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Número 14 - Noviembre 2020
A 100 años de "Más allá del principio de placer"
Stella Maris Rivadero

“En cuanto a los fenómenos de la transferencia es evidente que están al servicio de la resistencia del yo, obstinado en la represión, se diría que la compulsión de repetición, que la cura pretendía poner a su servicio, es ganada por el bando del yo, que quiere aferrarse al principio de placer”.(1)

Hoy el psicoanálisis, ese subversivo discurso, tiende a desaparecer como síntoma olvidado, en le medida en que las diversas terapias alternativas y la prescripción indiscriminada de psicofármacos tienden a uniformar al sujeto, borrando la singularidad.
Tal como señalara Giorgio Agamben al hombre actual se lo expropiado de su experiencia, del acto de sí mismo.

El amor, el miedo y la vida se han vuelto líquidos, al decir de Zigmunt Bauman. Acaso son el efecto visible de este nuevo discurso, el discurso de una seguridad falsa y una libertad engañosa que habla con una voz atronadora y letal del Superyó, que obliga a una meta interminable y castiga tanto por tratar de alcanzarla como por no hacerlo, Goza, goza, es el mandato superyoico. Hay un presente actual.

Por un lado, sexualidad y muerte constituyen la fórmula de la implicación material, no es una sin la otra. Cuando se produce el desencadenamiento, el resultado se inclina del lado de la muerte, del adormecimiento del deseo o toma la vía de la perversión. Agradezco la invitación a escribir sobre este tema que me llevó a releer este texto en este tiempo y contexto tan particular. Tiempos de un real que nos atraviesa a todos, real que nos despierta e interroga y que gracias a nuestra relación con el lenguaje y la palabra, permiten que nuestro deseo de analistas y nuestra apuesta a sostener las transferencias, aunque no sea siempre presencial sino a través del teléfono, la voz y/o las pantallas donde la imagen – la mirada y voz, emergen sin la presencia real del cuerpo en la escena, para avanzar en ese más allá que Freud llamó pulsión de muerte y Lacan goce.  

Paradojas de la vida.  “Sin muerte no hay vida.  Sin la pérdida de la vida eterna, no hay vida”. “La muerte es la compañera del amor, juntos rigen el mundo”

Frente al miedo al virus globalizado, el pánico, la depresión, la angustia masiva, qué lugar darle a la singularidad retomando lo que ya Freud planteaba hace 100 años atrás, en esa compulsión a repetir más allá, sin quedar atrapados en la idea de una repuesta universal frente al virus y leyendo cómo cada quien de acuerdo a su historia singular y marcas fundantes se ubicará frente a lo disruptivo e incierto. 
Es verdad que estamos en tiempos de mayor incertidumbre, si pensamos que siempre fue una ilusión de certezas y saberes y si recordamos la historia, hubo muchos momentos donde el ser viviente padeció la incertidumbre. Incluso Freud con la Primer Guerra Mundial, luego con la fiebre española que se llevó a su hija Sophie.
Vislumbrando en cada paso de la vida la hilflogsikeit, el desamparo absoluto frente a otro de cuya buena fe no podemos tener una garantía plena, en efecto, el riesgo o peligro puede tornarse amenazante. El origen de esa percepción se hallará sin duda en la angustia que parte de lo Real, señalando la naturaleza del goce en juego. En la vida, de cada sujeto, la cuenta matemática es totalmente estricta para sumar un nuevo goce, el sujeto ha de restar otro goce sin concesiones, pero cuánto está dispuesto cada uno escuchando su inconsciente, a avanzar más allá de la compulsión de repetición, acompañado por un analista que sostenga su práctica  sosteniendo el trípode freudiano, análisis personal, análisis de control y el estudio de la teoría.

O al decir de Lacan “Mejor pues que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel”. (2)

Entre dos muertes avanza un análisis, recordemos la equivalencia freudiana muerte=castración.

La angustia es señal de la segunda muerte, la inscripción de esta última  permite situar la dimensión del tiempo. Lo Simbólico es muerte y esta realización subjetiva del ser para la muerte introduce la función de la prisa, la angustia que guía hacia el deseo, ese resto no simbolizable que es el objeto a. La prima de placer que da dicho objeto a permite que tengamos prisa en concluir en un acto. La función de la prisa se dirige al objeto a, la verdad del inconsciente nada tiene que ver con el apresuramiento.

Ya desde el Proyecto de una Psicología para Neurólogos, texto de 1895, Freud planteaba como finalidad última del aparato psíquico, mantener un “gradiente de energía compatible con la vida”. Podríamos leer allí, que era su manera de decir que “la búsqueda del placer mueve a los hombres”.

Sabina Spielrein fue quien habló por primera vez del concepto de pulsión de muerte en 1911 cuando planteó como agresivos los componentes sádicos de la pulsión sexual. Freud reconoció que él rechazaba esa idea, aunque posteriormente comienza a pensar que existe un más allá de la zona del principio del placer, si pudo escribir el más allá del principio del placer es porque algo había cambiado en la cultura en los siglos precedentes que cuestionaba la ética tradicional, según la cual el ser humano no quiere otra cosa que su propio bien. Es pensando el principio del placer articulado a la pulsión, que va a realizar su recorrido.

Por un lado, son cuestiones teóricas que lo llevan a producir este texto. El concepto de narcisismo postulaba lo inadecuado de la división pulsional anterior. La lógica de la libido narcisista necesitaba un cambio metapsicológico importante.  Y por otra parte encuentra en su práctica clínica procesos anímicos que retornan con insistencia, que cuestionan el principio del placer en la vida psíquica.
A partir de cuatro manifestaciones psíquicas, de las cuales intenta dar cuenta, hace su teorización: La primera es consecuencia de la guerra: las neurosis traumáticas y su correlato los sueños traumáticos que el soñante repite permanentemente. Este síntoma es producto de un aflujo excesivo de excitación que anula el principio del placer.

La segunda es el juego infantil que Freud observa en su nieto Ernest de 18 meses, él lo miraba  jugar con el carretel en su cuna, cada vez que su madre se ausentaba unas horas, éste tiraba el carretel adentro de la cuna, mientras él estaba fuera.  Cuando lo tiraba y lo hacía desaparecer decía “Fort” (fuera), cuando lo recuperaba decía “Da” (acá está).  Freud dirá que su nietito, luego los hombres, dominan activamente lo que sufren pasivamente.
Para Freud este juego contradice el Principio del Placer, incluso por la repetición del juego, que para él sería una prueba que hay algo que no funciona de acuerdo a ese principio: la compulsión a la repetición. Si retomamos el ejemplo freudiano del Fort-Da, desde esta perspectiva, podemos hacer otra lectura; si leemos este juego como un tiempo instituyente y la repetición implícita en éste, ese juego tiene un valor propiciatorio constituyente, ya que para Lacan hay allí una creación del sujeto, un trazo, “Fort” (fuera) que lo representa para el otro trazo “Da”(acá está), pulsión de vida que le gana a la muerte subjetiva.

¿Por qué?  Lacan nos dirá continuando con el juego del nietito de Freud que él también jugaba a desaparecer parándose delante de un espejo y cuando lo hacía decía “Fort” (fuera) “Da” (acá está).  Lo que a Freud le sorprende y por ello incluye este ejemplo como un más allá de este principio es que jugaba con júbilo y alegría mucho más al “Fort” que al “Da”.  Si se tratara de recuperar a la madre como decía Freud tendría que haber jugado en igualdad al “Fort” como al “Da”.  Podemos leer junto a Lacan que el júbilo del niño no es por poder recuperar en ese juego a la madre, sino por “poder desasirse de ella”.  Sustraerse del campo del Otro.  Aquí la pulsión de muerte, morir para el Otro enlazada a la vida permite subjetivizarse. Pulsión de muerte propiciatoria de corte.

Hay un tiempo en la constitución subjetiva, de los niños, que quieren el mismo cuento, hasta con las mismas palabras, o repetir una y otra vez el mismo juego.  Esa compulsión a la repetición sería una nueva demostración de ese más allá.
La tercera tiene que ver con las neurosis de destino, donde la repetición se muestra en aquéllos sujetos que “dan la impresión que un destino los persigue, de una orientación demoníaca en la vida”. Da un ejemplo de un hombre que presta dinero una y otra vez a sus amigos y ninguno lo reconoce y otro de una señora que se ve por tercera vez cuidando a un nuevo marido con una enfermedad terminal.
 Las neurosis de transferencia donde se repiten sucesos de la vida infantil que en su momento fueron displacenteros, asociados a una satisfacción no lograda relativa al deseo y a la pérdida del amor. Una compulsión a la repetición, que retorna por imposición compulsiva. Cuarta neurosis de transferencia, en la práctica analítica el sujeto repite situaciones displacenteras, que en tanto sea posible crea. Al decir de una analizante, quien interrumpe su séptimo intento de análisis, que una vez más, una analista no saben escucharla, que sólo su primer análisis con un analista varón funcionó, a la pregunta de porqué no volvió con él contesta que cumplió un ciclo y continúa diciendo que todas las mujeres analistas son un desastre, que no pueden escucharla, ella misma se presenta como una mujer desastre.

La clínica de la pulsión nos enseña que la eficacia de su ingreso depende del amor del Otro. En el campo pulsional, su manifestación es libidinal y desde el origen de la estructura del sujeto, ese amor es posible si su fundamento proviene de la falta. Que el origen sea la falta no nos autoriza a hacer de ella un universal. Lo singular se caracteriza por la forma en que esa falta es transmitida por el Otro.
Tanto Freud como Lacan en su producción le dieron un lugar privilegiado a la pulsión, y más específicamente, a la pulsión de muerte.
Esta acotada, enlazada, intrincada a la pulsión de vida nos permite recrear diferentes espacios creativos de goce, donde el otro esté incluido.

La importancia de ese viraje en su teoría corresponde al mismo giro que en Lacan podemos ubicar en el seminario Le Sinthome. Allí ubica en el nudo borromeo a la muerte en el círculo de lo simbólico, vida en el de lo real y en el imaginario, el sentido. Según la ley borromeica, los hilos van por arriba del de arriba por abajo del de abajo y en el entrecruzamiento de los tres hilos el objeto a,  resto de la operatoria instituyente. La cualidad de este nudo es que si se suelta uno de los tres hilos, el nudo se deshace. Para Lacan esta es la estructura e implica que los tres hilos RSI tienen el mismo valor, esto es fundamental para la dirección de la cura.




Retomar este texto freudiano, así como cualquier otro de su producción, nos permite leer avances, coincidencias y diferencias con Lacan y así dar un paso más en nuestra práctica.  
Sin embargo, en este más allá que hoy, Freud enumera una serie de situaciones que a los sujetos les obliga a posponer ese principio y enfrentarse con ese más allá.  Por ejemplo: adecuarse a la realidad, obliga a cada uno a posponer a veces, inhibir lo que podría dar placer. Se lo posterga para obtenerlo luego en mejores condiciones.

En la misma línea sostiene que el sujeto al crecer, el aparato psíquico se despliega y modera.  Ciertas pulsiones parciales quedarán inhibidas y como ya planteamos da como ejemplo el juego del Fort-Da.
En cuanto a Lacan y la pulsión de muerte, es muy interesante lo que se lee en el Seminario “Los Cuatro Conceptos del Psicoanálisis”, en la clase del 17 de junio de 1964 cita: “la distinción entre pulsión de vida y pulsión de muerte es verdadera en tanto ella manifiesta dos aspectos de la pulsión” … y añade “… pero es a condición de concebir que todas las pulsiones sexuales –no hay otras que esas- se articulan al nivel de las significaciones en el inconsciente, por cuanto hacen surgir a la muerte surgir , como significante, pues ¿cabe decir que haya un ser-para-la muerte?
Las condiciones, por las determinaciones por las que la muerte, significante, puede surgir toda armada en la cura sólo pueden comprenderse con nuestra manera de articular las relaciones”

Como mencionamos anteriormente, para Lacan, la pulsión se gesta en el campo del Otro. Esto implicó que ubicara muerte en el campo de lo simbólico.  ¿Por qué?  Porque el Ello pulsional se gesta primero en el campo del Otro, diferenciado esto del inconsciente propiamente dicho.
Lacan llama a esto “sujeto acéfalo de la pulsión” y es un sujeto que está a merced de la demanda inconsciente del Otro, ese es el origen de la pulsión, el inconsciente propiamente dicho, es la oportunidad para que el sujeto responda a esa demanda constituyendo su deseo.

