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Número 7 - Abril 2004
Algunas reflexiones sobre la demanda parental
Elisa Ponieman

La manera en que se nos presentan a la consulta los púberes y algunos adolescentes suele ofrecer una fenomenología muy variada. El abanico de situaciones clínicas es de una marcada riqueza.

Se presentan a veces padres cuya preocupación respecto de un hijo, o más de uno, lleva más o menos rápidamente a una demanda de ellos mismos "en relación a ellos mismos". Es el caso por ejemplo, de aquellos padres que recubren algún acontecimiento de la vida de su hijo de alguna lectura, o significación personal de ellos, y que los lleva a sancionarla como sintomática. Esto permite algunas veces, despejada esta significación -quizás en unas pocas entrevistas con los padres-, el despliegue de una pregunta de ellos, que ya no necesita, por lo menos tan directamente, de la persona del hijo. A veces inclusive no se trata solamente de una lectura de parte de los padres que recorta un síntoma que quizás no es tal, sino que participan activamente en la producción del mismo. Tomando un ejemplo: Ana, mamá de Nicolás, de diez años de edad, consulta porque éste dice querer morirse. Teniendo entrevistas con la mamá, se muestra muy angustiada, y cuenta cómo, luego de la reciente separación del padre de los chicos -Nicolás tiene una hermana mayor-, le pega un poco "de más" a Nicolás, porque a su hija mayor no la quiere retar porque tiene miedo de que quiera irse a vivir con el papá, como ya tiene edad para decidir... En unas pocas entrevistas con la mamá, aparece la posibilidad de ella, de abrir ésta y otras vías asociativas, que hacen que trate de manera distinta a su hijo, cambio de posición en ella, que trae como consecuencia rápidamente un cambio en el discurso de su hijo.

O bien, en la misma línea, en algunas ocasiones un trabajo relativamente breve con un púber, permite algún cambio de posición mínimo que tranquiliza a los padres y les facilita la posibilidad de una interrogación. Por ejemplo en el caso de una púber, Laura, con quien su madre estaba enojadísisma, y que tenía un pequeño síntoma en la escuela. Al tiempo, cuando esto y unas poquitas cosas se transforman, la madre insistía en que la hija continuara tratándose. Al citar a la madre, estando ya su hija mejor, y estaba ya ella más tranquila, fue posible desplegar algo de aquella insistencia. A la mamá le costaba hablar de la muerte de otra hija con Laura. Quería saber si Laura ya había hablado de esto. Y rápidamente se puso a hablar de que era a ella a quien le costaba incluir el tema. Que ese tema era una herida abierta desde hacía diez años. Y que sentía que necesitaba tratarse ella.

Por otro lado, muchas veces los padres, dado el lugar que ocupan para sus hijos, pueden tener una importante percepción del padecimiento de un hijo, y saber de sus limitaciones para soportar y permitir el despliegue de lo que se presenta como problemático. Esta percepción de los padres puede permitirle a un púber, interesado en resolver aquello que lo aqueja, esbozar una demanda de un tratamiento.

Ahora bien, este "demandar por" un hijo, se presenta en algunas ocasiones en un entrecruzamiento más complejo que requiere un recorrido, que alcance la puesta en forma de la demanda. Esto nos conduce rápidamente a la pregunta: ¿La demanda de quién? ¿Quién, o quiénes demandan?

A veces, el anudamiento es tal, que se hace difícil, de entrada, despejar distintas posibles demandas, o alguna demanda.

Por ejemplo en los casos en que ante un problema de un púber, la respuesta que se encuentra en los padres, es una acusación interminable. Cuándo esta respuesta parental no es sancionada, despejada, suele ocurrirnos, al pretender tomar al púber o al adolescente como paciente, que nos encontramos, por parte del supuesto paciente, sólo con enojo o con silencio.

Respecto de esta forma de presentación de las situaciones clínicias, Jorge Palant plantea, en Jóvenes en Análisis 1, que hay distintas articulaciones entre demanda parental y síntomas que marcan negativamente la posibilidad de entrada en el dispositivo analítico. Articulaciones que conviene tener en cuenta por motivos derivados de la alerta del analista a no forzar la transferencia más allá del límite impuesto por las circunstancias.

Palant propone allí, por ejemplo, para el analista, la sanción de lo que llama allí, las "circunstancias reales". Y a veces el hecho de nombrar una determinada situación puede sustraer algo del agobio que conllevan para los participantes de la escena.

En algunas ocasiones ese nombrar una determinada situación, es una plataforma mínima para que eventualmente puedan luego transformarse dichas "circunstancias reales". Pensaba en el caso de una madre y un hijo, que consultan porque el hijo no estudia, está rebelde. Manda al chico la primera entrevista, y él se queja de que la madre espera demasiado de él, que él no puede. Y que además no lo deja hacer nada. Cito a la madre para que acompañe al chico en la siguiente entrevista, y a partir de la primer parte del planteo se arma una batalla campal -entre ellos 2-, luego de la cual, pese a mi indicación de continuar con las entrevistas conjuntas, la madre envía a la siguiente entrevista a su hijo solo, mandando decir: "Para ir a pelearme allá, yo no voy."

