Volver a la página principal
Número 15 - Noviembre 2022
La disposición sinthomática
Patricia Leyack


Lo que en este texto pretendo indagar no es el sinthome que se constituye como efecto del trabajo de análisis, sino aquel que determinadas estructuras encuentran/inventan para responder al exceso, ahí donde la función del Nombre del Padre está en falla. Pueden encontrar así una o varias canalizaciones al goce, que les permite remediar esta pêre-versión (1), instituyendo con este artificio la falta, que permite abrir la vía del deseo. Y me estoy refiriendo específicamente a esas estructuras donde queda indecidible si se trata efectivamente de psicosis, dado que no se constató un desencadenamiento franco. En paralelo con la exploración de estos sinthomes espontáneos indago también la operatoria del jugar infantil, a la que defino como “disposición sinthomática”.
En el lugar del significante del Nombre del Padre hay, en las psicosis, un agujero. Este significante está forcluído (verworfen) de la cadena simbólica. Esto da razón a la estructura. Hará falta, sin embargo, el encuentro con Un-padre en lo Real, en oposición simbólica al sujeto, para que se produzca el desencadenamiento. El sujeto no puede enfrentar a ese Un-padre -no necesariamente el padre del sujeto en cuestión- y ahí desencadena. La pregunta que se hace Lacan, y hacemos nuestra, es si se puede considerar psicótico a aquel sujeto que no ha desencadenado y que parece haber encontrado una manera de “hacer su nudo”, es decir, de mantener las cuerdas juntas -lo que Lacan llama mentalidad- aunque haya forclusión del Nombre del Padre. A la altura de la teoría nodal, la función del Nombre del Padre queda distribuida en tres: los Nombres del Padre. Cada registro le hace de Nombre del Padre a los otros.

 

El accidente mayor del significante del Nombre del Padre se muestra en el Nudo Borromeo con la interpenetración de lo Simbólico y lo Real, lo que anula sus respectivos agujeros. El sinthome remedia esa falla de lo Simbólico, justamente en el lugar del error. Con este dispositivo se mantendrán los anillos enlazados, es decir, se conservará la mentalidad, aunque el nudo no sea borromeico. Es lo que Lacan trabajó con Joyce


Cada escritura tiene sus límites. Así, no queda escrito en el Nudo Borromeo lo que sí se muestra en el semigrupo de Klein en relación a la diferencia topológica entre Ello e Inconsciente: que las huellas mnémicas que constituyen el Ello, eso que no piensa yo (je) (2), no todas pasan al inconsciente, no todas podrán, entonces, ser trabajadas por la falta, por el equívoco, por lo paradojal. Eso que persiste del Ello, “lo maldito del objeto” (3), puede tener su lugar -y de hecho lo tiene- en toda neurosis, sin impedir que se constituya el nudo como Borromeo. Pero requerirá darle, con el análisis, un cauce posible a eso que no cesa de no escribirse de lo Real. Y aun habiendo sido trabajado por el análisis, Eso insiste enredándole al sujeto los pies. De acuerdo a los tiempos del análisis, distintas serán las respuestas del sujeto



En los tiempos finales del análisis el sujeto estará advertido y podrá hacer algo con eso, sabrá arreglárselas con su síntoma. Esto requeriría mayor desarrollo, pero al menos adelanto mi postura, en un tema muy controvertido y discutido que se resume en: ¿con qué se identifica el sujeto al final del análisis: con el síntoma o con el sinthome? (4) Se identifica con su síntoma, pero “tomando sus garantías de la distancia con él” (5). El síntoma está suficientemente identificado por el sujeto, es lo que más conoce, nos dirá Lacan, y sabrá, al final del análisis, maniobrar con eso, desembrollarlo, savoir y faire avec, es la fórmula en francés: sabrá arreglárselas con eso. No se trata de una identificación a lo padeciente del síntoma, se trata de tenerlo identificado en tanto se lo conoce íntimamente. Se lo ha trabajado y gastado suficientemente en el análisis. Lo que no excluye alguna repetición puntual del mismo. Esa es mi lectura: la garantía es la distancia con el síntoma otorgada por el trabajo analítico. El sinthome estaría en el lugar del saber hacer con eso que había armado síntoma.

