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Número 14 - Noviembre 2020
Relato de un viaje hacia la luna
Daniela Medina

“Me gusta pensar el psicoanálisis como un arte porque es un
trabajo de creación, un métier que implica la búsqueda de un estilo y
que permanentemente está en movimiento,
 en reflexión, en modificaciones, en búsqueda (1)

No podría iniciar de otra manera que lo que mi memoria me lo permite, es decir,  ficcionando respecto a mi experiencia. Transformando mi experiencia con esta pequeñita llamada Luna en un relato obedeciendo al modelo freudiano, para poder contarla. Pues el caso no es el paciente, la elaboración del caso, es nuestra producción, pues, como se piensa y a partir de nuestra propia formación se hace una elaboración del mismo, para luego ir produciendo tesis que se ponen en juego cada sesión analítica.

“El pasado, al parecer, no desaparece, se queda ahi flotando en algun lugar y no deja de reconfigurarse. No es necesariamente lo que está en nuestra memoria. Por lo tanto el tiempo tampoco es esa cosa lineal que todos pensamos: todo esta hecho bolas” (2)

Queriendo llegar a la Luna.

Un día como cualquier otro, llega Luna por medio del discurso de una colega con la cual tuve un encuentro, aparecen entonces las primeras referencias en torno a su nombre: pequeñita de 5 años que produce angustia a muchos de los que están a su alrededor, parece siempre estar ausente, no habla, no obedece, no puede estar quieta, camina de un lugar a otro y no presta atención, se muestra desaliñada, además, no se puede relacionar con los otros, parece estar en otra orbita.
Tengo que reconocer que algo de la situación de esa pequeñita me llamó: no había daño orgánico y sin embargo no hablaba; pensaba que este tipo de padecimientos contienen dentro de sí enormes enigmas que ponen a prueba los límites del psicoanálisis.

En esta travesía que estaba por iniciar compartía el viejo sueño del que hablaba Julio Verne (3) acerca de atravesar el espacio y descubrir el mundo lunar, hasta entonces desconocido, de esta pequeñita.
Llamando a la Luna.

El primer recuerdo que puedo traer a mi memoria es una escena (4) cuya imagen muestra un cohete en forma de bala metido en el ojo de una Luna molesta; pues algo así fue mi primer encuentro con esta pequeñita. Parecía un muégano que se aferraba al cuerpo de su madre, quien parecía ser incapaz de relatar la historia de su hija; entre ambas la llamábamos pero no respondía al llamarla por su nombre. Su madre me dijo que creía que ya no la necesitaría cuando la niña me encontrara familiar.
Luna: el símbolo de amor en la madre que le permitiría nunca estar sola. Los ojos del abuelo, ahogada en un silencio forzado para no molestarlo en su lecho de muerte.

Tirándole piedras a la Luna

Tras múltiples intentos fallidos de abandonar la figura persecutoria que amenazaba el silencio sepulcral de una pequeñita, las palabras cobraron efecto. Un día comencé a dibujar una Luna con un conejo dentro, ella solo me observaba de reojo jugando con un tren que había hecho con los legos, cuando empecé a escribir una historia acerca del conejo que estaba encerrado dentro de la Luna, ella se acercó a mí y señalando el dibujo enunció: “Luna”. Tras esta palabra que cimbró a la pequeña, leí lo siguiente: “Era una vez un conejo que estaba atrapado dentro de la luna. Estaba muy triste porque quería salir a jugar con los niños a los que veía muy felices, pero tenía miedo de salir porque creía que sería muy difícil, por eso pidió ayuda”.

