Hablar del cuerpo en la psicosis es también hablar de lo imaginario, lo simbólico y lo real en la psicosis.
Descartamos o al menos preferimos poner entre paréntesis planteos tales como: no hay cuerpo en la psicosis, el cuerpo en la psicosis es…xxx, etc.
Preferimos apostar a partir de lo que hay, de lo que se presenta, en transferencia, en vez de especular acerca de lo que debería haber y no hay, o no debería haber y hay.Por supuesto, “lo que hay” no es ingenuo ni evidente. Dependerá de qué podamos o no escuchar y apreciar en lo que el sujeto nos cuenta y nos muestra. Porque se trata de palabras, de discurso, pero ese discurso también puede aparecer en acto, en semblante, en lo que no dicen las palabras, en lo que se oculta apenas y emerge entre los pliegues, en lo que muestra la hilacha sorprendiéndonos y sorprendiendo también al sujeto mismo.
Lo que se presenta puede ser extremadamente variable y variado. Desde cuerpos que se relatan trozados, estallados, en añicos, en restos, casi sin vida, arrancados. Hasta otros que parecen más enteros, casi “normales” (1). Otros parecen enteros y apropiables por quien los porta, pero en el horizonte, en un horizonte tal vez muy cercano, están amenazados, a punto de ser apresados o violentados de alguna manera.
Otros cuerpos aparecen como poseyendo más de un ocupante. O siendo ocupados por alguien más que el sujeto que se siente con derechos legítimos a declarar su posesión. Son cuerpos ocupados, como las tierras o las casas. Tomados. Con mayor o menos precisión con respecto a quiénes son esos tomadores, esos ocupantes. A veces es neto y claro que se trata de tal o cual, o de tales o cuáles (puede ser una toma múltiple también). A veces se trata de una mera presencia, vaga pero no por ello menos amenazante o potencialmente destructiva. Casi una sombra, una impresión, un fantasma. Otras veces lo que se entromete es algo mecánico: un aparato que altera el funcionamiento o lo potencia. O se convierte en instrumento de control, de hacerle hacer a ese cuerpo algo que su legítimo dueño no parece dispuesto a hacer… ¿o tal vez sí?Se cree que en la neurosis estas cosas no pasan. Y en cierto sentido es verdad. O al menos es verdad que quien porta el cuerpo no se anoticia de que le pasan. Pero qué neurótico no ha sentido, ante una pérdida significativa, que un fragmento del cuerpo se desgarra o amenaza con hacerlo. Qué neurótico no podría pasar por la eventualidad de que alguna parte de su cuerpo (no necesariamente del anatómico, pero también podría ser ese) alguna parte se desvanezca, se evapore y no se la sienta, o no responda a la voluntad de movimiento o de funcionamiento.
La vinculación entre cuerpo y sujeto es compleja, parcial, problemática. Tanto en la psicosis como en la neurosis. Así como ocurre con la realidad que el neurótico cree tener tan aferrada y clara… hasta que se confunde, se borronea, se entremezcla, se superpone. Ya sea en los sueños, en las fantasías, pero también en eso que llamamos vigilia.
La psicosis muestra con mayor notoriedad esa complejidad problemática de la articulación entre cuerpo y sujeto. Una articulación en la que están en juego los tres registros, del cuerpo y del sujeto. La imagen, su constitución y su estabilidad. Las marcas simbólicas que supuestamente atan un organismo a un nombre y a una historia. Las reverberaciones de eso llamado goce que entran y salen, se hacen sentir, se hacen rechazar, se hacen esperar.
Imagen, marca, goce. Ninguna de ellas es el cuerpo, pero el cuerpo no es sin ellas. Ninguna de ellas (el femenino es porque la jouissance es femenina de origen) es el sujeto, pero ¿qué sería, ¿qué habría sido el sujeto sino un efecto evanescente de los cruces entre ellas?
