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Número 11 - Agosto 2014
El truco y el psicoanálisis
María Alejandra López

EL TRUCO
                                            
JORGE LUIS BORGES

(EVARISTO CARRIEGO – 1930) –
Páginas Complementarias: II Del cuarto capítulo

Cuarenta naipes quieren desplazar la vida.  En las manos cruje el mazo nuevo o se traba el viejo: morondangas de cartón que se animarán, un as de espadas que será omnipotente como don Juan Manuel, caballitos panzones de donde copió los suyos Velázquez.  El tallador baraja esas pinturitas.  La cosa es fácil de decir  y aún de hacer, pero lo mágico y desaforado del juego –del hecho de jugar –despunta en la acción.   Cuarenta es el número de los naipes y 1 por 2 por 3 por 4… por 40, el de maneras en que pueden salir.  Es una cifra delicadamente puntual en su enormidad, con inmediato predecesor y único sucesor, pero no escrita nunca.   Es una remota cifra de vértigo que parece disolver en su muchedumbre a los que barajan.   Así desde el principio, el central misterio del juego se ve adornado con otro misterio, el de que haya números.   Sobre la mesa, desmantelada para que resbalen las cartas, esperan los garbanzos en su montón, aritmetizados también.    La trucada se arma; los jugadores, acriollados de golpe, se aligeran del yo habitual.  Un yo distinto, un yo casi antepasado y vernáculo, enreda los proyectos del juego.   El idioma es otro de golpe.  Prohibiciones tiránicas, posibilidades e imposibilidades astutas, gravitan sobre todo decir.  Mencionar flor sin tener tres cartas del mismo palo, es hecho delictuoso y punible, pero si uno ya dijo envido, no importa.  Mencionar uno de los lances del truco es empeñarse en él: obligación que sigue desdoblando en eufemismos a cada término.  Quiebro vale por quiero, envite por envido, una olorosa o una jardinera por flor.  Muy bien suele retumbar en boca de los que pierden este sentención de caudillo de atrio: A ley de juego, todo está dicho: falta envido y truco, y si hay flor, ¡contraflor al resto!  El diálogo se entusiasma hasta el verso,  más de una vez.  El truco sabe de recetas de aguante para los perdedores; versos para la exultación.  El truco es memorioso como una flecha.  Milongas de fogón y de pulpería, jaranas de velorio, bravatas del roquismo y tejedorismo, zafadurías de la casa de Junín y de su madrastra del Temple, son del comercio humano por él.   El truco es buen cantor, máxime cuando gana o finge ganar: canta en la punta de las calles de nochecita, desde los almacenes con luz.

La habitualidad del truco es mentir.  La manera de su engaño no es la del póker: mera desanimación o  desabrimiento de no fluctuar, y de poner a riesgo un alto de fichas cada tantas jugadas; es acción de voz mentirosa, de rostro que se juzga semblanteando y que se defiende, de tramposa y desatinada palabrería.   Una potenciación del engaño ocurre en el truco: ese jugador rezongón que ha tirado sus cartas sobre la mesa, puede ser ocultador de un buen juego (astucia elemental) o tal vez nos está mintiendo con la verdad para que descreamos de ella (astucia al cuadrado).  Cómodo en el tiempo y conservador está el juego criollo, pero su cachaza es de picardía.  Es una superposición de caretas, y su espíritu es el de los baratijeros Mosche y Daniel que en mitad de la gran llanura de Rusia se saludaron.
-¿A dónde vas, Daniel? –dijo el uno.
-A Sebastopol  -dijo el otro.
Entonces, Mosche lo miró fijo y dictaminó:
 -Mientes, Daniel.  Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Nijni- Novgórod, pero lo cierto es que vas realmente a Sebastopol.  ¡Mientes, Daniel!

Considero los jugadores de truco.  Están como escondidos en el juego criollo del diálogo; quieren espantar a gritos la vida.  Cuarenta naipes –amuletos de  de cartón pintado, mitología barata, exorcismos- les bastan para conjugar el vivir común.  Juegan de espaldas a las transitadas horas del mundo.  La pública y urgente realidad en que estamos todos, linda con su reunión y no pasa: el recinto de su mesa es otro país.  Lo pueblan el envido y el quiero, la olorosa cruzada y la inesperabilidad de su don, el ávido folletín de cada partida, el 7 de oros tintineando esperanza y otras bagatelas del repertorio.   Los truqueros viven ese alucinado mundito.  Lo fomentan con dicharachos criollos que no se apuran, lo cuidan como a un fuego.  Es un mundo angosto, lo sé: fantasma de política de parroquia y de picardías, mundo inventado al fin por hechiceros de corralón y brujos de barrio, pero no por eso menos reemplazador de este mundo real y menos inventivo y diabólico en su ambición.
 
