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Número 7 - Abril 2004
¿A qué jugamos los analistas?
Graciela Leon

Son los interrogantes y los obstáculos de mi clínica, los que me han convocado a ocuparme del estatuto del juego y el quehacer del analista en la práctica con niños.

Sobre la actividad lúdica, todas las teorías psicoanalíticas y no psicoanalíticas coinciden en su eficacia. Jugar es bueno siempre. Enriquece el mundo simbólico, genera amigos, placer, diversión y aprendizaje .

Pero el juego en el contexto de un análisis cobra otro valor.

Es habitual pensar el juego, como aquel que comporta una escena, tiene características simbólicas, metafóricas, implica una trama, dramatización y personificación. Este juego para los analistas, no crea demasiados inconvenientes, ya que leer en la escena e interpretar, es lo que aprendimos a realizar.

Pero la clínica nos muestra otro tipo de juegos, que parecen no ser juegos, porque falta la dimensión de la escena y prima la repetición, la pulsión, la metonimia.

Por ejemplo un niño saca todos los autitos, pasa mucho tiempo acomodándolos, los traslada uno a uno, hacia una guardería de autos, lo cual le lleva toda la sesión.

Otra niña saca muñecas y ositos, los sienta uno al lado del otro, saca un póster donde están las letras del abecedario y les pregunta a cada uno por dichas letras. Finaliza la sesión.

El niño no desea hablar y ante nuestras preguntas parece molestarse. No quiere introducir nuevos elementos y se repite prácticamente el mismo juego sesiones tras sesiones.

Son juegos monótonos, repetitivos, aburridos, donde las más de las veces no sabemos lo que los niños nos quieren expresar. Parecen estar más centrados en mostrar, en ordenar el espacio y repetir con cada juguete un mismo recorrido..

Con otro niño nos vestimos con todas las armas y perseguimos a un supuesto personaje malo. Transcurren sesiones tras sesiones, recorriendo espacios, intentando encontrarlo. En cada lugar aparentemente lo encontramos, porque él le dispara y me incita a que yo lo haga también. No sé exactamente qué piensa o qué se imagina, porque no me lo dice, pero tenemos que continuar porque en el otro espacio aparece y lo tenemos que matar. No interesa quién es, qué hace, qué espacio recorremos, quiénes somos nosotros, solo desea que recorramos el mismo camino y lo matemos. Este personaje sin rostro aparece por todos lados, muere y no muere. El dice jugá, no hablés y el juego parece ser eso.

El registro de la comprensión viene a nuestra conciencia y todo nuestro saber parece pulverizarse en un minuto. Pero cuando nos recuperamos de la insoportable no comprensión, aparece otro saber, que sí podemos observar y leer en el juego.

Si algo ha guiado mi quehacer en esos momentos, ha sido el placer que los niños sentían al jugar, aunque yo no llegara a comprender.

Apelo al niño del carretel y su famoso juego. Un carretel y dos fonemas(o-a), que se oponen nos demuestran la inscripción en el lenguaje. Solo basta un par fonemático (o-a) para indicar la ausencia y la presencia, que Freud interpretó en su lengua Fort – Dá. O sea que con estos cuatro elementos, encontramos toda la batería de lo que implica estar introducido en el orden significante.

En el Seminario 7 (1959)y en el discurso de Baltimore (1966) Lacan se pregunta ¿Cuál es el mínimo inicial concebible de una batería significante para que el registro del significante pueda comenzar a organizarse?. Quizá cuatro elementos significativos sean suficientes."

Esto implica a mi entender, que a partir del Fort –Dá, está toda la estructura del lenguaje. Por lo cual el niño, es un sujeto y el juego que puede realizar en este tiempo es un juego con pleno derecho y no una mera actividad motriz.

No nos viene mal recordar la definición que da Lacan en el Seminario 9: "Un significante representa un sujeto para otro significante."

Suponer un sujeto allí, hace a nuestra ética. Porque cuando la clínica nos lleva a estos límites pantanosos dependerá esencialmente de nuestro posicionamiento.

No es tarea nuestra educarlo, ni ordenarlo, ni disciplinarlo por medio del juego. Tampoco "adiestrarlo", término que utiliza irónicamente Winnicott. Cuando caemos en esta tentación, nos perdemos como analistas.

