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Número 14 - Noviembre 2020
El lugar del psicoanalista con niñas y niños en épocas de pandemia
Beatriz Janin

Estamos viviendo una situación atípica y estamos en estado de incertidumbre. No sabemos qué es lo que puede ocurrir ni si vamos a poder volver a la supuesta “normalidad” que teníamos antes… En ese sentido, es muy diferente a una catástrofe como una inundación o un terremoto, en que lo temido ya ocurrió (a lo sumo puede volver a ocurrir). Acá es un tránsito complejo, en el que todos estamos incluidos.

A la vez, esa espera angustiosa de lo que puede suceder remite como sociedad y en cada uno a las historias previas, a lo que para cada uno fue lo insoportable, es decir, la historia cae sobre uno. Podemos decir, tomando a Gerard Stein, que si uno no puede conjugar el verbo en futuro, el pasado le cae encima. Es frecuente así que uno tema lo que ya sufrió, una repetición de lo terrorífico, que es diferente para cada uno.
Esta situación dolorosa, en la que campea la incertidumbre, nos viene exigiendo realizar muchos duelos y es a la vez un golpe brutal al narcisismo, en tanto ha quedado en claro que nadie puede salvarse solo ni es dueño absoluto de su propia vida, sino que toda vida se da en un entramado con otros. Aunque esto podía ser pensado con anterioridad, con la pandemia se ha hecho evidente y nos deja desamparados.

Este desamparo generalizado se agrava en algunos casos  que  se han hecho más visibles en estos tiempos.

Algo que viene pasando es que así como con el tratamiento on line nos metimos en las casas y vimos lo que podíamos suponer pero no veíamos, en la sociedad se ha hecho claramente visible el desamparo social de gran parte de la población. Y esto en medio de una situación de desamparo colectivo.

Así, se hicieron evidentes diferentes tipos de violencias, sobre todo violencias sociales, efecto de enormes desigualdades.
Sabemos que deseos, defensas, tipos de pensamiento se constituyen y despliegan con otros, en un entramado vincular. Y qué lugar ocupe socialmente, qué espacio le otorgue el conjunto de voces a ese sujeto en crecimiento, serán decisivos para ir construyendo la representación de sí mismo y del mundo. Va a ser difícil para un niño que carece de agua para lavarse las manos y de conectividad para poder seguir las clases, cuyos padres estén angustiados porque no llegan a fin de mes, sostenerse psíquicamente.

De nuevo, nuestro papel en ese terreno es fundamental: escuchar los diversos desamparos y tener claro su incidencia en la constitución subjetiva e intentar abrir posibilidades creativas.

El aislamiento

Otra cuestión particular de esta situación es que el modo de cuidarnos es aislarnos, lo que resulta contradictorio con la tendencia a enfrentar las dificultades uniéndonos con otros.
Esto ya marca un punto importante. Sabemos que el encierro con uno mismo e inclusive en el núcleo familiar suele traer dificultades. Freud plantea, en Más allá del principio de placer, que un organismo librado a sí mismo termina comiéndose sus propios desechos. Es claro que el otro es fundamental no sólo como aquel con quien intercambiar funcionamientos eróticos sino también como aquél en el que se pueden descargar las pulsiones hostiles. Es decir, el otro ayuda a tramitar el erotismo y la hostilidad. Aquel que queda encerrado termina intoxicado…por sus propias evacuaciones. Así, las familias endogámicas terminan intoxicadas por las propias pulsiones y las de los otros miembros de la familia, en tanto no hay intercambio con el contexto. Esto puede derivar en tensiones insostenibles que pueden derivar en funcionamientos francamente violentos (y esto en un momento en que esas violencias pueden quedar en silencio por la falta de otros contextos en los que denunciarlas). Si bien hay una idea de que los lazos familiares pueden afianzarse (y esto puede ser así en algunos casos), el no tener respiro, el no estar con otros en la vida cotidiana que ayuden a procesar la angustia, el dolor, la tristeza y el enojo, puede ser asfixiante y hacer resurgir los rencores y resentimientos que parecían superados.

Por eso, una cuestión fundamental en este tiempo de aislamiento necesario es cómo podemos estar con otros manteniendo distancia, cómo podemos seguir tejiendo lazos, cómo nuestra voz, nuestra mirada, nuestros afectos y pensamientos traspasan las paredes de la vivienda e intercambiamos con otros….
Entonces, sostener los vínculos con otros (fuera del entorno familiar) del modo en que se pueda parece ser fundamental. Y esto para niños, adolescentes y adultos.

