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Número 10 - Noviembre 2008
¿Porque no te callas?
Enrique Tenenbaum

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En más de una ocasión las conductas de los niños, sus interrupciones en las conversaciones de los grandes, sus preguntas inoportunas, sus eventuales exabruptos, sus inocentes reproducciones de palabras oídas y sólo más tarde entendidas, generan en los adultos a cargo, en general los padres, la tan desquiciada y repetida frase, que es tan interrogativa como imperativa: ¿¡Por qué no te callas!?

Recientemente, en la Cumbre Iberoamericana realizada en Chile –escribo estas líneas en Buenos Aires, en los primeros días de diciembre de 2007- mientras estaba en uso de la palabra el Presidente español Zapatero, su par venezolano Chávez no cesaba de interrumpir su discurso, generando una tensa escena que iba subiendo progresivamente de tono, incomodando no sólo a los ilustres visitantes de la Madre Patria, sino a buena parte de la concurrencia; hasta que intervino el Rey de España, profiriendo esa misma, idéntica frase: "¡¿Por qué no te callas?!"

La Cumbre será recordada más por ese cuadro de sainete que por el resultado político. En efecto, en los días sucesivos los diarios de todo el planeta reproducían de modo más serio o más jocoso el exabrupto real en respuesta a la conducta díscola del bolivariano hoy más famoso. En uno de esos periódicos se sucedieron diversos chistes gráficos aludiendo a tal suceso. Esos chistes no cesaron de repetirse, sin configurar por ello mismo -sin embargo- ninguna serie, es decir: cada chiste se ofrecía a la lectura en forma individual.

Los expertos en humor gráfico debatirán acerca de si debería llamarse o no viñeta a cada una de esas expresiones, ya que el término, que proviene del francés vignette –pequeña ilustración en forma de hoja de viña- alude también en su uso actual a una serie, a un conjunto de cuadros que se suceden en el relato de una secuencia gráfica llamada historieta. Volveremos enseguida a esa disección erudita. Mientras tanto, examinemos una posible interpretación del suceso acecido en la Cumbre.

Una fácil aunque inútil lectura, aplicación económica de los contenidos psicológicos que algunos consideran provenientes del psicoanálisis, permitirá sugerir que el Presidente ha fallado en tanto expresión de autoridad en el uso de la palabra, que el mandatario revolucionario se ha puesto revoltoso provocando así la respuesta real en una instancia superior que –sin dudas- puso coto a la triste escena. Apliquemos banalmente la teoría y sostengamos que el padre –Zapatero- falla en su función frente al hijo –Chávez- que lo interpela sin miramientos por la investidura, y que el Otro –el Rey- se erige como garante de que vaya cada cual a ocupar su lugar en el asunto, reprimiendo el exceso infantil y salvaguardando la figura paterna, aun –y justamente por eso- en su insuficiencia.

Pero no avanzaremos por este camino. Me interesa, más bien, subrayar que la respuesta fuera de quicio –y de protocolo- propia del adusto adulto a quien el control se le va de las manos, tiene menos efectos sobre el supuesto orden simbólico que sobre lo que había que acallar allí: los argumentos del hijo díscolo, los cuales, como se ve, han caído en el olvido; incluso para Chávez, quien no ha reclamado tanto por el lugar que se le ha dado a sus palabras sino por la falta de una disculpa por parte del Rey. Las tintas se han cargado sobre el hecho menos importante. El Rey ha logrado su cometido. La viñeta lo prosigue.

La viñeta, en ese afán por caricaturizar un rasgo relevante del suceso antes que subrayar lo que se hallaba en juego, transmite el instante de exceso; ilustra en este caso el momento cómico que tiene lugar por la introducción de una palabra –no cualquiera, no dicha por cualquiera- que reduce la tensión creciente bajo la figura de hacer caer como por una zancadilla la potencia de la palabra del interpelador. Lo cómico resulta de la eficacia de la zancadilla: el díscolo ya no podrá hablar, sino en todo caso dejar de callarse, desafiando la autoridad real. Efectivamente: días más tarde Chávez habría de aclarar –como si hiciera falta- que el Rey lo es de los españoles pero no de los venezolanos.

