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“El ejercicio del análisis es un arte que, a fin de cuentas, depende del sentido que el practicante tiene de los efectos constituyentes de la palabra.
Eso no se aprende.” (1)I El dispositivo de la supervisión y su relación con la transmisión en psicoanálisis
La transmisión es un tópico que suele estar en juego con frecuencia en relación a nuestra práctica y especialmente cuando está en cuestión lo que se denomina “formación de los analistas”. En ella el dispositivo de supervisión siempre es situado como esencial, junto con el análisis del analista.
¿Por qué supervisar?
La supervisión como práctica en el campo del psicoanálisis ha permanecido como lugar necesario a través del tiempo más allá de las diferencias institucionales. Entendemos que la matriz que insiste es la expectativa de transformación que se podría producir cuando un psicoanalista le habla a otro sobre su práctica. Este otro debería ser alguien con quien se ha establecido un lazo transferencial, en el sentido de la puesta en juego de una suposición ligada a un saber a efectuarse en el hablar mismo. Hemos reparado en que las reflexiones acerca de lo que Freud ha llamado en ocasiones “ser llamado a consejo”, o con Lacan también supervisión, control, o análisis de control han estado siempre ligadas a la pregunta sobre la formación y la autorización del analista. Por lo tanto la tensión entre la estructura propia del análisis y las cuestiones vinculadas al poder institucional han estado siempre presentes.
¿Cuándo supervisamos?
Si ahondamos en la pregunta sobre lo que insiste en el sostenimiento de este dispositivo por el lado de lo propiamente analítico podemos conjeturar que se trata cada vez de habilitar un espacio para el decir ante el encuentro con lo imposible de ejercer la “profesión” del psicoanalista, ante lo que “no encaja”, lo que interroga de la experiencia, angustia o simplemente empuja a la palabra a quien hace su apuesta en la función del analista. Podríamos decir que en las circunstancias mencionadas se nos impone, desde la ética del psicoanálisis, poner “eso” a hablar con otro.
Efecto de supervisión
Proponemos articular la lógica que se concibe de la supervisión en consonancia con la temporalidad con la que pensamos el dispositivo analítico, en la cual cualquier abrochamiento de sentido queda en suspenso y decidible solo en un tiempo retroactivo. Es por ello que sólo podríamos decir si hubo o no efecto de supervisión nachträglich, a posteriori, agregando además que quien se encuentre en posición supervisante estará en situación de dar cuenta de ello. Podrá testimoniar o no, si esa instancia de palabra ha hecho posible un viraje, una apertura a otra “perspectiva”, no a una visión-super o superior sino a una nueva versión-sentido, homóloga a la conmoción que opera cuando una “puntuación” novedosa, por ejemplo, acontece en un análisis.
II Supervisar con Lacan
En esta oportunidad elegimos compartir dos fragmentos de testimonios de analistas que supervisaron con Lacan. Proponemos acercarnos a la experiencia que realizaron en ese dispositivo y desde allí aproximar una mirada a cómo precipitaba en ese “hacer” la fórmula: “el analista no se autoriza más que por sí mismo.”(2)
Elizabeth Roudinesco, en “Lacan, esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento” (3), nos presenta, a modo de testimonio, los dichos de la psicoanalista Claude Halmos, quien supervisó con Lacan mientras trabajaba en un servicio de psiquiatría pediátrica.
Halmos cuenta que en la primera entrevista, que duró tres cuartos de hora, Lacan le pregunta, entre otras cuestiones, por qué quería hacerse analista. Esto le dio la oportunidad de decir que ese deseo estaba ligado al hecho de que su padre se había negado siempre a que ella aprendiera el húngaro, lengua que escuchaba en su hogar sin saber su significación. Dice Halmos que “estaba en busca de un sentido”. A partir de ese momento comenzaron un ciclo de “sesiones” que sostuvieron desde septiembre de 1974 a Julio de 1979 y que duraban entre 20 minutos y media hora aproximadamente.
En ese primer encuentro con Lacan, Halmos como supervisante se encuentra con una pregunta: ¿Por qué quería hacerse analista? Si bien nos parece que una pregunta como esta no puede responderse acabadamente en una conversación, tal vez tampoco en muchas, le ofrece la oportunidad de articular algunas cuestiones sobre su interés por esta práctica e instala una marca que implica no pasar por alto la pregunta sobre el deseo del analista. A diferencia de otros testimonios que muestran un Lacan que sostenía sesiones de minutos o incluso de segundos, en este caso los encuentros duraban un tiempo considerablemente mayor. Este relato nos acerca a un Lacan no ritualizado en el empleo del tiempo, una perspectiva que consideramos importante destacar, entendiendo que sería tan standarizado sostener “un para todos” de cincuenta minutos como de cinco.
Más adelante Halmos describe la posición de Lacan en las supervisiones:
“De manera general, evitaba siempre transmitir un saber constituido, no indicaba una ´buena manera de hacer las cosas´. Trataba de comprender cómo funcionaba yo y me obligaba a ser analista al descubrir en cierto modo mi estilo. Obligaba al otro a no ahorrarse su singularidad y al mismo tiempo era riguroso en cuanto a los principios. Se podía hacer todo y decir todo a condición de mantener con el paciente una distancia simbólica: por ejemplo, no aceptaba que le hablara uno de sí mismo a un paciente en la cura.” (p. 574).
En este testimonio Lacan sostiene la tensión entre el estilo de quien oficia de analista y la transmisión de lo que consideraba los principios nucleares de la práctica, posición que nos resulta especialmente interesante en quien se dispone a escuchar el testimonio de la experiencia de otro practicante.
