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Número 10 - Noviembre 2008
Lo acéfalo del juego
Astrid Alvarez de la Roche

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En este instante, se trata de desnaturalizar "el juego" de su target tradicional: la niñez. No solo para repensar los regalos por ejemplo de l "día de los niños", Navidad o Reyes, esos que se compran tradicionalmente para los niños por "ser niños".

La cuestión implica considerar la actividad de juego en otro lugar que su vertiente de diversión, incluso de desahogo y descanso, sin caer en la trajinada cuestión del aprendizaje: esa tendencia actual a "aprender jugando"… o a "jgar aprendiendo"… ¿qué? ¡Todo!, como si el conocimiento fuera un fardo insoportable.

Entonces, para aquellos que aceptan la invitación, si el juego puede pensarse como una combinatoria de elementos, una acción o movimiento lo bastante serio como para atribuirle un efecto de construcción y producción de la realidad humana, realidad psíquica y simbólica, la idea es - apoyándonos en esto - dimensionar su carácter instrumental.

Es decir, el juego como producción del inconsciente, al modo del sueño, devela sin duda una riqueza que demandamos en el mundo de hoy (la deseamos), en la medida en que la humanidad parecería insistir en el rechazo de producciones simbólicas y subjetivas, por considerar de mayor importancia -"validez científica"- aquellos modelos humanos que basan su referencia última sobre lo biológico, ente que tapona la pregunta subjetiva y sus gérmenes, al ser hecha (se hace de ella) Causa Matriz del sufrimiento individual. "¿Por tiene usted momentos de tristeza, infelicidad, intranquilidad? ¡No busque más! ¡Son sus genes, su ADN, su cerebro!". En este ámbito, el juego sería válido como conducta que incide en conexiones neuronales, promoviendo por ejemplo reconexiones nerviosas o reconstrucción de células cerebrales.

Oímos a padres, madres y organizaciones encargadas de la niñez (culposos muchos de ellos por el tema de los "antojos" en el marco del contemporáneo y siempre escaso presupuesto familiar), tratar de justificarse la compra del juguete o la autorización al simple juego que se da al niño (cada vez menor, dada la Hiperactividad de las agendas curriculares y extracurriculares), por medio de lemas que amarran el juego con lo terapéutico, el aprendizaje, o cualquier otra cosa, con tal de hacerlo "útil" o especialmente "divertido".

Entonces, tenemos un juego "enriquecido", "fortalecido", multivitaminizado con refuerzos que no siempre convienen. Como en el campo de los agregados alimenticios, sabemos que en nombre de la prevención o combate de la mala alimentación, se han causado tendencias que amenazan con convertirse en fuente de pandemias: cáncer por aditamentos, obesidad mórbida, alteraciones biológicas, incluso genéticas, ingesta de ingredientes que siendo no necesarios atiborran a glándulas como el hígado, entre otros temas. Es un ejemplo para ubicar que otra cara de la "vigorización".

Si esto ocurre en la actividad nutricional, ocurre también en la de juego, infantil o adulta, y que no encontramos en los animales no domésticos.

Entonces, ¿qué diferencia el valor del juego que el perro o el gato hacen con una bola de lana o caucho, y aquello que haría un niño o grande con el mismo material? Para responder, algunos especialistas acuden instantáneamente a la hipótesis del lenguaje para resolver la cuestión. Según esto, cada individuo, animal o humano, a su estilo, se apropiaría de la conducta o la ejecutaría a partir de un código de señales que como emisiones provocan respuestas, marcos de funcionamiento, sirven para la evolución de las especies.

Por ejemplo, en el programa "Baby Animal Guide " (Animal Planet, de Discovery Channel, diciembre 2007), se explicó la lógica y función del juego para una bebé marmota que en cautiverio jugaba primero con pedazos de pescado, para luego aprender a comerlos, logrando así el paso del biberón a la adquisición de un patrón de alimentación que le sería esencial en la supervivencia posterior (fuera de la ayuda humana). En su medio natural, el cachorro marmota lo haría sin tanto problema, por imitación de la madre, adquiriendo así funciones y patrones asociados a un sistema de lenguaje animal.

