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Número 14 - Noviembre 2020
Antecedentes y usos de "Más allá del principio del placer"
Claudio Spivak


Encontramos en “Más allá del principio de placer” (1) un texto que ilumina aspectos de la metodología de teorización freudiana. La última establece una modalidad singular, que se distingue de otras formas de pensamiento o reflexión previas. Hay en el escrito una posición freudiana a la hora de teorizar. También, a partir de su argumentación, se comprenden algunos de los reordenamientos que se proponen en el texto, los motivos de escritura y se permite extraer una clave de lectura con el cual abordarlo.
A modo de ejercicio, comenzaremos con un breve desarrollo.

Un antecedente.

Podríamos localizar un antecedente a el “Más allá del principio del placer” (2) en la nota agregada por Freud, en 1919,  a “La interpretación de los sueños” (3) . El contexto, en el que se agrega la nota al pie, versa sobre el disonante afecto que desprenden algunos sueños y cuyo contenido no pareciera provocarlo. Estos dos componentes del sueño, representación y afecto, se presentan como separados. Entre los ejemplos propuestos se escriben los sueños que transcurren en una situación que provocaría temor, peligro o repugnancia, pero donde el soñante no siente miedo, peligro o repugnancia. También el opuesto, donde el soñante se espanta de cosas inofensivas o le provocan alegría cosas pueriles.

La explicación que provee Freud, a partir de la experiencia brindada por el análisis, es la siguiente: los contenidos de representación han experimentado desplazamientos y sustituciones, mientras que los afectos se mantuvieron incólumes (4).
Unos renglones más adelante llega la anticipada nota. En ella Freud nos propone la primera noticia que tuvo de un sueño de su nieto, de unos 20 meses. En la nota se demuestra, con el ejemplo, como el trabajo del sueño lograr variar el material representativo, para lograr el cumplimiento del deseo, mientras que el afecto atraviesa inmutable las tareas.

Escribimos la anécdota. Es la noche previa a la partida de su padre al frente de batalla. El niño, al salir del dormir, solloza: “¡Papá, papá… Nene!”. Tal como leemos lo  enunciado, papá y nene se mantienen juntos en la frase y en la representación. El trabajo del sueño logra el cumplimiento del deseo, es decir mantenerlos unidos. Sin embargo, el afecto intocado atraviesa el trabajo del sueño, que se traduce en el llanto que reconoce la despedida.
A continuación Freud transcribe que el niño, para la época, ya era capaz de expresar el concepto de la separación. En esta línea nos cuenta que la primera palabra dicha por el infante era un acentuado “o-o-o”, que surgía en sustitución de Fort (que para el traductor es “se fue”). La palabra se presentó varios meses antes que el sueño, asociada a un juego en donde todos los juguetes iban a parar “fuera”. Se lee que esto se remonta a la autodisciplina alcanzada por el niño, que permitía a la madre ausentarse y estar Fort (“fuera”).

Agregaremos que es lógicamente necesaria esta última mención: es ineludible que el niño baraje la idea de separación para que el afecto se haga presente en el sollozo, separación poco aceptada por el deseo que motoriza al trabajo del sueño y a la que se trueca por el mantenimiento de la unión.

Deberemos esperar un año para que el juego sea leído en clave de compulsión de repetición.

Perturbación de los antecedentes.

El parágrafo anterior nos trae un problema, que se  traduce en la pregunta de sí será el modo adecuado de abordar el texto freudiano. Emprendemos, en lo que sigue, otro camino.
Leemos una pequeña disputa en “Para la prehistoria de la técnica analítica” (5). El texto es escrito por un autor desconocido, que firma como “F”, quien durante la exposición se refiere Freud en tercera persona. Se ha querido reconocer en ese “F” a un seudónimo de Sigmund Freud.

