Algunos niños, adolescentes, incluso adultos afectados por agorafobia pueden salir sólo si están acompañados; otros en cambio tienen tanto miedo al espacio abierto, que no pueden salir de la casa, por lo tanto no pueden jugar en una plaza, caminar por una calle, pasear. Su vida se va estrechando entre bordes de malestar creciente. En lugar de la plaza, la casa es el sitio en el que cada vez más cree que queda al abrigo de sus trastornos. Pero la sustitución no es del todo ventajosa, o, como decía Freud, ventaja en un sistema, desventaja en el otro. ¿Cuál es la ventaja de quedarse en la casa para un niño que padece agorafobia? Y ¿cuál sería la ventaja de hacer, una consulta a tiempo con un psicoanalista?
La experiencia psicoanalítica con sujetos afectados por agorafobia, más allá de su edad, nos muestra que ampararse en la casa paterna por temor a un espacio puede llevar al niño a no poder jugar, y es ahí que la ventaja se transforma en desventaja, ya que quedarse a jugar en casa por temor a jugar en una plaza, más que evitarle problemas le cierra caminos necesarios para su crecimiento. Evoco una consulta de los padres de dos niños. Consultan por ambos niños por indicación del pediatra y de la escuela. Primero en la escuela los niños no querían salir al patio a jugar. Bueno, dijeron los maestros y de acuerdo con los padres, dar tiempo hasta que se adapten. Después los niños tuvieron también miedo a salir a la calle. Los llevaban a la escuela de todos modos, entre gritos y lágrimas todas las mañanas, hasta que finalmente los adultos lograban que entren a la escuela. ¡Qué alivio! Pero al día siguiente todo volvía a empezar. En cuanto a la plaza, esto se resolvió: "¿para qué si en casa pueden jugar mejor?" se dijeron estos padres.
Surge que también ellos, los padres de estos niños, estaban muy temorosos de lo que implica la ciudad con sus riesgos que "acechan en cada esquina". Entonces, la parte de jugar fue fácil, resolvieron el problema de este modo: dado que habitaban en un amplio departamento con balcón terraza, se evitaron tener que llevar a los niños a la plaza. Compraron juegos mejores que los de la plaza, los instalaron en la amplia terraza y allí los chicos jugaron sin problemas, "sin riesgos". Pero un día, ya no quisieron salir de la casa para ir a la escuela. Tampoco quisieron jugar en el balcón.
El desorden familiar, el caos llevaron a colapsar la vida cotidiana. Los chicos no podían dormir de noche, no podían salir de la casa y no podían incluso dentro de la casa, jugar. El tema de no dormir se resolvió así: los chicos se metían en la cama con la madre, el padre se iba al living.
La consulta con el pediatra se hizo cuando de la escuela se los llama y se les recomienda una consulta "con urgencia". Estos papás, hablaron con el pediatra que indica mi nombre. En el momento de la consulta conmigo, los ataques fueron catalogados por el pediatra como "ataques de pánico".
Lo anteriormente expuesto nos muestra que el temor a salir a un espacio abierto se enlazó también, con el tiempo, a un temor a jugar en un espacio cerrado.
Me interesó investigar qué indican las agorafobias infantiles desde el punto de vista del psicoanálisis. La experiencia clínica con niños me ayudó en este intento.
Freud discutió las propuestas de Charcot sobre las agorafobias. Mientas que Charcot afirmó que la causa era la herencia, Freud dijo que no, no se trata de la herencia. En agorafobia (así como en otras fobias) el problema causal no reside en la herencia, sino en problemáticas relacionadas con la vida sexual, entendiendo por tal el juego de deseos y pulsiones que, desde la infancia, determinan la vida, el destino del sujeto.
Aunque en esos tiempos Freud no tenía todavía la teoría de la sexualidad infantil, me interesa retener este punto para preguntarnos qué de la sexualidad y sus trastornos incide en las agorafobias infantiles.
En 1892, en el Manuscrito B, en relación a la etiología de las neurosis, Freud relaciona la angustia con un efecto en lo corporal. Y esta angustia ligada a un efecto o un trastorno corporal también aparece como síntoma en la agorafobia. Nuevamente la cuestión no se resuelve en términos de herencia o de desorden clínico o psiquiátrico, ya que la angustia es un afecto que, como Freud plantea años después, está ligada a la castración y sus consecuencias en el sujeto.
