Éramos vagabundos en tierra prehistórica,
en una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido…
No podíamos comprender porque estábamos demasiado lejos,
y no podíamos recordar porque estábamos viajando en la noche de los primeros tiempos,
de aquellos tiempos que se han ido, dejando apenas una señal y ningún recuerdo.
Joseph Conrad
Éramos –y ciertamente somos–, vagabundos en tierra prehistórica, en una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido… por lo menos desconocido para nosotros. Fue así como llega la pandemia a nuestro país. Intentamos comprender, incluso en mi opinión, demasiado pronto.
Frente al miedo y a la incertidumbre por la pandemia nuestro trabajo clínico se evidenció e incluso se fortaleció como una escucha acostumbrada a “no dar respuestas, a evitar capturar, a hacer frente a lo siniestro y saber que acotar, delimitar, representar o apalabrar son formas –inevitables, por cierto– de continuar haciendo lazo.
Este trabajo forma parte de otra producción que busca inevitablemente capturar, a la manera de un lente fotográfico, un cuadro, un pequeño fragmento de mi clínica con adolescentes, a saber, que siempre quedará un resto que no se captura y que justo eso permite el movimiento.
Cuando en marzo nos avisan del confinamiento todos, y me incluyo, buscamos la forma de hacer operar el dispositivo analítico a la distancia. Todos recurrimos a diferentes formas, algunos hacen Zoom, otros WhatsApp, Meet etc. Les comparto que yo decidí utilizar el teléfono, un dispositivo un poco más antiguo que los antes mencionados. Y decidí recurrir a este método por varios motivos, algunos pertinentes a elementos míos y otros que fueron pensados en los pacientes.
No se trató, por lo menos en principio, elegir un dispositivo y hacerlo operar en todos los pacientes.
Por ejemplo, con una adolescente que había llegado a tratamiento devastada por la ruptura de una relación que mantuvo con un hombre muchos años mayor que ella. La cuestión es que la relación había estado basada en video llamadas a diferentes horas del día, con tintes eróticos y sádicos. En ella las implicaciones transferenciales de realizar el tratamiento por video llamadas me llevaron a elegir el teléfono.
En aquel momento tuve claro que no se trataba del dispositivo a elegir sino de lo que se ponía en juego en cada una de las historias de los pacientes, incluso en mi propia historia.
Otra paciente joven, al preguntarle cómo se estaba sintiendo con esta nueva forma de encuentro, me comentó: “realmente es lo mismo, de todas formas, ni te veía recostada en el diván”.
Hasta ahora les puedo decir que el teléfono ha hecho operar el dispositivo, pero no en todos.
Regreso un poco para subrayar la idea de que –haciendo una generalización un tanto peligrosa– todos buscamos una forma de continuar con la clínica y encontramos en esta sociedad liquida (1) un basto universo para elegir el cómo hacerlo.
Hasta aquí podríamos decir que la forma de continuar con los tratamientos durante la pandemia es un elemento enteramente técnico, sin embargo, cuando comenzamos a pensar en cómo este elemento técnico se tejerá en cada paciente trazamos otra ruta, hacemos un tejido a la teoría. ¡Iniciemos entonces un tejido metapsicológico de la clínica con adolescentes!
Ya hace tiempo he venido pensando en los dispositivos electrónicos como parte del encuadre de los tratamientos con niños y adolescentes. Sin duda de forma diferente en cada uno de estos grupos y en cada uno de los pacientes. En 2010 integré una Ipad como parte del tratamiento de algunos niños. Así, a la cajita que tenía cada niño se agregó en el Ipad una carpeta con su nombre en la que guardaban los videojuegos o aplicaciones que utilizaban conmigo en la consulta.
Así inicié una linda y duradera relación con Minecraft, Club Penguin, con Roblox y más recientemente con Fornite, Among Us y Free Fire.
Fue también así que conocí a varios YouTubers que mis pequeños pacientes y uno que otro adolescente, me presentaron.
En aquel tiempo utilizaba el Ipad como un recurso, simplemente como eso: un recurso técnico que facilitaba desplegar la transferencia y el mundo interno de mis pequeños pacientes tal y como la plastilina, las crayolas o los muñecos. Era en palabras de Heidegger “un medio para un fin” y continuando con su pensamiento “no había nada demoniaco en ello” (Heidegeer, 1953:29).