Volvamos entonces a lo que nos importa del asunto, que es el recurso a la viñeta, término hoy tan proliferante en la renovada jerga de los psicoanalistas. No hay reunión de analistas que se precie de serlo en la que no se haga mención a una viñeta clínica: se promociona el recurso a ella, se aplaude cuando se la obtiene, se escuchan críticas cuando no se la ofrece. La viñeta se ha convertido en el signo de una posición enunciativa valiente, arriesgada, en la que la teoría no operaría como velo a la castración sino que el testimonio parcial de un fragmento de la práctica así considerado –por la viñeta- sería garantía de un adecuado posicionamiento en la dirección de la cura. Políticamente correcto…

No voy ahora a hacer pesar la cuestión poniendo en entredicho la significación habitual que se da al término "clínica", lo que daría lugar a más de una precisión. Me centraré hoy en la bienaventurada "viñeta".

La crítica del término no será por cuanto provenga de otro discurso, me refiero al discurso gráfico restringido a la historieta. Pondré el acento en que la viñeta tiene un carácter ilustrativo. Se trate de un adorno indicativo de determinadas zonas del escrito, se trate de un dibujo o estampa que se pone al principio o al final de un texto, o en el mejor de los casos se trate de la secuencia gráfica llamada historieta, en todos los casos se trata de una ilustración. A propósito, el término técnico se refiere -de la ilustración- al marco, al recuadro de cada una de las escenas que conforman la secuencia de la historieta.

Advertidos entonces del carácter ilustrativo originario de la viñeta, la importación a nuestro discurso podría hacer caer dicho valor y remitir simplemente al carácter fragmentario de una secuencia en la práctica clínica. Pues bien, aunque no sea el caso de los encuentros de analistas a los que he asistido últimamente, acordemos en esta posibilidad.

Pero entonces, si la viñeta no presenta esa faz ilustrativa de un fragmento en la secuencia de una cura, ¿a qué promocionarla tanto? ¿Qué se festeja cuando se la obtiene, qué se añora cuando no es ofrecida?

Mamá, ¿tú también tienes un Wiwimacher?

Imaginemos ahora que la viñeta enmarca la escena en la que un niño interpela a su madre preguntando si ella también tiene pito –así se le dice en estas tierras al Wiwimacher- y que la madre responde "Si, naturalmente". Bastaría esa pequeña delicia clínica que Freud nos ofrece al principio del historial del pequeño Hans para interrogarnos sobre una cantidad de cuestiones.

En principio me pregunto si esa escena constituiría, si o no, una viñeta clínica, y si así fuera, qué es lo que ofrece a la transmisión. En principio, en mi experiencia en escuchar los relatos de los niños cuando han dejado de serlo –no escucho sino a grandulones que habrán sido niños alguna vez- no suelo encontrarme con la honestidad que la madre del pequeño Hans ha tenido, según la cuidadosa versión que su marido le brindara a nuestro maestro Freud. Digo que en general las mujeres que tienen hijos no suelen confesarles tan abiertamente su posición subjetiva -tan trabajosamente conseguida- frente a la castración. Que una mujer afirme que tiene pito, ¿será una afirmación de historieta o una respuesta a ser tomada como cosa seria?

Claro, no se trata de verificar en la realidad objetiva –la Wircklichkeit freudiana- si la percepción del niño que se forja con los dichos de los padres –fuentes de toda fe- coincide con lo que declar a la respuesta materna, y entonces el pequeño investigador afirmará simplemente, al ver el genital de la hermanita "… ya le crecerá…", sino que lo que opera es la realidad psíquica, la Realitat, construida de tal modo que la pregunta no admite otra respuesta que la que la madre le brinda, porque esa pregunta está construida sobre las excrecencias de significantes que se ordenan según el mundo edípico materno. En la realidad que nos importa la respuesta de la madre es absolutamente verdadera, nada la desmiente, no hay evidencia que la refute, ya que el par pregunta – respuesta está construido sobre una premisa universal: todo ser animado está provisto del órgano sexual, el pene, órgano único.

Sólo en ese sentido podría afirmarse, con Freud, que el pequeño Hans padecía de fijaciones homosexuales: no hay sino un sexo –entiéndase bien que se trata de un ingenioso oxímoron: si hay sólo uno, entonces no se puede estrictamente hablar de sexo, sino en todo caso de órgano genital.

Diremos entonces, que si el par pregunta - respuesta que encerraríamos en el cuadro de una única viñeta, la que resuma el historial freudiano, reclama una lectura que dé cuenta de la transmisión que dicha viñeta opera, esta es la que produce Lacan con su fórmula Vx ÿx.

Quiero afirmar, enfáticamente, que una vez que se produce la escritura de la lógica de la posición sexuada infantil, sostenida por la primacía del falo como premisa universal, la anécdota que se enmarca en las palabras proferidas por el joven investigador no tiene el mismo lugar que tenía antes de precipitar su escritura. Quiero decir, enfáticamente, que cuando se produce la escritura de la lógica del evento clínico, las palabras dichas ceden su lugar, cesan en su función en el campo del lenguaje, y no es legítimo reinterrogarlas ya más.

¿O no es acaso penoso asistir a aquellos encuentros de analistas en los que quien presenta un fragmento de su práctica resulta interrogado más por lo que no ha puesto en circulación en su texto o en sus dichos que por lo que sí intenta hacer pasar en tanto escritura? Si Lacan se ha tomado el trabajo de construir su grafo a lo largo de dos años de seminario, ¿es acaso para que sigamos interrogando –y poniendo en cuestión- los textos de los analistas a los que recurrió para producir esa escritura? Entiendo que de lo que se trata es de decir la escritura, de tomarla de soporte para el decir y así hacer pasar un fragmento de dificultad, de poner a trabajar un problema local de estructura.

No nos importa si el pequeño Hans ha formulado la pregunta de cual o de tal manera, con tales o cuales palabras: una vez que la escritura que sus dichos ha generado está convenientemente establecida, los dichos caen en cuanto al valor de engendrar significado. La pregunta que se formula aquí es sobre la relación que habría entre la palabra de los analizantes y la escritura de los analistas. No hay relación entre lo que enseñamos a leer y lo que de eso podemos escribir, nos enseña Lacan.

Es en este sentido que todo caso es un caso perdido: en la medida en que hacemos pasar del caso lo que por nuestro decir pueda cernirse, no habrá relación entre lo que escribimos o decimos y lo que fue leído en lo que se escuchó en transferencia en las sesiones1.

Perdido el caso queda la escritura. Y a esa escritura se la puede interrogar. Que un nuevo caso sea ocasión de reinterrogar la escritura establecida no autoriza la dirección opuesta, no es legítimo interrogar un nuevo caso con las escrituras habidas. No hacemos aplicación de las escrituras, sino lectura.

Precisamente por cuanto si la escritura mienta algo del Real de la clínica en tanto lo que no cesa de no escribirse, es en el pasaje a las letras que algo ha cesado, que algo se ha perdido, se ha perdido el espejismo de una relación de aplicación biyectiva entre lo que se dice y lo que se escucha. Lo que pretendemos escribir no es traducción: no se trata de escribir de otro modo las palabras dichas en transferencia –de ahí que no tomamos notas en sesión, no grabamos, no hacemos museo ni transformamos en tesoro las palabras dichas. ¿Para qué, entonces, intentar reproducirlas en público?

En esta perspectiva, ¿qué lugar tendrían las llamadas viñetas?

 

Mamá, ¿existen los niños?

Me voy a referir ahora al Apéndice del Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Son tres breves párrafos, todos ellos ricos en enseñanza. En el primero Freud anuncia que se le presentó un joven declarando ser aquel pequeño Hans de quien él había descripto su fobia trece años antes, es decir: un muchacho de diecinueve años. Freud se muestra satisfecho por la visita, y manifiesta con agrado que ninguno de los temores que la indignación pública había predicho por la publicación del primer análisis de un niño se había cumplido. Se le reprochaba por entonces a Freud haber despojado de la inocencia a una criatura y hacerlo víctima de un psicoanálisis.

Estrictamente tales reproches, que se correspondían con la hipocresía victoriana a la que Freud habría enfrentado con descaro, daban cuenta de una afirmación irrebatible: existen las criaturas inocentes, por lo tanto no existen los niños. Los "niños" a los que Freud se refería, esos perversos polimorfos, de ningún modo expresaban el común de los amatambrados angelitos de la burguesía vienesa.

Sin embargo, a poco que nos rasquemos el prurito causado por esa irritante posición, cabrá preguntarnos, con más seriedad, si -en efecto- existen los niños. Si existen, digamos así, en otra instancia que en el relato que los adultos hacen de ellos, de ellos mismos cuando "eran" niños, o de otros que "son actualmente, y evidentemente" niños.

He aquí una cuestión que se bifurca en dos direcciones: la amnesia infantil y la nominación por parte del analista –me refiero a eso de "analista de niños".

Pero antes de abordar esos caminos, lo que quedará para otra oportunidad, notemos que Hans –ya sin el diminutivo- es un apuesto muchacho, que no sufría de trastornos ni inhibiciones de ningún género, según nos tranquiliza Freud. En cambio sus padres, ellos no habían resistido la vida juntos, y cada cual había emprendido la aventura de nuevas nupcias. Claro que no en la orientación en la que el entonces pequeño Hans lo había propuesto, es decir que cada varón se quedara con su respectiva madre: él con la suya provista del preciado Wiwimacher, ganándole imaginariamente al padre quien se quedaría con la depreciada, por vieja, abuela de Hans.

Pero el joven no recordaba nada de lo que Freud expresara en su libro. Para Freud esa revelación resultó "especialmente singular", a tal punto que no se atrevía a "arriesgar explicación alguna". Es más, aun: cuando Hans leyó el historial éste le había resultado totalmente ajeno, no reconoció ni recordó nada de lo que leía. Sólo "alboreó" en su memoria la "sospecha" – notemos los términos que Freud desliza, todos entre alfileres, como se dice- de que aquel niño pudiera ser él.

Freud no cuenta esta revelación sin aportar su desbroce en el asunto: algo parecido sucede, nos dice, cuando luego de un sueño el analizante lo analiza, vuelve a dormir, y al despertar ha olvidado tanto el sueño como el análisis. De este modo, quedan en relación la amnesia infantil, el olvido por represión, y –especialmente- lo analizado. No se inclina –aunque advertía que no arriesgaría explicación alguna- por la amnesia infantil, sino que se pronuncia por el destino de lo analizado. Lo convenientemente2 analizado se olvida.

Si esta brecha ha de proseguirse, ¿qué podríamos esperar de los relatos de los que habiendo sido analizantes pretenden dar cuenta de lo que fue su análisis en sus puntos culminantes?

 

Eppur si muove

Y, sin embargo, no cesamos de hacer referencia en el hablar ante otros, analistas supuestos, a racimos de palabras que recibimos de nuestros analizantes, a movimientos transferenciales que exigen exutorio , a dificultades acotadas en la dirección de la cura. Habrá en eso, ¿quien lo duda?, una cuestión de necesidad.

Pero, si no se trata de una necesidad individual –por lo tanto no teorizable sino ofrecida en tanto demanda a una transferencia, aunque sea equívoca por la escena en la que se efectúa-, si no se trata de seleccionar y recuadrar una secuencia de un análisis que permita ilustrar un segmento de dificultad en la práctica clínica, si tampoco se trata de testimoniar lo que del análisis llamado personal sólo podría retornar en las formas que Freud nos enseñó, claramente inesperadas y por tanto no anticipables de las formaciones de l´inconsciente, ¿qué lugar damos al llamado "relato clínico"?

Es evidente que no estamos frente al asunto en la posición de Freud ni en la de Lacan, no tenemos que tomarnos el trabajo de difundir el descubrimiento ni hacer pasar la experiencia ni asegurar la persistencia del campo ni producir su escritura. Eso ya marcha…

Ofrezco, en cambio, una hipótesis: la necesidad de hacer pasar al campo del Otro, sostenido por los supuestos analistas a los que se dirige el que habla, concierne a hacer pasar lo no analizado. Pero no –o no sólo- lo no analizado de cada cual o de cada análisis al que se hace mención, sino en tanto que consideramos aquello que señalara Lacan acerca de que ningún análisis podrá ir más allá de donde el psicoanálisis ha llegado.

En este sentido, si algún lugar tendrá el "hablar de los pacientes"3 -en otro ámbito que el de la llamada supervisión-, será el de servir de soporte para hacer pasar una cuestión fragmentaria, local, que no ha sido aun, para quien habla, engarzada en la formalización escritural de la que dispone.

Que eso se logre, ese engarce, en la contingencia de la lectura de los que oyen, no está, por supuesto, asegurado de antemano, ni tampoco se espera que el que habla reciba una confirmación al modo de un reconocimiento. Se espera, en el mejor de los casos, que eso pase. Es decir: que sea relanzado por otros en otras instancias, para que siga pasando.

Notas

1 A menos que a esa relación que no hay la hagamos existir llamándola "analista" o "deseo de analista.

2 Si se me permite la redundancia: en verdad sólo hay lo analizado.

3 Práctica que Lacan no alentó ni llevó adelante salvo en contadas ocasiones.

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