El aislamiento no tiene que ser social, sino solamente físico.
Se plantean muchos interrogantes que no podemos responder por ahora, tales cómo: ¿qué modificaciones en la subjetividad traerá aparejada esta pandemia? ¿qué ocurrirá con esta abstinencia de besos y abrazos? ¿Qué consecuencias psíquicas acarreará el vivir tanto tiempo con temor al contacto con otros?

Los recursos psíquicos en la infancia 

Frente a esta situación tan dolorosa, cada persona pone en juego los recursos que posee, desde los materiales hasta los psíquicos.
Cuando hablamos de recursos psíquicos nos referimos a aquellos funcionamientos que se han ido adquiriendo a lo largo de la vida, que pueden o no ser útiles en este momento. Las vivencias previas, las dificultades transitadas, nos posibilitan o coartan apelar a algunas defensas.

Pero lo particular de los niños es que no tienen una historia suficiente de tramitación de vivencias como para poder metabolizar lo que está ocurriendo y carecen por ende muchas veces de recursos suficientes. Los que tienen que actuar de metabolizadores s
on los que los cuidan, que a la vez están también asustados, angustiados y deprimidos.
Esto hace que los niños se enfrenten a una doble situación: por un lado han perdido referencias importantes, como la escuela y estar con sus abuelos… y a la vez se encuentran con adultos que también se sienten desamparados en medio de la incertidumbre.
Es decir, niñas, niños y adolescentes están sufriendo y lo manifiestan del modo en que pueden, acorde con las lógicas infantiles y las defensas con las que cuentan.
Si la pandemia demostró el valor fundamental de la salud y la educación, lo hizo también en relación a los vínculos, a esos lazos que nos sostienen. Por eso la conectividad es en este momento imprescindible y no sólo para poder sostener la escuela sino para que niñas y niños puedan sostener los lazos con los otros.

Si toda situación se torna traumática cuando no puede ser metabolizada, ¿qué posibilidades tienen los niños hoy de procesar lo que nos ocurre? Han perdido sus lugares habituales, sus posibilidades de encontrarse con otros niños y con familiares, de correr en la plaza y de jugar y también de pelearse con sus compañeros.  
A la vez, los niños detectan los temores, las angustias, el malestar de los padres y quedan angustiados y asustados. Muchas veces no se les explica lo que ocurre pensando que no entienden y eso los puede llevar a suponerse responsables del mal humor o la tristeza de sus padres. Otras veces, quedan sujetos a la sobreinformación de los medios que actúa como un golpeteo constante indigerible. Es decir, ser niña o niño en esta situación no es fácil.
Lo que escucho de mis pequeños pacientes es el temor a la muerte de los adultos. Suelen repetir (como desmentida del miedo a enfermarse) “A los chicos no nos hace nada este virus”. Pueden preguntarse si a su mamá y a su papá les alcanza la categoría de adultos mayores y lloran por sus abuelos (a los que suponen en riesgo inminente).

Pero no todos los niños pueden expresar claramente estos sentimientos. El modo en que los niños muestran su sufrimiento es particular.

Algunas de las posibilidades:
- Pueden estar muy demandantes, pidiendo atención permanente
- Pueden llorar de modo aparentemente inmotivado y con frecuencia
- Pueden moverse sin parar
- Pueden enfurecerse por cualquier cosa
- Pueden negarse a hacer todo lo que se les pide
- Pueden estar agresivos por momentos
- Pueden comer en exceso
- Pueden retraerse
- Pueden no atender a las clases on line y negarse a realizar las tareas.
- Pueden intentar contentar a los adultos (y explotar en estallidos por momentos)
- Pueden regresionar a conductas ya superadas (como el control de esfínteres por ejemplo)

Y hay muchas otras reacciones posibles.

Considero que es muy importante que entendamos que son modos de decirnos que ellos también están golpeados por la situación, que han perdido sus ámbitos habituales, pero sobre todo que registran que los adultos están preocupados. No tienen elementos para digerir solos esta situación y suelen no tener adultos disponibles para ayudarlos a procesarla, en tanto para  todos ha habido un quiebre con la vida habitual y las certezas se han puesto en jaque.
Esto nos plantea la importancia de la presencia del psicoanalista, c alguien que los escuche y acompañe en este proceso.
Y para los psicoanalistas la importancia de compartir experiencias y de pensar con otros, de procesar y metabolizar lo que ocurre, en tanto estamos en la misma escena pero podemos llegar a tener o a crear nuevas posibilidades.