Salvador Dalí carga un muerto sobre sus hombros. La pintura, en el lugar de sinthome, le permite enfrentar ese peso trastocándolo en reapertura permanente de la falta. Si Joyce sufría una Verwerfung de hecho, con un padre carente, indigno, en Dalí tal vez se trate de lo mismo, pero a partir de un padre excedido, que conformando la figura de un padre terrible, goza, entre otras cosas, de un autoritarismo tenaz (6). Un punto a señalar en este exceso tiene que ver con una falla en la función de nominación. El padre no se ha privado de nombrar a Salvador, su segundo hijo, con su propio nombre, el mismo que le donara también al hijo mayor, muerto a los siete años -antes del nacimiento del pintor- e intensamente idealizado por ambos padres. Si donar el nombre paterno al hijo mayor es una de las marcas del Nombre del Padre en la cultura española, donar el mismo nombre al segundo es poner en acto la renegación de la muerte del mayor. Renegación cuyo costo paga el propio Salvador Dalí III, quien afectado de cargarla pesadamente sobre sus espaldas, dedica su vida a desembarazarse de ese peso muerto.  – “La desesperación de mis padres se calmó con mi nacimiento, pero la tristeza impregnaba todas las células de sus cuerpos. En el vientre de mi madre yo sentía ya su angustia. Mi feto se bañaba en una placenta infernal, y esta angustia no me ha abandonado jamás. Esa continua presencia de mi hermano muerto la he sentido a la vez como un traumatismo –como si me robaran el afecto– y un estímulo para superarme. Desde entonces mis esfuerzos tenderían a reconquistar mis derechos en la vida, en primer lugar provocando la atención, el interés sostenido de mis familiares hacia mí, mediante una especie de agresión constante (…) Al nacer puse los pies sobre las huellas de un muerto a quien adoraban y al que, a través de mí, se seguía amando más aun tal vez. Aprendí a vivir llenando con mi amor por mí mismo el vacío de un afecto que no me daban. Así vencí por primera vez a la muerte: mediante el orgullo y el narcisismo.” (7)
Nominarlo Salvador pondrá en juego, no el vacío esperable en una función paterna nominante, sino el lleno y pesado de objeto que soporta ese nombre (8). Salvador luchará toda su vida para apropiarse de ese nombre, para darle vida y despojarlo del peso mortífero. Hoy su nombre es no sólo un nombre propio sino una marca en la cultura: es el resultado de la respuesta sinthomática que pudo dar Salvador Dalí. Atormentado toda su vida por imágenes de ese hermano muerto, de ese otro Salvador, trasciende Dalí, vía su sinthome, la pintura, su propio tiempo de vida. Su nombre perdura inmortal en su obra.

En su libro “Confesiones inconfesables” Dalí caracteriza su relación con su medio familiar como de “agresión constante”, la que tomaba la forma de provocaciones al otro, de buscar incomodarlo, captarle la atención. Actings, un llamado al Otro permanente y desesperado es lo que corresponde leer en este rasgo constante de su lazo con el otro en los tiempos de su infancia.
La presencia de la muerte es permanente en su texto… “haber nacido doble, con un hermano demás, al que tuve que matar para ocupar mi propio lugar, para obtener mi propio derecho a mi propia muerte”. Sucede que la muerte nunca hace presente para él la castración. Escuchémoslo: “Lo confieso: me creo invulnerable; quiero durar hasta el último límite para provocar a la divina muerte en su esencia misma”. O, lo que dice de su dolor ante la temprana pérdida de su madre: “(…) su pérdida la sentí como un desafío y resolví vengarme del destino esforzándome en ser inmortal”.  Y luego el salto: “Yo, Dalí, he descubierto los caminos de la revelación y de la alegría, el deslumbramiento de la felicidad reservada a los ojos lúcidos. Participo con todo mi ser en la gran pulsión cósmica, y mi razón la transformo en simple instrumento para descifrar la naturaleza de las cosas y leer mi delirio para apreciarlo mejor”.

