Volver a la página principal
Número 11 - Agosto 2014
La violencia y sus efectos
Sodely Páez Delgado

Melanie Klein,  sostenía que el odio precede al amor, afirmación  que podemos comprender si aceptamos como cierta la teoría metapsicológica de las pulsiones de vida y muerte, según la cual, a partir de la escisión y  deflexión, el bebé realiza una primera y fundante operación defensiva con el fin de protegerse de su propia destructividad. Es así como proyecta la pulsión de muerte para  salvaguardar  al yo de la amenaza  implícita en dicha pulsión, convirtiendo, de este modo, en persecutorio y hostil, odiado y temido, al primer objeto, clivado y parcial. Como sabemos, los sucesivos intercambios con el objeto primordial se encargarán de confirmar o por el contrario de atenuar y neutralizar esta percepción, hasta arribar el bebé, paulatinamente, a la integración de aspectos buenos y malos en el mismo objeto. La precaria imaginería de la mente del bebé requiere, pues, de  la presencia real y efectiva de una madre” suficientemente buena” para auxiliarlo en los procesos de organización y equilibrio psíquicos necesarios para su desarrollo y crecimiento tanto psicológico como emocional.

Estoy convencida  de la importancia y el peso que tienen  la cultura y lo social en la forma como el síntoma, inherente a la naturaleza y condición humana, se nos presenta. Todo síntoma es reflejo de la época y circunstancia en que se inscribe, las marcas culturales son innegables, pero sigo pensando que los conflictos psíquicos continúan siendo los mismos que hasta ahora conocemos y que derivan del modo específico en que las pulsiones logran organizarse alrededor de los aspectos narcisísticos y/o edípicos. La clínica aún no me ofrece datos que revelen alteraciones de otro orden y origen.

Los tiempos que vivimos, llamados por algunos “hipermodernos” por otros “posthumanos”, son tiempos caracterizados por una violencia desbordada y desbordante, sin espacio para la postergación, la espera, la contención y la reflexión. La pulsión es el imperativo dominante y todo vale para su cumplimiento. Las relaciones virtuales han sustituido el contacto directo, físico y personal y el desmoronamiento de las viejas instituciones y los antiguos ideales son fenómenos indiscutibles que aún no dan lugar a nuevos y estables modelos de pensamiento y relación.

En este marco de  aceleradas mutaciones sociales, la familia ha sufrido también sus consecuencias y ha cambiado por tanto su forma tradicional de concebirse y conformarse.
En contraste, el psicoanálisis se mantiene a contravía de estas premuras, prácticamente intacto en su técnica y principios clínicos. Como analistas nos enfrentamos, con nuestros mismos y clásicos instrumentos, a nuevos y variados desafíos, los cuales se incrementan para los que trabajamos con niños y adolescentes, ya que son mayores y aún mas heterogéneas las variables que debemos considerar y manejar en nuestra práctica, las cuales involucran no sólo al paciente, sino a su grupo familiar, escolar, social, etc.

Nuestra tarea, como analistas, de favorecer la discriminación entre realidad interna y externa y coadyuvar a la integración del yo, se convierte en un ejercicio de extrema exigencia y gran dificultad en los actuales momentos debido a los factores sociales  interferentes ya mencionados, la violencia externa e interna terminan solapándose y confundiéndose.
Presentaré dos viñetas para abordar y desarrollar los puntos que considero cruciales en ambos casos.

Ambos, niños de 10 años, son llevados a mi consulta por presentar miedos diversos e importantes signos de ansiedad que les impiden quedarse solos, les ocasionan trastornos del sueño y les hace sentir en peligro constante de ser robados o secuestrados.

Julio, había comenzado a fallar en el colegio, se mostraba desmotivado respecto a los estudios y pese a poseer una aguda inteligencia y amplia curiosidad intelectual, empezó a sacar bajas calificaciones, portarse mal en clase.( pararse de la silla, hablar, no prestar atención, hacer “payaserías”) y pelearse con algunos de sus compañeros.

