Sin lazo no hay sujeto. Sin sujeto no hay cuerpo.
Sin cuerpo no hay lenguaje.
Sin lenguaje, nada de ello es posible.
Y el lenguaje, es cultura.Aproximación
El cuerpo “habla” a través de signos que incitan el sentido, muestra y motiva, aportando indicios que dan cause a la significación (1). Sean los estados pulsionales, el deseo, la fantasía, el recuerdo, motivaciones concientes circunstanciales como algún hecho fáctico –pérdidas, desastres, ataques violentos, padecimientos orgánicos–, el cuerpo reacciona como soporte y componente subjetivo a través de experiencias sensibles –actantes en el sentido de Jacques Fontanille-(2), proporcionando procesabilidad a las vivencias afectivas y reales (3). El componente corporal proporciona la potencialidad de transcripción necesaria para producir contenido utilizable por el aparato mental, reduciendo así, el potencial traumático del vivenciar subjetivo. Dicho en otras palabras y a manera de preludio, la posibilidad de conseguir que una vivencia cualquiera devenga pensable, depende de la experiencia corporal y su capacidad de soporte procedimental (4). Dicho soporte es, en sí mismo, componente del sistema inconciente no reprimido (5).
Cuando se inhibe en el sujeto la pregunta sobre aquello que lo afecta, por mencionar algo, el cuerpo se hace cargo aportando contingencia a lo avasallante, a aquello que se siente como impensable. El cuerpo reacciona, muestra para estimular y se afecta para sentir. Sin obviar que el cuerpo también recuerda y tiene su propia memoria, procesa mnémicamente causando experiencias sensibles pulsantes para que las vivencias alcancen procesabilidad y potencial de asimilación, asociación y simbolización. Puntualicemos, que devenga material psiquizable. Incuestionablemente el proceso descrito concuerda plenamente con el designado en términos freudianos como proceso psíquico.
Planteamiento
En este desarrollo se postula que entre el cuerpo y la subjetividad prexiste una relación semántica y semiótica. Entre ambos se constituye originariamente la relación fundante en la que el cuerpo provee la condiciones tensivas que alcanzarán significación emotiva.
Los estados somáticos originarios inducidos por las necesidades vitales inducen, inscriben dualmente las reacciones afectivas y los contenidos inconcientes, proceso mnémico descrito en los escritos freudianos metapsicológicos de las dos concepciones del aparto psíquico y extensamente estudiado desde una perspectiva similar en algunos trabajos transdisciplinarios del psicoanálisis y de la biología de la mente actual (6).
En el plano de lo inconsciente y produciendo “cortocircuitos” que rompen la barrera del aparato mental, las sensaciones inconcientes apelarán por la significación; el cuerpo hace signo de todo aquello que, primordialmente, fue significado para y por el semejante: el cuerpo es un signo del Otro, y éste, un signo de la cultura.De manera más amplia plantea, además, que la interpretación que realiza el sujeto de la función maternante establece las relaciones semánticas entre las experiencias y las palabras, entre las zonas corporales y la investidura, empezando por nombrársele y dirigirse al bebé como un otro semejante, y desde la semejanza humana iniciar la humanización del lactante, cuyo interpósito indudablemente, son el cuerpo de ambos: la llamada mónada narcisista. Ambos cuerpos –cuerpos actantes, según J. Fontanille-, realizan una función que afecta al otro, aportando sentido y orientación de tiempo y espacio del cuerpo respecto al objeto (7).
Entonces, al nombrarse las palabras, se establecen relaciones semánticas corporales; es la relación entre los estados vivientes del lactante y las palabras que le son dadas a través de asociaciones que adquieren afecto (tono corporal) y sentido: cuerpo afectado pleno de sentido enigmático. Es la acción de la investidura, la operación del deseo actante: el deseo y su valencia. Es la construcción de un cuerpo investido que transita de lo somático a lo simbólico. Son vaivenes de intercambios y tensiones, que precipitarán la identidad.
