Apuestas asesinas
A Pilar le ruedan lágrimas espesas que mueren en su boca. Me cuenta que el sábado en el boliche un chico se acercó y le señaló a otro, al más lindo que vi en mi vida, dice. Que le dijo que su amigo quería estar con ella. Se me paró el corazón, recuerda y otra vez la cascada de agua brotando de sus ojos. Pero lo pensé un segundo, y lo sospeché. Después me lo confirmó una amiga, que ya los conoce. Habían hecho una apuesta de quién se come a la gorda, siguió contando. Por qué me hacen eso, me pregunta. Si yo no le hice mal a nadie y sólo quería pasar una noche divertida. Y en paz. Qué les molesta mi cuerpo. Por qué tengo que sentirme en falta por estar gorda. Por qué siempre tengo que estar como pudiendo disculpas. Se seca las mejillas. Si ellos supieran, dice y me mira con el dolor hecho rutina. Si supieran hasta donde me llegan las heridas, cómo una palabra, una mirada, un gesto, me puede oscurecer la vida. Si supieran que a veces, cuando me miro al espejo o me pruebo ropa, tengo ganas de morirme. Me fui a mi casa después de eso, me fui llorando, con dos amigas que me hicieron la onda. En la parada de colectivo estaba el chico, ese que te dije que era el más lindo del mundo. No me miró. Bajaba la cabeza y al subir se sentó solo, al último. Parecía avergonzado. Sin embargo, yo jamás hubiera ido a burlarme de él por tener miedo al estar solo. ¿Qué distintos somos no? Pregunta, o afirma.
Y en el cauce de su herida drena el ardor de su impotencia, de su risa clausurada por un otro que condena, que lastima, que hace tatuajes de sangre negra en la piel de su alma.Madre magnolia
Mi madre tenía genitales de varón y pechos como las magnolias que Girondo soñaba. Abarcaba su abrazo mi infancia de ida y vuelta, y dormida era frágil como un pájaro en las manos.
Algunas veces escuché risas detrás de nuestros pasos y me dolía su piel en mi cuerpo pequeño. Ella me miraba callada con su inmensa sonrisa y subía los hombros con un gesto cansado. Yo amaba sus pasos de tacones perlados y la sombra que abarcaba su universo y el mío. Qué importaba la gente cuando estaba su lado. Su amor me protegía en las noches oscuras y éramos dos cuerpos peleándole al asombro, construyendo castillos para albergar nostalgias. Me enseñó con sus manos de uñas impecables a proteger mis sueños y a soltarlos al viento. Qué importaban los odios, la estupidez, las risas. A su lado era siempre primavera y septiembre. Por su mirada buena aprendí a amar mi cuerpo y a salvarme del diablo que vive en los espejos. Hace ya tiempo que ella se voló a otra galaxia y me dejó de herencia su desdén y sus vestidos, la sentencia grabada al dorso de mi frente, para andar con sus pasos de tacones perlados y enarbolar magnolias preñadas de septiembres.