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“Lo monstruoso que ya al principio pesa
sobre el joven Nietzsche es la propia vida”
Rüdiger Safranski (2019: 25)Constantemente me he preguntado qué es aquello que escucho en la clínica con cada uno de mis pacientes. Historias devastadoras con vaivenes de felicidad que se entretejen y dan cuenta de vidas diversas que van dejando un rastro de vaho que se disuelve y reaparece en cada final e inicio de una nueva sesión, pero que tengo la impresión de que nunca desaparece del todo, sino que su rastro deja un eco que se repite constantemente de forma que me permite observar y escuchar desde una visión circular y no lineal de la existencia. La idea de ser analista- nos demos cuenta o no – nos compromete a la escucha de aquello que constantemente se repite, el eterno retorno de lo mismo, diría Nietzsche; el retorno de lo reprimido a través del discurso y la repetición, diría Freud; lo que no cesa de no escribirse, diría Lacan. En pocas palabras, la tragedia de los griegos convertida ahora en la tragedia del analizado; el canto de las sirenas -la algarabía de la buena nueva del siglo XXI, en donde todo lo que importa es el amor y la felicidad- no puede ensordecerla.
Cada una de las historias de nuestros pacientes devuelve al terreno de la vida su cuota de malestar ineludible: lo monstruoso. Siguiendo a Rudiger Safranski en su obra biográfica del pensamiento de Nietzsche, monstruoso sería la mejor traducción del término alemán Ungeheur, con el que el filósofo quiere referirse “a lo que desborda la dimensión apolínea, es decir, la realidad acuñada a través de formas precisas” (Safranski, 2019: 17); aquello que cae fuera de la idea de un orden absoluto y garantizado que nos provea de seguridad a través de la existencia; aquello que reaparece constantemente en forma de malestar, y que lleva de tiempo en tiempo a un nuevo paciente a la clínica.
El ser humano a buscado siempre la creación de esferas (Sloterdijk, 2004) (1) o espacios que le provean de sistemas de inmunidad (2) para lidiar con lo monstruoso. El cansancio del humano está relacionado íntimamente con la constante aparición de lo trágico que no cesa de repetirse. Y cada vez se vuelven más necesarias nuevas creaciones, nuevos sistemas que sostengan la existencia. En la clínica, conocemos bien que la neurosis es una forma de lidiar con aquello monstruoso a lo que nos hemos referido y es esa esfera o espacio clínico donde cada paciente espera encontrar alivio y seguridad ante la tragedia de su existir. De aquí que debamos hacernos la siguiente pregunta ¿dónde interviene un analista frente al malestar que se experimenta a partir de la tragedia del paciente?Para el psicoanálisis, lo importante en la clínica es dar cuenta de lo monstruoso encarnado en el cuerpo del sujeto. Pero no se habla del cuerpo biológico, lo monstruoso no puede ser extirpado como lo haría un médico con un tumor maligno. La medicina -desde el descubrimiento freudiano- no puede dar cuenta con su saber de aquello que aquejaba a la histérica. Freud desde muy temprano en su recorrido lanza una bomba. En su obra “Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas” menciona lo siguiente en relación con el síntoma histérico:
Yo afirmo, por el contrario, que la lesión de las parálisis histéricas debe ser por completo independiente de la anatomía del sistema nervioso, puesto que la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, o como si no tuviera noticia alguna de ella.'' …La histeria es ignorante de la distribución de los nervios… (Freud, 1893: 206).
Ahora bien, lanzar una idea de este calibre plantea la tarea de ampliar la explicación ante las preguntas resultantes: si no hay lesión en el cuerpo orgánico ¿cuál es la naturaleza del síntoma histérico? Y si no es en el cuerpo orgánico ¿en dónde intervenimos para ayudar al paciente? Estas interrogantes por el síntoma histérico dan pie a que se empiece a construir a partir de una investigación constante, lo que Freud denominó: psicoanálisis. Y junto con esto, lo que más nos interesa en este momento es el nacimiento de una nueva concepción de cuerpo: un cuerpo eidético, hecho de representaciones. Más adelante, en el mismo texto antes citado, Freud va a decir que:
…la lesión de la parálisis histérica será, entonces, una alteración de la concepción {representación}; de la idea de brazo… La lesión sería entonces la abolición de la accesibilidad asociativa de la concepción del brazo. Este se comporta como si no existiera para el juego de las asociaciones. (Freud, 1893: 208).