Ahora, pasando a un nivel diferente, ¿podemos decir que un panda elabora la pérdida del objeto psíquico mediante la actividad de juego, lo mismo que un ser humano? Es decir, ¿el panda cachorro que ha perdido a su madre haría duelo (elaboración del trauma) igual que un niño?

Porque si la resiliencia está amarrada a una situación circunscrita en su fondo a una biología pura, ¡botemos los juguetes! ¿Para qué el juego?

Se dice que los malos recuerdos pueden eliminarse mediante medicamentos o terapia que usa medios lúdico-virtuales de comprobados efectos neuronales. Esto promete borrar las "huellas" del evento traumático, disminuir su potencia, aislarlas, hacer como si no existieran. Es una intervención limpia, rápida, eficaz en muchos casos.

La cuestión que encontramos en la práctica es que muchos individuos se muestran insatisfechos con estos métodos. Perciben en sí mismos "algo que insiste", extraño y sin sentido, que no les permite estar tranquilos con actividades o intervenciones físicas, químicas, de entrenamiento o historización.

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Jacques-Alain Miller enuncia un lugar para el analista en la institución, que propongo articular al tema del juego en el tratamiento con niños y adolescentes. Se trata del lugar Alfa:

Un Lugar Alfa no es un lugar de escucha. Hoy día, un lugar de escucha es un sitio en el que un sujeto es invitado a desahogarse sin medida. Se dice que la puesta en palabras alivia. Un Lugar Alfa es un lugar de respuesta, un lugar en el que el parloteo toma forma de pregunta y la pregunta misma gira hacia la respuesta. No hay Lugar Alfa sino a condición de que, por la operación del analista, el parloteo se revele como conteniendo un tesoro, el tesoro de un sentido otro que valga como respuesta, es decir como saber llamado inconsciente. Esa mutación del parloteo se sostiene de lo que llamamos la transferencia, que permite al acontecimiento interpretativo tener lugar, acontecimiento interpretativo que supone un antes y un después, como decimos clásicamente.

Para que haya Lugar Alfa es necesario y suficiente que se instale el lazo por el que "el emisor recibe del receptor su propio mensaje bajo una forma invertida" (1), encontrándose el sujeto desde entonces conectado con el saber supuesto del que ignoraba él mismo ser la sede 1.

En esta línea, aquella que las palabras dibujan, encontramos el vacío que un cuestionamiento indica. Una pregunta no es una respuesta, una pregunta es un vacío en el saber, una cueva en la roca, un hoyo en el espacio. Esa zona es producida, recortada, delineada, en una ejecución, una práctica con Otro, "en" el Otro. Si ha habido este movimiento, lo es sobre el axioma de una extracción, sabiendo que no puede existir intercambio (de flujos, fluidos, materia, material) sin una diferencia. Por esto nos preocupamos cuando un niño no juega, no se mueve, no pide. Hay algo que en su exceso, en su falta de falta, impide la configuración subjetiva. Es el tema de la presencia-ausencia del Otro, pero fundamentalmente de lo que la relación con su propia causa (el "objeto") haya sido o no resuelto. Allí no hay más: la angustia habla en este sentido.

Ahora bien, el juego como actividad de lenguaje y palabra, que implica también una relación transferencial, al considerar la realidad psíquica, incluye necesariamente lo que al diagnóstico diferencial aplica. Es decir, que la relación particular del sujeto con el Otro, su posición estructural, "se juega en el juego". Digamos que si Miller establece que la realidad psíquica es la realidad social, hay en el juego ciertamente un flanco que allí se comparte, que funciona y no, para cada sujeto, y que nos permite establecer qué del goce está implicado en un discurso, qué atrapado en el campo del sentido, y qué no. En esta línea existe en el juego una superficie compleja, una social, una "asocial". Habrá que ver en qué medida el desvalimiento estructural hace (y no) que el sujeto realice los movimientos en virtud del vínculo. En suma, se trataría de ubicar una relación entre goce, estructura, juego y discurso.

Ahora, cabe resaltar que en el trabajo analítico con juego, si permitimos al niño jugar, no damos al movimiento del cuerpo un valor en sí mismo (prejuiciado), tampoco a la manera en que manipula los objetos, manosea y contornea con materia prima lo que tiene alrededor. Si hay conductas a ser realzadas, esto es, que sean válidas en el contexto del análisis aplicado, son acciones observables, medibles y registrables pero no sin sujeto. Esto implica que el "saber hacer en" el juego, tanto como se despliega en el análisis de un mayor de 18 años, contiene la convicción de una insatisfacción, no para "deprimir la natural diversión" del juego, sino para correr (hacer a un lado) cierto empuje a completar, redondear, englobar, con el juego, la errada idea de Elaboración Integral de lo Real. Siempre, lo sabemos, habrá un resto, como elemento lógico necesario para que el plus de gozar haga posible el lazo social.

¿Cómo configurar esta perspectiva sobre la actividad de juego en medio de artificios tecnológicos, modalidades virtuales y de alta ingeniería electrónica? Si bien cierto inventario para un "kit" de material para sesión de juego facilita las cosas en el sentido de introducir elementos que se dicen (no siempre lo son…) sencillos y versátiles (pedazos de muñecos, lápices, papel, plastilina, carros, bolas, etc.), no habría por qué no hacer uso de otros instrumentos, aún los que se creen más " de grandes". En todo caso, y si se entiende bien, es el sujeto quien en el marco de la intervención da las pautas para el cálculo, para una y otra maniobra clínica, según la configuración de sus modos de goce y la distribución de zonas, de malestar y bienestar.

Por efectos de estructura, entonces, el juego del Fort-Da tiene validez hoy. Lo es también el campo del psicoanálisis con niños practicado por Freud, en ámbito privado e institucional. Incluso, el caso Juanito podría concebirse como uno llevado a cabo "a larga distancia", en uso de un tercero (el padre), cuestión que nos da pautas para valorar un nivel de enseñanza sobre lo que el mundo actual nos demanda, no solo en términos de "tratamientos virtuales", sino para efectos de establecer los límites del psicoanálisis aplicado.

Dado que no-todo es posible, es la contingencia del acto, su detalle producido, aquello que aporta un material [de materia, y de matter: importancia, material (tema), que es también problema o dificultad] capaz de ser reintroducido como necesario por el sujeto, con tal de hacer parte de una comunidad, que a posteriori sería ocasión para un " flash de lazo", entre el Otro, del sujeto y su objeto.

El síntoma a partir del cual se consulta en el caso Juanito nos permite entonces dar un rodeo acerca del mundo que un sujeto configura, de acuerdo a los momentos de su devenir, y en relación a una necesidad de establecer modos de resolver aquello que lo real le implica en su humanidad.

Para esto el tema del límite resulta crucial, toda vez que anuda la cuestión del objeto, la pulsión, las zonas erógenas, y la relación con el Otro. Es acá donde planteamos los aportes que en la era de extremos podemos establecer: época de Second Life, Facebook, Google, E-shopping ("happy life"), con situaciones de violencia, pobreza, marginación social (desinserción de orden económico, político, simbólico), goces mortíferos que demuestran el flanco fatídico de aquellas tendencias y modelos que pretenden - en la "certeza" de lo real- hacer de la pulsión una dimensión que no existe. Este, a mi modo de ver, es el imperativo de intercambio más horroroso que existe, por sus consecuencias sobre la subjetividad y los semblantes.

Entonces, ¿cómo se constituye el límite en relación con el síntoma? Para esto acudo al texto de Jorge Alemán y Sergio Larriera, "Existencia y Sujeto" (Grama ediciones, Miguel Gómez Ediciones, 2006). Allí, en la segunda parte (Filosofía del límite y psicoanálisis) encuentro claves preciosas para aportar al análisis con niños, en uso de la actividad de juego.

La obra de Eugenio Trías trae una "propuesta arquitectónica y de sistemas" que destacan los autores, y que me parece uno de los puntos más llamativos de la propuesta. Esto permite concebir un modelo humano que se sirve de espacios, dimensiones, concepciones de formas, volúmenes, incluso texturas, que permiten dar detalles exactos y estéticos al síntoma, como problema pero como solución. Así, deja de ser una consideración plana, amorfa, ¡se puede tocar, se juega con eso! El síntoma entra en el campo humano desde su fenomenología positiva, y aún como simbólica formación del inconsciente, para incluir una perspectiva compuesta (no integral) en que el vacío se pone en función de un elemento no dialectizable.

Los diagramas topológicos del filósofo Trías dan a Alemán y Larriera una pauta para proponerlos como bisagra de su articulación con el psicoanálisis, presentándose el libro como

una escritura del "gozne o frontera" que establece las condiciones de posibilidad de una ontología del límite; pues límite es el nombre de lo que mejor responde a lo que se llama ser (siendo una) conjunción copulativa-disyuntiva que desmonta y reescribe a la red de oposiciones que atraviesa la historia.

Se libera allí un resto, dejando de concebirse como una frontera que amordaza o da el alto; "designa y a la vez desborda".

El límite, o cerco fronterizo, es una posición que de acuerdo a su naturaleza está constituida por dos segmentos de arco que se cruzan dos veces y cuya relación se da a partir de una asimetría esencial (p. 60). Hay una tercera parte constituida por un ámbito fundante sobre el que se asienta y "desde donde puede proyectarse el desdoblamiento" de los dos primeros.

Dado el funcionamiento complejo del límite, son la reunión y separación las dos operaciones que causan los dos segmentos de arco que lo configuran.

Entonces, (1) "lo que aparece sustrayéndose" tiene como efecto el S1 en el campo de lo posible (primer segmento), (2) mientras que "lo que se sustrae apareciendo" aporta la producción de la contingencia propia del objeto a (segundo segmento).

Este límite circunscribe cercos: (A) cerco del aparecer o mundo (necesario), (B) cerco hermético o arcano (imposible).

Figura 2, aparece en original en la página 58.

Se resalta la importancia de considerar cada uno de los segmentos del límite por aparte. En (2) "lo que se sustrae apareciendo" se trata de "la aparición simbólica, contingente, de aquello que viene del misterio", equivalente a un acto de inscripción "en el cual el fronterizo produce un trazo simbólico, algo que es del orden del ciframiento". En este segmento, que se designa con la letra a, se destaca el papel del sujeto fronterizo en la producción del mismo, dado que "es en él que tiene que surgir el símbolo que fije en un trazo algo de eso que se sustrae como un más allá imposible" (p. 61).

En el anverso del límite se da como posible (1) que "lo que aparece" (ofrecido como mundo) se sustraiga. Así, lo que necesariamente aparece alcanza su límite sustrayéndose. El significante S1 es reservado para este segmento.

Cabe anotar que letra y significante son diferentes, así como los segmentos.

El límite es esencialmente lenguaje, y está habitado por el sujeto fronterizo. En (1) el anverso, se trata de la palabra oral o escrita capaz de portar sentido; en (2) el reverso, al ser símbolo ("huella, oral o gráfica, carente en sí misma de sentido, pero siempre dependiente del lenguaje aunque no sea verbalmente pronunciada ni haya palabras para nombrarla", p. 62), es inscripción fuera de significación y del sentido.

Anverso y reverso no son paralelos, no constituyen estrictamente lo opuesto del otro (como en la moneda). Si hay una relación, no es unívoca, dado que si se atiende a dimensiones o capas diferentes en cada uno de estos elementos del límite.

El (B) cerco hermético o arcano es fuera de sentido, pero puede contingentemente ser "inscrito en el límite como símbolo primordial", huella sin sentido que luego "puede ser dialectizada mediante la palabra adquiriendo sentido o permanecer bajo la forma de inscripción enigmática" (p. 62).

De otro lado, el (A) cerco del aparecer (anverso), lo que necesariamente aparece, puede hacerlo sin sentido.

La hipótesis del inconsciente introduce la radical diferencia que atribuye al lenguaje una dimensión fuera de sistema. Es decir, cuando se considera a lo no consciente, el lenguaje se plantea como "conjunto de signos", con la particularidad de presentarse incompleto y (por supuesto) inconsciente. Dichos signos son heterogéneos, porque conectan dos ámbitos diferenciales: el sentido y el goce (p. 63). Cada uno es efecto de la captura del ser hablante por la lengua ("doble efecto de la incidencia del signo").

Los primeros son los significantes, de los cuales surgen las formaciones del inconsciente, y que implican una dirección de la cura en donde el establecimiento del sentido es la principal meta. Así, son los S1 aquellos que en los sueños, los actos fallidos, los síntomas, lapsus, olvidos (etc.), aquellos significantes "uno" que emergen "según la modalidad de lo posible, en el lugar del límite que trasparece como reverso" (p. 63).