La tarea que nos compete es leer el deseo. Como analistas utilizamos el juego para leer el deseo inconsciente, siempre y cuando el niño esté en transferencia.

A mi entender si el niño puede jugar al modo del Fort – Dá, es porque algo se perdió. Y esa ausencia tiene función de causa. La repetición del juego como muy bien lo demostró Freud, intenta menos recuperar el objeto, que repetir la pérdida. Es así como el deseo se puede sostener justamente del fracaso, de la pérdida, del mal encuentro.

Perder el objeto, que es la madre y que es él mismo, implica el juego de la repetición por el circuito pulsional, que aún no hizo todo su recorrido en las vueltas de la demanda. Es por eso que no hay juego sin el carretel y no hay juego si alguien no puede interpretar esta oposición fonemática (o-a) como Fort –Dá.

La niñez es el tiempo en que la pulsión hace su circuito y en las vueltas de la demanda se instituye el deseo como un resto de esas vueltas.

En este tiempo, donde el fantasma comienza a organizarse, es claro el ejemplo que nos ofrece Freud en "Un niño es castigado". Freud observa que estas fantasías de maltrato, surgen en sujetos que no habían recibido golpes en su infancia. Esta fantasía conciente se deduce de una anterior inconsciente, donde es "el padre el que pega al niño odiado por mi". Esta culpa que mi padre le pegue al niño odiado por mi, está mediada por una segunda fase de esta fantasía "mi padre me pega a mi". De una fantasía general surge el carozo de la historia "mi padre me pega a mí".

Esta naturaleza masoquista de la fantasía infantil le permite a Lacan avanzar en la teorización del fantasma. El niño ofrece la cola, una parte de su cuerpo, para no perder sus genitales. Una parte para no ser todo del Otro.

El niño se identifica a un objeto de maltrato. La fórmula del fantasma, nos muestra esta problemática donde un sujeto se identifica a un objeto, a un objeto de fijación que le permite la detención infinita de la cadena significante. En la medida que sé lo que soy para el Otro, el enigma del deseo del Otro encuentra una respuesta.

En el Seminario 8 Lacan dice que de lo que trata en el deseo es de un objeto y es en tanto que está sobrevalorado, que tiene la función de salvar nuestra dignidad de sujeto.

Esta realidad fantasmática, es lo que le permite al niño crear una escena de juego.

Pero cuando este fantasma aún no está soldado, es el tiempo que el niño no puede armar la escena de juego y es importante saber qué lugar ocupa un analista en estos tiempos.

Es el tiempo en el que vía repetición el niño se enfrenta en sus juegos con su carencia estructural. El objeto no es ese y la satisfacción encontrada nunca será la esperada.

Esta tensión producto del fracaso lo sume al niño en un movimiento en el que parece estar a la deriva, movimiento lógico de este tiempo ,porque la pulsión implica un recorrido, un circuito, una constancia, alrededor de los orificios del cuerpo marcados por la demanda del Otro.

La clínica me ha demostrado que muchas veces se trata de ir creando un marco, una escena donde el niño bordea el objeto no estabilizado del fantasma. Acompañarlo a jugar al cortocircuito de la pulsión con los objetos de la demanda para que el deseo pueda surgir. Poniendo palabras y a veces solo jugando.

Donde el Ello estaba, que el Sujeto del Inconsciente pueda advenir. Será tarea del analista que este cifrado de goce vaya pasando a la palabra.

Son característicos de este momento los juegos propiciatorios de una distancia, de una intermediación al goce del Otro: apariciones, desapariciones, escondidas y los típicos juegos agresivos. Los padres suelen aterrorizarse cuando los niños cuentan que jugaron con armas en el consultorio. Suelen decir que, para evitar que sean violentos, nunca les compraron un revólver. Y la clínica nos muestra que lo son o son muy inhibidos. Jugar a matar es necesario en este período.

En todo cuento y en todo juego tiene que haber alguien muy malo y muy odiado. Los cuentos que más atraen a los niños, son aquellos donde aparece un animal o una persona con todos los atributos de la maldad: el lobo feroz, Cruela, la madrastra, la bruja, el capitán Garfio.

Freud pensó un tiempo mítico en la estructuración de la subjetividad, donde el poner afuera, el expulsar, como Ausstossung es el movimiento previo, lógico y necesario para que lo simbólico se pueda inscribir, Bejahung. Primero se constituye un campo de exterioridad, para expulsar lo real. El odio es anterior al amor.

El juego de la vida y la muerte, es el que hace soportable la vida.

Tenemos que vencer el prejuicio de que la agresividad es mala para el niño, por el contrario, es buscadora de objetos. Lo que va al objeto de la fantasía, no se transforma en acción. El ideal pacifista desconoce la estructura del sujeto. El odio permite separarse del Otro.

Si el niño puede jugar a matar al analista, si le puede ganar la guerra, el odio se disuelve. En este momento el niño necesita ganar y creo que hay que permitírselo, aunque algunas trampitas hagan. Después solitos van poniendo la reglas. Los chicos cuando juegan a matar es habitual que digan levantáte o despertáte y seguí jugando. Para después volvernos a matar.

Si el niño juega a matar, estemos seguros que no va a ser un asesino. El asesino no juega a la muerte. La realiza.

Para finalizar les contaré un cuento . Su autor, conocido como Saki, es un escritor inglés del siglo XX, criado en un clima lleno de buenos modales y de malas intenciones. El critica este mundo hipócrita a través de sus cuentos y relatos. El que les voy a relatar se llama "El contador de cuentos", y forma parte de una recopilación que se titula "Cuentos crueles". No escribió para chicos, pero utilizó la despiadada lógica infantil para expresar esta problemática.

Se trata de un hombre que viajaba en un tren y compartía el vagón con dos niñas y un niño que iban acompañados por su tía. La tía comienza retando al muchacho porque al golpear los asientos, levantaba una polvareda. Le sugiere que mire por la ventana. El niño comienza a hacer preguntas llenas de por qué y la tía le respondía como podía. La niña más pequeña comienza a recitar un poema, pero como solo sabía el primer verso, lo repetía una y otra vez. La tía los incita a escuchar un cuento relatado por ella. Se trataba de una niña buena que era amiga de todo el mundo, y que finalmente era salvada del ataque de un toro furioso, por un grupo de personas que admiraba su bondad. Los niños comenzaron a preguntar y si no hubiese sido tan buena, y si no la hubiesen salvado. Para concluir que la niña y la historia eran lo más tonto que escucharon en su vida. Es así que interviene el hombre diciéndole que parece no tener demasiado éxito con los cuentos. La tía alude que es muy difícil contar cuentos que los niños puedan entender y apreciar a la vez.

Desafiando a la tía, el señor comienza un relato de una niña muy pero muy buena, que hacía todo lo que le decían los mayores, nunca decía una mentira, no se ensuciaba el vestido, hacía los deberes todos los día y era muy amable. La mayor de las niñas preguntó por su belleza, a la que el señor contestó que no era tan linda como ella, pero sí espantosamente buena. Espantosamente buena sonó como una gran novedad. Tan buena era que ganó varias medallas, una por la obediencia, otra por la puntualidad, y otra por portarse bien. Eran grandes medallas que tintineaban una contra la otra cuando caminaba y siempre las llevaba puestas. El príncipe decidió premiarla, dándole permiso para que pasee por su parque. En ese parque habían chanchitos, peces de colores, cotorritas que hablaban y pájaros que silbaban las canciones de moda. En ese momento, cuando Bertha paseaba pensando que ese era el premio por ser tan buena, apareció un enorme lobo en busca de un chanchito gordo para su cena .Lo primero que vio fue a Bertha por su delantal tan limpio y tan blanco que se veía desde lejos. Como el lobo se acercaba se escondió en medio de un matorral para que no pueda verla y como el perfume de la mata de los arbustos era tan fuerte no podría olfatearla. Bertha comenzó a temblar de miedo, pensando que si no hubiese sido tan buena podría estar a salvo en su casa. Es así que de tanto temblar la medalla de la obediencia chocó contra la de la buena conducta y la puntualidad. El lobo ya estaba a punto de irse, pero cuando escuchó el ruido de las medallas de un salto se lanzó y devoró a Bertha en un instante.

Todo lo que quedó fue un par de zapatos y las tres medallas ganadas por su bondad.

GRACIELA LEON -

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