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Número 8 - Septiembre 2005
La constitución subjetiva en psicoanálisis
y su relación con el concepto de desarrollo
Betsy Soto Pérez

Resumen

El presente artículo abordará la noción de constitución subjetiva, desarrollando los conceptos de función materna y paterna, y describiendo los pasajes fundantes del Narcisismo Primario y el Estadio del Espejo desde una mirada psicoanalítica lacaniana, y su relación con la noción de desarrollo que mantiene la psicología. El postulado central a desarrollar es que el sujeto en ciernes y sus funciones se encuentran muy relacionados, pero es importante distinguir que sólo desde el armado de un cuerpo en una posición imaginaria a partir de un ordenamiento simbólico operado por un Otro, es que las funciones instrumentales (por ej. cognición, lenguaje, motricidad, etc.) se desarrollan; así, aunque un cachorro de la especie humana nazca sano -y con integridad neurológica- no es suficiente para garantizar la constitución en él de un sujeto psíquico, y por ende el desarrollo de sus funciones.

Introducción

A modo de introducción, se desarrollará de manera general aquellos aportes teóricos que el psicoanálisis, desde Freud y Lacan, ha desplegado para el conocimiento del niño y su subjetividad. Como punto de partida se hará un breve desarrollo sobre el psicoanálisis con niños, partiendo de la noción más amplia de Psicoanálisis, que puede ser comprendido como la teoría y la práctica iniciadas por Sigmund Freud (1856-1939), basadas en el descubrimiento del inconsciente. Freud distingue entre el psicoanálisis como un método de investigación de los procesos mentales inconscientes, como un método para tratar los trastornos neuróticos y como un conjunto de teorías sobre los procesos mentales reveladas por el método psicoanalítico de investigación y tratamiento (Freud, 1923).

El psicoanálisis con niños se centra "en el niño y su padecimiento psíquico planteado desde la dimensión inconsciente, la cual está, por definición, en amplia, íntima y constante relación con el medio familiar y social. El concepto básico sobre el que se apoya esta postura es la intersubjetividad fundante del sujeto, la relación con el "Otro", como condición de humanización "(Pérez de Plá, 1999: 12). Para Mannoni (1997) el psicoanálisis con niños es psicoanálisis, y señala que la adaptación de la técnica a la situación particular que representa para el adulto el aproximarse a un niño, no altera el campo sobre el cual opera el analista: el lenguaje. El discurso que rige abarca a los padres, al niño y al analista, pues se trata de un discurso colectivo.

En continuación con la obra de Freud, Lacan realiza importantísimas re-flexiones, retornando a Freud para de ahí partir y realizar su propia producción teórica. A decir de Braunstein (1983:7) "Lacan flexiona y reflexiona a Freud. Freud hace escuchar al inconsciente y Lacan saca la obvia conclusión: si se lo escucha es porque está estructurado como un lenguaje ". La postura de Lacan hacia el psicoanálisis con niños es que se trata de una práctica del discurso – como lo es todo psicoanálisis-. Juan Capetillo (1999) en su artículo "Sobre el psicoanálisis con niños" menciona que es necesario situar lo que podría ser un encuadre general para analizar desde la perspectiva lacaniana la práctica psicoanalítica con niños, y señala sobre este punto lo siguiente:

En el seno de su escuela, Lacan estableció diálogos con algunas de sus alumnas interesadas en el campo especializado del psicoanálisis con niños, tal fue el caso de Françoise Dolto, Maud Mannoni, Rosine Lefort, entre otras, dichos diálogos permitieron llevar adelante investigaciones con sus respectivos aportes a la teoría clínica infantil.

Maud Mannoni considera que el campo del psicoanálisis con niños es el campo del lenguaje y que las modificaciones técnicas como la utilización del juego no alteran su esencia (Vives Rocabert y Lartigue Becerra, 2001). El juego es considerado como un texto a descifrar: existe en el una dimensión simbólica, un espacio de repetición y se le considera como una creación poética. Vives Rocabert y Lartigue Becerra (2001) señalan que la dirección de la cura que propone Mannoni esta centrada en la identificación de lo que el niño representa dentro del mundo fantasmático de los padres, de ahí la importancia de desentrañar el lugar que ocupa la palabra de la madre en el mundo interno del chico, "es por esto que el dispositivo analítico con los niños desde la perspectiva de Mannoni, no puede ser pensando sin el discurso de los padres" (pp.107). Por su parte, Lacan, distingue entre la posición del niño como objeto del fantasma de la madre y como síntoma de la pareja familiar, dicha tesis permite diferenciar entre el sujeto del goce y el sujeto del deseo, y "conducirá a la explicitación de los términos y posibilidades de intervención del psicoanálisis con niños" (Capetillo, 1999: 107). En la concepción de la identificación del niño al síntoma, dicho síntoma aparece como denunciante de la verdad familiar, de esta manera se concibe presente la estructura familiar, esto es, la actuación de la metáfora paterna desplazando al deseo de la madre, tal como es formulado por Lacan, quien considera que este puede ser el caso mas abierto a las intervenciones de los analistas (ibidem).