En este campo puede ubicarse el deseo inconsciente, en donde se puede atribuir un sujeto.

Los trazos sin sentido (a), de otro lado, son "inscripciones en el cuerpo del hablante", carente de significación, aisladas. Son letras que comportan inercia, propia del ser humano, con forma de montaje pulsional. Se trata de "meros mojones de recorridos repetitivos, siempre idénticos a sí mismos", la pulsión como concepto límite (Grenzbegrieff ) entre lo psíquico y lo físico. Estas "marcas espaciales se distribuyen como zonas corporales, al modo de perforaciones sobre un saco de piel, configuradas por sus bordes y fronteras (valgan como ejemplos la hendidura palpebral y el orificio auricular, zonas erógenas de la pulsión escópica y de la pulsión invocante)." (p. 64)

Estos agujeros son huellas del "encuentro traumático del hablante con la lengua".

En este campo no es posible asignar sujeto, porque la pulsión no necesita de él para satisfacerse. La pulsión es acéfala, pudiendo incluso ubicarse anterior a la instalación del sujeto en la insatisfacción del deseo.

¿Por qué se habla de sujeto fronterizo? Porque aquel sujeto barrado habita en el límite, entre uno y otro ámbito del signo.

Figura 5, aparece en original en la página 66

A la luz de lo designado arriba, tenemos entonces:

(1) S1, anverso del límite. Es del orden del discurso, la palabra, la frase (lo que está sujeto a significación). Sin embargo, puede sustraerse a la plenitud de sentido. Por esto se lo indica como "lo que aparece sustrayéndose", topa con la posible sustracción, con la merma de sentido.

(2) a, participa, de modo contingente de lo que aparece, a pesar de ser imposible de cifrar. Es trazo sin sentido, pero participa del "juego limítrofe del sentido" al ser vecina-huella, "trazo sin sentido ubicado en el límite". Es "lo que se sustrae pero participando de lo que aparece".

Ahora bien, tal como podemos admitir la cura en su abordaje del síntoma a partir de esta arquitectura del límite, es posible considerar el psicoanálisis aplicado, y en particular el juego – individual o en pequeños grupos - como actividad no unívoca, sí compleja e incompleta.

El sujeto, habitando ese espacio paradojal "entre-capas" ("entre-capiado" entre anverso, reverso y un ámbito fundante – de absoluta importancia), pone de relieve que el origen, devenir y muerte del ser parlante es políticamente pluridimensional pero no ilimitado. Los contornos, así dados, indican algo similar a la topología del toro de Lacan, usada para el envés y el derecho del trauma (Eric Laurent – Revista Virtualia # 6 - EOL).

Entonces, para efecto del juego consideremos dos formas, las que a su vez surgen de dos maneras del lenguaje . Ellas, al constituir el límite, implican la zona de exsistencia del sujeto, que teniendo aún diferentes tonos y matices, es la franja fuera de la cual este sujeto fronterizo no exsiste.

El juego se constituye entonces en una de las maneras para pensar la elaboración y sostén del terreno del sujeto, su hábitat y realidad.

(1) Anverso, o el sonido de la proposición

Hace el segmento S1, aquel que solemos encontrar en las lecturas sobre lo lúdico. El fenómeno del retorno de lo reprimido se produce en este trozo del límite, producciones del inconsciente plausibles de sentido, y que al modo del significante enigmático piden ser leídas. Es en el inter-juego de metáfora y metonimia, su danza, que el sujeto construye dicha significación y la integra a la historia, entendida acá como "el lugar donde lo reprimido retorna" (p. 69).

Al jugar, el niño usa los objetos, habla, trae lapsus, plantea una relación transferencial en el campo de la repetición con primacía del automaton, en medio de lo cual lo inesperado emerge, como significante que llamará a otro (S2 ).

Tenemos acá un juego como "campo transicional" de primacía imaginaria-simbólica, en donde lo real rompe y pide ser significado. Sería el ámbito eminentemente terapéutico del juego, en la medida en que hay la tendencia a configurar un parche de sentido para aquello que resulta enigmático. Pero eso, porque hay resto, no lo es todo.

