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Número 15 - Noviembre 2022
Secretos de la adolescencia
El trabajo con los adolescentes y sus padres.
Sobre la intimidad y la intromisión

Joseph Knobel Freud

Cuando trabajamos con adolescentes se nos plantean diversas situaciones que nos obligan a re-pensar cuestiones técnicas.
En principio y desde el principio considero que el analista debe implicarse. El púber precisa un dialogo permanente, una situación conversacional que es similar al jugar con el niño en la sala de juegos. Es el aspecto del espacio analítico que se construye entre dos, donde estarán las causas de todos los relatos posibles y llegará el momento que se hará consciente la experiencia inconsciente compartida.
Se trata de hacer del espacio terapéutico un espacio creativo.

En este sentido comparto los aportes de Aulagnier:
El término creación debe entenderse en diferentes niveles:

En cuanto a otras cuestiones técnicas me interesa pensar la cuestión de la abstinencia del terapeuta, yo prefiero hablar de neutralidad; si seguimos a Freud desde sus escritos técnicos la abstinencia del analista es fundamental para el desarrollo de la terapia.
Pero, ¿acaso podemos abstenernos si un chico viene a la consulta y comenta que está “hasta el culo de ketamina”? Lo escuchamos de la misma manera que cuando nos cuenta que se mojó porque se olvidó el paraguas?

Un chico de 18 años llega angustiado a su terapia porque al tener relaciones con su novia notó que se había roto el condón. Pudo hablar de la angustia que ambos sintieron, del miedo a la sexualidad adulta, del impacto del posible embarazo, de lo perdido que se sentía con todo eso, y pudo desplegar sus fantasías más primarias respecto a la sexualidad. Intervine lo justo y necesario para que pudiera continuar con su discurso. Estaba muy asustado por la reacción que los padres de su novia iban a tener ante un posible embarazo…Al irse le apunté en un papel la dirección de un centro de asesoramiento sexual para adolescentes, donde yo sabía que un equipo de ginecólogos y otros trabajadores de salud le podía hablar de lo posible a hacer en esos casos. Pero la recomendación de ir a ese centro no es neutral.

Un chico hace años va relatando situaciones de extrema angustia durante una sesión, de hecho, creo que consigue angustiarme más a mi con todo lo que está diciendo, al finalizar la sesión me dice que tiene muchas ganas de tirarse al metro. Y yo no lo dejo irse solo. Le pido que espere y llamo al padre y le pido que lo venga a buscar. Dejo al chico en la sala de espera y cuando llega el padre le digo “no lo dejen sólo en  ningún momento” (venía el fin de semana) Y además arreglo una hora para él y los padres el mismo lunes.
Estoy traicionando a mi paciente adolescente? Porque de hecho con mi “actuación” estoy diciéndole al padre “su hijo se puede matar. Cuídelo, el lunes hablamos”…Muchos años más tarde Toni recordó ese episodio y me comentó que pensó en algún momento que yo estaba “chivando” algo al padre. Pero después de un tiempo pensó que no, que estaba cuidándolo a él.

Considero que cuando se trata de la salud y de la vida de nuestros pacientes adolescentes no puede haber abstinencia.
Reconozco que es una posición personal.
Como creo firmemente en el encuadre como “guía” de todo tratamiento, este tipo de situaciones las aclaro antes de comenzar, cuando aclaro situaciones inherentes al encuadre: en el mismo momento que digo al paciente que todo lo que se diga en la sesión quedará entre nosotros, aclaro que “salvo que ponga en juego su vida o la de otras personas” (hoy por hoy no me quedaría abstinente si un paciente me comenta que está jugando a la “ballena azul”)

En “La sombra del Objeto”, Christopher Bollas habla de un interesante caso sobre la confidencialidad del analista.
En un momento muy peculiar de un tratamiento un paciente le pregunta sobre la verdad de la confidencialidad en un psicoanálisis, el paciente le dice que sólo le contará una cuestión si le asegura estricta confidencialidad, el analista confuso y siempre pendiente de su contratransferencia le dice que no está seguro de lo que haría en caso de que el paciente quisiera decirle algo concreto; de hecho intentó frenar  esa actuación interpretando al paciente cómo le gustaba dejar confundidas a las personas. El paciente le cuenta que está por cometer un asesinato. El analista confundido y alarmado lo comenta con una colega y ésta le dice : “debiste haberle dicho que si cometía el asesinato por supuesto se lo contaría a la policía”, incluso le comentó al analista que debía pensar si debía alertar a la víctima.
Ni bien el analista pudo decirle esto, logró que el homicidio planeado pasara a formar parte de una fantasía.
El relato de Bollas nos vuelve a llevar a la cuestión del secreto, de la confidencialidad.
En otras ocasiones de la neutralidad.

Hace tiempo que mantengo la importancia que tiene en todo tratamiento de niños y adolescentes la presencia real de los padres y la necesidad de su inclusión periódica. Últimamente esto es más necesario que nunca, porque vivimos en una sociedad que está padeciendo un verdadero eclipse de las figuras de autoridad encarnada tradicionalmente por el padre y sus derivados (maestros, gobernantes…). En este sentido, resulta oportuna la propuesta de Recalcati, que opone al complejo de Edipo el complejo de Telémaco, el hijo de Ulises que espera con la mirada puesta en el horizonte el regreso de su padre para que vuelva a yacer con su madre e imponga el orden y la ley en Ítaca. Con ello alerta de los efectos de la carencia de referentes, de figuras paternas confiables. Entre las consecuencias de esta falta de modelos sólidos destaca la abulia, la búsqueda ciega de satisfacción y el desprestigio del esfuerzo.
(hace un par de meses la actriz Eva H tuvo una desafortunada actuación en un programa de tv al decir muy jocosamente que en el colegio de su hijo no ponen deberes porque en caso de hacerlos os padres le montarían una manifestación en la puerta del cole…en una muestra casi espantosa de desprestigio del colectivo de maestros…una escuela sin esfuerzo…)

Si bien los cambios corporales y el resurgir de una sexualidad hasta entonces
latente (que imponen la renuncia a una infancia gobernada por la omnipotencia) sumen al adolescente en un proceso de múltiples duelos, no puede dejarse de lado el hecho de que los propios padres también deben enfrentar y elaborar pérdidas, reencontrarse con su propio proceso de duelo adolescente, y enfrentar el paso del tiempo y con él, la muerte. En palabras de S. Tubert “en la medida en que el alejamiento del hijo anuncia la futura disolución de la unidad familiar es también para ellos una prueba del transcurso del tiempo y un recordatorio de su propia mortalidad”. Por otro lado, los padres deberán abandonar el trono en que los propios hijos les colocaron: tal y como asegura A. Aberastury “deben abandonar la imagen idealizada de sí mismos que su hijo creó y en la que ellos se instalaron. Ahora ya no podrán funcionar como líderes o ídolos y deberán, en cambio, aceptar una relación llena de ambivalencias y de críticas”.

Cuando aparece el duelo por los padres de la infancia en el proceso adolescente debemos incluir en esa imagen idealizada de los padres infantiles un saber omnipotente que también cae, algunos autores hablan de un cuarto duelo referente a la caducidad del saber de los padres.

Pero son los padres que también deben hacer el duelo por haber sido bajados del pedestal del saber omnímodo y omnipotente. No es fácil renunciar a ese lugar.
Por todo ello es necesario considerar la adolescencia como una encrucijada relacional, que enfrenta a padres e hijos, a jóvenes y adultos. Los conflictos que puedan surgir en este contexto son necesarios para que el adolescente pueda diferenciarse de sus padres y enfrentar las tareas de construir una identidad, una autonomía y un estilo de vida propio. Comprender la envergadura y complejidad de estas tareas, permite entender ciertas conductas.
Muchos adolescentes necesitan aislarse de sus padres, encerrarse en su cuarto, aislarse: Tubert (2) nos alerta de que “la necesidad de apartarse de sus objetos originarios, en un primer momento, conduce al desinterés por el mundo exterior y a una especia de embriaguez con el aislamiento: la libido se centra en el yo y se intentan compensar las pérdidas y heridas narcisistas mediante el engrandecimiento de su propia imagen. El adolescente se siente incomprendido, diferente”.

Lo que antecede y empuja a esta necesidad de separación e independencia son los cambios corporales de la pubertad; el cuerpo deviene un desconocido que interpela al adolescente, emitiendo mensajes que aluden en última instancia a una sexualidad también desconocida, cuando no fuertemente reprimida. En el proceso de elaboración del duelo por la pérdida del cuerpo infantil que estos cambios imponen, los adolescentes acudirán a los espejos. “No nos sorprende que los adolescentes pasen tanto tiempo frente al espejo: la imagen que éste les devuelve no corresponde a la que han ido elaborando durante la niñez” (Tubert). Ahora podemos pensar los posteos en las redes sociales  como los espejos de las generaciones actuales de adolescentes. Estos nuevos espejos no sólo devuelven una imagen de uno mismo, sino que permiten fijarla para luego analizarla, ampliar detalles, difundirla…
 Esta preocupación por el cuerpo conduce a un retraimiento narcisista que según Tubert protege de la angustia por la dificultad para reconocerse a sí mismo.
La angustia que genera no poder domeñar ese cuerpo extraño/propio en los adolescentes los llevan a situaciones que nos interpelan en la clínica actual: las marcas en el cuerpos, tatuajes, piercings, acaso no nos hablan de intentos de hacerse dueños de su propio cuerpo (y de paso separarse de los padres)?
Otros Adolescentes, en cambio, prefieren que los medicamentos y tóxicos regulen ese cuerpo extraño y calmen la angustia que les produce (3).

Aquí aparecen las situaciones de madres extremadamente perseguidoras de sus hijas, así como hace años hablaba de las madres que revisan los cajones de la habitación del hijo para encontrar droga, los padres actuales se hacen “amigos” de sus hijos en Facebook y “seguidores” de ellos en Instagram.
Ahora la posibilidad de espiarlos cumple el deseo de unos padres incapaces de hacer el duelo por la pérdida de control de su pequeño hijo…Ser amigos o seguidores, pertenecer a su club, a su grupo de pares, pero con la idea de espiar y controlar.
Con la consiguiente consecuencia de encontrarse de aquello que no podían o no querían ver:

Una madre asustada me llama para una entrevista urgente después de haber visto algo terrible en el Facebook de su hija. Al comienzo del tratamiento contaba como un verdadero triunfo el haber saltado las barreras de confidencialidad de su “niña”, haciéndose pasar por una amiga nueva; ahora su llamada de socorro encierra un reproche al terapeuta y mucho miedo a su condición de madre: la foto que cuelga Claudia es un beso enfocado desde todos los lados posibles con una amiga. “Me tengo que enterar así que mi hija es lesbiana?” Usted porque no me alertó sobre ello?” Ahora que hago?”
El caso de Claudia nos abre la posibilidad de hablar del lugar de las redes sociales en el paso adolescente  en esta época.

Tenemos que hablar  sobre el impacto de las redes sociales y su relación con la intimidad, el adolescente está librando una batalla con su propio cuerpo…Una batalla con restos de batallas anteriores, las huellas del cuerpo infantil aún están ahí entorpeciendo el duelo por su pérdida.
El nuevo cuerpo enfrenta al adolescente con una realidad que debe ir construyendo; compartir su realidad entre los pares le permite salir de cierto aislamiento…pero ciertos límites son peligrosos, cruzar la línea le hace perder intimidad y el adolescente puede verse y sentirse muy vulnerable y desprotegido.

Las nuevas formas de comunicación favorecen relaciones liquidas, casi gaseosas…Si el adolescente comienzan a participar en ellas entra en una red engañosa, se siente sostenido por una red que no está: es demasiado virtual. Trapecistas sin red. Peligro. Miedo.

Y cuando me preguntan sobre la incidencia del mundo digital afirmo que “Ahora es un mundo más. Tenemos el mundo real, el mundo imaginario, el simbólico y el digital; se los llama “nativos digitales”; esto es importante…¿cordón o umbilical o cable de red…?”
Esta “broma” es una clara alusión a lo “pegados” que a veces los adolescentes están “pegados” a las pantallas:
si se los mantiene en un estado de aislamiento donde cada adolescente hace de su pantalla un mundo y no puede compartir ese mundo con nadie. Es una falsa solución a la soledad…tiene amigos en Facebook, seguidores en Instagram, pero está sólo con su aparato. Juega a cosas que sus padres no comprenden. No hay intento de comunicación intergeneracional. El peligro: tampoco hay confrontación! Hay mucha pelea por horas de uso y abuso de aparatos y horas, pero no enfrentamiento sobre contenidos; nuevamente lo emocional queda borrado. “Cada cual atiende su juego y el que no una prenda tendrá…” Al sentimiento de omnipotencia infantil que puede reorganizarse en períodos adolescentes la tecnología le es un arma de gran valor…Pero a la caída de los ídolos y de los ideales la tecnología puede ser una gran mentira, desde el momento que la imposibilita.”

Esta incidencia del mundo digital en la búsqueda de identificaciones de la adolescencia es brutal: “Las posibilidades de identificación imaginaria se amplían enormemente. Se trata de identificaciones muy narcisistas porque no tiene pasaje por el otro, no hay contacto real con el otro sujeto a identificarse: no hay relación…la relación es narcisista porque es especular. Hay interacción, pero no emociones por parte del otro. Son identificaciones rápidas, típicas del mundo de la velocidad donde tiene que lidiar el adolescente.”

Volvamos al caso de Claudia y su madre, ¿qué solución proponemos desde la clínica psicoanalítica respecto a los cambios en las relaciones entre padres e hijos?
 El cambio nuevamente tiene que ser de comunicación…saber y aprender a mantener la distancia para que el adolescente se sienta seguro, no invadir, respetar los espacios de cada uno, ni unos ni otros tienen que ser los invasores de espacios potenciales personales. Luego aprender a estar solo, siempre en compañía de alguien. De ese acompañamiento con distancia puede surgir una posibilidad de comunicación. Volver a jugar juntos sin “jugarse” el lugar de cada uno. No romper la necesaria diferencia generacional, para evitar confusiones.
Trabajar con los padres de Claudia sobre esa distancia necesaria equivale a trabajar con esa madre porque tiene que aceptar el no ser “amiga de Facebook” de su hija, para que entre ellas pueda surgir un espacio de comunicación. Pero lo importante es aceptar que su hija siempre va a tener secretos.

Y porque son importantes los secretos?

Parafraseando el título de una película podemos decir: “lo que el secreto esconde”…
Porque los secretos y las mentiras esconden una verdad sobre la estructuración del sujeto que decide contar o no contar alguna cosa.
Todos los que trabajamos en psicoanálisis conocemos el silencio que puede instalarse en una sesión si el sujeto ha decidido, así fuese sin saberlo abiertamente, no pensar en determinada idea o acontecimiento del que no quiere hablarnos.
Pero lo que el secreto esconde habla de la posibilidad del yo de permitirse ir separándose de los objetos primarios.

Respecto a los secretos, para Piera Aulagnier es en el terreno del pensamiento donde va a librarse la más ardua lucha por la autonomía del Yo frente al Otro. Dice textualmente: “El derecho a mantener pensamientos secretos debe ser una conquista del Yo, el resultado de una victoria conseguida en una lucha que opone al deseo de autonomía del niño, la inevitable contradicción del deseo materno a su respecto” (4).
Lucha que, como sabemos, se dirime en el proceso puberal-adolescente.
Esto instaura una huella, a través de la cual el yo del adolescente debe poder oponerse al poder materno, a que el derecho de preservación de sus pensamientos personales y secretos no sean avasallados.
La violencia en este caso está al servicio del desarrollo de un espacio psíquico propio, secreto. Se trata en primer lugar y particularmente en la adolescencia, de todo aquello que toca a la sexualidad, regida en todas las sociedades por las prohibiciones que se
relacionan con la vida sexual y su intimidad. El secreto garantiza la autonomía psíquica y afirma la libertad personal, por lo tanto, ese espacio íntimo, inviolable debería ser preservado para comenzar a crear esa zona de intimidad, generadora de la propia subjetividad.
La violencia se hará presente como una reacción sana del adolescente, cuando se produzca la violación de los límites del espacio de lo privado – secreto, de los límites espacio-temporales así como también de los corporales. También sabemos que la violencia confiere identidad y genera sentido de pertenencia. Cuando la violencia viene desde lo cultural o lo social hacia la adolescencia, el hecho violento puede tener un efecto de aplastamiento de la singularidad, provocando un sentimiento de inexistencia impidiendo la socialización a través del miedo y el terror.

Muchas veces ciertos pensamientos secretos tienen como único fin aportar al Yo que los piensa la prueba de autonomía tanto del espacio que habita como de su función pensante. Valga esto, más allá del niño y del adolescente. Rápidamente, descubrimos en este concepto aquello que el Yo del adulto protege ardorosamente de los otros mediante diques. Creando un territorio “íntimo”, “secreto”, condición para la existencia misma del Yo. Su ausencia remite a un déficit en la organización del Yo. Como dijera un paciente de P.Aulagnier: “mi mujer está loca, dice todo lo que se le pasa por la cabeza”.

Veamos la cuestión del secreto a través de un caso que abre muchos interrogantes:
Paul (17 años)va a un colegio muy prestigioso en el extranjero.
Poder ir allí es muy importante para él y su familia. No es fácil entrar y una vez dentro eres parte de una especie de élite .
Pero Paul es violentamente expulsado del colegio después de ser denunciado por violación por una compañera.
La compañera en cuestión se metió en su cama, pero cuando comenzó el juego erótico ella se sintió violada. (hay un juego de palabras entre violada y violentada)
Cuando Paul llega a la consulta varios acontecimientos lo dejaron marcado respecto a su intimidad.
Las autoridades del colegio consideraron necesario contar a la comunidad escolar el motivo de la expulsión y las consecuencias fueron nefastas; cuatro chicas más aparecieron como víctimas de la violencia sexual de Paul. Luego Paul dirá que se trata de las cuatro chicas con las que salió.(él lo vive como una venganza personal)
Los padres son llamados a la escuela y la escuela les relata las confidencias sexuales de las presuntas violadas.
Paul está avergonzado y no por las “mentiras” de sus  despechadas amantes, sino porque no quiere que sus padres sepan que ha tenido relaciones sexuales.
Paul tiene razón en su queja, en algún momento llega a decir: “si yo no quiero saber que hacen mis padres en su habitación porque ellos tienen que saber lo que yo hago?”
El análisis de Paul comienza con todos estos antecedentes; Paul tiene que seguir estudiando en Barcelona y regresa a la vida familiar.
Hay un pacto secreto: sólo los que viven en casa (padres y tres hermanos) sabrán lo que pasó en el extranjero. A pesar de que hay una familia ampliada importante en la vida cotidiana que no puede saber nada.
Es un pacto que hicieron entre Paul y sus padres.
Hay un amigo de la familia unos cuatro años más grande que Paul que pasa mucho tiempo con él. Un día salen y Paul siente muchas ganas de contarle su secreto. Finalmente después de aquella noche decide no contarle nada.
Trae todo esto a sesión como queriendo indagar cómo es que sabiendo que él es absolutamente inocente de las acusaciones que se le hacen no puede contárselo a su mejor amigo.
Paul: “Decidí no decírselo”
Yo: “Porque crees que has preferido no decir?”
Paul: “Necesito pajar página”(se da cuenta de su lapsus y se pone rojo, se enfada y medio estira en el diván)
Paul: “quise decir pasar y esto no tiene nada que ver con mis pajas”
Momento en el que le recuerdo a Paul lo que tiene que ver con cosas que no quiere o no puede decir.

Hablar con los pacientes adolescentes sobre sus fantasías masturbatorias es importante; vuelvo a recurrir a Aulagnier que nos dice:
El fantasma masturbatorio y la fantasmatización erótica que acompaña al encuentro sexual representan, en el registro de lo decible para y por el Yo, lo más cercano a las construcciones fantasmaticas inconscientes. Son los únicos que, con el sueño, y aún de manera más directa, nos permiten comprender de qué modo el sujeto figuró en su época la escena primaria, es decir la puesta en escena por la cual respondió a la cuestión de los orígenes: origen de él mismo, origen del placer, origen del deseo, origen del sufrimiento (5).

A partir de aquí Paul puede hablar de sus fantasías masturbatorias, y de pronto nos asombramos juntos al descubrir que allí sí, en esas escenas hay algo del orden de la violencia.
Cuando Paul se da cuenta que en sus “películas” masturbatorias le “pone” pensar en que fuerza a una mujer descubre que él mismo fue acusado de forzar a sus amigas (“o mostrar cierta fuerza”, dice él).
Entonces Paul miente cuando dice que él no fue violento con las chicas del colegio extranjero?
No nos importa. No asumimos un rol persecutorio. Damos cuenta de un insight a partir de una fantasía.
El trabajo analítico sobre esta fantasía nos llevará aún más lejos en la construcción de sus orígenes.
Los padres de Paul pertenecen a dos conocidas familias de la ciudad. En la novela familiar es un matrimonio forzado.
El abuelo materno fuerza a su madre a casarse con su padre para garantizar un estatus económico y social.
Desde pequeño Paul construye una imagen de padre que conquista a su mujer por su fuerza física.
El significante fuerza organiza situaciones complejas que aparecen en la construcción de la sexualidad de Paul.
Algo de lo que no pudimos pasar página.

Notas

(1) En este texto es donde Aulagnier se posiciona frente al sujeto supuesto saber de Lacan, diciendo: El susodicho NO saber del analista nos parece un slogan que ha perdido su atractivo. Si así no fuera esperamos contribuir a la desmistificación de una consigna que pone de manifiesto una gran ingenuidad, o una gran deshonestidad.

(2) Tubert, S.: “la muerte y lo imaginario en la adolescencia”

(3) Ubieto, J.R.:Bullying. Una falsa salida para los adolescentes.(2016)

(4) “El derecho al secreto, condición para poder pensar” Piera Aulagnier, en “El sentido perdido”, Ed Trieb, 1980.

(5) El derecho al secreto, condición para poder pensar” Piera Aulagnier, en “El sentido perdido”, Ed Trieb, 1980.

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