El proceso semiótico del objeto se entrama con el origen de la tópica (8) estructurando tiempo y espacio, condiciones también de la constitución del cuerpo propio –centro de la identidad–, que se manifiesta en el proceso semiótico a través de vaivenes comunicantes que, en un segundo tiempo, aparecerá en ese otro cuerpo ignoto, activo, sensible, organizado con su propia lógica y que opera desde un más allá del yo – registro metayóico– (9), al de la superficie, apareciendo ese otro, que con certeza acreditamos es nuestro cuerpo.
Lo sígnico en Freud, se refiere al placer y al dolor. Estos signos habitan el inconciente y son la materia prima que motivará la semiosis y la hermenéutica. A través de la experiencia sensible, el cuerpo muestra algo otro que ha afectado al sujeto. Así, entre la palabra y la cosa se halla el signo aportando la propiedad binaria de la representación que se refiere a cualidades del objeto que han sido percibidas sensiblemente. El proceso supuesto es que, en la etapa arcaica, cuando el percipiens aún no se ha constituido, lo sensible hipertrófico queda inscrito en el cuerpo que corresponde al espacio más alejado, primitivo y presente desde el origen.Las dificultades presentes en la comprensión de la subjetividad, se refieren a los efectos psíquicos de la articulación precoz de aspectos que intervienen en el proceso de subjetivación y las trazas de factores sociales que fueron parte ineludible del entorno actante y la cultura afectiva que “hacen cuerpo” en el sujeto en ciernes. Esto significa que lo histórico social queda trenzado corporalmente con lo histórico subjetivo. De ahí que la subjetividad sea corporal y el sujeto signo de la cultura.
La frontera percipiente, como la denomina Jacques Fontanille, no sólo percibe, sino además conduce, muestra, estimula, demarca referencia y transmite cualidad tensiva. La angustia, el regocijo, la excitación, la emoción y la ira son experiencias corporales, por tanto, la semiosis es corporal y la significación es tópica (10). Lo sígnico es inconciente, lo significante es cultura. De ahí que el cuerpo sea signo del Otro, un signo de la cultura.
Existe estrecha cercanía entre la semiosis propia de la función maternante y la interpretación del analista, entre la identificación proyectiva de la transferencia y el transitivismo hermenéutico de la etapa originaria. Se propone denominar hermenéutica originaria, al conjunto de interpretaciones, a todas las comunicaciones al interior de la mónada y al intercambio interpretativo entre la madre y su hijo. El transitivismo hermenéutico es indispensable para descifrar los estados tensivos del bebé y su posible clausura; es fundamental que el adulto que la realiza sienta como si fuera él mismo quien los viviera, “desplazarse” imaginariamente para sentir como si fueran propias las sensaciones del bebé. A través del transitivismo originario, la función unitaria “P-Asc-Sg” (Percepción-Asociación-Significación), se organiza interiorizando en el incipiente psiquismo del bebé, un estilo interpretativo armonioso y sostenido.Las hilaciones finales sobre el estudio del compromiso orgánico, además de algunos hallazgos en tratamientos de analizantes víctimas de secuestro, de abusos sexuales y, otros más con síntomas de alexitimia y anhedonia, permitieron intuir algunas “rutas” para comprender el engranaje tópico implicado en la relación cuerpo/significación/simbolización. En algunos de esos tratamientos se observó de manera tangible la presencia de dos factores fundamentales análogos: síntomas asociados a un déficit en la organización primitiva del sujeto y la contribución irrefutable del cuerpo en la función hermenéutica.
Provisionalmente puede plantearse que la experiencia sensible del cuerpo no sólo contribuye con el componente afectivo –cosa sabida–, sino que además demarca referencia a todas las vivencias para que la significación se produzca, es decir, aporta un componente semiótico a los procesos psíquicos favoreciendo pensar pensamientos y discernirlos ubicándolos topológicamente.
