A los perros locos les damos un golpe en la cabeza;
al buey fiero y salvaje lo sacrificamos...;
ahogamos incluso a los niños que nacen débiles y anormales.
Pero no es la ira, sino la razón lo que separa lo malo de lo bueno."SENECA
Cuando se habla de abuso sexual infantil, la condena moral y social es inmediata: nadie duda en atribuirle significaciones aberrantes a tamaña incursión de la sexualidad adulta sobre los espacios de la niñez. Nadie duda al momento de diagnosticar al victimario como "enfermo" o "perverso", adosando a la condena moral los significantes que la medicina les presta. O bien como "delincuente", para darle estatuto jurídico a la condena social que se impone. Nadie duda tampoco, en pronosticar infranqueables desajustes y anomalías en el devenir psíquico y social de la víctima. Este campo, el del abuso sexual infantil, está regido por algunos postulados que son presentados como obvios. Es pertinente la utilización de este término (obvio), en la medida que su etimología remite a "lo que ocurre a todo el mundo", o sea a lo general. De lo general participa el prejuicio, en tanto es aquel juicio que se emite sin interrogación.
El objetivo de esta trabajo será precisamente, interrogar esas obviedades, intentar dar luz a lo que subyace a ellas, a la vez que dar cuenta de algunas paradojas con las que nos iremos enfrentando y que, postularemos, tienen implicancias decisivas a la hora de abordar esta problemática desde las diversas instancias que constituyen el campo social.
Desde el marco del cual nos ocupamos, comencemos preguntándonos por lo que aparece con cierta evidencia, pero que tal vez no lo sea tanto: ¿qué es un niño?, o mejor aún, ¿qué es la Niñez?. No haremos aquí un catálogo de las concepciones de la niñez en la historia (cuando las hubo) sino que puntuaremos aquellas que puedan ayudarnos a responder por las significaciones de la utilización de los niños en el espectro de las prácticas sexuales humanas.
Avancemos una primera hipótesis: Niñez es el espacio por excelencia dónde pueden rastrearse los dispositivos de poder de una sociedad dada, dónde se juegan sus afirmaciones, sus contradicciones y también sus mecanismos de autoperpetuación.
La asociación "niñez-poder" parece ser una constante a lo largo de la historia. Desde la omnipotencia de los antiguos en relación a sus descendencias, hasta algo del orden de la impotencia en nuestras sociedades contemporáneas, una lógica de fuerzas parece haber regido las relaciones entre los infantes y la sociedad adulta. Basta con escudriñar un poco en la noción de "patria potestad", modificada pero vigente en la actualidad, para que esto se nos haga evidente. La "patria potestas" atribuía al padre de familia romano el derecho de disponer de la vida de sus hijos1. Al tener el poder de darla, ¿por qué no arrogarse también el poder de quitarla? Bastaba el gesto de no levantarlo del suelo (dónde era colocado luego del parto), para que la cría quedase así expuesta a los designios de la muerte. Es cierto que este derecho mortífero fue sufriendo transformaciones. En el siglo III DC se atempera esta omnipotencia paternal y los mismos jueces del Imperio exigen que los padres no den muerte a sus hijos, sino que los juzguen. Pero sólo en el siglo VI, con el Código Justiniano se puso fin al derecho absoluto de los padres, aunque ésto no fuese sino un gesto jurídico que no alcanzara para suprimir de la realidad los alcances de esa práctica. Transformación de los mecanismos de poder, que van sufriendo profundos cambios, sobre todo con la aparición del Cristianismo, pero que no los hacen menos absolutos. Siguiendo a M. Foucault2, diremos que aquel formidable poder de muerte se fue desplazando hacia un poder que se comenzó a ejercer sobre la vida. ¿De qué manera?. Administrándola, controlándola, regulándola. Para remitirnos al terreno de la niñez, veremos que es así como aparecen, en el siglo XVII dispositivos que responden al nacimiento de una interrogación y una preocupación por el niño, que pasa a ser objeto de interés para las administraciones y para el campo jurídico. Puede fecharse allí la aparición de la escuela, y con ella podríamos decir, por vez primera una concepción del niño como un ser distinto, diferenciado del adulto. La ciencia médica que aborda la infancia comienza a "pediatrizarse", al tiempo que aparecen los primeros esbozos de una psicopatología infanto-juvenil con Zacchias y sus clasificaciones de la imbecilidad.