El texto es escrito en el mismo año que “Más allá…”, esto es 1920 y causa interés debido a las resonancias que guardan, al menos desde lo metodológico.
Pasemos a la historia. Escribíamos que hay una disputa, la cual se centra en relación a un antecedente. El investigador Havelock Ellis había señalado en su libro “The Philosophy of Conflict” a un precursor del psicoanálisis: al místico, poeta y médico J. J. Garth Wilkinson. Según Ellis, Garth Wilkinson sostenía una técnica en la que se reconoce a nuestra afamada “asociación libre”. Además, durante la exposición, Ellis proponía que el método de Freud era el de un artista, con lo cual el vienés y el psicoanálisis quedarían cercanos a ejercer un arte y, por lo tanto, un poco alejados de la ciencia psicoanalítica.

La respuesta que formula “F”, tal como anticipábamos, nos da alguna idea del método freudiano, al momento de la teorización.

El primer argumento de “F” será localizar a otro antecedente, previo al erigido por Ellis, en el uso de la “asociación libre”. Se trata de uno que Freud mismo presentó. A continuación pasa a pluralizar ese antecedente en una técnica, técnica además que fue posiblemente entrevista por muchos. Se puede leer una operación en la argumentación; la idea de un único antecedente se disuelve en el anonimato de los muchos. De hecho, al final del articulo, “F” propondrá a otro, acaso como gentileza, que ha llegado a la teorización psicoanalítica como un retorno de lo reprimido. Pero este no es el tema en cuestión. Lo llamativo es que despeje el problema del antecedente, al hacer estallar la posibilidad de encontrar al original o al multiplicarlo, haciendo vana la búsqueda.
Según “F”, lo que va a hacer la diferencia, lo que hace que la asociación libre se desmarque de los antecedentes propuestos es su utilización, o lo que podemos llamar el “uso” que hace ella la práctica analítica. Para ir a lo que nos interesa, podemos decir que, dentro de la práctica analítica, la asociación libre sucumbe a un uso que no conoce antecedentes. Esto quiere decir que la asociación libre, como un modo de sortear las resistencias y reestablecer los nexos del discurso afectados por la represión no tiene precursores, siendo que fue creada para un uso específico en la práctica analítica.

Este uso particular que hace la práctica analítica de la técnica de la asociación libre deviene fundadora. Entonces, la búsqueda de antecedentes deviene ilusoria. Es desde el punto fundacional que se originan los precursores, los posibles antecedentes. Con esto se invierte la línea de tiempo. Entonces pueden postularse varios, sin que ninguno sea precursor.

Puede leerse que hay aquí una vía propuesta. Se nos corre de la investigación en las historias, de la búsqueda de antecedentes, orígenes o linajes, para preservar la idea de utilización o uso que promueve un texto y una práctica.

Otro origen ejemplificador.

La “Nota introductoria” (6) de Strachey al “Más allá…” se nos presenta, siguiendo la orientación propuesta, como un texto sintomático. En esta Nota conviven las ideas de origen, sucesión y progreso junto a la de uso. A pesar de ello, leemos que el escrito busca la marca de la novedad, lo distintivo del escrito.

Es cierto que en el despliegue de una sucesión puede hacerse presente lo distinto, lo que rompe ese orden. Sin embargo la estrategia de presentación, bajo el modo de una sucesión, puede crear la ilusión de un camino que se recorre hacia una meta, ocurriendo que el punto de fractura y novedad quede velado y sumado al orden ilusoriamente establecido por el mismo camino.
Leemos así la elaboración historiográfica que realiza Strachey, la búsqueda de los antecedentes y avances de escritura del texto en cartas y textos; en síntesis, las distintas versiones del escrito. Sin embargo, es la aparición de la pulsión de muerte y la compulsión de repetición lo que van a determinar que el texto sea el “Más allá…”.

En este sentido, Strachey rastreará en las cartas y en las presentaciones de Freud el uso del sintagma pulsión de muerte. Otro tanto hará con los textos metapsicológicos, donde buscará la aparición de la compulsión de repetición. Pero no basta con el antecedente; deja consignado qué es lo que cambiará, en relación a compulsión de repetición, en el “Más allá…” y esto es el uso que hará Freud de ella, al otorgarle características de pulsión.
De tal forma, siguiendo la orientación del uso, para que usa Freud el texto, podemos localizar la novedad: es la vinculación entre pulsión de muerte y compulsión de repetición, lo que trae un número de consecuencias.

