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A propósito de cumplirse los 100 años de la publicación de “Más allá del Principio del Placer”, escrito por Sigmund Freud en 1920, nos proponemos recorrer el maravilloso paisaje que nos ofrece este texto.
Ante la apremiante realidad que nos circunda, representa un gran desafío avanzar por los senderos de la metapsicología freudiana, cuyo binomio principio del placer-principio del displacerse ve interceptado por un tercer término que lo desgarra y se precipita como pulsión de muerte. El “Más allá…” tracciona hacia un horizonte en el que percibimos algo del orden de lo inefable.
Vamos a ubicar, en primer término, los enlaces discursivos del manuscrito que aquí nos ocupa. Sigmund Freud comenzó a trabajar en el borrador de Más Allá del principio del placer en marzo de 1919. Para ese mismo año concluyó el artículo “Lo Ominoso”, donde aparece por primera vez el concepto de “compulsión de repetición”, un fenómeno que, explica, proviene de la naturaleza más íntima de las pulsiones.
Este concepto en alemán aparece como wiederholunzwang (1). Al descomponerlo, descubrimos que zwang quiere decir empuje, compulsión e impulsión, palabras que además incluyen el vocablo pulsión, noción que Freud trabajó en “Pulsiones y sus destinos”. Wiederse traduce como repetición. Así, el alemán ofrece una sola palabra que condensa la compulsión de repetición.
Lograr seguir la secuencia discursiva de un texto nos permite reconstruir su contexto de producción. En el caso de la cronología de los escritos freudianos, hay una articulación intrínseca entre “Lo siniestro” y “Más allá del principio del placer”. También encontramos otros enlaces muy próximos, por ejemplo en “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte” de 1915, donde ya se pueden leer los fenómenos mortíferos pulsionales. En “Duelo y Melancolía” de 1918, aquí lo que decide la melancolía además del superyó es la pulsión de muerte en el sujeto, aunque aún no estaba teorizada.
Señalamos aquellos artículos que ponen en primerísimo plano los fenómenos del odio y la destrucción, en el contexto además de la Primera Guerra Mundial. A la vez, Freud se pone sobre la pista clínica de las vicisitudes pulsionales que toma a su cargo en el concepto de destrudo, expresión que alude a la destrucción y que configura otra manera de hablar de la pulsión de muerte. Casi en las puertas de la segunda tópica nos topamos con la crueldad del superyó y así advertimos que son distintas formas de nombrar lo mismo.
Es llamativo (y a su vez no lo es) que la Primera Guerra Mundial ponga a Freud sobre el rastro de la amenaza que significa en el psiquismo la pulsión de destrucción, del mismo modo que la avanzada nazi lo pone en las puertas del “Malestar en la cultura”, quiero decir, de un residuo de goce y de segregación que es inherente a la estructura del ser humano y de los lazos sociales.
A mi entender, “Más allá...” es el correlato de la Primera Guerra así como el “Malestar en la Cultura” es el correlato del flagelo nazi. Sigmund Freud murió antes de la Segunda Guerra Mundial pero ya la había escrito en el “Malestar…”. Se pueden leer allí perfectamente los sucesos desgarradores del nazismo, gracias a esa capacidad que tenían y tienen los autores de discursividad.
Un autor atento y lúcido lo ve antes, lo lee antes. Repasemos: Freud padeció las fuerzas de la Gestapo, tuvo que dejar su país y emigrar a Londres. No fue un adivino; pudo hacer una lectura extraordinaria que atravesó la historia universal de todos los tiempos.
De igual modo, Jacques Lacan se adelanta en años cuando escribe “El triunfo de la religión” (Conferencia de prensa mantenida en Roma el 29 de octubre de 1974). Allí anticipa algo de lo que nos azota en este 2020 a nivel mundial: un virus que se propaga descontroladamente y que los científicos no saben cómo detener.
Dijo Lacan en dicha conferencia: “Supónganse que un día, después que las hayamos convertido en un instrumento sublime de destrucción de la vida, viene un tipo y saca del laboratorio todas esas bacterias con las que hacemos cosas maravillosas.