Vayamos por partes, o trencemos cruce a cruce (no se puede hacer una trenza con un solo movimiento, el trenzado es cruce por cruce, uno por vez, discreta y discontinuamente. Como el decir).
La imagen en la psicosis: no podríamos decir que el sujeto psicótico no la tiene. Está allí. Por momentos adquiere la complejidad que describíamos hace un momento.
Ejemplos:
- La mujer a quien un antiguo médico le trastorna distintos órganos, impidiéndole, por ejemplo, orinar correctamente, o produciéndole acidez estomacal, u otros padecimientos.
- O aquella otra mujer que alberga en su interior a dos hombres que compiten por poseerla de manera única; ella sólo siente que asiste a esa competencia sin poder intervenir, pasivizada en su espera de que puedan definirse y que uno expulse al otro. Al menos así sabrá que está poseída pero sin tener que sufrir los embates de la lucha entre ambos pretendientes. Mientras tanto, se siente perturbadoramente atraída por mujeres que ve en la calle, en un restaurante, en un transporte público. Tan perturbadoramente que muchas veces debe abandonar el lugar presa de una intensa angustia, cuando no pánico.
- O aquel que sentía, sin ninguna duda, que alguna parte de su cuerpo estaba a punto de caer y perderse. Solía ser su pene, pero también podía ocurrir con alguna otra parte externa. Eso lo llevaba a tener que sostenerse esa parte con todas sus fuerzas y al mismo tiempo lanzar lamentos y desesperados llamados de ayuda. La madre de ese hombre contaba que había nacido muy poco después de la muerte precoz de un bebé que lo antecedió. Y que cuando nació la alegría fue tan inmensa que decidió ya no intentar tener más hijos, con este estaba cumplido todo su deseo de maternidad. También esta madre relataba, con una especie de orgullo y picardía, que siendo el niño de pocas semanas ella sufrió una mastitis que le impedía amamantarlo. Su decisión en ese momento fue clara y precisa: el niño debería esperar a que sus pechos volvieran a gozar de buena salud, no iba a aceptar darle otro alimento a su criatura. Y así lo hizo, dándole solamente agua en dosis reducidas. Cuando alguien advirtió que el niño desmejoraba agudamente y descubrió lo que ocurría, no fue sencillo convencer a esta madre de que lo alimentara con otros recursos, porque de no ser así la vida del bebé corría serio peligro. Al final aceptó, pero bajo protesta.
- O aquella otra que relataba cómo le habían efectuado, años atrás, una serie de electrochoques que, afirmaba, habían dejado secuelas permanentes en su cerebro, causa de los innumerables sufrimientos que padecía actualmente. La historia de aquella internación nunca se terminaba de contar, así como la lista infinita de secuelas para ella evidentes, si bien esas secuelas incluían muchos signos y síntomas que no era posible ligar al daño sufrido. Sensaciones en diversas partes de su cuerpo, corrientes eléctricas que la atravesaban una y otra vez, de manera inesperada, sorprendiéndola siempre, dejándola extenuada luego de que la penetraban profundamente (así lo describía ella). O que le hacía estar convencida de que había pedazos de su cerebro que no existían más, a pesar de que se había realizado innumerables estudios neurológicos que indicaban lo contrario. Esa misma mujer, cuando su analista en alguna ocasión tomó una lapicera y se puso a juguetear con ella durante una sesión, lo acusó enardecidamente de maniobras e insinuaciones obscenas que ella no merecía.
Entonces, el cuerpo, eso el psicótico lo tiene. No en el bolsillo, como dice Lacan que tiene el objeto. Pero lo tiene. Provisoriamente, estremecido, expuesto, en riesgo. Pero hay una vivencia subjetiva del cuerpo, cuerpo con el cual el sujeto se desplaza por el mundo, hasta donde puede, o se vincula con otros, hasta donde puede.