He de confesarles que por ese tiempo me vivía “sacrílega” con mis orígenes psicoanalíticos. Me avergonzaba de tan sólo pensar en las opiniones que mis maestros pudieran tener sobre estas modificaciones a la técnica que estaba realizando. Hoy soy un poco más desfachatada y por lo menos ya no me da tanta vergüenza. Lo cierto es que Freud en Consejos al médico pone en duda las reglas inmóviles en materia de la técnica.
“No me atrevo a poner en entredicho que una personalidad médica de muy diversa constitución pueda ser esforzada a preferir otra actitud frente a los enfermos y a las tareas por solucionar” (Freud, 1912: 111).
Ninguno de nosotros podríamos afirmar que el Psicoanálisis se reconoce entre otros por su técnica. ¡Usar diván no me hace ser psicoanalista! Conozco cognitivos y humanistas con un sillón tipo diván en su consultorio.
La técnica como la entiendo debe ser un medio para dar cuenta o producir aquella bella “invención” de Freud: el inconsciente. Y, el Ipad y la computadora funcionaban como medio con los niños.
Y, ¿con los adolescentes? Allí se comenzó a tejer otra historia.
Una historia donde si bien los gadgets tenían un valor técnico, se me presentaban como algo más allá de la técnica. Ellos traían sus propios dispositivos y al hacerlo me mostraban su mundo.
El dispositivo no era algo que yo les ofrecía como la plastilina, colores o mi Ipad, sino que era algo traído por ellos. Pero tampoco era el dibujo que el niño hacía en su casa y me lo traía a consulta. Esto era distinto, no sólo porque era su dispositivo sino por lo que éste representaba y los contenidos que mostraban en él.
Es entonces cuando pasé de un elemento principalmente técnico a tejer un camino hacia la teoría y clínica con adolescentes. Entonces “es preciso hacer intervenir a la bruja” (Freud, 1915).
Para Agamben un dispositivo es:
“…cualquier cosa que de algún modo tenga la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes. Por lo tanto, no sólo las prisiones, los manicomios, las escuelas (…) sino también la pluma, la escritura (…) las computadoras, los celulares y –por qué no– el lenguaje mismo que, es el más antiguo de los dispositivos” (Agamben, 1978: 18).
Sin duda alguna los dispositivos son para el adolescente –así como para todos– una forma de capturar. La pregunta es ¿qué se captura en cada uno?, ¿qué captura el adolescente?
A Micaela de 13 años no le gusta que le tomen fotos, cada foto para ella detona la pregunta sobre el abandono de su madre siendo muy pequeña. Ella ha crecido en una casa hogar desde los 4 años y es llevada a consulta por el DIF debido a que se autolesiona las piernas. Para Micaela siempre que ve una fotografía de ella –cuando está con una o dos personas más– le es imposible “evitar criticarse y encontrarse todos los defectos”.
Sin embargo, esto no sucede cuando son fotos grupales, pareciera que allí en donde la identidad es difusa (hospitalismo) (2) puede encontrase. Donde no hay un uno sino hay un todos.
Para Mía –una adolescente que consultó a los 14 años–, las selfies tomadas con su celular eran formas de apropiarse de un cuerpo que apenas reconocía. Las selfies eran una forma de fantasmatizar un cuerpo fragmentado e hipervigilado por los padres. Estas selfies eran enviadas por medio de redes sociales a hombres desconocidos, y Mía creía encontrar en las reacciones de estos hombres una o varias respuestas a una pregunta que no aparecía en su narrativa, la pregunta sobre su propio sexo y el otro.
Hasta antes de la generación “D” (digitales) los jóvenes teníamos el espacio del armario como una forma imaginaria de asirnos de nuestros cuerpos, de poner distancia con los deseos parentales sobre él. Un cuerpo que antes les “pertenecía”. Los padres decidían cómo vestirlo, cómo moverlo, cómo sentarlo, hasta cómo sentirlo.
Hoy los chicos extienden su armario a los dispositivos y a las redes sociales. Así frente al espejo, de frente o espalda muestran su cuerpo en diferentes poses y actividades cotidianas de su vida como una forma de fantasmatizar ese cuerpo extraño, ajeno y a la vez familiar… lo ominoso.
