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Número 16 - Noviembre 2024
El sacrificio de la función maternal
María Cristina Oleaga


Quiero cuentos, historietas y novelas
Pero no las que andan a botón
Yo las quiero de la mano de una abuela
Que me las lea en camisón. 

Marcha de Osías
(
María Elena Walsh)

Introducción
Hay un dato estructural -una metáfora bien conceptualizada por Freud- que, en el mejor de los casos, inaugura el lugar que un hijo ocupa para la futura madre. El niño, así, queda ubicado como el que llega para cumplir todas las expectativas, pero “(…) al que por su bien hay que domesticar” (1). Esta última tarea está jaqueada por presupuestos de moda que me interesa señalar. Cómo se cumple y cuáles son los efectos del encuentro Otro/infans depende no sólo de las particularidades de cada intercambio sino que también se nutre con determinaciones socio epocales. En este sentido, quiero centrarme en el tema del sacrificio de la función maternal bajo el peso de algunos mandatos actuales.

Si el Rey está desnudo ¿entonces qué?
La tantas veces mencionada decadencia de la función Nombre del Padre tiene -a pesar de que su mención repetida vaya esfumando la contundencia de la afirmación-  consecuencias muy importantes en la producción de los síntomas actuales. Diría incluso más: tiene peso decisivo en la constitución de la subjetividad desde el intercambio inicial. Freud marca un camino al situar el malestar de su época y, desde allí, evaluar los síntomas que provoca. Nos toca ahora -y frente a la falta de aquella única brújula que sabía decir qué era un hombre y qué una mujer y cuáles eran los intercambios posibles en su relación- averiguar cómo se ubican los sujetos ante las cuestiones que los interpelan y a quiénes atribuyen el saber.

A falta de un sentido ordenador, las identificaciones pueden presentar una liquidez notable, el goce puede exceder los límites que lo simbólico le imprime, el imaginario puede proliferar como sostén precario para la difícil tarea de criar. Estamos inmersos en un sistema en el que el mercado siempre está listo para tomar sobre sí el lugar de comando. Parece siempre atento al  surgimiento  de soluciones  que sabrá estimularpara cubrir la falta de certezas y responder al consecuente desasosiego humano. Con ello puede originar algún despliegue de mercancías y, por lo tanto, de ganancia. Podríamos, para ser justos, reconocer también las ventajas de las operaciones que vinieron a conmocionar la dominación del saber del patriarcado y en las que la difusión del Psicoanálisis tuvo que ver. En este sentido, que el Rey aparezca desnudo es también la clave para lo que ha sido el reconocimiento de las particularidades de la sexualidad humana, su disarmonía esencial. Sin embargo, no quiero avanzar en este sentido sino en el de investigar lo que ha puesto de moda el mercado en esta posmodernidad, lo que dictan los nuevos gurúes de todo tipo, para ocupar el lugar del saber vacante.

La madre, sin Rey, se deja orientar
El lugar maternal, del Otro primordial, que ha de ser ocupado por alguien en particular, es clave en la constitución del sujeto a venir. De ese encuentro depende la humanización de esa criatura. Lo que está en juego es el nacimiento de un sujeto, bajo las marcas del lenguaje -a través de la palabra de ese Otro- y también de una erótica maternal que, sublimada, toma el camino de la ternura. Es muy importante que una asimetría esencial habite esa dupla. No voy a detenerme en las operaciones estructurales por las que el Otro interviene y el infans responde, sino que vamos a suponer que se dé esta dialéctica, como sucede -sorprendentemente- casi siempre. El Otro primordial, entonces, tiene un lugar clave, de garante, en esa operación que comienza incluso antes de la concepción, con el deseo de hijo.

Hay una narrativa, un entretejido simbólico, con sus trazos y sus agujeros, que forma el lecho discursivo en el que se alberga al hijo. Desde esa tradición familiar singular,  hablamos de ellos antes de que nazcan y, luego, lo hacemos en contacto con ellos y, así, incluso se marca el cuerpo. Es la dialéctica por la que se construyen las pulsiones, que no son los instintos sino los modos propios de los humanos de acceso tanto a la satisfacción como al sufrimiento, entendido como goce o satisfacción inconsciente. En este sentido, es ese Otro el que se ofrece de garante tanto de la aparición de un sujeto allí donde había un recién nacido como, más adelante, de que su cuerpo le pertenezca. Es un camino que parte del caos inicial -el que abarca tanto a la madre como al bebé- y alcanza cierta armonía; es un camino de creación particular. Contamos hoy, sin embargo y a partir de la desorientación general, con un repertorio de respuestas standard que buscan aplacar la angustia materna con la recomendación de recetas varias.

