Es estimulante el relato que hace Jorge Fukelman, en un breve artículo que titula “Desorientaciones”. Allí nos relata el tratamiento de un niño de 12 años que básicamente no aceptaba que le dijeran que no.
Decide tomarlo en tratamiento, con algunas reservas y con la resonancia de lo que le había dicho la madre de “Nacho”, “este chico me está volviendo loca”En una de las primeras sesiones, Nacho, que circulaba por todos los ambientes del consultorio, se detiene en un escritorio con una tapa de cristal, levanta una silla y le pregunta, Que haces si te rompo la mesa?. Fukelman pensó, me vas a volver loco? bueno juguemos a que me volvés loco, toma un cortapapel que había allí y se abalanza sobre Nacho diciendole: “te mato hijo de puta, mientras el gritaba “socorro, me quieren matar”, esto duró algunos minutos hasta que tocaron el timbre, era la madre que venía a buscarlo y que había escuchado todo.
Los padres le piden una entrevista y Fukelman les explica algo que los tranquiliza y les da confianza. La madre le comenta que le dijo a Nacho que “no lo iban a enviar a un lugar donde pudieran lastimarlo” y el respondió “Ah, pero era de jugando”.
Durante los dos primeros años la actividad de Nacho era por un lado buscar el “no” y por el otro todo lo que tuviera que ver con la sexualidad estaba muy exacerbado, Nacho hacia frecuentes exhibiciones de sus genitales, tocaba o abrazaba al analista y si este se incomodaba, Nacho decía que “era de jugando”.Las sesiones transcurrían corriendo por todos los ambientes del consultorio y Fukelman dice que lo que tenía claro “era que debía hacer de par espejo y jugar a ser ese espejo”, y que si Nacho hacia algo, el lo hacía aumentado, salvo en el plano sexual.
Aquí Fukelman dice: “tenía claro que no era cuestión de decirle que no, si así lo hubiera hecho hoy no tendría esa mesa de cristal, si él se hacía el loco, era más loco que el, si se ponía violento, me ponía más violento que el, lo que conllevaba una actividad corporal intensa que incluía golpes y empujones”.Una vez sale del baño mostrando su pene erecto y Fukelman responde poniendo cara de perverso y con una tijera que abría y cerraba, diciéndole “vení bombón”.
También el analista le habla con una tonalidad y modulación entre retrasado y boludo. Nacho le pregunta: porque me hablas así? A todos les hablás así?.Surge un temor en Nacho, que el analista le pinche el pie con la tijera.
Fukelman confiesa sentirse un títere de la actividad aparentemente caótica de Nacho.
Como producto de este periodo de jugar a lo bruto, un día Nacho le dice al analista: “pero qué haces, te crees que yo no tengo sentimientos, pensás que soy un juguete? Se había instalado un no, que surgía de Nacho, así no se juega.
Un tiempo antes, jugando una guerra de almohadones Fukelman le dice: “si ves que cuando jugamos, no puedo parar y estoy por matarte, avísame. Y Nacho le respondió: “a vos tambiën te pasa eso?Esta síntesis del trabajo de Fukelman, nos permite hacernos varias preguntas sobre el valor del jugar en un análisis, y de qué se trata “eso” que podemos llamar jugar. Es interesante que dentro de la teorización que piensa Fukelman, considera que de lo que se trata es de reintroducir al niño dentro del espejo, es decir un niño que ya no puede reflejarse en la mirada de los padres, que anda como “bola sin manija” y que busca de manera desafiante y provocadora ser mirado, pero para que esa mirada permita la introducción de un jugar no debe ser reactiva, por lo menos no retaliativa. En este sentido es central el problema del “no”, que Nacho sea traído porque no lo acepta, nos pone de lleno con la cuestión de cuáles serían las condiciones para que un no, sea reconocido como un elemento ordenador pero al mismo tiempo nos queda bastante claro que lo que se suele llamar “problemas de límites” raramente tienen que ver con lo cognitivo, con lo pedagógico o con lo disciplinar. Fukelman lo dice claramente: “si le hubiera dicho que no, hoy no tendría esa mesa”, en esto también es importante que el no situó el problema en el decir, sino que aunque no lo diga lo ubicó en el hacer, “me querés volver loco, entonces vamos a jugar a que me vuelvo loco” y ese volverse loco implica un jugar que es volverse loco, no es sólo decir soy loco o me vuelvo loco sino que es una verdadera dramatización, en que Fukelman se convierte repentinamente en el “asesino del cortapapel". Ese jugar es un hacer, no es sólo pensar o decir, ni solo actuar, es una praxis psicosomática integrada, es decir no disociada. Es notable que ese jugar de Fukelman, no es percibido por Nacho cómo un jugar, el teme “realmente” por su integridad y recién cuando su madre le explica comienza a considerar que eso es “de jugando”.
Esa introducción en el universo del jugar necesita de un recorrido, de una cronología, no solo de una lógica, para que Nacho pueda llegar a las preguntas sobre , porque jugas así? o así no se juega, o así no me gusta.
Es en este sentido valioso el considerar eso que Fukelman piensa desde Lacan como una inscripción o reinscripción en el espejo pero que no es solo un momento o una operación lógica, sino una tarea profundamente diacrónica que requiere de una prolongada desorientación. Fukelman a todo este modo de tratamiento posible con los niños, no lo concibe como análisis en un sentido estricto. Ese término lo reserva para el proceso que realiza un adulto, cuando el fantasma ha ocupado el lugar del polimorfismo infantil. Sin embargo es significativa la concepción del jugar que se desprende de su relato, que coincide con la de Winnicott aunque Fukelman en sus escritos casi no lo menciona y hasta reserva una distancia entre las concepciones de ambos.
Sin embargo en su escrito, el jugar se muestra claramente como una zona Intermedia, que no pre existe al jugar mismo. Para el desarrollo de esa zona de transición es necesaria ciertas condiciones que hasta el momento del encuentro con Fukelman no se daban, las podríamos pensar como una adaptación a esa locura, que caracterizaba a Nacho y en la que ya no se quedaba solo, pero se trata de una adaptación sin complicidad, es decir sin connivencia. Y por otro lado una oposición, que es lo que le da materialidad y consistencia a ese universo intermedio que se va constituyendo, esa oposición aparece en lo que Fukelman dice ponerse más loco, más violento o más boludo, es un elemento cuantitativo que le da al jugar consistencia.. Nacho va “entrando” a una ficción en donde por un lado se siente habilitado y reconocido por el analista para “hacer cualquier cosa”, pero también y como producto de esa oposición que es algo particular del otro, puede comenzar a manifestar que no se puede jugar de cualquier manera, que él también tiene sentimientos, que es humano. Es un proceso rico y complejo que conlleva la desorientación que supone una transición. Es un espacio paradojal, donde es central sostener la no resolución de la paradoja, (vos hablas como un boludo o sos un boludo?). Es propio del desarrollo o de la crianza, no saber a dónde se va pero tener cierta confianza en que cierta “transformación silenciosa”, al decir de Jullien va aconteciendo. Se trata de una zona frágil donde todo esto puede irse experimentando.
A mi entender esa transformación no sólo afecta a Nacho, que no solo acepta el no, sino que lo reclama como algo que ordene la locura o arbitrariedad del otro. También creo que este proceso transforma al analista, que aunque teóricamente “lacaneano”, deviene como producto de esta significativa experiencia en “winnicottiano” sin saberlo.Podríamos preguntarnos, independientemente de si niños o adultos, si no es posible que aquellos aspectos de la constitución psíquica, que no tuvieron en la infancia la posibilidad de ser jugados, puedan realizar en la adultez esa transición en la que las transferencias infantiles van pudiendo realizar una experiencia.
Si esas transferencias rechazadas por los otros primordiales no quedan así, coaguladas, adaptadas o locas pero albergando en si mismas la capacidad potencial de un encuentro en que puedan desplegarse, jugarse, realizarse.
Sería posible nombrar ese proceso como psicoanálisis?