El riesgo de la patologización

Niñas, niños y adolescentes están sufriendo. No son robots, son personas que están transitando con los recursos que tienen situaciones difíciles y para colmo en un momento de la vida en el que les resulta difícil conceptualizar lo que está ocurriendo y tienen que lidiar con otros, adultos, que están también sufriendo y desbordados por la situación.

Entonces, pueden estar tristes, estar desatentos e hiperactivos o pelearse con todo el mundo, replegarse por momentos, no querer conectarse con la escuela o estallar al menor inconveniente, sin que esto implique ningún trastorno, sino los modos en que nos cuentan que están sufriendo. Si queremos prevenir dificultades, será importante escucharlos, brindarles los elementos como para que puedan abrir ventanas a otros, por fuera de la casa, dirigirse a ellos, no sólo para decirles cómo cuidarse sino para escuchar sus iniciativas, los modos en que vienen capeando el temporal, las estrategias que vienen usando y brindándoles posibilidades de metabolizar lo que en principio es indigerible, de crear nuevos espacios, nuevas modalidades de transitar esta situación.
Tienen que encontrarse con adultos que se dirijan a ellos, que les den lugar.

Insisto: hay mucho sufrimiento psíquico. Pero yo diría que el mayor riesgo es que se patologice el sufrimiento de niñas, niños y adolescentes y que entonces cuando alguno no pueda concentrarse se lo suponga con una patología de por vida o se confunda la tristeza por lo perdido con un trastorno. Esto podría llevar a que a lo difícil del momento histórico, se sumen varias cuestiones, entre ellas, la idea de que los niños padecen dificultades orgánicas y también de que van a tener esas dificultades para siempre. Cuando la constitución psíquica implica transformación permanente.

Quiero alertar sobre esto, porque ya están apareciendo las voces que claman por un día del Trastorno por desatención y seguramente aparecerán otras voces pidiendo visibilizar otros supuestos trastornos en lugar de visibilizar a los niños en su diversidad y en su necesidad de no ser etiquetados ni encerrados en un diagnóstico de por vida.

Curiosamente, cuando tenemos más claro que nunca la incidencia del contexto en la constitución subjetiva, hay quienes están alertando sobre una “pandemia de trastornos mentales” y también hay quienes proclaman que tenemos que estar atentos porque ha aumentado notoriamente el número de casos de niños con trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
Esto, que podría hasta resultar gracioso por lo absurdo y fuera de contexto, se torna trágico cuando una niña o un niño son ubicados con un trastorno de por vida y medicalizados. Cuando en lugar de repensar los temores, terrores, angustias e incertidumbres que sufren niñas y niños, en lugar de ubicar que tienen muchas veces que despertar a adultos deprimidos, en lugar de reflexionar sobre la escuela y sus modos de transmisión, se ubica a niñas y niños como trastornados, cuando es el mundo el que está trastornado y se les cayó encima.  

Todo niño es un sujeto único, que tendrá sus características particulares y tenemos que ir construyendo con él un modo de entendernos y entenderlo, pensando qué es lo que lo hace sufrir y cómo trata de salir del sufrimiento, qué caminos viene encontrando para decir.

Podemos ayudarlo a modificar caminos de repetición, crear nuevas modalidades, construirse y construir un mundo. Y podemos ayudar a los padres a volver a ver a su hijo como un niño que no es ni más ni menos que alguien que está creciendo a su manera...que necesita tiempo y que debe ser mirado como humano, no como "un funcionamiento cerebral especial" o una "condición" que requiere que se le hable de tal o cual manera y que se lo adiestre. Si los padres pueden recuperar su espontaneidad con sus hijos, los habrán ayudado mucho en su crecimiento. Si los profesionales podemos considerarlos sujetos, por más chiquitos que sean, va a ser más fácil que se sientan personas.
Frente a esto, es muy importante implementar intervenciones que posibiliten el despliegue de la subjetividad y devolver una mirada que reinstale el tiempo de la infancia como un tiempo de transformaciones.

