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Número 4 - Agosto 2001
Yo tenía un hermano grande
Gustavo Castellano

 

UNO : "No hay mejor forma de conocer a un hombre que cuando habla de la muerte" reza la solapa de un libro 1 oficiando de presentación de un tratado sobre el bien morir, vale decir, aquellos actos que en la Edad Media se debían realizar para defenderse de las tentaciones del diablo y alcanzar la gloria del paraíso, en ese momento culminante en donde un cristiano se jugaba su última parada.

Que la muerte ha sido un tema central para los hombres en distintas épocas y culturas da cuenta la extensa producción que al respecto se ha escrito. Contamos con una enorme cantidad de datos sobre rituales y costumbres funerarias directamente relacionadas con las creencias en la vida en el más allá, y que incluyen la preparación y despedida del cadáver y todas aquellas prácticas que se relacionan con el descanso o el retorno de los muertos 2.

Con relación a este tema en Occidente, resulta absolutamente ineludible detenerse en los trabajos del historiador Philippe Ariès 3 quien da cuenta de las diversas maneras de concebir la muerte que a lo largo de los tiempos ha tenido lo que hemos dado en llamar "cultura occidental". La pregunta central de Ariès es si la costumbre de atribuir orígenes lejanos a fenómenos colectivos que en realidad son muy nuevos, se puede aplicar al fenómeno de la muerte. De ser así, llevaría inmediatamente a poner en cuestión el ideal racionalista de esta época de progreso científico, en tanto aún tenemos la capacidad de inventar —y creer en— mitos.

Un primer punto importante que Ariès remarca es que hubo un tiempo en que se esperaba la muerte en el lecho y que ésta era una ceremonia de carácter público y organizado, por tanto, la habitación del difunto se transformaba en "plaza abierta". Los caminantes que tropezaban con el sacerdote que se dirigía a prestar auxilios al moribundo, se sumaban al cortejo y todos juntos ingresaban a la habitación del enfermo. Incluso se traía a los niños. Ariès no dejará pasar la oportunidad de subrayar "¡Cuando se piensa hoy en el cuidado que se toma para alejar a los niños de las cosas de la muerte !" 4

Hasta el siglo XIX los cementerios no eran tal como los conocemos hoy 5, ni siquiera había tumbas individualizables sino que las fosas eran comunes y por lo tanto era común ver emerger los huesos de la tierra ; todo ello hacía que los hombres tuvieran familiaridad con los muertos y con la muerte. A este tipo de muerte, familiar, cercana, atenuada, indiferente, cuyos ritos funerarios tenían como uno de sus objetivos centrales el impedir que los difuntos retornaran para perturbar a los vivos, Ariès la designará como la muerte domesticada. 6

A partir del siglo XVI los temas de la muerte se cargan de un fuerte contenido erótico : el arte y la literatura asociarán la muerte con el amor y surgirá una "complacencia extrema en los espectáculos de la muerte, del sufrimiento, de los suplicios", y también "se relacionan inconscientemente las imágenes de la agonía con las del trance amoroso". 7

El duelo tuvo entonces, desde finales de la Edad Media y hasta el siglo XVIII, una finalidad doble : en primer término imponía a los familiares del difunto manifestar durante un cierto tiempo una pena que no siempre sentían  —tiempo que podía ser acortado con un nuevo y apresurado casamiento, pero de ningún modo podía ser abolido. Por otra parte, cumplía una otra función : proteger a los sobrevivientes contra una pena excesiva, imponiéndole ciertos usos sociales : la visita de los familiares, amigos y vecinos, momentos en los que esa pena podía exteriorizarse, pero siempre dentro de carriles férreamente establecidos.

Este equilibrio se habrá de alterar en el transcurso del siglo XIX en el que "ese umbral dejó de ser respetado, el duelo se desplegó con ostentación más allá de las costumbres" 8. Es la época de lo que se podría llamar duelos histéricos.

Una nueva representación de la sociedad va a aparecer con la obra de Auguste Comte, quien esgrimirá como uno de sus argumentos centrales que la sociedad está compuesta no solamente por los vivos, sino también por aquellos que han muerto. De allí los cementerios habrán de cobrar una dimensión central en la vida de una sociedad ; hay que ser absolutamente claros : nuestra "tradición" 9 del culto a los muertos no es de origen cristiano, sino positivista ; posteriormente los católicos se plegaron a ella al punto de considerarla una creación propia de esa comunidad de creyentes.

Con la Primera Guerra Mundial se producirá un corte abrupto y otra forma de vivir la muerte se irá introduciendo en la sociedad occidental, a ese fenómeno pautado por el escamoteo de la muerte, por el vaciamiento de la carga dramática del final de un ser humano, fenómeno en el cual los médicos se transforman en los amos de la muerte, y donde para los familiares queda solamente el lugar de la emoción en privado, a eso es lo que Ariès designará con el nombre de muerte seca. Se apoyará en los estudios del sociólogo inglés Geoffrey Gorer 10 quien mencionará al duelo como un acto equiparable a la masturbación, es eso que se hace a solas y cargado de culpas y vergüenza ; en ese sentido la muerte y el duelo se han vuelto actos pornográficos : es solamente en voz baja que podemos hablar de tales cosas. Gorer insistirá en que la muerte reemplazó al sexo en cuanto a aquello de lo cual no se puede hablar públicamente. Mostrar alguna señal de tristeza es pecar contra la felicidad, ponerla en cuestión como finalidad última del ser humano, y en esta era de la calidad de vida, tal actitud resulta imperdonable. Pero de ningún modo esta forma de plantarse frente a la muerte y al duelo puede entenderse como entrañando un desprecio o una indiferencia ante tales hechos, antes bien lo contrario y prueba de ello es la cantidad de personas que no sobreviven a la pérdida de un ser querido, siendo arrastrados por la muerte11.