Halmos también refiere que durante el tratamiento con un niño que tenía una problemática muy compleja, que luego de operado se encontraba internado, Lacan la llamaba todos los días. Ella valora la presencia comprometida, el acompañamiento cercano.
En otra oportunidad, ante una inquietud sobre cómo responder a la demanda de este mismo niño que le pidió dejar las sesiones, Lacan le dice: “Va a encontrar Ud. lo que hay que decirle y me telefoneará para decirme lo que le ha dicho” (p. 576).
En síntesis, el testimonio de esta analista destaca por un lado la disposición de Lacan para acompañarla en un proceso que la conmovía profundamente y, simultáneamente, una abstinencia e insistencia que la obligaba a crear, a poner en juego su propio modo de intervenir, a “no ahorrarse su singularidad”. En la última intervención que mencionamos la analista nos hace saber cómo leyó las palabras de Lacan. Las considera en el sentido de una transmisión en acto. Ella se encontró de pronto en el lugar de quien decide y ese era el lugar que su paciente estaba asumiendo también
Moustapha Safouan mantuvo un análisis de control con Lacan en dos períodos: desde 1949 a 1953 y desde 1959 a 1974. Lo considera su maestro y aclara que “jamás pretendió enseñarme ‘como analizar’ sino que mantuvo siempre al margen sus maneras de tratar” (4). En su libro “La palabra o la muerte” (5) Safouan escribe: “Como analista de control o supervisor, Jacques Lacan tenía un método que le era particular. Los otros didactas tenían una concepción bastante simple, por no decir bastante natural, de su trabajo: estaban ahí para enseñarnos cómo conducir correctamente un análisis. Para Lacan no existía esa distinción entre lo que es correcto y lo que no lo es. Por supuesto, había ciertas reglas en juego: la de la asociación libre o la de la abstinencia (…); o también esa otra que establece que ninguno de los partenaires, analista o analizante, vuelva sobre lo que ha dicho, en el sentido de negar haberlo dicho, etc. Pero mientras esas reglas fueran respetadas, armabais vuestro juego.” (p. 8 y 9).
Nuevamente leemos en este relato la posición de quien se dispone a hacer pasar los fundamentos de una práctica, absteniéndose de aplastar por ello la novedad que cada practicante aporta. Lacan, en función supervisor-analista, “hace” para que el que habla “arme su juego”, que algo se transforme a partir de ese encuentro, que el practicante que supervisa “no se ahorre la singularidad” que lo habita, que se ponga en consonancia con su estilo. También resaltamos que en la dimensión ética no estaba en juego lo “correcto” e “incorrecto”, lo que conformaría una dirección moralizante de nuestra práctica.
III “Escoger una Herencia”
Para darle un giro a este desarrollo tomaremos un aporte de J. Derrida referido a su original modo de entender la herencia y especialmente la posición del heredero cuando nos dice que la idea de herencia implica “un filtrado, una elección, una estrategia”. Y agrega que “Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge, y que se pone a prueba decidiendo”. (6)
Proponemos establecer una analogía entre las funciones del heredero, el analizante y el supervisante, entendiendo que ellas implican una posición activa, que pone en juego un trabajo y un conjunto de decisiones.
Aunque ponemos el acento en dicha posición no es indiferente el modo en que un analista y/o supervisor asumen su función en nuestro campo. Estos testimonios presentan un Lacan que propiciaba ese autorizarse filtrando y escogiendo lo que se producía en las sesiones.
Hace tiempo un joven colega comentaba que su supervisor le indicó que hiciera una maniobra de aumento de honorarios. A pesar de las dificultades que esta indicación le acarreaba, ya que no le resultaba apropiada por diferentes motivos, siguió esa directiva. El analizante interrumpió el tratamiento y el analista consideró que su intervención fue determinante para dicho desenlace. Se lamentaba, cuando comentaba esta situación, por haber sido tan obediente. En ese momento, siguiendo a Derrida, se nos presentó la siguiente frase-imagen: ¡¡Hay que filtrar al supervisor!!
Consideramos que uno de los trabajos fundamentales que tiene el analista que va a hablar con otro sobre su práctica consiste en escoger, filtrar, elegir qué toma y qué no de lo que allí se produjo. No está en posición de tábula rasa que espera recibir las inscripciones correctas. Muy por el contrario está allí para hacer un trabajo, como el heredero, de aceptar o rechazar, de torsionar, en fin… de decidir.
Notas:(1) SAFOUAN M., Conclusión en El psicoanálisis. Ciencia, terapia y causa. 1ed. Ciudad de Buenos Aires. Ed. El cuenco de Plata, teoría y ensayo. (2017) Pag. 291
(2) LACAN J., Seminario 21 -. Los no engañados erran (Los nombres del padre). Clase 11, del 9 de Abril de 1974. Recuperado de: http://www.psicoanalisis.org/lacan/21/11.htm
(3) ROUDINESCO E., Lacan "III Psicoanálisis, grado cero, Octava parte: la búsqueda de lo absoluto" en Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1994, p. 573-74 (Se trata de una conversación que mantuvieron en 1993, aclara en las notas.)
(4)SAFOUAN M., Tercera parte La saga Lacaniana en Ciencia, terapia…y causa. . 1ed. Ciudad de Buenos Aires. Ed. El cuenco de Plata, teoría y ensayo. (2017)
(5) SAFOUAN M., "Preliminar" en La palabra o la muerte ¿Cómo es posible una sociedad humana?, La Flor, 1994.
(6) DERRIDA J., ROUDINESCO, E. (2001) «1.Escoger su herencia» en Y mañana, qué…, Buenos Aires Fondo de Cultura Económica (2009) Pág. 16.