Entonces llamo por teléfono a la madre, con la que tuvimos una hora de entrevista telefónica. En un momento, luego de bastante enojo, me dice: "Yo me doy cuenta que él me busca pelea y hay un momento en que yo me engancho y yo le estoy discutiendo como si fuera una nena de quince años, y me quiero morir cuando me pasa eso y yo eso, sé que no quiero. Justamente es un tema de mi análisis"

Entonces, le digo "Bueno, si usted me dice esto, para mí ya está, ya no necesito verla a usted... si yo ya sé que justamente usted lo que no quiere es una pelea, ya tenemos las condiciones mínimas." Y bueno a partir de eso, prosiguieron las entrevistas con el joven. Pero me parecía que era necesario algún decir, y que aunque no siempre la situación se resuelva, estaba de esa manera por lo menos la posibilidad por parte de ella de decir y de quedar, como ya enunciado: "No sé que me pasa, me peleo como una chica de 15 años y eso sé que no quiero".

Esa posibilidad de no saber lo que le pasa, en este caso de la madre, por supuesto, va a estar en relación con las intervenciones que hagamos nosotros, y en algunas ocasiones, que a una madre se le ocurra que hay algo más allá de lo que sabe que le atañe en ese síntoma de su hijo, se hace necesario como punto de partida para que el hijo pueda interrogarse en lo que le ocurre.

Justamente el enojo o el silencio supuestamente típico del momento puberal es, muchas veces, la respuesta subjetiva a esa acusación de parte de los padres, por lo cual, nuestra oferta, si no es puesta a trabajar, es tomada como un elemento más de una serie de acusaciones que, para el púber, o el adolescente, puede ser bastante desagradable.

Justamente uno puede pensar, que con todas esas voces superyoicas, a veces de la madre, a veces de ambos padres, etc., se tapona a veces la posibilidad de que ese hijo se pregunte algo, o pueda implicarse en lo que le sucede. Eso es bastante típico y uno podría preguntarse, en un contexto en el que azuzan al joven todo el tiempo, donde éste es el blanco, y si se pregunta algo, eso termina siendo un argumento más de un circuito inquisitorial, allí entonces ¿cómo podría la persona preguntarse algo? Es decir, ¿cómo podría esbozar una demanda de análisis?

En esos casos me parece que de lo que se trata es de cómo poder transformar un régimen superyoico, donde casi todo es terrible, en que las personas puedan hablar. Eso para mí, sería una cuestión preliminar para ver quién demanda. Porque en ese contexto en el que los padres tienen ese nivel de queja y acusación respecto de sus hijos, solemos encontrarnos con que de parte de ellos, es decir de los padres, no se trata de una "demanda" parental, importante a veces para acompañar la construcción de la demanda de análisis en los hijos, sino solamente de una exigencia 3.

En otras ocasiones nos encontramos con que la participación parental en el síntoma del hijo es tan marcada que estamos a años luz de que algun decir pueda ser desplegado.

Por ejemplo el caso de Agustín, de 18 años. Estaba mal. Decía que quería tratarse. Algunos hechos en su vida le habían afectado muy fuertemente. Un accidente del hermano. Se habían tenido que mudar y lo único que decía era que quería volver a la casa anterior. No iba a la escuela, - nadie se lo sugería tampoco- no hacía nada. Estaba tirado en su casa. Venía y no decía más que esto. Afuera, tenía a la madre que nos seguía y que no paraba de plantearme que el chico estaba igual, que no dormía de noche, que dormía de día, que no hacía nada, que ella le hacía la comida y que él no se sentaba a comer cuando todos comían, etc. Incluyo a la madre en las entrevistas -sola, en esta ocasión- y habla de su hijo, de que no lo entiende. Que fue así desde que fue bebé. No pudo dormir porque tenía los horarios cambiados, que no paraba de gritar, que no pudo disfrutar, como otras madres, de hacer las cosas que tenía que hacer, por ejemplo, poder cocinar a upa de él. ¿A upa de él? Bueno, quise decir con el chico a upa. Y continúa: O por ejemplo, si yo salía a mirar vidrieras y él, de un año, en el carrito. ¿Sabe lo que hacía? Apretaba la palanca del carrito y avanzaba por la cuadra, y me dejaba sola mirando vidrieras! Yo, sorprendida: ¿La dejaba sola.? Ante la insistencia de la rareza con la que hablaba de su bebé, aparece cómo ese bebé le resultaba un tirano. Asocia con el tirano que era su padre. Recién ahí se desanuda algo de su participación en la construcción de ese bebé que no hablaba.