Chemama (2000) señala que si bien Lacan no se interesó nunca directamente en el psicoanálisis con niños, el niño sin embargo forma parte de su elaboración, inaugurando de este modo referencias teóricas que modifican radicalmente las concepciones psicoanalíticas éste, a continuación se describen algunas de ellas:

 

I. Constitución subjetiva y Desarrollo

El proceso de constitución subjetiva es una elaboración a posteriori de lo que sucede en el campo simbólico de las relaciones transubjetivas entre el bebé y sus padres, o quienes cumplan esta función, y dicho proceso no es instrumentable ni tiene un objetivo predefinido desde las determinaciones conscientes, sino que pertenece al campo de lo simbólico en donde se encuentra capturado el discurso parental que siendo una intersección del orden de la actividad, se sitúa en el campo del Otro.

Una posición central será diferenciar el campo de estudio y acción del psicoanálisis con niños y lo que corresponde propiamente al campo del desarrollo infantil y sus diversas teorías del desarrollo. Así, por un lado se encuentra la noción de subjetividad desde una mirada lacaniana y por el otro lo que correspondería a las funciones instrumentales de este sujeto y al desarrollo de éstas. Entonces, como un punto de partida para comenzar a plantear el panorama en el que está inmersa la problemática de este artículo, se abordará lo concerniente a la constitución subjetiva y a la noción de sujeto en psicoanálisis con una postura lacaniana, mostrando desde esta particular lectura que lo que se desarrolla son las funciones instrumentales del sujeto y no el sujeto como tal , ya que la constitución de éste no tiene cronología, ni una progresión evolutiva, sino que el sujeto es el "efecto de la obra del lenguaje; como tal está anticipado en el discurso parental. Lo que se desarrolla es la capacidad del niño de apropiarse de estas instancias y, consecuentemente, del uso de los sistemas simbólicos que organizan sus relaciones de objeto en el campo fantasmático y, por efecto de éste, en el campo de la realidad (Jerusalinsky, 1995:32).

El sujeto aún desde su prematuridad, -haciendo alusión a la insuficiencia constitucional del cachorro humano aunque nazca a término -, se encuentra anticipado en una estructura dada. Así, "el bebé es tomado en una red significante que estructuralmente lo tiene acabado, aunque no contenga, por supuesto, las contingencias del deslizamiento de esta estructura en los avatares del destino de ese sujeto." (Jerusalinsky, 1995: 35). Ahora bien, el sujeto en ciernes y sus funciones se encuentran muy relacionados, pero es importante distinguir que sólo desde el armado de un cuerpo en una posición imaginaria a partir de un ordenamiento simbólico operado por un Otro, es que las funciones instrumentales (por ej. cognición, lenguaje, motricidad, etc.) se desarrollan; así, aunque un cachorro de la especie humana nazca sano -y con integridad neurológica- no es suficiente para garantizar la constitución en él de un sujeto psíquico, y por ende el desarrollo de sus funciones. Siguiendo a Jerusalinsky (1995), las funciones instrumentales del sujeto, si bien tienen un correlato físico y madurativo, sus características y organización están dadas a partir de sistemas representantes del cuerpo, -dimensión propiamente psíquica-, y el funcionamiento de éstos en relación al medio.

De todo esto se extrae la conclusión de que el desarrollo del bebé humano no opera por un simple automatismo biológico, o por considerar a los estímulos externos como su motor, sino que el primer esbozo de sujeto encarnado en un cuerpo se organiza por las marcas simbólicas que lo atraviesan y lo que marca el ritmo del desarrollo es el deseo del Otro que opera sobre el niño a través de su discurso; lo madurativo se mantiene simplemente como límite, pero no como causa (ibidem).

