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Número 10 - Noviembre 2008
Juanito y el autismo
Juan Carlos Volnovich

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Los niños psicóticos, pero sobre todo aquellos diagnosticados como autistas, se postulan como disparadores, desafío para pensar la infancia en general. Son niños y niñas que se resisten a los dispositivos de captura con que la familia burguesa (tal cual se anunció en el siglo XVIII y se pronunció en el siglo XIX), las instituciones pedagógicas y las instituciones asistenciales pretenden humanizarlos. Con su "enfermedad" esos niños aseguran el fracaso de los dispositivos de captura: dispositivos terapéuticos que triunfan cuando fracasan. Y, cuando fracasan, triunfan. Quiero decir, los niños que fueron autistas y que por obra y gracia del psicoanálisis se han "curado", nada recuerdan de su autismo. Nada pueden decirnos de ese otro mundo. Si la verdad que poseen está en el cuerpo y es, ante todo, una verdad sin lenguaje, no es absurdo aceptar ese silencio. Son niños que han llevado a su extremo el enigma que la infancia integrada sostiene. Efectivamente: todo el saber científico y todo el saber mítico acerca del vínculo maternofilial estalla frente a un niño autista. El enorme poder del psicoanálisis y de los laboratorios biotecnológicos caduca frente a estos niños vacíos a los que nada ni nadie puede expropiar porqué son "cuerpos sin órganos" 1. No obstante, una multitud de especialistas y un enorme número de instituciones les siguen dedicando sus mejores esfuerzos.

A partir de Deleuze y Guattari, por el camino abierto con El Antiedipo 2, Fernand Deligny 3 intentó "capturar" a los autistas con mutismo por fuera de las instituciones, comenzó por abjurar de todo proyecto destinado a educarlos; comenzó por renunciar a cualquier deseo de adaptarlos o de curarlos, y solo aceptó vivir con ellos acompañándolos en su deriva. El término es feliz.

"Deriva, la palabra me vino de pronto a la cabeza...habla de una manera de avanzar, de caminar, de la rapidez adquirida. Deriva: palabra que habla de marcha, de mar, de animal". 4

En realidad Deligny habla de erre que, en francés, alude al mismo tiempo a la marcha de un barco, a la dirección de un desplazamiento, a una huella, marca, pista o rastro de un devenir. Deriva es, sin duda, en castellano, más adecuada que errancia y más próxima al sentido del drift inglés 5. Para Deligny, esa deriva de los autistas es exterior a cualquier conformación edípica. Y en ese sentido descoloca a los psicoanalistas que vanamente intentan, afirmados en un modelo familiarista, conservar el monopolio sobre la infancia. Esa deriva, ese vagabundeo, ese tránsito de los autistas se vuelve inaprehensible porqué se produce en un espacio que, por estar fuera de todo, no tiene lugar en la estructura.

Siguiendo este mismo hilo conductor René Schérer y Guy Hocquenhem 6 recuerdan el límite con el que el propio Freud se enfrenta al suponer que Juanito, ese lascivo niño burgués, no puede subirse desnudo a un carromato sin correr el riesgo de convertirse en un "golfillo".

«22 de abril. Juanito ha vuelto a imaginar algo esta mañana: 'Un golfillo se ha subido en la vagoneta y el vigilante ha venido y le ha desnudado del todo, dejándole allí hasta por la mañana. Y por la mañana el golfillo ha dado al vigilante 50.000 florines para que le deje ir en la vagoneta'. (La línea del ferrocarril del Norte pasa por delante de nuestra casa. En una vía auxiliar hay una vagoneta, en la cual Juanito vio una vez pasearse a un golfillo. Me comunicó su deseo de hacer lo mismo y yo le dije que estaba prohibido, y que si se subía en la vagoneta, le cogería el vigilante. Un segundo elemento de la fantasía es el deseo reprimido de desnudez»). Observamos hace ya algún tiempo que la fantasía de Juanito crea bajo el signo de los transportes y progresa consecuentemente desde el caballo de tiro al ferrocarril. A toda fobia a las calles se agrega así, siempre con el tiempo, la fobia al ferrocarril." 7