Hijo único de padres divorciados desde sus tres años, vive con la madre y sus abuelos paternos, quienes se encargan de él hasta que su madre llega del trabajo en la noche justo para cenar, revisar las tareas y dormir. Todas las noches se pasa a la cama de ésta y al padre lo ve sólo en Diciembre, pero ésto “no es un problema  para él”, según asegura él mismo.
Los primeros meses del tratamiento solía acudir con entusiasmo a las sesiones y hablaba con fluidez, soltura y elocuentemente de sus miedos por demás  “justificados” ya que por su casa habían ocurrido muchos robos, habiendo siendo ellos mismos víctimas de uno, pocos meses antes de comenzar la terapia.

Le gustaba hablar y subestimaba el uso de materiales para jugar, se acostaba en el diván y dramatizaba sesiones como si de un paciente adulto se tratara. Preguntaba sobre la técnica, la teoría en la que me apoyo, la duración del tratamiento, etc. preguntas todas que yo recibía con atención y que eran selectivamente respondidas y otras interpretadas como un deseo de saber de sí que era negado o transformado inteletualizadoramente. Esto me permitió ayudarlo a resolver su inhibición intelectual y aceptar una parte infantil, descalificada y maltratada por él mismo que emergía de manera sintomática en sus miedos, su comportamiento disruptivo, su fracaso escolar y su imposibilidad de dormir solo.
Una vez instalada la transferencia positiva y la confianza en la terapia, Julio comenzó a jugar. Escogió al principio, casi monotemáticamente, unos guantes de boxeo con los que, luego de romper algunas resistencias, derrotaba y vencía sin piedad al padre o al novio de la madre que eran representados por mí. Siempre se cuidaba de aclararme que era “en juego” que me daba una paliza descomunal hasta dejarme rendida y a veces muerta en el ring, literalmente knockout.
Pudo con este juego admitir y reconocer  tanto su odio al padre como sus celos por el novio de la madre y al encontrarse comprendido en la transferencia comenzó a jugar a los secretos, probándome continuamente en mi promesa de confidencialidad.

Este juego consistía en alternarnos con un taco de madera el turno para confiarnos, una a una, verdades íntimas y secretas y que nadie, absolutamente, siquiera sospechaba. Me confesó en susurros “soy un adicto a la pornografía”, que solía masturbarse contemplando escenas de orgías y sadomasoquismo  y por último que definitivamente era un “sádico” porque  disfrutaba el ver “maltratar animales”.Todo esto comunicado con total naturalidad, sin incomodarse ni exhibir la mas mínima emoción, pero consciente de que era una información que debía mantener en secreto. Por qué  y para qué me lo contó? no pude dejar de preguntarle con genuino interés en conocer su motivación, ya que al parecer no eran temas que generaran malestar, preocupación o angustia en él.

“Sencillamente eres mi psicóloga y debes saber todo de mí, ése soy yo: un sádico”. El juego continuó desarrollándose dentro de la misma tónica con interpretaciones referidas al aspecto defensivo de tal convicción con el objeto de dominar sus miedos a “otros” vividos como mas poderosos, más sádicos y malos que él.

Seguía el despliegue detallado y exhibicionista de sus “preferencias sexuales” y sus inclinaciones al maltrato, las cuales sin embargo solo ocurrían en sus fantasías, hasta que finalmente, haciendo uso de mi contratransferencia y tomando estas comunicaciones como productos sintomáticos mas que como cofiguraciones perversas propiamente dichas, le interpreté su deseo de asustarme con su supuesto sadismo al mostrarse ante mí como un hombre grande con una sexualidad muy activa. En otra ocasión también le señalé su deseo erótico hacia mí y su intento de provocarme y excitarme inútilmente porque él era un niño y yo una mujer adulta: “eso aquí no va a pasar”.

A partir de entonces, el juego y el contenido de los mismos cambió. Empezó a jugar con carritos, hacía competencias y seguía utilizando la palabra para relatarme lo que sucedía en su vida. Paralelamente, sus síntomas mejoraban notablemente pero aún persistía  su necesidad  de dormir con la madre. Supe entonces que a veces ambos se bañaban juntos y que no tenían ningún inconveniente en desnudarse uno ante el otro, con lo cual se alimentaba su fantasía de que con su madre “eso si podía pasar”.

Una indicación a la madre modificó esta situación y junto con el trabajo terapéutico que seguimos realizando, Julio comenzó a dormir solo en su cuarto.

Por su parte Marco, agobiado por los miedos, se mantenía inhibido en casi todas las áreas. El ladrido de su perro era el anuncio seguro de ladrones que entraban a su casa,  lo cual lo hacía mantenerse en alerta casi todas las noches sin lograr conciliar el sueño en las horas apropiadas y mantenerse dormido de manera apacible.

Su ansiedad generalizada entorpecía sus relaciones en general y con sus padres en particular, a los que había introyectado como severos, exigentes y punitivos, especialmente a la madre, con quien había establecido, retaliativamente, un trato descalificatorio y despótico.

Aprensivo, con bajísima autoestima, venía perdiendo los espacios en los que antiguamente se había destacado (como los deportes por ej) y aunque su rendimiento académico era óptimo, siempre sentía el rigor y la angustia anticipatoria de un fracaso que solo existía en su imaginación. Al mismo tiempo, se había producido un marcado retraimiento social en el último año y supe por los padres que prácticamente se había quedado sin amigos, estaba muy solo en los recreos, no recibía invitaciones a cumpleaños y al parecer era objeto de burlas por parte de algunos compañeros.
Mientras al padre le preocupaba su vulnerabilidad, su llanto fácil y dificultad para defenderse, la madre se quejaba de su excesiva demanda, su competencia con el hermano menor por la atención de ella, sus rabietas y estrés permanente.
Marco todo lo negaba, racionalizaba sus miedos a los ladrones debido a vivir “en una ciudad como Caracas” e intentaba convencerme de su seguridad en sí mismo y de su éxito y superioridad en todo, “yo no tengo ningún problema, los problemas los tienen ellos”, refiriéndose a los padres (en parte con razón, como suele suceder).

La instalación de una rápida transferencia positiva me permitió interpretrar el material latente sin mayores resistencias de su parte, jugaba con facilidad y  poco a poco se iban ablandando sus defensas, comunicándome con espontaneidad sus dificultades sociales, su temor al rechazo, sus sentimientos de minusvalía y su rabia a la madre por sentirla indiferente, ausente y sin tiempo para él: “no me quiere, es como si le estorbara”, afirmaba con dolor.
La madre desesperada me pedía ayuda por el comportamiento cada vez mas hostil de Marco hacia ella, pero le costaba entender las necesidades insatisfechas de éste, escudándose rígidamente en la falta de tiempo para compartir con sus hijos ya que “ella sóla tenía que encargarse de todo en la casa”.  Luce siempre cansada y sobrecargada, el padre tampoco se percibe muy felíz. No comparten ni se distraen mucho y al igual que Marco, como se les señaló, también viven con ansiedad para la obligación y el trabajo; el placer es una abstracción para todos, excepto en verano cuando suelen vacacionar.
Transcurrían las sesiones sin tropiezos hasta que un día Marco advirtió en el consultorio la presencia de una revista-cuento de educación sexual para niños, acerca del nacimiento de los niños. Este encuentro le causó un verdadero shock, me reclamó, me llamó inmoral, lloró, que cómo yo tenía allí esa “pornografía para niños allí, que cuánto falta para que se termine la hora, que me voy, que no aguanto mas, bota ese cuento, que asco, tú eres una loca…….”
Sorprendida ante su reacción exagerada  pero por supuesto ya en sobreaviso respecto a la fuente de su angustia, intenté aproximarle, en vano la temática sexual como causa de sus miedos.
Pude saber  en las siguientes sesiones que se masturbaba desde pequeño y que esto le ocasionaba una tensión permanente; la costumbre de frotarse los nudillos incesantemente hasta causarse unos callos en la mano derecha, pude comprenderla entonces a la luz de estas revelaciones y señalárselo.