Lo que no está tan claro es de quién es ese cuerpo.Para aquellos a quienes les resulta especialmente costoso desplazarse o vincularse, podemos suponer que el cuerpo es más tenue, menos consistente. O tal vez más pesado, que se convierte en un lastre difícil de desplazar y de trasladar. A veces parece que el único lugar disponible es la cama o similar. Estar echado (algo parecido a lo que ocurre en los análisis “ortodoxos”, sin cuerpo). Que lo hayan echado del mundo y solo puede mantenerse en algún margen, poco perceptible para los otros, poco sensible para sí mismo.
La imagen, eso sí lo sabemos, se disuelve y se reconstruye. Se disuelve a partir de algo que había y que por poco que se sostuviera, se sostenía. Muchas veces a expensas de alguna “rareza”, de alguna cosa “bizarra”, de alguna convicción delirante (un dolor, una enfermedad extraña, una deformidad supuesta, una deformidad vergonzante, alguna secreta debilidad de ese cuerpo). O, como le ocurría a Lol V. Stein, del hecho de “no estar del todo allí”.
Pero está, se mantiene en pie, aunque pueda a veces ser lento, poco dúctil, poco plástico, o, por el contrario, demasiado expansivo y exhibido, bastante impúdico.
(Podemos afirmar que hay modos de la psicosis al estilo de la histeria y también al estilo de la obsesión. Y que no se limita al par esquizofrenia-histeria o paranoia-obsesión. Histérico es un discurso, un modo de desplegarse el problema del goce y del deseo. Lo obsesivo no deja de ser, tal como Freud lo aseguró, un dialecto de este modo histérico.)Pero la pregunta, ya no tan casuística ni estadística sino estructural, es por la dialéctica de lo imaginario en la psicosis.
Donde nos importa lo siguiente:
- Lacan afirma que la imagen puede seguir sostenida más allá de que el eje simbólico se vea perturbado. Eso le permite proponer un modo de la transferencia que vincula con la philía aristotélica. Y sostener que el sujeto se dirige a nosotros, sus lectores, así como a su esposa (lo cual retorna en el lugar que Lacan le atribuye a Nora con respecto a Joyce: ser su (a)guante, la que lo recubre).
- Conocemos muy bien cómo puede funcionar el soporte imaginario, esas muletas que sostienen a veces mucho más de lo que parece que podría soportar. Y de los descalabros cuando esas muletas caen. O el símil del banquito de tres patas.
- Además, Lacan ubica el eje imaginario como territorio donde se desarrolla el “trabajo de la psicosis” (Soler). Habla de “la fuerza del significante operando en lo imaginario”.
Pero esto no es sin ciertas marcas simbólicas que, a pesar de la forclusión, operan como tales. Marcas que pueden también aparecer en la negatividad de lo que retorna en lo real. Marcas del funcionamiento holofraseado del lenguaje pero que, sin embargo, respeta al cuerpo en su dimensión organística porque habilita un ejercicio de la subjetividad que entonces sigue produciendo un decir. Un decir que, si aparece alguien dispuesto a escuchar, se perfila con mayor solidez. Y si ese que escucha además puede sostener el vacío que supone la ley del significante, los decires tienen mayor chance de encadenarse en un delirio o similar que sostenga un mundo y una marcha por ese mundo.
Marcas simbólicas, marco imaginario. Entramado que vehiculiza la economía del goce. Las formas de lo gozante sin las cuales no habría cuerpo. Porque el cuerpo es también un efecto de que la economía del goce se distribuye siguiendo las líneas de fuerza del orden significante (sea cual fuere ese orden o ese estilo de orden) y que los significantes se demarcan y encuentran su coreografía según los embates que reciben del empuje gozante.
Goce que no deja de ser del cuerpo, o sea del Otro. Donde ese cuerpo Otro no es sólo el cuerpo propio en su ajenidad esencial sino también y a veces especialmente el cuerpo de Otro/otro que toma posesión del cuerpo del sujeto. Posesión que no por ser un poco más metafórica es menos real.