Pensar un argumento local como este del truco y no salirse de él o no ahondarlo –las dos figuras pueden simbolizar aquí un acto igual, tanta es su precisión- me parece una gravísima fruslería.   Yo deseo no olvidar aquí un pensamiento sobre la pobreza del truco.   Las diversas estadas de su polémica, sus vuelcos, sus corazonadas, sus cábalas, no pueden no volver.   Tienen con las experiencias que repetirse.  ¿Qué es el truco para un ejercitado en él, sino una costumbre?   Mírese también a lo rememorativo del juego, a su afición por fórmulas tradicionales.   Todo jugador, en verdad, no hace ya más que reincidir en bazas remotas.  Su juego es una repetición de juegos pasados, vale decir, de ratos de vivires pasados.    Generaciones ya invisibles de criollos están como enterradas vivas en él: son él, podemos afirmar sin metáfora.    Se trasluce que el tiempo es una ficción, por ese pensar.    Así, desde los laberintos de cartón pintado del truco, nos hemos acercado a la metafísica: única justificación y finalidad de todos los temas

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 El truco y el psicoanálisis.

Dentro de la constelación de azares y de destrezas que poblaron los ocios del hombre argentino, el viejo juego del truco se destaca como feliz heredero de los  añejos juegos españoles e hijo afortunado de nuestra plasticidad adaptadora.   Su nombre es de origen árabe (truk o truch), y los lingüistas creen que es el origen de la palabra truco, debido precisamente a los ardides que se emplean en este juego.
Así… desde los laberintos de cartón pintado del truco…trataré de acercarme a los laberintos del Psicoanálisis, más precisamente a lo que quiero llamar el “Juego del Psicoanálisis”.
“Cuarenta naipes quieren desplazar la vida”…con esta afirmación, Borges comienza su prosa,  ubicando al truco desde el principio… como  una  sustitución o metáfora de la vida. “morondangas de cartón que se animarán…”
 Propongo para referirme a las relaciones del Juego –en este caso del Truco- y el Psicoanálisis, arriesgar la siguiente afirmación: “No es una metáfora decir que el Psicoanálisis es un juego”.   Como corolario de esta afirmación podríamos decir  que el Psicoanálisis es “un tipo especial de juego en el hombre”.  Pero… ¿una práctica orientada a aliviar el sufrimiento humano, como esta del Psicoanálisis podría ser comparada a un juego? 

Intentaré parcialmente justificar la pertinencia de tal  afirmación, procurando extraer un “trozo de verdad” en la localización de la posición del analista, en tanto recae sobre él la responsabilidad de conducir y sostener, una práctica que siempre tiende a escabullirse en su dirección y sentido.

En el Seminario XI Lacan comienza planteando a la Transferencia desde lo que llama la presencia del analista, y nos advierte que de los cuatro conceptos fundamentales éste es el más vivo y candente  en la experiencia analítica, y que en el aporte que ha hecho cada analista sobre esta noción puede leerse su deseo en juego. 
Dice también: “Hay en la manifestación de la transferencia algo creador…  la transferencia aparece, hablando con propiedad, como una fuente de ficción.    En la transferencia, el sujeto fabrica, construye algo.   Y de ahí en más, no es posible, no integrar la función de la transferencia el término ficción”. (01/03/1961).

El truco es memorioso como una flecha…
 Es a  partir de la “regla fundamental”, que creamos un campo de ficción propiciatorio para poner en marcha esos mecanismos que Freud detalló en forma “regia” en el trabajo del sueño y en la técnica del chiste, y que se muestran también interviniendo en la producción de los síntomas.  

La cosa es fácil de decir y aún de hacer, pero lo mágico y desaforado del juego –del hecho de jugar –despunta en la acción.
Toda nuestra búsqueda está orientada en tratar de localizar cuáles son esas “consecuencias” originadas en un juego al que el analizante llega “apremiado” por su sufrimiento y del que el analista crea las condiciones necesarias para, en el momento oportuno, decidir darlo por comenzado.
Dadas esas condiciones, el inconsciente aparece entonces, como un saber del cual el sujeto nada sabe y del que el analista es también sorprendido cuando, como por descuido o error, alguna verdad irrumpe novedosamente en el análisis, cuestionando y reestructurando el saber hasta ese momento acumulado.