Usos del juego.

No está de más indicar que lo anterior, la asociación entre pulsión de muerte y compulsión de repetición, está ausente en la lectura del juego de Fort que presentamos al comienzo. Es más, podemos decir que ese juego no es el Fort-Da, siendo que incluso está ausente el Da. Esto es, señalamos que a partir de la vinculación entre pulsión de muerte y compulsión de repetición varía el uso del juego que propone Freud. A partir de ese momento el juego deja de ser uno de Fort, para devenir otro, el Fort-Da.
Recordemos que en la mención de 1919, el juego aparecía ilustrando la autodisciplina alcanzada por el niño en torno a la separación. Nos es necesario indicar que no consideramos este uso teóricamente deficitario, sino lógico en relación al ejemplo presentado en “La interpretación de los sueños”, que es un sueño de separación.

En la circunstancia del “Más allá…”, el uso que Freud propone del juego, lo deja en serie con las neurosis traumáticas y algunos fenómenos clínicos, para dar cuenta de las exteriorizaciones de esa pulsión que realiza su trabajo en forma inadvertida.
Es decir, son usos diferentes y entre los cuales no hay necesariamente continuidad.

Compulsión de repetición y nuevo el origen.

Se nos ocurre señalar simplemente algunos puntos de la novedad que establece el “Más allá…”. También dejar consignado alguna alerta freudiana, que podría ser explicativa del método de lectura que proponemos para el texto.
En el comienzo del “Más allá…” Freud plantea, para su teorización sobre el principio de placer, una ruptura con cualquier sistema filosófico, así como una toma de distancia con cualquier ideal de prioridad u originalidad. La especulación teórica que él promueve es fruto del empeño por describir y justificar los hechos de la práctica analítica. Aquí queda resaltado que el comando recae sobre la práctica clínica y que el esfuerzo de teorización va en segundo lugar.
En la misma línea metodológica, hacia el final, cuando ya ha presentado la novedad de la pulsión de muerte, escribe que no duda en rever o abandonar “un camino que se siguió por un tiempo, sino parece llevar a nada bueno” (7). Hay aquí una desacralización de la teorización. En nuestros términos diríamos que se la usa mientras se corresponda o explique lo que sucede en la práctica clínica.

El texto Freud, en un comienzo, reúne en una serie fenómenos dispersos y, en apariencia, disímiles, heterogéneos, que incluso abarcan la vida de quienes no son considerados neuróticos. Nos referimos al juego infantil, la neurosis traumática, los fenómenos de la transferencia y el “eterno retorno de lo igual”. El elemento común que los combina es la compulsión de repetición. Podemos leer en esto un nuevo ordenamiento entre elementos que en otros textos aparecían dispersos o con usos diversos. El nuevo orden lo da la mencionada compulsión.

Esto determina la formalización de una hipótesis, la de la compulsión de repetición, la cual aparece como más “originaria, más elemental, más pulsional que el principio de placer que ella destrona”, tal como escribe Freud en la página 23. Aquí nos aparece otro uso en el texto: al tiempo que propone a la compulsión de repetición como más pulsional, nos dice que ésta se impone sobre el principio del placer, al que destrona del imperio “sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica”. Es decir, que hay un nuevo reordenamiento, en el que cambia el eje por donde pasa el poder imperante en la vida anímica, quedando el principio de placer relegado.

Nos tendremos que leer demasiado, antes que surja una nueva definición de pulsión, la cual se entrama con la compulsión de repetición. Freud escribe:
“Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajoel influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suertede elasticidad orgánica o, si se quiere, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica.” (8)

Resaltamos de la definición la idea de “reproducción de un estado anterior”, siendo que  altera la línea de tiempo tradicional. Acaso así pueda entenderse el por qué la exposición Freud hace lugar al tiempo y de destino. Baste recordar que “Más allá…” es uno de los pocos textos donde él trabaja el tema del tiempo, separándose de la tradición kantiana, así como propone al “eterno retorno de lo igual” al modo de variante de la idea de destino, la que se sostiene de la repetición. Y si fuera poco, tuerce la noción de vida, ahora orientada hacia un retorno.

No hay progreso.

El texto nos da alguna pista de por qué no es ajeno a nuestras teorizaciones el relevamiento de los orígenes, sucesiones y genealogías, que nos tuercen a pensar  en pasos que llevan al desarrollo o el progreso.
Freud dedicará algunos párrafos para hacer caer aquellas ideas. Lo hace a continuación de presentar la nueva definición de pulsión, indicando que “nos hemos habituado a ver en la pulsión el factor que esfuerza en el sentido del cambio y del desarrollo (…)” (9), Su propuesta, en el texto, será la contraria.

Más adelante escribe que en el reino animal o vegetal no se comprueba la existencia de una pulsión universal de progreso evolutivo. La idea de progreso, la que reza que un estadio del desarrollo es superior a otro, indica, muchas veces depende sólo de nuestra apreciación subjetiva. Agregando que “la ciencia de lo vivo nos muestra que una evolución en un punto muy a menudo se paga con una involución en otro, o se hace a expensas de este” (10). En síntesis, no hay progreso.

Luego presentará una supuesta pulsión de perfeccionamiento, una que ha llevado al hombre a su actual nivel de rendimiento espiritual y de sublimación ética” y que lo llevará “del hombre en superhombre” (11). Pero Freud no cree en la existencia de esa pulsión, a la que no duda en poner en línea con las ilusiones.
En todo caso, dirá, los avances en el camino son efecto de que el recorrido hacia atrás está, en general, obstruido por las resistencias, las que permiten que las represiones se sostengan. Encontrará en la fobia un modelo para pensar la pulsión de perfeccionamiento, como una huída hacia adelante frente al peligro de la satisfacción pulsional.

Hacia el final Freud presentará una suerte de exigencia religiosa, la cual se lleva bien con la idea de “fin de los tiempos”. Escribe que sólo los creyentes, esos que quieren que la ciencia sea un sustituto del catecismo abandonado, “echarán en cara al investigador que remodele o aun rehaga sus puntos de vista” (12).

En este sentido, “El más allá del principio del placer” es un texto incómodo, tanto teóricamente como para su lectura. Es un escrito que nos saca del imperio de las sucesiones y los sueños de progreso. Algo que nos remite a una posición de creyente, incluso como investigadores, practicantes o lectores, posición que debemos abandonar.

Pero, por otro lado, es un texto deja al descubierto algunas claves que orientan su lectura.
Claves, eso si, que nos sacan del principio del placer.

Notas

(1) Freud, S., (1920) “Más allá del Principio del Placer”, Obras Completas, Vol. XXI. Buenos Aires, Amorrortu Editores. Bs. As. 1985

(2) A partir de aquí, para facilitar la lectura, consignaremos el texto como “Más allá…”

(3) Freud, S., (1900 - 01) “La interpretación de los sueños (segunda parte)”, Obras Completas, Vol. V. Buenos Aires, Amorrortu Editores. Bs. As. 1979. P. 458-9.

(4) Ibidem 4. P. 458

(5) Freud, S., (1920) “Para la prehistoria de la técnica analítica”., Obras Completas, Vol. XXI. Buenos Aires, Amorrortu Editores. Bs. As. 1985

(6) Strachey, J. “Nota introductoria” en Freud, S., Obras Completas, Vol. XXI. Buenos Aires, Amorrortu Editores. Bs. As. 1985

(7) Freud, S., (1920) “Más allá del Principio del Placer”, Obras Completas, Vol. XXI. Buenos Aires, Amorrortu Editores. Bs. As. 1985. P. 62

(8) Ibidem 7. P. 36.

(9) Ibidem 7. P. 36

(10) Ibidem 7. P. 41

(11) Ibidem 7. P. 41

(12) Ibidem 7. P. 62

 

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