Una primera impresión de una estructura con rasgos megalómanos se hace evidente en esta breve semblanza. Las palabras de Dalí dejan ver que, aún mantenido el enlace de registros por el sinthome, el Imaginario muestra una infatuación, una egolatría no acotadas por lo Real ni por lo Simbólico. Un Ego infatuado está en el lugar del narcisismo

Quiero extractar algunas líneas para trabajar, son las que ponen en tensión el jugar infantil y el sinthome, y ambos con la sublimación.
En el texto mencionado cuenta Dalí varios episodios de su infancia en donde la muerte juega su parte en sus ¿juegos? Y si pongo juegos entre signos de pregunta es porque esta actividad mostró desde el principio su falla en el niño Salvador. Propongo pensar al juego infantil, cuando está logrado, cuando no sólo propicia el tejido RSI, sino también un enlace con el otro, como una forma de sinthome, en la medida en que es un saber hacer algo en el espacio de lo real, que encauza el goce y articula el deseo. En los tiempos constitutivos propios de la infancia, el juego, el jugar como actividad, no es mero entretenimiento, es algo serio: construye sujeto. Encuentro que ambos, el jugar, la capacidad lúdica más bien, y el sinthome, participan de una misma lógica. Son artificios que posibilitan una canalización para el goce. Hasta ahí lo común. La sublimación, por su parte, reproduce, recrea la falta. Y puede o no asociarse tanto al jugar como a la actividad sinthomática. El sinthome, como decíamos, hace algo con el exceso que no ha sido vaciado, con los detritos de la Cosa. Situemos precisiones. En la infancia, al estar el sujeto en vías de constitución, más que de sinthome constituido, hablaría del jugar como disposición sinthomática. Quiero remarcar que la diferencia a situar entre sinthome, juego y tiempos del sujeto no es pequeña. Del sinthome sólo podremos hablar en tiempos en que la estructura ya está constituida y éste surge como remedio a sus puntos de falla. Mientras que en tiempos de constitución de la estructura los niños están aún sujetos a goces actuales del Otro. De hecho, en muchos casos, es justamente la posición del Otro real y, diría, la densidad de lo real del Otro, actual, lo que impide, en ocasiones, que el juego se desarrolle como artificio que evacúa goce. Cuando el juego no puede restar goce del Otro y del objeto, eso que llamo el jugar como disposición sinthomática, se traba.

Tanto en Dalí como en Joyce, la estructura está presumiblemente del lado de la psicosis, aunque subclínica (9). El sinthome, la escritura, como bien demostró Lacan en el caso de Joyce, y –es mi propuesta– la pintura en Dalí, hacen las veces de Ego, que anuda la estructura, remedia la falla de anudamiento, mantiene enlazados los tres registros impidiendo que lo Imaginario se suelte como efecto de la falla en lo Simbólico. La mencionada infatuación narcisista en Dalí viene a compensar un narcisismo mal edificado por rechazo paterno. La falla del nudo, –Lacan también lo llama lapsus del nudo o “Sin”, pecado en inglés– produce interpenetración Real/Simbólico, y es restaurada por la escritura en Joyce, por la pintura en Dalí. La mujer como sinthome, –Nora en un caso, Gala en el otro– y el amigo íntimo, digo íntimo a la estructura (10), son otras de las hebras que anudan sinthomáticamente.

Lacan se ocupa de deshacer un equívoco en relación a la sublimación. Y es el considerar que ésta se plasma sólo o preponderantemente en obras artísticas. Él acentúa el sesgo de retrabajo sobre la falta que propicia la sublimación, así lo dice en la clase XIII del Seminario “La lógica del fantasma” (11). La sublimación acaba, termina la tarea de la castración. Le da el corte último a la falta de partida, la de la castración simbólica. Y es en ese sentido que toma su lugar en cualquier actividad que vacíe goce, ponga en juego al deseo y haga lazo con los otros. La transmisión y la práctica misma del psicoanálisis puede ser, para cada uno, obra sublimatoria, nos dice en la misma clase.
Lacan hace una distinción entre una Verwerfung de derecho y una de hecho. Esta última es la que habría afectado a Joyce. El escritor estaba “cargado de padre”, decía Lacan, de un padre que, en los hechos, no pudo hacer una correcta transmisión del falo. ¿Podríamos sostener algo equivalente en Dalí, con un padre colérico, autoritario, en definitiva, impotente para esa transmisión?  La falta no estaba del todo disponible y es a esta acumulación de goce que responde, en ambos casos, el sinthome.