Dice Philippe Meireu: “Quizás, en este sentido, los derechos del niño estén particularmente bien resumidos en el artículo 7 de la Convención, en el que podemos leer: "todo niño tiene derecho a un nombre". Afirmación tal vez demasiado evidente para parecer importante. Y, sin embargo, la literatura nos demuestra, por ejemplo, a través de la historia de Perceval, que tener un nombre no es algo fácil. En efecto, al comienzo de la historia Perceval no sabe ni quién es, ni cómo se llama. Y, al final de la búsqueda del Grial, la única cosa que habrá descubierto es, precisamente, su propio nombre. Puede decir entonces de donde proviene, quién es, puede decir "yo". Pues el nombre permite salir de la confusión, del anonimato; permite, al mismo tiempo, inscribirse en una historia, darse un presente y, tal vez, dejar una huella en el futuro. Permite unir todo lo que, misteriosamente, viene de uno mismo... para, en forma progresiva, reivindicarlo, volverse capaz de imputárselo, y, por último, de firmarlo.” “Los derechos del niño no tienen otro significado: son el testimonio del compromiso de los adultos para que algún día cada niño pueda firmar su propia vida. (1999, pág 26) 

Sobre los tratamientos durante la pandemia: lo virtual…

No tengo duda de que ha sido muy importante sostener los tratamientos en estas circunstancias, así como responder a las múltiples demandas de ayuda  que se vienen realizando por parte de niñas, niños y padres. En un momento en que está el fantasma de la muerte y que se han acrecentado los temores y las angustias, que además el encierro ha detonado situaciones de mayor violencia y las regresiones son cada vez más evidentes, el que alguien abra “ventanas al exterior” es fundamental. Es como salir por un rato del encierro endogámico y que haya una escucha por fuera de los límites de la familia.

Pero el encuadre ha variado mucho. Y he tenido muchas sorpresas. Por una parte, siempre he pensado que era imposible trabajar con niños muy pequeños de modo virtual. Pero no sólo es posible sino que en muchos casos se pueden producir modificaciones importantes. Así, pude continuar el tratamiento con un niño de tres años que me muestra sus juguetes (y yo estoy con los que él utiliza en el consultorio) y él se alegra cuando me ve y durante un tiempo (que es variable), nos comunicamos a través de la pantalla. De a poco, este niño, que casi no hablaba, comienza a pedirme juguetes que recuerda y después de unos meses, dice claramente: “Yo quiero ir al consultorio de Beatriz”, para sorpresa de sus padres y mío. Pero también pide por primera vez ir a la plaza y les pide a sus padres que lo dejen solo cuando tiene sesión (esto después de muchos meses) y en la actualidad puede estar los cincuenta minutos de la sesión jugando y hablando.  

Un niño de cinco años juega a aparecer y desaparecer con el celular y me va mostrando las diferentes partes de la casa. Y otro de la misma edad que golpeaba a sus compañeros y a su maestra en la escuela tiene un momento de desesperación y desborde y comienza a tirar objetos y a golpear todo. En esa situación, le presento a un muñeco que lo saluda y le habla. Frente a esto, frena inmediatamente el desborde, se dirige al muñeco y seguimos la sesión el muñeco, él y yo. Al finalizar me tira un beso y otro al muñeco al que despide con un “Chau, señor”. Es muy posible que este mismo desborde (a partir de un dibujo que le salió mal) no se hubiese podido modificar tan fácilmente si hubiésemos estado de manera presencial, porque los objetos hubiesen sido dirigidos contra mí y hubiese tratado de pegarme, por lo cual después le hubiese costado reparar el vínculo. Así, las pantallas pusieron una barrera y pudo gritar y arrojar y golpear sin que nadie quedase herido.
Los niños que están en edad escolar generalmente pueden sentarse frente a la pantalla y pueden hablar, dibujar y hasta compartir algunos juegos de mesa o un juego dramático. Muchos niños vienen hablando mucho, contándome lo que no pueden decir en la casa, por temor a destruir a sus padres.

A la vez, en momentos en que los padres suelen desbordarse, están agotados y desorientados, es muy importante escucharlos a ellos y a su desesperación. El encierro puede resultar una segunda situación intramitable y cuando este encierro incluye niños, puede traer complicaciones.

Escucharlos, intentar sostenerlos, puede ser una salida para que las niñas y los niños no queden solos y, sobre todo, para que al virus no se le sume la violencia, que es el riesgo del encierro endogámico. La violencia contra los niños es una cuestión clave a prevenir. Muchas veces hay que escucharlos de a uno (a madre y padre) en tanto el otro tiene que estar con los hijos.
En algunos casos, cuando los padres se niegan al tratamiento on line, hay que sostener un contacto, aunque sea a través del envío de videos (ya sea de un saludo o del relato de un cuento o de aquello que le pueda parecer más cercano a ese niño). Es el modo de decir: “Acá estoy”, a pesar de la pandemia.