(2) Reverso, o el silencio de la voz

Constituido por aquello que en el juego emerge como "retórica de lo inexpresable, de lo hiperesencial, de lo innombrable, de lo que se está a punto de traicionar cada vez que se habla" (p. 69), y por tanto una invitación al silencio (a-fonía), aquel que en el juego implicaría una ausencia de actividad, la suspensión diferente al Big-Bang del origen de todo tiempo y espacio.

Sin embargo, este imposible puede dejar huella, a, sin sentido, que se resiste a toda historización y al discurso (aunque una faz de sea maleable a los discursos…).

Se trata de una situación radical, en la vía de su diferencia con el significante: la huella no puede ser significante, son aquellos los que la envuelven. Incluso, decimos que el significante va poco a poco recortando, dando forma al objeto, en su movimiento, oscilación, entre el Fort y el Da.

Podemos decir entonces que si este trazo es integrado luego en el lazo social, este a, lo hace secundariamente, no siendo parte de su "naturaleza" dado que en sí mismo se resiste a la significación, que es eminentemente "comunitaria".

Sería, a mi modo de ver, uno de los elementos que diferencia lo que Winnicott propone sobre el objeto transicional y aquel lacaniano. Incluso, y por el lugar primordial que dicho objeto tiene en el sentido del "ser" de goce, de transicional este objeto no tendría nada. Más bien, se mostraría bastante estable, sin ser eterno, porque en todo caso se trata de una huella, que tiene su lazo al lenguaje, al semblante. Aún, cuando se considera la huella como un mojón, es piedra, incluso columna. Eso le da un carácter "duradero".

Lo "transicional" tendría crédito si se lo concibe como "transición de goce", aquella que como efecto del trabajo subjetivo tolera tonos, campos, localizaciones diferenciales de la pulsión. En esta línea va bien con el concepto de vicisitud de las pulsiones, incompletas, perentorias pero con claro contorno, que aporta magnitud fija (pero elástica), finita, borde a lo superlativo.

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Planteadas así las cosas, el síntoma infantil, aquello por lo que se sufre pero que es respuesta a lo real del enigma derivado del vacío en el rapport sexual humano, nos preguntamos cómo integrar esta perspectiva en un mundo modernizado por avances tecnológicos pero a la vez plagado por condiciones de miseria, hacinamiento, tráficos humanos y de objetos que generan adicción, pautas de consumo que empujan al consumidor frenético y angustiado, "acefalizado" por condiciones laborales de miseria e inestabilidad, que le piden sin embargo más y más capacitación, y menos, menos años de vida… ¿China en Latinoamérica o Latinoamérica en China?

Sorpresivo ha sido encontrar ingreso masivo e ilegal de ciudadanos orientales por las costas del pacífico sur en Colombia. Algo pasa.

Por ahora, y para encontrar inspiración frente a lo real de nuestro contexto, cito a Dai Sijie, novelista chino mencionado por Laurent en su texto "¿Lacan Chino?" 4. Este artículo termina con la interesantísima propuesta extraída de Miller, según la cual "quizás el Japón sea el lugar de un tercer nacimiento del psicoanálisis". Laurent piensa que el contexto chino podría servir también como posible fuente para esta vitalidad. Sijie anota (p. 81):

Nadie puede verdaderamente comprender un sueño. Ni siquiera Freud. Una de las leyes del alma humana es la intermitencia. […] Los artistas, esas raza aparte, los viven y terminan por volverse ellos mismo el sueño de los otros.

Frente al llamado de la comprensión, un Alto. Es lo que nos permite el encuentro con el a en tanto marmolillo: término posible a la desesperanza que suele traer el exceso de sentido a nuestras vidas.

Astrid Álvarez de la Roche
astaldelar@hotmail.com - linksocial@gmail.com

Diciembre 31 de 2007

Notas

1 Miller, J. A. Diciembre de 2007, extraído de http://ampblog2006.blogspot.com/2007/12/vers-pipol-4-par-jacques-alain-miller.html

4 LAURENT, Éric. Blog-note del síntoma. Buenos Aires: Tres Haches, 2006.

Nota: las presentes consideraciones surgen de la experiencia clínica y social con niños y jóvenes, privada e institucional, vía la Asociación Link Social y la del Hogar Niños por un Nuevo Planeta (Bogotá, Colombia). A ellos, gracias.

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