Progresivamente se fue acercando a la revista  hasta convertir la lectura de la misma en su actividad favorita en las sesiones. Los padres referían una mejoría en general, pero su autoestima continuaba disminuída al extremo de identificarse con la madre en todo aquello que solía reprocharle: se sentía “bruto, feo, pobre” y aunque de tez blanca y cabellos dorados, al momento de llenar la ficha de inscripción para  un campamento de verano al que iría, para asombro de los padres  colocó “afroamericano” en la casilla designada para la raza. No me pregunten por qué la pregunta o su importancia y si afroamericano es una raza, al parecer para los gringos sí. Lo cierto es que esto le sirvió a Marco para seguir exteriorizando sus complejos e imagen desvalorizada de sí. Se fue con miedo al campamento y con la certeza de que le iba a ir “fatal”, y aunque la realidad pareció otra cosa para todos, se empeñó en transformarla en una experiencia no muy gratificante.
Luego de unas largas vacaciones de dos meses y medio entre las suyas y las mías, las resistencias y transferencia negativa no se hicieron esperar. No quería ir a las sesiones, sus síntomas recrudecieron y su descalificación se volcó sobre la terapia y sobre mí: “ estoy peor que antes….ésto no sirve para nada….a mi mamá le gusta gastar plata…esto me quita tiempo para estudiar…estaría mejor si toco batería en vez de venir aquí, tú no me ayudas nada…”, Entramos en  un momento de impasse difícil de desmontar que me llevó en ciertos momentos a pensar en referirlo y creer, verdaderamente que yo no lo entendía, que no podía ayudarlo, y que tal vez lo mas idóneo era que lo atendiera un terapeuta hombre, cuando no soy muy creyente de la importancia del género del analista en la conducción del tto.

Al percatarme de las violentas identificaciones proyectivas de las que era objeto pude rescatarme y recuperar el pulso de las sesiones .Pude entender lo asustado que estaba al pensar que había perdido su lugar y el uso de la denigración como mecanismo para defenderse de la angustia frente a la posible pérdida del objeto de amor .Le señalé que se hacía botar, que se quedaba fuera cuando quería en realidad otra cosa porque no sabía bien quien era ni para él ni para los demás. Le dije enfáticamente que yo sí lo podía y quería ayudar como lo ayudé cuando estaba pequeño pero que él debía permitirlo, “ambos podemos juntos”, con una certeza en la transferencia que no dejaba margen para la duda o el ataque. Reducida así la transferencia negativa comenzó a enseñarme todas las cosas que había venido aprendiendo últimamente, acerca de política venezolana  y estadounidense, sobre todo de historia,” las maravillas del mundo “las viejas y las nuevas, pero no se muy bien cuáles son las nuevas, buscaré”.Hablaba en lo latente de su propia historia, su división política entre el viejo Marco y el nuevo al que tenía que buscar y encontrar para conocer la maravilla de crecer.
Mis dos niños, vulnerables ambos, expuestos, tomados por tánatos de lado y lado (adentro y afuera), ordenaron sus peculiares modos de lidiar con lo pulsional. Narciso y Edipo hicieron lo suyo, Julio y Marco cayeron en sus redes, a una edad, en la que, aún en construcción como lo estamos siempre, ya no hay retorno, sino recuperación y reparación. La estructuración psíquica ha sido anclada y el superyó  su resultado.

En ambos casos son evidentes las deficiencias narcisísticas, pero los estragos de la angustia son distintos en cada uno y tiñen de un modo singular sus travesías edípicas.
El complejo de castración, con su angustia concomitante, actúa como un operador psíquico que organiza al sujeto y lo estructura en forma definitiva respecto a su deseo. Así, el sujeto neurótico pasa de “ser el falo” de la madre a tenerlo. En la realidad nunca lo fue y nunca lo tendrá, éste no es mas que un  significante que no hace mas que circular en el discurso de los otros parlantes, pero la  ilusión de tenerlo alguna vez, lo introduce en el orden de lo simbólico, lo divide, lo hace sujeto del inconsciente y lo coloca como neurótico dentro del campo y la dialéctica del deseo.
En los casos que he presentado, aun neuróticos, tal circulación resulta fallida y ambos niños han sido presa de la fuerza pulsional. El tamíz de la represión no ha sido del todo eficiente y el síntoma se ha entronizado en un protagonismo que no le corresponde.

