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Número 16 - Noviembre 2024
Padecimientos de época.
Demandas complejas

Silvana Campos, Alejandra Caslaspro,
Mailén Deza, Luciana Larregina, Hernán Llorens


“Como si el lugar del que se tratara la hospitalidad fuera
un lugar que no perteneciese originalmente ni al anfitrión ni al invitado,
sino al gesto mediante el cual uno da acogida al otro.”
Dufourmantelle (2000).

Introducción

Tomando como punto de partida el título de la presente jornada: “Padecimientos de época- Demandas complejas”, queremos comenzar por establecer una aproximación a dichos conceptos.
Conceptualizamos como padecimiento de época la forma singular en que en la vida de las personas se pone de manifiesto la incidencia de las variables histórico-sociales, económicas y culturales de un determinado periodo. El concepto de demanda, si la pensamos desde una perspectiva psicoanalítica, implica la formulación de una necesidad en el registro de lo simbólico, el lenguaje, que está dirigida a un otro.
A su vez, si consideramos el aporte que el campo jurídico hace al concepto de demanda, podemos establecer la diferencia entre demanda simple y demanda compleja. Esta disciplina entiende la demanda simple como aquella que consta de una sola petición, en contraste con las demandas complejas,caracterizadas por la acumulación de distintas peticiones a partir del entrecruzamiento discursivo.
Partiendo de que nuestro ámbito es el de la Salud pública, más precisamente el hospital general, nos interrogamos acerca de las características que tienen las demandas que recibimos en la actualidad.
Mientras que en otros tiempos la generalidad de las consultas provenía de personas que, de modo espontáneo consultaban por algún síntoma que los aquejaba, hoy, nos encontramos con que la mayoría de las consultas que recibimos están atravesadas por diferentes instancias e instituciones que complejizan el análisis y los tiempos de intervención por los diversos actores en juego.
Familias afectadas por la falta de recursos donde la situación de pandemia arrasó con los lazos sociales, derechos vulnerados en las infancias como efecto del desmembramiento intrafamiliar, descompensaciones psicóticas que cursan con cuadros de discapacidad intelectual, personas cuyo consumo problemático de sustancias los precipita a actos compulsivos que ponen en riesgo a si y a terceros, situaciones donde el padecimiento subjetivo queda enmascarado por lo judicial.

Frente a estas demandas actuales, se nos impone el desafío de pensar modos de alojamientos posibles del padecimiento subjetivo, sin que esto implique desconocer las condiciones económicas, políticas y sociales de la producción de dichas problemáticas. En tanto que las mismas se presentan como situaciones de complejo diagnóstico, consideramos necesario repensar en nuestra práctica, la vigencia de las estructuras clínicas.

Desarrollo

Caso G

Una joven de 16 años, a quien llamaremos G, ingresa a la guardia del hospital acompañada por su tía. Al mismo tiempo ingresa su padre, en estado muy delicado de salud. G, refiere en la entrevista de triage médico, haber ingerido veneno con intención de quitarse la vida. Agrega que la decisión surgió luego de haberle dado veneno a su padre, mezclado en la comida, con intención de matarlo.

En la primera entrevista la joven comenta: “quise envenenar a mi padre porque es cabeza dura, tiene mal carácter y es controlador”. Agrega que vive con él desde hace dos años. Luego de que su madre falleciera. Refiere sentirse “saturada de enojo y no controlar sus emociones”. “Lo envenené mientras comía… era la forma de escapar de él. Como se durmió pero seguía respirando me quise matar y tomé veneno yo, pero no tenía suficiente”.
El discurso es desafectivizado, muestra tranquilidad y alivio, que no condice con la situación en la que se encuentra, niega interés en realizar tratamiento psicológico y expresa desinterés respecto del estado de salud de su padre así como las consecuencias de sus actos. : Acá me siento tranquila; si salgo de acá no sé; solo sé que no quiero estar con mi papá; todo tiene que ser a su manera, no te deja vivir”. Menciona que sus compañeros la tratan de “fantasma” y que ella ya está cansada de que la traten así. “Yo les dije que iba a matar a alguien algún día; ellos no me creían, me decían que era una fantasma; no soporto que me digan eso. No confío en ellos, ni ellos en mí.
Al preguntarle si tras lo ocurrido ella cree que volvería a intentar hacerse daño a ella o a otra persona responde lo que marca un inicio en la transferencia: acá me siento tranquila; si salgo de acá no se”. En consecuencia de ello, se determina su Internación involuntaria por presentar riesgo cierto e inminente para sí y terceros.

Fue necesario articular con el servicio de legales, quienes informaron que por tratarse de una joven de 16 años la situación ameritaba ser denunciada como tentativa de homicidio y se procede a la misma. La joven es evaluada diez días después de ingresar al Hospital por el área judicial y el juez determina su inimputabilidad. Como consecuencia de eso la custodia policial se retira de la internación. En este nuevo tiempo en la transferencia, G. expresa a la analista: “El viernes me dijeron que no es necesario que estén los que me cuidan, porque no soy peligrosa para mí ni para nadie. Me quedé sola, la pasé mal, estuve una hora llorando!”. Asocia esto con lo que sintió al fallecer su madre. Expresa: “Me da miedo irme de acá, salir. Cuando me pongo nerviosa y estoy sola no sé cómo calmarme, pero acá me siento mejor. Estoy más tranquila acá en mi casa, digo mal. ¡En el hospital! Lo tengo asociado a una casa.”

Manifiesta angustia ante la posibilidad que tras su “inimputabilidad” sea desalojada del dispositivo hospitalario. Sin embargo, la apuesta en esta internación, iba más allá de aquella decisión del juez. Tras explicarle esto, la joven comienza a expresar sus afectos: “Siento bronca y dolor desde que falleció mi mamá… eso lo guardaba, pero necesito descargarlo”.
Mientras G. transita la internación intentando poner palabras y afectos a su padecimiento subjetivo, sus hermanos preguntan en relación a su diagnóstico. El requerimiento de determinar el diagnóstico de G. surge como una nueva urgencia, la demanda de otros, diferente al deseo de ser escuchada de G y a lo que G estaba expresando en Transferencia. En lugar de responder a la demanda mencionada, la posición del analista fue sortear estos obstáculos para sostener la escucha activa de una joven que finalmente, solicita continuar el espacio terapéutico tras su externación.

Caso S

Primer tiempo: Cuando la soledad asfixia

S es llevada a la guardia de un hospital general luego de un intento de suicidio. Sus pensamientos la atormentaban y no podía pararlos, lo que la llevó a dispararse en la cabeza. En el transcurrir del último tiempo había tenido que dejar de trabajar como maestra, sintiendo que la habían traicionado. Con la muerte de su padre y el suicidio de su hermano unos años atrás, su sostén familiar se había desarmado. No podía casarse, ni tener hijos, dos grandes anhelos para ella. En la iglesia a la que concurría, la habían inducido a vender sus cosas y tenía una lista de prohibiciones que la atormentaban en nombre de lo que esperaba Dios: “Se acercaron tantas religiones que ya no sé en qué creo, me enfermaron la cabeza”, decía.
S se encontraba sola en su vivienda, con los efectos de una pandemia en curso y atormentada por sus pensamientos. “El vacío se siente en la casa, el encierro y la soledad me asfixia”, expresaba.
Ya en el tratamiento ambulatorio, las entrevistas estaban inundadas por sus dichos en relación a su padecer en cuanto a cómo la atormentaban los vecinos, la gente de la iglesia y el diablo. Hacía mención al fuego purificador, vinculado a un incendio que había marcado un antes y un después en su vida. El incendio de su casa cuando tenía tan solo 10 años, el cual se llevó la vida de su madre. Sus pensamientos se esfumaban saltando de tema en tema, preguntándose: “¿por qué te quitan tanto? No sé quién soy, ni que ropa ponerme. ” Imaginario que había perdido consistencia, poniendo en peligro la existencia de S.

Segundo tiempo: Efectos de la hospitalidad

La transferencia permitió armar una vertiente en donde ella podía transmitir un conocimiento, enseñar. En los encuentros comentaba los cuidados de las plantas y el vivir, la vida. Obsequiaba plantas a quienes la atendían en el hospital, sin olvidar la explicación minuciosa acerca de cómo cuidarlas. “El nombre de esta planta que les traje significa: amor puro”, “Ustedes me salvaron la vida, por eso les regalo vida. ”En cuanto a la soledad, manifiesta “Siempre estoy en la vereda de enfrente en lo que es afectivo”, dejando entrever las dificultades con los vínculos. No obstante, comienza diferentes talleres y actividades,

junto a otros, que le permiten ponerse en movimiento. Los cuales fue planificando en las sesiones y se acompañó a sostenerlos.
A lo largo del tratamiento comienza, según sus palabras, a intentar reconstruir su mundo. Y tiempo después pudo hablar del orden de la casa, de su vestimenta, de la comida. De cómo el hermano la ayuda a organizarse y de las actividades que emprendió por fuera del hogar. Temáticas que toman forma a través de modos en los que ella puede transmitir cierto saber. Ante lo cual la analista señala: siempre estas enseñado.

Caso A

¿Hay lugar para A?

 A. tiene 50 años. Su primer acercamiento al hospital fue tras su primer intento de suicidio, luego de que su padre lo eche del departamento dónde vivía. Luego de una larga internación se atiende periódicamente en el servicio de traumatología. En una de las tantas visitas al hospital, decide acercarse a Servicio Social por problemas económicos y de vivienda. La trabajadora social lo ve muy angustiado, por lo cual realiza una interconsulta al Servicio de Salud Mental.
En la entrevista de admisión. A. relata la escena del intento de ahorcamiento, a la que le dio un tinte tragicómico, enfatiza: “hasta eso me salió mal, se me cortó la soga, me quebré la pierna y ahora no puedo caminar”. Manifiesta que el motivo que lo llevó a tomar esa decisión fue “haber perdido todo”. Cuenta que tomó una serie de malas decisiones al vender una casa y comprarle “de palabra” un departamento a su padre, del cual terminó siendo echado. A. refiere que mientras estuvo internado se sintió bien, el problema fue cuando tuvo que “salir a la vida” y darse cuenta que no tenía nada.

Tras consultarle a A. cómo podíamos ayudarlo expresa: “me dijeron que acá me iban a poder dar una casa y una pensión”. Entonces, ¿la demanda era esa? La solución a la problemática que el paciente manifestaba ¿se solucionaba gestionando un hogar y tal vez una pensión?, ¿cómo recortar una demanda tras el pedido concreto de una casa? A. se fue muy contento de la consulta, manifestó su agradecimiento y expresó “no sabía si me iban a tomar, me habían dicho que no estaban tomando pacientes por que no había lugar”. Una vez más ese “lugar” iría cobrando sentido a lo largo del análisis.

Durante las siguientes sesiones A. fue construyendo un relato donde siempre resonaba que su padecimiento se debía al hecho de “no tener un lugar”. A los 13 años A. se fue de su casa porque era imposible vivir en ese entorno violento. Refiere que “la tormenta se desata a partir de que él sale del closet”. Recuerda una escena donde su padre le gritaba “sos puto, sos puto, me arruinaste la vida”. Tras ese episodio, A. comienza a entrar y salir de la casa de sus padres y de la vida de algunos hombres en los que encontraba un lugar donde pasar la noche y tener un plato de comida, entregando a cambio su cuerpo en función de algunos favores sexuales. Reconstruye una época de su vida en la cual se había enamorado de un hombre, pero que éste decidió echarlo de su casa tras darse cuenta que

A. vivía allí. Fue ahí donde se dio cuenta según sus palabras que “Debía ponerse en el lugar de objeto de deseo”, sino “era tachado de la lista”.
La construcción de un espacio transferencial habilitó un lugar donde su decir quedó alojado. Al respecto, A manifiesta: “Qué paciente te toco”, y la analista responde: “No me tocaste, atenderte fue mi elección”.

Reflexiones

A partir de la lectura de las viñetas mencionadas, buscamos visibilizar los avatares con los que nos encontramos en la clínica hospitalaria, hoy.
Ante estas formas de presentaciones clínicas es importante estar advertidos del riesgo que entraña interpretar el estado de urgencia que un pedido conlleva como demanda de urgencia.
Consideramos en este sentido que la presencia de un analista posibilita introducir un tiempo de espera que, frente a la urgencia institucional, responda haciendo lugar a la subjetividad del paciente, una dimensión temporal que permita desplegar un decir. En ese estado de urgencia precipitarnos a efectuar un diagnóstico no haría más que obturar nuestra posibilidad de escucha errando el camino. Siguiendo a Lacan, podríamos decir que “si los incautos no yerran” es en tanto que se dejan tomar por algún decir.
Tal como queda reflejado en la viñeta del caso de G, si nos hubiéramos limitado a responder a la cuestión de su imputabilidad respecto de los hechos por los que era acusada, nos hubiéramos perdido de escuchar el lugar que ese hecho tuvo en su decir. Más allá de las demandas familiares, de la condena social y de las solicitudes de la justicia, a las que tuvimos que dar respuesta, hubo una analista que supo escuchar al paciente, alojándola en transferencia.

El acto de dispararse en la cabeza en el caso de S, para ponerle fin al tormento de sus pensamientos como el envenenarse de G, para anestesiar su dolor, no fueron más que un intento de establecer una última barrera allí donde el goce del Otro irrumpe con toda ferocidad.
En S la falta de un Otro de lo simbólico que alojara sus sueños y sus deseos -casarse, tener hijos-, de un Otro que a través de la muerte o del suicidio la abandonan, la dejaron librada a un estado de desamparo estructural que la precede. ”Por qué te quitan tanto, dirá, no sé quién soy, ni que ropa ponerme”.

En G, la falta de consistencia de lo imaginario, efecto del desencadenamiento, la deja sin un cuerpo que la sostenga, la vuelve un “fantasma”, lo que la hace invisible para la mirada de un Otro de cuyo deseo ella no es causa.
En el caso de A, quien ingresa al hospital luego de un intento de ahorcamiento, sintiéndose alojado durante la internación, refiere no tener lugar donde habitar. Una sucesión de malas decisiones como “comprarle el departamento a su padre de palabra” lo dejó sin lugar donde vivir. Si la palabra es pacto, la palabra lo es en tanto haya un Otro garante de esa palabra. La ruptura del pacto lo deja sin lugar, precipitándose hacia la muerte. La nada se le impone como vacío de existencia. Luego, ya en tratamiento le dirá a su analista “no sabía si acá me iban a tomar en tratamiento, me habían dicho que “no había lugar”.
Nuevamente es la presencia de un analista quien aloja, posibilitando así la instalación de la transferencia. Se inaugura un espacio donde el deseo del Otro, -función que su analista supo jugar- le da una existencia, “No me tocaste, atenderte fue mi elección”.
Así ese cuerpo fragmentado, entregado a un goce del Otro, que se pone en juego cada vez que ejerce la prostitución, en el fallido intento de hacerse desear, va cediendo lugar a un decir que lo humaniza.

Solo quien esté en función de analista, podrá escuchar que un acto “delictivo” como el cometido por G, puede interpretarse como el intento de hacerse un nombre, vía la pseudo identificación con la figura del asesino. Nombre que le permitiría circular entre los otros mortales haciéndose visible, en un mundo donde lo que para ella reinaba, recordando a Schreber era el “asesinato del alma”.
Solo un analista puede escuchar la equivocidad que entraña el significante lugar, aunque para el psicótico su significación permanezca en el registro de lo real.
Solo un analista puede escuchar en el decir de S desvestida, desinvestida de lo libidinal, desasimiento de la imagen del cuerpo ante la frase “no se quién soy, ni que ropa ponerme”. El espacio transferencial hizo posible que S fuera encontrando modos de restitución que le brindaran un ropaje que le permitiera circular habitada por algún deseo: “tengo ganas de vivir”, “ustedes me salvaron la vida por eso les regalo plantas, les regalo vida”.
Respecto de G, el vínculo transferencial con la analista, posibilitó que el estado de desafectivización inicial fuera dando lugar al dolor por la muerte de su madre. Aparecen la bronca y el dolor, también un fuerte sentimiento de soledad. Que ella pudiera ser escuchada permitió, entre otras cosas, su externación y continuar, según su deseo, el tratamiento psicológico en otra institución.
En todos los casos, la inscripción en el Otro institucional, tuvo un efecto apaciguador, efecto que pudo evaluarse en la práctica clínica.

Conclusión

 Para concluir, nuestro objetivo ha sido realizar un trabajo de elucidación sobre: ¿Que aportaría la presencia de un psicoanalista en el hospital , hoy ? En principio llevar a cabo una práctica que le haga lugar al sujeto; una práctica que a partir de registrar las coordenadas discursivas en las que se presenta la demanda, pueda vehiculizar al campo que corresponda, hacerle lugar a la singularidad y donde lo protocolizado sea el recorrido singular y no el sujeto.
El hospital no solo aloja, sino que lo hace bajo determinadas condiciones de legalidad, pudiendo operar como función paterna en algunos casos donde esta se encuentra vacante.
Los estados de fragmentación, de objetivación, el desamparo y la irrupción en lo real, son algunas de las variables que adopta el complejo entramado de lo social en la actualidad; Son parte constitutiva de las presentaciones con las que nos encontramos en nuestro quehacer cotidiano y una variable que no podemos soslayar aunque sí podemos apostar a sostener una escucha que la contemple pero también pueda trascenderla en el afán de alojar al sujeto que hay allí.
Si bien existen diferencias sintomáticas, tal como planteamos en los casos, la pulsión es transversal a todas ellas. Por lo cual, nos confrontamos a la pregunta acerca de qué hacer con lo pulsional, y eso no es eliminado por la época, sino que es complejizado en función de la multiplicidad de demandas a ser atendidas, más allá de la subjetiva.

En función de lo expuesto, para finalizar postulamos que lo que aparece fragmentado y desestructurado en las presentaciones clínicas actuales es el contexto social y no el sujeto. En efecto, podríamos afirmar que se mantiene la vigencia de las estructuras clínicas en nuestra práctica cotidiana, más allá de las complejidades que impone el entramado socio- histórico.

Bibliografía

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Lacan, J. (2011) La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos II. (pp. 559- 615). Buenos Aires: Siglo Veintuno Editores.

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Ministerio de Salud (2022). Plan Provincial integral de Salud Mental (2022/2027). Buenos Aires: Ministerio de Salud.

Sotelo, I. (2005) Tiempos de Urgencia. Estrategias del sujeto. Estrategias del analista. Buenos Aires: JCE Ediciones.

Sotelo, I. (2009) Perspectivas de la clínica de la Urgencia. Buenos Aires: Gramma.

Sotelo, I. (2015) Datus. Dispositivo analítico para tratamiento de urgencias subjetivas. Buenos Aires: Grama.

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