Variaciones de la temática del poder sobre la niñez, que modificará sus postulados y sus modos de aplicación, pero que mantienen una constante como premisa: lo central es el interés del adulto, en su forma individual o en su proyección y perfeccionamiento, cuyo nombre es sociedad. El niño quedará subrogado a esos intereses, y las modalidades de esa primacía tendrán las sutiles formas de los dispositivos de poder de cada época.
La pregunta que se decanta de esta pincelada histórica que hasta acá hemos esbozado podría ser: el abuso sexual, ¿es un nuevo "síntoma" social, o acaso un fenómeno antiguo que los nuevos discursos sobre el poder y la sexualidad evidencian como zona de problematización actual?
¿Podría pensarse, por ejemplo, que la Grecia Antigua se ocupase del abuso sexual como lo pensamos en la actualidad? Ciertamente no. Aún cuando algunas leyes citadas por Esquines en el "Contra Timarco" diesen cuenta de ciertas prohibiciones tendientes a proteger a la niñez. Lógicamente, la de los niños libres, no la de los esclavos. La noción de "abuso" en el plano de la sexualidad, en el plano de las aphrodisia, la moral de los placeres, estaba inmersa en la intención de dar el mejor "uso" (chresis) de esos placeres, la manera debida, dentro del marco de dominio (enckrateia) que convenía al hombre griego libre. Deontología y ascética de una moral de hombres, hecha para y por los hombres. En ella los niños (ni tampoco las mujeres y los esclavos) tenían lugar de relevancia. Si, en cambio, uno de los puntos más delicados, foco de reflexión y problematización permanente del pensamiento griego clásico en referencia a la sexualidad, estaba dado por la relación con los muchachos, en quienes hoy reconoceríamos vestigios de la niñez. Este foco se va desplazando en la evolución hacia la mujer (y sus implicancias con el tema de la virginidad, la conducta matrimonial, etc.), y con los siglos XVII y XVIII, hacia el interés manifiesto por la sexualidad del niño. Y, como plantea Foucault, de una manera general por las relaciones entre el comportamiento, la normalidad y la salud. En este punto estamos, con el psicoanálisis en una mano, y en la otra con las crisis de los modelos sociales vigentes, para pensar el abuso sexual de la niñez en la actualidad.
¿Qué introduce el descubrimiento freudiano en nuestra cultura occidental? Que la sexualidad es constitutiva del sujeto humano. Y que, en particular, las huellas que ésta deja en la infancia son no sólo perdurables, sino el punto de amarre donde irán a asentarse los elementos que configuran al psiquismo del adulto, más allá o más acá de toda diferenciación clínica ulterior. Aprovechemos para despejar un malentendido corriente: la sexualidad no es el sexo. Es por ello que el psicoanálisis freudiano se permite sondear la primera allí dónde nada del segundo se hace evidente.
El síntoma neurótico con Freud, es decir, despojado de las connotaciones de la medicina, se erige como un cifrado en cuya trama la sexualidad, aquella que el Otro introduce (Otro materno), va trazando los surcos de un saber no sabido, uno de los nombres primeros de lo inconciente en la obra de Freud. Revolucionario descubrimiento, si se lo contextúa en el clima burgués de la Europa de fines de siglo. La sexualidad, más allá de los juicios morales que alzaban voces escandalizadas, se promovía como patrón común entre lo "normal" y lo "enfermo". Y si como si eso no fuese ya bastante como para dejar boquiabierto al conservadurismo vienés, la sentencia de aquel médico intrépido: existe sexualidad infantil, el niño es un perverso polimorfo3. Se visualiza entonces, el pasaje del niño como habitat posible de los demonios en la Edad Media, al niño sexuado de nuestras sociedades contemporáneas. Ya no será pues, el niño de los tiempos de Pascal, dónde si se hablaba de infancia era para decir que el niño no es un hombre. Más cerca, por el contrario, del romanticismo inglés, uno de cuyos representantes, el poeta William Wordsworth, Lacan cita resaltando el verso "el niño es el padre del hombre" de una de sus Odas4.