He podido comprobar en la clínica con niños, el imprescindible papel de la madre en la introducción del tercero en tanto objeto de su deseo. Este otro paterno, instaurador de la ley y separador del goce materno adviene con debilidad en la palabra de ambas madres y, ellas mismas, fallan en su capacidad de primero narcisizar y luego de separarse simbólicamente de sus hijos. El abrochamiento de la metáfora paterna no logra su cometido final.
Como cualidad típica de estos tiempos que vivimos, la parentalidad ha sustituido a la paternidad y los lugares cada vez mas ambiguos e indefinidos dentro de las constelaciones familiares, abonan el camino para una identidad, por tanto difusa, precaria, lábil, subyugada, a merced de lo pulsional. La permisividad para gozar es legitimada por todos y en algunos casos hasta exigida. El que no goza no es “cool”, no está en nada. Claro, ésta ha sido siempre la consigna del adolescente de todos los tiempos, pero al tratarse de niños, el panorama se nos ofrece, mínimo, preocupante.

Barman (1999), filósofo y sociólogo polaco, ha venido estudiando aguda y exhaustivamente los actuales modos de intercambio social y  ha observado en las nuevas generaciones, una urgencia por alcanzar la felicidad a cualquier precio con el propósito de renovar continuamente su identidad. Esa identidad que se va construyendo gradualmente y que visualizamos como un destino y un fin apacible y esperanzador, es despreciada y obsoleta frente a la inmediatez de lo novedoso, momentáneo y fácil. Todo viene ya listo y preempacado, tanto el té, como el jugo y los hijos. Este autor ha llamado “modernidad líquida” al nuevo orden social y a estas volátiles formas de relación con los otros y con nosotros mismos; el “síndrome de la impaciencia”  es su definición para la dificultad de postergar la gratificación instantánea. ¡Viva el reinado del principio del placer !

El  ilimitado acceso, desde muy temprano, a información de todo tipo, mediante esa suerte de biblioteca soñada por Borges, pero distorsionada en su uso como lo es la Internet, ha devenido en un instrumento peligroso de erotización que borra toda barrera y entorpece la irrupción de la fantasía, la ilusión y la sublimación .Es “chimbo empatarse porque mejor es zampar y resolverse” que la atadura a un solo vínculo. En Youtube todo es posible, además de bajar videos musicales, también puedes ver una autopsia, una lapidación y si te apuras, antes de que lo elimine la censura, una porno rapidita con todos los elementos perversos imaginables pero listos para ser observados por cualquiera, sin importar la edad .La fantasía es materializada y elevada al nivel de lo superior.

Julio así lo cree y aunque lo pienso neurótico, su egosintonía me hace dudar y temer respecto al destino de su goce futuro. En Julio y  en Marco la pulsión de presentifica en sus dos caras antitéticas, sadismo y masoquismo, el uno y el otro se ubican en  los puntos extremos del espectro, pero su oscilación abre una hendija para la interrogación.

Cuando un niño nos es traído a la consulta  nos llega también la demanda de los padres; las indicaciones y orientaciones suelen ser utilizadas y pertinentes la mayoría de las veces, pero el análisis del niño tiene su especificidad y es nuestro deber adherirnos a él, no olvidemos que el niño es el paciente aun cuando cargue con los ideales, deseos y fantasmas paternos. Asumimos que el hijo es el síntoma de los padres, pero en tanto sujeto, poseído por la pulsión y barrado por la castración debe encontrar su lugar y ser atendido en su singularidad. Cuando juega, cuando habla o cuando no sabe o no puede jugar, cuando no quiere venir a las sesiones, cuando se pelea con nosotros o cuando nos ama, el niño está siendo sujeto y nos comunica  su realidad psíquica.

Nuestro trabajo consiste en ayudarlo a discernir, discriminar, al igual que con un paciente adulto, ordenar sus pulsiones y semantizarlo, descifrar el síntoma por el que sufre y goza. 

BIBLIOGRAFIA

Bauman, Z (1999). Modernidad Líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica

Volver al sumario de Fort-Da 11

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet