Llama la atención que en tiempos de pandemia podamos constatar de manera drástica, aquello que decía Jacques Lacan de la clínica psicoanalítica, como “lo real en tanto es lo imposible de soportar” (2007: 27). Y es que lo real traumático que trae la pandemia, nos presenta ciertas situaciones que son difíciles de asumir. En primer lugar, la pandemia ha desordenado nuestra realidad, agujereado nuestros supuestos y generado otro tipo de malestares. Es aquí donde podemos interrogar sobre la actualidad del psicoanálisis en lo que es su camino de encuentro con el desastre provocado por la COVID-19. Así como Freud (1997) pudo identificar tres tipos de afrentas que la investigación científica asestó al amor propio a la humanidad (cosmológica, biológica y psicológica), tendríamos que interrogarnos ¿qué tipo de afrenta al narcisismo infligió la pandemia de la COVID-19 a la humanidad? Como recientemente lo ha señalado Slavoj Žižek en su análisis de la pandemia “Lo realmente difícil es aceptar el hecho de que la epidemia actual es el resultado de la pura contingencia, que simplemente ha ocurrido y no hay ningún significado oculto. Si vemos las cosas desde una perspectiva más amplia, somos una especie que no posee una importancia especial” (Žižek, 2020: 22). Y es que la pandemia transformó nuestra relación con el tiempo y el espacio. Lo que vemos emerger de manera imparable en el campo psicoanalítico, son los tratamientos de los malestares subjetivos desde las nuevas tecnologías. Esta situación nos lleva a reflexionar acerca de si los casos que se dan en el presente pandémico, pueden ser pensados con las nociones que hemos usado los psicoanalistas, por ejemplo, desde lo que se conoce como el giro de los años 20 en la obra de Sigmund Freud, donde encontramos algunos de sus hallazgos más decisivos, como son la pulsión de muerte, el ello y el superyó. En ese sentido, Más allá del principio del placer así como muchas otras obras de Freud continúan interrogándonos aún hoy. Será por esta vía, que abordaré el tema de la pandemia y la llamada “nueva normalidad”, desde las coordenadas de la deflación, el ciberespacio y el capitalismo. Retornar a la construcción especulativa de la década de 1920, implica que hay ahí ciertas formulaciones importantes, que nos pueden permitir comprender hasta cierto punto, las profundas transformaciones sociales que estamos atravesando.
Pandemia y deflaciónCon el estremecimiento de la COVID-19 en el mundo, en cierta manera hemos alcanzado un futuro distópico, similar al de las películas de ciencia ficción de viajes interestelares como Pasajeros, Interestelar, Blade Runner, 2001. Odisea del espacio. Nuestra vida parece cada vez una transmisión intergaláctica con los otros. Nos quedamos en casa, trabajamos con los ordenadores, tenemos videoconferencias y clases on-line, algunos han instalado un pequeño gimnasio en su hogar, el cual se ha terminado convertido en una oficina o taller. Otros se desnudan, se masturban, tienen sexo o ven pornografía enfrente de sus pantallas, en lo que parece ser más una cárcel digital. Y finalmente, los alimentos y las mercancías nos llegan a domicilio con alguna aplicación que se descarga del teléfono móvil. Pero quizás lo que estamos presenciando, es que la interacción humana se está parando. Para el filósofo italiano Franco Berardi Bifo, el efecto del virus no radica tanto en el número de personas que debilita o de personas que mata, sino en “la parálisis relacional que propaga” y en una “deflación psíquica definitiva” (Berardi, 2020: 19, 21). El virus nos ha llevado a una transición hacia la inmovilidad y ha desinflado la burbuja de la aceleración en el que el capitalismo se encontraba.
A diferencia de otras crisis económicas, esta vez la crisis no proviene de factores financieros o económicos, que tengan que ver con el juego de la oferta y la demanda, sino como lo señala Berardi “La crisis proviene del cuerpo. Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo […] es la caída repentina de la tensión que decide por todos: Psicodeflación” (Berardi, 2020: 22, 23). Una paciente al referirse sobre la pandemia, dice “Quería que el mundo se detuviera. Y fue decepcionante. ¿Es esto? ¿En serio? Ni siquiera es como creía que sería”. En una reciente emisión de France Culture, el director de cine Werner Herzog, dijo “Creo que en general, la multiplicación de instrumentos de comunicación refuerza de un lado la conexión con los demás, pero también nuestra soledad de manera proporcional. Hace cuarenta años, en los años 80's, decía: "Habrá más medios de comunicación, y estaremos más solos". Y creo que el siglo 21 será el siglo de la gran soledad". Al respecto, podríamos decir que la pandemia de la COVID-19, es la obertura de esta gran soledad del siglo 21.
Podemos relacionar esta gran soledad del siglo XXI, con lo que el filósofo surcoreano, Byun-Chul Han (2020), ha llamado como “la desaparición de los rituales”, circunstancia donde encontramos la comunicación sin comunidad, así como una serie de patologías y la erosión de la comunidad. Para Han “En el vacío simbólico se pierden aquellas imágenes y metáforas generadoras de sentido y fundadoras de comunidad que dan estabilidad a la vida. Disminuye la experiencia de la duración. Y aumenta radicalmente la contingencia” (Han, 2020: 12). Efectivamente, ante una desaparición de los rituales y el creciente narcisismo colectivo, nos enfrentamos a una situación donde los sujetos se quedan aislados en sí mismos sin tener una resonancia con el otro. La depresión, las dependencias patológicas, y las patologías narcisistas que aparecen en la clínica contemporánea, no se producían de una manera tan masiva en una sociedad que era definida por los rituales. Como lo han estado insistiendo algunos psicoanalistas en las últimas décadas, muchos de los cuadros psicopatológicos de nuestra época hipermoderna se relacionan con el “ocaso y evaporación del padre” (Recalcati, 2015: 21), y en la aparición de una modalidad nueva de relación del sujeto con el objeto goce, ajustada con el discurso capitalista, que lleva a la creencia de que es posible gozar del objeto de manera total, rechazando las leyes del orden simbólico, que hacen de la experiencia libidinal algo parcial (Cosenza, 2019: 56). En la clínica psicoanalítica se pueden apreciar las tendencias al goce sin límites. La desregulación pulsional, el rechazo del Otro y un culto narcisista del yo en la erótica de las drogas y en las llamadas “patologías de la comensalidad” como la anorexia-bulimia.
Pandemia y ciberespacio
La pandemia nos lleva a interrogar ciertas características de las sociedades contemporáneas, como son la dictadura de las imágenes en la cultura del narcisismo, la intimidad como espectáculo y la contemplación exacerbada de la imagen de sí, que va de la manía de la selfie a la producción compulsiva de auto ficciones en las redes sociales. Gilles Deleuze llamaba “sociedades de control”, que, a diferencia de las sociedades disciplinarias, producían cuerpos-máquinas, las de control generan “cuerpos-señales” (Rodríguez, 2019: 352).
Es ahí donde encontramos a la sociedad-red de nuestros días, la cual se maneja predominantemente desde simulacros imaginarios, donde los sujetos quedan sumergidos en un mundo ilusorio, de juegos virtuales y, por ende, se comportan como si creyeran en esa realidad. Cabe señalar la importancia del lugar que adquiere hoy en día el manejo de los afectos y las emociones, como clave en la construcción de la identidad que ponen en operación las redes sociales digitales. Esto es lo que se plantea con particular intensidad en la era hipermoderna con el predominio de la comunicación digital, la realidad virtual y la inteligencia artificial que encontramos en el uso de las redes sociales y las tecnologías.
Las redes sociales ya no funcionan solamente para hacer una compra, un trámite, obtener información, charlar con los amigos o colegas del trabajo, sino que ahora son un vasto campo de la vida social que pasó a estar presente en la red. Se trata de un escenario en el que se dan las combinaciones de la comunicación móvil y la sociabilidad de las redes, lo que nos lleva a otro tipo de comunidad, que es la de la red social. Lo que vemos es una construcción de un nuevo espacio público, que gira alrededor de Instagram, Twitter, YouTube, Facebook, TikTok, sitios donde se produce la publicidad de intimidades, creación de colectivos, movimientos políticos y corrientes de opinión, que muchas veces llegan a desafiar la comunicación y la información unidireccional (Rodríguez, 2019: 357). Como lo señala Byung-Chul Han “Hoy consumimos no solo cosas, sino también las emociones de las que ellas se revisten. No se puede consumir indefinidamente las cosas, pero sí las emociones. Así es como nos abren un nuevo e infinito campo de consumo. Revestir de emociones la mercancía” (Han, 2020: 15). Y es que lejos de anunciar una pérdida de emocionalidad, como lo observa correctamente Eva Illouz, la cultura capitalista, por el contrario, ha venido acompañada por una intensificación sin precedentes de la vida emocional, con actores que con plena conciencia persiguen y modelan experiencias emocionales por sí mismas (Illouz, 2019: 13). De hecho, la emocionalidad cada vez más se ha institucionalizado a través de la cultura del consumo en motivos clave como la sexualidad, la felicidad y el bienestar.
Pandemia y capitalismo
No hay que descartar la conexión de la pandemia con el modo de producción capitalista. El uso de las nuevas tecnologías que se ha incrementado con la pandemia, funciona desde lo que Herbert Simon llamó en 1971 como “la economía de la atención”, para referirse a que, en un mundo lleno de información, este se alimenta de un bien muy escaso que es la atención (Dessal: 225). De hecho, toda la producción del mercado capitalista depende hoy en día de las técnicas y respuestas sofisticadas para la explotación de la atención humana. Para comprender este tipo de economía, es importante tomar en cuenta la ideología en la que se justifica. Como lo señala Thomas Pikkety en Capital e ideología “En las sociedades contemporáneas, el relato dominante es fundamentalmente el propietarista, empresarial y meritocrático: la desigualdad moderna es justa, puesto que se deriva de un proceso libremente elegido en el que todos tenemos las mismas posibilidades de acceder al mercado y la propiedad” (Pikkety, 2020: 13). Si el triunfo del objeto es lo promovido como único valor posible por el discurso capitalista, para expulsar la imposibilidad y llevar al sujeto a una producción de goce que lo sitúa siempre por encima de sus posibilidades, se entiende que la economía de la atención funcione generando objetos desde recursos informáticos capaces de anticipar el deseo de los consumidores, como son los algoritmos. Como lo señala Dessal:
La tecnología de la comunicación explota en beneficio de la economía de la atención la compulsión del usuario a revisar constantemente la pantalla de su móvil para verificar si ha recibido alguna notificación o mensaje. ¿Cómo se logra esto? Existen distintas técnicas para inducir el sentimiento de que, si no estamos constantemente atentos al móvil, corremos el riesgo de “perdernos algo”. En un sistema que alienta el repudio de toda dimensión de la castración y el convencimiento de que se puede “tener todo”, es fundamental asegurar que el sujeto haga del lazo virtual el modo social por excelencia (Dessal: 228).
Al respecto, en Más allá del principio del placer, Freud había anticipado una economía compulsiva que estaba por surgir en la expansión de la producción capitalista, en la medida en que adscribió la compulsión de repetición a lo reprimido inconsciente, y dio cuenta de la incidencia de la pulsión de muerte en la economía psíquica (Freud, 1995a: 20). Hay ahí una anticipación que nos permite entender los mecanismos de producción y de consumo de nuestra época así como sus estragos, que desde las explicaciones sobre el capital y la ideología resultan limitadas. Toda esta variedad de botones que se usan de manera compulsiva como “like” “pull to fresh” “send” o el gesto de deslizar la pantalla hacia abajo con el objetivo de actualizar la información, nos habla que lo que se opera ahí es la pulsión de muerte. Jorge Alemán lo advierte cuando menciona que “El capitalismo solo quiere morir a su manera y por ello, en su modalidad específica de extinción, se ponen en juego distintos imperativos de goce” (Alemán, 2019: 27). Mientras en Psicología de las masas y análisis del yo, Freud nos habla de cómo “El objeto se ha puesto en el lugar del ideal del yo” (Freud, 1995b: 107). Precisamente, es la idealización del objeto lo que rige esta “nueva normalidad” que se caracteriza por impulsar una subjetividad flexible, servil, pornográfica, paranoica y que se explota a sí misma. De ahí que sea la pasión siempre renovada por el objeto lo que promueve el discurso capitalista.
El control de la mente y de los cuerpos, esa ficción de un Big Brother o de la Matrix, consideradas utopías distópicas, son ahora una realidad por las redes digitales que organizan la producción, los intercambios, las comunicaciones y la intimidad de una sociedad informatizada. Se trata de un entorno, que contiene una trama de relaciones de poder, en las que se entretejen el saber, el poder y la subjetivación. La llamada datavigilancia, que es aquella que se ejerce ya no desde el encierro, sino en la integración del encierro en un espacio de circulación general, donde los cables, los satélites y las ondas realizan lo que antes era garantizado por los muros de la cárcel o el manicomio. Una de las primeras condiciones para ser datavigildos, es “poner a disposición cualquier dato despegado de las condiciones inmediatas de espacio y tiempo” (Rodríguez, 2019: 351). Por ejemplo, cuando actualizamos nuestro perfil, subimos una foto, vemos un video, una serie o una película, hacemos una búsqueda, compramos un artículo. Al respecto, el campo freudiano, ya no es algo exclusivo de los psicoanalistas, sino que ha sido colonizado por hordas de ingenieros, programadores y expertos en marketing, que se ocupan de la felicidad, la motivación y los deseos, para explotar los elementos que desencadenan la atención humana. Dice Dessal:
La existencia del inconsciente ya no es ningún secreto para Google, Facebook, Amazon y compañías semejantes. Más aún, sus ingenieros saben incluso algo más que eso: han descubierto que el campo freudiano es el campo del goce y que, si bien los algoritmos tienen una acción limitada sobre los aparatos de goce del ser hablante, no son completamente inoperantes. Por el contrario, consiguen tocar los resortes pulsionales e incidir en sus circuitos. No lo hacen siguiendo un protocolo genérico, sino a la medida del individuo. Mediante el rastreo de las interacciones de un determinado usuario, los algoritmos de Facebook pueden crear instantáneamente su estado de ánimo. Esa información granular le permite al sistema “aprender” cuáles son los botones que debe pulsar para tocar el goce del sujeto (Dessal: 230).
En sus Notas sobre el desastre, Jorge Alemán menciona cinco puntos relacionados con lo que él llama “la tormenta perfecta”, cuando el capitalismo se enfrenta con la pandemia. Primero, esta catástrofe sanitaria a escala global, desnuda las ficciones constitutivas del capitalismo. Segundo, no hay categorías filosóficas ni políticas para pensar cuál será el modo de habitar el mundo que vendrá. Tercero, estamos ante una extensión serial de la muerte, en un automatismo en la distribución de cadáveres, que roban a los sujetos, la experiencia singular del “morir propio”. Cuarto, mientras hay una guerra contra el virus, permanece en silencio la disputa o el antagonismo sobre quienes pagarán las consecuencias del desastre, y que seguramente serán los de abajo. Y quinto, la pandemia se ha metaforizado en términos bélicos (Alemán, 2020: 18-20).
Conclusión
¿Qué es lo que nos interesa a los psicoanalistas o al campo Freudiano de todo esto? Precisamente los usos sintomáticos de las nuevas tecnologías, así como los efectos psicopatológicos que la pandemia ha provocado. Se trata de que podamos abordar algunos de los graves problemas que la pandemia y las nuevas tecnologías han introducido en nuestro mundo, como son la alienación a las redes digitales, las nuevas máquinas de influencia, una paranoia extendida, deflación psíquica, triunfo del objeto y la mirada. Por ello que, antes de aceptar lo que se ha nombrado como la nueva normalidad, debemos preguntarnos ¿cuál es la normalidad que debe volver? Este sería el horizonte a discutir.
Referencias bibliográficas
Alemán, Jorge. (2020): Pandemónium. Notas sobre el desastre, España, NED.
–– (2019): Capitalismo. Crimen perfecto o emancipación, España, NED.
Bifo Berardi, Franco. (2020): El umbral. Crónicas y meditaciones, Argentina, Tinta limón.
Cosenza, Domenico. (2019): La comida y el inconsciente. Psicoanálisis y trastornos alimentarios, España. NED.
Dessal, Gustavo. (2019): Inconsciente 3.0. Lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros, España, Xoroi.
Han, Byung-Chul. (2020): La desaparición de los rituales, España, Herder.
Illouz, Eva (comp). (2019): Capitalismo, consumo y autenticidad. Las emociones como mercancía, España, Katz.
Lacan, Jacques. (2007): Apertura de la sección clínica, México, Me cayó el veinte.
Rodríguez, Pablo Manolo. (2019): Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas, Argentina, Cactus.
Freud, Sigmund. (1997): Una dificultad del psicoanálisis, en Obras completas, t. XVII, Argentina, Amorrortu.
––(1995a): Más allá del principio de placer, en Obras completas, t. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu.
–– (1995B): Psicología de las masas y análisis del yo, en Obras completas, t. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu.
Recalcati, Massimo. (2015): ¿Qué queda del padre?. La paternidad en la época hipermoderna, España, Xoroi.
Žižek, Slavoj. (2020): Pandemia. La covid-19 estremece al mundo, España, Anagrama.