Serge Leclaire)

***

Textos citados

El porvenir de una ilusión, de Sigmund Freud.

«Las nanas infantiles», de Federico García Lorca.

El Seminario de Jacques Lacan, Libros 1 y 2.

Matan a un niño, de Serge Leclaire.

Otros fragmentos sin indicación pertenecen al artículo «La noche encendida», de Cecilia Heredia.

 

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