Masoquismo y escritura en la
niñez y adolescencia de Anna Freud
Alejandra Glaze*
Sólo cuando mi mente se conmovió entera
Cuando luchaba contra fuerzas oscuras, desenfrenadas
Pude, sola en mi necesidad, sentir con temor
Que cada poeta canta únicamente su propia pena.
Anna Freud (1918)
"La
pulsión de saber no puede contarse entre los componentes pulsionales
elementales ni colocarse exclusivamente bajo el dominio de la sexualidad. Su
actividad corresponde, por un lado, a una aprehensión sublimada, y por otro,
actúa con la energía del placer de contemplación [...] La pulsión de saber
infantil es atraída -y hasta quizá despertada- por los problemas sexuales en
edad sorprendentemente temprana y con insospechada intensidad" [1].
Así opinaba Freud en 1905, y aún hoy sigue siendo controvertida la imbricación
que hay entre educación y sexualidad, y particularmente entre cultura y
pulsión. El primer intento de conciliar o reforzar la oposición de estos
extremos, ocurrió en los debates entre Freud y el educador protestante Oskar
Pfister; es el momento en que se comienza a hablar de una pedagogía
psicoanalítica. Sin embargo habrá que esperar a Anna Freud para que la cuestión
adquiera verdadero énfasis. Esto por dos razones: porque Anna Freud aunaba la
condición de educadora y psicoanalista, y porque en su niñez y adolescencia
había vivido una intensa lucha por doblegar las fantasías masoquistas infantiles
con los recursos escolares, en particular, la escritura narrativa.
La educación para Anna Freud
En la década del
'40, en su libro La guerra y los niños [2], ya era del parecer que el
acto de educar era mucho más que transmitir contenidos referenciales, era
también y ante todo, la posibilidad de civilizar la pulsión: "desviar la
agresividad natural del niño, es uno de los fines reconocidos de la educación,
la cual debe esforzarse, en los primeros años de vida del infante, en cambiar
la actitud del mismo en relación a sus propios impulsos. El deseo de hacer daño
a los demás, y más tarde, la necesidad de destruir objetos, van transformándose
paulatinamente [...] Una educación inteligente tenderá a desviar estos impulsos
agresivos de su propósito inicial, encauzándolos hacia el bien; se fomentará la
lucha contra las dificultades del mundo exterior... y en general, toda obra de
‘bien’ en oposición al impulso primitivo de hacer el ‘mal’" ... "el
niño es un pequeño salvaje, y preténdese de él que, llegado a la edad escolar,
sea más o menos civilizado".
No debe sorprender
entonces, que en ese mismo libro, que había escrito junto a Dorothy Burlingham,
y que trata acerca de los efectos sobre los niños de los bombardeos a Londres
en la Segunda Guerra Mundial, haya escandalizado con la siguiente afirmación:
"el niño debe ser alejado de los horrores primitivos de la guerra no
porque la muerte y las atrocidades sean extrañas a su naturaleza, sino por todo
lo contrario".
El famoso libro El señor de las moscas, escrito por un educador
inglés en la década del ‘50, William Gerald Golding, no habría sido ajeno a su
influencia. Allí aparece el aparente salvajismo natural del niño, que sin el
influjo de la educación, se pierde por los caminos de la violencia más temible,
la muerte y la destrucción. La historia es sencilla: un grupo de niños de una
formal escuela inglesa, con sus prolijos uniformes, quedan librados a su propia
fortuna en una isla desierta del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial,
sin ningún adulto que los guíe. Progresivamente quedan reducidos al más crudo
salvajismo, matando a aquellos que representan la civilización y que intentan
establecer mínimos marcos de ordenamiento en base a lo aprendido en el mundo de
sus mayores.
En la misma línea,
Anna escribe en uno de sus libros dirigido a educadores: "...el niño es
insoportablemente inescrupuloso y egoísta; no le preocupa sino imponer su
propia voluntad y satisfacer sus deseos; le es en absoluto indiferente que
otros sufran o no por ello. Es sucio y repugnante; no vacila en tocar y aun en
llevar a la boca las cosas más nauseabundas. Es desvergonzado con su propio
cuerpo, y todo cuanto los demás tratan de ocultar a su vista, despierta su
curiosidad. Es voraz y goloso. Es cruel con todos los seres vivos más débiles
que él, y lo impulsa un afán de destruir todo objeto inerte..." [3]. Allí también dice: "Bajo el peso de la educación
ha sufrido grave angustia y se ha sometido a tremendas modificaciones (...) de un
ser casi animal, falto de independencia y poco menos que insoportable para
quienes lo rodean, se ha trocado en un ser humano más o menos sensato" [4].
Ahora bien, lo que
Anna no alcanzó a advertir, es hasta qué punto ese caldero pulsional arma su
montaje desde una estructura de lenguaje, con la paradoja que eso significa.
Por y en ese lenguaje, que es el sinónimo mismo de la civilización, lo
pulsional alcanza a inscribirse y, al mismo tiempo, por y en ese lenguaje la
civilización exige la renuncia pulsional. La falla es consustancial a la ley.
En esa falla paradojal, encuentra su anclaje la ética pulsional del superyó. En
sentido estricto, adolescemos de una falla estructural e incurable; aunque esto
no quiere decir que no haya lugar tanto para la educación como para la cura
analítica. En pocas palabras, la cultura es la condición del bienestar, al
ofrecer normas e ideales que regulan la vida entre los hombres y los sexos,
pero también la condición del malestar.
Ni siquiera el
orden doméstico de los Freud se libró de esa doble incidencia. Y quienes nos
han entregado los datos más precisos de ello son los biógrafos de Anna Freud.
La transformación de la pequeña Anna (a la que su padre gustaba llamar ‘Demonio
Negro’ -Schwarzer Teufel-, por su carácter díscolo y caprichoso) en una
juiciosa adolescente dedicada a aficiones literarias, es un paradigma clínico
de los alcances y las grietas de la buena educación.
"No guardo secretos contigo"
Anna concluyó sus
estudios en el Cottage Lyceum de Vienna en 1912, lo que la obliga a tener que
decidirse en relación a su carrera profesional. El verano siguiente, al cumplir
18 años, fue enviada a Merano, donde supuestamente se recuperaría de una
afección física, y es desde allí que escribe aquellas cartas en las que
aparecen los primeros indicios de su compromiso subjetivo, y lo que Freud definió
como su psicastenia: una reducción intelectual o cognitiva provocada por causas
emocionales, y que Anna muy bien describe en sus cartas a su padre: "...me
pregunté de qué podría tratarse, pues no estoy realmente enferma. En cierto
modo eso
irrumpe en mí y luego me siento muy cansada y me preocupo por toda clase de
cosas que en otro momento son perfectamente naturales [...] Pero cuando tengo un
día estúpido todo me parece mal; por ejemplo, hoy no puedo comprender como a
veces todo me parece tan estúpido. No quiero volver a sentir eso, pues deseo ser una
persona razonable o por lo menos llegar a serlo, pero no puedo prestarme ayuda
estando siempre sola [...].
P.S.: No puedo
escribirte más porque no se más sobre mí, pero ciertamente no guardo
secretos contigo" [5].
No conocemos la
respuesta de Freud a esa carta, pero mucho después escribió: "Por los
libros que has leído habrás comprendido que eras excesivamente celosa e
inquieta y que estabas insatisfecha porque te has apartado como una niña de
muchas cosas de las que una muchacha hecha no se asustaría. Advertiremos un
cambio cuando ya no te apartes de los placeres de tu edad sino cuando goces
alegremente de lo que las demás muchachas gozan. Uno difícilmente tiene energía
para dedicar a intereses serios si es demasiado celoso, demasiado sensible y
permanece alejado de la naturaleza y de su propia vida; entonces uno se siente
molesto por las mismas cosas que desea" [6]. Este
texto describe el modo en que Freud ve a su hija a los 18 años, y permite
inferir que en realidad parece haber sido enviada a Merano, más que por un
padecimiento físico, por lo que se vislumbraba como una dificultad en asumir su
sexualidad femenina.
