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Número 10 - Noviembre 2008
Inhibición y movimiento fóbico en Melanie Klein
Susana Soubiate

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Me propongo relacionar movimiento fóbico e inhibición como formas de trabajar del yo temprano en el armado del mundo y del yo en oposición a la identificación proyectiva, mecanismo cuyo uso excesivo congela la posibilidad de que ese trabajo se realice, en un intento extremo de no tomar noticia de una angustia intolerable: la angustia de aniquilamiento.

 

Volviendo sobre los textos de Melanie Klein en busca de cuestiones atinentes a la fobia, me reecuentro con todo lo que había escrito sobre la inhibición que, como sabemos, es un fenómeno que le atrae en los comienzos de su relación con el psiconanálisis. En especial, la inhibición intelectual, de la cual hace un inventario exahustivo: aversión por la investigación, circunscripción del interés a un solo tema, preferencia unilateral por lo abstracto, rechazo de cualquier actividad o interés (motriz, alimentario, perceptivo, relacionado con la imagen del cuerpo propio, artístico, escolar, etc. ). Hace una especial referencia a la inhibición de la actividad espontánea por excelencia de la infancia: el juego.

Toda esta gama de perjuicios está pensada como efecto de la represión de la curiosidad sexual infantil por parte de un adulto que no responde francamente a las preguntas del niño.

Este es el tema de su primera presentación (1919) a la Sociedad Húngara de Psicoanálisis titulada "El desarrollo de un niño" que no es el relato de un psicoanálisis en un sentido estricto sino el apunte minucioso de la educación sexual psicoanalítica de Fritz – Eric, su pequeño hijo de cinco años, las preguntas guiadas por su curiosidad sexual, las respuestas de su madre y los efectos que esas respuestas tenían sobre las próximas preguntas, a lo largo de tres meses.

Poco después es nombrada miembro titular de la Sociedad Húngara de Psicoanálisis y podemos suponer que el interés despertado por su trabajo pesó en esa nominación. Podemos imaginar también esos tres meses marcados por la tensión de una observación cuyos referentes indudables eran Sandor Ferenczi, su analista y maestro y la institución cuya pertenencia anhelaba.

Anton Von Freund, un rico comerciante de Budapest interesado por el psicoanálisis y presente en las Jornadas, se acerca a Klein después de la lectura de su trabajo para decirle que, sin lugar a dudas, la observación es la de una psicoanalista, pero las respuestas carecían de amplitud (era necesario atender a la pregunta inconciente implícita e interpretar en consecuencia) y de oportunidad (le aconseja reservar un espacio del día para esta experiencia separado de otras actividades).

Así pues la ambición inicial de Melanie Klein era pedagógica y profiláctica: proteger a Fritz por anticipado de toda inhibición intelectual. Cuando los niños renuncian a la investigación es porque ésta obliga a sacar conclusiones cuestionadoras de una autoridad que, encarnada en los padres, representa a la sociedad toda, incluida la religión. El narcisismo infantil, la soledad y la debilidad del pequeño frente a las fuerzas poderosas de la vida hacen rápido pacto con las ilusiones de la omnipotencia y los excesos de la autoridad.

Por detrás de esta idea educativa hay una concepción bien particular de la normalidad: si el adulto no la coarta, la curiosidad sexual infantil motoriza un querer saberlo todo, talentos y aptitudes funcionarían sin trabas. Un yo sin límites entrando a un mundo sin límites, tal la acepción cuasi iluminista.

 

Lo que comienza como educación sexual psicoanalítica se transforma en una psicoterapia que culmina en 1922. Es en el curso de trabajo con Fritz que caen los ideales pedagógicos de Melanie Klein provenientes de su ignorancia en relación a la fuerza y precocidad de la represión. Allí donde suponía que el niño quiere saberlo todo pudiendo formular su curiosidad a través de preguntas, sin otro impedimento que el límite que el adulto marca, ahora se le impone: el niño quiere saber y quiere no saber, por eso construye sus teorías sexuales infantiles que no son conmmovidas por ninguna explicación. El adulto poco franco que se reservaba un saber que le era propio deja paso a la instancia terrible del super yo temprano que ataca desde adentro bajo la figura de una imago amenazante. O a la del analista que no responde sino interpreta las vicisitudes de un discurso que de una punta a la otra de la obra kleiniana está en el centro: el discurso lúdico.