Una disgresión. Esta concepción de la infancia como cuna que preside la identidad adulta, ¿puede considerarse como precursora de lo que podríamos llamar un verdadero "culto de la niñez" en la actualidad? No lo creemos. Es innegable la aparición en los discursos de postulados que asignan al niño su pleno derecho e incluso su privilegio en las dinámicas sociales. Sin embargo, en el imaginario social el "culto a la niñez" tiene una faceta más bien mítica, saturada de proyecciones "adultas". Captamos la realidad del niño, deformándola mediante metáforas y símbolos, mediante un sistema de convenciones. Acordamos aquí con Doltó5. El saber del psicoanálisis agrega un matiz "científico" (insistimos, en el imaginario social, no en la práctica psicoanalítica con niños: al menos en lo deseable) a una mirada poético-mitológica en la cual aquellas herencias culturales que pueden ser criticables no pocas veces se hacen presente en ella. Primera paradoja: el conocimiento, inédito, de los procesos que se juegan en la niñez no llevan necesariamente a su traducción social en actos que apunten a valorizarla en su verdadera magnitud, en su tratamiento del niño como "persona". Pensemos sino en nuestro tema, el abuso sexual en niños. Lejos de limitarlo a la perversión de unos pocos, podemos postular que en ese fenómeno se juega precisamente un muro de oscurantismos en el cual se inscriben una pléyade de mitos, fantasías, angustias, culpas y silencios que encuentran su modo de operación más acabada en los tratamientos que de las víctimas de abuso se hacen. Nos referimos con ello sobre todo, a las intervenciones institucionales (policiales, jurídicas, de salud, de educación, etc.). También a lo que ocurre en las familias, no exentas de la acción de ese oscurantismo. Examinaremos luego brevemente lo que puede subyacer a esos dispositivos institucionales. Quede claro que lo que decimos no apunta tanto a desresponsabilizar al victimario, como a interrogar a los que suceden a su actuación.
Volvamos entonces, al psicoanálisis y a lo que de él pueda extraerse como pertinente para lo que aquí tratamos.
Hablar de "abuso" sexual de niños presupone la existencia de un "uso" sexual de los mismos, uso que, teniendo en cuenta el alcance que ha dado al término "sexual" el psicoanálisis, es justamente éste último el que revela. Conocida es la ecuación simbólica que establece Freud, al poner en línea al niño y al falo, sustituto imaginario del pene. También puede ser considerado sustitutivamente, como dinero, regalo o heces. Nos dice Freud: "...en las producciones de lo inconciente -ocurrencias, fantasías y síntomas- los conceptos de caca (dinero, regalo), niño y pene, se distinguen con dificultad y fácilmente son permutables entre sí" 6. El desarrollo freudiano de estas equivalencias se ubica en el eje de los conceptos centrales de la teoría, y que son narcicismo-complejo de castración, en armonía con las teorías sexuales infantiles. Si retomamos nuestra pregunta inicial, que habíamos respondido designando a la niñez como campo de operación del poder, diremos ahora, ¿qué es un niño? Pues bien, niño es: a)un concepto con el cual lo inconciente labora ; y b)en tanto concepto, es una suposición de los adultos, y se refiere al narcisismo de éstos. Lo interesante de pensar al niño como una representación, como un concepto, es que nos lleva más allá de concebirlo sólo como una etapa de la vida. Freud, demostrándose hegeliano en este punto (ya que para Hegel el concepto es "la muerte de la cosa"), atribuye cuatro características a los conceptos tratados en lo inconciente: pueden ser equivalentes, sustituíbles, permutables y separables. El denominador común es que se definirán siempre como siendo otra cosa que lo que aparentan, permitiendo así una "variabilidad de usos" de acuerdo a la lógica que se juegue en un proceso determinado. Por ejemplo, y para decirlo brevemente, no es el mismo niño el de la equivalencia pene-niño ligada al narcisismo materno, que el niño-caca separable en la lógica de la demanda y la pulsión anal, o que el niño-regalo del registro de los dones simbólicos propio de la operancia de la castración. Diversas posiciones, que luego Lacan completará, proponiendo al niño como respuesta a tres situaciones: una referida al deseo materno, ubicando al niño como falo de la madre, otra referida al deseo materno en correlación a la función paterna, y allí puede aparecer el niño como síntoma de la pareja parental, y otra referida al fantasma matermo, donde el niño puede ocupar la posición de objeto en él (como ocurre en las psicosis)7. No es intención de este trabajo desarrollar estos puntos, pero si destacar entonces, el desplazamiento y significaciones múltiples que pueden abarcar al niño como concepto bajo la dinámica del inconciente humano. Entonces, y a modo de interrogante: ¿qué equivalencias estarán en juego en las determinaciones inconcientes del victimario del abuso sexual infantil? A su vez, ¿cómo habrá sido simbolizado su lugar de hijo para sus padres o de niño para su entorno social? Interrogantes que habrá que responder en el caso por caso.
