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Número 14 - Noviembre 2020
La sublimación: marcas de infancia transformadas
Myriam Soae

“La impresión orgánica de este nuestro primer goce vital ha dejado en nosotros un sello indeleble” 
S. Freud        

1. Otro destino posible

Freud trata de definir a la sublimación desde su correspondencia con Fliess. A pesar de que este concepto adquirió a lo largo de su obra una particular preponderancia, no fue tema exclusivo de ningún texto en particular. A la vez podemos apreciar su carácter de destino pulsional desde los primeros desarrollos, otro destino posible a la represión, la transformación en lo contrario y la vuelta sobre sí mismo.
En aquella referencia temprana (Carta nº 61, 1897) sostiene que las fantasías, restos de cosas oídas pero sólo luego comprendidas, “son construcciones defensivas, sublimaciones y embellecimientos de hechos, sirviendo simultáneamente al propósito de la auto exoneración” (1) Precisamente esta incipiente explicación será el germen de lo que irá desarrollando a lo largo de su obra sobre este concepto difícil de pesquisar.

En “Tres ensayos para una teoría sexual” (1905) la sublimación conecta íntimamente con la sexualidad infantil, el acento recae en las derivas de la pulsión enfatizando especialmente la de investigación mediante la cual el niño se encuentra con el primer agujero del conocimiento, la pregunta por el origen. Aquí la sublimación es retomada del siguiente modo: Es la energía sexual desviada en su mayor parte del uso sexual y aplicada a otros fines. Debido a esta desviación de las fuerzas pulsionales de sus metas y su orientación hacia metas nuevas se adquieren poderosos componentes para todos los logros de la cultura. En la latencia sexual se inicia un proceso análogo al proceso cultural. A las excitaciones hiperintensas que provienen de las zonas erógenas se les procura drenaje y empleo en otros campos. De esta manera la disposición peligrosa se transforma en un incremento de la capacidad de rendimiento psíquico y una fuente de la actividad artística.

2. Recuerdos dibujados

“Un recuerdo infantil de Leonardo De Vinci” (1910) es un texto biográfico (una reconstrucción) que Freud escribe con el propósito de poner a prueba sus argumentaciones referidas a la sublimación, volcándolas a un estudio exhaustivo del artista. Es interesante recorrerlo con las ideas subrayadas: la exacerbación del ansía de saber, la exoneración de las fantasías, el drenaje, el desvío y la transformación. Volver una vez más a su lectura permite seguir encontrando los detalles en los que Freud repara, posa su lente, indicando dónde están para él las huellas de infancia que Leonardo intentará recrear en su multiplicidad de intereses. Aquellas primeras marcas (de satisfacción, del efecto de las palabras en el cuerpo) que tratará de recuperar recreándolas, una y otra vez, mediante su producción artística.

Sobre el genio polimorfo Freud realiza una minuciosa reconstrucción de la vida emocional a partir de sus primeros años y reconstruye así una historia psicosexual.

Tomaremos de la letra de Stendhal una peculiar descripción de Leonardo:
“Desde tierna infancia despierta la admiración de sus contemporáneos. Genio sublime y delicado, ávido de aprender cosas nuevas, ardía por experimentarlas, llevando su curiosidad no solamente a las tres artes del dibujo, sino también a las matemáticas, la mecánica, la música, la poesía, la filosofía, y también las artes recreativas en las cuales se destacó: la esgrima, el baile, la equitación. Y estas condiciones que él desarrollo únicamente por divertirse podrían haber constituido la razón de su existencia”  (2) 
Precisamente esta exacerbación del ansía de saber obedece a una disposición individual acerca de la cual ignoramos su procedencia, aclara Freud. La pulsión epistemofílica puede tener distintos desenlaces en la salida de la latencia: la represión, que coarta el deseo de saber limitando la libre actividad de la inteligencia, generando las inhibiciones neuróticas; La obsesión investigativa, un retorno de lo reprimido que sexualiza el pensamiento pero en el que luego queda obstaculizado por la misma censura y, el desenlace más perfecto y menos frecuente, la sublimación, en el cual la libido escapa a la represión siendo desde el comienzo otro destino pulsional con mayor libertad.