Me parece que algunos puntos son importantes para pensar la clínica en estas condiciones:

  1. Cuando es una consulta nueva es importante que se tengan muchas entrevistas con los padres antes de comenzar con el niño como para que ellos armen un vínculo transferencial positivo. También ha comenzado a ocurrir que hay niños que piden hablar con una psicóloga o un psicólogo frente al malestar que sienten.
  2. Con todos los padres, como siempre, sostenemos entrevistas a lo largo del tratamiento. Esto, que es parte del trabajo psicoanalítico con niños,  cobra particular importancia en esta situación de convivencia permanente.
  3. Es fundamental pensar el encuadre de un modo flexible en cuando a la duración de la sesión, que puede ser variable.
  4. Tenemos que tener en cuenta que nos “metemos” en la casa del paciente y posiblemente podamos observar algunas cuestiones que desconocíamos (niños que no tienen posibilidades de tener un espacio íntimo, gritos permanentes en la casa, etc., discusiones permanentes, llantos que no se responden…) Y esto nos plantea muchas veces nuevas hipótesis y reflexiones.
  5. El paciente también “entra” en nuestra casa, de alguna manera. ¿Cómo encontrar nosotros un espacio en el que se respete la intimidad del paciente?
  6. El niño tiene que poder moverse mientras se desarrolla la sesión y tiene que quedar claro que puede hacer sus relatos con los recursos que tenga: el juego, el dibujo, la palabra y también los gestos, acciones, etc. Pienso que no es importante que lo veamos todo el tiempo sino que es más importante que él se sienta en libertad de movimiento y nosotros podemos escucharlo y hablarle en los momentos en que queda fuera de la pantalla.
  7. Me parece necesario tener juguetes a disposición, sobre todo con los más pequeños. Con los que vienen ya en tratamiento les he preguntado qué juguetes del consultorio querían que estuvieran allí y son los que tengo conmigo en el momento de la sesión, aunque también tengo otros disponibles.
  8. Ir dejando que ellos armen la sesión. En un comienzo muestran las cosas de su casa, pero después va habiendo una continuidad de una sesión a otra y pueden ir contando sus cosas. Y vamos escribiendo cuentos en conjunto, o establecemos juegos y diálogos (con niños que apenas hablan).
  9. Hay algo de un esfuerzo “extra”, en tanto tenemos que estar muy atentos a todo lo que el niño expresa y no tenemos la cercanía ni la posibilidad de movernos que tenemos cuando estamos en el consultorio. Pero a la vez se van dando muchas cosas interesantes, como son el pedido de relato de cuentos (en los más pequeños), el inventar juegos, el compartir descubrimientos en la pantalla y el contar situaciones de la vida familiar en niños en edad escolar que no querían hablar en las sesiones.

Tengo la impresión de que una mayor lejanía física en algunos casos dificulta el trabajo psicoanalítico y en otros lo facilita… y esto abre muchas puertas para seguir pensando.

A la vez, estamos muchas veces respondiendo a emergencias. Hemos pasado a ser una suerte de “psicoanalistas de guardia”, recibiendo llamados en diferentes horarios y dando sesiones de urgencia.
Es una nueva clínica. Y nos venimos reinventando. Con las herramientas conceptuales que tenemos debemos ir construyendo nuevos modos de abordaje y de intervención. Y posiblemente, como hacemos siempre, tendremos que revisar también algunas categorías conceptuales y crear nuevas.

Algo llamativo es lo que está ocurriendo con pacientes que tienen dificultades importantes, pero que sostenidos por un equipo han mejorado. La buena evolución a lo largo del año de niñas y niños que no hablaban ni se conectaban en tanto siguieron teniendo sus tratamientos y fueron sostenidos por profesionales que a través de la pantalla les dieron un lugar, nos lleva a reflexionar sobre nuestro papel y sobre la enorme responsabilidad que tenemos en tiempos convulsionados y dolorosos en relación a niñas, niños y adolescentes. También, la evolución de aquellos para los que la vida social era un suplicio y fue como al estar un tiempo sin exigencias pudieron registrar el deseo de estar con otros y de establecer lazos con niñas y/o niños.