Es con estos paisajes como telón de fondo que Jean Allouch escribe su libro Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca12 proponiendo llevar el duelo a su estatuto de acto : el duelo no como un trabajo sino como subjetivación de una pérdida ; dirá entonces que "El acto por sí mismo es susceptible de efectuar en el sujeto una pérdida sin ninguna compensación, una pérdida a secas", e inmediatamente que "desde la Primera Guerra Mundial, la muerte no espera menos". 13 Vale decir que en este tiempo de la muerte seca que se inauguró con esa primera conflagración bélica que involucró prácticamente a todos los países europeos y también a los Estados Unidos, Canadá y Australia —y en la cual se estrenaron nuevas armas, así como nuevos métodos de combate 14— el duelo ha de pasar por un cierto acto para resolverse, y aún más no es sin pérdida, no hay sustitución del objeto : los goces que brindaba el objeto perdido no serán procurados de la misma manera por un nuevo objeto.

Una vez realizado este breve recorrido histórico y esta somera presentación de la propuesta de Jean Allouch 15, me centraré en la clínica con niños. No desde el ángulo del duelo en la infancia, ni por el sesgo de la relación de los niños con la muerte. Este trabajo trata de la particular situación en la que queda un niño cuando es su madre la que está de duelo. Como se verá en las páginas que siguen, se trata de un duelo muy particular : el duelo por la muerte de un hijo, por tanto, también de un hermano. Ese es el lugar por donde elegimos abordar la situación, lo que para nada quiere decir que la única forma de que un niño lo transite sea inscribiéndose en el duelo materno. Dicho de otra manera, que no haya duelo "propio" del niño por el hermano.

Entonces, ¿cuál es la pregunta que hay que responder ? Respuesta : qué sucede con un niño cuya madre está de duelo, ¿de qué manera es eso vivido por el niño ?, ¿hay algo que se pone en cuestión en la relación niño - falo - madre ? 16

DOS : Para poder avanzar, nada mejor que presentar un escrito que es un punto de cruce entre el testimonio y la creación literaria, con las extrañas, complejas y difíciles relaciones que guardan entre sí. Las cartas que no llegaron 17 plantea todo un problema si pretendiéramos precisar a qué género literario pertenece este periplo por el patio de la casa, el barrio, los campos de exterminio nazis, los agujeros que la dictadura uruguaya usó con los "rehenes"18, la guerra. Habrá que ajustarse al decir del autor y concluir que se trata de cartas, de hacerlas llegar —al padre, pero también a Inés, hijita de la hija— y también de jugarse en cada una de ellas.

El libro está estructurado en tres partes : Días de barrio y guerra, La carta y Días sin tiempo. Se trata de algunas de las páginas más conmovedoras que han llegado a mis manos en los últimos tiempos. Conmovedoras por las historias que allí se van desgranando, por el enorme talento con que están escritas, por la capacidad para ubicarse —y por extensión ubicarnos— en los ojos de un niño que va descubriendo el mundo de su casa, su cuadra, su familia, el amigo del alma, el entorno del barrio, vale decir, las pequeñas historias cotidianas, atravesadas por otras historias, que ocurren lejanas en lo geográfico, pero que tocan muy cerca y muy hondo. Es también la historia de un niño con una infancia atravesada por los efectos de la de inmigración, el exterminio de los judíos en la Segunda Guerra Mundial y la muerte de un hermano.

El libro se abre con una presentación de los padres a quienes se conoce no desde siempre, sino a partir de circunstancias que pueden precisarse : la madre a quien recuerda por primera vez en el patio de la casa y el padre, recortando una mirada de ojos claros, transparentes y pícaros, "los mejores del mundo" —sin dejar de mencionar la situación de pobreza en la que vivían 19— el hermano es presentado con las siguientes palabras que el autor sitúa desde una mirada de niño :

"Y además de todo eso, yo también tenía un hermano grande, que era el que me defendía cuando nos atacaba el enemigo. Me defendió toda la vida, hasta que se murió" 20

Será a retener ese me defendió toda la vida, porque se trata no solamente del lapso de tiempo que el hermano vivió, sino que era la totalidad de la vida la que estaba bajo su manto de protección, prueba de ello serán las preguntas que atravesarán a Moishe a punto de partida de la muerte de su hermano.

