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Número 11 - Agosto 2014
El analista y la consulta por un niño
Ariel Pernicone

 

“El ideal del análisis no es el completo dominio de sí,
la ausencia de pasión.
Es hacer capaz al sujeto de sostener el diálogo analítico,
de no hablar ni demasiado pronto, ni demasiado tarde.
A esto apunta un análisis.”

Jacques Lacan.
Seminario I- ( pag 14).

Me pareció interesante iniciar este escrito con esa frase de Lacan,  para considerar la cuestión de cómo se construye y como se sostiene, como se podría pensar, el “diálogo analítico” cuando se trata de la consulta por un niño.

Como primer asunto necesario a tener en cuenta, deseo comunicar la idea general que va a regir todo este recorrido, a saber que, en el armado del dispositivo analítico, incluso más allá de que se trate de un niño o no, siempre ha de ocurrir que desde el inicio de la consulta será:
  La posición del que escucha  la que va a ir determinando la orientación del que habla y la dirección de su discurso (y no al revés).

Me importa desde ahí, trabajar y ubicar, a partir de esta idea clave, aquello que se denomina el campo de las entrevistas preliminares, y situar con la mayor precisión posible,  ese momento de apertura misma de la consulta,  ese tiempo inicial, cuando apenas nos llega un pedido de ayuda para un niño, de forma que podamos pensar principalmente cual ha de ser la incidencia del lugar de la escucha analítica, puesta en marcha allí , instalada desde el instante primero, cuando se produce la consulta.

Con la intención de ir creando el desarrollo o clima de trabajo con relación a esta cuestión, voy a transcribir unos fragmentos de discurso, invitando a realizar un ejercicio de lectura de los mismos.

 Voy a comenzar entonces con cuatro relatos breves, frases iniciales que algunos padres realizaron al consultar, para ubicar o constatar ciertos efectos de resonancias que podrían producirse al escucharlos, si se va puntuando, escandiendo ciertos significantes en ese discurso, y a partir de la posible lectura que hagamos de ellos:

Fragmento de discurso 1 :

Frase de un hombre, en la primer entrevista, referida a la hiperactividad de su hijo:

 “Gabriel (6 años) es la bala perdida, no se queda quieto ni un minuto, yo ya no doy más, se me acabaron con él todas las armas, yo ya no sé mas que hacer con este pibe”.

Fragmento de discurso 2 :

Consulta de una mujer, por su hijo. Concurre por indicación de la escuela tras una importante crisis de angustia del niño:

   “Jorgito tiene 7 años, el papá y yo nos separamos cuando él tenía 2 años. Siempre pensé que se podía resquebrajar su psiquis,….lo esperaba. Empezó primer grado y me llamaron del colegio porque tuvo episodios de agresión: con una silla le hizo un boquete al pizarrón. La maestra llamó y me dijo que el nene necesitaba un psicólogo, por eso vengo”.

Fragmento de discurso 3:

Relato inicial de un hombre quien solicita una entrevista por sus hijos en el marco de un conflicto judicial:

 “Vengo por una orden de un juez. Mi esposa hizo abandono de hogar hace unos años, me dejó y dejó a los chicos.
Ahora ella inició un juicio por el régimen de visitas, pero ellos lloran y no quieren verla. El juez me entregó una orden para que los haga atender, si no fuera por esto yo no hubiera venido”.

Fragmento de discurso 4:

Consulta de una mujer, en primer entrevista a padres:

 “Venimos porque Daniela (5 años) se pasa todas las noches a nuestra cama. Lo que me tiene angustiada es que cuando se pasa, pregunta, pregunta y pregunta, y yo no sé que contestarle….. ¿Que, qué pregunta ?......pregunta sobre la muerte, a donde van los muertos?  Por qué se muere la gente ?....Pregunta si nosotros nos vamos a morir ?....y yo me angustio tanto que no puedo responder”.