En la correspondencia con Fliess, en el llamado Manuscrito M, leemos las siguientes anotaciones correspondientes al 25 de mayo de 1897, en las que Freud se refiere a la agorafobia. Relata el caso de una señora que no puede andar sola. Se trata de un relato que muestra que "está ahí presente una novela de enajenación; sirve para ilegitimar a los que se llaman parientes". Andar sola sería como prostituirse, la agorafobia de esta mujer, parece depender de una novela de prostitución, la novela familiar muestra el secreto de la trama que produjo como efecto la agorafobia.
Entonces ¿qué quiere decir que la agorafobia es miedo al espacio abierto? ¿De qué espacio abierto se trata? ¿Es meramente la geografía lo que está en juego? Es claro que no. Lo muestra que en ocasiones, hay pacientes adultos con agorafobia, que pueden salir a la calle simplemente con ser acompañados incluso por un niño.
Es decir, no es entonces el espacio en sí mismo, sino la trama subjetiva que localiza en determinado espacio cuestiones que provienen de la subjetividad del paciente. Por ejemplo, una paciente puede sortear su agorafobia si es acompañada por alguien. De modo que esto muestra que se juega un problema de otro orden. En el caso de otra paciente de Freud, llamada Emma, que relata en el Proyecto de una psicología para neurólogos, 1895, en la parte II (Psicopatología, la proton pseudos histéric) Freud descubre que son sucesivas capas de recuerdos que se remontan a escenas infantiles las que originan la agorafobia de Emma. Una escena, en particular, en la que se descubre la problemática sexual de Emma siendo púber es importante. Se trata de un recuerdo reprimido y cuya significación sexual no pudo ser procesada en el momento en que se produjo, retorna como agorafobia.
En 1895, tiempo de las primeras publicaciones psicoanalíticas, Freud escribe un artículo sobre Obsesiones y fobias, su mecanismo psíquico y su etiología; aquí, la agorafobia se liga con un ataque de angustia, y es el temor al recuerdo del ataque de angustia: "En el caso de la agorafobia ...., solemos hallar el recuerdo de un ataque de angustia, y ... el enfermo cree no poder escapar a él".
Ya en esta época, Freud sitúa la angustia en el fundamento de la agorafobia. Dice: "La angustia de ese estado emotivo que está en el fundamento de las fobias no deriva de un recuerdo cualquiera ... ... ... en la agorafobia no podemos dejar de lado la angustia que afecta el movimiento en espacios abiertos y el cuerpo. Y la creencia del paciente que le hace suponer que no puede evitar el encuentro con esa angustia."
Efectivamente, en la agorafobia se trata de evitar un encuentro que, si es con la angustia, sabemos por Lacan que pone en juego un objeto bien preciso. La angustia no es sin objeto, sino que justamente se presenta ahì donde el objeto no termina de perderse. Y es ese el encuentro que la agorafobia a su vez intenta evitar.
Efectivamente, en La interpretación de los sueños, Freud retoma el sueño de angustia. Dice: averiguamos así que el síntoma se constituyó para prevenir el estallido de la angustia; la fobia se antepuso a la angustia como si fuera un fortín.
Hasta aquí, entonces, la llamada agorafobia se presenta como una puerta de escape a la angustia, como una manera que encuentra el sujeto de resolver una angustia frente a un espacio abierto. El tema afecta el movimiento, el cuerpo, la vida del sujeto.
En el Análisis de la fobia de un niño de cinco años 1909. Ya en la Epicrisis, Freud diferencia la fobia de Juanito de una agorafobia. Para Juanito, la libido se ha transformado en angustia. Tiene miedo cuando la madre se va con él. Pero se trata de una fobia, tiene temor a que lo muerda un caballo.
En una agorafobia, en cambio, el temor es de otra índole. Siguiendo a Freud, y a partir de nuestra experiencia, se trata de un temor preciso, un temor a un espacio abierto, mientras que en Hans, la fobia se especifica y toma al caballo como objeto. Sin embargo, también hay agorafobias relacionadas con espacios cerrados.
Freud aclara una vez más el panorama de las agorafobias (topofobia, angustia frente al espacio). Dice que ya no las consideramos una neurosis obsesiva, sino que la designamos como histeria de angustia. Los pacientes, repiten a menudo en sus cuadros clínicos, con fatigante monotonía, los mismos rasgos: sienten miedo a los espacios abiertos , a las plazas a cielo abierto, a las largas calles y avenidas. Se creen protegidos si los acompaña gente conocida o los sigue un coche, etc. Sobre este trasfondo de un mismo tenor, empero, los enfermos singulares engastan sus condiciones individuales, sus caprichos, podría decirse, que en los diversos casos se contradicen directamente unos a otros. A uno le horrorizan sólo las calles estrechas, a otro sólo las amplias; uno solamente puede andar cuando en la calle hay pocas personas; el otro, cuando hay muchas.