Juan es un chico que llegó a urgencias en un hospital, se encontraba muy ansioso y desesperado. Decía sentir calambres en ambas piernas y no lograba tranquilizarse.
Vino acompañado de sus padres a quienes se les ve bastante tranquilos a pesar de la situación que presenta su hijo de apenas 14 años de edad.
Lo que ahora se presentaban como crisis fue una sumativa de síntomas a lo largo de varios meses en la vida de Juan. Es decir todo comenzó poco a poco y fue de menos a más.
La madre narró que días antes de la primer consulta, Juan tomó la navaja del corta uñas para “abrirse” mientras ella estaba presente. Ella detuvo a su hijo.
Lo dicho por Juan fue que intentaba aliviar la gran desesperación que sentía.
Ahora esas cicatrices están cerradas, han dejado huella, una huella muy superficial que seguro con el tiempo desaparecerá…
A principios de ese año, Juan comenzó a ver una sombra, la veía durante el día y la tarde, la veía a solas o acompañado, la veía incluso en el consultorio del psicólogo que lo atendía.
La sombra apareció justo el día del eclipse lunar de ese año. Esa noche también escuchó ruidos, como movimientos en su casa. Estaba solo. Su familia no quiso quedarse con él a observar el fenómeno astronómico.
Un fenómeno maravilloso en donde un cuerpo se interpone entre dos cuerpos. Los tres cuerpos deben estar alineados exactamente. El fenómeno que observamos –en enero del año pasado– fue una enorme luna roja con una profundidad impactante. Toda la superficie lunar entró en el cono de sombra de la tierra quedando en el umbral.
Tres cuerpos astrales alineados que generan un fenómeno espectacular.
Pero, como somos analistas y no astrónomos, hablemos de lo dicho en Juan.
En Juan los tres cuerpos parecían estar alineados (la ansiedad previa nos daba aviso de la alineación), algo sucedió en aquél frío enero que los cuerpos colapsaron y dejaron una sombra.
Al escuchar esto no pude dejar de recordar la parte de la película de Peter Pan donde él entra corriendo, alterado persiguiendo a su sombra que se le ha escapado. ¿Recuerdan esa película? Peter Pan entra a la recamara donde dormían Wendy y sus hermanos. La secuencia finaliza cuando Wendy toma hilo y aguja y comienza a coser la sombra a Peter Pan. De allí parten al mundo de “Nunca Jamás”, un mundo donde nadie crece.
¿Qué ha escapado de la colisión de los cuerpos en Juan? Juan tiene una vivencia contradictoria donde lo extraño se presenta como familiar y lo conocido se vuelve extraño.
Algo con respecto al juego de cuerpos superpuestos responde al tema de lo ominoso, de lo siniestro.
El inicio de la adolescencia es un evento inesperado, se le revela al sujeto y a la familia a manera de un acontecimiento. La adolescencia irrumpe la cadena de lo visible, rompe el orden preestablecido y el status quo subjetivo y familiar.
Tomemos un pequeño fragmento de la novela de Kafka: La Metamorfosis.
“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto… ¿Qué me ha sucedido?”
(Kafka, 1997)
¿En qué momento Gregorio se convirtió en un insecto? ¿Fue en el momento en que sobre su espalda apareció un duro caparazón o cuando su vientre oscureció y se llenó de curvadas callosidades o en el instante en que le salieron innumerables patas delgadas? (3) (Olmos, 2019).
No, el acontecimiento surge justo al despertar tras un sueño intranquilo. Se le hace visible su insólita transformación y se pregunta: ¿Qué me ha sucedido?
Los padres y hermana de Gregorio no lo pueden ver, se mantiene invisible porque aún no existe en su cadena de representaciones. A saber, que la adolescencia surgirá, parafraseando a Badiou, “desde el trasfondo invisibilizado de una situación” familiar en la que no debería existir pero que de manera súbita e impredecible se evidencia.
Tras un largo recorrido tratando de explicar el surgimiento de la adolescencia puedo afirmar que tal evento parece enteramente azaroso.
