Hay una llamativa coincidencia en el planteo inaugural de Lacan, en el contexto de su retorno a Freud. Dicha vuelta a los fundamentos del psicoanálisis está apoyada en la perspectiva que le aporta la estructura. En su planteo se trata de la estructura del lenguaje como preexistente, lo que la separa de cualquier dimensión que pudiera igualarla a lo verbalizable. O sea que el lenguaje es, en cierto sentido, algo dado. A diferencia de ello Lacan sitúa la necesariedad de una serie de operaciones que funden, instalen o permitan ese devenir que encontramos tantas veces en sus textos. La coincidencia de la que partimos es que tanto el moi, como el sujeto y el cuerpo deben ser instituidos en el ser hablante, con lo cual no pertenecen al dominio de lo que lo espera.
Mencioné lo llamativa de esa coincidencia. Me resulta tal por poner a un mismo nivel términos que resultan heterogéneos. Pero también es cierto que una enseñanza sostenida a lo largo de 30 años cuenta con más de un momento en el cual se puedan establecer relaciones entre dichas nociones. Por caso, la reelaboración que, sobre el estadio del espejo, lleva a cabo en el esquema Rho torna viable considerar las múltiples articulaciones que son posibles entre el cuerpo y el moi, a más de implicar dos elaboraciones conectadas de lo imaginario. Un poco más adelante nos encontramos con ciertos abordajes de la subversión del sujeto, o sea de la falta en ser, que conllevan anudamientos entre esa división y el cuerpo, en la medida en que este último viene a hacerle de sostén allí donde el significante lo sumerge en el fading. Finalmente, resulta indudable que el moi viene a ocupar (fallida y falladamente) esa función de agente de la cual el sujeto del inconsciente es separado desde su definición. Entonces, de distintos modos y en elaboraciones más o menos divergentes, Lacan sitúa al cuerpo, al moi y al sujeto como instancias, si se me permite llamarlas así, que deben conformarse en el niño.
Respecto del cuerpo, que es el punto sobre el cual voy a detenerme en este trabajo, cobra significatividad el hecho de que deba conformarse, ¿de qué cuerpo se trata? Ciertamente no es el de la biología, que bien podríamos considerar dado. Desde luego que los psicoanalistas no suponemos, con este planteo, que el cuerpo de la biología no existe, sino que queremos indicar que no es ese el que conlleva una inscripción en el inconsciente. Allí, en ese Otro lugar donde el significante se emplaza, se cifra un cuerpo libidinal, como el que Freud delimita en Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas; se inscribe un cuerpo deseante, incluso un cuerpo donde el goce se entrama.
Si tuviera que dar una definición sucinta del cuerpo, diría que lo definimos como una superficie, una que torna viable la inscripción, y ello nos lleva hacia esa definición de La significación del falo, donde queda asociado al registro de lo significable. Desde esa consideración, el cuerpo es la superficie que sufre la marca del significante quedando, por ello, adosado allí un significado, lo que implica que el cuerpo no lo tiene per se. El significante, por su carácter activo, determina una marca que conlleva que lo significable sufra dicho estigma, tomando además efecto de significado. En esta lectura el cuerpo se instituye a partir de tres instancias o dimensiones: el significante, lo significable y el significado. La pregunta central aquí es si “todo” el cuerpo caerá bajo el efecto de significado, o si algo de allí resta, y este interrogante sitúa una de las cuestiones más relevantes en el trabajo que lleva a cabo sobre el cuerpo. Si no todo entrará en el efecto de significado, entonces comienza a delinearse allí cierto borde, un margen que llevará, finalmente a lo imposible de escribir. En este trabajo quiero puntualmente detenerme en un momento en el recorrido de ese trabajo de Lacan, el que lleva a cabo a la altura de La angustia, seminario en el cual sienta las bases del concepto de objeto a como real. Y esto implica consecuencias respecto del cuerpo, volviendo viable separar aquello que del cuerpo se libidiniza, y lo que escapa a dicha libidinización.Lo que engaña y lo que no engaña
Si la preexistencia del lenguaje determina que en el ser que habla el objeto entra a través del prisma de la falta, la falta de objeto deviene el objeto en psicoanálisis. Desde allí podrá ir situando el valor del deseo como falta, incluso vacío, para arribar entonces, en la senda socrática, a que se trata del deseo de deseo. Respecto de esto, y en el camino abierto por Freud, entra a tallar el -, es ese objeto tributario de la existencia del lenguaje, al cual le falta el referente. Con él Lacan podrá elaborar una lógica que hace posible la sexuación en el hablante, o sea que este - es decisivo en cuanto a la constitución del cuerpo, tanto en su dimensión de imagen que se plasma en el espejo, como en tanto superficie erogeneizada, sumergida en una economía política por la cual la satisfacción se distribuye corporalmente. La lógica atributiva fálica hace jugar un par de posiciones que tornan viable la sexuación, o sea que habilita dos modos de satisfacción que se distribuyen sexualmente, si cabe el término.
Tomando este contexto nos encontramos, en los momentos iniciales de La angustia, con una serie de esquemas en los cuales el - viene a situarse en el lugar de un vacío, lo que clarifica su vínculo con el deseo, y su función de respuesta. Ese vacío tiene una función estructurante respecto de la posición del sujeto, y el - resulta en el instrumento a partir del cual el niño podrá asumir una posición respecto de aquello que no tiene respuesta… en el significante. La operación del falo aquí, en lo imaginario, viene a indicar que ese vacío se deslinda lógicamente, pero que fundamentalmente se localiza, topológicamente. Aquí es donde el cuerpo entra a tallar como arquitectura de agujeros y bordes, los cuales son entramados a partir de la incidencia de lo simbólico. A esta altura el matema i(a) viene a escribir con claridad lo que está en juego: del lado de la i tenemos esas engalanaduras, esas vestimentas fálicas con las cuales el niño aspira a ilusionar, seducir al deseo del Otro; el paréntesis escribe la función del significante que recorta, eleva y localiza; y en el interior del paréntesis está el a, que designa aquello que en el intervalo no se transfiere, quiero decir con esto que el a escribe, de algún modo, lo que no pasa:
“Es la delimitación simbólica de un agujero real, el cual queda habitado, obturado por la gramática, o sea por el fantasma.” (Quiroga, 2019: 180)
Se me podría achacar, y con razón, que esta última afirmación excede el marco que nos aporta La angustia, sin embargo, entiendo que la prefiguración de ese a como real introduce la posibilidad de pensar un borde que, en principio, situaría entre lo que ese a conlleva como real y sus en formas imaginarias. Ya volveré a esto.
En más de un sentido esta dicotomía planteada en el título de este apartado se plasma en la disyuntiva entre el - y el objeto a, ambos términos vienen a sostener estatutos contrapuesto del cuerpo, aunque dicha contraposición no conlleva la ausencia de anudamientos. Situémoslos.El falo imaginario ordena u organiza las respuestas imaginarias a la falta. O sea que allí cumple un papel de objeto que funciona como patrón de medida de todos los objetos imaginarios, ese “set” aludido en De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis sin el cual el hablante no podría transitar por la existencia. Esta función del falo, como patrón de medida, resulta esencial, y justifica que Lacan lo sitúe como reserva libidinal, aún reserva operatoria. Desde esta definición el - es el regulador de la libidinización, o sea que funciona al modo de un punto de fuga: no está en la imagen, pero sin él no habría esa imagen. La significación fálica es el término que sostiene la concreción de esa imagen anticipada del cuerpo, esa que se plasma en el espejo y que ilusiona con una completud asintótica, pues no es posible de ser alcanzada. De allí que se pueda establecer una íntima vinculación entre este funcionamiento del falo en lo imaginario y la dimensión del yo ideal. Nótese como estas cuestiones que acabo de mencionar se formalizan en el esquema Rho, ya referido.
En la parte superior izquierda del esquema encontramos esa función del - de hacer de sostén y punto de fuga de esa i, que es la imagen del cuerpo en el espejo. En el mismo vector y del lado derecho encontramos el significante del Otro primordial, la Madre, sosteniendo la operación del falo en lo imaginario. Aquí se plasma esa función de punto de fuga que antes situé, la significación fálica sosteniendo la imagen sin representarse en ella. A este nivel nos encontramos en el campo de lo representable del cuerpo, asociado a lo geométrico del espejo, y soportado, como todo imaginario, por el significante. O sea que se trata de lo representable del cuerpo asociado a lo que engaña, el significante.
No voy a entrar en detalle en las relaciones, en este esquema, entre la i y el objeto a. Sólo quiero hacer notar que esa distancia que se juega en el esquema nos indica que hay aquí un matiz diferencial respecto del grafo, por ejemplo. En este último ambos términos se conjugan inscribiendo el matema i(a), el cual aún no se torna efectivo. Pasemos al objeto.
Respecto de la imagen, este objeto a es una consistencia de lo extraño, el fundamento del miedo a la oscuridad en “los niños”. Estamos frente a un resto opaco que Lacan irá elaborando tanto lógica como topológicamente a partir de la dimensión del corte.
Este objeto a tiene una relación íntima con la angustia, la cual es definida como la única traducción subjetiva de dicho objeto. Por su carácter ajeno, por plasmar en el sujeto esa ajenidad, el objeto a conlleva esa opacidad subjetiva que se asocia a la radicalidad del Otro. El Otro en su radicalidad y el objeto a se ponen en juego en la angustia en la medida en que implican la puesta en forma, clínica, de algo que no es posible de imaginarizar. Por ende, estamos frente a un objeto muy particular, por cuanto no se subsume en ninguna cosa del mundo.
Se lo define como un “residuo de lo imaginado del cuerpo” (Lacan, 2006: 72). O sea que plasma lo que resta a la libidinización; pone en acto lo imposible de representar; e indica el fracaso del reconocimiento, por cuanto el a es imposible de reconocer, lo que lo llevará años más adelante a definirlo como el resto de la cosa sabida. Entonces, si del lado del - ubicamos al cuerpo en lo que tiene de representable/representado; del lado del objeto a nos aparece el cuerpo en toda su borrosidad, por lo cual el sujeto no puede situarlo, debido a que no es imaginarizable, no se representa en la imagen especular. Entonces se pone en juego clínicamente a través del afecto, la angustia.El afecto aquí es el índice de la vacilación de los puntos de referencia fantasmáticos y especulares, que freudianamente asociamos al hilflosigkeit, el desamparo, la orfandad y el desvalimiento, los cuales son ya una tramitación sobre el sujeto. O sea que nos encontramos a este nivel con un sesgo del cuerpo que queda asociado a lo que se juega en la pesadilla, quiero decir se trata de una extranjeridad que puede oprimir, interrumpiendo las ligaduras significantes que sostienen al sueño como guardián del dormir. Es el cuerpo en lo que tiene de irracional, por escapar a toda común medida, la que aporta el -, es el cuerpo en tanto real, heterogéneo al cuerpo imaginario. Y no me resulta una cuestión menor que sea precisamente la lúnula entre lo real y lo imaginario lo que a Lacan le lleva más tiempo de trabajo poder abordar. Resulta indudable que estamos allí frente a algo tan complejo como escurridizo, y que requiere como condición, para su abordaje e interrogación, hacerse de una topología acorde, que a Lacan le lleva más de 20 años de trabajo.
Establecida entonces esta discrepancia entre lo imaginario del cuerpo, y de lo que de eso no se representa, se torna indispensable intentar situar la naturaleza del espacio en juego en cada dimensión. Y entiendo que este situar se entrama como parte de esa camino a través del cual va en busca de una recurso para incidir allí, en lo real en tanto ex-siste a lo simbólico y lo imaginario.A la altura de La angustia, nos encontramos con un trabajo más que interesante sobre una topología de superficies, la cual le torna posible discriminar dos sentidos del espacio. Sumariamente son los que se juegan entre lo euclidiano y lo topológico del espacio; desde allí hará jugar la contraposición entre el espejo y un cuadro; o también entre lo geométrico y lo topológico.
Poner en tensión ambos dominios permite situar algunas preguntas: ¿Cuál es la relación entre adentro/afuera en lo topológico? ¿son esas categorías válidas en el espacio de la topología? La respuesta de Lacan es, desde luego, por la negativa. Si el espejo me da la ilusión de poder separar con claridad el adentro del afuera, lo topológico pone en acto una continuidad que rompe con la oposición interior/exterior. Y este es un asunto candente en cuanto al cuerpo. La imagen me aparece como una exterioridad, situándose en el otro plano que hace jugar el espejo plano; la angustia, en cambio, pone en juego una extrañeza de algo que es a la vez extraño y familiar: ¿es interno o externo? Ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez. Por esta razón la fuga resulta ineficaz a este nivel.
Desde luego que destacar la heterogeneidad entre estas dos dimensiones corporales no conllevan una ruptura entendida como falta de anudamientos. Para destacar esto, y finalizar, quiero tomar esta cita de Lacan:“De hecho, desde el primer abordaje analítico del instinto, encontramos esa línea de fractura esencial de la dialéctica instaurada por la referencia al otro en espejo.” (2006: 78).
Es una frase compleja, y la inclusión de ese “instinto” dificulta más el asunto. Quiero destacar esa fractura que es inherente al cuerpo, fractura que es solidaria del hecho de que el cuerpo es la sede del corte. Allí encontramos articulados a lo fragmentado, lo fracturado del cuerpo pulsional, con el estadio del espejo que hace consistir una vestidura. Este estadio ilusiona con una anticipación de una completud imposible de alcanzar, antes la llamé asintótica. Es una operación paradojal, porque la ilusión consiste precisamente cuando el cuerpo se registra (¡¿quién?!) troceado, ese tomismo más tarde referido. Anudar la operación del espejo a este nivel resulta decisiva, por cuanto le hace posible ubicar que, respecto del cuerpo, se produce una torsión topológica: algo pasa desde un “exterior” al “interior”, casi al modo de un guante que se da vuelta. Por la vestidura que entrama el estadio del espejo, desde su soporte significante, se hace posible situar un residuo en este paso, algo que no pasa, que se pierde, sumariamente algo no significable, no investible y que Freud pone en juego en la práctica analítica a partir del cuerpo pulsional.
Bibliografía:
-Lacan, J. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis (1957-58). En Escritos 2. Buenos Aires. Siglo XXI. 1991a.
-Lacan, J. La significación del falo (1958). En Escritos 2. Buenos Aires. Siglo XXI. 1991b.
-Lacan, J. El seminario, libro 5: Las formaciones del inconsciente (1957-58). Buenos Aires. Paidós. 1999.
-Lacan, J. El seminario, libro 10: La angustia (1962-63). Buenos Aires. Paidós. 2006.
-Lacan, J. El seminario, libro 15: El acto psicoanalítico (1967-68). Inédito.
-Freud, S. Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas (1893 [1888-93]). En Obras Completas. Tomo I. Buenos Aires. Amorrortu Editores. 2007.
-Quiroga, O. El nombre propio y la nominación. Un recorrido genealógico. Buenos Aires. Letra Viva. 2019.
-Rabinovich, D. La angustia y el deseo del Otro. Buenos Aires. Manantial. 1993..