 

 

II. Narcisismo primario y Estadio del Espejo en la Constitución Subjetiva

La noción de constitución subjetiva, se abordará desde las coordenadas de la función materna y paterna, haciendo énfasis en el recorrido por los pasajes fundantes del narcisismo y el estadio del espejo. Como punto de partida, se encuentra el deseo de la madre, y se concibe que para que un bebé devenga en "ser humano" debe de ser un hijo deseado para algo y que eso se inscribe en su inconsciente, tal como lo expresara Winnicott (1993) "Los bebés no existen", ya que en un principio sólo está la función materna (sea la madre o quien la cumpla), y esto es así, porque el deseo de hijo se instala mucho antes de tenerlo: la madre debe elaborar una relación con el hijo que lleva en su vientre, debe crearlo psicológicamente, el imaginarle un cuerpo, esto corresponde a la primera representación que de él se tiene como ser unificado y sexuado. Al nacer, el hijo completa a la madre en este imaginario.

Así, se tiene que el niño antes de tener un cuerpo biológico, tiene un cuerpo mental desde la madre, y el hecho de que ella misma haya sido bebé alguna vez y jugado activamente a ser mamá, crea algo en su psiquismo que es posible reencontrar muchos años después (Donzino, 1999). Freud (1925) analizó respecto de la sexualidad femenina, que una de las elaboraciones posibles de la envidia al pene, implicaba la salida del Edipo negativo (con la madre) y la entrada al positivo (con el padre), marcando de este modo la asimetría con el del varón, que se daba en ambos polos simultáneamente. Freud (1924) plantea que para que algo de la maternidad se materialice y tenga un efecto positivo sobre el hijo, tiene que haberse logrado una serie de transformaciones a nivel simbólico: desde la envidia al pene y la renuncia a este órgano como tal, al deseo de recibir el pene del padre y que ese pene engendre bebés. Se produce entonces, una ecuación entre el pene como órgano de complemento narcisista y el hijo como representante fálico de esa completud. Varias desilusiones deberá enfrentar la niña: no tendrá el pene que envidiaba, ni el que posee su padre, tampoco un hijo de él pero sí podrá obtenerlo de otro hombre. Ese hijo queda, según Freud (1925), en la estructura edípica femenina, como una promesa a ser cumplida en algún tiempo futuro. Y éste llega con la madurez sexual y ese niño que existía en su fantasía es entonces posible de "materializar". Entonces, si dentro de lo que se denomina espacio psíquico materno se ubica al Edipo, este niño fantaseado viene con una historia ya establecida. Según Donzino (1999) los efectos del mito se observa en el nivel de significación que han producido, y no se limitan a la producción de patología, por el contrario forman parte de las huellas que nos preceden y dan un lugar en el mundo. "Todo dependerá de cuál sea ese "lugar"" (ibidem).

Un segundo momento lógico, sería el de la procreación. Aquí se produce una materialización de la fantasía, de aquella promesa. Según Donzino (1999) este tiempo reviste gran importancia clínica ya que se puede detectar en pacientes adultas que estén por dar a luz, la actualización de ciertos fantasmas respecto del embarazo, que abren a un interesante campo de intervenciones con la madre, pero que tienen en el horizonte el futuro psíquico del hijo. En el tiempo de lo intrautrerino, se va a desarrollar dos conceptos de Piera Aulagnier (1977): el cuerpo imaginado –o sombra hablada- y el cuerpo fantasmado. Desde la existencia estructural en la psiquis materna, ese hijo se encarna ahora y toma cuerpo: el feto. ¿Qué nueva operación tendrá que realizar la madre en este nuevo período? Piera Aulagnier (1977) escribe que deberá realizar el "primer don libidinal". La madre le hablará a su bebé, se dirigirá a un ser humano que de forma humana todavía no tiene nada. Anticipa de este modo un cuerpo unificado y entero, sexuado y autónomo. A esto llama "cuerpo imaginado". No es un cuerpo que se correlaciona con el desarrollo embrionario. Lo imagina, lo piensa y le habla a un bebé que imagina con carita, tal vez parecido al papá, o a su propio padre. Donzino (1999) comenta sobre el concepto de "sombra hablada", que éste permite incorporar el tema de la función estructurante de la palabra. Este autor señala que una sombra, es la silueta de un cuerpo a contra luz proyectada en el espacio, pero no es el cuerpo mismo, y que tampoco es un reflejo que podamos reconocer o identificar. "Se proyecta desde un cuerpo, pero no es una prolongación de éste" (ibidem). Piera Aulagnier (1977) insiste en que el don libidinal tiene dirigirse a un ser inscripto en la psiquis materna, como humano, independiente y autónomo, que vive y se nutre en el interior de la madre, pero no es "de ella". La idea de que esa sombra sea hablada introduce una dimensión fundamental en el proceso de subjetivación: para el ser humano, para armar la condición de humano, es fundamental que alguien nos hable, piense en nosotros, hable de nosotros y, en los primeros tiempos, también por nosotros.

Sobre el concepto de cuerpo imaginado, se dirá que se refiere al "deseo de hijo" (contrapuesto al "deseo de maternidad", asociado al de cuerpo fantasmado). Este deseo inviste la representación "hijo" y para que esto cobre una dimensión simbólica fundamental sobre el bebé, debe enlazarse al deseo de un hijo de su partenaire. Ello instaura la dimensión simbólica del padre, piedra angular en el trípode del Edipo estructural, la madre reconoce la participación del "hombre" en la fecundación y promueve la filiación, nombrando a ese hombre "padre" de su hijo (Donzino, 1999).

El nacimiento es el momento del encuentro entre una madre y su hijo, lo fundamental en él, es que la madre descubra que lo nacido coincide con lo que había investido previamente, aunque a decir de Mannoni un bebé nunca es completamente lo que una madre espera, sin embargo, la madre "acomoda", "superpone" el cuerpo imaginado al real del bebé. De este modo, se asegura la narcisisación del bebé.

El bebé como ser altricial llega al mundo dependiendo de un otro jerarquizado (en adelante Otro) que codifique y decodifique su demanda. La cría humana mediante el llanto, producido por una gran excitación visceral, va dando cuenta de un Otro al que es dirigida una demanda: la cancelación a esa sensación, pide una "acción específica": comida, mimos, baños, canciones, etc. En el ser viviente hay entonces todo un movimiento pulsional que arranca y depende del campo del otro, dice Lacan (1978); es el Otro que frente al llanto coloca nombres: "es por hambre, es por frío, es por gases". Erogeniza así cada uno de los bordes pulsionales. Un bebé tiene una superficie de inscripción donde todos los estímulos exteriores dejan su marca: su piel. Amamantar al bebé, acariciarlo, hablarle y sostenerlo con la mirada genera una escena inolvidable: un plus de placer, una primera experiencia de satisfacción que deja una huella mnémica, dirá Freud.

Si bien hay un niño que capta tonos de voz y no contenidos, esta escucha diferenciada posibilita el lenguaje y de la respuesta del Otro no solo depende su vida sino su estructura como sujeto. Este Otro debe saber cómo y cuando estar: lo cualitativo prima sobre lo cuantitativo. Saber dar. Dar con amor. La madre, o quien cumpla su función, lee anticipadamente lo que ella cree que es una demanda y algo brinda que no es del hijo sino que le es propio: se habla del deseo materno, lee lo suyo en el rostro del bebé. Lacan (1978) habla del "baño de lenguaje", del Otro como "batería de significantes". Sobre el deseo materno se dirá, siguiendo a Wittenberq (2001: 23) "que una madre le transmite al hijo por la forma de tratarlo, de sostenerlo de mirarlo o de no hacerlo, por la forma en que le habla, si éste le despierta amor, odio, persecución, envidia, gratitud, desesperación o comprensión, si lo ve como una "cosa" o como una persona".

En el diario acontecer del bebé, cada día desde el Otro le vendrá su reconocimiento como sujeto, esto es, la vigencia del código que utiliza. En un primer momento estas significaciones serán arbitrarias y sin embargo son las que lo irán significando como sujeto: para hablar primero tuvo que haber sido hablado, para desear primero tuvo que él mismo ser deseado. Desde la función materna, alguien creerá comprender lo que quiere, lo que le molesta, lo que lo asusta, alguien se reirá junto con él de sus "gracias" alguien lo amará o no: sólo a través de estos compromisos su universo devendrá significante. Para Jerusalinsky (1995) la praxis de la función materna y paterna, tendría que ver con acciones concretas que tienen una dimensión significante, a esto él lo llama "acto significante" y dice que , "… sin ser acción (en el sentido motor que le da Piaget), es práxico: tiene consecuencias sobre aquello en que el niño se estructura, y lo marca para siempre"( pp.38), completando este postulado, Annie Cordiè (1998), siguiendo a Lacan, dice acerca del bebé que éste concreta en su cuerpo la presencia misma del objeto "a" tomado de la pulsión, el fantasma y el deseo del Otro, y que es desde allí que percibe todo lo que ese Otro le quiera dar: amor, odio, rechazo, indiferencia.