A veces nos surge la pregunta de si tomar o no, por ejemplo a un púber, en análisis. Se podría decir que se trata de que el analista sea convencido. Hay ocasiones en que hay un síntoma, y sin embargo, tenemos algo así como una sensación, de que esto no alcanza para pensar la entrada en análisis. Que hay algo que se nos presenta como "previo", que nos incomoda.

Pensaba en una paciente de trece años, Julieta, que consultaba por encopresis. Le ocurría esto, se aguantaba, al punto de haber debido ser internada por un bolo fecal. Ella era adoptada, al igual que su hermano de 14. Habían sido abandonados por los mismos padres biológicos. Esto a Julieta no le traía cuestiones. Se producen rapidamente asociaciones de ese "me aguanto". Ella se "aguanta" los gritos de la madre. Así como se olvida de ir al baño, se olvida de comer si la madre no se lo indica. Y anda pendiente de que su madre esté pendiente. En una entrevista con la madre aparece que tiene a sus hijos muy pegados a ella porque teme que se los saquen. Una vez me comenta Julieta que apareció un nuevo supuesto hermano biológico. Y se pregunta ¿mi mamá adoptaría a todos los que aparezcan?. En unas entrevistas posteriores con la madre, despliega ella algo de lo que le pasa con sus chicos. Dice que para ella es como un muro. Siempre teme que aparezca una asistente social que le plantee que ella no los cuida suficientemente bien y que se los lleve. Se tranquiliza en la medida que despliega esto. En otra entrevista me comenta que ante esa pregunta de Julieta de si adoptaría a todos los "hermanos" de sus hijos, pensó que no podía andar adoptando así nomás. Yo ahí escuchó que de algún modo es en ese momento, que decide, la adopción de Julieta.

Creo que mi incomodidad al dejar venir, intentar hacer entrar, el síntoma de Julieta, percibía algo de la manera en que la madre la traía. Algo de esta adopción que no estaba resuelto para ella se le jugaba en este fantasma o temor de que se los saquen, y esto mismo aparecía en su manera de estar encima de ella y teniendo relación con el síntoma de ella. Y al traerla, entiendo que la mamá me endosaba, me transfería, ella, algo de lo no resuelto de su adopción. Recién cuando la madre logra desanudar algo de su posición, empiezan a aparecer palabras de Julieta como: "Mi mamá me dice cuándo debo ir al baño. Cómo no se da cuenta de que soy yo quien me voy a dar cuenta de cuándo tengo ganas de ir al baño y cuándo no." O más adelante: Mi mamá está siempre tan asustada de que nos pase algo que casi pareciera querer que nos pase algo."

Entonces a veces por algún motivo, sentimos que el hecho de que haya un síntoma no nos resulta suficiente. Con esto quiero decir que me parece importante darle lugar a nuestra incomodidad, poder enterarnos de qué se trata.

En general creo que podemos afirmar que un síntoma es siempre una brújula, porque si estamos hablando de un síntoma en sentido analítico, podemos suponer una enunciación amordazada, y que siempre podemos preferirla emergiendo.

En relación a aquellos casos en que la demanda parental condiciona, molesta, el despliegue de la demanda del púber, quería distinguir este posible escollo de lo que podría ser entendido como ubicar ciertas situaciones parentales en el lugar de causa. Es decir, si pensamos en un síntoma, creo que no se puede agotar la cuestión en suponer que los padres son la causa del sufrimiento del hijo.

Retomando la pregunta de ¿quién demanda?, quería señalar un problema con el que a veces nos encontramos. Me refiero a aquellos casos que la consulta por ejemplo de uno de los padres con un hijo se realiza a lo largo de largo tiempo y en que el recorrido por esta puesta en forma de la demanda nos lleva a un apresuramiento en el que preferiríamos que esto ya estuviera despejado, que ya estuviera definido quién es el paciente. Y nos encontramos, por esas vueltas de lo que podríamos denominar transferencia con la teoría, o mejor dicho la contratransferencia, colocados en una posición de demanda, demandando que se produzca un corte, o en otras palabras, no ofertando ya el analista , sino demandando, que alguno sea ya el paciente, imposibilitantdo de este modo, justamente, la producción de la demanda analítica.

Notas

1 Jovenes en Análisis. Revista Conjetural N 30. Ed. Sitio

2 He notado que en algunas ocasiones la sola presencia del analista, tranquilo, tiene por efecto generar en los participantes de la escena, un recorte de la misma. Hasta inclusive como si esta presencia operara de comentario de la escena.

3 Hay una artículo, de Enrique Millán, en la que trabaja esta diferencia: Problemas de estudio. Adolescencia, una lectura psicoanalítica. Ed. El Megáfono.

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