Todavía no ocurrió. No lo lograron. Pero comienzan a tener una leve idea de que podrían fabricarse bacterias resistentes a todo, que ya no se podrían detener.” (2)
Michel Foucault, en su texto “¿Qué es un autor?”, reconoce solo dos autores de incidencia en la modernidad, dos “autores de discursividad” dirá. Ellos son Karl Marx y Sigmund Freud, aunque entiendo que se puede ubicar en la misma serie a Jacques Lacan.
¿Qué es un autor de discursividad? Alguien que produce un nuevo discurso; Marx con su discurso sobre el Capital y Freud con su discurso del analista, se erigen como autores que conciben nuevos modos de lazo social. Tienen una lectura discursiva tan ajustada que lo que dicen trascienden las épocas.
Situar un texto dentro de una elaboración discursiva permite la emergencia de un concepto como producto de un trabajo.
“Lo Siniestro” permite pensar cómo lo familiar puede tener esa connotación que ennegrece, ensombrece al sujeto y lo enfrenta a la certeza de la angustia. Fenómeno muy cercano a lo que va a leerse en “Más allá…”, dado que lo ominoso también puede presentarse como aquello que se repite. Es el signo, la advertencia de que hay una repetición. Lo unheimlich repite algo que cambia de compañero-familiar a siniestro-mensajero de la muerte.
La repetición definida como “el eterno retorno de lo igual”, está señalizado por la fijación y retiene lo que de la fijeza no termina de desprenderse. Por ejemplo, ¿cuál será la diferencia entre “Dora” y “la joven homosexual”? Dora puede dialectizar el falo mientras que la joven homosexual no. Aquello fijado no se dialectiza, es más, se encapsula, queda condenado a repetirse siempre del mismo modo. Eso quiere decir que no entró en procesos de desplazamientos y se consolida como condensación porque tiene un peso real tal que se afirma como siempre lo mismo. ¿Qué quiere decir “lo mismo”? Ahí “lo mismo” es algo que por su fijeza se impone sin aceptar modificaciones y eso es lo que impacta y sorprende a Freud.
Sin la fijación es imposible entender que algo retorne como lo mismo. Fijado, adherido a una situación traumática que el psiquismo no pudo transformar o descargar en términos económicos, el trauma irrumpe, inunda el aparato psíquico de energía y sobreviene todo un trabajo por hacer para ligar ese punto que quedó desgarrado y sobrecargado, sin posibilidades de descompresión.
En este sentido, la vuelta de lo igual constituye una formulación metapsicológica muy fuerte. La misma alude a una pulsión desatada que deja al sujeto petrificado en el trauma, sino estaríamos en la idea de Heráclito que nadie se baña dos veces en el mismo río porque todo cambia, todo deviene. A esta posición Freud viene a decirle que hay algo que no cambia.
Freud retoma la idea del eterno retorno de Friedrich Nietzsche. Este concepto constituye una deriva nietzscheana donde queda situada la prevalencia de la desmezcla pulsional, clave de la compulsión de repetición. Podemos decir entonces que la fijación no cesa de no escribirse, por lo que queda asentada como una operación invariante, válida no solo en la estructura del sujeto, sino para la estructura del lazo social.
Recordemos, aunque no será tema de desarrollo en el presente escrito, que la concepción del eterno retorno en Friedrich Nietzsche se encuentra desplegada en por lo menos dos de sus libros, “La gaya ciencia” y “Así habló Saratustra”.
En el pensamiento nietzscheano el caos o el abismo, como todo, se destruyen y vuelven a aparecer; subraya de manera categórica una concepción no linealde la historia, en tanto propone una vuelta al origen para crear nuevos valores, en el mejor de los casos, y apunta al rejuvenecimiento del devenir histórico. A su vez, el autor Pierre Klosowsky agrega que se trata de una concepción del tiempo circular y no de una línea de tiempo progresiva.
La elucubración del eterno retorno, ¿encubría acaso, una premonición de locura? Lou Andreas Salomé fue una sagaz colaboradora de Nietzsche, amiga, crítica y consejera. Lou ve en el filósofo una contradicción entre la revelación del “secreto del eterno retorno” y el sufrimiento de vivir: “Tanto más sufre, cuanto que está, si no convencido, al menos obsesionado por la posibilidad de que el retorno de la vida (tal cual) fuera una ley universal, por lo tanto necesaria” (3), ¿se quiere revivir el dolor una y otra vez?