En el seminario 4, llamado Las relaciones de objeto, leemos, en la clase 14 del 27 de mayo de 1957, un comentario de Lacan sobre las agorafobias. Dice que tienen valor en sí mismas. Nos presentan unos signos de alarma que dibujan un campo, un dominio en el que los bordes interior, exterior, se precipitan sobre el sujeto encerrándolo en un circuito del que resulta difícil salir.
Se trata, entonces, del sujeto y su relación a los espacios abiertos. En los espacios abiertos, por ejemplo, en las ciudades, funcionan precisamente las otras personas, los extraños, los desconocidos, aquellos que no son los conocidos de siempre, los otros, los no conocidos, aquellos sin los que una vida en sociedad no es posible.
Por angustia, por temor, por miedo, surge un modo de supuesto resguardo: quedarse en casa, no salir por temor al espacio abierto. Evocamos que entre los antiguos griegos, e l ágora, la plaza pública, era el lugar de la reunión con otros para tratar asuntos importantes, leyes, temas que hacían a la vida en las ciudades, en relación a las comunidades. El término griego, ágora, significa la plaza en donde se reunían las asambleas públicas en las ciudades de la antigua Grecia, y también designaba la misma asamblea En cambio, la agorafobia (agora: plaza pública, fobia: temor), tal como su nombre lo indica, instala un circuito donde el salir hacia el exterior, hacia la relación con los otros se pone en cuestión.
Se instala un circuito en el que supone encontrar refugio, pero ese circuito se transforma en un riesgo para el desarrollo de su subjetividad: al no salir, al no poder salir, se queda encerrado entre las paredes de la casa, sustitución de un espacio otro, metonimia de paredes maternas o paternas en las que, tantas veces, no se perfilan bien las puertas metafóricas que permitan una buena salida, que permita vivir.
Lacan se refirió en varias ocasiones a este término para indicar ese lugar público, exogámico, es decir, un espacio abierto a la ley, al lenguaje, a lo social, donde se dirimía la cosa pública y que como vemos también designa a la reunión misma de las personas. No estamos diciendo que ahí impera la armonía y la felicidad, sino que se trata de un lugar necesario para la reunión de las personas. Y que entre los griegos, era el lugar donde se decidían las cuestiones que hacían a la vida de las personas pero que no dependían sólo de cada uno, sino de ese espacio simbólico en el que no sólo no somos sin el Otro, sin los otros, sino que, esencialmente, no somos sin el Otro en tanto lugar donde habitan las palabras. Y también, no somos sujetos abiertos a la palabra y al deseo sin ese lugar que Lacan llamó Otro con mayúscula.
La agorafobia indica un temor al espacio público que revela un temor al lugar del Otro, al lugar Simbólico.
Es así que tenemos, como psicoanalistas, a ese niño o adolescente, que nos es derivado por "agorafobia". ¿Qué le pasa al niño? No quiere salir de la casa, tiene miedo de ir a una plaza, a la escuela, tiene miedo de salir a la calle, entonces se queda en la casa porque no puede salir, y porque cree que así está al abrigo. Pero también ocurre que en la casa, en algún lugar de la casa, o en el ascensor, o cualquier otro espacio cerrado tenga temor. Entonces ese circuito nos debe alertar en el sentido de preguntarnos, junto con Freud, con Lacan, con nuestros pacientes, la causa de esos temores, que por otro lado, la angustia baliza a su modo.
No sólo la etimología sino también los relatos que escuchamos nos enseñan que la agorafobia despliega un miedo en el que la dimensión social y exogámica se pone en cuestión. De lo que se trata es de temer movimientos que ponen en juego una salida, una separación, un ir hacia, un jugar con.
La condición esencial al sujeto humano, la dimensión deseante que es también social y exogámica, fue y sigue siendo amordazada por la psiquiatría. La psiquiatría nos habla de una sensación morbosa de angustia o miedo ante los espacios despejados, como las plazas, las avenidas, etc. La Real Academia Española, nos plantea una clasificación que no tiene en cuenta lo singular jugado en los argumentos de cada sujeto que nos enseñan una y otra vez que no se trata de un temor a un lugar geográfico, como ya dije, sino que juega ahí esa otra dimensión que mencioné antes, y que se especifica, hoy, en psicoanálisis, en términos de lugar simbólico, de un lugar donde el "encuentro" con el Otro puede poner en cuestión al sujeto. Entonces, no es de un lugar geográfico que se trata, sino que la geografía adquiere sus matices a partir de cómo la cadena de los signficantes y lo s discursos que rodean al niño le posibilitan o no caminos simbólicos y de encuentros con sus otros.