Un hermano que queda ubicado como el lugar en donde se sostiene un saber porque lo que él dice tiene peso de verdad, ya que "sabe todo". 21 A tal punto que cuando lleguen noticias del exterminio de la familia que quedó en Europa del Este —más concretamente en Polonia — y el padre grite que se ha terminado "todo", el hermano mayor echará a Moishe reafirmando ese demarcación entre aquellos que pueden entender y el que no con un "no sabés nada" 22, respaldado por un padre que esgrime que para alguien tan pequeño ya habría tiempo para enterarse de la catástrofe que está ocurriendo. De todas formas hay un punto en que el niño tiene referencias de que algo terrible está sucediendo y que eso involucra a la "mámele de papá y la búbele y todo". 23 Ese todo —además de ser la palabra que el padre utiliza para denotar la dimensión de la catástrofe 24— está para subrayar que nada de aquello que se ha desencadenado a miles de kilómetros de distancia les es ni les será ajeno : también los que están lejos serán alcanzados por la noche y la niebla.

Hay entonces un lugar de ideal ocupado por el hermano que no solamente se sostiene en tanto que el mayor —no es extraño que el hermano mayor ocupe un lugar privilegiado para los que le siguen en tanto desde la mirada del pequeño encarna aquellos logros motrices e intelectuales a los que el menor está momentáneamente en suspenso, aunque prometido— , sino que es sostenido por la mirada de los padres.

"...porque León era el mejor de todos, y eso lo sé, todos lo sabíamos, mamá lo sabía, y yo sentía que mamá lo sentía [...] y yo tenía un hermano grande y nadie me hacía nada porque tenía un hermano grande, que era el mejor, y me hubiera enseñado yiddish [...]" 25

Esto que queda trunco, que no se materializa —la enseñanza del yiddish—, no es un tema menor. Se trata nada menos que de la lengua que sirve para comunicarse entre los padres, y con los padres y es también poder ser parte de una línea que lo remonta a los que quedaron en Europa, a todas las generaciones anteriores y la historia de sus propios padres y hermano en otro lugar, historia que a Moishe lo hace único en tanto que excluido —él es quien nació en Uruguay. Gran parte de las preguntas dirigidas al padre en La carta intentan reconstruir esa historia de migraciones, a conocerla, recrearla o directamente a crearla. Habrá un viaje a Polonia recorriendo los mismos caminos por los que transitaron esos judíos errantes, siempre buscando encontrar las huellas del padre y ver el color de esa tierra con los ojos con que el padre miraba.

El yiddish es un santo y seña que lo ubica como parte de la memoria familiar y colectiva. 26 En esta historia de inmigrantes judíos, más aún, de persecución, el hermano constituía esa bisagra entre un mundo y otro, el mundo que tuvieron que abandonar empujados por el hambre y la persecución y este mundo nuevo : era aquel que hablaba yiddish pero también la lengua española : ciertamente un traductor, un enlace entre dos universos distantes.

Del padre se dirá que hablaba y leía yiddish y polaco, pero que en español apenas si entendía los titulares de los diarios.

"Debido a esa realidad fue que Leibu27 se convirtió en el puente entre la familia polaca y el mundo exterior [...] Siempre volvía a su casa, después de hacer los mandados, por ejemplo, con varias palabras en español a cuestas. Debido a que la gente del lugar le iba enseñando los nombres de las cosas, él a su vez se encargaba de explicarles a sus padres cómo se llamaba la carne, el arroz, la sal, los fideos." 28

Se trata de nada menos que del universo del lenguaje. El significante cumple en el mundo infantil una función ordenadora, una función clasificatoria que permite ordenar el mundo, fundamentalmente —y para empezar— ponerle un cierto orden a la estructura familiar. "Mamá", "papá", "hijo", "hermano" son antes que nada lugares en una estructura, zonas de inclusión y exclusión. No es casual entonces que a determinada edad muchos niños jueguen jubilosamente el juego de trazar un mapa de las relaciones de parentesco de los distintos integrantes de su familia 29 :

"La mamá de mi hermano es mi mamá pero no es la mamá de Fito. Fito tiene otra". 30

Un juego jubiloso que como tantos juegos que dejan marcas, ha de jugarse con otros, con otros que entren y puedan jugar el juego.

"Mi papá escribe cosas de acá para allá y no se entiende nada porque escribe palitos. León dice que no son palitos, que arriba del todo, los palitos dicen «mámele», que es mamá. Y papá tiene una mamá a la que le dice «mámele». [...] «¿Es tu mámele», le dije [a León]. Y él que no, «que mi mámele es mamá, tonto, y la mámele de papá es mi búbele, ¿entendés ?, y la búbele es también tu búbele, así que vos tenés dos búbeles como yo, la mámele de papá y la mámele de mamá»". 31

Este diálogo fantástico que imagino lleno de gozo por ambas partes : uno porque "sabe y enseña", el otro porque le están enseñando pero también porque "ya la tenía clara". Entonces, función organizadora del mundo y juego que se juega con otro, casi siempre un otro que ocupa cierto lugar de saber, un Otro, entonces.32

¿Cuál es la función que viene a cumplir este llamado ordenamiento del mundo ? Insertar a alguien en un linaje, en una cierta secuencia genealógica y también en un cierto cuadro en donde entran aquellos que para el mundo en el que el niño vive tienen un significado, todos aquellos con los que —bajo la forma que sea— está relacionado. 33 ¿Acaso no es también así como toman forma los relatos bíblicos ubicando la secuencia de las generaciones, la forma en que se van trenzando y tejiendo una especie de tela ? Como lo remarcará Rosencof en su libro, desde las palabras de alguno de los familiares que quedaron a Europa a merced de los verdugos nazis —aunque en realidad se trate de la voz de todos. Ese baño de lenguaje ubica al niño en una trama, que lo hace ubicarse y recrear su historia desde otro lugar  :

"Tal vez estas cartas las escriban otros. Que Moishe sepa que también son nuestras, para que sepa qué fue de sus tíos, de sus primos, sus abuelos. Queremos formar parte de su memoria.

