Volver a la página principal
Número 16 - Noviembre 2024
Pasado, presente y porvenir de los ritos de iniciación
Damasia Amadeo

 

El rito como acontecimiento simbólico y corporal

Así como entendemos a la adolescencia como una construcción social, también advertimos que es muy fácilmente deconstruible (1). Una de sus manifestaciones se observa en la modificación de los ritos de iniciación como consecuencia del ablandamiento de las sociedades, producto del sistema capitalista.
En este sentido, nos proponemos abordar al cuerpo como objeto de acontecimientos; es decir, de las transformaciones y accidentes que le ocurren (nacimiento, pubertad, enfermedades, muerte). Estos acontecimientos tienen también una expresión social, en tanto afectan a otros cuerpos y a otros individuos. En esa línea introducimos la función de los ritos de pasaje, en tanto inscriben en el cuerpo las relaciones entre el cuerpo individual y el social, significándose así la identidad individual y la relación con los otros. La ceremonia ritual testimonia e inscribe simbólicamente la modificación del cuerpo, en tanto este es objeto de los acontecimientos propios de las leyes psico-biológicas, y promueve, al mismo tiempo, la transformación identitaria y social –familiar, económica, política–.

Nos interesa destacar la idea de que el rito es portador de sentido; también, que está enmarcado bajo coordenadas temporales y espaciales bien precisas en las que se sitúan sus actores. En cuanto al tiempo, un rito siempre consagra un tránsito; en relación con el espacio, lo que se recalca no es el lugar determinado donde se realiza, sino cómo coloca a los actores, quienes pueden situarse como telón de fondo, representando a la colectividad, o bien ser los protagonistas de la inscripción social que esa ceremonia testifica; el recién nacido y el padre, por ejemplo. En cuanto al sentido, no contiene un valor metafísico, sino que expresaría la conciencia compartida e instituida del vínculo con el otro. El rito vendría a ser, entonces, un procedimiento simbólico por excelencia. Entre sus funciones está el actuar sobre la base del vínculo social –lo crea, lo refuerza, lo recuerda–. A través de ese vínculo aparecen las identidades relativas a la vida familiar, pero también a la vida social, política, etcétera. Por eso se hace hincapié en que, producida una crisis en esos sistemas, la misma va a repercutir en los vínculos y afectará inevitablemente el sentido.

En la actualidad, justamente, se habla de un “déficit de sentido”, lo cual nos permite comprender también la desaparición de los ritos tradicionales, así como las formas nuevas que fueron adquiriendo a través del tiempo.

Declive de los ritos de pasaje

Los ritos de iniciación (2) tenían la particularidad de volverse un acto de gran eficacia simbólica, una de cuyas funciones era evitar ese largo periodo de intervalo que muestra la adolescencia actual. En ese espacio ritual se inscribía la transición de la niñez a la edad adulta dentro de una comunidad, otorgándole al iniciado un sentido claro a la existencia y una identidad bien definida dentro del cuerpo social. La ceremonia estaba hecha para consagrar la muerte de una etapa y el nacimiento de otra, destacándose la transmisión del saber de generación en generación, la consolidación de la identidad sexual y la inclusión en un sistema de responsabilidades y valores enmarcados en el seno de una comunidad basada en normas y leyes bien precisas.
A diferencia de la incertidumbre en la que se ve sometido el adolescente de esta época, el rito de pasaje estaba connotado de alegría y tranquilidad para el púber, orgulloso de incorporase por fin al mundo de los adultos y a la vida comunitaria. Gracias a ese proceso ritual, el individuo pasaba a subsumirse en los intereses del grupo, lo cual implicaba un compromiso con la comunidad que lo acogía y lo reconocía en su seno bajo un conjunto de normas colectivas. La filiación entre generaciones y la fraternidad de pares estaba garantizada por la propia dialéctica del proceso, que también se inscribía en una dimensión espacio-temporal bien definida.

Nos interesa particularmente un aspecto que se destaca en la ceremonia de iniciación tradicional respecto de la implicancia del cuerpo con su correlato de dolor. Por un lado, el rito generalmente está determinado por las transformaciones corporales propias de la pubertad; pero se nos informa también que el rito mismo exige la participación del cuerpo como lugar de inscripción de la huella que ese acto simbólico debe dejar grabado como testimonio; así como la certeza de que, si bien cierta cuota de dolor se produce según los distintos procedimientos utilizados por las diversas comunidades y culturas, nunca es vivido con temor por parte del iniciado. El dolor forma parte de la metamorfosis subjetiva y del pasaje al universo de los adultos: “circuncisión, escisión, incisión, amputación, perforación, mordida, limado o arrancamiento de los dientes, del pelo, tonsura, depilación, flagelación, escarificación, tatuaje, excoriación, quemadura, apaleamiento” (3) pueden formar parte de los procedimientos según las culturas y sociedades. Añadimos que la dificultad de asumir la transformación del cuerpo, propia de la metamorfosis de la pubertad, es amortiguada por las transformaciones corporales que el mismo rito impone. El procedimiento en su conjunto tenía la función de dar un sentido firme a la existencia, modificando, al final del proceso, no sólo el cuerpo sino, fundamentalmente, el estatus social del iniciado. El dolor y la marca en el cuerpo coronaban la eficacia simbólica de ese pasaje y saldaban las condiciones del cambio en la percepción de sí: el joven, luego de atravesar el rito, pasaba a formar parte de la vida en sociedad en cuanto hombre o mujer. Otro dato interesante es que, finalizado el procedimiento, el iniciado podía obtener un nuevo nombre correspondiente a su renacimiento como adulto, con todas sus ventajas, derechos y obligaciones.

Ritos en situación

Consideramos así a los ritos de pasaje como lugares de carga simbólica e inscripción de la subjetividad. Pero hay una diferencia entre los que se consideran tradicionales (en declive) y aquellos que son armados en situación (4). La diferencia se da por la distinción que acompaña el proceso de transformación del Estado según las exigencias del mercado, lo cual indica también las variantes de la dimensión institucional en el tiempo. En las condiciones inherentes al mercado, se transforma aquel otro tiempo sucesivo, lineal y de progreso, en otro alterado, de pura actualidad e instantaneidad. En el marco del Estado-nación se organizan las relaciones de parentesco mediante las cuales se dan transmisiones sucesivas –de saber y experiencia–, cuyo centro es paterno-filial. Lo que interesa aquí es que se destaca la idea de una filiación simbólica duradera, fuerte, con un importante sentido de pertenencia, donde el futuro se vuelve previsible. La relación inter-generacional se da en la comunicación a través de la herencia (padre-hijo) o en la escolarización (profesor-alumno) a partir de la transmisión de un adulto portador de autoridad simbólica. En el caso de la escuela, se prepara al alumno para el futuro, para incorporarlo adecuadamente a los distintos ámbitos de la sociedad en los que le tocará participar. Se ve ahí claramente la linealidad y sucesión en el tiempo marcadas por la previsibilidad del futuro. En los ritos en situación, en cambio, se rompe la lógica del tiempo lineal, así como las transiciones generacionales. Las relaciones no están establecidas por el Estado, sino que se juegan en un territorio simbólico determinado. En este nuevo contexto, el otro pasa, de ser un semejante, a ser meramente un próximo, en tanto la relación que se traza no significa una experiencia trasladable a otros ámbitos con el fin de incluirse en unidades culturales más complejas, sino que se trata únicamente de compartir una circunstancia precisa. La transmisión se fragiliza y el alcance de la filiación se acorta, pues ya no es genealógica sino grupal.

Buscar el límite de la vida

A los ritos en situación se les opone otra forma: las conductas de riesgo. En estas conductas, el cuerpo se ofrece como un lugar de experimentación, desafiando las normas y costumbres de la vida cotidiana. Dichas conductas de riesgo integran una serie de comportamientos cuya característica es poner la existencia en peligro, de manera simbólica o real, lo cual puede ir desde el daño parcial hasta la muerte. Enumeramos: desafíos, juegos peligrosos, tentativas de suicidio, fugas, vagabundeo, alcoholización, toxicomanías, trastornos alimentarios, velocidad en las rutas, deportes extremos, violencias, etcétera. Desde esta perspectiva, hoy no podría hablarse de “crisis de la adolescencia”, sino de “crisis del sentido de la vida”, porque hoy nada parece indicarles que ese momento es transitorio y que tendrá un final. Entendemos que las conductas de riesgo no son otra cosa que la búsqueda de un límite, un intento desesperado de lograr producir una significación.

Es de interés consignar que las conductas de riesgo son consideradas formas inéditas de los ritos, debido a que no están inscriptas en una comunidad de adultos, sino que se ven reducidas a actos que bien pueden ser duraderos o circunstanciales, solitarios o en compañía de pares. Es importante destacar también que se trata de acciones intempestivas en las que se intenta dar un sentido justamente a la falta de sentido que atraviesa el adolescente. Aun siendo diversas las formas a las que se recurre, éstas parecen inscribirse como tentativas dolorosas de ritualizar el pasaje a la edad adulta, aunque, por supuesto, desprovistas del marco social y de comunidad que otorgaba el rito tradicional.

El punto fundamental frente a las conductas de riesgo es que, contrariamente a lo que se cree, se trata de una búsqueda desesperada por darle un sentido a la vida, donde se arriesga y se pone a prueba la existencia sin saber de antemano si se saldrá ileso o no. Muchas veces, no sólo el riesgo corporal está en juego; la misma posibilidad de integración social y la identidad están concernidas. Las formas extremas se advierten en la adhesión a sectas, en el enrolamiento en el narcotráfico o en el terrorismo religioso.

Entendemos que las distintas maneras que adquieren estas conductas, consideradas de riesgo, serían algo así como la forma desfasada y dolorosa de aquellos ritos de pasaje, hoy en franca desaparición. Los ritos en situación, y más aún las conductas de riesgo, son estructuras a las que recurren los adolescentes actuales para expresar e interrogar el sentido de sus vidas en un mundo caracterizado por la falta de horizonte y donde el porvenir se desdibuja incluso antes de ser bosquejado por ellos.

Notas

(1) Miller, J.-A. en el adolescente actual, op. cit.

(2) Le Breton, D. Op. Cit.

(3) Le Breton, D.,  op. cit. p. 13.

(4) Corea, C., Duschatzky S. Chicos en banda: los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Buenos Aires: Paidós, 2002.

 

Volver al sumario de Fort-Da 16

Volver a la página principal PsicoMundo - La red psi en internet