Vamos a valernos ahora de una lógica, también prestada del psicoanálisis, para acercarnos a alguna otra comprensión del fenómeno sexual en niños. Tomaremos una categoría en la actualidad, excesivamente vapuleada: el trauma.
Existe una teoría del trauma en Freud. Aquella de sus primeros escritos sobre la histeria, que si bien fue abandonada por él mismo (vía teorías sexuales infantiles), aún podemos sacar de ella valiosas contribuciones. Sintéticamente, esa teoría implicaba que a una vivencia sexual acaecida en la infancia, es decir, imposible de ser asimilada por los recursos psíquicos del o de la infante, venía a adosársele un segundo acontecimiento sobrevenido en época post-puberal, el cual entraba en conexión asociativa con el primero (entonces reprimido y olvidado), y allí se producía, como efecto de este enlace, un síntoma en el cual se actualizaba esa primera escena, esa vivencia sexual primaria. Con esta teoría podemos atribuirle a Freud -¿por qué no?- el derecho a erigirse como uno de los primeros victimólogos. El trauma, en el sentido freudiano, no es entonces, de la misma estofa que, por ejemplo, para la medicina, para la cual basta un sólo hecho puntual para quebrar el equilibrio, para conmover, fracturar o desompensar un sistema, para el caso, el organismo. Para Freud, no basta la incidencia de una escena única, acorde con una causalidad lineal: se necesitan al menos, dos. El trauma -y esto es lo crucial- conviene a una estructura binaria. Con una escena, no habría consecuencias; con la segunda, no sólo se resignifica la primera, sino que ésta se crea, precipitándose recién allí un efecto -el síntoma-. La etiología es eficaz en el momento de la ligazón de y con la segunda escena traumática. Digámoslo así: el acontecimiento traumático, la circunstancia decompensante, se funda por retroacción cuando al hecho primero se le asocia, recae sobre él, una segunda y posterior (en el tiempo) serie de factores desencadenantes. Lo traumático tiene allí verdaderamente su génesis. No antes. "Kafka crea a sus precursores". La genial intuición de Borges8 da un modelo sutil de esta suerte de efecto retroactivo: el estilo kafkiano puede ser rastreado en sus antecesores literarios; pero si Kafka no hubiese escrito, no lo percibiríamos, es decir, no existiría.
Se trata entonces de dos tiempos, dos momentos que se asocian. Podríamos esquematizar el efecto de retroacción, de aprés-coup, de una manera por de más sencilla:
Si seguimos este razonamiento para la temática del abuso sexual en niños, ¿qué locarizaríamos cómo el primer momento, en S1?. Obviamente, el hecho de victimización del niño, el abuso sexual en sí. En el segundo momento, S2, habría que ubicar entonces, la compleja red de discursos que hemos venido esbozando. Discursos del poder y del saber (sobre todo acerca de la sexualidad y del Bien), que se cristalizan de la forma más conveniente allí donde son hablados: en las instituciones. Instituciones en el momento segundo: las que reciben al niño victimizado, cuando el hecho sale del ámbito de la privacidad. En otras palabras, Policía, Juzgados, Salud y Educación. Pero también aquella compleja institución, que no pocas veces mantiene el hecho entre los muros del "de eso no se habla", y cuyo nombre es "la familia". En líneas generales, a ese momento segundo (recordémoslo: en el tiempo, no en el desencadenamiento traumático) pueden confluir todos los factores de aquello que los victimólogos conocen como "victimización secundaria", que con esta lógica bien podría ser calificada de primaria, constituyéndose así en nuestra segunda paradoja, la de los procesos de revictimización del niño.