Queda atrás el lugar central del desarrollo intelectual. Todo menoscabo intelectual es signo de sufrimiento inconciente y resultado de una represión que opera intrapsíquicamente. El objetivo del psicoanálisis infantil vira hacia la liberación de la fantasía y el juego, cuya interrelación se le aparece desde el principio en las vicisitudes de la angustia. La angustia está en el centro: la represión trabaja sobre la libido y el signo de ese trabajo es la angustia 1. También la angustia trabaja sobre el analista: era inevitable pagar en cuotas ingentes de angustia propia la exploración del mundo mortificado del niño pequeño, constatar a cada momento que el trabajo sobre la angustia provocaba más angustia después de un breve alivio. El analista de niños deberá poseer una sensibilidad especial frente a la aparición de la angustia, pues ella le dará las coordenadas de su ubicación en la escena del juego y la oportunidad del momento de la interpretación. Descubrir, en el trabajo con niños pequeños, cantidades insospechadas de angustia y culpa, es un descubrimiento lleno de consecuencias. Atenida al espíritu de la letra freudiana, no hay angustia sin superyó.

¿Y la culpa? Culpa persecutoria en el inicio. La pulsión de muerte inunda la escena, en lo que dio en llamarse ‘trauma del nacimiento’, la vivencia de aniquilamiento es excesiva, y Eros echa mano de una defensa extrema: la expulsión. El yo primitivo gana en alivio al casi vaciarse de Tánatos, pero paga su precio: el mundo, acabado de fundar por esa expulsión, será un mundo sádico y vengativo. ‘Seré atacado retaliativamente con las mismas armas que ataqué’.

Dije: ‘casi vaciado’, porque la expulsión (fallida, incompleta) deja un resto de pulsión de muerte laborando en el interior, amenazando desde adentro. Eros, en una movida más, rodea y liga ese resto ¿con qué? Con una imago privilegiada, padre y madre, mejor dicho pene y pecho en coito permanente: el superyó temprano.

Si Freud, con el ingreso de la sexualidad en la infancia termina con la ilusión del niño inocente, la descripción kleiniana de las batallas que atraviesa el niño pequeño en los comienzos, arrasa con la ilusión de la infancia feliz.

 

Volvamos a la inhibición. Que insista sobre éste tema no tiene solamente un interés cronológico (en tanto el primer interés de Melanie Klein): me propongo vincularlo a la cuestión de la fobia, con la que me tendré que encontrar tarde o temprano.

¿Por qué poner a dialogar el movimiento de la inhibición y el de la fobia? En Melanie Klein, creo, son dos operaciones que acotan sin mutilar, que dan borde a dos lugares solidarios: el yo, el mundo objetal.

Decíamos que entre "educación psicoanalítica" y "terapia psicoanalítica", el trabajo con Fritz – Eric abarca de 1919 a 1922. Llegada Klein a Berlín (1921) comienza el tratamiento de algunos pacientes. El más importante de ésta época, el más mencionado a lo largo de los años, es el de Félix (1921 – 1924) quién, salvo la aparición de un tic, no tenía síntomas, y sí varias inhibiciones (o sea, totalmente sintónico con los intereses teóricos de Melanie Klein).

Sobre éste análisis me voy a extender un poco porque ilustra muy bien cuál era su idea respecto de la evolución y de los puntos sobre los que el analista interviene.

Félix tenía trece años, poco sociable, fuerte rechazo hacia la escuela y consecuente bajo rendimiento a pesar de su inteligencia. Mostraba un interés intenso por la natación, la gimnasia y el fútbol. En el comienzo del trabajo analítico pudo verse que el problema escolar se centraba en la figura del maestro respecto del cual Félix desplegaba dos posiciones: 1). Ocupar su lugar en el estrado (rivalidad edípica) tramada en la fantasía de que el maestro se caía hacia atrás y perforaba el escritorio (escena primaria).

2). A través de la fantasía de matar a todos sus compañeros, quería estar cerca del maestro y ser su alumno favorito (posición homosexual).

Pero hete aquí que antes de perder su interés por la escuela a los once años Félix era un excelente alumno, sólo perturbado por una fuerte agitación física mientras estaba sentado trabajando. Al mismo tiempo, sentía rechazo y temor por las actividades físicas. Por entonces vuelve su padre de la guerra, interviene sobre los temores de su hijo burlándose y castigándolo, descubre que Félix se masturba y se lo prohibe. Félix se somete, vence el miedo a los deportes y renuncia a la masturbación. Melanie Klein se pregunta cómo se produce este "trueque de inhibiciones". Para que haya pasado del interés escolar al deportivo tiene que haber alguna equivalencia inconciente. Trabaja sobre el significado del fútbol y aparecen fantasías anales hostiles en relación a la madre y fantasías de coito por la entrada de la pelota en el arco. Pero entonces ¿de dónde provenía el rechazo anterior?. Melanie Klein es taxativa: todo rechazo encubre una inhibición, y toda inhibición un interés apasionado.