Juanito no es autista, ni mucho menos psicótico, pero habla de su devenir. Juanito reivindica la desnudez, alude a los medios de transporte que le permitirían desplazarse, a la fobia que se lo impide, al dinero que hay que darle al vigilante -los 50.000 florines- para comprar su libertad. Sorprende como Freud le atribuye un "deseo reprimido de desnudez" allí donde Juanito lo evidencia explícitamente. ¿Por qué dice Freud "deseo reprimido de desnudez" si acaba de apelar a él con claro desenfado? Además, ni Freud ni el padre le prestan atención alguna a los 50.000 florines con los que Juanito -ese "atorrante"- pretende sobornar al represor para que lo deje ir. Si nos atenemos al texto, mediante esos 50.000 florines, Juanito piensa comprar su libertad o, lo que es lo mismo, pagar la deuda que lo esclaviza. El niño que paga es, aquí, el analizador que denuncia el interés que le dedica el adulto y delata la hipocresía que le demuestran los mayores al suministrarle atenciones "por su propio bien". Juanito no es autista, ni mucho menos psicótico. Es, si acaso, un pibe fóbico y…"comprador" . Tal parece decir: "si me quieren, cómprenme". Es ahí donde reside el abismo que lo separa de los niños autistas. Los niños autistas son incomprables.

Si los niños psicóticos se postulan como desafío para pensar la infancia en general es por que el inaprensible devenir de los autistas descoloca a los adultos al postularse como hipóstasis de un rasgo caricaturizado, exagerado y condensado de la infancia "normal". Aquel que supone a los niños, desde su origen, a partir del nacimiento, como seres potencialmente destinados a vagar, a abandonar, a desafiar a la cultura humanitaria que les impone obediencia. Esta afirmación pone en crisis el supuesto de que es la familia la que produce niños y es el psicoanálisis convencional el que puede explicar, en base a la dialéctica del amor y del odio, fundándose en la aceptación o el rechazo, el desenlace que pondrá a un niño "normal", o a uno "anormal", en este mundo. Lo que esta particular manera de abordar a los autistas cuestiona es, nada más ni nada menos que el modo de abordar a la infancia integrada. Así, los adultos compartimos el mismo abismo frente a un mismo interrogante ¿de donde vienen los niños? se preguntan, nos preguntamos. La respuesta hasta ahora balbuceada se organiza apelando al saber acerca de la construcción subjetiva (el deseo de la madre, la interdicción del padre) pero caduca frente a aquella que Freud le atribuye a los niños a propósito del nacimiento de un nuevo hermanito o hermanita: ¿de donde viene este niño perturbador?

En efecto: ¿De donde viene este niño perturbador? ¿De donde viene ese niño que por autista nos perturba?

Tal vez la pregunta esté mal formulada y haríamos mejor las cosas si pudiéramos reemplazarla por alguna otra al estilo de ¿A donde van? ¿Cuál es su devenir  ¿En qué cuestionan nuestra particular manera de ser -o estar- humanos? ¿Frente a qué humanidad se rebelan?

Es la naturalidad con la que se acepta a la familia como nido productor de niños la que queda así puesta en suspenso. Lo que el autismo cuestiona es la posición moralizante apoyada en el inapelable amor filial cuya deconstrucción comenzó en la década del ’70 con El Antiedipo y continuo en la década del ’80 con ¿Existe el amor maternal ? 8. Ésto es, la duda acerca de si no hay amor más abnegado que el amor de una madre por su cría, si no hay amor más libre de ambivalencia que el de una madre por su hijo varón, si no hay quién mejor proteja a un niño que la madre y el padre. Antes que desmentirla, los odios, los rechazos, la voracidad que funciona como par antitético, corrobora la teoría y consagra la unidad de la santísima trinidad : madre, padre, hijo. Para el psicoanálisis la interpretación de lo que pasa en el interior de esta estructura es siempre la clave de todo. Lo que se produce más allá del borde, lo que irrumpe desde el exterior, es siempre ajeno y secundario. Pues bien, el autismo circula por allí. Transita por fuera de la cápsula y por lo tanto impugna la certeza de que entre los seres humanos no existe la intención lisa y llana de exterminar a los niños. De reconocerse, este rechazo se inscribe sobre la base de un amor originario que ha sido desviado, pervertido o frustrado. Al construir la infancia como resultado del deseo de una mujer y de un hombre, al sostener al niño en el lugar simbólico de falo inaccesible, la pareja queda entrampada en el dilema de aferrarse o desembarazarse de él. Abandonarlo o domesticarlo. Cambiar estos postulados, suprimir esta convicción, superar esta certeza, supone que la pareja parental no es el medio natural en el que el niño se despliega y, por lo tanto,