Para Freud, las investiduras corporales avivadas por las experiencias somáticas arcaicas –denominadas en esta presentación como estados tensivos originarios –, son, efectivamente, el fundamento de la identidad cogitativa. ¿Podría decirse que algo de la identidad está en juego? Sólo hay que recordar que, en el Proyecto de psicología, en el tercer apartado dedicado al pensamiento, la formulación freudiana central es que la identidad de pensamiento (función cogitativa) depende de la experiencia corporal, dicho de otro modo, del factor sensible del cuerpo. “La meta de todos los procesos de pensar es producir un estado de identidad” (11). Con esto se refiere al proceso unitario de asociación/percepción/significación (12). Hacer un juicio significa discernir la cosa del mundo y el cuerpo propio, acto semiótico para Fontanille. Así que el fundamento de los procesos de pensar es la experiencia corporal ya que da cauce a la identidad de pensamiento. Y esa identidad de juicio es el fundamento para la simbolización. A juicio de este desarrollo, esa idea formulada por Freud es la muestra irrefutable del componente semiótico en la episteme freudiana.La relación entre el cuerpo de la semiosis y la estructuración primitiva del narcisismo que conserva como punto medio el autoerotismo, se explica por la aparición de fenómenos vinculados con el soma: ambigüedad simbólica, simbiosis, episodios fusionales y afecciones somáticas (13), que dan cuenta de un tiempo primordialmente corporal. Tiempo indiferenciado de intenciones compartidas de la fase holofrásica.
Incuestionablemente la clínica actual es la clínica del narcisismo. El estilo de vida de nuestros tiempos, de estos tiempos, demanda un trabajo de análisis hasta “micrométrico”, del periodo del narcisismo primario, no sólo respecto al devenir del sujeto, también del entorno actante y los intercambios del niño con éste, y los efectos futuros. Consideremos que los contenidos de los intercambios primordiales del niño con el objeto de la función maternante durante el narcisismo primario, pueden considerarse interacciones ‘inter-corporadas’ –de cuerpo y cuerpo–, que devienen representaciones compartidas.El término intercorporalidad se refiere a lo corporal compartido e incorporado y no exclusivamente a lo primitivamente incorporado que deviene internalizado en el niño. Significa entonces que las vivencias de la etapa prelingüística que forman parte de lo inconciente reprimido, son representaciones que en su ensambladura denotan la presencia del objeto de la función maternante.
En el sentido del desliz que se propone, basta recordar que, el proceso de metabolización de nuevas vivencias y su destino, difícilmente pueden consumarse de manera inédita cada vez, pues sería contundente el riesgo de caer en el marasmo. El aparato requiere estabilidad procesual incluso en la psicosis, pues los mecanismos dinámicos y los destinos del afecto, las representaciones y las experiencias tienden a estabilizarse mediante el mecanismo estructural que dinamiza la tópica. La estabilidad que también podemos denominar tendencia al equilibrio, a la homeostasis, la persistencia, o la constancia, se organiza en la etapa originaria y se constituye durante el narcisismo primario donde entran en juego dos cuerpos, un aparato constituido, intenciones y representaciones compartidas.
En un estudio micro genético con infantes y sus madres Jorge Vázquez Rizado utilizó como fundamento la semiótica de Peirce lo que le permitió concluir que las intenciones del periodo preverbal son compartidas. Al respecto plantea que:[…], estamos [dice] frente a un proceso de intenciones compartidas, donde los infantes suponen de manera inferencial que los adultos, conectados con ellos por intermedio de las acciones conjuntas, harán lo que ellos esperan. […] hemos vuelto a confirmar [..] el papel determinante que tiene la mediación del adulto para que infantes preverbales accedan al uso convencional de los objetos.
No sólo las intenciones son compartidas, también las representaciones que resultan de las experiencias acompañadas. Específicamente, las que se constituyen durante el periodo holofrásico denotan la presencia de dos sujetos: el niño y el objeto maternante. Dos cuerpos percipientes cuya significación es compartida, dos vivencias sensibles compartidas en una experiencia perdida en la temporalidad inconciente. Joyce McDougall (14)la refiere como una matriz somática, diríamos también que a esta etapa corresponde, una matriz semiótica.
El adulto porta investiduras para transmitir, el niño las recibe para poseer las investiduras libidinizantes del lenguaje. Durante los primeros años de vida se tejen de manera compartida con el adulto, las inscripciones de experiencias vitales y psíquicas que permitirán al niño alcanzar cierto grado de control sobre su entorno.A pesar de la precariedad lingüística y la insuficiencia de desarrollo cognitivo, las significaciones surgidas de las vivencias compartidas con el adulto son introyectadas como formas autorizadas en la relación del progenitor hacia el niño y de éste con los sujetos, y los objetos en general. La introyección de esas formas deriva en modos propios de uso del objeto orientando además el código que establece las “regulaciones lingüísticas conectadas con las acciones”. Las palabras del adulto, sus comportamientos, sus creencias y los modos utilitarios que hace de los objetos, son experiencias que adquieren significación para el niño incluso antes de que el lenguaje oral se estructure durante la etapa prelingüística en la fase de la semiosis infantil. Las significaciones iniciales son compartidas y construidas con el adulto, así que la cultura y sus reglas hacen signo precozmente en el niño a través del modo de articulación del afecto, el cuerpo y el lenguaje.
Las normas del lenguaje son normas de las acciones. Para Ludwig Wittgenstein el uso es regla (15), así que las regulaciones tempranas en tanto normas de acciones comunicativas y de relación, son identificaciones tempranas, narcisistas, que quedan inscritas en el cuerpo.Referencias bibliográficas.
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Notas
(1) Desarrollo presentado en el coloquio Cuerpo y lenguaje del Círculo Psicoanalítico Mexicano y la Facultad de psicología de la UNAM, 2023.
(2) Fontanille, Jacques. (2017). Cuerpo y sentido. Lima, Fondo editorial, Universidad de Lima, pág. 29.
(3) Puede consultarse el desarrollo de W. R. Bion Aprendiendo de la experiencia, Barcelona, Paidós.
(4) Bleichmar, Hugo. “El cambio terapéutico a la luz de los conocimientos actuales sobre la memoria y los últimos procesamientos inconscientes”. En: Número 009 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas
(5) Ibid.
(6) Ibid.
(7) Vale la pena recordar la importancia de la acción de las investiduras durante el narcisismo primario para la consolidación de la estimulación de los esquemas temporales y espaciales. La estructuración de las relaciones espaciales en el lactante que habrán de consolidarse en la infancia depende de la introyección del objeto de la función maternante. A través de la relación activa y estable que posibilita la madre, el objeto y el sujeto en ciernes alcanzan ubicación topográfica y topológica que orientará posteriormente al sujeto en su entorno actante.
(8) En este desarrollo se utiliza el término tópica que implica tanto el lugar (topos), como al sistema. Según el contexto la referencia puede ser al yo como sistema, y en otras se refiere a la función dinámica de la tópica.
(9) El meta-yo es un concepto utilizado por José Bleger que refiere a un registro que está más allá del yo y que se manifiesta en ambigüedades simbólicas del sujeto, fundamentalmente expresadas en reacciones afectivas, corporales, somatizaciones que remiten a la fase ambigua, en la que no hay discriminación. Se sugiere remitirse al texto clínico Simbiosis y ambigüedad.
(10) La referencia al término función tópica apunta al sentido dinámico del término.
(11) Freud, Sigmund. (1895). Proyecto de psicología para neurólogos. Obras completas, Tomo I. Amorrortu, Argentina.
(12) Robles, V. Patricia. Los asideros de la vida. Cuerpo, afecto, cultura. En prensa.
(13) Bleger, José. Simbiosis y ambigüedad.
(14) McDougall. (2000), Alegato por una cierta anormalidad. México, Paidós.
(15) Beuchot, Mauricio. (2004), Semiótica, México, Fondo de cultura económica, pág. 148.