La cita anterior tiene implicaciones importantes. No es una lesión en el funcionamiento orgánico del brazo lo que ocasiona el síntoma, sino la idea o representación de brazo que queda por fuera del comercio asociativo consciente. De aquí que Bruno Bonoris en su libro “El nacimiento del sujeto del inconsciente” mencione que “Freud esboza un nuevo cuerpo, un cuerpo eidético, representacional, un cuerpo vulgar que no respeta las leyes del sistema nervioso” (Bonoris, 2020: S/P).
Expresar la existencia de un cuerpo que no tuviera que ver con el cuerpo anatómico era ir navegando contra una corriente de tradición médica, que había insistido en encontrar todo malestar en el cuerpo orgánico. La clínica de la mirada a partir de la disección de cadáveres le había permitido a la medicina constituirse como ciencia y comenzar una serie de grandes descubrimientos del funcionamiento y las anomalías del cuerpo humano. Pero ¿qué hacer con las ideas, imposibles de ver dentro del cuerpo? La insistencia de un malestar, cuya solución parecía quedarle muy grande a dicha tradición, insistía en la posibilidad de seguir pensándolo hasta dar cuenta de un nuevo saber que intentara darle una explicación. Es ahí donde el psicoanálisis y lo inconsciente hacen su aparición junto con el nacimiento de una clínica, ya no de la mirada, sino de la escucha.
El camino no era sencillo, pese a demostrar que el cuerpo biológico no tenía injerencia en estos síntomas, Freud parece no desprenderse del todo de la tradición médica y de su concepción del cuerpo. Siguiendo a Bruno Bonoris (2020: S/P), la solución que Freud alcanza a escudriñar a través de su constante investigación fue proponer un trasfondo somático en la base de los síntomas, un real orgánicamente condicionado (3).
Mas adelante llegaría Jaques Lacan con una idea que terminaría de diferenciar el cuerpo con el que trabaja el analista, del cuerpo anatómico con el que trabaja el médico. El cuerpo en el que interviene un analista no puede ser confundido con un cuerpo en una dimensión tangible. De aquí que cobre sentido la idea lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje y su teoría del significante.… la experiencia analítica nos enseña que el cuerpo sufriente es un “cuerpo que se goza”. Este cuerpo, a diferencia del cuerpo cartesiano, está vivo, pero lejos de confundir la vitalidad del cuerpo con algún tipo de perspectiva biológica, Lacan – en una definición circular – afirma que sabemos que está vivo porque goza, y que lo hace de “manera significante”. Por lo tanto, el cuerpo que importa para psicoanálisis, el cuerpo que goza, es un cuerpo constituido por significantes y nada tiene que ver con la sustancia extensa. (Bonoris, 2020: S/P)
A partir de aquí, podemos pensar, entonces, una relación entre lo monstruoso de la existencia con la concepción del cuerpo y el método psicoanalítico. ¿Qué hacemos en un análisis? En palabras sintetizadas, podría decirse que brindamos una escucha diferente para poder realizar una nueva lectura. Pero centrémonos en la primera parte de esto: la escucha. El método psicoanalítico tiene desde Freud una regla fundamental: la asociación libre. Es la única que no puede faltar, en “Cinco conferencias sobre psicoanálisis” (1910), Freud nos brinda el funcionamiento de dicha regla para el paciente:
…debe decir todo lo que se le pase por la cabeza, aunque lo considere incorrecto, que no viene al caso o disparatado, y con mayor razón todavía si le resulta desagradable ocupar su pensamiento en esa ocurrencia. Por medio de su obediencia a ese precepto nos aseguramos el material que habrá de ponernos sobre la pista de los complejos reprimidos. (Freud, 1910, p.28).
La escucha en psicoanálisis es una escucha singular. Cuando solicitamos del paciente la regla fundamental, éste queda extrañado. ¿Cómo es que hablar de lo que sea que venga a mi mente puede ayudarme a resolver mi malestar? Notemos pues, que aparece una escucha diferente, una escucha de ocurrencias y no de razones, que devienen aparentemente de forma libre (4) en el espacio analítico. Sin embargo, si nos permitimos ir aun más allá de lo técnico, cabe preguntarnos, ¿y qué es lo que escuchamos una y otra vez en la clínica? ¿qué es lo que la asociación libre permite que se despliegue en ese espacio clínico? O, ¿qué es lo que la asociación libre nos permite recuperar una y otra vez con cada analizante?
La respuesta simple a las preguntas pendientes sería que, al respetar la regla fundamental, el analista escucha un material que lo podrá llevar al descubrimiento o interpretación del conflicto inconsciente del paciente, del discurso del Otro. Ahora bien -y aquí es donde quiero hacer el cruce con la filosofía de Nietzsche - si nos esforzamos por complejizar aun más esta respuesta, podríamos decir que más allá de lo singular o subjetivo del motivo inconsciente del malestar del analizante, lo que la asociación libre posibilita es la escucha de lo monstruoso como lo definimos desde un principio. Lo que se repite en cada análisis es la aparición del malestar ineludible y estructurante de vivir o existir.
Es interesante, a partir de esto, abrir un paréntesis que nos permita pensar, el por qué en ocasiones es el analista el que se resiste a la regla fundamental, el que no permite o corta la asociación libre del paciente y trata de taponar ese malestar con preguntas o palabras, como si pareciera no querer escuchar, no querer enfrentarse de nueva cuenta con lo monstruoso. No debemos malentender este planteamiento, con la idea de que entonces un analista siempre deba de guardar silencio. Pero resulta necesario ponernos a pensar en por qué es que decidimos -cuando lo hacemos – intervenir. Debemos saber que intervenir tiene que ver con la forma en que nos posicionamos ante lo trágico de la vida.
Con fines de una conclusión inconclusa, podríamos decir que la asociación libre no sólo da cuenta del malestar subjetivo o singular de cada paciente, sino que, a su vez, nos pone una y otra vez frente a lo monstruoso. Quedar de frente a la monstruoso de la existencia es angustiante y requiere de cierta posición ética del psicoanalista. Con todo esto, podemos pensar entonces un cruce entre la filosofía del eterno retorno de Nietzsche y lo que posibilita la escucha y la asociación libre en la clínica psicoanalítica. Nietzsche buscaba en El nacimiento de la tragedia el regreso de lo dionisiaco, de la tragedia, del malestar de vivir. En este primer intento lo busca a partir de la música, después en Humano demasiado humano lo intenta recuperar con la ciencia, Freud se topó con él a través del síntoma histérico y la libre asociación.Podríamos, pues, pensar que la angustia del analista no es ante el malestar encarnado en representaciones simbólicas de la vida de cada una de las neurosis de los pacientes, no es solamente ante su dolor, sino el eco de ese dolor en lo monstruoso de la vida. Se teme a lo que aún no tiene nombre, ni lo tendrá, esa sensación de malestar sin representación, pero no porque esté reprimida, sino porque es la vida misma con su cuota de malestar, un malestar que no tiene que ver con el cuerpo biológico y que por tanto no se cura, y mucho menos a través de una intervención en el mismo. El eterno retorno de lo mismo (5), ese momento en Sils María donde Nietzsche experimenta lo monstruoso, la incompletitud, la falta, el sin sentido de la vida, el objeto a, ese resto irrepresentable carente de sentido que suele aparecer y reaparecer en la boca del estómago sin ningún daño orgánico.