Cada uno de nosotros es cada uno y todos los demás. También Moishe. Moishe es él y todos los demás. Moishe es su gato y sus padres. Es su hermano que va a morir y su amigo Fito. Moishe es también todos nosotros". 34

Es todo eso lo que lo une y ata al orden de las generaciones y es lo que —a la vez, porque no se excluye— lo deja fuera, en una zona de margen, es un adentro que a la vez es un afuera : por la misma cara que se entra, se sale : superficie de una sola cara que se retuerce y que por momentos deja en un interior que abruptamente se vuelve externo.

"Y yo estaba ahí, papá, y no estaba. No estaba ni en tus ojos, ni en los de mamá. No estaba cuando hablaban en yiddish, bajito, intenso, rápido, entrecortado ; no estaba". 35

Lo que plantea por lo menos una pregunta por el lugar ya que hay algo que no se resuelve en ese adentro que es a la vez un afuera

"Creo que estaba cerca pero lejos, como excluido pero integrado". 36

Queda ubicado en ese lugar extraño, ajeno, y a la vez conocido, aquí pero también allá, lejos y cerca, estando sin estar, en una extrañeza que es correlativa a otros nombres, otros cuerpos, otras car(t)as, las de aquellos que están sin estar, otros hermanos, los del padre, que estaban siendo exterminados en Europa por la maquinaria de la muerte montada por el nazismo.

Ese será un lugar marcado de las distintas generaciones : el lugar de un hermano muerto. Antes, en la historia familiar de pogromos y matanzas de las que han huido. En la Segunda Guerra Mundial, con la muerte de los hermanos, exterminados en los campos. Finalmente, Moishe —que de alguna manera es la primera semilla de una nueva vida— quedará también tocado por la muerte de un hermano, a quien ve por última vez

"Arrolladito y de espalda, mirando la pared, con la fiebre de la meningitis que habían diagnosticado gripe" 37

Quiero decir que se trata de un lugar marcado, y también que "hermano" no es una palabra cualquiera en este escrito : tiene el estatuto de un significante, eso que representa al sujeto para otro significante.

Un mundo que hace esfuerzos por entrar en orden y que la catástrofe de la muerte del hermano vendrá a desestabilizar, al punto que habrá que poner en funcionamiento toda la batería significante para intentar tapar ese desgarro que la desaparición de León hace presente.

La muerte del hermano, traerá el rotundo, casi me atrevería a decir definitivo, duelo de la madre que es arrastrada por el desmoronamiento de ese puente con su tierra y su historia que representaba el hijo mayor. Y que a partir de "aquel día nunca más tuvo una sonrisa". 38 Se trata de una madre que podría decirse, ha parido un duelo, porque cuando el hijo cae, lo que se erige en su lugar es un inconmensurable dolor.

Pocas escenas de las que he tenido la oportunidad de leer, me han resultado tan conmovedoras como las que mencionaré a continuación. Quedamos 39 —efectos casi mágicos de la excelente escritura de Rosencof— ubicados en ese lugar de niño mirando la terrible escena de su madre en duelo, no cualquier duelo : se trata nada menos que del duelo por un hijo. Rosencof dirá :

"Mamá cocinaba y lloraba, picaba las solapas y lloraba, abría la botinera y acariciaba los zapatos de León y lloraba" 40

La madre quedará sumida en un llanto eterno, ese que ha borrado para siempre toda sonrisa, y la arrastra a un territorio en donde no se puede más que verter lágrimas, condenada a recorrer una y mil veces los objetos que fueron de ese hijo en falta.

"Mamá estaba sentada en la cama, y de la mesa de luz, que tenía un cajoncito arriba y una puerta como de roperito abajo, había sacado la ropa de León, que sacaba todos los días y todos los días la desdoblaba y la volvía a doblar, y estaba toda muy limpia y yo de todo eso nunca me puse nada, mamá la tenía ahí, y se sentaba y acariciaba prenda por prenda —me acuerdo de un buzo de lana verde— y lloraba. Lloraba natural, de lo más natural, mamá ya lloraba como uno respira o mea." 41

Según lo trata Nicole Loraux en su excelente Madres en duelo 42, en la antigua Grecia, las diosas transforman la muerte del hijo en negra cólera. Para situar la cólera de Aquiles en la Ilíada —nos dice Loraux— hay que entender previamente la cólera de Tetis porque su hijo ha preferido la gloria y la vida efímera, a una larga existencia sin gloria alguna. Las reinas míticas del dolor pasan al acto, cometiendo horrendos crímenes. Así ocurre con Medea que asesina a sus hijos o aquellas que matan a los hijos de sus enemigos, como Leto ordenando matar a los hijos de Niobe.

Para otras madres —hay que decirlo, no son diosas ni reinas, sino simples madres terrenales— el duelo se vuelve un rito una y mil veces repetido. Situación de duelo entonces, que se ritualiza, que pasa en este caso por el ritual diario de sacar la ropa del hijo un día sí y otro también y acariciarla como quien toca al hijo amado y para siempre ausente, a la vez tan presente. Retengamos el amoroso cuidado con que se desdobla y vuelve a doblar la ropa cuidada con devoción —"estaba toda muy limpia"—, metonimia del hijo, y que Moishe nunca se pondrá, sabiendo, seguramente sabiendo que se trata de otra cosa.