Ser tomado como objeto de goce, ser legalizado como objeto de goce. Ser nombrado para esa función. Es preferible a no ser nombrado en absoluto teniendo en cuenta que a ese acto negativo lo único que puede suceder es la desaparición física (hospitalismo, marasmo, etc.) Un orden de hierro al que nadie puede sustraerse de inicio, por más que luego pueda encontrar alguna modulación para ese goce. Lo que puede incluso considerar el mantenimiento de ese goce. Aún sometido a alguna medida, temporal o espacial. Como esta mujer, cuyo cuerpo sufre y goza de esas alteraciones que un médico (como su padre) le proporciona. ¿Cabría dudar de que algo se satisface allí? Se entiende que no, sabiendo que el goce va “de las cosquillas a la parrilla”, o sea que la gama de percepciones que pueden estar involucradas en esta economía son tan amplias y variadas como para la neurosis. Con una peculiaridad: en la psicosis, el goce claramente es del Otro, es el Otro el que lo produce. Goce del Otro entendido como aquel goce del que el Otro es agente causal.
Donde la articulación goce-cuerpo-sujeto-Otro se estipula en términos de ajenidad radical de lo que desencadena el goce, lo que arrastra a buena parte del cuerpo pero aún así permite sostener el marco imaginario que ubica la diferencia entre que haya un cuerpo o que ese cuerpo se disuelva en el infinito, o se caiga del cuadro, de la escena.
Podemos suponer que algo del goce queda en el cuerpo o retorna a él con la violencia de aquello que no termina de ser reconocido como excluido. El Otro, en su apropiamiento sadiano del goce del sujeto, en esa viscosa aproximación a su intimidad que no deja lugar a que el sujeto pueda escapar de allí, que tenga que quedarse y dejarse tomar, ese Otro es verdaderamente dueño de ese cuerpo exánime. No porque el sujeto psicótico sea una víctima, porque sabemos que el psicótico, aun en los casos en que se reivindica víctima, no deja de rebelarse y no puede dejar de buscar una amarra en el lenguaje que le permita abrir una vía hacia la subjetividad. O sea, que el sujeto psicótico se ensaña con eso que lo apropia y lucha hasta la desesperación. Esa es su manera de volverse responsable, de ejercer su respuesta, estipulándose como sujeto en el curso de ese ejercicio. Responde con su delirio, pero también con sus actings, con las variaciones del tema alucinatorio, con lo que intenta producir como objetos.
Encontramos acá la otra dimensión del cuerpo psicótico. En lo que se produce. Ya sean escritos, dibujos, actuaciones, músicas. Por supuesto, mucho más allá y más acá de lo que se considere como valor estético-comercial de esas producciones. Pero se produce. Los psicóticos suelen hacer cosas: escriben, cantan, bailan, caminan frenéticamente, ayudan a otros, hacen artesanías, preparan proyectos solemnes o grandilocuentes, crían hijos, sostienen parejas, sostienen padres y madres. Trabajan, en el sentido propio del término: hay una producción allí. Producción de la que apenas gozan, en general, y sin embargo, aunque sea en mínima proporción, gozan de esas producciones. Aunque fuera en el sentido jurídico, pero sabemos bien que eso siempre involucra algo erótico.
A veces lo que producen son síntomas. Y no hay síntoma sin cuerpo. Y volvemos a empezar.
Notas
(1) ¿Dónde está esa pretendida normalidad de los cuerpos? ¿No será que no acordarse del cuerpo, actuar como si no existiese, o directamente rechazar su presencia, su esencia y su ex_sistencia, su extraña existencia, no será eso lo que se denomina “normalidad de los cuerpos”? O sea, que los cuerpos son normales cuando no dan noticias de su existencia, o cuando esa noticia no molesta ni incomoda. Algo así como lo que ocurre con los niños: son normales en tanto no molesten a los adultos.