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Número 15 - Noviembre 2022
Néstor Braunstein, el amigo
Susana Bercovich

 

El amigo es aquel que se dirige al otro...
No necesariamente en una relación de identificación, porque la amistad es paralela a una relación agónica pero que,
en esa relación singular al otro, despliega un cierto universo.
En la complicidad amistosa siempre hay un tercer término que es el mundo que estamos tejiendo…”

Félix Guattari (1)

Cuando alguien querido se retira del mundo suelen surgir los recuerdos a borbotones como conjurando el lugar vacío; es cuando pasamos indistintamente de las lágrimas a las sonrisas. Pasar esos sentires a la escritura es también hacer un lugar a ese vacío, hacer algo con eso. Por tal motivo, cuando recibí la amable invitación de la revista Fort Da para escribir sobre Néstor, acepté sin titubeos.
Las palabras de Guattari me evocan la historia de mi amistad con Néstor Braunstein, y con ella, la silueta de este hombre singular.

París, 1985. En retrospectiva hoy veo aquel panorama como el último soplo del sesenta y ocho; el desastre del sistema que hoy vivimos aún estaba lejos. Era la época de “SOS racismo”, “Ne touche pas mon pot” (2) y contra el Apartheid. El mundo era bastante más amable y cada uno también lo éramos con el mundo. París todavía no era una ciudad exclusiva para clases pudientes; aún sin beca se podía estudiar y trabajar, como era mi caso.  
Estudiaba psicoanálisis y hacía una suerte de pasantía en la École expérimentale de Bonneuil-sur-Marne con Maud Mannoni. En ese marco conocí a Néstor Braunstein, quien era ya un prestigioso psicoanalista argentino habitante de ese México que él tanto amaba, el mismo que me esperaría años después.

Como un vidente hospitalario, el día que nos conocimos me dijo que si decidía ir a México tendría trabajo en la Fundación Mexicana de Psicoanálisis. Fue grato y sorprendente ese arrojo hacia alguien que acababa de tratar.
Lejos de la formalidad, la prestancia y el prestigio, ¡era tan agradable este hombre ocurrente, lleno de vida y humor!; pero, y antes que nada, su presencia traslucía de mil maneras ese gusto de compartir con otros. 
Platicar con él era siempre un placer, no sólo por su gran cultura, sino por esa simpática ironía que parecía situarlo más allá de todo.
Además de su sentido del humor, leía el presente con una erudición que hacía estallar los puntos de vista dominantes. Inmerso en la actualidad analítica, artística, política, social; el presente le concernía vivamente. Un libro que acababa de salir, un nuevo pensamiento, algo que había leído en el periódico, la emoción por la ópera a la que había asistido la semana anterior; cada tema florecía en sus palabras y en sus gestos, todo era motivo de un interés festivo y contagioso. Vital y deseante, podía entusiasmarse casi con cualquier cosa como un niño.

Néstor nunca perdió su sencillez: de espíritu viajero, con una nostalgia bohemia y bromista; también podía adquirir un carácter formal y serio cuando la ocasión lo requería.
En 1974 llegó a México donde su quehacer dejó huella, no sólo como académico de la Universidad Nacional Autónoma de México durante más de treinta años, sino también como analista, como invitado por universidades de muchos otros estados y países.
Al año siguiente de su llegada salió el libro Psicología, ideología y ciencia,un hit de su coautoría (con Marcelo Pasternac, Gloria Benedito y Frida Saal). Como su título lo indica, este libro puso sobre la mesa uno de los debates del momento. Las veinticinco ediciones posteriores hablan de su vigencia. 

Néstor fue uno de los pioneros en introducir las lecturas de Lacan y el debate Freud-Lacan.  El marco en el que Lacan comenzó a circular en México, vía Sudamérica, tuvo que ver con el carácter que tomó esa circulación. Muchos analistas venían del freudomarxismo y del activismo. La ideología parecía prolongarse en el debate psicoanalítico lo que, en mi opinión, marcó un controvertido estilo de transmisión. No es desdeñable ya que el psicoanálisis es en movimiento.
Como cualquier figura pública, Néstor también fue objeto de críticas y controversias. Fino y delicado, se rumoreaba sobre él, pero no ocurría a la inversa: jamás, en casi cuarenta años, escuché a Néstor hablar mal de nadie. Un tipo “très stylé” como dicen hoy los jóvenes en París.