Si nos quedamos con el cuerpo biológico, no podremos escuchar lo monstruoso que se encarna en un cuerpo de significantes que se apoderan de la existencia del sujeto como si de una posesión demoniaca se tratara. Es la asociación libre, dentro del método psicoanalítico, con la que recuperamos lo trágico una y otra vez. ¿Por qué somos analistas? ¿por qué decidir escuchar una y otra vez lo monstruoso de la vida a partir de la tragedia de nuestros pacientes? ¿acaso por la esperanza de que en algún momento sea diferente?, o porque de cierta forma atravesamos ya ese camino, abrazamos y afirmamos la vida, de tal forma que a través del análisis acompañemos a otro en ese andar, como si camináramos junto a él hacia esa roca en Sils María, en donde Nietzsche, a manera de revelación, o mejor dicho como una experiencia estética, se topó con el eterno retorno de lo mismo. Y es ahí, cuando cabría la posibilidad de comenzar a responder aquella pregunta planteada por Freud en El malestar de la cultura “… ¿de qué nos vale una larga vida, si ella es fatigosa, pobre en alegrías y tan afligente que no podemos sino saludar a la muerte como redentora?” (Freud, 1930: 87).Referencias bibliográficas
Bonoris, B. (2020). El nacimiento del sujeto del inconsciente. USA 2020, Ed. Letra viva,
Freud, Sigmund, Obras Completas, Ed. Amorrortu, Buenos Aires Argentina, 1991, 23 T
Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas (1893) T. I
Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910) T. XI
Consejos al médico en tratamiento (1912) T. XII
El malestar de la cultura (1930) T. XXI
Safranski, R. (2019). Nietzsche. Biografía de su pensamiento. Barcelona España, 2001,
Ed. TusQuest,
Sloterdijk, P. (2009). Esferas I. Burbujas. Microesferología. Madrid España, 2003, Ed. Siruela.
Nietzsche, Friedrich. “Obras completas” Ed. Gredos.Madrid, España, 2009, 3 T.
Vattimo, G. (1996). Introducción a Nietzsche. Barcelona España, 1985, Ed. península.Notas
(1) Sloterdijk en su obra cumbre llamada Esferas le da prioridad al problema del espacio, ya que el considera que en general el problema fundamental en el que se ha centrado la filosofía es en el tiempo. Poniendo el acento en el espacio, es que surge su concepto principal de esfera, que Rudiger Safranski en el mismo prólogo define de la siguiente manera. Sloterdijk convoca los sentidos, las sensaciones y el entendimiento para conseguir claridad sobre lo cercano. ¿Lo cercano? Lo cercano es aquello que la filosofía pasa a menudo por alto: el espacio vivido y vivenciado. Vivimos siempre «en» espacios, esferas, atmósferas; la experiencia del espacio es la experiencia primaria del existir. (Sloterdijk, 2004: 13-14).(2) Sloterdijk denomina sistema de inmunidad a las creaciones humanas que pretendan en los diferentes momentos históricos, brindar seguridad ante lo monstruoso de la existencia. Por ejemplo, el sistema de inmunidad metafísico con la idea de Dios como origen y creador del orden absoluto del mundo.
(3) Nos referimos al despliegue teórico que Freud va a conceptualizar utilizando el termino metapsicología, el cual contiene las principales hipótesis del psicoanálisis. Su edificio teórico a partir de tres coordenadas: la topográfica, la económica y la dinámica: un aparato psíquico que pone en marcha su funcionamiento a partir de fuerzas como la pulsión y la represión que le da dinamismo, una regulada por un principio económico de placer-displacer. Mismo esquema que se modificará en la segunda tópica, en una vuelta hacia el cuerpo biológico.
(4) Remarcamos la idea, aparentemente de forma libre, para realzar la crítica que Lacan realiza, no a la función de la asociación libre, sino al propio concepto que no da cuenta de lo que implica la regla fundamental. La crítica se basa en el aspecto de la libertad de nuestras asociaciones. ¿Realmente son libres? Lacan plantea que en realidad no son libres, sino que al final, diga lo que diga el analizante, siempre dirá lo que tiene que decir y eso nos pondrá sobre la pista del discurso del Otro, del discurso inconsciente, de eso que habla.
(5) Germán Cano nos dice que el eterno retorno de lo mismo tiene que ver con la idea de la circularidad del cosmos y el tiempo humano. La idea apunta a que nunca ha existido una primera vez, un origen, y que nunca habrá una última vez, un fin de la historia. Para Nietzsche, el carácter total del mundo es el de un caos eterno, caos no en el sentido de una falta de necesidad, sino en el de falta de orden, estructura, forma, belleza. La aceptación de eterno retorno de lo mismo implica la afirmación a la vida y su consecuente caos. Al afirmarse, también estamos dispuestos a vivirla una y otra vez.