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El Psicoanálisis como discurso implica una subversión respecto de otros discursos, también su praxis que, a diferencia de otros modos de abordaje del padecimiento del hombre en la cultura, apuesta al sujeto y a su efectuación; es decir que no va detrás de la adaptación al medio sino que la experiencia del análisis propiciará un saber hacer con aquello que aqueja al analizante.
Podemos decir, en sentido amplio, que se suele llamar síntoma a ese padecimiento por el que se realiza una primera consulta y de lo cual alguien quiere deshacerse. Sin embargo, para el psicoanálisis, el síntoma tiene un estatuto preciso que se va circunscribiendo por las palabras que se despliegan en el lazo con el analista, en transferencia. El síntoma es una respuesta del sujeto a la demanda del Otro, freno al goce. Su valor radica en que cifra goce. El dispositivo analítico le hace lugar.
Otras prácticas, en cambio, proponen la eliminación del síntoma, cuanto más rápida más efectiva, acarreando como consecuencia la forclusión del sujeto, su punto máximo de singularidad.En “La tercera”, Lacan plantea que el síntoma es lo que viene de lo Real, “se pone en cruz para impedir que las cosas anden”. Bajo este argumento, el valor del síntoma es el de hacer obstáculo a algo que viene funcionando bajo determinada modalidad de goce que hace penar de más.
Trataré de establecer el valor del síntoma en la especificidad de la clínica con niños.
¿En qué momento es preciso dar comienzo al análisis de un niño? ¿Cuándo se justifica la intervención de un analista allí? ¿Cuáles son las particularidades en la dirección de la cura?
Suele suceder que al comienzo la demanda que efectúan los padres se corresponde con el ideal de la ciencia y la salud, ideal de “curación”. Al ponerse en juego el discurso del psicoanálisis se van produciendo torsiones en esa demanda, localizando qué lugar plantean fantasmáticamente cada uno de los integrantes de la pareja parental para situar al niño que deviene sujeto al efectuarse en sus juegos, sus dibujos, sus modos de decir. Lo que sustenta esas otras versiones que comienzan a desplegarse es la posición del analista que, en la dirección de la cura, apuesta a que el niño quede habilitado para su producción sintomática, posibilidad de que el sujeto se haga representar.
Especifiquemos algunas modalidades de consulta respecto de los padres. A veces, éstos no logran encarnar determinado lugar, lugar del Supuesto Saber, que el niño les confiere ante las situaciones de la vida que implican irrupción de goce desmedido. Los padres no logran significar lo que al niño le sucede y, entonces, recurren a otro para que les aporte un saber sobre el sufrimiento. Demandan saber. En otras oportunidades, lo que se demanda es la restitución del niño que han imaginarizado y esperado; y en estos casos es esperable que puedan ir tolerando el Real que presenta el niño, aceptar la diferencia. Más complicado resulta el análisis, cuando la consulta se produce porque es un tercero quien señala la necesariedad de la intervención. En esas ocasiones no son los padres los que demandan una solución para los inconvenientes que su hijo presenta, sino que el pedido se expresa por parte del colegio, del pediatra o incluso por la vía judicial. Esto último llega a dificultar el análisis, dado que es fundamental el aporte que los padres realizan, con sus palabras, con sus interrogantes, con su sostén, con sus afectos, para que el niño pueda avanzar en su constitución subjetiva y para que ellos puedan recuperar el lugar Otro tan necesario para el hijo. El analista, con su presencia, ofrecerá su escucha y lectura para que se produzcan los movimientos necesarios para que los padres puedan resituarse de otro modo.
El psicoanálisis es una praxis de lo Real. Clínicamente la apuesta es a la efectuación del sujeto. Se ingresa al mundo del lenguaje identificado al objeto del Otro. Es decir, el modo de incluirse en esa escena que lo espera es como niño – objeto, en las coordenadas establecidas por el amor, el deseo y el goce de los padres.
Las operaciones lógicas que se van realizando en un análisis habilitan al menos dos preguntas que se irán reformulando: “¿Qué niño soy para el Otro?” y “¿Qué desea el Otro?” Es en base a esas preguntas que se irá construyendo, fantasmáticamente, alguna respuesta que orienta el deseo. Estas cuestiones en la infancia se hacen jugando, dibujando, creando. Esa construcción, simbólica e imaginaria, cierne un Real singular para cada uno.
Los síntomas, o cualquiera de las formaciones del inconsciente, son trazas que retornan de ese tiempo infantil. Mientras va transcurriendo la infancia, se van produciendo inscripciones de las que alguien podrá servirse ante el encuentro con lo Real.