Me interesa señalar que lo que se sacrifica con estas guías para la madre desorientada son aspectos centrales del lugar constituyente de la madre o del Otro en cuestión, sea quien sea el que encarne ese lugar. Se trata de una moda que ubica al niño en el lugar del saber, como si estuviera guiado por el instinto, y deja a la madre, en un sentido, a la retaguardia, a la espera de las actitudes, decisiones y definiciones que vienen del hijo. Es un lugar más pasivo, a la espera de la aparición de ese saber supuesto al hijo.  La madre, ese Otro primordial que humaniza, debe aceptar y corresponder. Lo que queda afectado/sacrificado, en esta opción, es el ejercicio del lugar constituyente que dicta lo que sucede, que interviene activamente sobre el infans.

Las doulas
Si bien tradicionalmente las mujeres de la familia cumplían con el rol de acompañar a las madres primerizas, esta función se fue desprestigiando y el lugar fue profesionalizado y comercializado. Las doulas, nombre que proviene del griego sirvientas, son mujeres que actualmente se ofrecen para acompañar a las madres desde el último trimestre de embarazo hasta los primeros meses del bebé. Se supone que el apoyo psicofísico y los consejos calman la angustia y encaminan a la futura madre. Este soporte se ejerce por fuera de las tradiciones de las familias de origen y recaen, por ejemplo, en discursos que son productos del mercado.  Las modas que se difunden a través de la doula dependen de su ideología y algunas han sido severamente cuestionadas por su intervención en ámbitos reservados a los profesionales de la salud, cuando abogan indiscriminadamente por el parto domiciliario, influyen en la elección de posiciones para el parto, promueven costumbres, tomadas del mundo animal, como la de ingestión de la placenta, etc. La madre  delega en la doula y resuelve, así su inseguridad.  

Es niñe
Un ejemplo extremo de esta posición de pasividad -en la que la madre declina su responsabilidad, la sacrifica- es lo que sucede cuando se pone al hijo un nombre que -en su indefinición- viene bien a cualquier género. Incluso, en un extremo, ni siquiera se comunica al entorno familiar el sexo biológico del bebé para no interferir en su futura decisión. Esta moda alienta la espera porque promueve  que ese sujeto pueda definir su género más adelante, supuestamente con total independencia no sólo de sus caracteres sexuales sino también de las marcas del Otro que lo ha recibido. La abstención, sacrificar el rol, no es posible ya que siempre habrá marca y transmisión. Esta suposición inicial, tan políticamente correcta, entraña la ignorancia de los datos esenciales de la constitución de un sujeto humano.

Asimismo, un producto de esta moda es la aceptación apresurada de definiciones, por parte de los adultos, de las vacilaciones de género -hoy patologizadas como disforia de género- que plantean los púberes e incluso los niños. Las identificaciones también se construyen, así como vacilan. En la pubertad, bien calificada como metamorfosis por Freud, es lógico que los cambios que introduce la arremetida sexual promuevan vacilación y angustia, más aún en una época en que fracasa el saber y prima el desamparo. Nuevamente, los adultos que dimiten; lejos de acompañar, de alojar las dudas y también de decidir una espera amorosa, caen en la precipitación de la respuesta, en la satisfacción inmediata de lo que sea, incluso bajo la cobertura de la ley que puede avalar un cambio prematuro de nombre y documento. En el peor de los casos, se aceptan intervenciones prematuras sobre los cuerpos. Estas observaciones no desconocen, desde luego, que la sexualidad humana es disarmónica respecto de los caracteres sexuales;  las reivindicaciones y los logros LGBTQ+ dan testimonio de esa particularidad. Señalo, eso sí, que en estos casos la prisa en decidir es un rasgo de la crianza que ha sacrificado el rol del adulto a cargo.

A demanda
Ubicar a su Majestad el Bebé en el lugar del saber lo deja en orfandad, pues es el Otro que lo acoge el que -a través tanto de su palabra como de su afecto- hace de ese cachorro un humano. Generalmente, esta moda también irradia sobre el tono que tomará su nutrición: a demanda. El desconocimiento continúa. La escansión del tiempo -la posibilidad de su organización en un antes y un después así como la apuesta a un futuro- es una marca del Otro. Comienza con algún tipo de regularidad en el acto de dar de comer y de las horas de sueño, más allá del intercambio lenguajero y afectivo que allí sucede.

Es por la intervención del Otro que, si bien en el recién nacido hay una anarquía respecto de los tiempos del comer y del dormir -comienzo difícil también para la madre-, el caos luego va mudando paulatinamente hacia un ritmo más armónico con el entorno. La función de escansión de los tiempos, enmarcada en distintas rutinas de día o de noche, interviene, desde el Otro, para regular y ordenar.  Asimismo, ese vaivén entre la demanda y su satisfacción va modulando tanto esos bordes de lo que nunca se satisface completamente como la alternancia tranquilizadora de lo que se repite. Sabemos que la pulsión, que no es instinto, se constituye en esos intercambios entre el sujeto y el Otro. Las madres que practican la alimentación a demanda dejan vacante ese lugar y, de ese modo, son ineficaces para transformar el caos del infans en una regularidad que lo aloje y lo calme.

El bebé líder
A partir de los 6 meses, cuando se introducen los alimentos sólidos, otra moda invade la dupla madre hijo. Es la del Baby led Weaning (BLW), o sea: Destete o iniciación de la alimentación complementaria liderada por el bebé. Nuevamente, el saber es el del niño. Esta moda se basa en un método desarrollado por Gill Rapley, visitadora social, y Tracey Murket en el Reino Unido. Su libro base data de 2008 y propone conectar mejor y más rápido a los niños con los alimentos. Sostiene que el bebé puede y debe elegir y tomar los alimentos que quiera. Esta indicación deja fuera de la oferta los alimentos que antes funcionaban como primeras comidas de transición: las semiblandas: el puré y otros similares, que se ofrecen con cuchara. No es la madre la que lo alimenta sino que deja sobre la mesa distintos productos que el bebé chupa, mordisquea, succiona, tira, o traga, incluso corriendo el riesgo de ahogarse. Por eso, las autoras sugieren que un adulto esté cerca para vigilar al bebé.  Desde luego, el bebé -en esta nueva modalidad- juega con esos trozos de comida, los desparrama, los tira, se embadurna con ellos, etc. No es posible, para esa criatura, la introducción del dentro y fuera -en principio del plato-, la diferencia entre el objeto comida y el resto de los objetos con los que juega y el intercambio palabrero amoroso del ritual de las comidas que interviene en esas operaciones de discriminación. Debe actuar solito para elegir y para hacer lo que quiera.

La incorporación, concepto más abarcativo que la ingesta, se apoya en la función alimenticia y, como todas las funciones que se asientan en lo corporal, trasciende ese límite para formar de base, por ejemplo, al mecanismo constitutivo de la identificación psíquica,  al Yo mismo como residuo amoroso de la misma y a ésta como modelo en la constitución subjetiva, dando lugar a la pulsión oral.  Rapley carece de todo conocimiento acerca del surgimiento del sujeto y se limita a considerar al bebé como un animalito que debe incorporar alimentos y que sabe cómo hacerlo

Rescatar al bebé del caos es parte del proceso de la humanización. Rebajar al bebé humano a la condición del cachorro animal, que todo lo sabe pues su guía es el instinto, tiene consecuencias. Aclaro que ilustro un sesgo que toman las crianzas actualmente y que no desconozco el caso por caso en sus diferencias que es el que cuenta para el Psicoanálisis. Vemos que tanto el tiempo como el espacio son construcciones que se infiltran desde el Otro y en esos intercambios constitutivos iniciales.

Colecho
Generalmente, la alimentación a demanda se acompaña con el colecho. Esta moda, también sobre el modelo animalario, consuma una indiscriminación a contramano de la progresiva separación que comienza con el nacimiento. La madre, nuevamente víctima de una difusión irresponsable, dimite de su función, otro sacrifico. Para no ahondar en el peligro de ser ahogado que corre un recién nacido ubicado entre adultos que duermen, para no tomar en cuenta la interferencia que su presencia implica para la pareja, podemos limitarnos a considerar el constante pegoteo del colecho sin que medie distancia, que estimula inadecuadamente al niño, lo sobreexcita. Esta interferencia también dificulta la discontinuidad temporal ya que el pecho cumple función de chupete y, así, se asegura una continuidad que impide la discriminación, una construcción que demanda la escansión de tiempo y espacio.  Esta costumbre del colecho, fomentada por algunos partidarios de la llamada crianza con apego, reitera el movimiento inicial: es el niño el que puede y debe decidir cuándo bajará de la cama de los adultos y se irá a dormir solo. Una vez más, lo que se sacrifica es la función del Otro que ordena y sanciona y, así, ampara.

La niñera electrónica
El siguiente sacrificio del lugar materno, ante las dificultades del niño para dormir solo, es la delegación de su función apaciguadora en la niñera electrónica: el niño se duerme con la ayuda de una pantalla que le ofrece colores, música e imágenes diseñadas para ese fin. He señalado muchas veces la incidencia negativa e incluso peligrosa de las pantallas en la subjetividad infantil. La velocidad de las imágenes que se suceden impide la transcripción psíquica necesaria de esa continuidad, su tramitación. El niño es objeto de una lluvia de estímulos. La tecnología también invade el mundo diurno, a menudo vemos pantallas dentro de los cochecitos de paseo, tanto por la calle como en situaciones sociales en las que hay que mantenerlo entretenido/hipnotizado.

El cuerpo con sus gestos puede reflejar el peso de esta moda Veamos este contraste: un niño de menos de un año, a upa de un adulto, extiende sus bracitos hacia adelante, impulsa el torso y hasta pierde el equilibrio -casi que hay que atajarlo- porque quiere acercarse a otra persona. Lo hemos visto muchas veces. Dice con el cuerpo que quiere ir con alguien a quien está viendo. “Ya tira los bracitos”, se dice habitualmente y el elegido se siente halagado. Es un modo de hablar con el cuerpo, anterior a la palabra. Alguien me relata una escena en la que un pequeño de esa edad estira un solo brazo hacia otra persona y hace con sus deditos un gesto: separa y junta el pulgar y el índice. ¿Hay que explicarlo? Es la transformación del clásico gesto de ir hacia en algo diferente: un movimiento que busca agrandar la imagen para acercar al otro.  El segundo niño también dice, pero ha estado, deducimos, sumergido desde muy temprano y con bastante exclusividad en el mundo de las pantallas.

Asimismo, es muy frecuente observar niños notablemente agitados que se calman ante la propuesta electrónica, Se trata de niños muy pequeños que, de ese modo,  reciben estímulos que los excitan, que los alteran y no tienen posibilidad de tramitarlos. Recordemos en Freud el peso de  lo visto y oído antes de que el sujeto disponga de palabra. (2) Es una hipnosis de la que se sale luego mediante la descarga motriz, o sea: nuevamente la agitación. Es un circuito que se repite e indica la modalidad adictiva -en este caso muy temprana- que toma el uso de estos dispositivos.  

Actualmente no está de moda la narrativa, ese momento íntimo y apaciguador entre el adulto y el niño. Esa transmisión, a menudo de los mismos cuentos, porque el niño necesita de la repetición tranquilizadora, es otra manera de encontrar la calma -gracias a lo que vuelve al mismo lugar- ante lo que, en su rutina, señala el inicio de la separación nocturna. Nunca podremos insistir suficientemente en la importancia de la inclusión del cuento. Más allá de lo que se genera en ese momento compartido, la narrativa en sí misma es fuente de todo tipo de aportes a la subjetividad infantil.  A diferencia de la pantalla, el libro como objeto ofrece sin prisa su contenido, la posibilidad de ir y volver sobre el mismo, la pausa para preguntar y preguntarse. Así, posibilita la posición de sujeto en el niño y mucho más cuando se le ofrece un discurso agujereado como puede ser el de la poesía gracias al que se suceden la pregunta y la invención de sentidos divertidos. Mucho nos ha enseñado al respecto María Elena Walsh, por ejemplo  con las estrofas de su Marcha de Osías.

Las modas y los niños sabios y libres
En los niños que, lamentablemente, son criados bajo los dictados de estas modas resaltan algunos rasgos llamativos: tienen escasa tolerancia a la espera, actúan impulsivamente, mantienen una modalidad adictiva con las pantallas que irradia sobre otros elementos y situaciones, tienen dificultades para sostener la atención, se aburren con facilidad y pretenden cambios permanentes en los estímulos que reciben, pueden tener dificultades en los vínculos con otros niños, muchas veces ejercen violencia, requieren un lugar central aun al precio de la transgresión y la reprimenda. Estos y otros rasgos, a veces tan notorios como para inquietar a los padres y motivar una consulta, dejan ver algo de lo que no se ha normalizado, de subjetividades que, tras la abstención del Otro, están impedidas para escandir el tiempo, para modular lo irrefrenable del impulso.

Es una desregulación del goce, entendido como satisfacción pulsional. Tramitan mediante la motricidad una inquietud y una insatisfacción constantes. Al crecer, el niño encuentra obstáculos para detenerse sobre el detalle y para interrogar e interrogarse sin el peso de la prisa.  Desafortunadamente, ante la impotencia de los padres, la ciencia a menudo toma el lugar de regulador y no son pocos los niños que, ante la dimisión de los adultos, reciben la medicación que actúa para apaciguarlos.

Veamos cómo se construye la regulación del goce y qué lugar tiene en ella el Otro que dicta y sanciona. Escribí hace muchos años: “Las experiencias iniciales de dolor, su propio grito vivido como extraño y la presencia/ausencia del que socorre se articulan en un entramado psíquico; lo que se recibe del Otro se convierte, así, en signo de su amor. En este punto, cruce entre el desvalimiento y el Otro, Freud ubica ‘la fuente primordial de todos los motivos morales’ (3). Es la amenaza de perder el amor del Otro lo que funciona como traumático, en tanto esa pérdida deja al sujeto inerme ante estados de excitación que no pueden ser calmados ni por la vía de la descarga ni por la vía de la tramitación según el principio del placer. El peligro ante el cual se angustia el niño, para Freud, no es la pérdida de objeto en sí sino que ésta implica no poder con las magnitudes crecientes de estímulos a la espera de tramitación. El prototipo de esta situación es el trauma de nacimiento y su respuesta de agitación motriz, modelo del ataque de angustia. El infans es rescatado del caos inicial por el amor, la significación, el sostén del Otro. En Freud, motivos morales, renuncia y superyó arman una serie en el camino de la humanización, que se enmarca de acuerdo a los requisitos de la cultura de la época: ‘(…) lo malo es, en un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida de amor; y es preciso evitarlo por la angustia frente a esa pérdida.’ (4)” Esta ecuación entre signo de amor y renuncia se expresa también en la fórmula lacaniana: “Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”. (5)

Podemos seguir el curso de esta regulación, que tanto debe al amor, con lo que Freud escribe en Tres Ensayos de teoría sexual. (6) Allí señala la interrupción del desarrollo sexual y el sentimiento de peligro para el Yo ante las exigencias pulsionales de la sexualidad infantil. Al conceptualizar la latencia como la etapa de construcción de los diques - el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral- marca un trabajo sobre las pulsiones y el perverso polimorfo mediante la represión, los procesos defensivos y la sublimación. De nuevo, el lugar del Otro, la incidencia de su decir y la importancia que tiene el riesgo de perder su amor que se presentificará con la señal de angustia ante su heredero, el Superyó. Satisfacción fantasmática, síntoma y creación son los retornos inevitables y esperables de estas operaciones de recorte de goce.

La desorientación, rasgo fuerte de la época, favorece una crianza en la que se  desvirtúa esta regulación basada en la disimetría fundamental entre el Otro y el infans y, así, favorece el fracaso de la función amparo en el sujeto. Mucho se podría decir sobre el sistema social y su empuje a gozar, a lograrlo todo a cualquier precio, sobre la precipitación que regula los intercambios, sobre las fallas en el contacto entre los humanos y el declive del prestigio del amor frente a la certeza de que cada uno es -en el mercado capitalista- su propio maestro. Podríamos resaltar el peso de muchos rasgos más que facilitan la imposición de mandatos que sacrifican aspectos claves del rol maternal, pero no es el objetivo aquí. La consecuencia es que nuevas subjetividades, criadas bajo el dictado de modas que prescinden del lugar instituyente del Otro, y amenazadas así por el desamparo, son un producto privilegiado en este sistema socio cultural.

Notas
1) Serrat, Juan Manuel, Esos locos bajitos.
2) Freud, Sigmund, Construcciones en el análisis (1937), Pág.268; Obras Completas, Tomo XXIII, Amorortu, 1987.
3) Freud, Sigmund, Proyecto de Psicología (1895), Pág. 362-3; Obras Completas, Tomo I, Amorrortu 1987.
4) Freud, Sigmund, El Malestar en la Cultura (1930), Pág. 120; Obras Completas, Tomo XXI, Amorrortu 1987.
5) Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 10 La angustia, Pág 190, Paidós, 2006.
6) Freud, Sigmund, Tres ensayos sobre teoría sexual, Pág. 160; Obras Completas, Tomo VII. Amorrortu 1987.

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