"el rechazo y el abandono dejan de constituir un problema. Tanto para el niño como para la pareja". 9

¿Acaso solo los padres desnaturalizados producen autistas, hijos inhumanos? ¿Acaso los padres amorosos garantizan niños felices y adaptados? Tal vez habría que plantearse si el amor de una madre por su hijo no resulta soportable debido a que, en la mayoría de los casos, la pesada carga financiera y afectiva de criar a un hijo, no recae sobre otros. Cuando surge el psicoanálisis, en tiempos de Freud, esos "otros" eran las "criadas" , las sirvientas a las que un moralismo ciego condenó como adultas seductoras. Ellas servían para que las madres se vieran aliviadas de la abrumadora tarea que la crianza de un niño supone. Pero no solo las criadas que solo conciernen a la familia burguesa, sino que todo el ejército de abuelas y tías, amigas de familia, comadres y vecinas conformaron ese contexto natural destinado a anidar a la infancia y a atenuar los tres sentimientos fundamentales que en la proximidad con el cuerpo de un niño hacen erupción. A saber: el asco, la impaciencia y la vergüenza. El asco ante los excrementos, la impaciencia frente a la agresión y la inquietud del niño, la vergüenza ante los deseos incestuosos que el cuerpo del niño suscita.

Para F. Deligny esa lógica roussoniana fracasó, también, porqué marcó mucho más la servidumbre que la liberación de la infancia. Para F. Deligny, el logro de ciertas autonomías infantiles basadas en supuestas instituciones democráticas, no ha logrado cambiar, más que cosméticamente, la expropiación de la que son objeto los niños.

"Ahí está la paradoja ; si observan ustedes con detenimiento Summerhill, encontrarán a Makarenko (el educador stalinista en todo su esplendor), la Asamblea General, el derecho a la palabra ; los niños, la gente, atrapados en las responsabilidades de la Asamblea General. Todo está lleno de directores, es la palabra la que dirije. Hay que verlo funcionar de cerca. Distribución de las funciones hasta...la palabra obligatoria. Como alternativa al derecho a la palabra, yo inscribo el derecho a cerrar la boca". 10

Pues bien: a su pesar, los autistas reivindican el derecho a cerrar la boca. Hacen virtud de su mutismo. Y lo que Deligny reclama es el respeto hacia esos niños que no pueden hacer valer su autonomía porque no tienen palabras para eso. No hay razón para confundir la libertad con la autonomía ni, mucho menos, para reemplazar la expropiación del deseo por el deseo mismo pero nada nos impide aceptar que en el devenir discontinuo del autista, en sus respuestas ilógicas, en sus inconsecuencias, en sus estereotipos, se juegue algo del poder. Contrapoder del autista, desplegado para vencer el poder de una cultura que no cesa en sus intentos por controlar un desarrollo que pretende consagrarlo, al final, como adulto responsable. Pero no solo la teleológica adultez de la que el niño es solo eso -hombre en ciernes, anticipo de hombre- está puesta en dudas. Antes que la identidad de la infancia leída desde la forma adulta, lo que ésta concepción pone en crisis es la identidad del niño autista leída desde la infancia integrada.

Notas

1 Deleuze, G y Guattari, F : "Comment se faire un corps sans organes ?" Minuit, No10. París. 1974.

2 Deleuze, G y Guattari, F : El Antiedipo. Capitalismo y Esquizofrenia. Barral Editores. Barcelona, 1973.

3 Deligny, Fernand : Nous et l’innocent, Maspero, París, 1975.

4 Deligny, Fernand : Nous et l’innocent. Op.cit.

5 Por su parte Denisse Vasse lo incorpora para aludir a esa particular experiencia en la que el analista acompaña trasferencialmente el flujo inconsciente. Y Julia kristeva, más textual, prefiere reemplazarlo por el de discurrir.

6 Scheéer, René y Hocquenghem, Guy: Album sistemático de la infancia. Ed. Amalgama. Barcelona, 1979.

7 Freud, S : Análisis de la fobia en un niño de cinco años. En Obras Completas. Biblioteca Nueva. Madrid . 1948.

8 Badinter,E ; Existe el amor maternal? Ed. Paidós-Pomaire. Barcelona, 1981.

9 Scheéer, René y Hocquenghem, Guy: op.cit.

10 Deligny, Fernand : Entrevista en Libération. 10 de Mayo del ’74.

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