Retomo la pregunta en lo relativo al Superyó, ya que en su deriva cruel plantea la exigencia imperativa del sufrimiento del Yo. Quiero decir que en la repetición del sufrimiento subjetivo, y más precisamente en la fijación compulsiva, Lacan localiza la cara real del más allá y propone ahí la representación del agujero estructural. A tal compulsión de repetición, Lacan la llama goce.
En el seminario VIII, “La Transferencia”, Jacques Lacan introduce al goce como una voluptuosidad que produce en el lactante la pulsión oral, esto es, la succión del pecho materno. “Y es en la demanda oral que se ha cavado el lugar del deseo” y no se inscribe sino con el más allá del amor del Otro que constituye al infans. Ese Otro que envuelve y enlaza el deseo, el goce y el amor.
Siguiendo a Aracné (de la mitología grecorromana), quién se destacaba por el arte de tejer, pero que a su vez fue convertida en araña por su intrepidez e irreverencia, daremos una lazada más para continuar con el tejido del escrito.
Recurrimos en esta instancia a “la gran figura fantasmática de la mantis religiosa”. Apelar a la metáfora de la mantis habilita suponerle un determinado goce sexual y nos precipita a la pregunta: ¿De qué se goza? Un interrogante que deviene nodal en la clínica, ya que el sujeto desconoce cuál es su goce.
El goce-gusto esencial de la mantis religiosa es la destrucción y decapitación del partenaire.
Nos servimos para nuestro hilado conceptual de lo que Lacan formula sobre el goce, definido como preferencia o gusto. Se trata de un exceso que desborda, de un goce que se encuentra más allá. Lo diremos con todas las letras: goce siniestro que muchas veces se lleva adelante a expensas de la destrucción del otro.
Entendemos también que el goce comporta una cifra inconciente que se des-cifra en el transcurso de un análisis, por el hilo del amor de transferencia y por el riesgo de soportarse en el deseo del analista.
Para el epílogo, recorto un significante que acuña Lacan en el escrito llamado “Lituraterre”: fixación, condensación de ficción y fijación. Las ficciones serían los modos simbólicos e imaginarios de hacer algo con lo que está fijo.
Por consiguiente, en cada vuelta de la repetición puede producirse un movimiento en la jugada que cambie la partida, de eso se trata un análisis. El tablero de la vida puede cambiar si algo se arriesga y puede desprenderse, en esa dirección dirigimos una cura.
Mi apuesta en cada ocasión de un análisis, ecuación metafórica mediante, es a más ficciones-menos fijaciones. La producción de tejidos ficcionales contornean el goce, se trata de pespuntes que bordean el orillo y abren paso a un nuevo modo de gozar.Bibliografía
Freud, S (1920) Obras Completas. Libro XVIII. Más allá del principio del placer. 1976.Buenos Aires. Amorrortu editores
Freud, S (1919) Obras Completas. Libro XVII. Lo ominoso. 1976. Amorrortu editores
Foucault, M (1969) ¿Qué es un autor?. (2005). Buenos Aires. Editado por El Seminario.com.ar
Klossowski, P (1969) Nietzsche y el círculo vicioso. (1995). Buenos Aires. La Comunitati Inconfessable
Lacan, J (1960) Seminario VIII. La Transferencia. (1982). Buenos Aires. Traducción del francés por varios analistas de EFBA
Lacan, J (1972) Otros Escritos. Lituratierra. (2012). Buenos Aires. Paidós. 19 a 29
Correctora del texto: Licenciada en Letras Rocío AltinierNotas
-“A 100 años del Más allá del Principio del Placer” lo presenté como disertante, con modificaciones respecto del presente escrito, en el espacio: Reuniones de Psicoanálisis Zona Sur.
(1) Lacan, J. (1974) El Triunfo de la Religión. 2006. Buenos Aires. Paidós. 74(2) Klossowski, P (1969) Nietzsche y el circulo vicioso. 1995. Buenos Aires. Ed. Altamira