Podemos ubicar también allí, en el segundo momento (S2), en los mecanismos que reciben al niño victimizado, aquello que pertenece al orden de la moral, entendida ésta como el conjunto de postulados imaginarios que rigen las relaciones de los individuos entre sí en una sociedad dada. Si ubicamos la moral en ese tiempo dos, tiempo fundamentalmente institucional, la moral como aquello del orden del "Hacer el Bien", ¿a qué otro orden puede estar sustituyéndose, si es que hay otro posible? Demos un ejemplo, antes de responderlo. Un niño es victimizado sexualmente. El hecho cobra luz y comienzan a desplegarse los dispositivos institucionales habituales: declaraciones en Policía, exámenes médicos ginecológicos y físicos, audiencias judiciales, pericias psicológicas varias, notificaciones escolares, "contención" pedagógica y familiar, etc.. Denominador común: la intencionalidad (a más de buscar la culpabilidad el victimario) de hacer el bien, lo mejor para ese niño o niña que ha sufrido el pasaje por ese acontecimiento traumático. Ese "Hacer el Bien" presupone una lógica, la de lo general (la moral pertenece a ese orden). Podría enunciarse así: "para todo niño (general) victimizado, existen procedimientos (morales-legales) también generales". Ahora, y como saben los victimólogos, ¿y si no toda evaluación psicológica, si no toda audiencia judicial, es lo más conveniente? ¿Y si el niño -"ese" niño- no sufre sino mucho más por todos esos procedimientos que por el hecho sexual mismo? ¿ Y si son esas intervenciones las que hacen del hecho, acontecimiento, es decir fundan el trauma en tanto tal? Respondamos ahora sí a nuestra pregunta: a ese lugar de la moral en el tiempo segundo puede y debe ir algo de otro orden, y ese algo es la Etica. La Etica de y para el Niño. Deberá hacerse del abordaje del niño victimizado una ciencia de lo particular (patafísica9) cuya esencia no puede sino constituirla la Etica, definida ésta como el respeto por lo singular de cada sujeto niño. En tal sentido, opondremos al "hacer el bien" propio de lo moral a un "Bien Hacer" de la Etica con la niñez y la infancia. Si en el lugar que designábamos como el tiempo primero del trauma, ha habido ya un particular "uso" del niño, responder desde las instituciones con el Discurso del Amo vehiculizando sólo una moral y no una ética, cierra el círculo de lo que con propiedad puede llamarse entonces "abuso", donde lo sexual no es sino sólo una de sus múltiples caras.
En el pasaje que va desde el o los momentos del abuso sexual del niño a su recepción institucional, ese niño pierde toda identidad, toda historia, y pasa a ser meramente "un caso". Serio, pero porque hace serie: la de los números -de expediente, de legajo, de historia clínica-. Ya no será Fulanito o Menganita, sino "el chico o la chica violado/a". O maltratado, ya que en este punto lo que decimos vale en general para otras tantas patologías sociales actuales. Con el "caso" comienzan en los dispositivos institucionales a hacerse diversos "usos" de ese niño. Esos usos, resignificando lo sucedido o supuestamente sucedido (no es desigual para el caso), apuntan todos a sostener fantasmáticamente postulados y escenas que encuentran así su justificación de existencia en el material aportado. Precisemos algunos de esos usos posibles:
- La palabra del niño, en una escala valorativa, es de un rango menor a la del adulto (a pesar de la Convención). Ellos no tienen los pies en la tierra. Fabulan, se dice. Y allí irán los psicólogos a confirmar esas capacidades fabulatorias.
