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Número 16 - Noviembre 2024
El trabajo con familias dentro del campo de la discapacidad
Walter García

 

Me gustaría desarrollar en esta ocasión el sintagma “familias dentro del campo de la discapacidad”, para situar los avatares y escollos que nos encontramos en la clínica de las llamadas “personas en situación de discapacidad; así como también, para poder delinear la particular posición de escucha de quien se dispone a llevar adelante un acompañamiento respetuoso de la singularidad de lo familiar.  El trabajo con familias en el campo de la discapacidad es un desafío que implica tener en cuenta muy seriamente el lugar que va a ocupar el analista, es decir desde dónde se predispone a intervenir, más allá del dispositivo específico en el que tome lugar.

“Familia” es un significante que ha perdurado a lo largo de historia, aun cuando su composición y definición han sufrido cambios significativos (tradicional, conyugal, restringida, ampliada, ensamblada, monoparental, hetero, homo, trans, etc.) e implica ciertos modos de lazo a partir de los que se circunscriben funciones determinadas. Estos lazos se caracterizan por ser de dos tipos: la alianza (elección de partenaire) y la filiación (legado) (1). Entonces, aquello que consideramos familia no se reduce a la mera consanguineidad o la cohabitación, dado que siempre estuvo determinada por los modos de vínculo.

Un Lacan muy temprano, en su texto “Los complejos familiares en la formación del individuo” (2) la definía como “una institución” cuyo valor central está determinado por dos funciones vitales para el hablante, y en las que participa como un factor relevante la economía pulsional: la transmisión de la cultura y la habilitación del lazo social.  En este texto, Lacan propone leer la familia a partir de la conjugación de tres complejos.  Formaciones psíquicas en las que quedan involucradas diferentes personas, por medio de un circuito de relaciones que vehiculizan tanto al deseo como el goce. Son nudos, en donde quedan comprometidos los cuerpos relacionados, a raíz de las marcas que resultan de su encuentro, y cuyo resultado jugará un papel importante en la constitución subjetiva de cada individuo, a través de  la textura que adquieran dichas marcas - que en ese momento teoriza como imagos (3).

Freud, también desde sus inicios, en el “Proyecto de psicología para neurólogos” destacaba la importancia que tiene ese otro que auxilia al niño en los primeros cuidados.  Un/a niño/a nace en un estado de prematuración, de “desamparo primordial”, por lo que requiere el auxilio de un otro, cuya “acción específica” esté dirigida, no sólo a satisfacer las necesidades, sino también, a poner en juego una coordenada libidinal que se lee a partir de una trenza entre amor, deseo y goce.  Los primeros encuentros entre el infans y sus Otros primordiales dejan trazas, marcas, que serán el fundamento y promoverán, en el mejor de los casos, ese segundo nacimiento que da lugar a un sujeto que podrá o no tomar la palabra. En resumen, un ser hablante es producto del interjuego de demandas y necesidades, donde el deseo se gesta como resto, al descontarse entre esas miradas que vibran, esos cantos que arrullan, y esos olores que pintarán recuerdos, dándole lugar a la cadencia singular con la que cada quien delinea los tiempos de la vida.
La familia, en este sentido, es ese conjunto de personas encargadas de subjetivar a un niño o una niña, introduciéndoles al lenguaje. Un modo de lazo, por medio del cual, además de la educación y la crianza, se transmite un deseo. Y en ese punto se juega un dato fundamental que es necesario diferenciar: la familia y lo familiar. 

Lo familiar queda circunscripto para el psicoanálisis, a esa transmisión que se da de forma irreductible (4), a partir de las posiciones deseantes de quienes se encuentran implicados en el vínculo afectivo. Es decir, nos remite a la lectura de la posición que cada integrante de esa familia ha podido construir al encontrarse con la castración - encuentro que no es de una vez y para siempre, sino que se da una y otra vez, y en cada vuelta exige una nueva apuesta que trae ecos de aquellas  marcas de su familia de origen - y que re-percute en la manera en que los cuerpos quedan comprometidos en el encuentro.  Desde esta perspectiva, tanto la elección del partenaire, como los modos en los que se acoge un hijo o hija en el seno familiar redirige al analista a la lectura de lo que Lacan bautizó “constelación familiar del sujeto” (5): una trama discursiva llena de hiatos, acentos, silencios, varios traspiés y algunos desgarros, que cuentan sobre los contratiempos que han precedido al recién venido, y que impregna con su coloratura, desde su prehistoria hasta su futuro.  Esta constelación hecha de los rasgos que conformaron la unión parental y sus respectivos accidentes, adquirirán una nueva complejidad, por medio de una reconfiguración significante, que conforma la red simbólica por donde lo imaginario y lo real arman su anclaje.  
Lo familiar, en este sentido, es solidario de las marcas en las que se apoyan la función materna y paterna para fundar su operatoria, y a su vez son las que fundamentan la constitución del cuerpo como una superficie de escritura. 

En la conferencia de Ginebra sobre el síntoma Lacan lo sintetiza de una forma clara Los padres modelan al sujeto en esa función que titulé como simbolismo. Lo que quiere decir, estrictamente, no que el niño sea el principio de un símbolo, sino que la manera en que le ha sido instilado un modo de hablar, no puede sino llevar la marca del modo bajo el cual lo aceptaron los padres.”(6)

Instilar quiere decir echar “gota a gota” un líquido en otro, pero también infundir o introducir insensiblemente en el ánimo una doctrina o un afecto, según el diccionario de la Real Academia Española. Por lo tanto lo familiar habita en las marcas del cuerpo hablante.  Es desde aquí que podemos leer lo que Lacan desarrolla en “Dos notas sobre el niño” al decir que, en su síntoma, cada niño/a, responde a la verdad de la estructura sintomática familiar.  Lo mismo ocurre al momento de pensar la función materna (los cuidados signados por cierta carencia) y la función paterna (vector que marca cierta orientación respecto al deseo).

La importancia de recuperar el significante “familia”, y distinguirlo de aquello que llamamos “lo familiar”, nos permite considerar esos sutiles detalles que pueden desorientar nuestra posición, hacia una escucha inquisidora o educativa, respecto a los padres y parientes, tanto en la clínica como en los distintos dispositivos que habitamos como analistas. Al mismo tiempo nos permiten afinar el oído respecto a cómo se han jugado, y se juegan, aquellas operaciones constitutivas en el padecimiento subjetivo, tomando en cuenta que la familia es ese lugar en el que se funda como matriz el Gran Otro, en tanto lugar de la palabra, y sustento de lalengua - marcas de goce y fundamento del ser hablante.
En definitiva, la familia no es algo dado, sino más bien se constituye como el tratamiento de lo familiar (7), cuyo correlato causal se ubica en la no relación/proporción sexual que define al serhablante como un cuerpo afectado por el lenguaje.

El Otro social y la familia

Un segundo punto importante a tener en cuenta, es que toda familia existe dentro de una sociedad.  Se encuentra afectada por el Otro social; por los modos en que los discursos de cada época ofertan una forma de hacer lazo, de regular el encuentro entre los cuerpos; y por lo tanto un modo de hacer con los goces. Lacan pregonaba que los discursos atrapan los cuerpos, lo marcan, lo metamorfosean, modulando (8)así el vínculo social. Hoy asistimos a los equívocos lenguajeros de las nuevas formas de crianza –una crianza respetuosa a “libre demanda” que no significa libre “de” demanda y que al mismo tiempo implica un determinado tipo de elección: “la maternidad será deseada o no será” reza el dicho.  Por consiguiente debemos revisar y redefinir de qué se trata el deseo de hijo en esta coyuntura.
Por otro lado, se habla de “ma-parentalidades”, respecto a los roles y funciones de quienes componen la familia; a la vez que acudimos a una marcada diferencia ente progenitores y parientes del corazón, que inscribe una brecha discursiva, cuyas implicancias inciden directamente en la constitución de las identificaciones y el armado de la novela familiar.
Al mismo tiempo somos presa de un avance irrefrenable de técnicas de procreación médicamente asistida, que nos deja pendiendo de ese “vértigo tecnológico” (9) que trastoca los fantasmas de origen. La sexualidad desconectada de la procreación, y ésta a su vez de la gestación, hacen que la reproducción tome un nuevo matiz por medio de las técnicas que intentan borrar la marca de la contingencia en la creación de una nueva vida -empresa que por otro lado es imposible, ya que el nacimiento siempre conlleva un real traumático ineludible.  La manipulación de los óvulos y espermatozoides; así como el alquiler de vientre; y las distintas maneras de intervenir en la fertilización, generan cierta ilusión de dominio respecto a enfermedades o problemáticas por venir, basada en una predicción que se pretende exacta, pero cuya fundamentación se diluye en un dato meramente estadístico.  Un conocimiento predictivo trae aparejado un exceso de representaciones, que muchas veces desconcierta y deja indefensos a quienes deben tomar una decisión respecto a qué hacer con ese pequeño o esa pequeña por venir. (10) La pregunta que se presenta allí es ¿qué ficciones se construyen, cuando esto es posible, para responder cuando dicha “predicción contemporánea habla el lenguaje de la probabilidad” (11)?.  Esto no le quita importancia la información que aporta la ciencia al momento de pensar cómo intervenir en los tratamientos de determinadas problemáticas.  No se trata de fundar un visión negativa y oposicionista hacia el avance tecnológico, sino de estar advertidos de la repercusión que pueden tener al momento de pensar lo familiar.

Los signos de nuestra época, traducidos en lo dicho recientemente de una forma acotada, inciden en las identificaciones que dan lugar a un sujeto, así como también en las legalidades que (des)orientan a la familia, o mejor dicho, que la constituyen como un “síntoma contemporáneo” (12)- en palabras de Hélene Bonnaud.
La importancia de leer la familia a la luz de estos tiempos, consiste en pesquisar los efectos que esto tiene al momento de la escrituración de un cuerpo en el lazo.  Las formas en que se vehiculizan la interdicción del incesto y la posibilidad de la salida exogámica, el encuentro con el mundo fuera de la familia, que nunca es un completamente fuera.
El desarrollo realizado hasta aquí nos va a permitir pensar la segunda parte del sintagma con el que abrimos el texto: “dentro del campo de la discapacidad”

Una historización del campo de la discapacidad

Históricamente el término discapacidad se ha utilizado para señalar la diversidad humana, intentando circunscribir esa diferencia en nombre de una falta, falla, o limitación, en relación a una capacidad o función.  Este modo de concebir la discapacidad tiene su correlato en la definición de una causa (accidental o congénita) y se asienta en un tipo de cuerpo reducido a su organismo. Allí podemos ubicar el modelo de prescindencia y el modelo médico rehabilitador, que abordó a la discapacidad como un rasgo deficitario y estigmatizante, para aquel que se lo consideraba portador del mismo. 

El modelo de prescindencia hunde sus raíces en las sociedades de la Antigüedad, donde el destino de las personas con discapacidad era la muerte.  Entre los siglos IX y XI a.c., los recién nacidos con signos de debilidad o algún tipo de malformación eran lanzados desde el Monte Taigeto. En la Roma Imperial, mientras tanto, la roca Tarpeia cumplía igual propósito con los niños y los inválidos congénitos y ancianos.  En la Edad Media la iglesia condenó el infanticidio y alentó la idea de atribuir a esas “anormalidades” una causa sobrenatural, considerando poseídas a las personas con alguna diversidad. Se procedió a ubicarles en distintos recintos.  Luego se inventaron los asilos, que posterior al Renacimiento, pasaron a manos del Estado, surgiendo así hospitales que se encargaban de la asistencia de ciertas necesidades. A partir de los siglos XVII y XVIII, quienes portaban este estigma eran ingresados en orfanatos, manicomios, prisiones y cualquier otro tipo de institución estatal.
A partir de la relevancia que adquirieron los enfoques neopositivistas y racionalistas, en el siglo XIX, y las personas con discapacidad pasan de ser un sujeto de asistencia a un sujeto de estudio, fundamentalmente psicomédico-pedagógico, sin considerar la equidad en materia de derechos.

Así nace el Modelo Rehabilitador, en el siglo XX. que se inicia entre las dos grandes guerras, consolidándose fuertemente luego de la Segunda Guerra Mundial.  El mismo se caracteriza por admitir que el problema (la discapacidad) se localiza en el individuo, ya que es en su deficiencia (física, mental o sensorial) y en su “falta de destreza” donde se ubica el origen de sus dificultades. Desde esta perspectiva, se hace necesaria la “intervención” de un equipo de especialistas (Medicina, Terapia Física, Terapia Ocupacional, Psicología, Trabajo Social, Educación Especial) que conforme un dispositivo para llevar a cabo un proceso rehabilitador que responda a la problemática.  Dicha respuesta será efectiva según el grado de destreza funcional alcanzada o recuperada, desestimando los efectos que esto tiene en el lazo social, como por ejemplo las consideraciones necesarias para un trabajo digno y bien remunerado.
Salteándonos algunos hitos importantes de la historia, que se circunscriben a los movimientos que han logrados la distintas “comunidades discas” (13),  cuestión que quedará para un trabajo futuro, llegamos al modelo social de la discapacidad, que rige nuestra época, donde se la identifica como un “efecto de las barreras sociales”.

El paradigma social de la discapacidad pone el acento en los modos en que el discurso social sanciona los rasgos singulares de cada individuo y los efectos que esto conlleva a la hora de pensar su lugar en la comunidad.  Una persona en situación de discapacidad es alguien confinado a pertenecer, de manera segregativa, a una minoría que lleva impreso el sello de un valor en menos.  La nueva lupa puesta sobre la discapacidad continúa ejerciendo su peso y su reflejo asfixiante e incinerador sobre la persona, y no sobre la situación discapacitante en clave discursiva.  Esto ocurre porque la deriva del cuerpo orgánico insiste aún, pues no dejamos de hablar de discapacidades motoras, visuales y mentales, cuando la discapacidad es del Otro, en tanto es el lenguaje el medio por el cual se marca el valor de una diferencia en el lazo.  La diversidad es inherente al ser hablante.  Todo cuerpo es diverso en el sentido en que ha podido constituirse con los recursos que las contingencias de su historia les han proporcionado. En este sentido, los desarrollos que el psicoanálisis puede aportar en relación a sus teorizaciones sobre el cuerpo hablante –cuerpo que es uno y múltiple a la vez– así como también las lecturas respecto a la función estructurante que tiene el significante en el lenguaje, y el inconsciente (un saber no sabido que mora en los intersticios de la palabra), abren el juego para que un sujeto pueda dar cauce y volumen a su voz. Pensar las tensiones que existen entre el campo de la discapacidad y el campo lacaniano del goce, nos permiten introducir una modulación subjetivante que hace pie en la posición ética del analista-lector.
El discurso de la discapacidad circunscribe un territorio en el sentido en que la física moderna explica lo que llama un campo: la representación de la “distribución espacial de una magnitud física que muestra cierta variación en una región del espacio.” (14)Un campo es una delimitación espacial, definida a partir de una función específica –en el sentido matemático– en la que se establece un juego de fuerzas que alteran las condiciones de dicho espacio, así como también la de los elementos que lo constituyen. Si pensamos entonces el campo discursivo de la discapacidad, a partir de lo desarrollado previamente, podemos leerla como ese territorio signado por la deriva deficitaria que deja a un cuerpo al ser captado en una sola de sus dimensiones, la biológica, y que funciona, de modo operativo, ejerciendo un juego de fuerzas de atracción y repulsión. Allí el lenguaje aporta su consistencia de ser, al ubicar a quiénes pertenecen y a quiénes no a la categoría de persona en situación de discapacidad.

En resumen, el campo de la discapacidad ubica la delimitación de quién es portador o no de dicho signo. Por más que cambien las denominaciones (ya no se habla de discapacitados o personas con discapacidad, sino de personas en situación de discapacidad) hay algo de la estigmatización que aún hoy este campo porta, algo que arrastra como sedimento, como eco de la historia.  En otro lugar (15)trabajé la vertiente significante de la discapacidad, a la hora de pensar el efecto sujeto. En esta ocasión me gustaría centrar el enfoque en una hipótesis conjetural respecto a cómo pensar la relación entre el campo discursivo de la discapacidad y el campo lacaniano del goce. 

El campo de goce: una conjetura psicoanalítica

El campo lacaniano, el campo del goce o los goces, desborda cualquier intento de delimitación en el sentido de un espacio euclediano, un adentro y un afuera claramente definidos. La incursión en el mundo de los estoicos, especialmente en lo que respecta a la discusión que mantuvieron con Aristóteles y la interpretación de la “ousía” (sustancia), así como el recurso de la topología, le permitieron a Lacan desembarazarse de esta problemática y ser irrespetuoso con el pensamiento que ligaba ambas nociones de forma opuesta y contraria.  El ser hablante, definido por las dimensiones de lo real, lo simbólico y lo imaginario, hace la experiencia de lo interior y lo exterior, del adentro y el afuera, sólo a partir de los efectos que tiene un corte significante, pues estos lugares no están dados de entrada. En este sentido, Lacan se expresa en su escrito Radiofonía:

"El significado será o no será científicamente pensable, según que posea un campo de significante que, por su material mismo, se distinga de cualquier campo físico obtenido por la ciencia.”(16)

Prácticamente todos los conceptos claves del psicoanálisis están pensados desde esta lógica. Solo para mencionar algunos ejemplos: el trauma (suceso que no se reduce a un hecho objetivo en sí, ni tampoco a una interpretación subjetiva, sino que tiene lugar por la vía de la contingencia y la tyche), o el objeto a (objeto amboceptor cuya propiedad es ser una nada operativa y que se experimenta como lo más íntimo y extranjero a la vez, de esa relación primordial con el Otro).
La conjetura de un campo psicoanalítico, que incluya los goces en juego, es solidaria de una zona indefinida, en donde un cuerpo adviene como superficie de escritura, a partir de un corte significante, cuyo efecto no es sin la implicancia de la puesta en ejercicio del goce (17), en sus distintas dimensiones.  Entendemos al goce como la relación de discordancia que el cuerpo le plantea a todo ser hablante.  Toda la obra de Lacan podría decirse que testimonia de un esfuerzo por formalizar los modos de dicho tratamiento.
En sus últimas elaboraciones, Lacan va a plantear como corolario del campo en el que se inscribe la experiencia analítica, la existencia de una “sustancia gozante”. Noción más que compleja, ya que no remite a ningún tipo de sustancialización del goce -operación de lectura que condenaría al psicoanálisis a una ontologización o lo declinaría a una psicología del misticismo.
La sustancia gozante no se define ni por la materia orgánica del cuerpo, ni por la materia del sonido que transporta el lenguaje. Ricardo Goldenberg propone que esta noción trata al goce como sustancial y no como una sustancia, y en ese sentido se desustancializa al cuerpo (18). Dirá entonces:

"La condición de semejante sustancia es la estructura, o sea, el significante en el lenguaje, que nos da como corolario un nuevo concepto de cuerpo" (19)

Este es un movimiento escritural que desgaja al cuerpo en sus múltiples dimensiones, cuya lógica es planteada desde los diferentes modos en que se tensa y se afloja el nudo de las mismas –efecto de la ficción y el canto de la palabra.
La linguistería que propone Lacan intenta desentenderse de cualquier intuición o experiencia sensible, que ponga al afecto como primero.  Los afectos son efecto de la incidencia del significante en el cuerpo, de lo que hace cuerpo del significante.  Y en ese sentido no hay sustancia gozante sin significante.
Este rodeo que dimos, para pensar una intersección posible entre el campo del psicoanálisis y el campo de la discapacidad, nos sirve al momento de trabajar con las familias que están signadas por esta “situación de discapacidad”. Es decir, por las conformaciones familiares en las que este significante de la discapacidad ha marcado un modo de lazo, y un rumbo posible para esos cuerpos en juego.
Al entrevistarnos con los familiares de nuestros analizantes -niños, niñas y jóvenes- así como también cuando nos encontramos dentro del dispositivo de entrevistas escolares, lo que nos interesa es poder pesquisar esos significantes que han servido de amarra para el sujeto, así como también los significados que han obturado las posibilidades de amplificar su voz.

¿Cómo entender e intervenir sobre esas modalidades de cuidado que adquieren cierta fijeza?
Por ejemplo, en la sobreprotección que ejercen algunos familiares, y que a su vez genera una dependencia en los hijos y las hijas, puesto que lo que allí carga las tintas de sus inseguridades se basa en la idea de que no van a poder resolver los impasses que le presenta la vida en sociedad. Sobre todo, en esta sociedad donde no abundan los espacios que alojen desde la ternura.  O la seudoadaptación, traducida de una forma aberrante como la exagerada aceptación de un hijo, cuyas consecuencias son la excesiva indulgencia y tolerancia.
Maud Mannoni (20) se refería a la discapacidad como ese significante que atenta contra la imagen del niño deseado e influye en la reorganización de lo familiar. Y proponía abordar la cuestión a partir del duelo de esas fantasías creadas y recreadas en el inconsciente de los padres.  Fantasías que no sólo son respuesta al resquebrajamiento del narcisismo, sino también un modo de metabolizar, de leer e intentar escribir aquello que no entra en la palabra ni es recubierto por la imagen. Esa mancha en el espejo que debe tornarse un blanco que haga al sujeto apto para ser deseado.

Desde estas coordenadas es que nos disponemos a la escucha, en cuerpo, de las familias. Entendiendo que el inconsciente es producto de los efectos que el lenguaje imprime en los cuerpos que habitan el lazo. Un saber cuya particularidad es que no se necesita saber para gozar de él (21). Y donde se encuentra la materialidad con la que se construyen los significados, que es la misma con la que se pueden equivocar, y por lo tanto torcer, los destinos de los seres hablantes.
Entonces el abordaje con las familias, y específicamente aquellas que se encuentran dentro del campo de la discapacidad, no busca la aceptación de sus roles y funciones, en tanto tutores que deben cargar con todas las desgracias que les han tocado en suerte. Tampoco se trata de una orientación por los buenos senderos marcados por el discurso de turno.  Mucho menos de una escuela para padres y parientes, donde se aprende a ser resiliente a los embates que el destino les ha escrito. 

Muy por el contrario, en tanto analistas, nos dejamos tomar por ese influjo transferencial que permite acompañarlos a detectar los nudos de su historia. Intentamos leer cuáles fueron las cartas que les han tocado, y cuáles fueron las jugadas realizadas en cada partida, para entender la coyuntura dramática que los ha traído a nuestro encuentro. De ese modo ponemos a hablar a ese Otro que yacía a la espera de poder ubicarse como tercero, como ese lugar donde cada familiar puede barajar de nuevo, y lanzar la apuesta por su verdad en una nueva jugada.

Bibliografía
Ansermet, Francois. La fabricación de los hijos. Un vertigo tecnológico. Buenos Aires. San Martin. Unsam Edita. 2018
Bonnaud, Hélene. El inconsciente del niño. Del síntoma al deseo de saber. Madrid.Ed. Gredos. 2014
Freud, Sigmund. Proyecto de Psicología para neurólogos. (1950 [1895]). Tomo I. Obras Completas. Buenos Aires. Amorrortu Editores.
García, Walter. La discapacidad en situación de sujeto. En clinicar la discapacidad. El sujeto en espera. Buenos Aires. Ed. LA docta ignorancia. 2021
Goldenber, Ricardo. Conjetura de un concepto de campo en psicoanálisis.( https://elreyestadesnudo.com.ar/wp-content/uploads/2023/06/05-CONJETURA-DE-UN-CONCEPTO-DE-CAMPO-EN-PSICOANALISIS-RICARDO-GOLDENBERG.pdf )
Lacan, Jacques. El mito individual del neurótico. Buenos Aires Paidós. 2009
Lacan, Jacques. Otro escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012
Lacan, Jacques. Dos notas sobre el niño. Intervenciones y textos 2. Manantial. 2007
Lacan, Jacques. Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos 2. Manantial. 2007
Mannoni, Maud. El niño retardado y su madre. Paidós.2005
Montezanti, Martin. Clinica de lo familiar. Apuntes lacanianos de una praxis. Ed. Letra Viva. 2019
Peusner, Pablo. Padres, madres y parientes de niños en análisis. España. Ediciones S&P. 2023
Roudinesco, Élizabeth. La familia en desorden. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica, 2013.
Travesani, Daiana. Me proclamo disca me corono renga. Rosario. Laborde Libros editorial. 2022

Notas

(1)     Roudinesco, E. La familia en desorden.

(2)     Lacan, J. Otros escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012

(3)     Lacan, J. Dos notas sobre el niño.  Intervnciones y textos 2. p.56

(4)     Lacan, J. El mito individual del neurótico. Paidós. p.25

(5)     Lacan, J. Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos 2. p. 124

(6)    Utilizo el térmio modulación, en relación a su definición dentro del campo sonoro. Modulación es cambiar de una tonalidad a otra dentro de una misma pieza musical.  Cuestión que puede realizarse de forma directo o por medio de alguna cadencia.

(7)     Ansermet, p.138

(8)      Ansermet, p.141

(9)     Bonnaud, H.

(10)   Goldenberg, R…….. p.2

(11)   García, W. Clinicar la discapacidad. El sujeto en espera. La docta ignorancia

(12)   Citado de Goldenberg, R. Conjetura… p.2

(13)   Goldenberg, R ...p.9

(14)   Goldenberg. R. Conjetura...p.10

(15)    Mannoni, M. El niño retardado y su madre.

(16)   Lacan, J. Conferencia… p.123

(17) Complejo de destete
"El complejo de destete representa la forma primordial de la imago materna.  De ese modo, da a lugar a los sentimientos mas arcaicos y mas endebles que unen al individuo con la familia." (p.30) En este punto queda precisado que la "Imago Materna" revela en primera instancia, que la función materna se soporta de un lugar Otro, y que no coincide, ni en su totalidad ni en todos los casos con la mamá del niño o la niña.  Esta imago, para que se constituya cierta coordenada de la familia, debe ser "sublimada", y sólo así podrá introducir nuevas relaciones con el grupo social. Si esto no llegase a ocurrir, cierta impronta mortífera impregnará los modos de vinculación. Más adelante, con los subsiguientes desarrollos esto podrá ser leído en términos de castración.  Si la castración de la madre no se inscribe, se verá trastocada la coordenada tiempo-espacio que de cuenta de la escritura del sujeto como dividido, lo que decantará en ciertas problemáticas en la construcción del fantasma, como marco del deseo que organiza la respuesta subjetiva frente a la falta.
Complejo de Intrusión:
Este complejo pone en juego la función de la imago del semejante, en ese tiempo lógico previo a la constitución del yo (moi), que se erige como cierta identidad (sustentada por un conjunto de identificaciones) y que se confunde con la imagen que lo forma, alienación imaginaria.  Lacan llama "intrusión narcisista" a esta operación que luego profundizará en los desarrollos del Estadío del espejo. En resumen, este complejo es el fundamento de la dimensión especular de las relaciones del sujeto con sus otros.  Si bien, el modelo es el nacimiento de un hermano o hermana, entra en este complejo cualquiera que venga a posicionarse en este registro, respecto del amor del Otro. Si el grupo familiar queda reducido a este momento puramente imaginario, Lacan propone que favorece a la eclosión de una psicosis, donde se observan la mayor parte de los delirios de a dos. Esta relación dual puede llevar a la locura si allí no se anuda el tercer complejo.
Complejo de Edipo:
Complejo de donde se desprende la función paterna como un operador de interdicción y sustitución, que organiza la respuesta frente al obstáculo interno mismo de la pulsión (agujero y falta de objeto para satisfacción). "Freud considera que este elemento psicologico constituye la forma especifica de la familia humana y le subordina todas las variaciones sociales de la familia." (p.62). El complejo de Edipo entonces, aporta la articulación significante (Nombre-del-padre) que organizará de cierto modo la sexualidad, y por lo tanto  implicará un tope al goce al encausarlo por medio de una doble prohibicion: del incesto y el parricidio. De ese modo se constituye la fratría y el orden de la sucesión de las generaciones.  Es decir, un corte y una discontinuidad respecto del Otro, que despliega los efectos falizisantes en la trama familiar, al establecer una distancia específica al deseo, transfigurandolo en deseo de Otra cosa. Si el Otro materno asume la posición de castrado, el niño o la niña puede preguntarse “Qué me quiere?”, y armar entonces su "novela familiar", reeditando su posición desde las "teorías sexuales infantiles" que responden al malentendido de goce de los que lo precedieron: ese modo singular de vivir, cada uno, la pulsión, de enlazarse, amar, desear, desde la imposibilidad de complementariedad de los sexos. Allí radica la importancia de la fantasía (la de ser adoptado, la de pertenecer a otra familia, la de infidelidad de los padres) siempre alrededor del goce y en el lugar de la falta. Entoces lo que cuenta la novela familiar es el modo en que el niño se fue separando de ese Otro (metáfora paterna).  Esa ficción que arma la novela, es una articulacion significante que produce efectos de sentido, y el Complejo de Edipo, allí en su función de mito, escribe cierta forma del borde. Fijense que el sintoma del niño entonces siempre se cuenta dentro del campo de la fantasía donde aun no se descuenta del campo de los padres.
Estos tres complejos son los que luego escribirá con los matemas (DM, NP, a) para dar cuenta de sus esquemas y formulaciones.

(18)      Esta distinción es tratada con mayor profunidad en los textos que compilan Martín Montezanti en la publicación denominada Clinica de lo familiar. Apuntes lacanianos de una praxis. De editorial Letra Viva.

(19)     Sintagma acuñado por Francois Ansermet, en su libro “La fabricación de los hijos. Un vértigo tecnológico”, para dar cuenta de los efectos que tienen las nuevas tecnologias en la constitución del parletre.

(20)     Modos en que hoy se conocen a los colectivos activistas que luchan por los derechos de las personas en situación de discapacidad.

(21)      En este sentido podemos pensar la enigmática frase que Lacan suelta en su seminario Encore...

 

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