Dado que en el análisis de un niño, los padres de la infancia están aún presentes, los incluimos en el dispositivo analítico, apostando también a que puedan favorecer el avance en la constitución subjetiva.
Inicialmente, entonces, los padres demandan el cese del malestar ocasionado por algo que el niño presenta en la escena familiar, piden que lo sintomático sea eliminado.Nos encontramos aquí con una paradoja clínica, porque el síntoma produce sufrimiento pero también es el atisbo de que hay efectuación del sujeto, entonces ¿se tratará de eliminarlo?
Dándole una vuelta más a esta pregunta, si en el psicoanálisis se trata de no responder a la demanda que se le dirige al analista pero tampoco rechazarla, qué maniobras analíticas son necesarias para propiciar que los padres acepten la aparición de síntomas en el niño, tiempo fundamental porque es producción del sujeto. Freud afirma que con los padres se requiere “influjo analítico”, modo de decir que también será preciso atender a la transferencia de estos con el análisis que allí se juega, para que habiliten al sujeto que el niño irá produciendo.Siguiendo esta lógica, Lacan plantea que la inhibición, el síntoma y la angustia no deben ser entendidos en términos patológicos, sino que cumplen una función en la constitución subjetiva, son Nombres del Padre. Alternativas para frenar el avance de los goces desregulados. Propone servirse de ellos para “ir más allá”, propiciar otra manera de hacer frente a lo Real.
En “Las dos notas sobre el niño” plantea dos posiciones bien diferenciadas del niño frente a la estructura parental. Una, en la que niño se ve llevado a realizar la presencia del objeto en el fantasma materno. Y otra, en la que el síntoma del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura parental. Y nos aclara que si bien es esta una posición más compleja - entiendo esto en términos de que se complejiza la posición- está más abierta a nuestras intervenciones. El síntoma es una respuesta subjetiva frente a las demandas del Otro. El niño se sirve del síntoma para revelar la verdad de la pareja, para metaforizar un goce en más.
La producción de síntomas da cuenta de un avance en la estructuración subjetiva. En la clínica con niños muchas veces nos encontramos con otro tipo de presentaciones, donde prima más lo impulsivo, goces que es preciso encausar por el desfiladero del significante o, en el mejor de los casos, el recurso a otros nombres del padre: inhibiciones y angustia. La dirección de la cura implicará la posibilidad de que un síntoma se instale para que el sujeto pueda hacerse representar, hacer un juego más allá de lo que le ofrece el Otro. El analista apuesta a que el sujeto avance por sobre el niño, tal como lo decía anteriormente, para que el niño se pierda en tanto objeto y el sujeto se articule en discurso.
Cuando los tiempos instituyentes se constatan y el sujeto se efectúa, es posible frenar el goce que, en exceso, ocasiona padecimiento.Retomando las preguntas: ¿Cuándo, en qué momento, es preciso dar comienzo al análisis de un niño? Tal como nos lo dice Lacan en el Seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis”, nuestra intervención se justifica cuando se “pena de más”, cuando hay demasiado sufrimiento, mal de sobra (1). También Freud va en esta línea cuando plantea que es esperable que los niños transiten el Complejo de Edipo y que sólo se justifica la intervención cuando el miedo se presenta desplazado hacia otro elemento significante, tornándose síntoma que puede llegar incluso a impedir que el niño prosiga con la cotidianeidad de su vida, en vez de estar localizado respecto de la función del padre (Regulador de las mociones pulsionales que se presentan gozosamente con la madre).
Serán diferentes las intervenciones y la dirección de la cura según el tiempo subjetivo que el niño se encuentre transitando. Cuando el padecimiento se presenta en la vertiente del objeto se apostará a cifrar goce, inscribir alguno de los Nombres del Padre, de allí que sea esperable el surgimiento de la inhibición, angustia y síntoma. Distinto es cuando podemos situar un síntoma ya en función, en la dirección de la cura se apostará a que el niño pueda servirse de él como recurso ante cada avanzada de goce.
Les propongo un breve relato clínico para intentar transmitirles el pasaje desde un tiempo donde prima la angustia ante la avanzada de goce del Otro materno, a otro tiempo en que logra construirse un síntoma que representa al sujeto y que da cuenta del lugar que la niña de la que se trata ocupaba en la estructura familiar.Recibo la consulta de la madre de Ana (2), una niña de 7 años. No sabe qué hacer con los comportamientos de su hija, no logra “dominarla”, “le hace caprichos” y no respeta las normas de convivencia necesarias para que puedan llevarse bien. El padre de Ana sufre una adicción desde hace años y termina “tirado en una cama” por la medicación sedante que toma para contrarrestar los efectos del consumo. Están separados aproximadamente desde el nacimiento de Ana, tiempo en que la madre descubre la adicción.