Estos cuatros fragmentos de discurso quizás puedan emular una pequeña muestra de cómo suelen llegar algunos padres en su pedido de consulta. Es el punto de partida:

No juega, se pilla todas las noches, tartamudea, habla en tercera persona, se distrae en el colegio, no aprende, me agrede, no obedece,  la “bala perdida”, “la psiquis que se puede resquebrajar”…… Ese “algo de lo que se hace presente”, que se presentifica en el hijo, se vuelve inmanejable, extraño, ajeno , interroga , interpela a los padres, seguramente los confronte con la falta, cae el bien entender , ya no se sabe más que hacer ni como seguir……

El “síntoma de un hijo”, la cosa ignorada en lo familiar, ha venido a despertar una inquietud en los padres, y como todo síntoma, propone una pregunta y un enigma a desentrañar, habilitando a partir de allí, el posible camino de la instalación de la demanda y la transferencia.

Por lo general, es justamente, este “no saber mas que hacer”, esta caída del saber sobre su hijo, que de alguna forma se torna síntoma para los padres, es aquello que  marca el inicio más genuino de una consulta.

Es precisamente esa caída del saber, la que motorizará la necesidad de dirigir un pedido de ayuda hacia quien “se supone que sabe”, hacia aquel que poseería un saber sobre “el niño”, que en el presente se escabulle sobre el propio hijo.

Y se dirige entonces un pedido de ayuda, muchas veces con la esperanza de restaurar un cierto equilibrio perdido, o construir  aquella conexión que aun no se ha logrado.

Un comentario del papá de Daniela (la niña de relato 4), resulta bastante gráfico de lo que quiero expresar:

“ Daniela pregunta, pregunta y pregunta, y no sabemos que contestar. Por eso, en estos momentos es como un barco sin timón. El día que pueda retomar el timón de mi hija, creo que no necesitaremos venir mas acá”.

Eric Porge en su tan mencionado trabajo, “Transferencia entre bambalinas” nos recuerda que nunca hay que dejar de considerar que existe algo que se podría nombrar como transferencia natural entre padres e hijos, y que nuestra intervención como analistas en el campo de la niñez  cobra algún sentido cuando algo de esa transferencia natural se ve interrumpida. Es decir, cuando el padre deja de ser “un buen entendedor” de las cosas de su hijo.  Por lo general, es el momento de apertura de una cierta demanda hacia el analista.

Pero también nos advierte,y en esto coincido plenamente con él, que quien  aborda desde el psicoanálisis las  consultas por niños  tiene que saber retirarse a tiempo, tal como lo expresa textualmente al preguntarse:

 “ Debe tomarse en análisis a un niño? Sí, respondería, a condición de saber detenerse a tiempo”.

Ahora bien, cierto efecto de apertura se produce, un niño es traído a la consulta, y en el mismo momento que los padres inician su pedido, una serie de interrogantes inevitablemente pueden recaer de nuestro lado:

Usando la famosa metáfora ajedrecística de Freud, nos pueblan algunas preguntas que podrían formularse aproximadamente así:
 Cual es la  partida que hemos de jugar ?... Cuales han de ser nuestros primeros movimientos que posibiliten que algo del dispositivo analítico se instale y opere una cierta eficacia?
 Cual ha de ser la especificidad de nuestra posición como analistas cuando de niños se trata ?.
  Se precipitaran entonces  rápidamente las preguntas clásicas y siempre en debate:
Qué conviene” hacer”, escuchar solamente a los padres? Trabajar individualmente, a solas, con el niño?  En cuyo caso,…..que hacer:  Jugar? Hablar? dibujar?.... ...No será  más conveniente derivar o hacer ingresar en el dispositivo de análisis a uno de los padres que ha manifestado su propia angustia al consultar por su hijo?
 Qué determina u ordena nuestro quehacer como analistas en la consulta por un niño?
En definitiva, cual ha de ser la dirección de la cura que hemos de emprender para lograr un posible tratamiento analítico para un niño, mucho mas  cuando escuchamos que está aquejado por un síntoma, o un intenso estado angustioso? .....
Cuales son los pasos a seguir para destejer la trama en la que pudiera estar enmarañado sintomáticamente este niño por el que nos requieren?
Estas suelen ser algunas de las preguntas claves inherentes a los tiempos de los inicios, al tiempo de la apertura, cuyo sostenimiento como interrogante, será intrínseco a la posibilidad misma de la instalación del dispositivo analítico en la consulta por un niño.
Y entonces me pregunto, en este punto del recorrido: que podría ordenar este conjunto de interrogantes que todos los que  trabajamos como analistas con niños, de alguna u otra forma, nos solemos plantear?

Vuelvo así a la frase del inicio  de este trabajo, apelando ahora a un párrafo ya clásico de Francoise Dolto, escrito en el prefacio del libro “La primera entrevista con el psicoanalista” de Maud Mannoni, que en mi opinión resulta sumamente esclarecedor y expresa con ajustada precisión lo que deseo transmitir aquí:

“Lo que constituye la especificidad del psicoanalista es su escucha. Su forma de escuchar atenta. Una escucha en el sentido pleno del término logra por si sola que se modifique el discurso de quien le consulta y asuma un nuevo sentido a sus propios oídos. El psicoanalista no da la razón, ni la niega, sin juzgar, escucha. Y la manera de escuchar encierra un llamado a la verdad, que compele a profundizar sobre el paso que se esta dando al consultar. Para el psicoanalista lo que importa no son los síntomas positivos o negativos en sí mismos, ni la satisfacción o la angustia de los padres ante un niño del cual se sienten responsables, sino lo que el síntoma signifique. Por eso el psicoanalista intenta oír al sujeto que habla, a aquel que esta presente en un deseo que la angustia autentifica y oculta a la vez”.

Dos fragmentos de discurso finales a modo de continuidad en el trayecto que vengo trazando, en este caso,  primeras palabras dichas, escuchadas, en el momento mismo de solicitar una  entrevista:

Hola Lic. Pernicone? Estoy buscando un sexo masculino. La consulta es para mi hijo Gastón, de 11 años. Tenía varios sexos femeninos para elegir hasta que dí con usted.
“Yo soy profesional, médica clínica. Una amiga fue quien me consiguió su teléfono.
( Le propongo combinar un horario para la primer entrevista,  sin especificar  quien debe concurrir ).
 “ Tenemos que ir con el padre juntos?. Yo preferiría que nos entreviste por separado, para que usted evalúe y saque sus propias conclusiones. Preferiría que usted me entreviste primero a mi y después escuche a mi opuesto, él no es profesional”.

Lo llamo por mi hijo Lucas de 16 años. Está mal, hace casi 15 días que no duerme. El pidió consultar. La profesora le preguntó que le pasaba porque lo notaba pensativo y él le dijo: “Es como si perteneciera a otro lugar”.
Yo noto que está mal, raro. Se alejó de los amigos, de la música que tanto le gustaba. Ahora nos dijo que quiere mudarse.

   (Le propongo concertar una entrevista con ambos padres, y al mismo tiempo le propongo combinar un horario para Lucas).

Al hacerlo, la mujer se queda en silencio. Le pregunto:

T: En que se quedó pensando?

Yo? ¡!! ( Sorprendida, molesta)….en nada… en nada..  por qué me lo pregunta ?...( Titubea y agrega)… en realidad…él es adoptado …. Y no se lo dijimos aún…. en eso estaba pensando…… Lo descubrió ¡!!
Es una historia larga y complicada, no sé porque nunca se lo dijimos”.
Le propongo entonces hablarlo cuando nos encontremos.

En conclusión, retomo la idea inicial: será la posición del que  escucha, aquel que va a ir determinado la orientación del que habla, la dirección de su discurso.
Escucha analítica traída al ruedo para ir situando algo en el discurso del que  allí habla, mas allá de que “organice” o no un tratamiento para el niño por el que nos consultan, mas allá incluso del  fondo de debate acerca de si existe o no el psicoanálisis con niños, fundamentalmente, poner en juego un modo particular de escucha que posibilite a quien consulta encontrar en sus propias palabras algún  efecto de verdad al escuchar su decir, en lo que ha dicho.

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