Se espera que ha partir de la función materna y paterna, el pequeño advenga como ser en la subjetividad, ahora bien una madre y un padre, pueden relacionarse con su bebé desde sus propias determinaciones inconscientes, por lo que en ocasiones los avatares en las praxis de la función materna y paterna no consiguen poner en marcha "el proceso que permite al bebé habitar su cuerpo en tanto sujeto, que nutrido por el Otro se va progresivamente diferenciando de él (Pérez de Plá, 2000:40). Esta situación conllevaría graves costos en la constitución subjetiva, implicando déficit en el desarrollo de las funciones instrumentales y en el ser de este sujeto; los casos más graves asociados a esta problemática se encuentran en el campo de las psicosis infantiles y en el autismo.

Según Sara Paín (1985) la dramática de este sujeto, que asume el deseo del otro como mandato inconsciente de ser, es que debe diferenciarse y que esta diferenciación no se instaura simplemente por la marca anatómica, sino que resulta de un complicado juego de significantes que proponen la ausencia y la presencia, como condición para la instauración de lo simbólico. Si la madre persiste en esa idea de completud que le causa el hijo, el narcisismo del bebé que todo consigue con un llanto paralizara todo su deseo, se estaría hablando de una madre fálica, lo cuál por supuesto tendrá altos costos para la estructuración del psiquismo del niño.

La noción de narcisismo aparece por primera vez en Freud en 1910, el descubrimiento del narcisismo condujo a establecer la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre autoerotismo y el amor objetal, "el sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo como objeto de amor" (Freud, 1911). Según Laplache y Pontalis (1968) en los textos del periodo de 1910-1915, Freud busca dar cuenta del momento de la constitución del narcisismo primario y esta fase es localizada entre el autoerotismo y la de amor de objeto y parece ser coetánea a la aparición de una primera unificación de sujeto, de un yo. Dylan Evans (1997) comenta que Freud (1914) describe al narcisismo como la investidura de la libido en el YO y lo opone al amor objetal, en la cual la libido es investida en objetos. Para este autor (1997) Lacan atribuye gran importancia a esta fase de la obra de Freud, puesto que claramente inscribe el yo como un objeto de la economía libidinal, y vincula el nacimiento del yo a la etapa narcisista del desarrollo. El narcisismo es diferente de la etapa anterior de autoerotismo (en el cual el yo no existe como unidad), y sólo aparece cuando una nueva acción psíquica da origen al yo. Lacan desarrolla este concepto de Freud vinculándolo con el mito de Narciso y "define entonces al narcisismo como la atracción erótica suscitada por la imagen especular; esta relación erótica subtiende la identificación primaria que da forma al yo en el estadio del espejo" (pp.135). De lo anterior se desglosa que el narcisismo tiene un carácter erótico y también agresivo. Es erótico en el sentido de que el sujeto se muestra fuertemente atraído por la gestalt que es su imagen, es agresivo porque el carácter de totalidad de la imagen especular contrasta con la desunión incordinada del cuerpo real del sujeto y parece amenazarlo con la desintegración.

Rene Spitz (1965) afirma que en un comienzo el bebé no se diferencia de la madre, que es a partir de la interacción entre ésta y su bebé que se posibilitará que el mismo, dé cuenta del mundo exterior. Para Spitz la madre estimula la capacidad de percepción en su hijo, lo que posibilitará que haga un pasaje de una sonrisa refleja a una conducta activa, que es su sonrisa social, considerada como el primer organizador de la conducta de un bebé de alrededor de los 3 meses.

Por su parte Melanie Klein, conceptúa que la relación del hijo con la mamá que da lugar a dos posiciones:

En este pasaje por el narcisismo primario, poco a poco y no sin angustia, la madre se va separando de su bebé, hasta que el niño puede integrar la figura de la madre comenzando a funcionar la identificación con ella. La paulatina separación entre el bebé y su madre, se dará a partir de la introducción de las diferencias (presencia-ausencia) y de un tercero (nombre-del-padre), el bebé debe caer de ese narcisismo, de su posición de falo, la madre le irá mostrando que tiene un deseo que va más allá de él: es el tiempo de la castración.

Es necesario destacar que el estadio del espejo es una instancia fundamental para la constitución subjetiva, Silvia E Casado (2003) comenta que para Winnicot este estadio se da desde que nace porque la madre le funciona de espejo: esta es una experiencia evolutiva y estructurante que le permite al niño acceder a su esquema corporal consciente, pero además una imagen inconsciente de su cuerpo que se contrapone con la incoordinación propia del periodo sensorio-motriz por el que transita el pequeño.

Lo que se está jugando en este periodo tan temprano es la constitución de un yo-cuerpo del que posteriormente derivará un yo que estará puesto como función en el sujeto del inconsciente. Para Lacan el yo es una construcción imaginaria que tiene una estructura paranoica fragmentada antes de los seis meses y que sólo a través de la identificación con la imagen de otro, podrá asumir el propio cuerpo con una sensación imaginaria de completud y dominio (Jiménez Ramírez, 2004). Este momento de la subjetivación es desarrollado por Lacan (2003) en "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica", e implica el momento jubiloso en que el niño observa su imagen unificada en el espejo, Lacan (2003) dice que "el hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta …. la matriz simbólica en la que el yo (je) se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en los universal su función de sujeto" (pp.87) . "La función del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la función de la imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad, o como se ha dicho, de la Innenwelt con el Unwelt" (pp.89). Para Lacan (2003) el estadio del espejo consiste en una "captación por la imago de la forma humana….la que entre los 6 meses y los 2 años y medio domina toda la dialéctica del comportamiento del niño en presencia del semejante. Durante todo ese periodo se registraran las reacciones emocionales y los testimonios articulados de un transitivismo normal." (pp. 105)

Morales Ascencio, H. (2001), sobre el estadio del espejo hace las siguientes precisiones: "En el primer momento se constituiría el yo en relación con su propia imagen, y en el segundo momento éste se objetivaría como tal con la identificación con el otro. El segundo momento, al objetivar la primero, lo constituye. Pero sin ese primer momento no habría segundo. Resumiendo, sólo a partir del segundo momento el primero se constituye, pero el primero implica para el segundo una precondición lógica. Se trata así de un solo tiempo de configuración del yo con dos momentos constitutivos. Estos dos momentos darían lugar a dos modalidades del yo, que serían: el yo (moi) imaginario y el yo (je) social. Dos modalidades pero una sola instancia" (pp. 62)

Es este periodo el pequeño "juega" a aventar algo para que se lo recojan y a volverlo a aventar después, esta experiencia lúdica es de gran importancia ya que se convierte en modelo por el cual se representa el acceso a la simbolización en el niño. En este juego se articula algo del orden de la llamada, dirigida a la madre, en tanto ausente, así como la fabricación de imagos. La posibilidad de simbolizar, hace esa ausencia soportable, permiten una espacialidad fuera del cuerpo materno. El fort-da introduce esta dimensión simbólica pues más allá de la madre real, el niño encuentra a través del vocablo a la madre simbólica, luego ese mismo niño experimentará con su propio cuerpo el juego de su propia pérdida y retorno, estableciendo las bases de su identidad. Como se dijo anteriormente, el juego del fort-da tiene relación con el logro de la constancia objetal, posterior a la indiferenciación característica de la relación narcisista del bebé con la madre.

Para finalizar este apartado, se dirá que la noción de infante que se ha ido construyendo desde la teoría psicoanalítica, no concibe a éste como un producto de su propia natura, es decir su herencia genética y biológica, sino de éstas más aquellas condiciones significantes que inscribirán al bebé en el mundo de lo simbólico, adviniendo si todo sale bien, en un sujeto del inconsciente. En este proceso la función materna y paterna por parte de quienes cuiden y rodeen al bebé es fundamental, casi siempre dándose estas condiciones significantes dentro del seno de una familia, Freud describe a la familia como "matriz primordial del desarrollo psíquico del niño y de los conflictos planteados entre él y las imágenes introyectadas de sus padres y hermanos". Destaca, además, la importancia de las relaciones familiares en el desarrollo del carácter y la actividad del individuo. Por su parte Lacan (1978) sostiene que "la familia gobierna los procesos fundamentales del desarrollo psíquico, la organización de las emociones (...) y transmite estructuras de conducta y de representación cuyo desempeño desborda los límites de la conciencia". Silvia E. Casado (2000) comenta acerca de la importancia de la familia, y sostiene que en todos los casos no sólo se habla de un Otro que deba prestar su presencia real como soporte sino que además, aquello que dé, debe darlo con amor y dentro de un interjuego relacional. El sujeto psíquico se constituye en la alteridad, es decir a partir de un Otro, y es a partir de éste que el niño debe constituir un mundo representable y comunicable, mundo que debe ser reconocido como exterior a él y capaz de ser significado.