La madre rivaliza con la niña como si fueran hermanas. Ana se angustia, y esto se registra en el consultorio con importantes desbordes, llora a gritos cuando la madre le saca, sin su permiso, objetos que son de ella, regalos que le hace su padre.
El padre vive con sus padres, ubicándose como un hijo más. Es su madre, abuela paterna, quien se encarga de Ana en los días correspondientes al régimen de visitas. La abuela encuentra dificultad para frenar los “caprichos” de Ana, los berrinches por la mañana provocan llegadas tarde al colegio, tampoco logra hacer las tareas escolares. Ana va de un lado al otro con su mochila, bajo la ilusión de que no hay otra cosa más que ella para su madre y para su padre.
La consulta se efectúa por la vía de una demanda: la madre pide que su hija se adecue a las normas que ella establece caprichosamente. La transferencia se presenta imaginaria. Hay confianza en el análisis, aunque no suposición de saber, la madre no maneja ninguna hipótesis respecto de la angustia desmedida y de las crisis de llanto que presenta su hija.
En las entrevistas efectuadas con la madre se trató, cada vez, de situar la función materna, nominándola madre puede perder su lugar como hermana de Ana, espejo que las enfrentaba a una rivalidad permanente. Por otra parte, en las entrevistas sostenidas con ella apostaba a acotar su goce, desde la separación con su esposo dormía con su hija, aunque eso no solucionara su soledad.
Como decía antes, la presentación de la niña es por la vía de la angustia que se juega ante el avasallamiento de la madre que no es acotada por el padre. En este tiempo en la cura se incluye al padre en entrevistas, intento de hacerle un lugar en lo Real, puesta en acto de su función.
Un síntoma se constituirá en el recorrido del análisis. En determinado momento Ana empieza a tener inconvenientes en matemáticas, buscará soluciones que no encuentra. En el consultorio comenzará a introducir en el juego ecuaciones matemáticas que los niños de 13 años sí pueden resolver, edad estipulada por ella como ideal que promete que, en algún momento, habrá solución. Incluye en sus ecuaciones una X a despejar, función del enigma que, paralelamente en las entrevistas que mantengo con su madre comienza a quedar circunscrito: Ana se pregunta por el deseo materno a partir de que la madre ha iniciado un vínculo amoroso con otro hombre.
Llevábamos varias sesiones de juegos y problemas matemáticos cuando en una oportunidad Ana logra formular una pregunta: “¿Cuál es la solución?” Primer interrogante que se dirige al Otro y al que luego le sucederá una asociación: “Es mi familia la que no tiene solución”.
Como efecto, los goces se articulan de otro modo, logra hacerse de un grupo de amigas, lazo social que antes no lograba instalar, sale de la cama materna y empiezan a espaciarse nuestros encuentros... Poder situar este punto de imposible le posibilita hacer otra cosa, dejar de ubicarse completando al Otro. Será otro tiempo el de Ana cuando logre interrogar al padre.En este recorte partimos de una demanda de restitución narcisística por parte de la madre que demandaba que la niña colme su deseo. Del lado de la niña, las crisis de angustia como intento de establecer un freno ante el goce que avanza. El haber transitado un tiempo en el análisis donde se le hizo lugar a los “problemas” posibilitó el surgimiento de una pregunta del sujeto, pregunta que le es propia, invención subjetiva que le permite hacer su juego descontándose del campo del Otro. Síntoma que viene a metaforizar goce: el de la madre que la avasallaba con sus demandas y el goce del padre, goce mudo, que lo deja tambaleando en su función. Es ante la pregunta “¿Cuál es la solución?” Y el saber inconsciente que se articula “mi familia no tiene solución” que Ana podrá correrse del lugar de ser la solución para el Otro.
Amalia Cazeaux.
Bibliografía
Sigmund Freud, "Análisis de la fobia de un niño de cinco años". 1909, Amorrortu Editores, Tomo X.
Jacques Lacan, "Intervenciones y textos 2". "Dos notas sobre el niño". Ed. Manantial.
Jacques Lacan, "Intervenciones y textos 2". "La tercera". Ed. Manantial.
Jacques Lacan. Seminario 11 “Los cuatro conceptos del psicoanálisis”. Editorial Paidós.Notas
(1) Jacques Lacan. Seminario 11. “Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis”. Clase del 6 de mayo del 74. Editorial Paidós.(2) Los nombres de la paciente y sus padres, han sido modificados para mantener a resguardo la privacidad.