La torpeza y cobardía anteriores eran efectos de una inhibición precoz que aplastaba una afición inicial por el movimiento la cual, prematuramente reprimida, dejó como saldo esa agitación física durante la clase.

La actividad escolar en cambio, lejos en la cadena asociativa de la sexualidad, no había sido afectada. Entre los seis y los once años las pulsiones libidinales infiltran sin conflicto las actividades escolares consiguiendo su descarga placentera; la angustia se situaba en los ejercicios violentos. El regreso del padre altera ésta economía.

El trabajo analítico rebajó los montos de angustia en relación a la masturbación, Félix reconquista el contacto con su cuerpo y recupera el interés escolar (14 años). Pagó por esa mejoría con un tic que dramatizaba con sus movimientos la visión de la escena primaria. Al mismo tiempo comienza un interés creciente por la música en el que se descubre el mismo tema: la percepción auditiva de la escena primaria da origen a los tres año a un gusto intenso por el canto, reprimido a causa de una operación del pene.

A los 15 años vuelve a interesarse por la música, asiste a conciertos con la fantasía del director de orquesta como un padre tolerante que permite a sus hijos participar de la música.

La evolución del paciente, dirá Melanie Klein se relaciona con la transformación de las fantasías masturbatorias derivadas de la escena primaria las cuales gobiernan el conjunto de sus inhibiciones, síntomas, sublimaciones y relaciones de objeto.

 

Inhibición, sublimación, simbolización se articulan a esta altura de la obra de Melanie Klein (1923) de una manera ajustada, formando lo que Jean-Michel Petot llama sistema protokleiniano. No todo lo que aquí plantea se mantendrá tal cual en próximos desarrollos, pero esta articulación hace posible la intuición y luego la formalización de la técnica del juego que le permite avanzar a grandes pasos y reconocer, cada vez con mayor claridad, el lugar del sadismo en la constitución subjetiva.

Cuando la angustia se presenta en el análsis de un niño (y se presenta mucho, hay una facilitación del surgimiento de la angustia como efecto de la inmadurez yoica, Klein llega a decir que no se trata de que los niños no puedan hablar como los adultos porque les falten palabras: no pueden hablar porque la angustia se los impide) y la interpretación sobre las fantasías que la causan se produce, el montante de angustia aminora, la actividad inhibida se desarrolla y puede fijarse en una sublimación.

El análisis de Félix lleva a dar otra vuelta: toda inhibición supone un interés primitivo, el cual es una sublimación. Hay sublimación toda vez que una pulsión sexual halla satisfacción sustitutiva después de haber sido desplazada.

El recorrido de ese desplazamiento enhebra fantasías masturbatorias que son elaboraciones de un centro pulsante, que exige trabajo psíquico de descarga y de ligadura: la escena primaria. En Klein, el paso de lo ‘simbólico-sexual’ a lo yoico es una deriva ‘natural’, esperable, vitalizadora básicamente de la motricidad que abre al espacio y al desplazamiento en ese espacio y de la voz que abre a ejercicios vocales y al habla.

Repito: estas actividades (habla, motricidad) que permiten la descarga de la libido que las ha inflitrado por los senderos que marca la fantasía, se definen como sublimaciones primarias.

La teoría de la sublimación primaria explica, en éste momento de su obra, el proceso que hace posible la carga libidinal del mundo exterior. Las pulsiones sexuales no se separan nunca totalmente de las de autoconservación. Por el contrario, las pulsiones del yo que permiten una relación sensorio motriz con el mundo no tienen energía propia, las carga la energía libidinal, y es ésta la que dibuja con su interés el mundo del sujeto.

El desarrollo del sentido de la realidad, las funciones de percepción y juicio, van a depender entonces del transporte de energía libidinal desde la carga autoerótica primera de las zonas erógenas, seguida del desplazamiento libidinal por todo el cuerpo, homologando mitad inferior y mitad superior por identificación primaria, pasando a la carga de los ejercicios motrices y vocales, escurriéndose a lo largo de equivalencias entre las partes de su cuerpo y el cuerpo de la madre para arribar finalmente a los objetos del mundo. Mundo exterior y cuerpo se simbolizan recíprocamente.

En un tiempo mítico primero, la libido permanece estancada en el órgano que se jerarquiza, por esa carga, como zona erógena. Pero, para que un cuerpo advenga, cualquiera de sus partes deberá poder convertirse en zona erógena. O sea, la libido debe desplazarse erogenizando, por identificación, desde la parte inferior a la superior (un ojo debe poder ser un ano). De paso señalo lo que encontrarán al final del trabajo, cierta homologación en Klein de ‘salud mental’ y movimiento. La patología es siempre una falta de movimiento, una detención de la circulación de las cargas.

Y si la voz y el movimiento son las sublimaciones primarias (que nunca satisfacen completamente a la pulsión libidinal) ellas se encadenan en busca de nuevas sublimaciones, nuevos medios de satisfacción, formación de nuevos símbolos.

La primera sublimación secundaria es el juego que resulta de la combinación de las primarias. Quehacer aquél que permite una descarga libidinal, tiene una función adaptativa, es un medio excelente para la muliplicación de las sublimaciones y es un medio sensible a los efectos de la inhibición. Es el criterio diagnóstico por excelencia. Todo tratamiento psicoanalítico debe producir liberación del juego, es en él que se interpreta en tanto en él se entraman las fantasías, en él se realizan el trabajo sobre el síntoma y se restituyen las sublimaciones.

 

Decía más arriba que la articulación inhibición – sublimación – simbolización hace posible la construcción de esa herramienta privilegiada, la técnica del juego, la cual permite avanzar en el análisis de niños pequeños y constatar la presencia permanente del sadismo como origen de la angustia de la ley del Talión como lógica de lo inconciente y de la figura de un super yo precoz que exige un trabajo yoico permanente en tanto el efecto de la acción del msuperyó sobre el yo temprano es la angustia. El yo, sede de Eros, opera sobre la angustia que lo asedia para mantenerla en niveles tolerables.

Queda atrás la libido promotora del desarrollo. Se convertirá en una fuerza que atenúa, que llega tarde y poco a los movimientos y a los efectos de la pulsión de muerte.

Queda atrás una concepción de la angustia efecto de la represión de la libido para ser reemplazada por una angustia, efecto mortificante del super yo sobre un yo inmaduro.

Se conservan, en cambio, la teoría de la inhibición (aunque con signo cambiado: una actividad yoica es abandonada cuando queda marcada por fantasías retaliatorias), la teoría de la sublimación (al servicio de la reparación se mantiene, entonces, tributaria de Eros), la teoría del simbolismo (el instinto de destrucción se dirige contra el organismo. El yo incipiente lo percibe como angustia de aniquilamiento, el mecanismo de defensa es el de expulsión al exterior, los objetos externos se convierten en perseguidores lo cual determina un interés precoz por ellos. Son ahora cargadas con sadismo partes del cuerpo materno y esa geografía es puente a los objetos del mundo exterior).

Puede constatarse que el orden por el cual se posibilita para el sujeto el acceso a la realidad (vía simbólica), se conserva.

La teoría de la fantasía enriquecida por las escenas pregenitales sádicas, mantiene intacta la relación fantasía – pulsión.

Pasan a tener un valor de primer orden el juego, verdadero puente clínico entre la teoría libidinal y la tanática y el mecanismo de escisión, organizador temprano de la vida psíquica, con su variación estructurante, el clivaje y su variación patológica, la identificación proyectiva.

El impacto de Tánatos sobre el yo temprano pone en marcha la explusión de Tánatos. De su recorrido por el exterior trae un testimonio: el objeto malo, fruto del encuentro del sadismo con el mundo. Pero fruto también de un corte: el objeto malo queda separado del objeto bueno y eso ya es un orden para las experiencias del yo primitivo. Las buenas experiencias provienen del buen objeto; las malas, del malo. El yo msimo se cliva en función de ese mundo. La angustia es persecutoria, es decir, quedó situado el perseguidor. Esta es la escisión en su versión clivaje. Más adelante encontrarán la operatoria de la identificación proyectiva, versión fallida de la escisión.

 

Las construcciones teóricas de Melanie Klein previas a la postulación de la fase de acmé del sadismo, las construcciones protokleinianas se proponen resolver la elección del método de descarga de la angustia. Consideran tres tipos de evolución: la sublimación y la inhibición en el marco de la salud y el síntoma en el marco de la neurosis.

Habrá una sublimación exitosa de la libido si la carga ha podido desarrollarse, vertirse en las actividades del yo, diversificarse por la fantasías masturbatorias que tramitan la escena primaria, antes de que se produzca la represión, o sea, después del establecimiento de las sublimaciones primarias.

Y cuando la represión edípica se haga presente con su secuela de angustia, la ligadura de ésta con determinadas actividades asociadas a lo reprimido, las transoformará en displacenteras, forzando su abadono pero dejando intacta la arquitectura yoica.

Puede ocurrir, por el contrario, que la represión intervenga "demasiado pronto", antes del establecimiento de las sublimaciones primarias. No va a estar habilitada la descarga sublimatoria ni la propia de la inhibición. Nos hallamos ante el síntoma: la vía de descarga va a ser la inervación somática, puesto que nos hallamos en el tiempo de la identificación, que homologa las zonas del cuerpo y las zonas erógenas.

 

Con la construcción del universo sádico, el universo "malo", el super yo precoz, Melanie Klein tiene que resolver la tramitación de una angustia excesiva a cargo de un yo para el cual esta tarea esta fuera de su alcance. Eros pone a su alcance algunas operaciones radicales: expulsión, escisión, proyección, etc. que le permiten hacer con el sadismo y mientras hace, hacerse.

Si el sadismo deriva, si hay tiempo para que circule por los objetos que las fantasías enhebran, si el movimiento fóbico es eficaz en eso de huir del objeto persecutorio causal de angustia a otro que lo represente (cayendo el primero en lo inconciente) y produciendo un gaste de angustia en esa circulación, nos encontramos en camino hacia la aminoración del poder superyoico y hacia la reparación, el saber hacer con el objeto maltratado.

Pero si "demasiado pronto" la identificación primaria cae con todo su peso impidiendo la constitución del dos que hace falta para que uno represente al otro, si la identificación proyectiva hace estallar en miríadas la débil unidad yoica cuando el exceso de angustia no deja lugar para otra operación, las desparrama en los objetos con exigencia de no retorno (o sea impide toda introyección) disolviendo la diferencia yo - no yo, nos hallamos ante otro panorama. La angustia de aniquilamiento pide cesar y el único camino para esa urgencia es el estallido de la identificación proyectiva. Los fragmentos del yo (no el clivaje del yo: en bueno/malo, en consonancia con un mundo bueno/malo) quedan cautivos adentro de los objetos y la función yoica, cuasi vaciada, queda inmóvil en la vigilancia de sus pedazos.

La lógica retaliativa (que exige el movimiento fóbico, esto es, la huida de un objeto persecutorio a otro que lo represente; vale decir, el simbolismo está allí, haciendo caer en lo inconciente el objeto representado, y habrá entonces cadena, desplazamiento, creación de mundo por la paradójica vía de huir de lo peligroso) será impedida por la lógica de la envidia primaria.

La pulsión de muerte, expulsada a causa de la angustia de aniquilamiento que produjo en el yo temprano, hace su recorrido por el objeto y lo funda como malo. Lo que partió como cantdad pulsional regresa como sadismo. La expulsión, después de esa mítica primera vez se llamará proyección y, donde hay proyección hubo introyección: el círculo yo-mundo objetal queda establecido. Es el círculo malo, retaliativo, que acrecienta la angustia persecutoria produciendo un empuje a la identificación entre el objeto primigenio, pecho de la madre, y otro/s que produzcan la misma angustia. Sólo que nunca será la misma, sino que al volcarse de un objeto en otro, hay gaste. Así plantea Klein la salida del círculo malo y la entrada en el campo del duelo y la reparación.

En cambio, si frente a la angustia de aniquilamiento el yo temprano hace una opción extrema (por una debilidad yoica constitucional, por un quantum excesivo de la pulsión de muerte, por la no instalación de un pecho presádico que funciona como imán unificador, dirá Melanie Klein en distintos momentos de su obra) y apela a una alienación, a un vaciamiento de sí, de modo que cada pedazo sufra menos, la diferencia yo-no yo desaparece, la identificación impide todo deslizamiento, simbolización. Ahora ya no hay angustia, pero sin ella se renuncia a la constitución del yo y del mundo. Allí estaba Dick.

 

Quise mostrar que la inhibición (abandonando funciones que no dejan al yo sin arquitectura) y el movimiento fóbico (abandonando un objeto tras otro en su camino sin dejar al mundo sin estructura) son las respuestas de Klein a su primer ideal de un yo "todo" yendo a un mundo "todo". La angustia circula y recorta, traza caminos en el mundo y deja cicactrices en el yo. Pero el movimiento se sostiene.

Notas

1 Y ésto no solo con el analista de niños: su teoría de las posiciones marca una clínica de la posición del analista como objeto de qué angustia.

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