 

III. Conclusiones

Sobre la constitución subjetiva, se dirá que el sujeto tiene posibilidad de advenir, por las palabras fundadoras que lo envolvieron, significándolo, en un primer momento. Jerusalinsky (1997), hace el pertinente señalamiento de que estas palabras que están en el campo de lo simbólico y del significante, no son comprendidas por el bebé sino que llegan hasta éste porque "todo acto que se cumple en relación con él está capturado en un discurso; discurso que se expresa en los movimientos esbozados, en las actitudes del otro, con quien el niño se identifica orientado por el deseo materno" (pp.11). Hay pues una alienación continua del bebé con respecto al Otro que lo instaura como tal, pues ahí encuentra cada individuo sus puntos de referencia, la razón de su existencia, siendo el deseo el que lo engendra (deseo en tanto lazo que lo une al Otro que lo instaura). Aún cuando en un primer momento la supervivencia del recién nacido dependería enteramente del cuidado exterior, que se relaciona con el hecho fortuito de ser amado (condición a partir de la cual surge el deseo), se dirá que la operación del desarrollo y de la constitución subjetiva se sitúa en el nivel del significante.

El individuo de la especie humana es un deficiente instintivo, pues nada en su sistema genético-neurológico le define el objeto capaz de calmar su malestar (Jerusalinsky, 1995), entonces, el bebé humano queda expuesto a sus necesidades sin recursos suficientes para definir ni con qué ni cómo satisfacerlas. Cuando se trata de estímulos externos, los que producen el malestar, una "acción específica" basta para evitar sus efectos, sin embargo cuando se trata de estímulos internos, allí el bebé, sólo a través de la relación transubjetiva con otro ser humano tutelar, podrá operar una tentativa de resolución, es por eso que al objeto humano lo constituye el Otro, y lo que define a este objeto es su campo de alteridad y, por tanto, la alienación del sujeto respecto a él. "Este objeto en lo imaginario se constituye como idealizado, y en lo Real como imposible, en su lugar para representarlo aparece el significante" (Jerusalinsky, 1995: 26).

Finalmente, y de manera esquemática se dirá sobre la relación entre constitución subjetiva y desarrollo lo siguiente:

  1. El desarrollo del bebé no opera debido a un automatismo biológico, así mismo los estímulos externos no son el motor de su desarrollo, es decir el primer esbozo de sujeto encarnado en un cuerpo, no se organiza por sus funciones musculares o fisiológicas sino por las marcas simbólicas que lo afectan.

  2. Lo que marca el ritmo del desarrollo es el deseo del Otro que opera sobre el niño a través de su discurso, siendo que lo madurativo y el sustrato biológico (lo real del cuerpo) se mantiene como límite pero no como causa.

  3. El Otro, que por un lado le ofrece al niño una imagen en la que reconocerse (el moi), al mismo tiempo interrumpe esta identificación preguntándose por su destino (acepta el no saber sobre este niño). Jerusalinsky (1995) señala que en este vaivén entre el moi y el je bascula la autoimagen; pendulación entre un saber imaginario y la ignorancia radical que lo afecta; oscilación que le causa angustia, la necesaria para agresivizar su relación al Otro e intentar apropiarse de sus insignias y sus significaciones. Esto transforma al niño desde la pasividad y la indiferenciación inicial hasta la postura de querer conocer, armado de interrogaciones acerca de lo que aparece como un agujero lleno de promesas, cuyo cumplimiento demanda al Otro.

  4. El sujeto es el efecto de la obra del lenguaje; como tal está anticipado en el discurso parental. Lo que se desarrolla es la capacidad del niño de apropiarse de estas instancias y, consecuentemente, del uso de los sistemas simbólicos que organizan sus relaciones de objeto en el campo fantasmático y, por efecto de éste, en el campo de la realidad.

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