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Número 15 - Noviembre 2022
El jugar, dibujar, escribir:
llaves de entrada a la subjetividad

Micaela Gurny


Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
Nuestros rencores y nuestro porvenir
Por eso nos parece que son de goma
Y que les bastan nuestros cuentos
Para dormir...
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
Sin saber el oficio y sin vocación
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
Con la leche templada
Y en cada canción
Esos locos bajitos

Canción de Joan Manuel Serrat

La potencia del Pasillo

Cuando nos llegaba un pedido de interconsulta de salud mental de diferentes servicios, en especial de la Unidad de Terapia Intensiva Pediátrica, nos acercábamos a hablar con la directora, conversábamos con los médicos sobre ese paciente y  como quien no quiere la cosa, aparecían nuevas demandas, cada vez se abría más el abanico. Ellos sabía lo bien que les hacía articular con nosotros y nosotros sabíamos lo importante que era para esos pacientes sus familias y los médicos nuestra intervención.  Sin querer queriendo entrabamos en el espejo de Alicia en el país de las maravillas, tropezando con un montón de historias, sufrimientos de las que nos  costaba salir.  
El proyecto de armar la sala de juegos estaba en nuestra lista de imposibles, era un anhelo. Algo nos zumbaba en el oído, nos palpitaba en el corazón, lo nombrábamos con ganas.  Sin embargo, estábamos impedidas, entre tanta vorágine, pacientes, docencia, interconsulta. Faltaban profesionales, había que responder otras demandas. Sin embargo, luego de unos años   dos integrantes del equipo de niños del hospital general presentaron el proyecto, una a-puesta,  
El proyecto permitía la promoción de la salud concebida como integral bio psico social. La prevención de padecimientos de orden emocional de pacientes con enfermedades orgánicas y la posible derivación a tratamientos especializados.
Queríamos Posibilitar un espacio lúdico, humanizar el ambiente hospitalario y prevenir la interrupción del crecimiento evolutivo del niño hospitalizado. Todo eso en un solo nombre: “sala de juegos terapéutica”.
Un tema clave para el hospital es favorecer la recuperación de los pacientes, cuanto antes el niño pueda jugar, más rápido podrá volver a su casa. Repercutiendo en una mayor movilidad de las camas ocupadas y disminuyendo los tiempos institucionales.
Presentamos el proyecto al jefe de sala de hospital de día y a la jefa de sala pediátrica. Hicimos una historización de la sala de juegos ya que en otras oportunidades se había puesto en marcha pero por cuestiones presupuestarias se había cerrado. Esta vez intentábamos que no se vuelva a repetir, sin embargo,  la pregunta que nos inquietaba insistía: ¿era posible, o íbamos a sucumbir como en la otra instancia?

“La conquista del espacio, la conquista de tu libertad”, Fito Páez

Pusimos manos a la obra. Buscamos un lugar donde ser visibilizados y en esa búsqueda recordaba haber recorrido la sala de juegos del Hospital Garrahan que es la más grande del país, imaginaba que eso no íbamos a armar seguramente, pero me preguntaba ¿qué lugar nos iba a tocar?. Luego de un tiempo de búsqueda llegó y nos tocó nada más ni nada menos que un  minúsculo pasillo,  la “sala de espera” de Hospital de día pediátrica. No contábamos con otro recurso físico, asi que armar ese espacio fue todo una proeza. Y como les decía a los alumnos, concurrentes o rotantes que pasaban por la sala “ Si bien era un espacio muy chiquito estuvo poblado de una  inmensa experiencia”.
Pedimos donación de juguetes, marcadores, muebles. Hasta un compañero del equipo regaló un aire acondicionado para los días de mucho calor. Al fin, nuestro sueño se concretaba…

Y abrimos las puertas para ir a jugar

Al comienzo ningún paciente se acercaba…. por lo que fuimos a buscarlos a sus camas.
No me entra en el cuerpo ese instante en el que contábamos la propuesta. Era como ver en cámara lenta la metamorfosis de una oruga que se transforma en mariposa y comienza volar. Los gestos,  las  expresiones en sus caras, de sorpresa, de alegría, entusiasmo, emoción y alivio, todo quedaba condensado en ese preciso instante en sus rostros. La mayoría respondía: “sí claro, ¿dónde queda? Cuando les señalábamos ese lugar chiquito separado, aislado de la sala de internación… algunos directamente nos seguían, otros se arreglaban y se cambiaban para ir. Y algunos como no podían trasladarse,  por estar con una vía, respirador o porque  estaban aislados por TB o  se encontraban inmunosuprimidos,  les acercábamos juegos, libros, hojas, lápices de colores o lo que ellos nos pedían.

Utopía hecha realidad

Ya no era al niño de interconsulta que nos acercábamos para jugar, hablar o dibujar. Ahora era esa posibilidad para todas las niñas, niños y adolescentes que estaban internados o que venían a hospital de día.    
Luego de la actividad con todo el equipo hacíamos  “pase de sala”. Íbamos tejiendo un relato de lo acontecido, palabras, gestos, movimientos, juegos. Hacíamos un registro de todo de manera oral y lo transcribiamos al  libro de actas.  En otro libro registrábamos cada paciente que utilizaba la sala de juegos con Motivo de internación, nombre, apellido, sala o habitación donde se encontraban, historia clínica, observaciones. Un dato de color en una de esos registros una participante en el equipo saco una foto un lapsus de una profesional, en este caso fue mio: motivo de consulta: la madre
Muchísimas y variadas historias fueron sucediendo en ese espacio minúsculo. Nos amoldábamos a lo que iba aconteciendo con la disponibilidad a la sorpresa.   A veces ocurría que uno tenía entrevistas con la madre, otros jugaba con el niño. A veces, por la situación de violencia o maltrato, les pedíamos a los papás que esperaran afuera y nosotros hacíamos una evaluación  sobre lo  que ocurría. Además, había chicos más púberes o adolescentes que se ponían a jugar o charlar entre ellos y se encontraban en padecimientos similares, qué alegría era escucharlos y ver cómo podían compartir sus conflictos, dificultades, peleas, desamparos haciendo trama y lazo.

También, había niños que comenzaban jugando solos y luego de a poco o rápidamente se vinculaban con otros.
El dispositivo al comienzo fue resistido por algunos médicos por los ruidos, el movimiento. Al ser un pasillo, interrumpía el paso de donde se encontraban los profesionales y las habitaciones de internación. Sin embargo,  contra viento y marea continuó. Armamos duplas y luego tríos De a poco fuimos vislumbrando cómo los pediatras, secretarias se sumaban a la propuesta mirando, haciendo un comentario, saludando a los chicos y a nosotros.
Hoy los pediatras al hablar de la sala de juegos refieren: “es parte de nuestra herramienta terapéutica”, “un día de sala de juegos equivale a 15 días de internación”.
Y el  primer paciente nos sorprendió, nos dejó boquiabiertos. No solo por la imagen de un cuerpo sufriente sino por el impacto de las palabras en el cuerpo. Pudimos leer, escuchar, hablar metaforizar la enfermedad materializada en su cuerpo
Eso es lo que hacíamos sin saberlo, poníamos letra, leíamos el movimiento enlazado a un cuerpo, a una historia y a un linaje.
Un día una propuesta que me hizo mella, la posibilidad de dar un taller teórico clínico sobre el juego para alumnos de pediatría. Inmediatamente  me impulso a poner un freno e intentar registrar lo que estamos haciendo, esquematizando, dándole cuerpo y palabra a la experiencia.

Se me ocurrió pensar, como hizo Jose Anderman, pediatra del Htal de niños, en un clase que lo invite en el marco de mi coordinación de Salud mental en el Curso anual para pediatras, sobre la Salud una mirada desde el paradigma de la complejidad pensando a la salud como integral biopiscosocial

Empezar a escribir lo que todos los días nos sorprendía, nos involucraba, nos daba lugar a seguir trabajando, fue una experiencia muy enriquecedora. Se me ocurrió el título del taller:” la importancia del jugar”.
Y pensé un caso, uno entre muchísimos que concurrían en la sala.
Alan de 4 años, internado en la sala de pediatría por neumonía, estaba traqueotomizado, Había estado internado dos semanas en Utip.
Ingresó a la sala de juegos y empezó a jugar con unos huevos que decía que eran Tiranosaurios Rex, luego agarró dos valijitas y me dijo que vayamos al “eropuerto”. Inmediatamente agarre la valijita, saludamos a la mamá, diciendo que nos íbamos, y ella lo empezó a seguir y le iba diciendo: que no camine por la sala que le va hacer mal, que no corra porque se puede tropezar. En ese momento interrumpió el juego,  Luego Alan volvió a la sala, asomó su cara en un tuper donde estaba la masa para jugar y la mamá inmediatamente le dijo: “No, te puede hacer mal”. 

El niño agarró una espada y empezó a “combatir al aire”, la mamá le dijo: “No sigas jugando así porque podes lastimar a alguien y si seguís haciéndolo te vas a ir a la habitación”. En ese momento, intervengo diciendo que no pasaba nada que podía jugar, que no iba a lastimar a nadie, además  justo ese día  no había nadie en la sala. En ese momento la mamá se ríe y lo deja que continúe jugando.
Alan empezó a ver por  la ventana las palomas y dijo que se sentía muy encerrado.  Cerró la puerta de la sala con traba y miraba por la rendija, cuando veía que venía alguien abría la puerta.
Nuevamente la  mamá no le gustaba lo que él estaba haciendo y lo amenazaba con que se iba a ir de la sala. En ese momento le dije que que podía jugar. Quería dejarlo jugar como él quería para que pueda expresarse y de esa manera  entender lo que le pasaba. Recordemos cual era el motivo de consulta del niño por neumonía, como aparece en el juego el tema del aire: eropuerto, de sentirse encerrado que tiene que ver con el ahogo, no sentirse bien como intenta jugarlo en el juego. Nuevamente la madre le dice que si sigue así se va a tener que ir a la habitación. Cualquier movimiento  la madre lo vivencia como que se le va de las manos. Se observa que algo del juego no se está produciendo  porque es amenazante.
Nos quedamos mirando por la ventana a las palomas y  charlamos sobre el parque, de cómo volaban las palomas, Observé que la madre no le sacaba un ojo de encima.
Le pregunté a la mamá si el pediatra los dejaban salir al parque y me contestó que tenía miedo por la traqueo, que no quería que se le salga... En ese momento asentí su miedo sin juzgarla. Me puse en su lugar y le dije que entiendo lo que le pasa que puede hacerle todas las preguntas al médico o que se anote las preguntas así no se las olvida y ella  se queda  tranquila. Que estaría bueno que los dos  puedan salir a jugar, salir de ese encierro lo que le pasaba al niño, moverse y no ver todo amenazante.
Hubo que darle lugar a la angustia de la madre para que se pueda despegar.

Le dije a la mamá que iba a hablar con el pediatra. Cuando hablo él me cuenta que es una mamá súper distante, no pregunta nada y prefiere que su hijo se quede así, sin salir. Ahogado. Trate de explicarle que seguramente lo hacía por sus propios miedos, su propia historia y dificultades y que quizás si se saca las dudas puede de a poco sacarlo un poco más

El pediatra se acercó a ellos y le dijo que podían salir,  que hace mucho podían,  pero que ese día no era un bueno para que salga porque estaba lloviznando y dijo: “ahh  y mañana tampoco porque se va en ambulancia al Gutiérrez a cambiarse el traqueo”. En ese momento Alan escucha lo que el pediatra decía,  se queda paralizado, se puso muy tenso, se inclinó para atrás y dijo que no quería ir. Me hice la sorprendida y le dije que no podía creer que se iba a ir de “excursión en ambulancia”. Me dice que tiene miedo y le pregunto ¿a qué? a los dinosaurios blancos. Le dije que cualquier juguete de la sala lo iba a poder llevar a la excursión para combatir a los dinosaurios y que se quede tranquilo que  se iba a encontrar con amigos nuestros. En ese momento Alan se mostró súper sorprendido, relajado, con los ojitos brillantes me miró y empezó a buscar un juguete y dijo: “Este voy a llevar”, era una ambulancia!
Le preguntamos al pediatra si podía llevárselo con él a la excursión del día siguiente y él dijo que sí; así que se fue contento.

Cuántas vivencias en un mismo espacio...

Un pasillo, un lugar de paso, movimiento, con dos puertas: una  daba afuera y una que daba adentro. Un lugar donde pasaba muchísimos profesionales, pacientes, familiares, y nosotros allí poniendo un paréntesis, creando un espacio, dando tiempo y lugar para el juego. El juego en el pasillo o pasillo en juego era ese espacio que al comienzo estaba en muchos momentos en silencio, y aquí nosotras lo estábamos vitalizando, permitiendo volver a los pacientes a la camas trasformados, más livianos, menos objetos de la ciencia  y más sujetos de la infancia.  

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