- Con el saber de la sexualidad infantil (que antes mencionábamos), y que desplaza todo sesgo de inocencia idealizada del niño, en tanto sexuado, ¿por qué no pensar que en una forma no manifiesta pero si posible, se le estará adosando a esa niñez sexuada el correlato de la culpabilización, de manera similar al fenómeno de la mujer abusada? Otra modalidad puede ser extender en índice acusatorio al entorno del niño, en el cual la familia, con su educación o cultura, pueda haber facilitado la ocurrencia de los hechos (y allí serán mandados los asistentes sociales a confirmarlo). Quienes trabajan con niños víctimas de abuso y su entorno, saben de las diversas viscicitudes de la culpa en sus tratamientos.
- Fantasear concientemente o gozar en forma inconciente con una escena del tipo "un niño es violado o manoseado", ¿será prerrogativa de "mentes enfermas", o podrá hacerse extensible ese fantasma a un espectro humano mucho más amplio, incluyendo en el mismo a no pocos operadores institucionales que toman contacto con esos niños y cuya relación con lo inconciente nunca ha sido problematizada? ¿No habrá también algo del orden del goce -llamémoslo "voyeurismo institucional"- en toda esa suerte de burocracia de los dispositivos organizacionales del abuso sexual en niños?. En todo caso, se sabe, un relato puede ser también un medio del goce, más allá del rechazo conciente o superyoico que pueda producir. Discúlpesenos tamaño atrevimiento.
- Etcétera. Porque esta lista no puede ser cerrada sino que se abre a la multiplicidad de significaciones -sociales, psicológicas, históricas- que subyacen a los límites de la moral de los bienes del niño, allí dónde se dejan ver las operancias de los dispositivos de la sexualidad y el poder que hemos venido esbozando.
Quedará entonces, finalmente, oponerle al ab-uso de la niñez, cuyo estatuto no es ya contingente sino estructural (pasaje del abuso del niño al uso de la Niñez), una verdadera revisión de las formas de tratamiento, familiar, institucional y social, de esta problemática. Revisión cuya brújula no podrá ser sino una Etica de la Niñez, como hemos dicho, rebajada y reducida hoy a una moral hecha por adultos, de y para ellos. Como hace cientos de años.-
Notas
(*) Versión revisada de artículo publicado en Revista Actualidad Psicológica Nro.232, Bs. As, junio de 1996
(1) Sobre este punto, véase la inagotable obra de P. Aries y G. Duby, "Historia de la vida privada", Ed. Taurus
(2) M. Foucault, "Historia de la sexualidad", Ed. SXXI, México, 1987. La estoica cita de Séneca que hace de epígrafe a estas líneas no pretende sino ilustrar la ideología que respecto a la infancia ha dominado más de dos tercios de la vida cultural de Occidente.}
(3) S. Freud, "Tres ensayos para una teoría sexual infantil", O.C., Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1981
(4) La oda de Wordsworth, de la cual Lacan extrae la cita en su seminario "La ética del psicoanálisis", es "Mi corazón palpita", que tiene los siguientes versos: Mi corazón palpita cuando contemplo/Un arco iris en el cielo:/Así fue cuando comenzó mi vida./Así es ahora que soy un hombre./Que así sea cuando envejezca./Oque muera!/El niño es el padre del Hombre:/y que yo pudiese desear que mis días estén/Unidos unos a otros por una natural devoción. (Trad.: Ana Burbaki, en Referencias en la obra de Lacan Nro.7)
(5) F. Doltó, "La causa de los niños", cap. 3 "Memorias de la infancia", Ed. Paidós, Bs. As., 1991
(6) S. Freud, "Sobre la transmutación de las pulsiones, en especial del erotismo anal", O.C. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1991.
(7) J. Lacan, "Dos notas sobre el niño", en "Intervenciones y Texos II", Ed. Manantial, Bs. As., 1991
(8) J.L.Borges, Otras Inquisiciones (1952), "Kafka y sus precursores", O.C., Emecé Editores, Bs. As., 1974
(9) Dirá Alfred Jarry en su Patafísica: "será la ciencia de lo particular aunque se diga que no existe ciencia sino de lo general. La Patafísica estudiará las leyes que rigen las excepciones y explicará el universo suplementario a éste (el tradicional)". Que sea una referencia tomada del campo del arte, y este caso, atinente de un paradigmático gestor del escenario teatral,nos ayuda a pensar los montajes que pueden hacerse en derredor de nuestra temática.