Freud sostiene que el artista tiene la facultad de exteriorizar, por medio de sus creaciones “sus más secretos sentimientos anímicos, ignorados incluso por él mismo” (3). Es así que irá en busca de algún testimonio en Leonardo de la conservación de “la impresión más poderosa de su infancia” Nos detendremos en la sonrisa leonardesca de las figuras femeninas que pinta ya entrados sus cincuenta años a partir del encuentro con la florentina Monna Lisa de Giocondo (3). Freud recoge varios recortes de estudios sobre ese detalle registrado: que aquella sonrisa es la “más perfecta reproducción de las antítesis que dominan la vida erótica de la mujer: la reserva y la seducción, la abnegada ternura y la imperiosa sexualidad” o “La encarnación de toda la experiencia amorosa de la humanidad civilizada” (4) o que Leonardo se encontró a sí mismo en la Monna Lisa. Pero la reconstrucción freudiana ubica la impronta materna en el origen: “Si las bellas cabezas de niños eran repeticiones de su propia persona infantil, las mujeres sonrientes no podían ser sino repeticiones de Catalina, su madre, y comenzamos a sospechar la posibilidad de que la misma poseyera aquella sonrisa enigmática, perdida luego por el artista y que tanto le impresionó cuando volvió a hallarla en los labios de la dama florentina” (5)  Freud se detendrá luego en el cuadro “Santa Ana, la virgen y el niño” donde la figura femenina se duplica. Dirá que este cuadro condensa la síntesis de la historia infantil y que todos sus detalles pueden ser explicados por las huellas más personales. “Tuvo dos madres: Catalina, la primera y verdadera, de cuyos brazos fue arrancado entre los tres y cinco años, y Donna Albiera, mujer de su padre, que fue para él una madrastra más joven y delicada” (6)

Esta última línea es retomada por Jacques Lacan al final del seminario cuatro “La relación de objeto” en la clase “De Juan el fetiche al Leonardo del espejo” donde elogia especialmente este texto freudiano subrayando que es la primera obra donde se menciona el término narcisismo. Respecto de “Santa Ana, la virgen  y el niño” señala la duplicidad, la idea de espejo presente en estas figuras femeninas cuyos cuerpos entrelazados pueden representar a la mujer impenetrable y a la muerte, ese Otro absoluto de toda experiencia humana. Así, Leonardo presta, a esta lectura lacaniana de la sublimación, la asociación entre femineidad y muerte.

¿Qué habilita a Leonardo la libertad pulsional sublimatoria? ¿Es acaso sólo una disposición constitucional? Una frase agregada en 1925 arroja una respuesta aproximada: “Cuando un individuo ha escapado en su infancia, como Leonardo, a la intimación ejercida por el padre y ha roto, en su actividad investigadora, las cadenas de autoridad, no puede esperarse que permanezca dentro de una religión dogmática” (7) Rasgo que habilita la libertad de recreación de las marcas, de recuperación de cierta satisfacción mediante sus recuerdos dibujados.

3. Walter Benjamin, tras la apropiación de las huellas de lo acontecido

“El recuerdo va de lo pequeño a lo pequeñísimo, de lo pequeñísimo a lo minúsculo, y lo que sale al encuentro en esos microcosmos es cada vez más poderoso” (8)
Dentro de la prolífera obra de Walter Benjamin,  Infancia en Berlín hacia 1900 se destaca no sólo por presentar el carácter intimista de sus recuerdos sino porque arroja una idea acerca de la concepción que el autor tiene sobre ellos: el recuerdo es una especie de salvación, una redención subjetiva.

Benjamin configura una temporalidad donde el pasado es signo de lo que vendrá “El presente es siempre futuro de aquella imagen que acuña una experiencia vivida en el pasado y por ello esa imagen presentificada puede preformar experiencias históricas al ser entrevista” La rememoración y la ensoñación adquieren una particular semejanza, transportan los signos de lo próximo.