Finalmente Anna se
recibió de maestra, y trabajó 6 años en su antigua escuela, el Cottage Lyceum,
con niños pequeños. Una de sus alumnas escribió más adelante: "esta joven
señora tenía lejos más control sobre nosotros que las más viejas [7]."
Pero en ese entonces, cuando llega a los 23 años, comienza a hacer
algo más que gobernar niños: por las tardes inicia su análisis. Ya en 1910
había comenzado a leer el trabajo de su padre, pero su implicación seria en el
campo del psicoanálisis comenzó en 1918, con su análisis con el propio Freud,
práctica normal en aquella época, anterior a la ortodoxia luego establecida. En
1922 realiza su presentación ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena, para la
cual escribe el documento que permite estudiar el rumbo que siguió ese análisis,
terminado meses antes: el artículo "Relación entre fantasías de
flagelación y sueño diurno" [8], un testimonio de
un análisis secretamente autobiográfico.
Ese mismo escrito
de Anna debe ser leído en concordancia con "Pegan a un niño", aquel
artículo freudiano utilizado como referente de estudio concreto en el análisis
con niños y las perversiones infantiles, porque allí describe con mucho detalle
el desarrollo de ciertas fantasías observadas en sujetos en análisis (ya sea
histéricos u obsesivos), de "azotamiento" o "flagelación" [9], fantasma masoquista que no hace más que demostrar como
encontrar placer en el dolor. Este artículo de Freud marca un hito en su
reconocimiento de la diferencia entre la constitución de niños y niñas, propone
una explicación del masoquismo como secundario y anuncia el descubrimiento del
superyó.
En 1923, Anna
comenzó su propia práctica psicoanalítica con niños; y dos años más tarde ya
dictaba un seminario en el Instituto de Capacitación de Viena, Zur Technik
der Kinderanalyse. Su trabajo dio lugar a su primer libro, una serie de conferencias para
profesores y padres (1927), y en esa misma época escribió: "Entonces en
Viena estábamos todos excitados, llenos de energía: era como si un continente
nuevo pudiera ser explorado, y éramos los exploradores; ahora teníamos una
ocasión de cambiar las cosas..." [10].
"Pegan a un niño"
En este texto de
Sigmund Freud, la clínica de la perversión y el masoquismo está tratada desde
la perspectiva de la constitución biológica y el cuerpo erógeno atravesando el
Edipo, aunque tiempo después, la interrogación será desplazada hacia el eje que
se ubica entre sexualidad y civilización, en artículos como "El porvenir
de una ilusión" (1927) y "El malestar en la cultura" (1929).
Tres son las fases
de la fantasía descripta por Freud, donde evidentemente también habla del
análisis de su hija, al describir el quinto caso: "...acudió al análisis
meramente por un desconcierto en su vida, [y] no habría recibido clasificación alguna
en el diagnóstico clínico grueso o se lo habría despachado como ‘psicastenia’"
[11]. Eric Laurent, al referirse al Capítulo 3 de la
biografía de Young-Bruehl sobre Anna Freud, dice: "...el caso femenino de
Freud, en el que se despliega el fenómeno del masoquismo femenino, es el de su
hija en medio de su transformación del vínculo paterno; lo que llama la
atención es la facilidad, la comodidad con que renuncia a su posición de niña
para convertirse, entonces, en esa virgen sabia que será la característica de
Anna Freud" [12]. Pero también se puede inferir
que Freud se refiere allí al Hombre de los lobos, que relata sus propias
fantasías de ser él mismo y otros, golpeados en el pene. Además, en una
correspondencia con Marie Bonaparte, le dirá que las cuatro mujeres referidas
en el artículo, son vírgenes [13].
En la primera fase
de esta fantasía, otro es el niño azotado, adquiriendo la forma de "El
padre pega al niño... que yo odio", apareciendo así el verdadero contenido de
esta escena: la rivalidad con un igual en la disputa por el cariño de las
figuras parentales: "El padre no ama a ese niño, me ama a mí". De
modo que el sentido del ser azotado, radica en un acto de destitución del
amor y una
concreta humillación. Es evidente que la fantasía satisface los celos del niño y depende
de su vida amorosa, aunque "es dudoso que se la pueda calificar de
puramente ‘sexual’; pero tampoco nos atrevemos a llamarla ‘sádica’" [14].
Cabe aclarar que
la fantasía de "Pegan a un niño" es relativizada en cuanto a su
propia condición de tal por el mismo Freud, cuando sostiene que puede ser tanto
un deseo como una escena de la realidad.
Anna creció a la
sombra de su hermana Sophie, dos años y medio mayor que ella, más agraciada
físicamente, y la preferida de su madre y su padre. Cuando su hermana se casó
en 1913, boda en la que Anna no estuvo presente, le escribió a su padre desde
Merano: "Me alegra que Sophie se case, porque la pelea interminable entre
nosotras era horrible para mí" [15].
Tal vez a eso se
refería Freud en su carta cuando le dice "uno difícilmente tiene energía
para dedicar a intereses serios si es demasiado celoso, demasiado sensible y
permanece alejado de la naturaleza y de su propia vida...". Cuando Anna tenía dos años,
Freud comunicó a Wilhelm Fliess por carta: "Hace poco Anna se quejó de que
Mathilde se había comido todas las manzanas y pidió que le abrieran el vientre
(como le ocurrió al lobo en el cuento de la cabrita). Se está convirtiendo en
una niña encantadora" [16]. Pero la niña que para
su padre era encantadora, debió luchar justamente contra aquello que a él más
le atraía de ella.
Pero vayamos al
segundo tiempo de esta fantasía freudiana, donde la represión de los deseos
incestuosos y la culpa, unidos a la regresión de la organización genital a la
pregenital analsádica, hacen su aparición, y donde, dicho rápidamente, la
fórmula cambia a "Yo soy azotado por el padre", encontrándonos con el
carácter marcadamente masoquista, y la identificación a un rival degradado.
Esta es la fase que Freud considera más importante y grávida en consecuencias,
teñida de un gran placer que logra la conjunción entre culpa y erotismo, aunque
"se trata de una construcción del análisis", ya que nunca logrará
"devenirconsciente". Los enamoramientos incestuosos sucumbirán a la
represión a raíz de desengaños externos, o tal vez a consecuencia de la falta
de un cumplimiento largamente anhelado, siempre acompañada por el sentimiento
de culpa.
La tercera fase
vuelve a llevarnos a la primera, y pasa a ser "muchos niños son
azotados", desplazándose la figura del padre a la de los maestros y
personas que se dedican al cuidado de los niños, aunque ahora es portadora de
una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura una satisfacción
onanista.
Se trata de la fantasía sádica, pero su satisfacción es masoquista, producida
en la niña por la envidia de pene que hace que se identifique con la víctima y
disfrute de un placer masoquista incestuoso encubierto. Así, abandona el amor
edípico hacia el padre ingresando en el Complejo de masculinidad, queriendo ser
un niño.
En "Pegan a
un niño", se produce el esclarecimiento de la génesis y construcción de la
fantasía, donde se puede detectar la constitución del sujeto que emerge en los
desfiladeros de la experiencia freudiana. Asimismo, y ya en términos
lacanianos, nos encontramos con la gramática del fantasma, que realiza una
concatenación lógica entre pulsión y Edipo. La escena, evidentemente, dice algo
acerca del deseo del sujeto en cuestión, pero también, y más allá del deseo,
del goce que puede encontrar en las vicisitudes de la pulsión. Y es en la marca
resultante que queda del castigo, que aparece la voz del padre, lugar de la
instancia censora. Ser pegado por el padre realiza de un sólo movimiento el castigo por
el incesto y su sustitución, el goce masoquista y su límite, impuesto por la
medida de la ley, uniendo en un mismo acto, mesura y desmesura. Pero volvamos a
Anna Freud.
De la fantasía masoquista a los cuentos bellos de
Anna
El artículo de
Anna, "Relación entre fantasías de flagelación y sueño diurno" [17], relata el caso de una niña de 15 años que
"entre los cinco o seis años de edad, antes de ir al colegio, comenzó a elaborar una
fantasía de flagelación. Al principio el contenido permaneció monótono: Una persona mayor pega a
un niño’. Más tarde cambió por: ‘Muchas personas mayores pegan a muchos niños’
[...] Cada vez que reconstruía la fantasía ésta iba acompañada de fuerte
excitación sexual terminando en un acto onanístico". A partir de aquí,
Anna describe las tres fantasías freudianas exactamente igual que su padre.
Pero en determinado momento, el relato de un caso clínico (su propio caso clínico),
describe al "Demonio negro" que ella fue para su padre. Aclaremos que
hasta ese momento Anna aún no había tenido ningún paciente, y en todo el
artículo, no hace referencia alguna al origen de los datos tan meticulosamente
registrados acerca de esta supuesta paciente.
"En la niña mencionada, este sentimiento de culpabilidad se
ligaba menos al contenido de la fantasía misma, [...] que a la satisfacción
autoerótica
que ocurría regularmente al llegar al acmé [18]. Durante varios
años hizo tentativas renovadas, que siempre fracasaron, para separar la una de
la otra; es decir, retener la fantasía como fuente de placer y al mismo tiempo
abandonar la masturbación irreconciliable con la moral exigida por su yo. En
este período, el contenido de la fantasía sufrió las más complicadas
alteraciones y elaboraciones [...] Imaginó instituciones, escuelas y
reformatorios en los que tenían lugar las escenas de flagelación y estableció
reglas definidas que determinaban la sucesión de las variadas escenas. Las
personas que castigaban eran, a la sazón, en forma invariable, maestros, y sólo
más tarde y en casos excepcionales, agregó a los padres de los niños,
principalmente como espectadores...".
Anna dice que poco
más tarde, las fantasías de flagelación entraron en una nueva fase de
desarrollo, a partir de la incorporación de nuevas "exigencias morales del
medio ambiente", consiguiendo desprenderse del acto de masturbación que
las acompañaba: "Cada reactivación de la fantasía produjo una seria lucha
con fuertes fuerzas oponentes provocando autoacusaciones, reproches de
conciencia y un corto período de depresión. El placer derivado de la fantasía
quedó confinado cada vez más al acmé mismo [...]. Como con el correr del tiempo,
la fantasía de flagelación fue sirviendo cada vez menos como fuente de placer,
su empleo fue muy restringido".
Más o menos
simultáneamente, aparece una nueva forma de fantasía diurna, sin contenido de
flagelación: entre los 8 y los 10 años se sitúa el comienzo de la elaboración
de lo que Anna Freud llama los cuentos agradables. "Tales ‘cuentos’
parecían contener, al menos a primera vista, una gran cantidad de situaciones
placenteras, describiendo ejemplos de comportamiento amable, considerado y
cariñoso. En estos cuentos los personajes tenían nombres, sus apariencias
personales eran descriptas en detalle y las historias de sus vidas, llegaban
hasta épocas muy lejanas en sus pasados imaginarios [...] Los cambios ocurridos
en su medio ambiente provocaban modificaciones en las escenas imaginarias,
pudiéndose notar en ellas fácilmente los efectos que sobre la soñadora tenían
las lecturas. El acmé de cada situación era acompañado invariablemente por un
fuerte sentimiento de placer, sin aparecer en conexión con aquél, ningún
sentimiento de culpabilidad ni satisfacción autoerótica. En consecuencia, no
tenía ninguna resistencia a entregarse ampliamente a esta clase de ensueños.
Por tanto, ésta era la superestructura artística de los sueños diurnos
aludida en la obra de Freud...".
En "Pegan a
un niño", Freud hace referencia a las ensoñaciones diurnas de las que
habla Anna: "En dos de mis cuatro casos femeninos se había desarrollado
sobre la fantasía masoquista de paliza una superestructura de sueños diurnos
muy ingeniosa y sustantiva [19] para la vida de la persona en cuestión,
y que tenía como función posibilitar el sentimiento de la excitación satisfecha
aun con renuncia al acto onanista" [20].
Juego, fantasía y poesía
Ya en 1897 Freud
sostenía que la fantasía era una fachada construida con el objeto de obstruir
el paso a los recuerdos provenientes de la visión de la escena primaria. Es
decir que si el pasado puede recordarse a la luz de la fantasía, por lo tanto,
es un recuerdo. Tanto la condensación y el desplazamiento, como el carácter del
recuerdo, se ilustran todos en la fantasía de "Pegan a un niño",
pensamiento siempre acompañado de una intensa excitación sexual, lo que sugiere
que de alguna manera está ligado al deseo.
Pero en 1907 Freud
agrega: "El niño distingue muy bien la realidad del mundo y su juego, a
pesar de la carga de afecto con que lo satura, y gusta de apoyar los objetos y
circunstancias que imagina en objetos tangibles y visibles del mundo real. Este
apoyo es lo que aún diferencia el 'jugar' del 'fantasear'" [21]; y continúa: "...el poeta hace lo mismo que el
niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma muy en serio; esto es, se
siente íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo resueltamente
de la realidad... mucho de lo que, siendo real, no podría procurar placer ninguno
puede procurarlo como juego de la fantasía, y muchas emociones penosas en sí
mismas pueden convertirse en una fuente de placer para el auditorio del
poeta".
Así, lo que Freud
plantea en esa época, es que el sujeto al crecer cesa de jugar, pero en
realidad, no renuncia a nada, no hace más que cambiar una cosa por otra:
"lo que parece ser una renuncia es, en realidad, una sustitución o una
subrogación. Así también, cuando el hombre que deja de ser niño cesa de jugar,
no hace más que prescindir de todo apoyo en objetos reales, y en lugar de
jugar, fantasea. Hace castillos en el aire; crea aquello que denominamos
ensueños o sueños diurnos".
E. Young-Bruehl, en su biografía de Anna Freud, nos cuenta que
escribir y leer eran los grandes antídotos del aburrimiento y el desasosiego
que experimentaba Anna en la escuela, y que contaba con una memoria
extraordinaria de lo que había leído, poblando sus posteriores escritos
psicoanalíticos de referencias a libros para niños. Desde edad temprana,
disfrutaba de sólo aquellos cuentos que excluían lo fantástico, lo totalmente
irreal. Prefería las aventuras en el Lejano Oeste norteamericano del autor
alemán Karl May o en la India de Rudyard Kipling. "Tan pronto como los
animales comenzaban a hablar o comenzaban a aparecer hadas y brujas o espectros
-en suma ante cualquier elemento irreal o sobrenatural- mi atención vacilaba y
se desvanecía" [22]. Su tendencia a lo que ella
misma llamaba "una visión realista" corría pareja con su deseo
cotidiano de ser una persona equilibrada como sus hermanas, aceptada y
apreciada en su familia, razonable, como dice todavía en sus cartas desde Merano a los
18 años.
En el mismo
artículo ya citado de Freud, éste se refiere a que la actividad fantaseadora no
es rígida o inmutable, sino que se transforma con las circunstancias de la
existencia del sujeto, "y reciben de cada nueva impresión eficiente lo que
pudiéramos llamar el 'sello del momento'. (...) Así, pues, el pretérito, el
presente y el futuro aparecen como engarzados en el hilo del deseo, que pasa a
través de ellos". [23]
Anna sostiene que
la joven en cuestión desconocía absolutamente la conexión reprimida entre las
fantasías de flagelación y los cuentos agradables, "tanto más cuanto
que no penetró nunca en la esfera de las fantasías de flagelación un personaje
de los cuentos agradables", y eso se mantuvo hasta el comienzo de su análisis:
"Ni aún durante el análisis [...] dio la joven una información detallada de
alguna escena individual de flagelación. Debido a su vergüenza y resistencia,
sólo pudo ser inducida a dar breves y veladas alusiones restando al analista la
tarea de completar y construir un cuadro de la situación original. En cambio
frente a los cuentos agradables su conducta era muy distinta. No bien se superaron
las resistencias pudo hablar libremente, suministrando descripciones vívidas y
minuciosas de sus variados sueños diurnos. Era tal su avidez por hacerlo que
daba la impresión de experimentar, mientras hablaba, un placer similar o aún
mayor que durante su fantasear diurno real...". Esa minucia era posible
debido a que los cuentos agradables se habían ido complicando con el tiempo, llegando a
organizarse como cuentos en episodios, con un número creciente de personajes, algunos
de los cuales perduraron años y sufrieron varias transformaciones, e incluso se
derivaron de ellos otros que luego adquirieron independencia.
La lectura infantil moralizadora
Posteriormente
aparece una nueva variante, la del empleo de un soporte ajeno: "A los 14 o
15 años de edad, después de haber creado cierto número de cuentos en
episodios
que mantuvo en estrecha relación, encontró accidentalmente un libro de cuentos
para niños que contenía, entre otros, uno corto cuya acción se desarrollaba en
la Edad Media. Lo leyó una o dos veces con sumo interés y al terminarlo
restituyó el libro a su dueño no volviéndolo a leer más [...] Inmediatamente asió
la trama del cuento, continuó desarrollando la acción y reteniéndolo desde
entonces como uno de sus cuentos agradables; se comportó exactamente
como si estuviera tratando con un producto espontáneo de su propia
imaginación."
Al describir la
génesis y desarrollo de lo que Anna llama cuentos en episodios, y particularmente en el
del Caballero y el joven noble, aclara que durante el análisis fracasaron todos
los intentos de establecer una distinción entre los detalles propios del libro
leído y aquellos que ella tejió sobre él, siendo la trama del cuento la que
ella misma relata del siguiente modo: "Un Caballero medieval estaba
enemistado durante años con un grupo de nobles que se aliaron contra él. En una
batalla, un joven noble de 15 años (edad de la soñadora diurna) es capturado
por los secuaces del Caballero. Conducido al castillo de éste lo mantienen
prisionero durante algún tiempo, recuperando finalmente su libertad". A
partir de este esquema, creó toda una serie de cuentos conexos, insertando gran
número de escenas, cada una de las cuales podían llegar a ser un cuento
independiente, con introducción, desarrollo y final.
En la primera
escena, el Caballero amenaza con poner al prisionero en el potro para forzarlo
a revelar secretos importantes. "El joven se da cuenta así de su total
desamparo y comienza a temer a sus enemigos". Prosiguiendo su plan, el
Caballero llega casi a torturar al prisionero, desistiendo a último momento.
Este es el esquema monotemático que recorre todas las historias: "En el acmé
de cada situación, o sea cuando la cólera del torturador se transformaba en
amabilidad y piedad, la excitación se tornaba en un sentimiento de
placer". "...en cada caso, la estructura puesta al descubierto era como
sigue: antagonismo entre una persona fuerte [el Caballero] y otra débil [el
joven noble], un delito, principalmente no intencional, por parte del débil que
lo pone a merced del otro; la actitud amenazante de este último originando las
más graves sospechas; una lenta y a veces muy elaborada intensificación del
temor y la ansiedad casi hasta el límite del sufrimiento y finalmente, como
acmé placentero, la solución del conflicto: perdón para el pecador,
reconciliación y por un momento, completa armonía entre los primeramente
antagonistas".
Reduciendo los
cuentos bellos a este esquema elemental, el análisis pone en evidencia sus
analogías con las fantasías de la primera niñez: "En las fantasías de
flagelación, los personajes fueron también divididos en fuertes y débiles,
adultos y niños respectivamente; se referían también a una fechoría, aunque
ésta permanecía tan indefinida como las personas; del mismo modo contenían un
período de temor y angustia. La única disparidad decisiva entre las dos clases
de fantasías radica en la diferencia de sus respectivas soluciones, que en un
caso consistían en la escena de flagelación y en el otro, en la
reconciliación". Anna admite que en el curso de este análisis, el tema de
las fantasías de flagelación se había, entonces, infiltrado con éxito en los cuentos
agradables.
La sola amenaza de tortura por parte del Caballero, no deja de ser un eco de
las escenas de flagelación anteriores, aunque en el cuento agradable no es permitida la
descripción de la misma. Es así que mientras que "las fantasías de
flagelación representan un retorno de lo reprimido, es decir, de la fantasía de
deseos incestuosos, los cuentos agradables por el contrario, expresan una sublimación
del mismo. Las fantasías de flagelación constituyen una satisfacción para las
tendencias sexuales directas; los cuentos agradables, para aquellas que Freud
describe como ‘de finalidad inhibida’. [...] la corriente sexual originariamente
completa, es dividida en tendencias sexuales que son reprimidas (representadas
aquí por las fantasías de flagelación) y en un vínculo sublimado y puramente tierno
y emocional (representado por los cuentos agradables)."
"Pegan a un
niño" no pierde de vista esta nueva vuelta: "Si en los cursos
superiores de la escuela cesó el azotar a los niños [ya que sostenía la
existencia de algún tipo de anclaje en algún hecho presenciado, que daría
cuerpo a la fantasía], su influjo fue sustituido con creces por el de las
lecturas que enseguida adquirieron significatividad. En el medio de mis pacientes
eran casi siempre los mismos libros, asequibles para los jóvenes, aquellos cuyo
contenido proporcionaban nuevas incitaciones a las fantasías de paliza: la
llamada ‘Bibliotéque Rose’, La cabaña del Tío Tom y otros del mismo tenor.
Compitiendo con estas obras literarias, la actividad fantaseadora del propio
niño empezaba a inventar profusamente situaciones e instituciones en que unos
niños eran azotados o recibían otra clase de castigos y correctivos a causa de
su conducta díscola y malas costumbres" [24].
Acerca de La cabaña del Tío Tom, no cabe hacer muchas aclaraciones, debido a la
directa referencia a la esclavitud, la servidumbre y la humillación. Pero en el
caso de la Bibliothèque Rose, convendría aclarar que se trata de una serie de
libros de Sophie Rostopchine, Comtesse de Ségur [25],
quien perpetuaba en sus obras la tradición literaria moralizadora,
constituyendo un verdadero éxito por aquella época, con cuentos como Contes
de fées (1857),
l’Auberge de l’AngeGardien (1863), Mémoires d’un âne y Général Dourakine. Encontré que en uno de
ellos, Sophie de Réan es una pequeña niña de cuatro años, descripta como
caprichosa y antojadiza, coqueta e imprudente, capaz de realizar las peores
tonterías, cometer los mayores excesos en relación a la comida, y actuar con
una crueldad próxima al sadismo. Verdadero "Demonio negro", esta niña
vive su infancia con toda libertad, a la inversa de sus primas, niñas modelo,
encarnación de la razón y la sabiduría burguesa. La trilogía a la que pertenece
este cuento, compuesta por Les Petites Filles modèles (1858), Les Vacances (1859), y Les Malheurs
de Sophie (1860),
constituye un verdadero discurso educativo utilizado como lectura obligada para
los niños de las familias acomodadas e ilustradas de Europa a principios del
1900, cuyo objetivo moral es demostrar, por un lado, que la desobediencia
produce la punición, y por el otro, que todo error puede ser perdonado.
Siguiendo a Freud,
se puede sostener que es desde la educación que la fantasía se articula con el
discurso de la época, pero por otra parte, en buena medida, la educación es
posible por ser una derivación de la curiosidad sexual infantil, lo que permite
plantear que esa misma fantasía se encuentra en la génesis del propio
conocimiento, permitiendo, asimismo, que el conocimiento se constituya.
Grafía de la pulsión
Resumiendo, la
vida fantasmática de Anna había pasado de las fantasías de flagelación, a los cuentos
agradables
(luego del pasaje por la primera educación), cada vez más complejos y
atravesados por la cultura (a medida que aprendía a leer); faltaba aún una
última etapa (permitida por el dominio de la escritura narrativa), la del cuento
escrito,
donde el relato cambió, ya que la amistad entre el carácter fuerte y el débil,
en lugar de desarrollarse en cada escena, crecía lentamente y su
establecimiento constituía todo el argumento. "En el sueño diurno, cada
nueva formación o repetición de una escena particular, proveía otra oportunidad
para una satisfacción pulsional placentera", por lo cual para Anna se
muestra evidente que el cuento escrito tenía otros motivos y servía para otros
propósitos que el sueño diurno (el de satisfacer "ciertas tendencias
ambiciosas del yo"), como por ejemplo "el deseo de ser considerada
poeta y ganar con esta aptitud el amor y estima de los otros".
"Renunciando a su placer personal en favor de la impresión que podría
causar a los demás, pasó de una actividad autística a una social, reencontrando
así la senda de la vida imaginativa en la vida real".
Laurent afirma que
las precisiones que Freud intenta dar en 1924, en torno a este tema, son una
manera de contestar a la pregunta que su hija sostiene, acerca del lugar de
donde viene la fuerza de esos sueños diurnos, de esos fantasmas, cuando ya han
sido analizados. Y continúa: "En suma, la vertiente directamente erógena
de los mismos es la que da cuenta, para Freud, de la dificultad para
desembarazar a la niña de las relaciones con sus fantasmas" [26].
YoungBruhler
sostiene que Anna Freud, en su infancia, era conocida en el círculo de los
amigos de su padre, "por su aptitud de soñadora y narradora
(posteriormente de escritora) de cuentos elaborados con docenas de personajes
heroicos" [27]. En su correspondencia con
Eitington puede leerse: "...lo que siempre deseé para mi desde el principio
[...] probablemente no sea más que el afecto de la gente con la que estoy en
contacto, y también la opinión que ellos tienen de mí. No es justo que sólo yo
diga que algo (que he hecho) es bueno; tiene que haber otros que lo digan y me
lo confirmen..." [28].
Pero Anna admite
más adelante que en "épocas difíciles", algún cuento agradable era reemplazado, en su
punto máximo, por una escena de flagelación; vale decir, que la escolaridad
primaria y luego el dominio de la escritura narrativa encausaron y crearon la
angustia civilizadora de la pequeña Anna; pero con fisuras.
En una carta a Lou
Andreas Salomé, del 5 de mayo de 1924, Anna le escribe: "El motivo para
seguir analizándome fue el comportamiento no demasiado honorable de mi vida
interior: ocasionales intromisiones indecorosas de las fantasías mezcladas con
una intolerancia cada vez mayor -a veces física tanto como mental- de las
fantasías de flagelación y de sus consecuencias (es decir, la masturbación) de
las cuales no podía prescindir" [29]. Mucho más
adelante, en otra carta le dice: "Sé que es vergonzoso, principalmente
cuando me viene entre un paciente y otro, pero también es algo bello que me
produce un gran placer" [30].
El artículo de
Anna, además de mostrarnos el trabajo de Freud como analista, desmenuzando cada
parte de las escenas infantiles olvidadas, nos entrega en bandeja la
posibilidad de continuar el artículo "Pegan a un niño" en el camino
que va desde la perversión infantil ("...[las] impresiones vitales más
tardías hablan en el análisis con voz lo bastante alta por la boca del enfermo,
mientras que es el médico quien debe alzar la voz para defender los títulos de
la infancia" [31]), a la sublimación; desde la
pulsión, a la normatización del niño según un régimen de goce organizado por el
discurso de la época. Y el desarrollo que Anna realiza desde la pulsión, a
partir de las fantasías de flagelación hasta llegar al acto creativo, ligado ya
no a la satisfacción pulsional (incluso masturbatoria), sino que dependa del
"elogio del otro", como bien dice ella, nos ubica en la tensión
siempre presente entre la conducta del educador y la del psicoanalista.
Lacan, en el
seminario sobre la angustia, sostiene que el amor no es más que sublimación del
deseo, y agrega: "Por primordial que se presente, en nuestra teorización,
el amor es un hecho cultural" [32]. Es decir que
podríamos entender a la creación artística, tal como lo hace Freud mismo, como
sublimación, pero no alejada de su función social, que implica la mirada y la
aprobación de ese otro que encarna el discurso de la época. La sublimación es
un concepto central en la teoría freudiana, que intenta responder al enigma de
la existencia de una satisfacción por fuera de la actividad sexual y que no
implica la represión.
Por su parte,
JacquesAlain Miller en Los signos del goce, dice: "...hablar, escribir o producir una
obra de arte no parece más que el comentario de una ausencia (...) esta falta,
que puede ser escrita -j, es el lugar que refleja
la sublimación" [33]. Es decir que toda
elaboración "cultural", de alguna manera, tiene que ver con el
recubrimiento de esa falta inaugural del sujeto, según diferentes modalidades ficcionales
(lo que constituye el fantasma del sujeto), y con el establecimiento de
sucesivos objetos sustitutivos.
La Viena roja
Pero, ¿qué nos
dice la experiencia de Anna, ya como analista, del monotema del educador?
Seguramente no todo, pero a mi entender, deja bien dibujada una de sus
variantes, la del altruismo.
Desde sus inicios, Anna Freud tomó a la letra las directivas de su
padre, quien en 1918 escribió: "...la conciencia moral de la sociedad
despertará y le recordará que el pobre no tiene menores derechos a la terapia
analítica que los que ya se le acuerdan en materia de cirugía básica. [...]. Se
crearán entonces sanatorios o lugares de consulta a los que se asignarán
médicos con formación psicoanalítica, quienes, aplicando el análisis, volverán
más capaces de resistencia y más productivos a hombres que de otro modo se
entregarían a la bebida, a mujeres que corren peligro de caer quebrantadas bajo
la carga de las privaciones, a niños a quienes sólo les aguarda la opción entre
el embrutecimiento o la neurosis... es probable que sea la beneficencia privada
la que inicie tales institutos. [34]" Es así que
comienzan las terapias para psicóticos, víctimas de traumas físicos (que
incluyen las llamadas "neurosis de guerra"), formas extremas de
fobias, análisis infantil, e incluso algunos extendieron su práctica a clínicas
y sujetos de niveles de escasos recursos.
Anna, en sus
épocas de maestra practicante había trabajado en Kinderhort, una guardería para niños
de familias trabajadoras. También amplió sus conocimientos en el Comité
Norteamericano Mancomunado de Distribución a fines de la guerra. Así conoce a
Sigfried Bernfeld, quien convence al Mancomunado para que apoye al Asilo
Baumgarten,
brindando techo y comida a niños judíos vieneses huérfanos de la primera guerra
y chicos de la calle, a quienes pretendía enviar a Palestina. Establece el Plan
Educativo basándose en la utilización del método Montessori, las ideas
socialistas sobre la importancia de realizar aprendizajes comerciales, los
primeros trabajos de Stanley Hall sobre adolescencia (Univ. de Clark) y las
primeras obras de Freud. En 1919 había 250 niños, muchos con impedimentos,
"todos hambrientos, revoltosos y traumatizados". Anna no trabajó en
el asilo, pero conocía su obra por Bernfeld, interesándose por sus proyectos
sobre la juventud y sus conferencias a educadores.
A principios de
1920, Bernfeld y Willi Hoffer eran los amigos con los que Anna se reunía a
hablar sobre educación y psicología infantil en Bergasse 19, en un grupo de
estudio informal al que se agregaba un cuarto integrante, mucho mayor que
ellos, August Aichhorn, director de una famosa residencia para delincuentes
juveniles, de quien Anna recibió sus conocimientos sobre el sistema de
servicios sociales vieneses: "Me arrastra (los viernes) hasta las zonas
más lejanas de la ciudad, me muestra instituciones de beneficencia y me
presenta a las personas que allí trabajan. Todo me resulta de sumo interés, un
mundo especial e impresionante" [35].
"Cuando
Bernfeld, Hoffer y Aichhorn entraron en su mundo trayendo consigo la profunda
preocupación por los niños que no lograban acceder a colegios como el Lyceum de
Anna Freud, ella se dio cuenta de que esas eran precisamente las personas que
podían ayudarla a poner en práctica la misión del psicoanálisis que su padre
había expuesto en el Congreso de Budapest: que alcanzara a ‘los más amplios
estratos sociales’. [36]"
La Escuela Hietzing
Peter Blos y Erik Erikson en una escuela basada en el psicoanálisis
Anna Freud
sostenía que los niños en análisis necesitan un ambiente escolar informado
sobre el psicoanálisis, y es así que junto a Dorothy Burlingham, que a esa
altura ya era una integrante más de la familia Freud, y vivía en otro piso de
Bergasse 19 junto a sus hijos (los tres pacientes de Anna Freud) y Eva
Rosenfel, organizan una escuela que primero funcionó en la casa de ésta, en el
distrito Hietzing, y luego en el jardín trasero de un pequeño edificio. El director
de dicha escuela fue Peter Blos, quien luego emigró a Estados Unidos y se
convirtió en uno de los primeros autores sobre psicoanálisis de adolescentes.
Su ayudante era Erik Homburger Erikson, que siguió idéntico camino, y fue quien
más ha escrito acerca de su experiencia en esta escuela. En su biografía, se
describe detalladamente la época en la que esta escuela es fundada: "El
experimento de la 'Viena roja' que había comenzado en 1919 con el ascenso de
los socialdemócratas al gobierno de la ciudad, se encontraba en un estado
precario hacia 1927. Los socialdemócratas habían llegado con un programa sin
precedentes de asistencia social, incluyendo planes de viviendas, el control de
precio de los alquileres, la creación de nuevos hospitales y clínicas de día y
una cadena de bibliotecas para barrios de clase trabajadora. Sobretodo, se
habían dedicado a los programas para los niños" [37].
(...) S. Bernfeld y P. Federn, entre otros psicoanalistas, estaban comprometidos
con el gobierno, y Peter Blos estaba tanto o más impresionado que Erikson por
todas las reformas sociales de este período. "Por lo tanto, los dos
jóvenes se interesarían por muchas personas, ideas y programas innovadores
mientras preparaban el programa educativo para la escuela Hietzing" [38].
Anna Freud promovió esta escuela como parte de su misión a favor del
establecimiento del análisis de niños como una vocación profesional. En sus
"Cuatro conferencias sobre psicoanálisis de niños" (1926/27), había
abogado por "una escuela que se ordene según los principios
psicoanalíticos y se adapte a cooperar con los psicoanalistas".
Inicialmente, concurrían los niños Burlingham y algunos pocos más. Pero durante
sus cinco años de funcionamiento, la escuela tuvo 16 alumnos cuyas edades iban
de los 7 a los 15 años, provenientes de familias liberales e ilustradas, con
gran parte de sus padres divorciados. La mayoría de los alumnos, eran hijos de
analistas europeos, como por ejemplo, August Aichhorn e Ernst Simmel.
Aproximadamente el setenta por ciento de esos niños estaban en análisis, la
mayoría de ellos con Anna Freud, e incluso algunos pocos residían en la casa de
Rosenfeld, por dificultades en sus hogares.
Peter Blos [39] había introducido el llamado "Método del
Proyecto", siguiendo las ideas de John Dewey, quien sostenía que los niños
aprenden más cuando se logra atraer plenamente su interés.
En la Escuela
Hietzing "...fomentaron la producción de una atmósfera educativa
excepcional, humanista y que transmitiera un sentimiento de protección fuerte
contra los peligros externos que esperaban más allá de la escuela. Allí no
había señales del antisemitismo y la pobreza crónica que enfrentaban muchos
niños vieneses. Según Peter Heller, uno de sus exestudiantes, ese aislamiento
de 'las realidades sociales más ásperas' afectó las posibilidades de que, tanto
él como sus condiscípulos adquirieran, a largo plazo, mayor astucia
social" [40].
Sin embargo, Anna
Freud observó algunos problemas en el desempeño docente de Erikson y Blos
acerca de la administración de la escuela de Hietzing. "Todo lo que ellos
[Blos y Erikson] comprenden es lo compulsivo o la liberación de lo compulsivo.
Y esto último resulta en caos" [41], escribió a
Rosenfeld en marzo de 1929. L. Friedman deduce de esto: "Ni uno ni otro
consideraban la necesidad de la sublimación, entendida como terreno intermedio
entre la libertad total y el control absoluto" [42].
Esa frase de Anna respecto a la tarea de los maestros en la escuela Hietzing,
concuerda con lo que dice en uno de sus libros: "La misión de una
pedagogía fundada en los hechos revelados por el psicoanálisis consistiría, en
hallar un término medio entre ambos extremos, o sea, indicar para cada edad la
combinación óptima entre el consentimiento de la satisfacciones y la
prohibición de los impulsos instintivos" [43].
No olvidemos que
la concepción de Anna acerca de los fines de la educación era muy específica, y
escribía: "...El objetivo más general de la educación es hacer del niño un
hombre que no se diferencie del mundo adulto que lo rodea. De este modo también
queda sentado el punto de partida de la educación: obra dondequiera el niño
difiere del adulto, es decir, en la modalidad infantil. (...) la educación lucha
contra la modalidad del niño, o sea -según suele decir el adulto-, contra sus
malos modales" [44]. Pero ambos profesores,
demasiado temerosos del círculo cerrado que implicaba en ese momento la
institución psicoanalítica vienesa, esperaron décadas para responder a las
críticas de Anna Freud.
La escuela
Hietzing se cerró en 1932, cuando su principal encargada, Eva Rosenfeld, se
trasladó a Berlín y las familias de los estudiantes americanos volvieron a los
Estados Unidos.
El altruismo pedagógico
La situación
económica y política en Austria empeoró en los años ‘30, y Anna Freud y su
amiga, Dorothy Burlingham, se preocuparon por la situación de los niños
carenciados. En 1937 tuvo la oportunidad de combinar la caridad con su propio
trabajo como clínica, cuando la americana Edith Jackson financió una escuela
para los niños pobres de Viena. Anna y Dorothy, que organizaron y sostuvieron
dicha escuela, podían así observar el comportamiento de los niños
experimentando con los modelos de alimentación, permitiendo que éstos elijan su
propio alimento y respetando su libertad para ordenar su propio juego. Anna
escribió en esa época: "...estamos muy impresionadas por el hecho de que
nos trajeron a los niños, no porque los alimentamos y arropamos y los asistimos
durante el día, sino porque ‘aprendieron mucho’, es decir, aprendieron a
moverse libremente, comer independientemente, hablar, expresar sus
preferencias, etc. Y para nuestra propia sorpresa, los padres valoraron esto
más allá de todo. [45]" Para los activistas
socialistas como Bernfeld o como los miembros del Kinderseminar, era de vital importancia
creer que modificando el ambiente se podía mejorar el estado psíquico de los
niños. "Si bien Anna no era socialista, y no tenía experiencia con jóvenes
como la mayoría de sus colegas, sus simpatías eran claramente socialistas, por
razones científicas sino políticas" [46]. Para los
discípulos ingleses de Melanie Klein, y la propia Klein, no era necesario
fundar instituciones donde poner a prueba su trabajo, y esta diferencia marcaba
categóricamente sus distancias con los vieneses.
Ya en Londres,
Anna crea la Clínica Hampstead, que se ocupa de la atención de niños huérfanos de
guerra, o aquellos de los cuales sus padres no podían hacerse cargo, de donde
extrajo sus observaciones para el libro Los niños y la guerra ya citado.
¿Es este altruismo
consustancial con la posición analítica? Seguro que no, pero como dice E.
Roudinesco, en la época del debate acerca del psicoanálisis profano, los psicoanalistas se
presentaban como "cirujanos del alma", esto quiere decir que sus
ideales se acercaban a los de la pedagogía o la religión. De modo que tendrían
cierto parentesco con los educadores y directores de conciencia. "El
psicoanálisis es entonces una terapia para uso de extraviados, de ‘marginales’
o incluso de niños, que son los ‘perversos’ de la civilización. En el
movimiento internacional, el debate sobre el psicoanálisis de niños, le sigue
al que inauguró Freud con Bleuler y Jung sobre el tratamiento de la
psicosis" [47]. Es con los suizos y su ética
protestante, que comienza el debate acerca de la pedagogía, en el encuentro
entre Freud y Oskar Pfister, en 1908, cuando Anna aún era una niña.
Pero entre 1925 y
1930, la noción de profilaxis comienza a tomar cuerpo entre los postfreudianos,
y la pedagogía con inspiración psicoanalítica parece ser un medio de erradicar
la neurosis del adulto, aunque Freud siempre se mostró escéptico en relación a
esta posición, y se cuenta que en una ocasión, ante una pregunta angustiada de
una madre a propósito de la educación de su hijo, le respondió: "Señora,
haga lo que usted quiera, que le saldrá mal" [48].
Es indudable la
diferencia entre la pedagogía vienesa de principios de siglo, e incluso
europea, y la actual, donde los patrones evidentemente son más indulgentes, e
impera un discurso ‘progresista’ en relación a la educación de los niños, que
por lo menos ya no recurre a los métodos de castigo que sí se utilizaban en
aquella época. Si bien es cierto que los niños de la actualidad, en nuestro
mundo globalizado, ya no leen muy frecuentemente los libros de la Bibliothéque
rose, cabe
la pregunta acerca de si la televisión, las películas, e incluso los
videojuegos (tengamos en cuenta que actualmente los medios audiovisuales tienen
mucha más pregnancia que los escritos), no aportan las mismas imágenes, aunque
con otras características, que incluso aumentan en intensidad las escenas de
violencia. "La preocupación freudiana parece entonces vigente, y aunque
sus ropajes puedan haberse modificado, persiste como núcleo central en la
cultura actual, una universalidad en la vida psíquica de la algolagnia, la
excitación sexual por el dolor, aunque hoy no tome la forma de fantasía de
paliza" [49].
En la misma época
de los desarrollos de Anna Freud en La guerra y los niños, Lacan escribió: "En
ese punto de juntura de la naturaleza con la cultura que la antropología de
nuestros días escruta obstinadamente, sólo el psicoanálisis reconoce ese nudo
de servidumbre imaginaria que el amor debe siempre volver a deshacer o cortar
de tajo.
Para tal obra, el sentimiento
altruista
es sin promesas para nosotros, que sacamos a luz la agresividad que subtiende la
acción del filántropo, del idealista, del pedagogo, incluso del
reformador" [50].
Se puede sostener
que es desde lo monotemático de la pulsión, que el fantasma se presentifica,
dificultando la normatización del niño, en la insistencia pulsional que Freud
define como aquellos "problemas sexuales en edad sorprendentemente
temprana y con insospechada intensidad" [51]. Y es allí donde
la labor del analista es convocada por el maestro. Pero también es cierto que
muchas veces es en el encuentro del monotema infantil con el monotema del educador (con su
propio desarrollo pulsional) que el fracaso escolar se constituye en un
síntoma; por un lado, del niño, y por otro, de la normatización que se intenta
imponer.
Anna ha dedicado su vida a los niños que carecen de cuidados
esenciales (pobreza, efectos de la guerra, carencias paternas), a los hijos de
los otros (incluyendo sus cercanas amigas), a crear clínicas dedicadas a la
atención de niños en situación de desamparo con fondos de caridad, así como al
cuidado de la herencia de su padre. Ella misma sostiene al hacer referencia al
caso clínico de una gobernanta dedicada al cuidado de niños ajenos y al
ascetismo más absoluto, que el altruismo, "No solamente asegura la benevolencia
del sujeto hacia la satisfacción del prójimo, permitiendo así la
autosatisfacción instintiva por vía indirecta a pesar de la prohibición del
superyó, sino que, simultáneamente, libera la actividad inhibida y la
agresividad que debían garantizar los deseos primitivos" [52].
Anna ha asumido
las insignias del padre, de manera tal, que la ha sumergido en la repulsa de su
propia sexualidad. Ha vivido una vida ascética, y la muerte de su padre, nada
cambió al respecto. La feminidad que se había negado a sí misma, la obtuvo del
encuentro con dos mujeres, Dorothy Burlingham y Eva Rosenfeld. "A ellas
podía amarlas altruístamente, y recibía de ellas amor de madre y cariño de
hermanas" [53].
En definitiva, a
ese juego de sustituciones y transformaciones infinitas que Anna Freud propone
para sus fantasías masoquistas infantiles, luego del atravesamiento por el
andamiaje escolar, la cultura y por el gusto y la aceptación de los otros,
conducida evidentemente por la teorización acerca del concepto de sublimación
de Freud, le faltaba un paso esencial, esbozado por su padre y formalizado por
Jacques Lacan. Aquel que ubica a toda pulsión ajustada a la falla estructural
del lenguaje, y a la sublimación, como aquella operación que no excluyendo la
verdad del goce, la vehiculiza como otro destino posible de la pulsión.
*Psicoanalista,
Miembros del Centro Descartes, de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de
la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Integrante de Departamento de Psicoanálisis
de la Fundación Infancias. Email: aglaze@interlink.com.ar
NOTAS
[1] Freud, Sigmund: "Tres ensayos para una teoría sexual",
en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, pág. 1207.
[2] Freud, Anna y Burlingham, Dorothy: La guerra y los niños, Hormé,
Buenos Aires, 1965.
[3] Freud, Anna, Introducción al psicoanálisis para educadores, Ed.
Paidós, México, 1999, pág. 42
[4] Freud, Anna, Op. cit, pág. 66.
[5] Young-Bruehl, Elisabeth: Anna Freud, Emecé editores,
Buenos Aires, 1991, pág. 54.
[6] Young-Bruehl, E.: Op. cit., pág. 54. La
bastardilla es mía.
[7] Cita tomada de la biografía consultada en la página de Internet
The Anna Freud Centre. http://www.annafreudcentre.org / Traducción
propia.
[8] Freud, Anna: "Relación entre fantasías de flagelación y
sueño diurno", Revista de Psicoanálisis, Asociación
Psicoanalítica Argentina, Año IV, 1946, Número 2.
[9] Valga la aclaración que en las traducciones de los escritos
freudianos se utiliza el término "azotar" o "pegar"
indistintamente, en la versión consultada del artículo de Anna Freud, el
término "flagelar", es utilizado en idéntico sentido.
[10] The Anna Freud Centre. http://www.annafreudcentre.org / Tr.
del a.
[11] Freud, Sigmund, "Pegan a un niño" (1919), en: Obras
completas, tomo XVII, Ediciones Amorrortu, Buenos Aires, 1976, pág. 180.
[12] Laurent, Eric. Posiciones femeninas del ser, Ed. Tres Haches,
1999, pág. 61.
[13] Citada por Spector Person, Ethel, En torno a Freud,
"Pegan a un niño", Biblioteca Nueva, Madrid, 2000.
[14] Freud, Sigmund, "Pegan a un niño, Op. cit., pág. 184.
[15] The Anna Freud Centre. http://www.annafreudcentre.org / tr.
del a.
[16] Freud/Fliess, 23 febrero 1898.
[17] Freud, Anna: "Relación entre fantasías de flagelación y
sueño diurno", Revista de Psicoanálisis,
Asociación Psicoanalítica Argentina, Año IV, 1946, Número 2. Todas las citas de
este apartado se refieren a dicho artículo, salvo que se haga la mención contraria.
[18] En la traducción del artículo de Anna Freud aquí citado, se
utiliza acmé en el sentido que Freud lo emplea en "Pegan a un niño"
como "ápice de la situación", sinónimo tal vez de "clímax",
sin que ello implique la "culminación" de tipo sexual, sino tan sólo
el punto de mayor tensión y de descenlace de la fantasía como construcción
narrativa. He decidido conservar el término original de la traducción.
[20] Freud, Sigmund: "Pegan a un niño" (1919), en: Obras
completas, tomo XVII, Ediciones Amorrortu, Buenos Aires, 1976, pág. 187.
[21] Freud, Sigmund: "El poeta y los sueños diurnos"
(1907), en: Obras completas, Biblioteca Nueva, pág. 1343.
[22] Frase de Anna citada por Young-Bruehl, E.: Op. cit., pág. 54
[23] Freud, Sigmund: "El poeta y los sueños diurnos"
(1907), Op. cit., pág. 1345.
[24] Freud, Sigmund: "Pegan a un niño", Op. cit. , pág.
178.
[25] Sophie Rostopchine llega a París en 1817 proveniente de San
Petersburgo, se casa con el Conde Eugène de Ségur, y se consagra a la crianza a
sus siete hijos; es justamente para distraerlos que comienza a escribir
"composiciones bobas", como ella misma las llama, plagadas de reglas
de buena conducta, en las cuales eran los niños los personajes centrales.
[26] Laurent, E.: Op. cit., pág. 64.
[27] Young-Bruehl, E.: Op. cit., pág. 40.
[28] Citada por Young-Bruehl, E.: Op. cit., pág. 119.
[29] Citada por Young-Bruehl, E.: Op. cit., pág. 111.
[30] Citada por Young-Bruehl, E.: Op. cit., pág. 110.
[31] Freud, S.: "Pegan a un niño", Op. cit., pág. 181.
[32] Lacan, Jacques, Seminario sobre la angustia, inédito.
[33] Miller, JacquesAlain: Los signos del goce, Editorial
Paidós, 1999, Buenos Aires.
[34] Freud, Sigmund, "Nuevos caminos de la terapia
psicoanalítica", en: Obras completas, Ediciones Amorrortu,
Buenos Aires, 1976, pág. 162.
[35] Carta de Anna a Lou-Andreas Salomé, 13 de enero de 1924.
[36] Young-Bruehl, Elisabeth: Anna Freud, Emecé editores, Buenos
Aires, 1991, pág. 94.
[37] Lawrence J. Friedman: Identity's architect, a biography of
Erik H. Erikson, Harvard University Press, Cambridge,
Massachusetts, 1999, pág. 61. Trad. del a..
[38] Lawrence J. Friedman: Op. cit., pág. 61.
Trad. del a.
[39] E. Erikson guardó expedientes completos no solamente del
progreso educativo de cada estudiante, sino también de lo que los padres
contaban acerca de hábitos tempranos de los niños, y de sus enfermedades
emocionales. El se ocupaba de las humanidades, tales como arte, historia, y
literatura alemana, mientras que P. Blos, de geografía y ciencias. En sus
principios, D. Burlingham enseñaba inglés, latín y matemáticas.
Pero el contacto más importante de Erik Homburger Erikson con Ana Freud no
implicó sus seminarios o sus perspectivas psicoanalíticas innovadoras. Se
refirió a su análisis. Él con frecuencia contaba orgulloso cómo ella lo aceptó
para su análisis personal y los honorarios bajos que logró estipular. E.
Erikson puede haber sido el primer analizante varón adulto de Anna, y en
ocasiones recordó: "ella me sugería intentar ser un psicoanalista que
trabaja con niños". Peter Blos recordó que A. Freud sugirió incluso
vagamente un análisis, pero Erik saltó en esa oportunidad y la presionó para
tomarlo en análisis. Según Blos, Erikson deseaba conectarse con las figuras
prominentes de la comunidad analítica, y calculó que el análisis didáctico era
una puerta en el círculo interno de Sigmund Freud, y una oportunidad de ser
reconocido dentro de ese campo.
[40] Lawrence J. Friedman:Op. cit., pág. 63.
Trad. del a..
[41] Lawrence J. Friedman:Op. cit., pág. 63.
Trad. del a..
[42] Lawrence J. Friedman:Op. cit., pág. 66.
Trad. del a..
[43] Freud, Anna, Introducción al psicoanálisis para educadores,
pág. 42, Ed. Paidós.
[44] Freud, Anna, Op. cit., pág. 90, Ed. Paidós.
[45] The Anna Freud Centre.
http://www.annafreudcentre.org / Trad. del a.
[46] Young-Bruehl, Elisabeth: Anna Freud, pág. 160.
[47] Roudinesco, Elisabeth: La batalla de los cien años.
Historia del psicoanálisis en Francia I (18851939), Edition du Seuil,
1986, pág. 129.
[48] Domínguez Morano, Carlos: Psicoanálisis y religión: diálogo
interminable, Sigmund Freud y Oskar Pfister, Ed. Trota, Madrid, 2000,
pág. 63.
[49] Viñar, Marcelo N.: "La construcción de una
fantasía", en: Spector Person, Ethel, En torno a Freud, pág. 198.
[50] Lacan, Jacques: Escritos I, "El
estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos
revela en la experiencia psicoanalítica" (1949), Ed. Paidós, Siglo XXI
editores, Buenos Aires, 1985.
[51] Freud, Sigmund: "Tres ensayos para una teoría
sexual", en: Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981,
pág. 1207.
[52] Freud, Anna: El yo y los mecanismos de defensa,
Planeta-Agostini, España, 1984, pág. 138.
[53] Young-Bruehl, Elisabeth: Anna Freud, Op. cit.,
pág. 124.