Cuarenta es el número de los naipes y 1 por 2 por 3 por 4… por 40, es de maneras en que pueden salir.    Es una cifra delicadamente puntual en su enormidad, con inmediato predecesor y único sucesor, pero no escrita nunca.  (…..) Así desde el principio, el central misterio del juego se ve adornado con otro misterio, el de que haya números.
En los naipes, además del valor simbólico de cada carta, coexiste el valor real de los números. (automaton como encuentro con lo simbólico y la tyché como encuentro con lo real).  De ahí que el juego es una contingencia necesaria, un nuevo encuentro fallido.     Para que el juego se convierta en  tal, hace falta un elemento que no debe faltar: “el azar”.   La importancia del azar en el juego y en nuestra práctica es también un factor decisivo: no conocemos de antemano el resultado, si esto sucediera, no valdría la pena jugarlo.
 Tanto en el truco como en el psicoanálisis  encontramos lo diverso y lo múltiple que son la vía por donde el deseo encuentra su articulación imposible.   Indeterminación y multivocidad son caracteres que Freud reconoció como propios de la escritura de los sueños.   A falta de un sentido unívoco y determinado encontramos tanto en el “trabajo de sueño” como en la “técnica del chiste” el aprovechamiento de este defecto sistemático para la creación de interminables y distintas producciones posibles, así como también las interpretaciones que le corresponden.
De esta manera los mecanismos propios del inconsciente (la condensación y el desplazamiento), serán pensados como formando parte necesaria de un trabajo que no excluye el juego y que por el contrario lo requiere como factor necesario en el movimiento del deseo.

 La trucada se arma; los jugadores, acriollados de golpe, se aligeran de su yo habitual.   Un yo distinto, un yo casi antepasado y vernáculo enreda los proyectos del juego.
Pareciera que más allá del Yo “antepasado y vernáculo” que duerme, el sujeto de inconsciente indeterminadamente juega, y que se establece una relación entre juego, falla, falta, del significante y del deseo.
El analista con escucha atenta, invita al paciente a que hable.  No hay saber de manera previa a la transferencia.   La división subjetiva produce un saber en el encuentro con el analista y es en ese lazo donde se produce la invención.

El idioma es otro de golpe.  Prohibiciones tiránicas, posibilidades e imposibilidades astutas, gravitan sobre todo decir.
 Para el Psicoanálisis el decir se manifiesta como posición del sujeto.  El decir no se escucha en el dicho, pero sin embargo, dice sobre el sujeto y su inconsciente.  En la estructura del inconsciente el juego es  necesario como movimiento  de un engranaje para que éste pueda funcionar.    Es decir,  el deseo se “juega” en el campo de “juego” de los mecanismos que le son inherentes.   Esta legalidad del inconsciente opera como límite y freno de toda suerte de arbitrariedades,  siempre saturadas de buenas intenciones y de buenos sentidos ya sabidos.

El diálogo se entusiasma hasta el verso, más de una vez.   El truco sabe de recetas de aguante para los perdedores; versos para la exultación.
Lo que en el truco se llama “cantar” no es el quiero de la demanda, sino el quiero de la apuesta.
 En el seminario 25, clase 3, Lacan ubica a la poesía del lado del analizante.  Dice: “El analizante habla, hace poesía”…“es en tanto que una interpretación justa extingue un síntoma, que la verdad se especifica por ser poética”.   Desde Freud sabemos que el gran retórico es el inconsciente.
En el psicoanálisis la palabra poética es un acto creativo.   Es una palabra particular, fuera del  circuito de la comunicación, que, tomada en su materialidad deja de ser un medio para ser un fin  en sí misma.   El acto  es el que le da su carácter de vacía o plena,  puede eternizarse en el circuito vacío del código común o atravesar un umbral y tener consecuencias.

La habitualidad del truco es mentir. La manera de su engaño no es la del póker: mera desanimación o desabrimiento de no fluctuar, y de poner en riesgo un alto de fichas cada tantas jugadas, es acción de voz mentirosa, de rostro que se juzga semblanteando y  que se defiende, de tramposa y desatinada palabrería.
 
El truco ubicaría la estructura de ficción de toda verdad, verdad que se dice siempre a medias; en él a diferencia del póker y del bridge  la mentira no supone el riesgo de las fichas, sino que mediante la tramposa y desatinada palabrería se intenta sacar algún punto más.  
Lacan en el Seminario 24 plantea que la po-ética es una lingüistería.   El acto analítico, en tanto decisión de comenzar la partida, sostiene ante el paciente el engaño de que hay todo.  Pero el analista no podría ser también la víctima  fascinada de este engaño, de alguna manera se ofrece ante el analizante como una promesa de juego, una ilusión de recuperación de lo que  falta.   No deja de ser esta una falsa promesa, ilusión necesaria para que paradojalmente el juego se desarrolle hasta su momento de verdad donde será el analizante quien sólo, -el Otro de la transferencia- tome su decisión.

Una potenciación del engaño ocurre en el truco: ese jugador rezongón que ha tirado sus cartas sobre la mesa, puede ser ocultador de un buen juego (astucia elemental) o tal vez nos está mintiendo con la verdad para que descreamos de ella (astucia al cuadrado).
El truco en su versión argentina tiene particularidades, consta de tres lances básicos: la “flor”, el “envido” y “el truco” propiamente dicho, con diversas combinaciones y reviros que se verifican o “tantean” según los jugadores “quieran” o se “achiquen” a lo largo de la mano, buscando siempre un desafío en las jerarquías de las cartas, de ahí que su cachaza es de picardía.
Esa falsa seguridad es la que en el principio del análisis instala la transferencia como ficción.    La existencia del Otro que sostiene es lo que permite jugar con él.    En esta dimensión de la escena,  la muerte y la castración, lo inevitable, lo irreversible, aparecen bajo la forma de su negación.    Que la pérdida sea recuperable es una manera de sostenimiento del deseo en tanto  falta, pero aquí, falta negada.

Considero los jugadores de truco.  Están como escondidos en el juego criollo del diálogo; quieren espantar a gritos la vida.
 Pareciera que el juego criollo del diálogo a la vez que espanta, enfrenta lo real de la vida.
¿Es el psicoanálisis armado como artificio,  un tratamiento de lo real? Si no fuera un tratamiento,  ¿cómo sostener el concepto de  dirección de la cura?
Tratamiento es justamente un “método que se emplea para curar enfermedades”.  En el psicoanálisis  que la cura tenga sus límites, que no sea alcanzable, que el procedimiento no resuelva el malestar… no es suficiente para denegar la existencia del tratamiento mismo.  

Los truqueros viven ese alucinado mundito.   Los fomentan con dicharachos criollos que no se apuran, lo cuidan como a un fuego.   Es un mundo angosto, lo sé:  fantasma de política de parroquia y de picardías, mundo inventado al fin por hechiceros de corralón y brujos de barrio, pero no por eso menos reemplazador de este mundo real y menos inventivo y diabólico en su ambición.

En nuestra praxis,la ambición sería el nombre del deseo en tanto falta,  un deseo de reintegración de la pérdida del Otro, donde el sujeto mismo se ofrece en su sacrificio heroico.   
Lacan teoriza la definición del semblante como “hacer creer que hay algo allí donde no hay”.   La operación del analista es  afín si se ubica como semblante de objeto para el sujeto.   En el dispositivo se hace algo con nada y se producen efectos en lo real.  Para que un sujeto pueda soportar una intervención vía el semblante, tiene que estar instalado algo del SsS.
 La dirección de la cura y el lugar del analista serán los ejes de esta praxis.   En cuanto al primero, el psicoanálisis es un tratamiento que no se guía por la moral sino por su ética.   La ética del S.s.S. exige la abstinencia del analista,  pues el S.s.S. está atribuido a un saber del analizante y su bien.   Sin embargo, el analista siempre debe correrse de “creerse” en condiciones de ocupar ese lugar.   Sobre su función no puede alegar desconocimiento o ignorancia pues es el efecto del artificio que él mismo ha propuesto.   Ética que supone crear las condiciones para que el sujeto del inconsciente advenga y en ese discurso su deseo sea escuchado de acuerdo a la promesa que el analista formula: “lo escucho”.   En cuanto a la posición del analista, su lugar queda determinado por los goces que de su ética se desprenden.
A la luz de estas consideraciones sobre el “deseo ambicioso”, podría leerse nuevamente aquella tajante afirmación freudiana de “Consejos al médico…” de que “la ambición pedagógica es tan contraproducente como la ambición terapéutica”.

BIBLIOGRAFÍA

-Borges, J. L. :  “Evaristo Carriego”.- Obras Completas I.-   Edit. Emecé.
-Lacan, J.   -Seminario 11: “Los cuatro conceptos fundamen- tales del Psicoanálisis”.-Edit. Paidós.
-Lacan, J.   -Seminario 7: “La ética del Psicoanálisis”.  Edit.  Paidós.
-Lacan, J.  -Seminario 24: “L’insu que sait…”.- (Inédito).
-Lacan, J.   -Seminario 25: (Inédito)-
-Freud, S.  –“Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”- Obras Completas.   Edit.  Amorrortu.
-Glasman,Claudio: “ El juego del psicoanálisis ”- Psicoanálisis y Hospital. ( 1998).

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