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Número 16 - Noviembre 2024
El reencuentro con un cuerpo que piensa
Valeria Kovadloff

"El cuerpo y el espíritu son un solo movimiento..."
Antonin Artaud

Creo que el cuerpo es un territorio de descubrimientos no exclusivamente físicos. Mi experiencia es que desde el cuerpo y el mundo de las sensaciones en diálogo con el pensamiento, los descubrimientos y la operación de cambios también se manifiestan en términos de pensamiento.

La experiencia de la presencia en el cuerpo, la percepción del peso, de la piel, de los huesos, de los fluidos, de la energía renovándose y vibrante, generan también una claridad “mental”. Aparece una certeza del estar en el mundo que hace que, cuando termina la práctica, uno retome la vida desde una afirmación. Una sintonía mente-cuerpo que genera bienestar.

Actualmente es esto lo que busco en mis propias prácticas y en las que guío a mis alumnos. Una instancia de entrenamiento del habitar el cuerpo, para que no “lo llevemos” disociado de la mente, pero también para que registremos qué nos hace bien y qué no, que nos resulte “fácil” elegir a partir de saber escuchar al cuerpo. Sentir y verificar el cuerpo da serenidad, nos devuelve integridad.
 
Habitualmente llegan a mis clases cuerpos alienados, que hace mucho que no se escuchan. Veo cómo disfrutan de un reencuentro a partir del recorrido interno que les propongo en las prácticas.

Creo que esa es la clave: se trata de un reencuentro, en general no es una experiencia totalmente inédita. Todos tuvimos la experiencia de ser un cuerpo que informa lo que siente, un cuerpo que piensa y cuyas percepciones son determinantes para tomar decisiones, aunque no lo recordemos.

El bebé y el niño conocen a través de los sentidos. Son los sentidos los que nos ayudan a aprender el mundo, las diferencias respecto de nosotros e incluso dentro de nosotros mismos.

A medida que crecemos es la mirada la que se erige como sentido por excelencia, como vía de acceso al conocimiento, subordinando o acallando al resto de los sentidos. A la par aparece la palabra, la lectura, los discursos. En la vida de una persona, en nuestra cultura, una vez que estamos alfabetizados, los sentidos se subordinan a los discursos como fuente de conocimiento y la experiencia corporal pasa a ser nula o, en el otro extremo, catártica, donde el pensamiento queda desplazado. Una falsa dicotomía, engañosa.
Esa capacidad de escuchar lo que los sentidos nos informan, de codificarlo y aprehenderlo, incorporarlo y actuar en consecuencia, es algo que la modernidad, con la preeminencia de la “razón” y luego la posmodernidad, con las pantallas y la velocidad, han interrumpido como modo de aprender y conocernos.

Sin embargo, cuando improvisamos, la posibilidad de indagar en el cuerpo, en las sensaciones, para movernos desde ahí junto a otros estímulos: una idea, una imagen, una música, hace que lo que se despliega no sea mera mecánica del cuerpo. Hay un cuerpo pensante. Es el registro ampliado “cuerpo-mente” el que toma decisiones formales, rítmicas, espaciales, dinámicas y expresivas. Una sensorialidad, un diálogo, una escucha mutua.

Para mí, después de atravesar años de formación técnica del movimiento (que puede también resultar muy alienante y paradójicamente distanciarnos del cuerpo sensorial) esta experiencia se trata de un re-Renacimiento. A nivel personal y también como metáfora del momento cultural en la concepción del cuerpo, porque rompe con la ontología moderna del cuerpo como entidad dual para concebirlo como una integridad de aprendizajes inagotables.

Celebro que sea un campo abierto a más descubrimientos y diálogos entre sensación y pensamiento

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