Esa fuerza que llamamos vida, tiende a hacer su recorrido y lo hace según cómo estamos escritos desde el decir del Otro.
¿Qué implica el decir del Otro? Pues el campo del lenguaje y la función de la palabra.
La muerte, la pulsión de muerte, es la incidencia del significante en los ciclos de la vida.  De ahí que Lacan escribe en el nudo borromeo muerte en lo simbólico.
Esta pulsión está desde el inicio de la constitución subjetiva y tiene un valor de corte fundamental para la basculación alienación-separación. Ella puede tener matices: a veces acelerar el final, otras hacerlo parcialmente llegando al crimen, o si se enlaza a la pulsión de vida, transformarse en odio.  Este también con matices, odio que desee la destrucción del otro como puro goce desenlazado de la ley, o un odio separador que permite decir “no” a la demanda arrasadora del Otro.
Otros modos enlazados a la pulsión de vida pueden jugarse en el goce erótico al mejor estilo descripto por Freud.

Decíamos siguiendo a Lacan y a Freud que la pulsión avanza como un torrente irrefrenable y no es más que una pulsión sexual.  Mientras la pulsión se mantiene dentro de ciertos límites, estamos en la homeostasis, en el Principio del Placer.  En ciertos momentos la pulsión rebasa esos márgenes, busca algo más allá de ese principio y aquí comienza a funcionar la pulsión de vida, que si pasa cierto gradiente lleva a la muerte.
Este torrente pulsional a veces no quiere seguir el circuito habitual de la vida y busca definitivamente su satisfacción terminal, la búsqueda del cero, ello es pulsión de muerte. 
También puede suceder que sin llegar al cero, desde el exceso se produzca un enlace, al que Freud llamó “intrincamiento de las pulsiones”. Son los diferentes goces de la vida. ¿De qué depende este intrincamiento pulsional? Pues de la eficacia simbólica del “agujero principal” que es de lo simbólico, que permite la sustitución de la muerte real por la castración simbólica. 
El goce es el encuentro con el objeto, en tanto anticipa su pérdida, en ello está la pulsión de muerte propiciatoria para que haya basculación en la posición alienación-separación estructural del ser humano.

Podemos decir: es trabajo del análisis, que la pulsión de muerte, que lleva a la destrucción del sujeto como sujeto deseante, y en ciertos casos lo lleva a la muerte real, se articule, se enlace a la vida que esa pulsión de muerte pueda decirle no a la demanda arrasadora del Otro, que pueda hacer de corte e intrincarse a la vida.  Para ello es función del analista jugado en transferencia propiciar que el analizante hable, asocie, y desde su deseo sostenga el acto analítico e intervenga desde los tres registros.
Bajo el imperio del principio del placer existen suficientes medios y vías para convertir en objeto de recuerdos y elaboración anímica lo que en sí mismo es displacentero.

“La inclinación a no computar la muerte en el cálculo de la vida trae por consecuencias muchas otras renuncias y exclusiones. Y no obstante, la divisa de la Hansa decía “Navigare necesse est,vivere non necesse”: Navegar es necesario, vivir no lo es”.(3)

Notas

(1) Freud, Sigmund: “Más allá del principio del placer”, Obras completas, Tomo XVIII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986.

(2) Lacan, Jacques: ”Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” , Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.

(3) Freud, Sigmund: De guerra y muerte. Temas de actualidad.!915 ,capítulo II Nuestra actitud hacia la muerte, Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires 1989

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