Madre que se congela en una posición en la cual según el decir de Séneca "también estos sentimientos de tristeza y desdicha y de enconamiento consigo mismo terminan por alimentarse de amargura, y el dolor llega a ser un placer perverso del alma desgraciada" 43. Es también como clama Clitemnestra : "Mi muy querido dolor". 44

¿Cómo podremos entender tales frases que tocan un punto nodal en relación al duelo cuando se vuelve interminable ? Hay un cierto enquistamiento del sufrimiento que se alimenta en su mismo dolor y en la amargura que produce y reproduce, y que no permite que el sujeto pase a otra cosa, a otra relación con el muerto en la que el olvido ha de hacerse lugar, un olvido que es una dimensión distinta del significado habitual que para nosotros tiene tal palabra. Se tratará entonces de una subjetivación de la pérdida que implicará otra relación con el muerto : en una particular forma de olvido, distinta de la represión.

Lo que aquí no sucede 45 es ese "pasar a otra cosa", con lo que la pregunta de la sufriente, "¿por qué a mí ?", no permite que la pérdida sea una pérdida a secas.

Habrá otra escena que se repite :las visitas al cementerio que el niño hace con sus padres, en las que todos callaban, en las que se imponía callar, en las que los "no se hablaba nunca" y los "nunca hablábamos" dicen de una demanda de cuánto había para hablar, para decir sobre ese dolor que atenazaba a los tres y los ahogaba en un mismo nudo.

"Llegábamos a la tumba y mamá gritaba y se pegaba la cabeza contra la lápida de granito y con los puños y vos [el padre]46 callado llorando bajito... " 47

Todo cuanto rodea refiere al hijo perdido, el mundo se ha vuelto un espacio herméticamente cerrado en torno al hijo muerto. A tal punto todo el espacio se volverá una referencia a León, que padre, madre e hijo se irán del barrio, se mudarán para no tener que soportar que cada cosa les traiga la ausencia presente del hijo/hermano. En cada una de las escenas que se montan con los vecinos, en cada uno de los escenarios está la presencia radical de una falta.

¿Qué será lo que se impone para ese niño atrapado en este mundo de dolor ? Respuesta : generar un movimiento : sacar a la madre de allí, sacarla de esa posición de sufrimiento, de esa escena que nunca acaba en la que —como una Penélope sui generis— desdobla y acaricia una por una las ropas del hijo muerto, para volver a doblarlas, volver a guardarlas, una por una, cada día, interminablemente, como se respira o como se mea. Para sacarla de allí, quizá para formar parte de una escena que lo arroja a una exterioridad de la que no se resigna a formar parte, seguramente para ser blanco de la mirada de su madre, el niño le dirá que

"Cuando venía de la escuela y estaba en la parada pasó un tranvía que no era el mío, y ¿sabés una cosa ?, mamá, en el tranvía me pareció que estaba él, León [...] a mí me parece que iba a dar una vueltas pero que va a venir, porque a veces pasa así, mamá". 48

La madre responderá con un gesto agrio, dándole un empujoncito para que se vaya.

"Andá, andá, andate, Moishe, andá" 49

Empujoncito que es a la vez firme, portador de un imperativo, de un "andá, vos que podés andar", revelando que ella es la que ya no puede hacerlo. Empujoncito para que salga de ese lugar donde arrullaba su dolor imprescriptible. Sin embargo es un salir que no es salir, curiosamente tiene algo de volver siempre a entrar como espectador de la escena. Porque entre otras cosas esto viene a significarle que los pensamientos de la madre siempre van hacia el mismo lado, hacia el mismo lugar : están dirigidos al hermano. No al hijo que quedó sino al faltante. Aún muerto —quizá más que nunca— el hijo es un tesoro para la madre. Lo que llevará a Moishe concluir que la madre en este mundo no tiene nada, no tiene a nadie, ni siquiera a él que queda por fuera de ese cuadro, que es pura mirada de una escena que no lo incluye.

Entrar en la mirada de la madre, "marcar tarjeta en sus pupilas" 50, es algo de lo que queda absolutamente ausente. La pregunta "¿qué soy entonces para ti ?", es decir la pregunta por el deseo del Otro, no tiene respuesta más que por la vía del acto que produce al sujeto en tanto tal. Tampoco se responde desde la conjetura de que estar muerto es ser algo para la madre. Quizá algo de esto aproxima la hipótesis de que debió ser él quien muriera. Porque la interrogante es también : "¿podrías haber soportado perderme ?". Redoblada por el hecho de que un año antes de la muerte del hermano, Moishe había estado enfermo de meningitis, y había logrado sobrevivir.

No es casual que este cuento —porque es relato a la vez que invento— está asociado a una historia de aparecidos que oyó relatar una vez al padre : el muerto, para quien está de duelo, es antes que nada un aparecido, tiene como tal el estatuto de un perseguidor. 51

¿Podremos decir ligeramente que se trata de una madre ausente ? Antes bien estamos ante una madre radicalmente presente. A tal punto que se trata de sacarla de allí, de conmoverla, de empujarla a montar otro tipo de escenario, de invitarla a abordar un tranvía que no se sabe bien cuál es ; en todo caso es claro que en ese en el que viaja León, Moishe no tiene cabida.