En cuanto al jugar como disposición sinthomática

Si hay un rasgo esencial del jugar es su capacidad de alivianar lo denso del sentido del Otro. Es el juego el que cuestiona al Otro pasándolo en ese mismo acto al registro simbólico. El juego lo juega al Otro, lo pone como personaje explícito o implícito de la escena lúdica y en esa medida desgasta sus sentidos. El juego redistribuye goce en tanto lo resta del Otro y del objeto (12). Y la sublimación –definida como hasta aquí, retrabajo sobre la falta– puede acompañar al jugar.
El aligeramiento de lo Real que produce el jugar se ve muy dificultado cuando desde el Otro real la donación de amor queda muy opacada por los goces no castrados. La capacidad lúdica del niño Salvador no puede operar sobre esa presencia contradictoria de lo excesivo del Otro y llevarla hacia el terreno de la virtualidad y de la ficción. El desasimiento del Otro que lo habita se ve impedido en tanto es en la propia imagen narcisista de Salvador que esta batalla tiene lugar: en su nombre confluyen el del padre y el del muerto. Su nombre condensa tanto la profunda herida narcisista “(…) de haber puesto los pies sobre las huellas del muerto”, como su empecinada decisión de superarla.

El niño Salvador, afectado así en su propio nombre y en su propia imagen por la muerte, juega (¿?) no con el objeto ficcional, juega con el objeto de la realidad. Muerde y huele lo real de la muerte.  Él mismo nos relata su reacción ante unos animalitos muertos a los que había estado ligado, un murciélago en un caso, un erizo en otro. En medio de un confuso concierto de sentimientos y afectos en los que la compasión, la rabia, la pena y el asco no dejan de estar presentes, se hace victorioso un Drang, que lo empuja a… morder y llenarse la boca con sangre del primero, a oler el pestilente cadáver lleno de gusanos del segundo. Algo raro sucede acá: lo Imaginario, dimensión que no admite fácilmente su quiebre, su ruptura, salvo sumergiendo al sujeto en lo Unheimlich, lo Imaginario entonces, no hace función de Nombre del Padre a esta voluptuosidad real que lo toma. Y esto ya nos anoticia de una falla de lo Simbólico.
También nos relata otro juego (¿?), el diario imaginarse muerto devorado por distintas clases de larvas y gusanos que van deglutiendo golosamente cada una de las partes de su cuerpo. Aquí es el propio cuerpo el que es imaginado en esta mortal deglución diaria. El salto a lo ficcional parece impedido, los velos imaginarios sobre lo Real se ausentan.

 El niño Salvador montaba permanentemente escenas, tipo performances, orientadas no a personificar jugando sino a “(…) hacer que los demás acepten como cosa natural los excesos de mi personalidad y descargarme de mis propias angustias creando una especie de participación colectiva”. En esta serie se incluyen el esconder diariamente sus heces en distintos rincones y muebles de la casa haciendo que familia y sirvientes se vieran obligados a buscarlos para desprenderse de ellos. También el saltar repetidamente al vacío desde la escalera del patio del colegio, dando gritos, e inmovilizando a sus camaradas, “(…) cada vez que bajaba la escalera, la atención de toda la clase estaba fija en mí, como si yo oficiase; avanzaba en medio de un gran silencio –un silencio de muerte, como suele decirse– manteniendo la fascinación hasta el último peldaño. Nacía mi personaje”. Estas escenas muestran su carácter de actings, su desesperada apelación a los otros, su elemento motor, dicho por él, la angustia y, el elemento bizarro: el personaje comienza a ser indistinguible de la persona. No se trata de un juego de personificación, se trata del comienzo de lo que, todos conocemos, constituirá el personaje Salvador Dalí. Personaje que fue siendo construido por Dalí, en su vestimenta, en su apariencia, en sus actitudes y manifestaciones públicas, a lo largo de toda su vida. A medida que la pintura fue representándolo, no sólo sus cuadros, sino su figura misma adquiría semblante de “obra”.

Retomando la sublimación

Ésta, como decía, se puede articular tanto con el jugar como con el sinthome. Pero no sin precisiones. Si Freud la situaba como destino pulsional no represivo, que comporta un cambio del fin sexual y un cambio de objeto, Lacan remarca su potencia de proceso que opera elaborando el vacío. Será entonces una operatoria que permite una satisfacción y una redistribución del goce en la medida en que lo resta del objeto. En el proceso de la sublimación, la falta se recorre una y otra vez. La sublimación “parte de la falta y con ella hace obra que es siempre reproducción de la falta”, dice en la misma clase XIII. Y en cuanto al tipo de satisfacción que procura la sublimación -nos dice Lacan en la clase XI de este seminario- que en el repetido enfrentamiento al exceso de goce la sublimación hará algo con él que proporcionará una satisfacción directa, no desplazada, de la pulsión, equivalente al apaciguamiento sexual. (La palabra alemana Befriedigung, satisfacción, contiene la partícula Fried, paz).
En los dispositivos sinthomáticos de estructuras como la de Joyce o Dalí, vuelvo a decir, donde la falta de partida es indecidible, o en los hechos, la posición gozosa de los padres ha dejado sus buenas marcas en los hijos, donde,  -como queda dicho- en uno y en otro suponemos una Verwerfung de hecho, ¿qué lugar para la sublimación?

Es a la altura del Seminario XVI (13) que Lacan centra la sublimación en una operatoria sobre el plus de gozar. Dice allí que su efectuación es un “girar en redondo alrededor de un punto central, en tanto algo no está resuelto”. La sublimación en su actividad de cercar lo que no está resuelto, le constituye, le dibuja un borde topológico al objeto a, permitiendo que lo no resuelto, el plus de gozar, pueda virar a un agujero merced al borde que la actividad sublimatoria instituye en su “circare”. Es recién con esta precisión que podemos asociar la sublimación al sinthome. Con la sublimación como circare ya no se trata, como quería Freud, de un cambio de objeto, sino de un cambio en el objeto, y ese cambio es el que opera una transformación de goce: de lo padeciente del objeto como plus de goce a lo liviano y disfrutable del objeto como causa, donde el deseo toma su lugar.
Los testimonios del jugar en Salvador Dalí muestran un fracaso en el intento de producir la redistribución de goce. De niño acusó tanto en intensidad como en tiempo un demorado goce con la orina y con las heces, lo que equivale a decir fallas en la represión. Tampoco la sublimación concurre a la cita en tiempos de su infancia. Podemos concluir que el único objeto pulsional que se benefició con su propio exceso en Dalí es la mirada. Ésta pudo encontrar una vía sublimatoria y aportó a la pintura como sinthome. “Soy un gozador de imágenes y la pintura es una persecución del éxtasis”, define Dalí (14).
¿Qué quiere decir Lacan con que el sinthome repara en el lugar del error? Por un duelo inacabable, el Otro ofreció un espejo ocupado. Múltiples son los testimonios de Dalí en ese sentido. Es en el lugar de las imágenes, del narcisismo y sus imágenes donde el drama de Dalí tiene su origen doliente. Y es en ese mismo topos que la pintura como sinthome viene a hacer su tarea de corrección en el lugar del error (15).

En él, la capacidad de su estructura de funcionar sinthomáticamente no sólo se plasma en la pintura, que como artesanía en lo real evacua creativamente el exceso. También Gala, su mujer, le funciona como sinthome, que repara su estructura. Él lo dice en sus términos: “Gala me adoptó. Fui un recién nacido, su niño, su hijo, su amante… Gala expulsó de mí las fuerzas de la muerte… No me he vuelto loco porque ella ha asumido mi locura”. O también: “Gala se convirtió en elemento de la catálisis fundamental de mi vida(…). Gracias a ella puedo decantar mi riqueza prodigiosa para fabricar el diamante de la realidad daliniana. Ella es indispensable para mí, porque gracias a ella puedo fabricar mi elixir, mi gozo y la sustancia de la fuerza que me permiten vencerme y dominar el mundo”. Se da a leer, tanto aquí como en múltiples declaraciones de Dalí, una estructura funcionando, más allá de la insatisfacción propia del goce fálico. “Soy un visionario, una especie de diapasón de la verdad total. Mis intuiciones son fundamentales”. Aquí un narcisismo exacerbado toca el borde de una producción delirante. Y sin embargo, no podemos situar un desencadenamiento franco. Muchos son los testimonios del mismo Dalí que muestran hasta qué punto estuvo tomado por delirios interpretativos. Nunca, empero, la pintura deja de funcionar para él como un sostén que hace que toda su actividad delirante se “resuelva” en obra pictórica, o incluso en escritos en los que hace de su manía interpretativa un método de conocimiento aplicado a la pintura. El sinthome, si corrige, si sostiene, si mentaliza, si encauza, produce efectos en los tres registros. En Dalí, permite un sostén narcisista, aunque sea, como decía, bajo esta forma de infatuación “loca”, ególatra.

Para concluir, propongo que la pintura y Gala, ambas en su lugar sinthomático, inventan para Salvador Dalí una zona que le permite rozar lo delirante, pero no naufragar allí. Propongo también que el jugar infantil, cuando está bien situado, y el sinthome, sin dejar de situar sus diferencias en cuanto a los tiempos del sujeto, participan de una misma lógica, en tanto son artificios que permiten evacuar goce. Subrayo que el jugar no es sinthome, es, así lo llamo: disposición sinthomática. En Salvador Dalí el jugar no cumplía esta función, tampoco lo enlazaba con los otros, tenía siempre el apremio de un acting. Recién con la constitución de la pintura como sinthome hubo efectos constatables en los tres registros. En lo Real, el goce encontró un cauce; en lo Imaginario, como dije, su sinthome, la pintura, le proporcionó un sostén, su Ego, ahí donde el narcisismo estaba herido; y en lo Simbólico, pudo, Dalí, darse un nombre, o mejor, reinventarse, vía la pintura, el nombre dado por el padre, en el que un destino inapelable se escribía: obturar el duelo paterno por la pérdida del primer hijo

Notas

(1)  Este concepto de pêre-versión es absolutamente solidario, temporal y conceptualmente, con la teoría de los Nudos. Alude por un lado a los excesos del padre, y por el otro, a una versión-dirección hacia el padre.

(2) No hay un je, un sujeto que las piense.

(3) Feliz expresión de Silvia Amigo en muchos de sus textos.

(4) Esta discusión asienta en la homofonía en francés entre symptôme y sinthome, que da lugar a diferentes versiones de lo dicho por Lacan en su Seminario XXIV.

(5) Seminario XXIV “L’Insu…”, Edición EFBA para circulación interna.

(6) Después de escrito este texto me encontré con lo que plantea Alba Flesler en su libro “El niño en análisis y el lugar de los padres” (Bs. As. Paidós, 2007). Ubica allí tres versiones de la impotencia del padre. Una de ellas, la del padre colérico, que ejemplifica con el padre de la joven homosexual, bien podría describir la posición del padre de Salvador Dalí.

(7) Todas las citas que aparecen en primera persona pertenecen al libro “Confesiones inconfesables de Salvador Dalí” recogidas por André Parinaud, versión interna Biblioteca EFBA (Título original: “Comment on devient Dalí”, París 1973).

(8) Los efectos forclusivos no se harán esperar ahí donde un hijo es nombrado para. Ahí donde se anticipa un destino para ese hijo.

(9)   “¿Está loco este Joyce?””, le pregunta insistentemente Lacan a Aubert, en el Seminario “Le Sinthome”

(10) Recordemos el papel del amigo íntimo en la neurosis obsesiva  en el Hombre de las Ratas.

(11) Lacan, J.J. Seminario XIV, “La lógica del fantasma”, Edición EFBA para circulación interna, clase 13.

(12) C/f: “El juego, una deuda del psicoanálisis” de Cristina Marrone, Editorial Lazos, 2005.   

(13) Clase 12: “Clínica de la perversión”, pág 225, Bs As., Paidós

(14)  “(…) la alegría será el signo de la transformación del goce, signo de la operación sublimatoria”, nos dirá Cristina Marrone en el capítulo 16 de su libro (ob cit.). Claro que en lo “desmedido” de Dalí, la alegría es vivida como éxtasis.

(15) C/f con texto de Rolando Karothy, “Dalí y Lacan” toda la cuestión en relación al cuadro “Metamorfosis de narciso”.

Volver al sumario de Fort-Da 15

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet