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Número 14 - Noviembre 2020
Un asunto de fe
Oscar Quiroga

 

Este escrito retoma una parte de las articulaciones y desarrollos del trabajo que realizamos en una investigación sobre el concepto de nominación en la obra de Lacan y que concluyó con la publicación del libro El nombre propio y la nominación. Un recorrido genealógico editado por Letra Viva en 2019. El horizonte de aquella fue de más amplio alcance, por lo cual puede considerarse lo que aquí presentamos como una suerte de recorte, aun cuando no reproduce textualmente lo que en ese libro publicamos. El eje común que conecta aquella con lo que hoy exponemos se condensa de algún modo en una pregunta que nos sirvió de orientador y que todavía nos resulta convocante, por lo estructural: si el Otro no dispone del término significante que pudiera darle identidad al sujeto, ¿cómo se hace éste representar en él? Entendemos que esta pregunta hace foco sobre esa subversión que el psicoanálisis, con Lacan, produce respecto del sujeto; y las distintas maneras en que la irá respondiendo se ajustan también a sostenerla porque de lo contrario el sujeto retornaría a alguna forma de entificación. Nos interesa en particular hacer foco en esta ocasión sobre un aspecto de la relación primaria entre el sujeto y el Otro, para resaltar la importancia de la buena Fe del Otro, la posibilidad de confiar o no en él, por cuanto es determinante respecto de la posibilidad del sujeto de hacer pie allí.

El seminario El deseo y su interpretación es en Lacan el momento de volver a rizar el rizo sobre el espinoso asunto del deseo. Si desde sus primeros textos la referencia hegeliana, con el valor simbólico del reconocimiento, caracterizó con precisión un abordaje del deseo que se soporta de la falta de un objeto connatural, en este seminario encontramos un desarrollo que avanza en la misma dirección a la par que le agrega al planteo una serie de matices. Se trata allí para Lacan de abordarlo a partir del efecto significante, lo que conlleva una toma de distancia respecto de cualquier perspectiva objetal. Esto se inscribe en la discusión con buena parte del psicoanálisis de su época, la década de los 50 del siglo pasado, a quienes critica hacer foco sobre la relación de objeto con la consiguiente imaginarización del deseo y su habitual reducción a la demanda. Sin embargo debemos destacar que este plan que de algún modo Lacan se traza no significa que la dimensión del objeto, llamémosla así, no participe en nada del campo del deseo, pero se trata de un objeto de otro estatuto, es la posición del propio sujeto como objeto para el deseo del Otro lo que cuenta, lo que finalmente lo lleva al establecimiento del objeto a como real, causa del deseo, pero esta articulación no está disponible aún en el seminario 6. Lo que aquí puede construir son los cimentos de lo que al principio de La Ética del Psicoanálisis no duda en caracterizar como un “programa”, un esbozo, un proyecto de trabajo puesto en orden a interrogar las consecuencias éticas que se desprenden del hecho de partir de que el deseo inconsciente no se dirige sobre un objeto que pudiéramos encontrar en la “realidad”, digamos, sino que el deseo del sujeto se dirige a Otro deseo.

En este campo así delimitado es que se le hace posible pasar, respecto del fantasma, de la pluralización a un abordaje sincrónico del deseo, lo que conlleva la puesta en forma del fantasma fundamental con su correlato algorítmico: $&a. Se inscribe en esta fórmula no sólo la relación del sujeto con ese objeto específico, el objeto a, sino también y esencialmente la posición de objeto del sujeto, dado que como deseante del deseo del Otro el sujeto se hace objeto para causarlo.

Abordar el asunto por el sesgo del efecto significante implica entonces hacer foco esencialmente en la relación fundacional entre el niño y el Otro. Y en este vínculo primario entre sujeto y Otro toma lugar una dimensión determinante por lo irreductible: el Otro como sede del significante carece del término que pudiera nombrar al sujeto, razón por la cual si éste toma lugar allí, en el Otro sitio, lo hace a través de la falta que le es consustancial. Este planteamiento de Lacan reviste casi un valor axiomático, recordemos por ejemplo la definición del sujeto en el esquema L, un sujeto en su abertura, afectado por el no saber, separado de lo que lo determina por el muro del lenguaje. En este primer momento el Otro aún no queda afectado por la hiancia y de allí se desprende su función de garante de la verdad del sujeto. Pero la orientación que le imprime a su enseñanza lo lleva paulatina y sostenidamente a ir acreditando lógicamente la falta significante que afecta también al Otro, y esto por cuanto es la sede del significante, el lugar donde el significante se aloja determinando entonces la constitución de la verdad del sujeto.

Entendemos que esta hiancia que afecta al Otro queda delimitada con claridad en La identificación pero en el seminario 6 ya están delineados los elementos para poder considerar sus consecuencias. En este contexto toma lugar un término que veremos aparecer en distintos momentos, pero casi siempre referido al problema de la falta en ser del sujeto, es la “designación”. Designar no es nombrar, ni representar sino indicar, denominar o señalar, se trata de un vocablo con un sentido preciso que pone en evidencia la imposibilidad de nombrar al sujeto. Delimitada esta imposibilidad que afecta al Otro en su estructura, de ella se desprende un matema esencial al problema: %, la barradura del Otro, el cual designa precisamente el hecho de que falta un significante; pero este matema también sitúa en el horizonte a lo real como tope lógico por cuanto no se trata de que falta un significante x o y, sino que es la falta significante en su valor operativo en cuanto a la posibilidad del devenir del sujeto. Y en esta operación coadyuvan los tres registros R, S e I.

Dado entonces el hecho de que el Otro carece del término con el cual designar al sujeto, la posibilidad de alojarse allí depende de la fe en la palabra, dice:

      “¿En qué medida y hasta qué punto puedo contar con el Otro? ¿Qué tienen de confiable los comportamientos del Otro? ¿Qué consecuencia puedo esperar de lo que él ya prometió?

Ésta es la interrogación en torno a la cual gira uno de los más primitivos conflictos de la relación del niño con el Otro, e incluso el más primitivo, sin duda, desde el punto de vista que nos interesa. Allí está la base, y no en una pura y simple frustración o gratificación en la cual se instauran los principios de su historia; allí está el resorte de lo que se repite en el nivel más profundo de su destino; allí está lo que rige la modulación inconsciente de sus comportamientos. (…) que el sujeto pueda o no hacer pie en algún Otro es lo que determina lo más radical que hallamos en la modulación inconsciente del paciente, neurótico o no.” (Lacan, 2014: 417).

Una frase contundente sin dudas. Primero porque coloca a la confiabilidad del Otro como aquello que determina la repetición en el sujeto, tanto el Automatón como la Tyche; en segundo término porque esto no depende de algún objeto que el Otro pudiera o no aportar; finalmente porque se trata de una operatoria que está más allá de la diferencia diagnóstica. Se trata entonces de la relación del Otro con la palabra, con la suya. El diccionario etimológico de Corominas sitúa el origen de la palabra Fe en el término latino fides el cual incluye en su campo semántico a la fe, la confianza, el crédito y la promesa, remite también a la buena fe y a la palabra dada. El María Moliner por su lado sitúa el mismo origen etimológico y entre todas las acepciones destacamos aquella que remite a las creencias de alguien, las cuales se sostienen independientemente que se confirmen por experiencia alguna, lo que sostiene tales creencias es la relación con ese otro (para nosotros el Otro en lo que tiene de fundante de la posición del sujeto) que dio su palabra.

Volviendo a la relación entre el sujeto y el Otro decimos que el punto axial que determina consecuencias perdurables en el sujeto está dado por la posibilidad de deslindar la confiabilidad del Otro a partir de la relación que tenga con su palabra, en tanto y en cuanto éste es también un sujeto de la palabra. Por supuesto que no nos parece que se trate de la pretensión de que el Otro cumpla cada vez y siempre con lo que dijo, porque entonces se esperaría allí la completud e incondicionalidad del Otro. Desde luego que consideramos relevante poder decidir si el Otro cumple con su palabra más allá de las vicisitudes o contingencias de la vida; pero hay, desde nuestra lectura, una dimensión más radical si se quiere: el Otro deviene confiable si no instila en la relación con el niño un goce propio del sujeto que lo encarna. El sujeto entonces podrá hacer pie allí, basarse en ese Otro, referirse a él en la medida en que el Otro al poner en juego su palabra se prive de gozar allí, o sea tomar al niño como objeto de ese goce. Entendemos que algo de este orden está en juego cuando Lacan llama la atención sobre la sensibilidad del niño a la sevicia del Otro, su trato cruel. Tempranamente el sujeto es capaz de discriminar si el Otro comete un exceso por pura torpeza neurótica, por ejemplo, o por una crueldad que le es propia. Esta diferencia deja su impronta en el sujeto y buena parte de su destino depende de ello, precisamente porque se trata en estas operatorias del paso de un sujeto instituido en la palabra a pasar a ser un sujeto de la palabra. Este movimiento se produce en función de una pregunta dirigida al Otro respecto de la cual éste da su palabra, pregunta que pone en juego el valor estructurante de la demanda de amor, la cual se instituye como un símbolo de la relación a ese Otro. Además, porque es vía esa demanda que se vehiculiza la relación del sujeto con el deseo.

Por todas estas cuestiones es que Lacan afirma con contundencia que la verdad del sujeto, lo que pasó por el Otro, depende de la “buena fe del Otro”, a falta de un sustrato último que la garantice. Finalmente este Otro pone en juego en esta relación la dimensión del nombre, porque es con uno que responde al dar su palabra. Si un nombre resulta operativo es en la medida en que, al ser convocado, alguien responde con su nombre y apellido a esa función, es su sostén aunque no su garante. Esta articulación también es válida para el deseo desde luego, aquel que se desprende y se instituye por las vueltas dichas de la demanda, precisamente por el punto fundamental de que el deseo no puede ser anónimo.

Bibliografía:

-Corominas, J. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Gredos. Madrid. 1987.
-Lacan, J. El seminario, libro 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós. Buenos Aires. 1990.
-Lacan, J. El seminario, libro 6: El deseo y su interpretación. Paidós. Buenos Aires. 2014.
-Moliner, M. Diccionario del uso del español. Gredos. Madrid. 1997.
-Quiroga, O. El nombre propio y la nominación. Un recorrido genealógico. Letra Viva. Buenos Aires. 2019.

 

 

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