TRES : En el libro de Jean Allouch que antes mencionamos se plantea una renovadora lectura del duelo. Desde el Freud —muy poco freudiano, opina Allouch, ya que aquel se habría basado en una clínica distinta de la que inaugurara al inventar su método— de Duelo y melancolía, el duelo se ha visto llevado a convertirse en un "trabajo", perdiendo su estatuto de acto. La clínica que despliega Freud en Duelo y melancolía no es analítica, sino que se trata de una clínica médica, por tanto, discurso de la norma. Se hablará entonces de "duelos normales" o " patológicos", del tiempo "normal" de duración de un duelo, de "etapas" y toda otra serie de datos que hacen a lo estadístico y dejan por fuera la subjetividad del doliente. Todo ello en función de que el objeto perdido sea finalmente reemplazado por otro.

El duelo concebido como un acto, tendrá en cambio como correlato, una pérdida sin ninguna compensación, una pérdida a secas ; tal es el abismo existente entre "trabajo del duelo" y "pérdida a secas"  : esta última permitirá "dejar al muerto en su muerte, en la muerte". 52

El duelo pone de relieve por otra parte, que no hay objeto substitutivo que procure al final de un "trabajo" los mismos goces que los obtenidos en el pasado con el objeto perdido, con lo que la economía del goce también ha de pasar a otra cosa. Se puede preguntar entonces, ¿cuál es el estatuto de ese objeto perdido ?, o aún, ¿qué es lo que se pierde con la muerte de un ser querido ?

Quizá una de las frases más contundentes del libro sea la que Jean Allouch escribe a modo de idea central en su Erótica del duelo :

"El caso paradigmático del duelo ya no es actualmente, como en la época en que Freud escribía la Traumdeutung, el de la muerte del padre, sino el de la muerte del hijo". 53

Este enunciado merece ser considerado. Para Freud el modelo es el de la muerte del padre : él mismo reconocerá ese hecho como "el más trascendente en la vida de un hombre". Un padre es alguien que ha dejado huellas, alguien que ha vivido una vida, más allá de que sea más larga o más corta. La pérdida del hijo se vuelve paradigmática por lo que tiene de radical : se pierde lo amado, se pierde todo aquello que con el hijo se ha vivido, pero también lo que se pierde es una promesa : un hijo es alguien prometido a la vida. ¿Cómo podría alguien identificarse —esto según el modelo freudiano del "trabajo del duelo"— con esas huellas que no fueron, que no se sabe cómo hubieran sido ? No hay manera de hacer, con eso, ningún "trabajo" trazo por trazo.

Hay algo terrible en perder a quien no ha vivido "toda la vida". Es posible apelar a una galería de recuerdos, pero el hijo muerto es radicalmente aquello que no fue. La pregunta por lo que habría sido le corresponde al sobreviviente, a él le corresponde responder qué se realizó de la vida del muerto.

Lo que hasta aquí hemos recorrido, el texto de Rosencof, los estudios de Allouch, nos puede servir para plantear algunas interrogantes que hacen a la clínica con niños. Volvamos a las preguntas planteadas en el punto uno.

Una madre en duelo está habitada por el ser que ha perdido. Campodónico escribirá :

"Rosa sacó a su hijo de la calle, entendió que debía cortar las relaciones porque todas le recordaban al hijo muerto, terminó con los paseos, abandonó cualquier clase de actividad social y se dedicó a vivir con su sufrimiento a cuestas. A partir de entonces se ahogó la risa y desaparecieron los entusiasmos de la familia. [...] Rosa convirtió su dolor en una especie de gatito que arrulló día a día, al cual hizo ronronear durante el resto de su vida".54

El niño, en tanto se inscribe fuertemente en la fantasmática materna, quedará también tocado por lo que está ocurriendo. Es así que su salud pasará a ser una obsesión de la madre, lo que en cierta forma implicará una clausura de su vida, un corte abrupto de la niñez. A tal punto que el cumpleaños —es decir la fiesta con la que se recuerda el nacimiento— dejó de festejarse y se marcó como obligatorio apagar todas las luces a las nueve de la noche, cada día, de cada año, como si

"Cada uno de los miembros de la familia resolviera no seguir viviendo".55

Estamos ahora en condiciones de avanzar que una madre en duelo arrastra al hijo que le queda haciéndolo trastabillar, planteándole interrogantes que antes no se presentificaban, porque el duelo plantea una pregunta por el deseo. El duelo como tal constituye una experiencia erótica : una vez corrido el velo del presunto "trabajo" se verá irrumpir la función del falo en el centro mismo del espantoso sufrimiento suscitado por la pérdida del ser querido. Aquel que está de duelo ha experimentado aterradoramente cómo le es arrancado un objeto maravilloso del que quizá no sabía que era portador. De golpe se encuentra radicalmente en falta : es en primer lugar y antes que nada un deseante que no quiere saber de eso. Porque el hijo es también aquel que obtura la falta en la madre.

La presencia del muerto pondrá en cuestión inclusive, la existencia misma del mundo como espacio delimitable. Porque hay otra pregunta que ahora nos podemos plantear  : ¿en qué lugar público quedan los muertos ? Es claro que no se podría responder que "en cualquier lugar", así como tampoco "en ninguna parte". En la medida en que ninguno de esos dos lugares es posible de sostener, Moishe se apropiará de un nombre, un nombre que a su vez León había escogido : Leonel.

"[...] entonces él se puso Leonel, y yo también, pero mucho después, para que él siguiera estando cuando ya no estaba [...]."56

Bajo esa forma —utilizando el alias "Leonel" como militante clandestino— es que Moishe se inscribe en ese duelo, para que el hermano siga estando, en un movimiento por el cual el nombre que ocupa el lugar público es Leonel y quien queda clandestino tras ese nombre es Moishe. Rápidamente podríamos concluir que nuevamente es Leonel quien se pone al frente y Moishe camina por detrás. Pero creo que no es tan sencillo como eso, y quizá no se trate de un exceso decir que lo que se efectúa es una operación con los nombres que se puede cifrar en tres tiempos :

  1. La ya adelantada : para que siga estando Leonel (con lo que Moishe queda oculto)
  2. Pero también se puede leer : León él, con lo que nombrarse así porta una verdad, León es él y no Moishe ; pero en un paso más
  3. Leonel —si lo leemos como un anagrama— dice de una identificación a un trazo del hermano. La lectura será entonces que lo que Moishe escribe bajo ese nombre es que a la vez es y no es León : Moishe será él/no-él : portador de trazos identificatorios del hermano, pero no el hermano.

Finalmente diremos que el duelo no consiste en remplazar al muerto, ni separarse para siempre de él, sino que consiste en un cambio de relación : no basta llorar su pérdida ni hacer operaciones con el nombre : hay algo que debió pasar por un escrito, por una función que cumple la escritura, no dejarlo permanecer en el dominio de lo privado , ni soportando lo clandestino, sino en un espacio público, dejado caer a la lectura.

Para terminar, en estas historias de verdadera catástrofe familiar, extermino, exilio —no solamente en lo geográfico sino también en el lenguaje—, muertes, agujeros en serie en una trama discontinua que por momentos pareciera no ser tal, ¿podrá todo ello quedar por fuera de un posible trato ?, ¿ es acaso algo que pueda conducirse a solas con un niño ? Antes bien parece que un analista no debiera recular ante esa dimensión catastrófica que ha cobrado la esfera de lo familiar y atreverse a escuchar a quien pueda decir de ello. Se tratará justamente de hacer con el dolor, de desatar los nudos que amarran el "muy querido dolor", para que sea posible dejar de arrullarlo, para poder no acunarlo, sino dejarlo caer, en un acto más bien pasivo, con lo paradójico que tal enunciación tiene.

¿Se tratará además de alejar a los niños del dolor ? ¡Como si el dolor que producen las catástrofes familiares no los hubiera ya alcanzado ! En todo caso se tratará de hacer caso a lo que a cada uno le toque en medio de tales tembladerales.

Para un niño, quedar en una situación de exterioridad con relación a su madre no deja de ser una manera de empezar a trillar el mundo tanteando a solas, con todo el equipaje que trae a cuestas de las historias que le tocó vivir y (ver) morir. Y parte de ese equipaje, el nombre propio, marca en la carne del deseo del Otro, porque "la gente es con nombre y un nombre sin gente es un vacío, y cuando se evoca, se evoca un nombre".

Hay niños que se vuelven expertos navegantes en esto de hacer con los nombres que los habitan.

Montevideo, mayo de 2001.

Notas

1 Se trata del Arte de bien morir, una versión presentada por Francisco Gago Jover, según el incunable de la Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial, (Medio Maravedí, José J. de Olañeta Editor, Barcelona, 1999).

2 Sobre la relación entre duelo, locura y la presencia de los muertos entre los vivos en el pueblo de los dogón de Mali he tratado en otro artículo (Recepción de la locura, La revista de Psicolibros N° 22, Montevideo, Mayo de 2000). A propósito de los aparecidos, recomiendo la lectura del hermoso libro de Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media (Medievalia, José J. de Olañeta Editor, Barcelona, 1999), fundamentalmente el capítulo II dedicado a los ritos funerarios.

3 Si bien el trabajo mayor de Ariès —en lo que refiere a este tema— lo constituye su El hombre ante la muerte (Taurus, Madrid, 1983) en este trabajo seguiré al antecedente inmediato de ese texto, Essais sur la mort en Occident du Moyen Age ´ nos jours, publicado en español con el título de Morir en Occidente (Adriana Hidalgo Editora, Bs.As., 2000). Las citas de aquí en adelante corresponden a dicha edición.

4 Ob. cit. pág. 27.

5 Dejemos constancia de que esto también parece estar en vías de cambio, detengámonos sino en los llamados "cementerios parque" tan de moda entre los sectores más pudientes de nuestra sociedad.

6 Ob. cit. pág. 28.

7 Ob. cit. pág. 54.

8 Ob. cit. pág. 61.

9 Las comillas obedecen a lo manifestado al respecto en los primeros párrafos de este trabajo.

10 Los textos que Ariès sigue son The Pornography of Death de 1955 y Death, Grief and Mourning de 1963 ambos reunidos en Ni pleurs ni couronnes, Epel, París, 1995.

11 Si estuviéramos en la Edad Media podríamos decir que el muerto lo vino a buscar ; no así en esta época de racionalidad científica. Sin embargo el éxito de algunos filmes parece dar cuenta de otra cosa, piénsese sino en el fenómeno de público de Sexto sentido.

12 Edelp, Bs. As., 1996 (La edición original de EPEL, París, es del año anterior). La columna vertebral del libro de Allouch lo constituyó un seminario que por esos años estuvo dictando en París y en el Río de la Plata ; en el caso de Montevideo, tal cosa ocurrió entre los días 1° y 4 de diciembre de 1993. El seminario se denominó El insustituible objeto del duelo.

13 Jean Allouch, Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Ob. cit. pág. 9.

14 El empleo de ametralladoras, gases venenosos, balas explosivas y lanzallamas provocó horribles heridas y cobró vidas como nunca antes. También es un dato impactante que fue mayor el número de civiles muertos por las incursiones aéreas, las matanzas, el hambre y las epidemias que los soldados caídos en combate.

15 Retomo ese texto más adelante.

16 Nótese que no establecemos un relación dual entre el niño y su madre, sino que ésta está mediada por el falo.

17 Mauricio Rosencof, Las cartas que no llegaron, Alfaguara, Montevideo, 2000.

18 En plena dictadura, entre los años 1973 y 1984, nueve dirigentes del MLN Tupamaros —que habían sido capturados en el año ’72— fueron permanentemente trasladados de cuartel en cuartel por las distintas regiones militares del país, en calidad de rehenes y sometidos a incomunicación, aislamiento y malos tratos permanentes. Cualquier acción militar que el MLN realizara implicaba el fusilamiento sumario de los nueve. Mauricio Rosencof fue uno de ellos. Parte de esta peripecia es recreada en Las cartas que no llegaron, en El bataraz (M. Rosencof, Alfaguara, Montevideo, 1999) y en Memorias del calabozo (tres volúmenes, en colaboración con Eleuterio Fernández Huidobro, TAE, Montevideo, 1988/89)

19 Mediante la anécdota del hígado que el carnicero regalaba "para la gata", pero que "comíamos todos".

20 Ob. cit. pág. 12.

21 Ob. cit. pág. 28

22 Ob. cit. pág. 48.

23 Ob. cit. pág. 47.

24 A riesgo de parecer redundante, "se terminó todo" quiere decir también "no ha quedado nada".

25 Ob. cit. pág. 72.

26 Retomo este punto más adelante.

27 Leibu era el nombre original del que León es una traducción.

28 Miguel Angel Campodónico, Las vidas de Rosencof, Fin de Siglo, Montevideo, 2000, págs. 60-1.

29 Cabe señalar que para algunos pequeños tal juego resulta absolutamente imposible, cuando no angustiante. A poco que uno empieza a indagar en esas situaciones se encuentra con que hay lazos familiares que no han quedado claramente delimitados.

30 Ob. cit. pág. 21.

31 Ob. cit. págs. 36-37.

32 El enternecedor pasaje culmina con una respuesta contundente del niño : "Yo entiendo todo" que es seguido por el gesto del hermano de mostrarle fotos que traerá la siguiente conclusión : "Ahora ya sé. Las búbeles son las mámeles que están en una foto". Una rotunda verdad por otra parte, porque en este caso —como en tantas historias de destierro y desarraigo— las abuelas son las que están en las fotos, es decir en una imagen allá, lejana. ( Ob. cit. pág. 37)

33 Es justamente eso que los indios de la América del Norte en sus ceremonias sagradas llaman, "all my relatives". (Cf. Fran¸oise Davoine, La locura Wittgenstein, Edelp, 1992 ; particularmente los capítulos 11 y 12, aunque bien vale leerse todo el libro)

34 Ob. cit. pág. 42

35 Ob. cit. pág. 82.

36 Ob. cit. pág. 93.

37 Ob. cit. pág. 64.

38 Ob. cit. pág. 139.

39 El repentino cambio al plural obedece a que entiendo que es algo que trasciende mi experiencia personal.

40 Ob. cit. pág. 61

41 Ob. cit. pág. 84

42 Ediciones de la Equis, Bs. As., 1995.

43 Séneca, Escritos consolatorios. Alianza, Madrid, 1999, pág. 55.

44 Citado por N. Loraux, ob. cit. pág. 65. La frase en griego es philtáten emoí odina, que refiere a los dolores del parto : como decía en un párrafo anterior : el duelo es parir un dolor.

45 Cuando escribía esta frase cometí un lapsus calami que bien vale transcribir : en lugar de sucede, escribí seduce. Justamente no ejerce ninguna seducción el pasar a otra cosa.

46 Agregado mío. [G.C.]

47 M. Rosencof. Ob. cit. pág. 64.

48 Ob. cit. pág. 86.

49 Ob. cit. pág. 86.

50 Ob. cit. pág. 84.

51 Ténganse en cuenta las frecuentes pesadillas relacionadas con el muerto para aquellos que están de duelo.

52 J. Allouch. Ob. cit. pág. 9.

53 J. Allouch, ob. cit. pág. 22.

54 M. Campodónico, ob. cit. pág. 85.

55 Ibidem, pág. 86.

56 Las cartas que no llegaron, ob. cit. pág. 59.

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