Atendí a un niño atacado por fobias y entre ellas una agorafobia muy intensa que le impedía salir de su casa. Ya abrir la puerta de la casa porque alguien entraba o salía lo sumía en pánico. Cuando comienzo a verlo decido, además de citar a los padres, conversar con sus abuelos maternos. Se va desplegando la historia, los argumentos que determinaron el lugar de este niño en la estructura familiar y generacional, el lugar del niño en los deseos y sueños paternos. Seg ún se desplegaron los discursos se fue construyendo el argumento que presentificaba algunos antecedentes de la agorafobia del niño.
La bisabuela materna, era "agorera", predecía desgracias, haciendo muy difícil la vida de los hijos. En la abuela del niño latían siempre las palabras del miedo al Otro. Estaban como marcadas a fuego. Al recorrer estas marcas, fuimos construyendo juntos un lugar donde las palabras pudieran transmitir otros significantes que los de las desgracias. Surgen otras aversiones, a viajar, a cambios, a los nuevos nacimientos, al encuentro sexual. Una red de significantes que inhibián porque transmitían miedos, se fueron inscribiendo desde bebé en mi pequeño paciente. Entonces, tal como él dijo un día, él tenía miedo a ir a una plaza porque, como decían siempre en la casa, "lo mejor era quedarse dentro, no salir".
Ser un nene de la casa era protegerse de las amenazas al salir. Me hizo recordar a un pequeño fragmento clínico escrito por Karl Abraham, que llamó El niño de mamá. Se trataba de un niño que no tenía ningún interés en salir a pasear, sólo quería ser un niño de mamá. Mi pequeño paciente tenía mucho miedo a todo lo que no fuera ser un niño de mamá y de abuela. Había que protegerse de los miedos, que resultaron también relacionados con los miedos a las palabras e imágenes amenazantes.
Cuando todas estas imágenes y fantasmagorías y palabras del miedo fueron procesándose por medio de dibujos, juegos, y otras palabras, y pudimos elaborar las figuras del miedo y de la muerte, mi pequeño paciente pudo conectarse de otro modo con sus pares, salir a la calle, jugar en la plaza. Pero el proceso fue doloroso, difícil, con pequeños y grandes momentos de miedo donde los padres y abuelos del niño quedaron también tomados y muy implicados por cierto, en esos discursos amenazantes que los habitaban.
Los rechazos a los lugares abiertos se transformaron dejando lugar a un ansia por recuperar tiempos y espacios perdidos.
Como vamos confirmando por la experiencia clínica, las agorafobias presentifican, si podemos escuchar lo singular más allá del rótulo, el lado oculto de los discursos que habitan en el sujeto. Desde ahí, las agorafobias muestran las determinaciones inconcientes y desconocidas que producen como efecto el temor a salir. Ese temor a salir está determinado sobredeterminado por otros temores. El temor es al Otro, a la operación del Otro en el sujeto que los psicoanalistas, a partir de Freud llamamos "castración" y que a partir de Lacan podemos diferenciar en sus vertientes imaginas y simbólicas. Es al Otro en tanto simbólico, ese Otro que Lacan pone con mayúsucula y que implica precisamente un lugar donde juegan cadenas de significantes, un sitio donde no hay todo, donde late un espacio abierto y vacío, ahí, en ese lugar en el que se juegan las cadenas de significantes juega también un centro exterior, que Freud llamó la cosa (en alemán das Ding) del que el sujeto debe poder desprenderse en algún momento marcado por la operación de castración.
La operación de castración incide en la vida del sujeto propiciando efectos de separación del Otro materno y paterno. Cuando ese goce no se atempera, se amontona, por decirlo de algún modo, adhiriendo al sujeto a su Otro de la dependencia. Si el sujeto responde a ese goce, si queda adherido, no puede apartarse del lugar endogámico. Las cuotas de goce intolerables se transmutan en angustia en ocasiones, en otras en pánico. Pueden tomar entonces la forma de una agorafobia, que es un modo de intentar resolver el conflicto por el cual quiere y no puede apartarse del lazo endogámico. Entonces, se produce un efecto paradojal. El miedo al lugar abierto, abierto a cadenas significantes portadoras de exogamia, le hace regresar a un lugar donde precisamente habita ese goce que lo excede.
Y esto no se cura con pastillas, requiere la operación específica, la operación de corte y separación que los psicoanalistas denominamos con el concepto de castración significante.
Ilda Levin
mayo de 2008