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Número 16 - Noviembre 2024
El miedo, el sueño, lo infantil (*)
Ana Cecilia González


Del intrincado proceso comúnmente denominado “adquisición del lenguaje”, solo tenemos noticias por algunos hitos que lo hacen visible.
Entre esos mojones, hay una zona de claroscuro, cuando se enciende el motor del habla, en la que casi al mismo tiempo se vuelven tangibles los abismos ordinarios (1) que cala el lenguaje.
Su signo visible es el temor, incluso el terror, se habla entonces de “los miedos infantiles”, es decir, unos temores considerados evolutivos y propios de la infancia. Es también el momento de las primeras pesadillas, variedad del sueño que hunde sus raíces en la intersección entre el miedo y lo infantil, en la tierra fértil de la angustia.

El juego, la pesadilla, la fobia
Un nene de poco más de dos años aprende una canción de arañas y elefantes, la canta con entusiasmo, pide que le dibujen esta pareja dispar, la reconoce en cuentos y en la televisión.
Luego, en un viaje a la montaña, ve arañas y las enseña jubilosamente al Otro– ¡Mira mamá, una araña!
Poco tiempo después, el mismo llamado, pero otra enunciación. En medio de la noche, despierta llorando y grita asustado –¡Mamá! ¡¡Arañaaa!!! ¡Ayuda! Al día siguiente, los bichitos que hasta entonces fueron objeto de juego e interés, le provocan esa mezcla angustiosa de miedo y fascinación que reconocemos en las fobias.
¿Qué sucedió? El sentido común lo resuelve con una simple deducción: tuvo una pesadilla con la araña, entonces les tiene miedo. Se explicará al niño una y cien veces que no le hará daño, se le dará consuelo cuando haga falta, y un buen día la araña pasará el olvido, con suerte perdurará como anécdota.
En efecto, este pequeño relato es un ejemplo de lo que Freud, en el inicio de su investigación y del siglo XX, llamaba “las enigmáticas fobias de la primera infancia” (2), catalogándolas junto a los miedos atávicos, en el borde de la humanización: la oscuridad, la soledad, el extraño.
Pero hay casos en los que la angustia persiste y el temor no se deja reducir fácilmente, entonces la fobia cristaliza y aumentan las prevenciones y limitaciones.
A veces, la fobia y la angustia preocupan lo suficiente como para motivar una consulta, sobre todo cuando se trata de niños que han dejado atrás la primera infancia. Es por el testimonio de aquellos a los que se presta escucha, concediéndoles la dignidad del analizante, que podemos entender mejor la función del sueño en tanto acto psíquico, así como sus particularidades en la infancia.

La angustia, el sueño, el cuerpo
El sentido común no se equivoca del todo, en el historial del Hombre de los Lobos, Freud llega a decir que el sueño de los lobos –que lo miran desde el árbol enmarcado por la ventana– produjo la fobia a este animal (3), que el niño sólo conocía por los libros de cuentos. Este caso revela que el sueño en cuanto tal puede propiciar una respuesta tan elaborada como el síntoma fóbico. Lacan, por su parte, puso de relieve la “turbación anal” (4), es decir, la defecación que seguía a esta pesadilla reiterada, subrayando así los efectos de cuerpo que el sueño es capaz de suscitar.
Sin embargo, esta eficacia no lo convierte en factor causal del síntoma fóbico, sino que lo ubica como un valioso recurso. La fuerza que empuja y demanda respuesta no es el sueño, sino el afecto que hace de telón de fondo, a saber, la angustia.
La angustia es signo de la implicación del cuerpo, de su afectación más o menos marcada, pero también de su extrañeza, de la extimidad con la que cada quien ha de lidiar.
En efecto, el cuerpo encarna –valga la redundancia– los abismos de “lo desconocido, lo innombrable, lo indecible” (5), en lo heterogéneo del goce que lo anima.
Las fobias muestran con particular nitidez que el sujeto está, en palabras de Lacan, amedrentado (6) por su (im)propio goce. También, que el sueño cumple un papel fundamental para delimitarlo. Más específicamente, la clínica de las fobias muestra el uso del sueño en los avatares de la construcción y extracción del objeto a.

La fobia, el sueño, el objeto
Una fobia consiste en elegir un objeto para hacerlo funcionar como borde, es decir, para dar nombre a lo inefable, organizar el espacio y localizar la inquietante extrañeza del goce, poniéndolo fuera del cuerpo.
Con notable frecuencia, dicho objeto es “escupido” (7) por el inconsciente mediante un sueño. Tal es el caso del paciente ruso de Freud antes mencionado, pero también el de la pequeña Sandy que temía a los perros, observada por Annliese Schnurman, y el del paciente de Ruth Lebovici, que tenía miedo de un hombre con armadura, por citar ejemplos harto conocidos.
Como muestra el breve relato del miedo a las arañas, muchas veces el objeto en cuestión ya formaba parte del mundo del niño, siendo de gran interés y estando implicado en su actividad lúdica. De modo que no es que el inconsciente, sueño mediante, lo cree ex nihilo, sino que lo inventa como objeto fóbico al adscribirle una pluralidad de funciones.
Entonces tiene lugar un verdadero prodigio, que Freud denominó “trabajo del sueño”. Valiéndose de la metáfora y la metonimia se eleva un objeto cualquiera al estatuto de “significante todo uso”, es decir que se lo vuelve capaz de condensar una variedad elementos y representar una serie de personajes significativos, entre los cuales, y ante todo, el propio sujeto. Pero también, el trabajo del sueño realiza una escritura por fuera del sentido, que toma asiento en la materialidad sonora de lalengua. Esta escritura compleja procede al modo del rebus, encriptando, entre letra e imagen, las coordenadas más singulares, es decir, la cifra de goce de un sujeto.
El resultado es ese objeto polivalente y consistente en su investidura libidinal denominado objeto fóbico, que adquiere usos y destinos diversos en la vida de un sujeto. Entre ellos, suele valer como nombre: el paciente ruso es el Hombre de los Lobos, y Juanito sería fácilmente reconocible como el Niño de los Caballos.
En consecuencia, no resulta en absoluto indiferente de qué objeto se trate, sino que la elección tiene consecuencias, al decir de Lacan “hasta en el gozar” (8). Por obra y gracia del cifrado inconsciente, el objeto incide en el programa de goce, tanto por su calidad de significante como por sus propiedades imaginarias, capaces de condensar las resonancias de lo imposible de significar.
        
Lo ominoso, el sueño, el goce
El relato del niño que temía a las arañas, permite, en su extrema simplicidad, captar el núcleo de la operación fóbica y el papel del sueño en la extracción del goce fuera del cuerpo, condensándolo en un objeto que entonces suscita miedo y angustia.
Pero este proceso no tiene lugar de una vez para siempre, sino que a menudo resulta farragoso, pleno de meandros, al punto que puede dilatarse indefinidamente en el tiempo o desembocar en un impasse que eventualmente ocasione una consulta.
En algunos casos el temor y la angustia recaen sobre objetos inquietantes por su ubicuidad y su carácter sobrenatural o fantástico, dejando al sujeto en esa zona angustiosa que Freud describió como “lo ominoso” (9)–Das Unheimliche, es decir, lo familiar que se vuelve extraño.
D., de ocho años, no se anima a ir solo al baño, teme que alguien se le aparezca en el espejo. En la escuela tiene problemas porque, según dice, todos quieren más a su hermano mellizo, y cuando el padre, muy exigente, los compara en su desempeño, él siempre sale perdiendo. Al análisis trae una serie de cuentos de miedo que mira en Youtube, entre ellos el de una chica cuyo doble siniestro se arrastra porque no tiene piernas. Además, tiene pesadillas con Aywoki y Momo, dos monstruos virtuales de la época. En sesión los dibuja y me enseña los videos, esto lo tranquiliza levemente. Pero los espectros se multiplican indefinidamente, hay fantasmas en la cancha de su club de futbol favorito, salen payasos de las alcantarillas, etc. Produce una pesadilla: “Soñé que encontrábamos un perro al que le faltaba una pierna, intentamos ayudarlo, pero se murió desangrado, me puse muy mal”.
El padre pide una entrevista porque D. hizo un escándalo en la calle cuando vio a un hombre “discapacitado”. Explica que esto sucede hace un tiempo, les tiene mucho miedo, él se enoja porque “es discriminatorio”. Se le recuerdan dos dichos previos: temía que los mellizos tengan alguna tara por ser hijos de una madre adicta, que además no pudo criarlos, dejándolos a su cuidado; D. tuvo una neumonía y estuvo muy grave a los dos años, el médico dijo que podían quedarle secuelas.
Este breve recorte muestra, en primer lugar, lo fallido del proceso cuando el goce no puede ser localizado en un objeto, sino que se desliza metonímicamente de un personaje inquietante a otro. En segundo término, pone de relieve la eficacia de la escritura onírica, al situar una particular versión de la castración imaginaria. Habilita así la invención de un objeto fóbico harto peculiar, que, no obstante, logra condensar las coordenadas de un caso difícil, ofertando un significante al trabajo analítico.
M., una nena de siete años, tiene miedo que su papá no la busque de la escuela. La idea se le impuso un día y desde entonces ha invadido progresivamente su vida, bajo la forma de una freudiana “fobia a la soledad”, que le impide concurrir a las actividades que antes disfrutaba y, paradójicamente, la aísla cada vez más.
Dos sueños de esta soñadora prolífica, uno al inicio y otro al final de un tratamiento de pocos meses, dan muestra de la metabolización del goce. Esta vez, bajo una modalidad distinta de las anteriores, pues lleva la marca de la posición femenina, en la relación con otro cuerpo para articular el miedo, y en el uso de los semblantes como solución.
En el inicio, una pesadilla le da texto a la angustia: “Mi mamá le decía a mi papa que me lleve a la escuela, yo me subía al auto, pero de repente me daba cuenta que andaba solo, no lo manejaba nadie…  Esperaba los semáforos para poder bajarme, pero no podía porque era muy rápido… Estaba sola y me ponía a llorar”.
Otro sueño balizó la conclusión del tratamiento: “Llego a casa y lo saludo a mi papá, después voy al baño y veo que hay otro papá, y en la habitación ¡otro más! Y ahí me dio miedo, ¿cómo iba a saber cual era el verdadero?.... Después me di cuenta que también había muchas yo… ¡Éramos muchas, como los Minions! Una con carita triste, la otra alegre, la otra enojada, como los emoticones… ¡Era muy gracioso!”.
Estos breves recortes ponen de relieve el papel fundamental del sueño en la infancia, en diversos momentos y avatares del proceso de extracción del objeto, de modo que su lectura permite ir situando las operaciones subjetivas para arreglárselas con la extrañeza del goce.

Notas

(*) Este texto fue originalmente publicado como capítulo del libro: Berenguer, E. (Comp.) ¿Con qué sueñan los niños? El inconsciente y el deseo en la primera infancia, Barcelona, Ned Ediciones, 2020.

(1) Título de un libro de Catherine Millot.

(2) Freud, S. [1925-26] (1992): “Inhibición, síntoma y angustia”, en Obras completas, vol. XX.  Buenos Aires: Amorrortu. p. 129.

(3) Freud, S. [1918 [1914]] (1992): “De la historia de una neurosis infantil”, en Obras completas, vol. XVII.  Buenos Aires: Amorrortu, p. 102.

(4) Lacan, J. [2006] (2007): El Seminario. Libro 10. La angustia (1962-1963). Buenos Aires: Paidós, p.337.

(5) Brousse, M.-H. (2017): “El lobo, el tiburón y el cocodrilo”, en Miller J.-A. y otros: Los miedos de los niños. Buenos Aires: Paidós, p. 137.

(6) Lacan, J. (2006): “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma” en Intervenciones y textos II. Buenos Aires: Manantial, pp. 127-128

(7) Según la expresión de Lacan en R.S.I, clase del 15/04/75, inédita.

(8) Lacan, J. clase del 11/03/75, inédita.

(9) Freud, S. [1919] (1992): “Lo ominoso”, en Obras completas, vol. XVII.  Buenos Aires: Amorrortu.

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