Estamos en una encrucijada…

Me parece que nos encontramos en una encrucijada, que el virus que nos amenaza puede resultar un detonador de múltiples conductas y traer diferentes consecuencias. Creo que la disyuntiva que se presenta es entre 1) la solidaridad, el armado de redes afectivas, la colaboración y el cuidado mutuo o 2) el individualismo, el repliegue sobre sí mismo, el temor al otro y la ruptura de los lazos. Muchas veces, la desmentida del riesgo como modo de soportar la afrenta narcisista que supone. Esto remite claramente a la disyuntiva entre Eros y Tánatos. Por un lado la fuerza inscriptora, ligadora, de armado de nuevos recorridos y la consideración del diferente como semejante y por otro la ruptura de lazos, el quiebre de ligaduras, la irrupción del “sálvese quien pueda”.
Creo que la única manera de salir adelante todas y todos es armando redes solidarias, entendiendo que no es metiéndose en una isla que se puede resolver sino intentando estar con los otros, cuidándonos y cuidando. La salida es colectiva y es importante que sostengamos Eros, como ligazón, armado de nuevos caminos, lazos con otros… Y trabajar en la clínica y frente a las urgencias del momento con la idea de que todo esto tiene que ir armando un tejido y que en algún momento este presente pueda ser historizado, es decir, que esta sucesión de situaciones vividas como golpes se transformen en historia.

Ese es posiblemente nuestro gran desafío. Transformar lo que podría dejar marcas traumáticas en historia a ser relatada a las generaciones venideras.
Otro punto que quiero remarcar es el de la prevención en salud mental.
Tenemos que trabajar ya en eso, en lugar de hacer profecías agoreras que solo aumentan la angustia.
Uno de los objetivos es armar entre todas y todos un entramado vincular que nos sostenga para poder sostener a niñas, niños y adolescentes.
Dentro de la prevención, pienso que es clave ayudarlos a vislumbrar un futuro mejor y a plasmar proyectos, recuperando el tiempo como principio de esperanza.
Y, sobre todo, considerar que niñas y niños no son máquinas. Están al tanto de lo que ocurre y la enfermedad y la muerte cobran en ellos un sentido particular.

Considerar al ser humano como sujeto en devenir, contradictorio y sobredeterminado, producto de muchas historias e inserto en un mundo social… es resistir a la anulación del sujeto.

Subjetivar implica oponerse a la mecanización del ser humano y a la exclusión que prima en el mundo y transmitir esperanzas, en tanto niñas, niños y adolescentes son sujetos en constitución.

Recuperemos una mirada de descubrimiento sobre niñas y niños sin protocolos ni cuestionarios pre-establecidos, entendiendo que cada niña y cada niño es un mundo y que tienen siempre potencialidades a desplegar.

La salida es colectiva y es importante que sostengamos Eros, como ligazón, armado de nuevos caminos, lazos con otros… Y trabajar frente a las urgencias del momento con la idea de que todo esto tiene que ir armando un tejido y en algún momento poder ser historizado, es decir, que esta sucesión de situaciones vividas como golpes se transformen en historia.
Ese es posiblemente nuestro gran desafío. Transformar lo que podría dejar marcas traumáticas en historia a ser relatada a las generaciones venideras.

Y también nos podemos preguntar: ¿Quién va a tener derecho a narrar? A mí me gustaría que se les abra esa posibilidad a niñas, niños y adolescentes, para lo cual sería importante que vayan ya, escribiendo lo que transitan, del modo en que puedan, que dejen marcas en cuentos, canciones, dibujos… que vayan dejando huellas, huellas que se irán entramando e irán alumbrando nuevos territorios. Nosotros tenemos que armarles el terreno, abrirles espacios, darles herramientas y acompañarlos en el recorrido.

Bibliografía:

Freud, Sigmund (1920) Más allá del Principio de placer, en Obras Completas, Vol XVIII. Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
Freud, Sigmund (1914c) Introducción al narcisismo, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu ed., vol 14, 1979.
Freud, Sigmund (1915c) Pulsiones y destinos de pulsión, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu ed, vol 14, 1979.
Janin, Beatriz (2011) El sufrimiento psíquico en los niños, Buenos Aires, Noveduc
Janin, Beatriz (2013) Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños, Buenos Aires, Noveduc
Janin, Beatriz (2018) Infancias y adolescencias patologizadas, Buenos Aires, Noveduc.
Meirieu, Philippe (1999) Des enfants et des hommes, París, ESF éditeur.
Winnicott, D. R. (1971) Los procesos de maduración y el ambiente facilitador, Buenos Aires, Hormé

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