Un llamado desde la Luna

A partir del dibujo del conejo todo empezó a cambiar, Luna llegaba saludándome y llamándome por mi nombre, me tomaba de la mano para entrar al consultorio y me decía “ayuda”. Repetía las palabras que yo le decía y me decía “Daniela” constantemente, como si quisiera expresar algo para lo que no tenía palabras. Yo respondía: “aquí estoy Luna,” lo que la tranquilizaba. Entonces empezó a tener una rutina: llegaba y hacia un dibujo (que a lo largo de las sesiones fue cambiando de rayones a círculos, hasta respetar los contornos al colorear), yo le hacía preguntas, ella no respondía, tomaba mi mano y la ponía en su dibujo y decía: “Daniela”, y sonreía. Luego tomaba un rompecabezas y lo armaba, yo tomaba su dibujo y escribía una historia en la cual describía lo que Luna hacía, en ese momento Luna me decía “ayuda” y me tomaba la mano y la ponía en las piezas y al final terminaba el rompecabezas, tomaba la plastilina y hacia las figuras de los dibujos que hacía en la hoja y los ponía encima. Le gustaba mucho prender un radio y tener música, en ocasiones bailaba mientras “trabajaba”, como decía ella; le llamaba mucho la atención que yo tapara la bocina para hacer variaciones en el sonido, en ocasiones lo hacía ella.

En una ocasión llegué tarde al consultorio al horario de su sesión. Luna estaba esperándome enojada, cuando le di la hoja y los colores dibujó rápidamente y coloreó con gran ímpetu, al mismo tiempo que la observaba yo hice un dibujo de ella y empecé a describirla enfatizando que no podía esperar más para entrar, ella volteo a verme y sonrió, luego coloreo el dibujo que hice de ella. (A partir de esa sesión Luna coloreaba los dibujos que hacía de ella, mientras yo escribía las historias)

En otro momento, Luna hizó un dibujo con la primera señal de escritura, escribió las letras de su nombre pero con las silabas al revés, jugó a ser la maestra y se calificó con un diez, luego pidió su rompecabezas favorito (cada vez lo hace más rápido), disfrutaba mucho armarlo. Tras dicha acción escribí una nota y la leí: “creo que a Luna le gusta armar el rompecabezas, pues es una forma de armar lo desarmado pero necesita ayuda. Otro juego que le gusta elegir es el reloj, pues busca ensamblar las piezas en el lugar correcto, le encanta terminar, parece que Luna está enojada, porque avienta los juguetes, Luna dirige un tren, pero, ¿hacia dónde?, ¿hacia dónde vas Luna? Y ¿con quién vas?, ¿vas sola?”. Termina la sesión.

Tiempo después, le permití que entrara a sesión con su Tablet, me hizo un dibujo, me lo entregó al mismo tiempo que tarareaba, le dije que creía que le gustaba el koala un personaje del juego que ella elegía siempre, porque estaba en un árbol solo, observando a los otros niños.

Al regresar de vacaciones de navidad Luna llegó con un traje de princesa y, como era habitual, llegó corriendo a intentar abrir la caja de juguetes, la ayudé a abrirla y eligió unas muñecas por primera ocasión, entonces mientras ella ponía música y hacía bailar a las niñas, escribí una historia que le leí: “Esta era una vez una princesa llamada Luna que vivía en el reino de su madre, con ellas vivía la abuela, ellas vivían muy felices, pero Luna en ocasiones necesitaba ayuda, cuando empezó a crecer pedía ayuda cada vez que lo necesitaba de los otros, pues le gustaba mucho aprender, al principio le costaba trabajo, pero con la ayuda de los demás, aprendía cada vez más rápido, a ella le gustaba repetir y repetir las actividades para poder dominarlas y hacerlas luego sola con mayor facilidad. A Luna le gustaban los rompecabezas, también cantar y bailar, algunas veces jugaba con títeres que ponía en sus dedos para crear historias que cantaba. También le gustaba que la escucharan y que no la regañaran, también jugar con muñecas pequeñas a quien ella  podía cuidar, en ocasiones no le gustaba escuchar por eso ponía música en la radio, música que la hacía bailar y poner a bailar a las pequeñas bebes”.

Un día sucedió algo muy curioso, Luna empezó a hablar como susurro diciendo: “Cállate Luna”, interrumpiendo lo que hacía. Le dije que en ese lugar ella podía decir lo que quisiera, que ahí no tenía que estar callada y ella prosiguió con su actividad, pero cuando terminamos me comentó la abuela que Luna le había dicho que había visto a su abuelo, ello me hizo pensar en la técnica teatral de La cantonada (5), que es hablar en voz baja hacia el público saliéndose de la escena: Una invocación a la voz del Otro que le decía: “cállate Luna”, significante que la había marcado al punto de representarla.

El camino que recorre la Luna

Luna hablaba cada vez más y sus dibujos eran cada vez más claros, ya podía escribía su nombre, respetaba los contornos al colorear y representaba objetos en sus dibujos, respondía a mis preguntas. Creo que la relevancia del trabajo analítico en estos casos radica en la oportunidad que tiene el niño de construir un código de lenguaje inscrito en el registro simbólico que verdaderamente lo inserte en el ámbito social.

Recordemos que se nace con un organismo cuya percepción es fragmentada y es ahí donde la construcción del cuerpo permite la integración unitaria, claro está que ésta construcción se puede dar solo a partir de que se ha perdido una parte. Es sumamente necesario también un lugar en la historia familiar para  poder ser insertado en la filiación por la vía del deseo del Otro, a partir del nombre propio, marcando el primer trazo-recorte que conformará la cadena significante. Un elemento indispensable para que éste cuerpo tome forma es la voz, que es una especie de bisagra que enlaza al cuerpo con el lenguaje. Es decir, que se tiene un cuerpo gracias a las voces que lo habitan. El cuerpo (6) es una especie de caja cuya cavidad ha sido moldeada por la calidad de las voces, por sus inflexiones, tonos y lo que ellas dicen. La voz es una especie de cincel del escultor que da forma a dichas cavidades, que contornean los orificios del cuerpo. Las voces llenan el cuerpo y su superficie, organizan la percepción e incluso el modo de percibir. La voz es el vehículo del Deseo del Otro, la voz danza en la palabra pero constituye efectos de sentido entre lo que se pretendió decir y lo escuchado. Freud nos dice (7), que sin la pérdida de un objeto no habrá acceso a la palabra.  Es decir, éste pasaje implica subjetivar la pérdida, es necesario que se fracture la célula dual narcisista para que se pueda crear un imaginario de su cuerpo sin ese objeto perdido. Más tarde, se accede a la palabra gracias a la intervención del Significante del Nombre del Padre, el sujeto queda marcado por la falta, la subjetivación de ésta ocurrirá a lo largo de su vida, pero un primer registro de esa falta le permitirá desear.

La práctica psicoanalítica permite tomar los hilos sueltos para retejer la trama que sostenga al sujeto construyendo un entramado singular que permita posibilitar nuevos enlaces, toma los garabatos que se producen en el sinsentido del signo separado de la cadena significante del Otro para contornear a un sujeto conteniendo los desbordes pulsionales, generando un cuerpo del cual poder apropiarse para de ahí emerger.

Mi trabajo con Luna fue intentar encontrar un cauce distinto que le permitiera organizar esas voces que componen al Otro hacia una forma de lazo que le permitiera, en tanto sujeto, sobrevivir.

Notas

(*) Caso presentado en el ateneo clínico del 5° Encuentro de Analistas del Noroeste, Los Mochis, Sinaloa, mayo del 2015, organizado por Centro de Atención y Formación Psicoanalítica y cols.

(1) Agazzi, Lidia. Entrevista por Olga Granados. Circulo Psicoanalítico Mexicano AC., 2004

(2) Gerber, Verónica. Conjunto Vacío. Editorial Almadía. 2017.

(3) Verne, Julio. De la tierra a la Luna. Editorial Porrua, 1987

(4) Mélies, Georges. Viaje a la Luna, cortometraje. Francia, 1902

(5) Gómez, Ana María. La voz ese instrumento. Editorial Gedisa, 1999.

(6)   Colín, Araceli, De la voz y el acceso a la palabra, en El niño y el discurso del otro. Editorial Kanankil, 2014

(7) Freud, S. La Negación. Obras completas. t. XIX, Amorrortu Editores, 1978.

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