Mis diferencias con él fueron siempre explícitas y eran parte importante de las conversaciones. Si bien nuestras visiones del psicoanálisis eran distantes, la proximidad de la amistad no mermó por ello. Por el contrario, Néstor se arriesgó a invitarme a la presentación del libro ¡Goce! en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM) a sabiendas, no sólo de mis diferencias con respecto al libro, sino que también, conociéndome, se arriesgaba al hecho de que esas diferencias fueran expuestas.
Las clases de Néstor alcanzaron a muchas generaciones en su Centro de Estudios e Investigación en Psicoanálisis. Los “Coloquios de la fundación” seguidos de sus publicaciones como libros fueron un referente durante años en México, cuando las lecturas de Lacan aún estaban en pañales. Siempre atento a la actualidad, a veces organizaba seminarios con analistas y filósofos de otros países.  

La escritura fue su pasión hasta el último momento: Autor de una obra frondosa y diversa, hoy gran parte de ella recorre el mundo. Néstor está en el aire a través de sus libros y de los amigos, dispersos, ellos también, por el mundo.

La amistad era para él algo primordial. A sus amigos dirige la carta de despedida, consagrándoles un entrecomillado que resalta el valor que ellos tenían para Néstor:
“Mis amigos”: ellos. Muchos, maravillosos, afectuosos, siempre presentes, dispersos en varios países, dispuestos a auxiliarme como yo a ellos cuando se requiere.”
Aunque nos veíamos poco, la amistad se mantuvo durante casi cuarenta años -pérdidas y duelos mediante- en el registro exacto de la reciprocidad que él describe.
En sus últimos mensajes era pudoroso sobre su estado de salud y las limitaciones que este le imponía. Ante mis preguntas, esbozaba que la vida carecía de sentido sin sus placeres. Sabía que su vida eran los amigos, los viajes, los libros; pero todo era difícil ahora, o casi imposible. Entonces, Néstor se ofrece la libertad de decidir.  Así lo expresa en su carta de despedida que titula, nada menos que “Addio”, porque amaba las artes, y entre ellas, la ópera era su tesoro:
“He asistido a cuantas óperas, exposiciones, conciertos, cines, templos, conferencias presenciales, etc., tuve ganas y oportunidad de ir, sintiendo que era comprensible, aunque poco sensata, la posición de los muchos que, por todas partes, dejaban de vivir para vivir. Con frecuencia me sentí imprudente, pero a la larga creo que tenía razón…”

En su decisión última de un “basta”, Néstor se atuvo a la libertad, pues ya no era dueño de esa, su vida que tanto amaba.
“…dejo la vida bajo protesta pues la amo (Death? I’m strongly against it). Puedo decir que no soy yo quien se aparta de la vida, sino que es la vida la que pérfida, obcecadamente, se aparta de mí.” 
Su hija Clea, sensible y lúcida, escribe:
“… mi padre estaba perfectamente lúcido. Tenía ochenta y un años, sabía lo que hacía, y era plenamente consciente del inexorable deterioro de su cuerpo al cual no podía escapar. Confrontado con la inminente perdida de su autonomía, y antes de verse convertido en lo que él percibía como una figura patética y digna de lástima, decidió decir adios en sus propios términos.” 

El acto de ponerle sus condiciones a la muerte, el de hacerla jugar “en sus propios términos”, es su gesto de libertad, una decisión tomada de la que nadie podría decir nada. Sólo Néstor puede interpretar su acto y así lo hace:
 “… una manifestación suprema de la pulsión de vida, de inscripción indeleble de la libertad que nada sería sin la posibilidad de decir “hasta aquí”.
En octubre 2018 viajé a Barcelona para visitar a Néstor y a Tamara. Fue un encuentro entrañable donde no faltó el concierto, los restaurantes, las caminatas. Amable con la gente en la calle, recibía el trato recíproco:  vecinos, mozos y comensales lo trataban con gran deferencia; él era todo un caballero.
Como anfitrión, ¡no se diga!, generoso y feliz cada vez que, a lo largo de los años, organizaba una cena en su casa o una comida. Risas, humor negro, diferencias de lecturas, nuevos autores, todo adquiría vivacidad en su compañía.
Gracias a él conocí los mejores restaurantes de Barcelona. El chiste era el buen vino y la buena comida; y más allá, la alegría llana y simple de estar con el otro. Ni hablar de pretender contribuir con la cuenta, ¡jamás!

Ciudad de México, noviembre de 2022.

Notas

(1) Félix Guattari, entrevistado por George Veltsos para la televisión griega, 1991.
https://www.youtube.com/watch?v=7M928Npi6tg&ab_channel=AugustoBernasconi

(2) “No toques a mi compañero”, era una consigna antirracista en los ochenta.

 

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