Aristóteles (Libro de Física) presenta dos tipos de azar: el Automatón que se refiere a los sucesos azarosos en el mundo en general y la Tyché, en donde el azar afecta a sujetos capaces de acción moral. Lacan sitúa al primero, el Automatón, en el orden simbólico, es para él la insistencia del significante en el inconsciente, digamos que es un azar engañoso ya que no es arbitrario. Mientras que la Tyché la relaciona con lo real. La Tyché es totalmente arbitraria, es puro azar o azar puro. Recapitulando entonces diríamos que la Tyché es enteramente azarosa y alineada con lo real, luego entonces agreguemos su carácter imprevisible y sorpresivo (Venere, 2004).
El encuentro de la Tyché, la emergencia de lo real es sorpresivo, inesperado e impensado. Lo que llamamos adolescencia irrumpe de forma espontánea, en una situación –familiar– que coloca al sujeto y en muchas ocasiones a la familia al borde del vacío. El inicio de la adolescencia interrumpe el relato familiar como continuidad indefinida. Es común escuchar el desconcierto en las familias que llevan a consulta al chico adolescente. Es común escuchar cómo la adolescencia de uno de los hijos pone en jaque a toda la familia.
El encuentro con la Tyché, el acontecimiento no puede ser más que entendido como el suceder de una vivencia traumática que trae consigo estragos en el aparato psíquico.
La vivencia traumática colocó a Juan en una situación de desvalimiento, de desamparo y resignificó el valor de lo “no ligado”, es decir introdujo una “modalidad diferente de tramitación del fracaso de la ligadura, en tanto se juega la aparición de un elemento que vuelve siempre al mismo lugar”.
Al resignificar el valor de aquello “no ligado”, Juan fue arrojado a una posición subjetiva distinta, no habrá vuelta atrás. No hay posibilidad de que Gregorio Samsa vuelva a ser Gregorio, ni que Juan volviera a ser el mismo.
El camino, único, será el de romper con los vínculos endogámicos, será el de dormir bajo el sofá esperando no morir de hambre en este nuevo cuerpo ajeno al especular.
Después de la publicación de Más allá del principio del placer, en 1920, Freud indaga más profundamente en los operadores conceptuales tales como: lo ligado-no ligado y la mezcla y desmezcla pulsional.
Estos operadores han sido muy importantes en la construcción metapsicológica de la clínica con adolescentes. Tanto para explicar algunos comportamientos en ellos como para dar cuenta de los procesos psíquicos inconscientes en algunos elementos psicopatológicos.
Ya que, si bien la desmezcla tendrá un fin necesario, a saber, que los adolescentes puedan romper con los vínculos endogámicos, también esto mismo los deja en un lugar vulnerable, el lugar de la posible descarga directa de la pulsión de destrucción sin mediación del pensamiento o la vía de la mortificación a nivel del cuerpo y del acto.
Hagamos una pausa para puntualizar ciertos elementos revisados: El surgimiento de la adolescencia será entonces revisada como un elemento enteramente azaroso que irrumpe en una continuidad subjetiva y familiar y que, a la manera de una vivencia traumática hace fracasar una modalidad de ligadura. El adolescente es “víctima” –tal y como el mito del héroe– de esta imposición y ahora se verá precisado a hacer algo con esto que le sucede.
¿Qué puede hacer el chico en este lugar? Creará su propio mito, uno distinto al de la infancia a condición que éste haga efecto de verdad. Este mito será contado en primera persona, con estructura de suspenso y tintes de terror. Una historia de enfrentamientos y batallas, algunas con victorias y otras serán derrotas. Todas con un sabor agridulce.
Freud en el texto de La Negación nos invita a pensar en “el negativismo” (Freud, 1925) como indicio de la desmezcla pulsional que leído a la luz del estudio del juicio nos abre la posibilidad de entender los procesos de exclusión e inclusión en el Yo del adolescente y la construcción de la identidad.
La construcción del mito adolescente quedará parcialmente explicada como procesos de inclusión y expulsión en el Yo. Y abarcará todos los escenarios y medios que tenga el adolescente; desde su habitación, su grupo de amigos, su escuela, su teléfono y también Facebook, Snapchat, Messenger, Whatsapp e Instagram.
El adolescente parece atravezar un segundo momento del acontecer del juicio. La función del juicio es atribuir o no y; admitir o no la existencia
Detrás del juicio de atribución, ¿qué hay? Hay el “quiero apropiar (me) introyectar” o el “quiero expulsar” (Hyppolite, 2003).
Siguiendo al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud “el mito de la formación del fuera y del dentro” supone dos mecanismos: Bejahung –como afirmación primordial, fuerza de atracción y sustituto de unión (ligazón); y la Austossung
–como fuerza de expulsión.
“Hay en el comienzo, parece decir Freud, pero en el comienzo no quiere decir otra cosa que en el mito “había una vez…”. En esta historia había una vez un yo/sujeto para el cual no había todavía nada extraño” (Hyppolite, 2003).
¿Recuerdan el acontencer de la insólita transformación de Gregorio Samsa mencionada líneas arriba? Y, continua diciendo “La distinción de lo extraño de él mismo es una operación, una expulsión”.
¡Es la sombra que Juan veía a partir del eclipse de 2019!En este mismo texto, Hyppolite distingue al juicio de existencia del de atribución colocando ahora la lupa en la relación entre representación y percepción.
Mía salió una tarde a una fiesta donde se encontraría con el chico de quien estaba enamorada. Ella tenía apenas 13 años y le entusiasmaba tener un acercamiento sexual con él. Una bebida alcohólica le “ayudó” a vencer la timidez y el baño fue el escenario donde el acercamiento ocurrió. La escena fue interrumpida por su padre quien llegó mucho antes del tiempo acordado para llevarla a casa. Mía salió temerosa del baño, sin saber si su padre se había dado cuenta lo que estaba sucediendo. El padre le preguntó si había tomado alcohol, ella mintió y recibió un golpe en la cabeza.
Llegando a casa, Mía fue forzada a dar su contraseña de Facebook a los padres. Ambos padres estaban muy enojados pues se habían enterado que Mía los había desobedecido de suspender actividad en la red social debido a un castigo previo por haber reprobado tres materias de la secundaria.
Mía relata que los padres husmearon en su Facebook, leyeron algunos mensajes y lo siguiente que recuerda es que comenzaron a golpearla. Los golpes venían acompañados de gritos e insultos hacia Mía.
El dolor de los golpes no fue lo que más desconcertaba a Mía sino desconocer la causa de ellos. Por momentos trató de pensar las causas, pudiera ser que se hubieran enterado del beso en el baño, pudiera ser que se hubieran enterado de los mensajes que había enviado a un chico, pudiera ser que hubieran visto las fotos que enviaba de ella semidesnuda, pudiera ser…
Mía dejó de pensar, dejó de llorar, dejó de sentir el dolor y de escuchar los insultos.
Los golpes cesaron cuando su dedo se fracturó, pero ella recobró la sensación de su cuerpo hasta que sus padres arrancaron su calzón para ser examinado.
La experiencia de la vivencia de terror, descrita por Freud (1896), nos dice que frente a un estímulo perceptivo como fuente de una excitación dolorosa, se producirán prolongadas y desordenadas exteriorizaciones motrices hasta que una de esas acciones logra sustraerse de la percepción y al mismo tiempo de su fuente, el dolor. Mía, se extraña, se aleja una y otra vez durante la vivencia y luego al recordarlo en sesión.
Lo que quedó de Mía fue un cuerpo mortificado y fragmentado e hipervigilado por los padres.
“El primer propósito de la verificación de la realidad no es encontrar un objeto que se corresponda con lo que se presenta en la percepción real, sino encontrarlo nuevamente, para convencerse de que todavía está allí” (Freud, 1925).
El acompañamiento con Mía fue una larga reconstrucción de ese cuerpo a pedazos(dibujo de FD) (4).
Mía estuvo en análisis desde los 14 hasta los 18 años. Gran parte de su análisis se trabajó alrededor de las diferentes formas de apropiación de su cuerpo. Y mucho de esto ocurrió en lo que ella y yo llamamos en aquel tiempo “lo online de Mía”.
“En el juicio de existencia, se trata de atribuir al yo, o más bien al sujeto una representación a la que ya no corresponde…” (Hyppolite, 2003).
Los padres de Mía fueron poco a poco accediendo en regresarle su teléfono y le permitieron regresar a redes sociales a condición de que esto ocurriera bajo mi “supervisión”. ¡Vaya condición!, pensé en aquel tiempo. Tal y como lo suponen no ocurrió de esa forma.
Lo que verdaderamente ocurrió es que fui testigo de cómo Mía parecía tener dos dimensiones escindidas –por decirlo así– de ella misma. Una dimensión que ocurría en lo endogámico, a saber familiar y que nombramos Offline. Y otra, un tanto clandestina que ocurría en las redes sociales principalmente y en algunos encuentros de riesgo con hombres que apenas conocía. A esta dimensión es la que llamamos Online.
Acompañar a Mía durante la travesía adolescente fue en muchas ocaciones ser el “Guardián entre el centeno”, (5) el personaje que permite y facilita la movilidad en ambas dimensiones pero que evitaba que cayera en el precipicio.
Lo online significaba las redes sociales que me compartía durante el tiempo de consulta y además una comunicación constante fuera de sesiones por medio de whatsapp. Pero no sólo eso sino, como lo dije al principio de este trabajo, era una forma de fantasmatizar y tratar de simbolizar… y resolver –siempre de forma fallida– la pregunta sobre el propio sexo y el otro. ¡Hablamos de la no proporción sexual!
A partir del análisis de Mía comencé a integrar la dimensión online en las consultas con otros adolescentes. En cada uno se juega de forma distinta. Y, siempre trato de que sea espontáneo y a solicitud de ellos. Y, ¿saben?, es un mundo inquietante pero maravilloso.
Si me lo permiten les quiero platicar de otro chico, uno muy tímido que llega a consulta porque su madre se angustió al encontrar en su recámara un diario de asesinos seriales. La timidez de Pablo se mostraba como una fuerte resistencia al tratamiento. Una sesión me comentó de una aplicación en la que jugaba todo el tiempo: Avakin Life.
Descargué la aplicación y a partir de esa sesión comenzamos una interacción en lo virtual que facilitó el vínculo terapéutico. Dejaré para otro momento más anecdotas clínicas sobre lo online del adolescente.
Quiero regresar al mes de marzo cuando nos pidieron que nos confináramos y todos buscamos una forma de hacer operar el dispositivo analítico a la distancia. Con los adolescentes decidí utilizar el teléfono y ha funcionado con casi todos. Un gadget de los más antiguos y sobretodo ajeno a la vida adolescente actual. Como dice una paciente “de hecho eres con la única con la que hablo por teléfono”.
Vale la pena esta distinción cuando se trata de permitir los flujos entre lo online y offline de los adolescentes. A veces al mismo tiempo de la llamada jugamos Among Us y averiguamos juntos quién es el impostor.
Y siempre, ellos lo saben, que algo se pone en juego en las dos dimensiones, y que finalmente se trata de que vayan construyendo su mito, contado en primera persona, una historia de enfrentamientos y decepciones, de relatos íntimos y espacios públicos y siempre, casi siempre, con matices heroícos.
Notas
(*) Conferencia dictada en el Congreso “El uso de los gadgets en la clínica psicoanalítica con niños y adolescentes” organizado por Estudios Críticos y Formales en la cd. De Cuernavaca, Morelos en México, noviembre de 2020.
(1) Me refiero al concepto propuesto por el sociólogo Zygmunt Bauman, “modernidad líquida” para definir un estado volátil de la sociedad actual.(2) Me refiero al Síndrome de Hospitalismo descrito por René Spitz en 1945 en el que los bebés que pasan un periodo de tiempo alejado de los cuidados maternos afectivos y físicos presentan una serie de inhibiciones en el desarrollo descritas como involución en el desarrollo. El síndrome se ha descrito en una versión ampliada en poblaciones en reclusión como monasterios, casas hogar y cuarteles de milicia. En la versión ampliada se observa cómo ciertos individuos pierden elementos de identidad para fusionarse con el resto del grupo.
(3) Este tema fue trabajado previamente en un árticulo previo publicado en la Revista Electrónica Fort Da https://www.fort-da.org/fort-da13/olmos.htm
(4) Este dibujo fue un regalo de Mía el último día de su análisis. En este tiempo ella había iniciado la licenciatura de Artes Visuales. La interpretación que ella le dio al dibujo tenía que ver con ese cuerpo mortificado, fragmentado e hipervigilado con el que llegó a análisis sin embargo la misma creación del dibujo se juega en la representación de ese cuerpo que al inicio del análisis no había podido ser representado.
(5) La referencia es tomada del poema de Robert Burns que aparece en la novela de J.D. Sallinger titulada El Guardián entre el Centeno.