Ese particular pasaje temporal, topológico, adquirirá el nombre de umbral “El umbral es una zona. El término Schwellen (situarse en el umbral) implica cambio, transición, flujos, y la etimología no debe pasar por alto estos significados” (9)
Los recuerdos fragmentarios narrados en Infancia en Berlín hacia 1900 permiten captar esta topología particular, donde lo interior y lo exterior, el niño y la ciudad, se van entramando, enlazando, de un modo constitutivo. Benjamin va detrás de las marcas del efecto de ese afuera en aquel niño, de las experiencias de esos pasajes que configuran su mundo, sostiene incluso que su idea es organizar gráficamente el espacio de la vida - bios – en un mapa.

En Crónicas de Berlín nº 17 leemos:
“Y si ya no traspongo el umbral de aquella casa, es por temor a un encuentro con ese interior de la escalera, que en su soledad ha conservado la fuerza para reconocerme que la fachada ha perdido hace tiempo” (10)   
Esas transiciones, aquellos flujos, se asemejan a las derivas que la sublimación habilita: “la recuperación del goce de la pérdida del cuerpo en el goce de la palabra” (11)

El recuerdo narrado en el fragmento “El armario” nos permite apreciar este movimiento, a propósito del juego repetitivo del niño al encontrarse con un par de medias enrollado, Benjamin escribe:

“Nada superaba para mí el placer de hundir la mano en su interior lo más profundamente posible. Y no sólo por su calor lanudo. “Era lo traído”, que siempre sostenía con mi mano en su interior enrollado y que me arrastraba de tal modo hacia su profundidad. Cuando lo rodeaba cerrando el puño y confirmaba con toda la fuerza la posesión de la masa blanda y lanosa, empezaba la segunda parte del juego, que traía consigo la revelación emocionante. Pues ahora me disponía a desenvolver “lo traído” por completo de su bolsillo de lana. Lo iba acercando a mí cada vez más, hasta que tenía lugar lo desconcertante: extirpado “lo traído” por completo de su bolsillo, el bolsillo mismo había dejado de existir. Nunca me cansaba de poner a prueba de este modo aquella verdad enigmática: que la forma y el contenido, el envoltorio y lo envuelto, “lo traído” y el bolsillo eran la misma cosa. Y esa cosa, una tercera: la media en la que ambos se habían transformado” (12)

4. Para concluir

Tanto en los recuerdos dibujados de Leonardo como los narrados por Walter Benjamín “lo traído” se hace presente configurando un horizonte que no es otro que el de la trama del deseo, que se repite concienzudamente para volver una vez más a exonerar la satisfacción (siempre parcial), aquella que Freud ubicaba como el sello indeleble del primer goce vital. Esas satisfacciones que nos trasladan, mediante umbrales, a los goces de la infancia y que nos salvan relanzando el goce de la vida.

Notas bibliográficas:

1. Freud, S; Los orígenes del psicoanálisis; Obras completas; Trad. Ballesteros.
2. Stendhal; Vida de Leonardo Da Vinci; Casimiro; Madrid; 2018
3. Hemos trabajado con mayor detenimiento el recuerdo de Leonardo sobre el Buitre (o Milano) y las consecuencias que extrae Freud del mismo en “La sublimación, otro destino posible. Su función clave en el análisis” curso dictado en Noviembre del 2018 del que realizamos una edición digital.    
4. Freud, S; Un recuerdo infantil de Leonardo De Vici; Obras Completas; Trad. Ballesteros
5. Ibídem
6. Ibídem
7. Ibídem
8. Benjamin, W; Infancia en Berlín hacia 1900; “La infancia en la ciudad de la memoria” Prólogo de Jorge Monteleone; pag. 16; El cuenco de Plata; Buenos Aires; 2016
9. Ibidem; pag. 24
10. Benjamin, W; Infancia en Berlín; Crónica de Berlín nº 17; El cuenco de Plata; Buenos Aires; 2016
11. Laurent, E; El reverso de la biopolítica; Navarin/ Le Champ Freudien; Grama ediciones; Buenos Aires, 2016
12. Benjamin, W; Infancia en Berlín hacia 1900; Armarios; El cuenco de Plata; Buenos Aires; 2016

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