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Número 15 - Noviembre 2022
La anorexia mental no viste a la moda (*)
Fabiana Barroso

Mi tránsito de más de 30 años por instituciones hospitalarias, atendiendo sobre todo cuadros graves (fuesen psicosis o neurosis)  , suscitó en mí una cantidad de interrogantes y me proveyó un material riquísimo para investigar la anorexia mental, un cuadro que por su gravedad y persistencia en el tiempo suele requerir internación y la participación de un equipo interdisciplinario: médico clínico, endocrinólogo, nutricionista, psiquiatra y psicoanalista.
Dicho cuadro nada tiene que ver con las anorexias que comúnmente se exponen en los medios masivos de comunicación, que son las que solemos encontrar en nuestros consultorios. En algunas líneas, estos son los signos clínicos que nos orientan:

a) Se manifiesta en la pubertad (el oportuno diagnóstico permite actuar a tiempo).
b) El paciente exhibe un estado de consunción o extremo enflaquecimiento por disminución de la masa muscular y de la grasa corporal a raíz de la negativa perseverante, incesante, innegociable a ingerir alimentos, o ingerir apenas porciones mínimas o solo líquidos.
d) Presenta desequilibrios electrolíticos (como por ejemplo hipopotasemia, carencia de potasio) por la restricción alimentaria, lo que eleva los riesgos.
e) Bloqueo endocrinológico: en el caso de las niñas, amenorreas primarias y osteoporosis como consecuencia. Sialorrea y lanugo.
f) Y un signo clínico a destacar: en ningún caso, por grave que sea, el paciente refiere malestar subjetivo alguno, no es un problema, sino al contario, es una solución. Esto lo hace refractario al vínculo transferencial. La apuesta a establecerlo requiere paciencia y prudencia. Llevará mucho tiempo hasta que se pueda pasar de intervenciones constructivas en lo real a abordarlo mediante la interpretación clásica.
d) Tampoco hay distorsión de la imagen corporal. Distinto es que no se pueda soportar la masa corporal, que se necesite restarla.
Lejos están estos cuadros clínicos de buscar responder con su delgadez a la presión de ideales sociales, socioculturales, de belleza del cuerpo. Alcanza con estar frente a un paciente para darse cuenta de que no solo no busca incitar el deseo del otro, sino que el único lugar donde puede sostenerse es en su no deseo.

No son cuadros “de actualidad”. Existe una vasta bibliografía del cuadro clínico.  Podemos situar las primeras descripciones clínicas   en los manuales de la psiquiatría inglesa del 1600 . Habría, en todo caso, que considerar  que se entiende por “ atual” en el discurso psicoanalítico. 
La gravedad la determina el hecho de que se trata de un padecimiento psíquico no organizado como las formaciones del inconsciente, en el que ante la imposibilidad de responder fantasmáticamente, el avatar pulsional deviene vivencia en el cuerpo, marca muda, acting-out o puesta en escena, dando cuenta de que algo falló en la constitución de las marcas primordiales.

Restarse en lo real

La primera modalidad de existencia de un sujeto no es biológica sino que se encuentra en el lugar que ocupa en el deseo de los padres. El niño adquiere la imagen unificada de su cuerpo y la aprehensión de sí mismo en la experiencia de verse en el espejo (que no es solo el cristal, sino las atribuciones que el Otro le asigna a su bebé), invistiendo libidinalmente la pantalla en el acto de tomar como objeto de amor el nuevo objeto que ve allí, el propio cuerpo, representándose tal como fue significado en el deseo de los padres.

Dicha exterioridad lo antecede y vehiculiza sobre el niño y su cuerpo una historia (la del narcisismo parental) que se proyecta sobre la superficie especular. Esos primeros velos imaginarios, ofertados por los padres desde el imaginario parental, arman los mitos de origen, la novela familiar del neurótico. En ese sentido erógeno que el Otro le provee, que es necesariamente intrusivo, queda capturado el sujeto, por lo que es indispensable que realice ciertas operaciones para restarse de allí, interpretar el lugar que ocupa en ese imaginario y contar con un resto para no realizarlo. Es lo que llamamos “operación de separación”, que no es otra cosa que la ley de prohibición del incesto y castración, de lo contrario, el sujeto queda a merced de la ley del superyó, que conmina al niño a: a) ajustarse a esa mirada sin resto; b) caer en el desamparo; c) ajustarse al sentido que el Otro le provee; d) la anorexia mental, restar masa corporal en lo real para salir del imaginario especular de los padres.
La historia o herencia filogenética (una de las líneas de las series complementarias de Freud) juega sus cartas en la pubertad. La historia parental, encarnada en el imaginario de los padres, impacta estructuralmente en la organización psíquica del sujeto y en la constitución del narcisismo del hijo, lo que para nada es decisivo ni definitivo. Las afecciones del narcisismo de un niño (afirma Yankelevich) se ligan íntimamente a las afecciones del narcicismo parental infantil.
En los casos de anorexia mental suele ser común encontrar graves perturbaciones en el tejido de la historia de los padres, que concluyen en el desinvestiminto libidinal del bebé y desamparo psíquico en los tiempos primordiales. Algo se detiene e impacta en la construcción del narcisismo, es decir, del psiquismo, del cuerpo y el sí mismo. Lo estragante está dado por la ausencia de apetito materno, que constituye lugares precarios. Por eso, como en la pubertad se realiza una lectura retroactiva del lugar que el sujeto ocupó para el Otro, en estos casos el camino es el de un duelo muy difícil de hacer: no por lo que el sujeto fue sino por lo que no fue para el Otro.

El encuentro con los padres es la caja de herramientas con la que contamos para rescatar los núcleos duros de una historia que, si todo va bien, puede volverse historia transferencial con el paciente. Nuestra escucha “no recurre a la interpretación clásica sino después de un tiempo potencialmente largo de intervenciones constructivas en lo real donde se dibuja en medio de la transferencia una suerte de ‘mapa’ de la historia del linaje familiar y se diseñan y corrigen los ‘errores’ en la trama en medio de los cuales el niño en tránsito a la adultez ha quedado detenido” (1). No escuchar lo que ellos tienen para decir de su historia y sobrecargarlos de consignas que adoctrinan no hace más que retroalimentar el cuadro del niño. Si damos tiempo y les demandamos la palabra, podemos empezar a escuchar una demanda, que suele ser: cómo conectarse de manera deseante con el hijo.

Notas

(*) Tema trabajado en extenso en mi libro "Anorexia mental de la pubertad. Adolescencia, lenguaje y cuerpo", Cascada de letras, Buenos Aires, 2021.

(1) Prólogo de Silvia Amigo al libro “Anorexia Mental de la Pubertad” Adolescencia, Lenguaje y Cuerpo de Fabiana Barroso. Cascada de Letras Ed. Buenos Aires 2021.

 

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