Freud, desde el alma
“‘Psique’ es una palabra griega que en el alemán se traduce ‘Seele’ (‘alma’).” Así comienza el artículo de Freud titulado Tratamiento psíquico (tratamiento del alma) [Psychische Behandlung (Seelenbehandlung)], que data de 1890. En las líneas siguientes hace una precisión: como la expresión tratamiento del alma invita a ubicar ese tratamiento en relación a las patologías anímicas, Freud la modifica, propone en su lugar tratamiento desde el alma, puesto que lo que está en juego es un tratamiento que con recursos que influyen en lo anímico, se ocupa de las perturbaciones anímicas y/o corporales.
En las palabras de Freud: “‘Psique’ es una palabra griega que en el alemán se traduce ‘Seele’ (‘alma’). Según esto ‘tratamiento psíquico’ es lo mismo que ‘tratamiento del alma’. Podría creerse, entonces, que por tal se entiende tratamiento de los fenómenos patológicos de la vida anímica. Pero no es este el significado de la expresión. ‘Tratamiento psíquico’ quiere decir, más bien, tratamiento desde el alma –ya sea de perturbaciones anímicas o corporales– con recursos que de manera primaria e inmediata influyen sobre lo anímico del hombre.” (1)
Una lectura apresurada podría inscribir este nuevo tratamiento como una expresión más de la tradición occidental en cuanto a la división cuerpo-alma. Sin embargo, leyendo más atentamente, se advierte que “desde el alma” no es solo una locación, “desde el alma” es un modo de tratamiento para acceder a las perturbaciones del hombre: “desde el alma” tanto se afecta al ánimo y como al cuerpo. De este modo, si ánimo y cuerpo admiten el mismo tratamiento, su división ha sido al menos, interrogada.
En un artículo mucho posterior, en Pulsión y destinos de pulsión de 1915, leemos una tensión un poco más compleja aún, en la tensión cuerpo-alma: “Si ahora, desde el aspecto biológico, pasamos a la consideración de la vida anímica, ‘la pulsión’ nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante (repräsentant) psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal.” (2)El término “trabazón” merece algunas consideraciones. La primera es que no lo encontramos en la traducción de López Ballesteros (3) . Allí, en su lugar leemos “conexión”. Mientras trabazón se define como juntura de dos cosas que se unen entre sí, aceptando la ambigüedad de la separación que exige la juntura, conexión se define como enlace. Es cierto que trabazón y conexión podrían tomarse como sinónimos, aunque los usos en nuestra lengua coloquial son bien disímiles, en tanto es difícil sortear la resonancia de trabazón con traba (traba, en el sentido de lo que sujeta, pero también fuerza y obstaculiza).
El término en alemán empleado por Freud es “zusammenhanges” (4). Y ésta no es la única aparición del término en sus escritos. Lo encontramos también en El porvenir de una ilusión (5), pero en esa oportunidad, ambas versiones, Etcheverry y López Ballesteros, lo traducen como “ligazón”.
Entonces, la ligadura entre el alma y el cuerpo, siguiendo a Freud, comporta para lo anímico cierta exigencia de trabajo. La espesura de la propuesta de Freud, no se resuelve tan fácilmente en la separación/unión del cuerpo y del alma. A pesar de esto, tal como lo señala Lacan en Tokio (6), Freud ha sido leído según la necesidad del lector occidental de sostener la tradición del alma como separada del cuerpo.
“Psique” constituye todavía un punto a desbrozar de la trama freudiana, y encontramos, en la pretendida equivalencia con la que se tratan los términos psicoanálisis y análisis; psicoanalista y analista, un modo de saltearnos la incómoda discusión.El almor de Lacan
En la sesión del 13 de marzo de 1973 de su Seminario, Lacan toma al sustantivo alma (âme) y lo conjuga como el verbo amar: j’âme, tu âmes, il âme. Nos parece válida la traducción, en esta ocasión, del neologismo, y tomamos entonces la propuesta del “almor” término que condensa alma y amor (7).
Luego de considerar el asunto de la polaridad activo/pasivo, diciendo que la materia sería animada por una agente; afirma que, en esos términos, la animación procede del a que toma al otro por su alma. En la misma línea agrega otra afirmación: el alma es fantasmática. Pero será sirviéndose de las homofonías que le proporciona el francés y luego de jugar con lo poco (peu) que se puede (peut) y de ellos (d’eux) dos (deux), dirá que el alma (âme) es lo que se alma (ce qu’on âme). Concluyendo que el alma puede ser cuestionada (mise en cause) para preguntarse si, el alma, es un efecto del amor.
Resaltemos dos cuestiones. La primera: el almor, el amor conjugado con el alma, excluye al sexo, en términos de diferencia sexual.
La segunda: poner en causa es cuestionar, pero también, ubicar en el lugar de la causa. Interrogar el alma, ponerla en relación a una causa.
Alma, amor, causa, objeto a, resuenan en la doctrina de la trasferencia. Recordemos que en el Seminario que Lacan le consagra, tanto la historia de Psique relatada por Apuleyo, como el cuadro de Jacopo Zucchi, Eros y Psique, tienen su lugar (8).Una lectura de la Proposición…
En la versión escrita de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela (9) Lacan alterna en el uso de los términos analista y psicoanalista. Lejos de tratarse de una cuestión de estilo para evitar reiteraciones, o de una alternancia azarosa, el empleo de esos términos parece seguir una cierta lógica.
“Analista” es utilizado por Lacan cada vez que habla del analista en relación al saber referencial, en relación a la Escuela, tanto en el sostenimiento de su progreso como en lo que podría demandarle a ella. Entonces, analista-saber referencial.
En cambio, el término “psicoanalista” es utilizado cada vez que Lacan se refiere a la posición que se toma en “una situación convenida entre dos partenaires que se asumen en ella como psicoanalizante y psicoanalista”.“Psicoanalista” entonces, ubica una posición en relación al saber textual, una posición en relación al sujeto supuesto saber, pero que también requiere de otro término, el de “psicoanalizante” por cuya gracia, afirma Lacan, “en el inicio está la transferencia”. Y entonces, psicoanalista-saber textual que requiere del texto y la transferencia.
Si tomamos en cuenta la distinción que venimos de hacer, la afirmación según la cual “el psicoanalista no se autoriza sino a sí mismo” (uno de los fragmentos más divulgados de la Proposición…), encuentra un sesgo para su lectura.
Convendría primero recordar que el “lui-même” del francés, traducido habitualmente como “si mismo”, admite también la traducción por “él mismo”, siendo esta opción, a nuestro criterio, la más pertinente. En primer lugar, por razones semánticas, pero, además, en nuestro caso particular, el “sí mismo” nos aproxima a la noción de self, al yo, y se corre el riesgo de leer ese pasaje como un ejercicio de infatuación narcisista.
Hecha la observación, y retomando la distinción propuesta entre los términos “analista” y “psicoanalista”, afirmar que el psicoanalista se autoriza él mismo, indicaría que se trata de tomar una posición respecto del sujeto supuesto saber, de asumir un lugar en la trasferencia, cuestiones que nos son realizables más que a nombre propio, y a las que no es posible autorizar a otros.
“Psique”, devenida “psico”, marcaría una diferencia, de modo que los términos analista y psicoanalista, no estarían en relación de equivalencia. Eliminarla no sólo silencia la discusión pendiente que señalamos más arriba, sino que ahora también, soslaya una distinción que se encuentra en el escrito de Lacan.
Para concluir
“Psique”, “alma”, tomada por el sesgo que se la tome, continua siendo asunto de los practicantes del psicoanálisis. Así, estas líneas, entre el texto y la referencia, dan cuenta de un breve recorrido iniciado hace no demasiado, para revisar los anclajes que en nuestra propia formación nos ligan más a la tradición occidental alma-cuerpo que a la espesura del texto freudiano.
Notas
(1) Sigmund Freud. Tratamiento psíquico (tratamiento del alma). En: Obras completas de Sigmund Freud. Buenos Aires. Amorrortu, 1988. Vol. I. pág. 111.(2) Sigmund Freud. Pulsiones y destinos de pulsión. En: Obras completas de Sigmund Freud. Buenos Aires. Amorrortu, 1988. Vol. XIV. pág. 117.
(3) cf. Sigmund Freud. Los instintos y sus destinos. En: Obras completas de Sigmund Freud. Madrid: Biblioteca Nueva, 1948.
(4) Debemos este párrafo a los aportes de Lionel Klimkiewicz quien nos aportó el término en alemán y nos guió en la lectura de su traducción.
(5) cf. Sigmund Freud. El porvenir de una ilusión. En: Obras completas de Sigmund Freud. Buenos Aires. Amorrortu, 1988. Vol. XXI. págs. 1-55. Y En: Obras completas de Sigmund Freud. Madrid: Biblioteca Nueva, 1948.
(6) cf. Jacques Lacan. Discurso de Tokio. –Inédito– Traducción de Claudia Bilotta y Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
(7) Jacques Lacan. Otra vez {Encore}: Seminario XX (1972-1973) –Inédito– Versión crítica. Establecimiento, traducción y notas: Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Clase Nro. 8 (13 de marzo de 1973).
(8) cf. Jacques Lacan. La transferencia…: Seminario VIII (1960-1961) –Inédito– Versión crítica. Establecimiento, traducción y notas: Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Clase Nro. 16 (5 de abril de 1961) y Clase Nro. 17 (12 de abril de 1961)
(9) cf. Jacques Lacan. Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela. En: Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012. págs. 261-277.